Turismo de oficina - Benito Rottweiler - E-Book

Turismo de oficina E-Book

Benito Rottweiler

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Beschreibung

Turismo de oficina era la actividad que practicaban mis colegas empleados de la empresa en la que trabajaba y que nunca estaban ahí. Tenían un despacho con su nombre, un escritorio y una conexión telefónica, pero la mayor parte del tiempo andaban de viaje por el país visitando clientes. Algunos de ellos dedicaban una buena porción del año a viajar de una ciudad a otra para atender sus carteras o en reuniones de negocios. Gerentes, vendedores, técnicos o mercadólogos podían llevar a cabo este tipo de turismo, una vida exigente debido a la frecuencia de los traslados, pero también muy interesante. Yo fui un turista de oficina por más de veinte años. Se trató de una aventura a muchos niveles y en diferentes contextos. En este libro invito al lector a compartir mis veinte años de turista de oficina recorriendo lugares fantásticos, probando comida exquisita y exótica y conociendo culturas y rituales inolvidables.

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Benito Rottweiler

Turismo de oficina

Relatos cortos por un viajero frecuente

Ilustraciones por Mario Álvarezbusinesstripmeal.com

© 2023. Senda florida

España

ISBN 978-84-19596-56-7

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización previa de la editorial o de los titulares de los derechos.

Turismo de oficina era la actividad que practicaban mis colegas empleados de la empresa en la que trabajaba y que nunca estaban ahí. Tenían un despacho con su nombre, un escritorio y una conexión telefónica, pero la mayor parte del tiempo andaban de viaje por el país visitando clientes. Algunos de ellos dedicaban una buena porción del año a viajar de una ciudad a otra para atender sus carteras o en reuniones de negocios. Gerentes, vendedores, técnicos o mercadólogos podían llevar a cabo este tipo de turismo, una vida exigente debido a la frecuencia de los traslados, pero también muy interesante. Yo fui un turista de oficina por más de veinte años. Se trató de una aventura a muchos niveles y en diferentes contextos. En este libro, presento algunas de las historias vividas durante ese período como viajero.

