Un accidente inesperado - Rosalie Ash - E-Book
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Un accidente inesperado E-Book

Rosalie Ash

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Beschreibung

Polly había preferido engañarse a sí misma pensando que Marco no asistiría a la reunión familiar en Toscana. Suponer que iba a volver a verlo después de cuatro años, y saber que le había ocultado la existencia de su hijo, la tenía en ascuas. Solo era cuestión de tiempo que él lo averiguara todo y exigiera conocer a su hijo. Cuando eso sucedió, resultó evidente que Marco no solo era el padre verdadero de Ben, sino el ideal. Marco, decidido a no perder a su recién encontrada familia, le propuso a Polly que se casaran. Pero ¿cómo podía casarse con Marco cuando sabía que él mantenía una relación secreta?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1998 Rosalie Ash

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un accidente inesperado, n.º 1393 - marzo 2022

Título original: The Ideal Father

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1105-559-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EN UNA SOLEADA ladera de la Toscana, la fiesta convocada para celebrar los bautizos estaba atestada de gente que generaba una atmósfera feliz. Polly se sintió tonta por haber dudado del calor que recibiría a su llegada.

Las dos cunas de mimbre se hallaban a la sombra de una glicinia junto a la pared de piedra de la casa. Polly se apartó el pelo del rostro y observó a los dos bebés de pelo oscuro. Mellizas. Las nuevas sobrinas de Marco. Ambas lucían unos vestiditos para el bautizo y tenían los diminutos pulgares metidos en la boca.

Mientras observaba, los párpados se movieron espasmódicamente, para volver a relajarse. Unos deditos se doblaron y se quedaron quietos otra vez. Seguros en sus pequeños mundos. Sus rasgos y la tonalidad de su piel tenían un aire familiar; hicieron que pensara en Ben de bebé. Sintió un nudo en el estómago. Con silencioso sobresalto reconoció que ése era precisamente el motivo por el que había ido.

No podía fingir que simplemente había acatado la presión de su padre para viajar a Italia. Cierto, éste había ejercido una presión inusitada para que aceptara la invitación de los Daretta al bautizo… sospechaba que en su mayor parte para demostrar que los Hamilton ingleses y los Daretta sicilianos, dos partes de la misma familia, al fin se habían reconciliado. Y como el único Daretta con el que tenía algún problema era Marco, y su hermanastra Sophy le había dicho que estaría ocupado en un juicio en Londres, acordó ir.

Pero, ¿a quién quería engañar? Dejando a un lado cualquier intención noble, los motivos por los que estaba presente eran emocionales, muy personales y en absoluto racionales. Marco Daretta era el tío de las mellizas. Sucumbir a la súplica de su padre por la unidad familiar había sido una simple excusa para ceder a la tentación de verlas, torturarse y, en secreto, comparar notas…

Miró con ternura a las pequeñas dormidas. La hermana de Marco, Marietta, era medio inglesa, como él, pero su marido era italiano, por supuesto. Se acercó un poco más. ¿Los bebés habían heredado los asombrosos ojos azul oscuros de los Daretta? Imposible verlo en ese momento. Sus pestañas tupidas eran de un negro azabache.

—Polly.

Ante el inesperado sonido de la voz ronca de Marco se sobresaltó, como si la hubieran descubierto haciendo algo que no debía. De inmediato, se enfadó consigo misma. Se esforzaba al máximo para no volver a experimentar culpabilidad.

Se irguió y giró, apartando el pelo rubio de su rostro. Requirió una gran dosis de autocontrol mantener una expresión educada y serena al mirar al hombre que tenía a su lado. Pero hablar parecía temporalmente imposible. Sólo lo observó, con el corazón desbocado.

—¿No vas a saludarme?

Tenía unos ojos extraordinarios. Profundos bajo unas cejas espesas. Los iris eran de un brillante azul oscuro que siempre le recordaban a Polly una tinta indeleble, del tipo que usaba su padre en el despacho y que venía en frascos de cristal. Se humedeció los labios y carraspeó.

—Hola, Marco.

—Al fin volvemos a vernos. ¿Cómo estás? –la evaluó de arriba abajo.

