Triángulo de Amor Bizarro - Cristina Muñoz - E-Book

Triángulo de Amor Bizarro E-Book

Cristina Muñoz

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Irati es una periodista vegana y feminista. Hace poco que ha roto con su ex, Sergio, aunque los sentimientos siguen latentes, y empieza a sentir atracción con un amigo de este, Javi. Lo que le lleva a un triángulo amoroso lleno de idas y venidas y muchísima pasión. Irati está acompañada por sus amigos, especialmente por David, que es gay y tan enamoradizo como promiscuo, en esta historia con Madrid como escenario principal y ciertos periplos por Barcelona, Ámsterdam, Lima y Sevilla.

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Triángulo de Amor Bizarro

Cristina Muñoz

ISBN: 978-84-19611-24-6

1ª edición, septiembre de 2022.

Editorial Autografía

Calle de las Camèlies 109, 08024 Barcelona

www.autografia.es

Reservados todos los derechos.

Está prohibida la reproducción de este libro con fines comerciales sin el permiso de los autores y de la Editorial Autografía.

1

Con mucho orgullo

Si hay una fiesta que realmente me gusta y no quiero perderme ningún año, esa es la del Orgullo LGTBI de Madrid. Bien es cierto que, poco a poco, se ha ido convirtiendo en un macrobotellón adornado con purpurina y plumas en el que cualquiera tiene excusa para pillarse una buena cogorza, pero las fiestas del Orgullo tienen una especial alegría y siempre pasan acontecimientos que no esperas. En el Orgullo de 2016, cuando yo tenía treinta años, él me miró con otros ojos y comenzó esta historia entre los dos o, mejor dicho, entre los tres, porque mi entonces ex y uno de sus mejores amigos, todavía estaba presente en mi mente y en mi vida. Así comenzó mi triángulo de amor bizarro.

Aquella calurosa tarde de julio salí del trabajo, la agencia de prensa en la que llevaba seis años y donde me encantaba estar, a las 17.00 en punto, y fui directa a la Plaza de Chueca. Me fui maquillando en el metro y ya me había encargado de ponerme un vestido medio mono que valiese tanto para la oficina como para salir por la tarde. Un vestido verde claro, de tirantes y por encima de la rodilla. El pelo lo tenía largo y rizado, pero ese día me lo alisé la noche anterior para que me durara más arreglado. Tampoco tenía pensado llegar muy tarde a casa porque era jueves y habíamos quedado pronto, así que me coloqué también unos zapatos con un poquito de tacón, y unas zapatillas en el bolso por si no los aguantaba. Al llegar a la plaza estaban dos de mis mejores amigas, Leyre e Inma, y nuestro amigo Manuel.

Leyre es la dulzura personificada, siempre tiene una palabra amable, siempre con una gran sonrisa y es la mujer de los mil planes. Hay que quedar con ella con días de antelación porque si no, ya tiene la agenda copada. A pesar de ser tan extrovertida y guapa, porque también es guapa y tiene buen cuerpo, su talón de Aquiles seguía siendo el amor, pues no le terminaba de cuajar ninguna historia. Leyre era morena, con el corte de pelo bob, como Victoria Beckham cuando estaba en las Spice Girls, los ojos castaños y unas pestañas larguísimas. Era alta y delgada y siempre vestía muy elegante. Ese día llevaba una camiseta de rayas marineras, un pantalón blanco y unas sandalitas del mismo color.

Inma es más reservada, vive más al día, si le apetece (y puede) salir, lo decide en el último momento. Tiene ascendencia asiática y eso le da un exotismo muy especial. Tenía entonces el pelo muy largo y de color castaño avellana, los ojos marrones rasgados y es de estatura media y más delgada que Leyre y yo. Le gustaba mucho ir con ropa ancha porque se sentía más cómoda. Inma ligaba muchísimo, pero aunque era una romántica empedernida, el amor verdadero también se le resistía. Aquella tarde en la plaza de Chueca parecía una muñequita entre la multitud, con una blusita blanca, un pantalón ancho de color negro y unas sandalias también negras.