Índice

Primera parteTurismo de oficina

1 Preludio | 8

2 Un trabajo de verdad | 13

3 Norte de la Ciudad de México | 21

4 Teléfono celular, computadora, tarjeta de crédito y automóvil | 26

5 Primer viaje a Puebla | 29

6 Primer almuerzo de trabajo | 33

7 Cuautla, primera reunión general de ventas | 37

8 La ronda de presentación: Sevillita en Detroit | 46

9 Barbacoa de Santiago, restaurante Los Laureles y los tacos de Muerte Lenta | 52

10 Ascensorista en la Torre de Babel | 58

11 American Dinner | 66

12 El ñu cruzando el Nilo | 71

13 Benito Rottweiler contra los cazadores de cabezas | 75

Segunda parteLecciones y consejos par a compartir la mesa con los jefes

1 Primera entrevista para un trabajo en Europa | 87

2 Cena intimidante con el futuro jefe | 90

3 Desayuno con un rebelde | 93

4 Gira gastronómica con un crac | 96

5 El que sirve a dos patrones no hace feliz a ninguno | 99

6 Torre de control llamando al gran jefe | 102

7 No pregunte al chef. ¡Pregunte al jefe! | 105

8 “Sepa cuándo ser grande y cuándo no ser pequeño” (Zig Ziglar) | 107

9 Un sándwich y un café para el gran jefe | 109

10 Vuelo barato y cena invaluable | 111

11 Siempre se aprecia a quien provee soluciones | 114

12 Comida tailandesa y una boda | 117

Tercera partePrejuicios acerca de las comidas en viaje de negocios

1 Clientes que piensan que tu invitación a comer es un cheque en blanco | 120

2 Colegas que piensan que todas tus comidas de negocios son bacanales | 122

3 Lo que tu esposa puede pensar sobre tus comidas en viaje de negocios | 124

4 ebitda, ¡te lo estás comiendo! | 126

5 La hora de la comida sigue siendo hora de trabajo | 128

6 Puedes comer lo que quieras, estás de viaje | 130

7 Es posible comer saludable estando de viaje | 132

8 Un café normal | 134

9 Soporte técnico, “¿con tzatziki o sin tzatziki?” | 136

10 ¿Espresso? ¡Vamos, hombre, esto es Texas! | 139

11 Comida de negocios, tres niveles de sufrimiento | 142

Primera parte

Turismo de oficina

1Preludio

París por la tarde. Como cada viernes, voy a mis clases de guitarra. Conduzco el automóvil alemán que la empresa para la que trabajo me ha asignado como prestación con destino a Place d’Italie. Salgo de Courbevoie, paso por La Défense, tomo la avenida Charles de Gaulle y me dirijo a la entrada del boulevard Périphérique. En el reloj del tablero del auto, veo que dispongo de suficiente tiempo como para arriesgarme a atravesar París. El Périphérique es la opción rápida, pero la ruta turística es de lo más poética, aunque puede ser fatal si se tiene prisa. Por la radio, Rolando Villazón me anima: “¡Allons courage et confiaaaaaaanceeeee!”, así que me decido por rodear la Porte Maillot. La primera etapa de este paseo es el Arco del Triunfo, majestuoso, rodeado de gente que le toma fotos desde todos los ángulos. Con mucha precaución, entro a “L’Étoile”, rodeo el arco y me incorporo a la avenida des Champs-Élysées. Semáforo en rojo. Me detengo. Pasan los turistas de un lado al otro del vasto paseo: blancos, negros, morenos, amarillos, todos los colores del arco iris. Cuesta abajo, llego a la Place de la Concorde. El obelisco sigue ahí, entre las dos fuentes. Doy vuelta a la derecha, atravieso el puente de l’Assemblée Nationale. Ahora, vuelta a la izquierda y entro al boulevard Saint-Germain.

Como siempre, las calles están pobladas por automovilistas estresados, motociclistas estresantes, turistas distraídos, pero eso no importa. Esta ciudad, antes llamada Lutecia, es maravillosa. Su magia desafía los siglos, así como lo hace la velocidad de los vehículos en sus calles. Antiguamente, carretas jaladas por bueyes rodaban al mismo ritmo que se circula hoy en promedio. Si no se tiene prisa, estar atrapado en el tránsito de París es muy agradable, sobre todo si se puede escuchar ópera y conducir un automóvil alemán de lujo. Cada pausa en un semáforo brinda la posibilidad de descubrir un nuevo ángulo de la ciudad o de observar a los pasantes teniendo como escenario calles antiguas, animadas terrazas de cafés, monumentos históricos, arquitectura hausmaniana y puentes espléndidos. Llego con veinte minutos de adelanto, tiempo suficiente para tomar un espresso en el Canon de Tolbiac. En la barra, se habla de Sarko, de Zizou… El último sorbo. Tárrega espera.

Venecia por la noche. Mi avión de regreso a París despega dentro de tres horas. La reunión con el cliente terminó antes de lo previsto, pero no tan temprano como para cenar en piazza San Marco. En fin, hay momentos más duros en la existencia. Me conformaré con la Cucina Tradizionale Veneta da Vittoria, en Campalto, que se encuentra a un par de kilómetros de la terminal aérea. Hace dos meses, visité al mismo cliente y después de la reunión vi que tenía tiempo suficiente como para comer tranquilo antes de tener que ir al aeropuerto. Decidí explorar los rincones cercanos. Despreocupadamente, conduje por las calles que aparecían delante de mí buscando sin buscar, hasta que una repentina necesidad de orinar me obligó a encontrar un lugar donde resolver mi apuro. Me detuve en un estacionamiento frente a una pizzería. Ni hablar: un pedazo de pizza sería un almuerzo frugal, pero también un buen pretexto para usar el baño del establecimiento. Pequeña sorpresa: el lugar no tenía baños, así que decidí caminar confiando en tropezar con la salvación.