Si hubiera estado preparada para eso… Había repasado muchas veces su encuentro con Marco durante los últimos cuatro años. En un par de ocasiones estuvieron a punto de verse, pero en cada una ella perdió el valor y se inventó excusas para cancelarlo en el último minuto. No sabía cómo iba a reaccionar al verlo.

Tenía el pecho atenazado por el pánico. La suave brisa le agitaba el pelo, y seguro que su traje de algodón de color ladrillo estaba arrugado por el viaje. Notó que detenía sus ojos en la ceñida falda por encima de las rodillas y en los zapatos de ante con un tacón que elevaban su metro sesenta en siete centímetros. Cuando alzó la vista a la discreta sugerencia del escote de su chaqueta de manga corta, Polly sintió que su cuerpo la traicionaba reaccionando con un nudo en el estómago y con la contracción de las aureolas alrededor de los pezones.

Se sentía incómoda bajo el atento escrutinio de Marco, ya que siempre imaginaba que debía compararla con Sophy y, si pensaba alguna vez en ella, comprendería la copia pálida e inferior que era ante el abrasador encanto de su hermanastra.

Sophy y ella compartían unos rasgos similares… por pura coincidencia, ya que no eran parientes sanguíneas, y una descripción de ambas sobre el papel sería muy parecida: tez blanca, anglosajonas, ojos azules y pelo largo y rubio. Incluso sus características físicas podían sonar idénticas: nariz corta y ligeramente respingona, boca sensual y complexión ligera. Pero en persona esas similitudes se desvanecían.

Sophy poseía ese elusivo «algo» que enloquecía a los hombres. Su figura exhibía más curvas, era mucho más alta y su seguridad sexual legendaria. Polly sólo tenía que pensar en su hermanastra para verla en brazos de Marco, los dos unidos en un abrazo hambriento, tal como los vio cinco años atrás en Sicilia y el modo en que imaginaba, por los habituales recordatorios de Sophy, que los dos pasaban la mayor parte de su tiempo juntos hasta ese mismo día…

Respiró despacio y se obligó a sosegarse, según le habían enseñado las cintas de autohipnosis contra el estrés y su profesora de yoga.

—Estoy bien, Gracias. Tienes un aspecto estupendo, Marco –logró decir al fin. «Estaba más que estupendo; estaba magnífico», pensó al observar su perfección masculina. El traje color pizarra que llevaba era un triunfo de la sastrería italiana, la camisa gris azulada y la corbata de un terracota suave con rayas azules eran sutilmente elegantes. Bastaba mirar los ángulos marcados de su rostro, sus ojos, la cálida piel cetrina, el lustroso pelo negro levemente ensortijado, para aumentar la sensación de inquietud en su interior—. No esperaba verte hoy aquí –comentó cuando el silencio se prolongó.

—¿De verdad? Pero si es mi casa. ¿Por qué iba a ser el anfitrión de la fiesta del bautizo de las hijas de mi hermana y no asistir?

¿Esa casa campestre, aislada en ondulantes acres de maíz, vid y olivares era de Marco? Polly frunció el ceño, molesta por su ignorancia. La invitación se la había enviado Marietta, y al aceptar había hablado por teléfono con la tía Ruth, madre de él.

Pero al reflexionar en ello quedó claro que él sería un participante activo en la fiesta. Sus casos en los tribunales de Londres no iban a impedírselo. Si alguna vez existió un hombre comprometido con la familia, ese era Marco Daretta. Después de todo, era medio siciliano. Su tía Ruth le había contado que la única institución que de verdad contaba para la conciencia siciliana era la familia. Para Marco, sin duda, ésta ocupaba el primer puesto. Los hijos en particular tenían un alto rango en su lista de prioridades. Sólo dependía qué parte de la familia estuviera involucrada.

Y qué hijo…

Polly contuvo un leve temblor de aprensión. La enormidad de su decisión, tomada tras meses de agónica incertidumbre cuatro años atrás, de pronto se había manifestado como una carga de plomo en su corazón…

—¡Polly, querida! ¡Has venido! –la feliz exclamación de la tía Ruth mitigó la creciente tensión. Polly se apartó de Marco y se dejó abrazar por ella, suave y bonita en su vestido de seda, y luego estudiar por unos ojos castaños; el afecto que leyó en ellos hizo que se relajara un poco más—. Cariño. ¡Estoy tan contenta de que hayas venido!