Manuel físicamente era un chico muy normal. Tenía el pelo rubio, muy cortito, ojos claros, gafas, era más bien bajito y no tenía cuerpo de gimnasio. Esa tarde se había puesto su mejor camisa, una azulita de marca que le había regalado su abuela el año anterior, y unos vaqueritos apretados para marcar culito. Y se había echado la colonia buena, porque olía muchísimo mejor que en el día a día en la oficina.

Manuel trabajaba conmigo en la agencia, aunque no era periodista, era administrativo. Era una de las personas más inteligentes que conocía, pero le podía lo gruñón que era. No soportaba que gritásemos, que hablásemos mucho, que fuéramos indecisas, que llegásemos tarde, que le llevásemos la contraria... Y siempre nos decía a la cara lo que pensaba, algo que me parece positivo, no soporto la falsedad y la gente que habla por las espaldas, pero Manuel siempre estaba cabreado con nosotras.

A Manuel siempre le había gustado Leyre, pero ella no le correspondía, aunque le adoraba como amigo, pero eso a él le removía por dentro, y también hacía que se revolviera contra ella y le repitiera continuamente que nunca iba a conseguir un novio como ella idealizaba.

Nos compramos unas cervezas y nos sentamos en la plaza a beber. Esta estaba llenísima y era difícil encontrar hueco. Olía a calimocho y a orines en cada esquina, lo cual era bastante desagradable. De las cervezas pasamos al ron con cola y ya recuerdo que nos entró una tontería muy grande y la risa floja. Nos dio por perseguir a Manuel y pegarnos como niños. Manuel me echó un cubata por encima y me quedaron los brazos pringosos y oliendo a garrafón, así que aproveché para buscar un baño, lavarme y volverme a perfumar como la diosa que me sentía en aquel momento. Cuando volví, Leyre y él estaban tirándose hielos, lo cual me pareció muy erótico y comencé a animarles hasta que terminaron dándose un beso.

— ¡Pero cómo voy a darle un beso a Manuel! Me resulta raro -decía Leyre.

— Pues tú imagínate que es como besar a un tomate -le animé.

Leyre comenzó a reírse y se dieron un beso fugaz que quedó muy divertido. Inma y yo lo grabábamos y vitoreábamos la hazaña, pero se quedó ahí, como un juego, y solo se ha vuelto a comentar posteriormente en algún momento de contar batallitas entre cañas.

Manuel se fue pronto y nosotras tres decidimos movernos a Callao, donde había conciertos. Lo bueno de esas fiestas es que continuamente pasaban vendedores de latas y te salía baratísimo beber. De hecho, había más gente fuera que en los bares.

Sobre las 21.00 horas recibí una llamada que no me esperaba. Era Javi, el amigo de mi ex, Sergio, el que mejor me caía y prácticamente el único con quien tenía trato desde que rompimos hacía unos meses.

— ¡Irati! -me habló al otro lado del teléfono-. ¿Estás por Chueca? Estoy por Callao con mi novia y me he acordado de ti porque siempre lo das todo en estos días.

A él le pasaba como a mí, que le encantaban esas fiestas. Incluso le hacían sacar a la loca que llevaba dentro, sacando sus bailes más amanerados y moviendo el culo como una Drag Queen. (Y a mí me ponía sobremanera verle bailar como si nadie le estuviera viendo).

— ¡Yo también estoy en Callao! -contesté. Nos vemos.

Javi era una persona a la que me encantaba ver y que me hacía sentirme de buen humor. Era muy divertido y nos entendíamos mucho. Cuando yo salía con su amigo, me encantaba que quedáramos con él. Sergio incluso había sentido celos en alguna ocasión de él porque estábamos mucho rato juntos, pero es verdad que nunca había sentido nada más por él que cariño y simpatía. Físicamente sí que me atraía bastante. Era algo más alto que yo, moreno de piel y de pelo, los ojos grandes y oscuros, la boca súper carnosa... Y de cuerpo delgado pero marcado de gimnasio. Un bombón de chocolate, vamos. No voy a negar que algún día me había quedado embobada mirándole en la discoteca mientras bailaba, pero jamás pensé en tener nada con él.