Al dar la vuelta a la esquina, me encontré con un pequeño letrero, Cucina Veneta. Entré al establecimiento. El restaurante estaba decorado con un estilo que mezclaba los elementos clásicos de la tradición italiana con elementos modernos: manteles de cuadros rojiblancos, vitrinas con botellas de vino, una barra de madera que contrastaba con la vajilla de diseñador y los cuadros abstractos con marcos estilizados que colgaban en las paredes. Buen gusto y dinamismo lado a lado. Los clientes, en su mayoría encorbatados, seguramente eran empleados de los negocios vecinos. Hablaban de Prodi, Totti… Un olor sutil a especias, ajo y cebollas me hizo salivar desde que entré, pero primero lo primero: una vez asignada mi mesa, escala técnica en el baño “e lavarsi le mani prima di mangiare”.

De regreso en mi mesa, disfruté una vez más del ambiente y de la atención de las agradables meseras:

—Il signore prende qualcosa da bere?

Pido una copa de nebiolo, una frizzante in bottiglia y, para matar el hambre, antipasti,escalopa di vitello y sorbetto al limone.

—Per finire café?

—Prego!

Polonia bajo la nieve. Me encuentro de nuevo à table cenando, esta vez en Katowice, con un colega responsable de ventas de la oficina local.

—¿El proyecto actual? —pregunto.

—Sí. ¿Cuál es el estatus?

—El cliente italiano aún no termina la homologación. Durante la última discusión en Roma…

—¿Qué ocurrió con la compra del material fuera de especificaciones? ¿Finalmente se trató con el cliente inglés?

—¿En torno a un fish and chips?

—No —dice mi colega riendo—. En esa ocasión, el vendedor necesitaba quedar bien con el cliente, y el comprador era originario de Mumbai, así que conseguimos una mesa en el Jenas Tandoori de Peterborough y nos deleitamos con unos poppadoms con salsa de menta, chutney, ensalada de cebolla, Pure King Prawn,bhaji de cebolla como entrada. Los platos principales fueron todos de pollo: madras, tikka masala y tikka pathia… Una delicia.

Durante la cena, mi colega, en tono divertido, me pregunta si de repente comparto las anécdotas de mis viajes de negocio con mis amigos; no la parte del negocio en sí, sino las obligadas cenas lejos de casa en lugares como Roma, Milán, Fráncfort, Manchester, Lyon, Madrid, Barcelona, o situaciones como la cancelación inesperada de una reunión o una visita técnica, que obliga a pasar un día completo esperando el vuelo de regreso en alguna playa oportunamente localizada cerca del aeropuerto, recibiendo llamadas del jefe en el celular sin poder esconder el rumor de las olas. Digo que sí y, correspondiendo al tono burlón de la pregunta, comento que en muchas ocasiones los relatos son escuchados con incredulidad o envidia. Incluso se me toma por arrogante y presumido. Al contar todas las anécdotas, algunos amigos con trabajos “normales” o, mejor dicho, “estáticos”, que no se ven obligados a viajar, escuchan de mala gana y comparan mis frecuentes partidas con su rutinaria estadía en oficinas sin más ventanas que las de Bill Gates.

Yo disfruto maliciosamente de aquellas situaciones. Me gusta encadenar anécdotas ilustrando la loca secuencia de viajes y destinos. Suelo decir, por ejemplo: “Creo que nunca volveré a ese restaurante en Roma. El ambiente era de lo peor. La comida no estaba mal del todo, pero por esos precios… ¡por favor! Sin embargo, la semana pasada en Varsovia ocurrió algo de lo más singular. Los colegas americanos, franceses y yo fuimos invitados por el responsable de la sucursal a cenar. Había reservado mesa en un restaurante de comida internacional, el Grand Kredens. Cuando entramos al restaurante, lo primero que escuchamos fueron trompetas y violines. ¡Era un mariachi mexicano! Tres tipos que en apariencia podrían ser de mi familia, vestidos de negro con enormes sombreros y grandes sonrisas, se ganaban el pan tocando el violín, la trompeta, el guitarrón y cantando rancheras. Después de cenar, mientras los colegas remataban la gran comilona discutiendo y bebiendo licor, decidí aprovechar una pausa de los músicos para acercarme a saludar:

”—¿Qué tal, paisanos? ¿Qué hacemos tan lejos de la patria?