—Yo también –repuso—. Lamento que papá y Sophy no pudieran asistir.

—No te preocupes, lo entiendo.

—Papá estaba en medio de un juicio –se apresuró a explicar—, y Sophy tenía un compromiso en las pasarelas.

—Tu presencia lo compensa todo. Eres la hija de mi hermanastro, Polly. ¿Cuántas veces nos hemos visto a lo largo de los años?

—Bueno… –esbozó una leve sonrisa—. ¿Una o dos veces?

—Dos. Una en Inglaterra, cuando apenas tenías unos trece años. Y en aquellas vacaciones de pascua, cuando viniste a Sicilia antes de entrar en la universidad –le recordó Ruth—. Esperaba que las hijas de Marietta le proporcionaran a todo el mundo la excusa para una agradable reunión familiar. No puedo negar que me habría encantado ver hoy aquí a mi hermano…

—Lo sé… –Polly se mordió el labio—. ¿Cuánto hace que no os veis?

—La última vez que estuve con Harry fue hace unos diez años, y no se puede decir que fuera un encuentro feliz. Yo había ido a ver a mi madre para que Marco conociera a su abuela inglesa. Pero ella prácticamente nos echó…

—Papá quería venir, tía Ruth –afirmó Polly con lealtad, mirando a su tía con ojos firmes—. De verdad…

Pero la verdad es que su padre era un hombre orgulloso, a quien le resultaba difícil dar el primer paso para zanjar viejas disputas. Pero así como le costaba renovar el contacto adecuado en persona, hacía tiempo que había dejado de sentir animosidad hacia los Daretta. Cinco años antes no puso objeción a las vacaciones de Polly y Sophy con ellos en Sicilia, y la invitación a este bautizo le habría dado la oportunidad perfecta para una reunión con su hermana Ruth… y el chef siciliano con el que se había casado ésta veinticinco años atrás y por el que había rechazado la aprobación de los Hamilton.

—Se sintió muy decepcionado –continuó Polly—. Igual que Sophy. De haber podido, habría volado directamente aquí. Os envían todo su afecto… y sus regalos, desde luego –con una sonrisa, alzó las bolsas de Harrod’s—. ¡Los bebés son adorables!

—Son como unos pequeños milagros. ¿Quieres tener en brazos a una de ellas?

—Cuidado, madre –intervino Marco, divertido—. Marietta dice que si las despiertas para exhibirlas una vez más, te dará el turno de noche para cuidarlas durante una semana.

—Cielo santo, ¿han vuelto a dormirse? Nunca he visto unos bebés más dormilones. Si son capaces de hacerlo con todo este ruido, nada logrará despertarlos. Marco, querido, ¿no es maravilloso tener a Polly aquí?

—Maravilloso –repuso tras una pausa—. Es una dama muy evasiva.

Entonces, apoyó unos dedos firmes en los hombros de ella y le dio un beso formal en cada mejilla; Polly sintió que se ruborizaba. Se quedó quieta y sintió el calor de su mano en la piel, el roce de sus nudillos en la mejilla y el aroma sutil de su colonia mezclado con su calidez, frescor y masculinidad.

Le irritó la fuerza con que podía afectarla. Pero siempre había surtido ese efecto en ella. Casi ajena a la conversación que la rodeaba, pensó en la primera vez que lo vio hacía diez años. Ella debía tener trece y él veintiuno. Alto, relajado y atlético, salía del Priorato Hamilton tras el enfrentamiento con su abuela que acababa de mencionar Ruth.