Le vi acercarse de lejos entre la multitud. Con su sonrisa, sus vaqueros rotos, su camiseta pegadita y su gorra. Como si fuera un veinteañero. A su lado su novia, Laura. Que no es por nada, pero no me pegaba nada para él. Físicamente era bajita y normal, era mona, pero me parecía muy calladita y sosita, aunque tampoco la conocí mucho. Junto a ellos también iba otro chico que yo no conocía de nada y parecía el típico acoplado. Era bajito y tenía rasgos ecuatorianos. Hicimos las presentaciones y nos dirigimos hacia otro lugar donde poder beber y sentarnos. En ese momento Inma y Leyre anunciaron que se iban.

— ¡No, por favor! -les imploré que se quedaran porque a mí no me apetecía nada irme, pero tampoco me apetecía estar con una pareja y el amigo acoplado.

— Sí, nos vamos que mañana madrugamos -dijeron mis dos amigas casi al unísono.

— Y yo también. Venga vamos a tomar la última -pedí en un último intento de no quedarme sola ante lo que imaginaba, pero no hubo manera de convencer a mis amigas, así que pensé para mis adentros “Una y me voy”.

Nos compramos unas latas de cerveza (no sé cuántas llevaba ya) y nos sentamos en una parada de autobús. Lo de sentarse en un banco era misión imposible porque la calle seguía siendo un hervidero de gente.

Me senté al lado de Javi, lo más cerca posible para que no se me arrimara mucho su amigo. Sorprendentemente, mi amigo me puso la mano encima del muslo, en un gesto de hermandad, o eso supuse, y me percaté de que estaba más cerca de mí que de su novia, a la que tenía al otro lado.

— ¿Desde qué hora llevas por aquí? -me preguntó Javi.

— Desde las cinco y media. Me vine directa desde la oficina.

— ¿Y de qué trabajas? -se interesó el amigo de Javi, que se llamaba Jesús, creo.

— Soy periodista, trabajo en una agencia de prensa. ¿Y tú?

— Yo soy camionero y trabajo para un matadero. Llevo los animales al matadero.

Creo que en ese momento se me bajó todo el alcohol a los pies y quería salir de allí corriendo antes de comenzar una fuerte discusión y decirle que era cómplice del asesinato de cientos de animales, ya que les llevaba directamente a que los mataran.

— Es que Irati es Vergana -explicó Javi al verme que estaba pensando antes de hablar-. Y sí, lo dijo con “r” en medio por hacer la gracia.

— ¿Vergana? - se extrañó Jesús.

— Sí, la única carne que come son vergas.

— Idiota -le dije mientras le daba una colleja.

— ¿Ah sí? -Se levantó y me cogió en volandas, como si fuera un saco de patatas por encima de su hombro.

— Suéltame que se me sube el vestido.

— Ahora te tiro al suelo.

— ¡Ay, que no!

Tuvimos unos segundos de tonteo en los que se nos olvidó que estaban allí su novia y su amigo el matapollos. Cuando por fin me soltó me senté, me estiré el vestido, carraspeé y me dispuse a empezar el debate sobre veganismo, dirigiéndome especialmente a Jesús.

— Soy vegana y antiespecista. Esto quiere decir que no discrimino unas especies de otras y considero que ninguna está por encima y cada animal está para vivir su vida, no para que los utilicemos, nos los comamos, ni los matemos, para nada. Se puede vivir perfectamente sin explotar a los animales no humanos. Igual que no nos comemos a un perro o un gato no tenemos porqué comernos una vaca o un cerdo, ya que sufren y sienten igual.

Y ya comenzó la cadena de preguntas absurdas y de razonamientos egocentristas que las personas especistas utilizan para justificar que no quieren dejar de comer animales o de utilizarlos para otros fines. ¿Y qué comes? ¿De dónde sacas las proteínas? Las proteínas animales no son igual que las vegetales. Pero... si dejamos de consumir animales se extinguen. Los leones comen otros animales. ¿Y tampoco comes queso? Los animales se han comido de toda la vida. Mi abuela mataba pollos en el pueblo porque no tenían otra cosa... ¿Y los niños de África no te preocupan?

— ¿Y habéis probado poneros en la piel de los animales? Es tan fácil como eso –sentencié-. Miré el reloj y eran ya las dos de la mañana. Al día siguiente trabajaba, por lo que decidí poner punto y final a la tertulia y retirarme para casa.