”—Pues aquí, ¡echando la polaca!”.1

2Un trabajo de verdad

Era octubre. No lo olvido. Después de pasar por un proceso de selección complicado y estresante, conseguí un empleo. No era mi primer trabajo. Antes, había sido ayudante de investigación. En la universidad, encerrados en un laboratorio, el anemómetro de hilo caliente y yo podíamos decir, sin temor a equivocarnos, lo que iba a suceder ahí los siguientes seis meses. Determinación de campos de flujo en cilindros de motores de combustión interna con vórtice inducido; mi labor era interesante, pero, a diferencia de los campos de velocidad, muy predecible y monótona. En un impulso por descubrir el mundo exterior, decidí buscar trabajo “en la industria”, un esquema común para un ingeniero mecánico con maestría en termofluidos, y ¡olé!

Un jueves, encorbatado y enzapatado, me presenté a mi primer día de trabajo en una empresa de la industria química. Atrás habían quedado los campos de flujo, los jeans y las camisetas de colores estilo Berkeley. En la recepción de las oficinas comerciales, otros tres nuevos “colaboradores” como yo esperaban, con cara de inocencia, a que sus respectivos jefes o secretarias de estos los recibieran o les autorizaran la entrada para poder incorporarse a la que sería, desde entonces en adelante, su labor productiva. Mientras esperábamos, los demás empleados iban llegando casi uniformados: los hombres iban con corbata, traje sastre, cabello corto, portafolios o portalaptop; las mujeres vestían traje sastre, falda bajo la rodilla, usaban el cabello recogido y calzaban tacón bajo. De repente, la recepcionista, una gordita rubia en la segunda mitad de los cuarenta, nos anunció que el responsable de recursos humanos nos esperaba para darnos la bienvenida antes de pasar a nuestras oficinas.

—Buenos días, muchachos. Bienvenidos a la empresa. Necesito un cigarro. Por favor, síganme a la terraza así les cuento acerca de algunos detalles y me fumo un cigarrito. Habrán de saber que en el edificio no se puede, por las nuevas leyes antitabaquismo. Bueno, en pocas palabras, todos entran a un período de prueba de tres meses. Si dan buenos resultados, se prolonga el período a otros tres meses. Si vuelven a dar buenos resultados, obtienen el contrato permanente. Si no dan buenos resultados, obtienen la puerta —rio efusivamente—, pero por supuesto confiamos en que los cuatro obtendrán su contrato definitivo. Bien, ahora cada uno pase a su oficina y preséntense con sus nuevos colegas: Benito, segundo piso, ala sur; Chayito, segundo piso, ala poniente; el Beatle y el Inspector Gadget, ala sur, pool de ventas.

Al salir del elevador, me estaba esperando el Piolín, gerente de ventas del producto S. Ya nos habíamos entrevistado durante el proceso de reclutamiento, pero él quería explicarme más a fondo acerca del funcionamiento de la empresa a nivel comercial: cuánto se vende, cuánto se quiere vender, cuánto se puede vender, cuánto nos dejan vender, cuánto venden los otros, cuánto, cuánto, cuánto. Durante una hora, escuché sobre las actividades comerciales de mi nuevo departamento. Luego, Piolín me presentó a la Cuquis, miembro del equipo al que yo pertenecía desde ese día.