Ella llegaba del colegio. Al verlo en los escalones de la casa de la abuela Hamilton, se detuvo de repente y estuvo a punto de ser atropellada por el chico de los periódicos, que iba a toda velocidad en su bicicleta. Marco se anticipó al accidente, saltó y la apartó justo a tiempo. La mochila del colegio salió volando y diseminó sus libros por el camino de grava, al tiempo que el repartidor se caía de la bicicleta. Se levantó casi de inmediato con la cara colorada y musitando disculpas. Marco había aferrado con firmeza los hombros de Polly para evitar que cayera. Con voz distraída y ronca le preguntó si se encontraba bien, y debió decir algo más, pero ella no lo oyó, porque su impresionable imaginación de trece años quedó atrapada en el extraordinario poder de sus ojos azules, en su pelo negro revuelto y en sus grandes, cetrinas y sombrías facciones.

«Qué pena que la abuela Hamilton no estuviera viva y presente hoy», pensó fugazmente. «Porque habría podido ver que la deshonrosa conducta de su hijastra Ruth con el chef siciliano pobre había conducido a un matrimonio entregado y amante y a una familia grande y unida; y que la primera fruta de esa unión, su nieto Marco, se había convertido en un abogado de prestigio».

—Descubrí a Polly haciéndole carantoñas a los bebés –decía Marco con una sonrisa—. No sabía que fuera tan maternal.

Ella contuvo el aliento. La sensación de calor se intensificó y luego se convirtió en algo gélido cuando la recorrió una oleada de pánico. «¿Lo sabía?» Giró rápidamente la cabeza para observar la expresión de sus ojos. «No, no podía saberlo», se tranquilizó. «De lo contrario, no mantendría una conversación educada y bromista con ella; se mostraría frío e iracundo, como tal vez tenía derecho a estarlo…»

—¿Cómo es que estás cualificado para emitir un juicio sobre el tipo de mujer que soy, Marco? –preguntó, deseando que la voz no le temblara—. No nos hemos visto en años.

—Por tu culpa, Polly, no por la mía. Con toda probabilidad, baso mi opinión en información ya antigua, pero la última vez que nos vimos no parabas de ir de una fiesta a otra.

—En cuatro años las cosas pueden cambiar mucho.

—¿Sabes?, creo que tú has cambiado, Polly –volvió a examinarla—. Pareces más… madura. Más serena. Te sienta bien.

—¿De verdad? –fue lo único que pudo decir; sintió la garganta dolorosamente seca.

«Había hecho lo correcto», pensó en silenciosa desesperación, «lo único que podía hacer. Haberle contado a Marco que estaba embarazada, cuando había dejado bien claro que semejante complicación le molestaría, habría sido muy humillante. Y contárselo después del nacimiento de Ben… imposible». Involuntariamente, contuvo el aliento al rememorar la agonía de esas decisiones pasadas.

Ben había sido concebido durante un momento de precipitado e irreflexivo deseo… al menos por parte de Marco. Y aunque éste hubiera querido más, moralmente ella se habría sentido obligada a decirle que no y a apartarse de su camino. Marco era propiedad de Sophy.

Ésta lo dejaba claro cada vez que iba al Priorato Hamilton. Si registró el parecido entre Ben y Marco, no dio muestras de ello. Y jamás dejaba de contarle a Polly lo a menudo que la llamaba él desde el extranjero, o pasaba la noche en su piso de Londres, o las veces que se habían ido juntos de fin de semana, o cuándo le compraba lencería o joyas caras para su cumpleaños…

Polly habría hecho lo impensable, embarcarse en una aventura con el amante de su hermanastra…

Pero esa complicación no se presentó. Aquella noche Marco dejó bien claro que no quería involucrarse con ella, que el acto sexual había sido un acto impulsivo y un error que era mejor olvidar…

De pronto, ninguna de esas justificaciones lógicas ayudó. Aún se sentía paralizada por el conocimiento de que, en ese mismo momento, en Inglaterra, había un niño pequeño al cuidado de unos amigos de la familia mientras ella se encontraba en Italia; y que era el hijo de Marco, no, el hijo de los dos, y que Marco no sabía…

—Deja de provocarla y sírvele a Polly un poco de vino, cariño –le ordenó Ruth a su hijo con tono de reproche—. Atiéndela. Ha venido desde Inglaterra. Haz que se sienta en casa.