— Una cerveza más -me pidió Javi.

— Pero una sólo -acepté-. Nos compramos más bebida, seguimos charlando de temas más distendidos que el especismo y, cumpliendo con lo hablado, tras terminar mi cerveza volví a anunciar que me iba.

— Nos tomamos la última en tu casa -pidió Javi esta vez.

Y yo, por mucho que le gustase la carne y se la suden los animales, no podía negar nada si me lo pedía con esos ojazos, esa boquita y ese olor tan rico que tenía.

Y para mi casa que nos fuimos. En el coche de Laura que, por cierto, no había estado muy habladora durante toda la noche.

Yo vivía desde hacía dos años en uno de los barrios de la periferia de Madrid: Villaverde. Un barrio obrero donde el alquiler era más barato y estaba bien comunicado con el centro por metro y bus. Compartía piso con dos amigos, David y Aritz, aunque por esa casa había pasado ya mucha gente. David comenzó conmigo la aventura de compartir en aquella casa en la que en verano te asabas y en invierno te congelabas. Solo nos conocíamos de vista, por amigos en común, pero yo quería irme de casa de mis padres y él tenía que irse de donde estaba, así que junto con otra compañera escogimos aquel piso. Era grande y luminoso, estaba en una zona tranquila y tenía una terraza muy amplia donde salir a fumar y a cenar en verano. No nos dejaban tener animales, pero como no lo dejaron por escrito en el contrato, vivíamos con seis gatos y dos perros. David se había convertido en mi mejor amigo. Era esa persona a quien abrazar cuando llegaba a casa, con quien compartir nuestras alegrías y penas, con quien poner doble ración de lo que cocinara. David era y es un pilar fundamental en mi vida.

Aritz llegó un poco más tarde, ya le conocíamos por temas de activismo y dio mucha diversión a la casa. Antes vivía en Bilbao, de donde es oriundo, pero vino a Madrid en busca de un trabajo mejor. Aritz es borde en principio, pero tiene muchas ocurrencias y gracias que te hacen reír (y quererle). Es más suyo que David y le gustaba más mantener su espacio, por eso procuraba no molestarle por muy mamada que llegara a casa.

Tanto David como Aritz eran (y son) muy atractivos. Los dos altos y con cuerpo definido. David tenía el pelo largo y castaño y los ojos azules. Aritz el pelo moreno y por aquel entonces tenía una cresta con las puntas verdes muy punkarra, y también tenía los ojos claros.

— No hagáis ruido -dije a Javi, Laura y Jesús al entrar en mi piso, sin darme cuenta de que no estaba modulando para nada la voz siendo la hora que era.

Laura y Jesús se sentaron en una silla en la mesa del fondo del salón, Javi se tiró en el sillón y yo fui a buscar bebida a la cocina. Las cervezas que había eran de Aritz, por lo que ya podía pasar por el super nada más llegar de trabajar al día siguiente o habría movida.

Volví al salón con los litros bien fríos y me senté en el sofá junto a Javi, quien estaba jugando con uno de los gatos y haciéndose selfies con él.

Sentí la necesidad imperante de buscar a David y que se viniera a beber, olvidando que se tenía que levantar en unas horas para ir a trabajar (creo que olvidé que yo también trabajaba).

David abrió un ojo y me maldijo entre dientes.

¿Pretendes que me levante ahora para salir a beber con gente que no conozco de nada?

— Sí. Me conoces a mí. Por fa.

Salió de la cama sin ropa (como solía dormir), se puso una camiseta y un chándal, sin zapatillas porque siempre iba descalzo y me siguió afuera.

David y yo nos sentamos en la mesa junto a Laura y Jesús (creo que mi subconsciente hizo sacar a David de la cama para sentarme con él y no con Javi) y decidimos jugar a un juego de mesa.

Aritz se terminó despertando porque gritábamos mucho y salió a decirnos que nos calláramos.

— ¿Pero qué coño hacéis, payasos? Que no me dejáis dormir.

— ¡Aritz! -Me levanté enérgica y fui a abrazarle.

— Quita, gilipollas.

Se sentó en una silla y se sirvió una cerveza.

— Es que ya os vale, vaya horas de hacer una fiesta -protestó Aritz.