La Cuquis me explicó rápidamente que nuestra labor consistía en dar soporte técnico a los clientes de la empresa que consumían los materiales que esta producía. Tal actividad requería de un buen conocimiento de la gama de productos, de visitas y viajes frecuentes a los lugares donde se encontraban las instalaciones de los clientes y de un contacto telefónico constante con la contraparte técnica. Para conocer la gama de productos y la forma de procesarlos, la Cuquis me facilitó media docena de folletos con todas las características de estos. Yo debía leer los folletos y tratar de memorizar la mayor cantidad posible de características de cada uno de los productos. Como herramientas de trabajo, se me asignaría una computadora portátil, un teléfono celular, una tarjeta de crédito corporativa y un automóvil. Se me explicó que el teléfono no se me asignaría aún, simplemente porque todavía no tenía contacto con los clientes, pero que la solicitud se había pasado al Departamento de Sistemas y que en cuanto llegara el equipo este se me entregaría. La computadora portátil no se había pedido, porque se me concedería la de un colaborador que debía dejar la empresa dentro de pocos meses. Por el automóvil, debía esperar a que transcurriera el período de seis meses de prueba y se confirmara mi contratación. Y como todavía no tendría que viajar demasiado, no se consideraba necesario tramitar mi tarjeta de crédito corporativa. Respecto a mi lugar de trabajo, por el momento debía conformarme con la mesa de reunión en la oficina del jefe, que según me enteré más tarde estaba ausente todo el tiempo, así que la asignación de objetivos esperaría a que pudiera reunirme con él. Este encuentro iba a tardar un par de meses, pues la agenda de mi superior estaba saturada, y él estaría de viaje visitando ferias, clientes, y dictando seminarios. “Este tipo no debe tener familia”, pensé. El hecho era que, si tenía suerte, lo vería algún día entre dos reuniones de trabajo antes de que tuviera que volver a partir al siguiente viaje de negocios.

Al final de esta introducción, la Cuquis me dijo que podía ocupar mi octante en la mesa redonda con ocho sillas y comenzar a leer los folletos. Ella pasaría por mí a la hora de comer para mostrarme cómo funcionaba el restaurante.

Ocupé mi lugar y me puse a leer los folletos. No sabía que esa lectura se iba a prolongar por tres meses. Todos los días llegaba al trabajo a las ocho y media, me sentaba allí y me ponía a revisarlos. Para las dos primeras semanas, ya los conocía de memoria, así que comencé a aburrirme y a tener malos pensamientos. En esa empresa no pasaba nada o no me necesitaban o a mí no se me ocurría qué hacer. Es difícil tomar iniciativas cuando no se conoce al jefe y nadie te explica qué se espera de ti; aún peor cuando se trata de tu primer trabajo en el mundo industrial.

Desde mi lugar, podía escuchar a los colegas en el pasillo. Discutían acerca de proyectos o recibían llamadas de clientes pidiendo precios. Había una voz que dominaba a todas las otras, la de la Serpiente, una colega responsable del contacto con los distribuidores, cuyos estridentes gritos se oían más fuerte que mis pensamientos. Creo que sin ella en la oficina de al lado hubiera tardado tan solo una semana en aprender la información técnica de los productos. A lo largo de toda la carrera, me tocó trabajar cerca de colegas como la Serpiente. Nunca entendí si realmente no se daban cuenta de lo molesto que resultaban sus gritos o si pretendían que los directores escucharan desde sus oficinas, seis pisos más arriba, que estaban trabajando con devoción.

Después de un mes y medio de lectura, vi que sobre los folletos se formaban pequeños charcos de cabello. Mi pelo comenzaba a llover sobre las hojas. También me dolía el cuello y parte de la nuca. Estaba empezando a tener una pequeña crisis de estrés generada por la falta de actividad y por la constate pregunta sin respuesta: “¿Y hoy? ¿Qué pasa hoy?”. Había conseguido el trabajo no sin esfuerzo y, por ser completamente inocente e ignorante en lo que respecta a buscar empleo, creía que si perdía esta oportunidad sería el fin del mundo. Como además se acercaba el término del primer trimestre de pruebas y yo solo había leído folletos, estaba seguro de que me pedirían que dejara la empresa y me recomendarían que me inscribiera en una biblioteca. Meses después, entendí que la espera en ese punto muerto era simplemente el efecto provocado por el terrible desorden y la falta de comunicación que habían acompañado nuestra contratación. Muchos de nuestros superiores no sabían qué hacer con los nuevos reclutas, que habían sido contratados en un mal momento tras un impulso del director general por ayudar al instituto donde fuimos formados y que era financiado en parte por la empresa.