—No hagas que me sienta como una mártir, tía Ruth –comentó Polly con una sonrisa—. No me pareció mucho viajar a cambio del placer de ver a las mellizas de Marietta.

Una de las pequeñas se movió y emitió un sonido, y como si esa fuera la señal, la otra también despertó. Ambas se pusieron a llorar. De la nada apareció Marietta con un vestido de un azul cobalto que revelaba una silueta más redondeada que la que recordaba Polly, aunque seguía tan arrebatadoramente hermosa como siempre, con el destello pelirrojo en su largo cabello oscuro como único rastro de la sangre inglesa heredada de Ruth.

«Todos los vástagos Daretta eran asombrosos», pensó Polly, «desde Marco hasta la más joven de sus hermanas, y todos exhibían las marcas de ese llamativo atractivo siciliano. Los rasgos de los Hamilton habían sido desterrados, en idónea venganza por los años de desaprobación».

—Mamma, ¿has vuelto a despertarlas?

—Palabra de honor, Marietta, que ni me acerqué a ellas –protestó Ruth—. Decídselo, Marco, Polly, ¿fui yo?

Todos reían cuando Marietta le entregó un bebé a Marco y el otro a Polly, a quien dio un beso de bienvenida.

—¡Tú estabas más cerca cuando despertaron, así que puedes cuidarlas un rato! –comentó, sentándose para abrir los regalos de Harrod’s y soltar una exclamación de placer al ver los marcos de plata y el juego de porcelana de platos y tazas con forma de conejo.

—Son de parte de todos… de papá y Sophy incluida.

—¡Son preciosos! Muchísimas gracias… –Marietta rió ante la expresión desconcertada de Marco cuando éste inspeccionó al bebé que tenía en brazos—. Ya es hora de que adquieras un poco de práctica, querido hermano, para cuando satisfagas las plegarias de papá y le des un nieto.

Ruth miró a su hija con fingida reprobación.

—Marietta, ya sabes que tu padre está en el séptimo cielo con dos nietas mellizas. Además, ¡primero me gustaría que Marco encontrara una esposa!

—No debería serle muy difícil –observó su hermana—, ya que durante los últimos años ha llevado del brazo a bastantes de las solteras más espléndidas de Europa.

—Una exageración –indicó Marco—. Y aunque fuera verdad, ¿qué tiene de malo?

—Por supuesto, pobre Marco. La vida es demasiado breve para precipitarse en un compromiso con la mujer equivocada, ¿verdad? –bromeó Marietta.

Polly hizo una mueca interior de dolor. Ya había experimentado en carne propia su filosofía de ningún lazo ni compromiso. Conocía cuál era su reacción ante la más remota posibilidad de verse atrapado como consecuencia de sus propios actos. «¿Cómo podía soportarlo Sophy? Quizá ésta también prefiriera la libertad. Se movía en los sofisticados círculos de la moda, viajaba mucho; probablemente le convenía encontrarse con Marco siempre que sus agendas coincidían».

Marco acunó en sus brazos a la vociferante pequeña, pero sin lograr acallar el llanto. Polly acomodó a la otra sobre el hombro y con suavidad le palmeó la espalda, sorprendiéndose por el silencio que consiguió. Captó la mirada de Marco y no fue capaz de contener su alegría.

—¿Cómo lo has logrado? –demandó él.

—Tal vez la tuya sea la más extrovertida de las dos –luchó con la risa que deseaba soltar—. O tal vez la más hambrienta.

Apiadándose de él, Marietta le quitó a la pequeña y fue en busca de unos biberones. En un impulso, Polly depositó a la melliza que sostenía en los brazos de él. La niña lo miró con abierta curiosidad, y luego le sonrió, dándose golpecitos en la cara encantada.

—Al menos una de mis sobrinas parece otorgarme su aprobación –señaló con alivio—. Empezaba a pensar que había perdido el toque.

—¿El toque?

—Por lo general, a los bebés les caigo bien –sonrió, entregando a la pequeña a su madre, que había estirado los brazos hacia su nieta.

—Ve a beber y comer algo, Polly, cariño –Ruth sonrió al acunar a la pequeña—. Marco se ocupará de ti.