— Ha sido improvisado lo de venir aquí -le expliqué-. Estábamos en el Orgullo y decidimos venir a tomar la última.

— Y a despertar al pringado de Aritz.

— A mí también me han despertado -protestó David-. Y encima peor, que Irati ha entrado en mi habitación para que me levantara.

— Si es que esta chica tiene una costumbre de molestar y de entrar en las habitaciones que no es normal -Ya le había cambiado totalmente el humor y se dirigió a todos los que estaban en la casa-. No va una noche que yo no estaba en casa y se va a dormir a mi cama, la notas. Y anda que me pide permiso o algo, que me di cuenta porque se dejó una pinza del pelo en la mesilla.

— Tenía frío en mi habitación porque estaba estropeado el radiador... -me expliqué.

— Y cuando entras a robarme tabaco o mecheros también se te ha estropeado el radiador. Bueno, que eso me lo hacen los dos. Y es que por más que les digo que me jode que entren en mi habitación se la suda. Yo no sé cómo les aguanto, colega.

Aritz se sirvió más cerveza y se terminó la botella.

— Tengo unas cervezas en la nevera. ¿Irati, las traes? Que estoy muy cansado... -pidió Aritz.

— Son estas... -confesé.

— Vete a la mierda. ¡Que no cojas mis cosas sin permiso!

— Mañana te las repongo -y me dejé llevar hasta la cocina.

Javi vino detrás de mí.

Su olor penetró en toda la cocina. Olía aún a recién bañado y a su colonia. Me cogió por la cintura desde atrás y me apretó contra él.

— Irati, qué bueno habernos visto.

Cerré los ojos para sentirle más. Tenía unas ganas enormes de besarle, pero su novia estaba ahí fuera y no sería buena idea.

Me aparté de él suavemente y saqué más litronas del frigorífico antes de salir corriendo de la cocina.

Una media hora después, fue Laura quien anunció la retirada. Aritz se fue a la cama. David se encendió un último pitillo y yo fui a la puerta a despedir a mis invitados. Laura y Jesús bajaron primero y Javi se quedó apoyado al marco de la puerta. Mirándome. Y me dio un beso en los labios antes de bajar escopetado por la escalera.

Me quedé con cara de quinceañera ñoña y me dirigí a David.

— Me ha dado un pico al despedirse.

— Se le nota que le gustas. No paraba de mirarte -contestó mi amigo.

— Pero tiene novia. Es la chica que estaba ahí.

— Pues te miraba a ti -repitió David.

Yo suspiré, me tumbé junto a él en el sofá y nos quedamos dormidos.

2

No caerás en la tentación

A la mañana siguiente, el despertador de Sergio sonó a las 07.00 am, despertándole de su profundo sueño. Se desperezó, se tomó una ducha y se sentó a tomar un café antes de irse a trabajar. Mientras, cogió su móvil para leer los mensajes que le habían llegado esa noche. Tenía un grupo con sus amigos y había en él bastantes comentarios y fotos.

— La madre que lo parió -exclamó mientras veía las fotos-. Yo le mato.

Javi había compartido fotos con Negrito, mi gato, y de vasos de cerveza, mientras sus amigos intentaban adivinar de quién era ese gato y esa casa en la que se encontraba. Él no dio explicaciones, solo quería fastidiar a Sergio. Los motivos aún no los sé...

Sergio le escribió por el mismo grupo, sin pensar la que podía liarse, en lugar de hablar con él por privado.

“¿Qué coño haces tú en la casa de Irati? Te la has follado, ¿no? ¿Es que no hay más mujeres en el mundo?”.

Se fue a trabajar a la fábrica y pasaron horas hasta que Javi, que estaba también trabajando en un bar, leyó el mensaje, y la tormenta de críticas hacia mí y él que provocaron sus amigos.

“No he estado con ella. Me la encontré de fiesta y fuimos a su casa a tomar algo. Estaban también Laura y más gente. No pasó nada”.

“No te creo. No me puedo creer que me hagas esto” -contestó Sergio.