—¿Cómo atreverme a desobedecer? –se burló con suavidad al tiempo que se llevaba a Polly tal como le habían pedido.

La condujo hacia la mesa larga con mantel blanco que había bajo la sombra de la glicinia. Era evidente que la familia y los amigos se habían sentado a comer juntos, y que ella había llegado demasiado tarde para unírseles. En un extremo de la mesa se demoraba un grupo de parientes mayores, todos ellos vestidos de negro, que bebían y charlaban, observando la celebración a través del humo de los cigarrillos.

Con formalidad apenas contenida, Marco apartó una silla para ella en la otra punta de la mesa.

—Las mellizas son encantadoras, ¿verdad? –comentó Polly, tratando de pensar en algo que decir para aliviar la tensión.

—Por supuesto. Son Daretta. Y mis ahijadas.

—¿Así que ahora eres padrino a la vez que tío? –abrió mucho los ojos con expresión burlona.

Él la miró con cierta frialdad, y Polly lamentó al instante el tono de su comentario. Tal vez los antepasados sicilianos de Marco habían hecho que fuera susceptible a las connotaciones del título y al papel de padrino. Ella misma había oído a la abuela Hamilton hacer comentarios suficientemente ácidos como para comprender que los Daretta podían ser sensibles…

—Sí. Es un gran honor. Pretendo tomarme mis responsabilidades muy en serio. Lamento que hayas llegado demasiado tarde para comer con nosotros –indicó con rigidez.

—Mi vuelo se retrasó –explicó. Permaneció muy quieta mientras con destreza él distribuía a su alrededor platos con pasta, ensalada, pan, queso y una copa de vino—. Y luego surgió una confusión con el coche alquilado. Me quedé tanto tiempo en el aeropuerto tratando de solucionarlo, que pensé que nunca llegaría.

Y en ese momento deseó con todo su corazón que él se fuera y la dejara comer sola. La tía Ruth quería lo mejor para ella, pero Polly sabía que Marco era la última persona en la Tierra que elegiría para que se «ocupara» de ella.

—Es un milagro que hayas venido –señaló con sequedad—. Empezaba a pensar que los Hados nos mantendrían separados hasta nuestra siguiente reencarnación. Por ello, Polly, bienvenida a mi casa. Bebe un poco de Chianti –sirvió dos copas, se sentó frente a ella y la observó con intensidad—. ¿Te gusta mi casa de la Toscana?

—Ni hace falta decirlo; este lugar me encanta. ¿Cuánto tiempo consigues pasar aquí?

—Poco –reconoció, estirando los brazos detrás de la cabeza y mirando a su alrededor. El movimiento hizo que se le abriera la chaqueta del traje. Polly tuvo que luchar contra el impulso de contemplar la amplia extensión de su pecho varonil bajo la suave tela de la camisa—. Paso mucho tiempo en las ciudades.

—No sé cómo soportas irte de aquí.

—Siempre estará esperándome cuando vuelva. Posee un aire intemporal, ¿no crees? En la Toscana, la luz tiene una cualidad especial.

—Y un olor especial –añadió ella—. La hierba, las flores, la tierra cálida… —siguió la mirada de él ladera abajo. La terraza abarcaba todo el largo de la casa, salpicada por estatuas y urnas de piedra—. Es como un cuadro de Giorgione –murmuró—, con un resplandor dorado por encima de todo. Cuesta creer que aquí vive gente de verdad. Fue muy amable por tu parte organizar la fiesta del bautizo. ¿Dónde vive Marietta?

—Ella y su marido tienen un piso en Florencia. Mis padres están poniéndole un techo nuevo a su villa, colina abajo. El lugar ideal era éste.

—¿Hace cuánto que lo compraste?

—Unos seis meses. Tengo planes para renovarlo un poco…

—Si sólo es de tu propiedad desde hace seis meses, no esperarás tenerlo todo listo ya. Supongo que estás muy ocupado con tu trabajo.

—En Londres siempre soñaba con tener mi propio rincón en Italia. Aquí puedo relajarme… –calló y de pronto la miró a los ojos, inmovilizándola—. Cuéntame cómo te va en Inglaterra –pidió al fin con una leve sonrisa—. ¿Tu padre se encuentra bien?