Yo pasé el día con una resaca espantosa que me daba ganas de hacerme invisible, escondiéndome tras el ordenador y escribiendo lo que pude, que no fue mucho, porque tenía la mente bastante espesa y mucho sueño. Ocho horas que se hicieron largas como dieciséis, pero por fin me pude ir a casa.

Tenía que pasar por el súper a reponer las cervezas que nos habíamos tomado de Aritz, y una palmera de chocolate de paso, que me ayudara a liberar unas pocas endorfinas, porque el beso de Javi, más que placer, me provocó inquietud.

Entré en casa y me recibieron el regimiento de gatos y los perros, Rosita y Kiko. Rosita es una galguita que habíamos adoptado hacía poco y Kiko un podenquito la mar de salado que teníamos en acogida y buscaba familia. Decidí bajar con estos últimos a dar un paseo. Hacía un calor de mil demonios pero me apetecía andar y tenía un lago al lado en el que los niños se podrían refrescar un poco.

Alguien rompió mi calma de ver correr a los perros y disfrutar de mi palmera de chocolate.

— ¿¿Tía qué has hecho?? -gritó una voz femenina al otro lado del móvil.

Era Irene, una amiga de Sergio y Javi.

— ¿Qué dices? Yo no he hecho nada.

— Javi y Sergio están que se matan por el grupo. Javi ha pasado la noche contigo... Y no me lo niegues porque hay fotos.

Yo comencé a sudar como un obrero en agosto. ¿Habría sido tan imbécil de decir que nos habíamos besado? Pero si fue él quien me robó el beso, y solo fue rozar los labios. O peor... ¿Y si se ha inventado que nos habíamos acostado?

— Salimos por el Orgullo pero estábamos con más gente. Estaba su novia, Laura. Yo no he hecho nada, tía -me defendí.

— Pues se están peleando por tu culpa. ¿Tú para qué quedas con él? Sergio no está molestando a tus amigas.

¿Pero podría tener menos sororidad la loca ésta? “Pues igual que me llevo bien contigo, me llevo con él, aunque él tenga pene y tú vagina”, pensé.

No quería seguir discutiendo y colgué sin despedirme.

Me volví a casa esperando que alguno de mis compañeros hubiera llegado ya. Necesitaba contarles lo que acababa de oír.

Y ahí estaba David, descalzo y sin camiseta, con unos bermudas rojos muy hippies, sentado en una silla, fumando y mirando el móvil.

— Hola, Irati. ¿Qué tal el día?

— A trompicones.

Me dejé caer en una silla y abrí una bolsa de pipas que había en la mesa.

Me ha llamado una amiga de Sergio y Javi diciéndome que se están peleando por mí. Que se ha liado porque anoche vino éste.

— Pelea de machos -rió David.

— ¡Pero si no pasó nada!

— Bueno, a saber qué ha contado Javi. Yo no me fio nada de él.

— No sé... Dice su amiga que hay fotos. Pero yo no me hice ninguna foto con él. O al menos que recuerde.

— Quizá a Sergio le molesta el simple hecho de que os veáis. Porque en su mente machista si no estás en su vida ya, no puedes estar en la de sus amigos...

— Es que no sé para que se lo cuenta el otro, qué pocas luces...

— Yo creo que tienes que pasar de los dos. Por muy bien que te caiga Javi, pero te va a meter en un lío.

— Pues sí... Me voy a echar la siesta, que estoy que no puedo más.

— Vale, yo voy a comer que aún no he comido... Esta noche salimos, ¿no?

— Si me levanto, sí.

Dormí unas tres horas como una bendita y cuando me desperté se oían voces en la casa. Me esperaba otra noche de alcohol y fiesta, pero esta vez era viernes y no tenía que madrugar al día siguiente.

Salí de la habitación tal cual, en pijama y despeinada, y me asomé al salón a ver quién había venido.

David y nuestros amigos, José, Ana y Lara reían y bebían en el salón.

José y Ana eran pareja y eran muy amigos míos y de mis compañeros de piso. Eran también veganos y con ellos habíamos compartido muchas tardes y noches de activismo, y también de risas y de llantos. Ana todo lo que tenía de pequeña, con su metro cincuenta, lo tenía de valiente. Le daba igual tenerse que pegar con quien fuera por defender sus derechos o los de los más oprimidos, ya sean animales, mujeres u otros colectivos. Llevaba con José desde que el mundo es mundo, desde adolescentes y eran una de las parejas más bonitas que he conocido en mi vida.

A Lara hacía menos que la conocía, pero la noche que la vi por primera vez fue tan surrealista y conectamos tanto que supe que seríamos amigas para siempre. Lara era muy sensible, como yo, y a veces le gustaba estar en su mundo piruleta y no socializar demasiado, pero ese día quería beber y bailar. Se había puesto un vestido, algo a lo que no acostumbraba y se había pintado como una puerta. Se había alisado su larga melena roja y dejado los complejos en casa. Lara a veces se rayaba por su físico porque vivimos en una sociedad gordófoba y eso le hace sentirse mal.

Ana era tan guapa que no le hacía falta arreglarse. Sólo se pintaba la raya del ojo y se dejaba su pelo larguísimo suelto. En verano siempre llevaba vaqueritos cortos y camisetas de tirantes, ese día la llevaba negra.

Me alegré muchísimo de verles a los tres y les abracé con fuerza.

Después de ponernos al día en cotilleos y novedades sobre el gueto vegano y planear unas cuantas maldades, decidimos ir a Chueca a darlo todo.

Ana y Lara me acompañaron a elegir la ropa y a maquillarme y tras una hora más, estábamos listas para ser las reinas de la noche. Me puse unos vaqueritos cortos y un top blanco, cual teenager, y me dejé el pelo suelto, que aún me duraba liso del día anterior.

Hasta ese momento no me había vuelto a acordar de Javi, cuando, de repente, me sonó un mensaje.

“¿Qué vas a hacer hoy, Irati?”

Era él. Me temblaron las piernas y casi me caigo por las escaleras, pero volví a guardar el teléfono en el bolso e hice como si ahí no hubiera pasado nada.

“Te la va a liar”, me repetí evocando las palabras de David esa misma tarde.

Fuimos a la plaza de Chueca a beber, y de repente nos juntamos con un montón de gente conocida más y formamos un grupo enorme.

Y en medio de tanto gentío y desmadre les vi pasar de lejos: A Sergio, a Javi, a Irene y a su novio Juan. Laura no estaba.

Busqué a David con la mirada y le dije:

— Mira esos idiotas van juntitos ahora.

Entonces David me llevó a un lugar más apartado y me dijo que quizá estaban todos compinchados para ver mi reacción, que querían ponerme a prueba o reírse de mí.

Escuchar esas palabras dolía, pero era perfectamente posible, puesto que ellos eran amigos desde hacía muchos años y yo era la ex de uno y del otro no era realmente nada.

— Tienes a mucha gente que te quiere, Irati -me dijo David cariñosamente-. Y recuerda que en una semana nos vamos de vacaciones a Barcelona y a Ámsterdam.

— Siiiiiiiiii -grité con emoción. Y nos fundimos en un gran abrazo.

David y mis demás amigos hicieron que esa noche estuviera siendo perfecta y que yo me empoderara y viera que no necesitaba tener a ningún hombre en mi cabeza. ¡Estaba soltera y ese iba a ser el mejor verano de mi vida!

Y tan contentas íbamos, saltando y bailando por plena Gran Vía, que Lara se cayó y se quedó inmóvil.

Al principio creíamos que no tenía nada, pero cuando se intentó levantar le dolía mucho un pie. Así que llamamos a la ambulancia para que se lo miraran bien. Ella rompió a llorar como una niña, decía que de no haber sido gorda no se habría caído, pero es que con su peso no podía hacer el tonto. También decía mientras se aspiraba los mocos que unos chicos que pasaron en el momento de la caída se rieron de ella. No había manera de consolarla y cuando llegaron los médicos aún seguía a lágrima viva. Tenía un esguince. Así que paré un taxi y me fui con ella a su casa.

Pasé dos días en casa de Lara porque, aparte de haberse hecho un esguince en el tobillo, estaba con bastante ansiedad.

No paraba de decirme que si estuviera delgada como yo, no se habría caído, y eso no era cierto porque yo también he tenido esguinces y soy torpe como un pato mareado y me he caído muchas veces.

Pero yo no había sufrido nunca gordofobia y ella sí, así que ella tenía sus motivos para pensar así, aunque me sabía fatal verla mal y no poderle ayudar.

Además, tenía que volver a casa porque tenía que cambiarme de ropa y atender a los animales, aunque estaban David y Aritz, pero yo sabía que nadie les cuidaba como yo, sobre todo a los perros.

Estaba muy excitada porque en pocos días llegaban mis ansiadas vacaciones y me puse a revisar en el armario la ropa que me iba a llevar. Barcelona y Ámsterdam me esperaban e iría con algunos de mis mejores amigos y amigas: David, Ana, José y otra chica que se llamaba María, que entonces también era bastante amiga mía.

Este verano estaba para gozármelo. Para conocer sitios nuevos, reír, salir, bailar, ir a la playa... No quería oír ni hablar de chicos. La verdad que se estaba muy a gusto soltera. Podía hacer lo que me diera la gana sin dar explicaciones a nadie.

Me gustaba mi vida en esos momentos. Soltera, independizada, con un trabajo que me gustaba y rodeada de personas bonitas.

Y entonces me llamó él...

Se lo cojo o no se lo cojo, pensé. Se lo cojo.

— ¿Qué tal Irati?

— Hola Javi... Muy bien... Estoy preparando las maletas para las vacaciones. Me voy el viernes.

— ¿Ah sí? Qué bien vives.

— Se hace lo que se puede -reí.

— ¿Y con quién te vas?

— Con David, mi compi de piso, María y otra pareja.

— ¿Quién es María?

— La que te hizo un instinto básico un día que terminamos desayunando en su casa.

— Uf... ya me acuerdo. Sí, en Halloween, ¿no? Que iba vestida de vampira, jajaja.

— Y sin bragas...

— Me lo vas a decir a mí que se descruzó de piernas en toda mi cara...

— Jajaja. Y Sergio diciendo que llevaba las bragas negras.

— Imágenes muy duras, Irati. Bueno, y ese David... Yo he oído rumores de que estáis juntos.

— Bueno, la gente habla mucho.

— Sí... ¿pero es verdad?

— ¿Por qué te interesa tanto? ¿Estás celoso?

— ¿Yo? Por favor. El que anda celoso es tu ex. Y no sólo de tu compañero, sino también de mí. Se cree que pasamos la noche juntos el día que fui a tu casa.

— Pues el otro día os vi juntos por Chueca.

— Sí, salimos ese día, y no sabes la turra que me dio. Estoy por decirle que es verdad y que me deje en paz.

— Pues díselo, sí -en ese momento tuve la necesidad de que estaría bien hacerle creer que era verdad para hacerle de rabiar.

— No... me odiaría. Y a ti ni te cuento.

— A mí ya me debe de odiar.

— ¿Y sí quedamos de verdad? -me dijo a quemarropa-. Total, ya lo piensan siendo mentira.

— ¿Estás de coña, no?

— No. Me gustaría tomar algo contigo. Los dos solos.

— ¿Y Laura?

— Pues... es que creo que la voy a dejar, porque no estamos muy bien.

— Pues cuando la dejes hablamos.

— ¿Cuándo vuelves de vacaciones?

— Ya en agosto. Me voy todo lo que queda de mes.

— Y en agosto me voy yo un mes a Perú a ver a mi familia.

— Pues nos vemos en septiembre ya si eso.

— Sí. Te iré escribiendo.

— Vale. Bueno, te dejo que me tengo que ir.

Sentí una punzada en el pecho al colgar. Javi tenía algo que me arrastraba hasta lo prohibido. Sí, quería enredarme en su cuerpo. Quería compartir con él aunque fuera una noche y correrme entre sus piernas una y otra vez.

Pero, no, no era buena idea. Tenía hasta septiembre para olvidarle, cuando los dos volviéramos de nuestras respectivas vacaciones y me volviera seguramente a llamar.

3

Un verano para mí

María se despertó a las seis de la mañana. Me pegó un codazo:

— Vamos, puta, despierta. Hay que salir temprano para no pillar caravana.

Se había quedado a dormir en mi casa para salir todos juntos de viaje. David dormía en su habitación y Ana y José en el salón. En el sofá cama en el que siempre dormía Rosita bien estirada.