—Está bien. Creo que trabaja demasiado… –había enviudado por dos veces. En lo que Polly captaba detrás de su habitual reserva, daba la impresión de vivir para el trabajo.

—Por regla general, los jueces no se jubilan pronto –comentó Marco, sin ninguna inflexión especial en la voz.

—¿Te… te encuentras alguna vez con él? Me refiero profesionalmente.

—No nos cruzamos muy a menudo, ya que gran parte de mi trabajo hoy en día tiene lugar fuera del Reino Unido. Pero siempre que lo veo en el tribunal parece encontrarse con buena salud. Tiene fama de ser buen juez, muy inteligente y justo –indicó con voz seca.—. ¿Y qué haces ahora? –añadió él.

—Vivo de nuevo en el Priorato. Desde allí… dirijo mi propio negocio… —sin duda «inteligente y justo» no eran palabras que Marco adjudicara a la generación anterior de los Hamilton.

—¿De verdad? No tenía idea. Sophy no me ha comentado nada.

—Entonces, ¿tú y ella os seguís viendo? –en cuanto lo soltó deseó haberse mordido la lengua. ¿Acaso empezaba a tener alguna vaga y romántica fantasía de que Sophy había exagerado su intimidad con Marco?

Sabía muy bien que aún estaban juntos. Siempre que veía a su hermanastra surgía el nombre de él. Pero, por decisión mutua, últimamente no se habían visto muy a menudo. Sophy, dos años mayor que ella, era hija de la segunda esposa de Harry Hamilton. La madre de Polly había muerto mientras escalaba una montaña en la India, cuando ella contaba diez años. Y la de Sophy murió durante un embarazo siendo ya mayor de edad y, a pesar de los esfuerzos de Polly de tener una «hermana mayor» con quien se llevara bien, las dos habían terminado tolerándose en el mejor de los casos y detestándose en el peor.

—¿Viéndonos? –Marco dio la impresión de meditar la definición precisa de la frase, como un abogado que interrogara a un testigo—. Hablamos por teléfono y a menudo nos reunimos si estamos en Londres. De hecho, vino hace un par de meses a ver la nueva casa. ¿Por qué lo preguntas? ¿Lo desapruebas?

Polly fue consciente de una sensación fría y demasiado familiar justo debajo del pecho y que le hizo perder el apetito. Era una desesperanza totalmente irracional y celosa, y se odió por experimentarla, aun cuando había dispuesto de cinco años para acostumbrarse al hecho de que Marco y Sophy… De pronto la pasta le supo a serrín.

—¿Desaprobarlo? –su voz mostró la nota necesaria de incredulidad—. ¿Por qué iba a desaprobarlo?

Él se encogió de hombros y bebió más vino. Su mirada atenta hizo que ella se sintiera incómoda.

Sin desearlo, tuvo una vívida imagen de Marco y Sophy cenando juntos en algún restaurante de moda de Londres antes de irse al piso de ella a hacer el amor toda la noche. ¿Qué le pasaba? Había convivido con ese conocimiento durante años, basando todos sus actos y decisiones vitales para su futuro alrededor de ello.

Nunca había conseguido desterrar la culpabilidad y la vergüenza que sintió después de aquel fin de semana del baile en Cambridge, sabiendo que él salía con Sophy…

—Pareces tensa –el súbito comentario de Marco detuvo la línea de pensamiento que seguía—. Mi madre me dijo que sólo pensabas quedarte una noche. ¿No puedes estar más tiempo y relajarte?

—No —¿relajarse? ¿Con él cerca? Apenas podía creerse que fuera tan indiferente. Aunque lo más probable es que no tuviera ni idea del daño que le había hecho cuatro años atrás. Y no se atrevía a permitir que lo averiguara—. No dispongo de más tiempo –añadió para suavizar un poco la negativa.

—¿Por tu negocio?

—Sí. He abierto mi propia agencia genealógica. Rastrear el árbol familiar de la gente…

—Sí, sé lo que es.

—Lo siento. Estoy segura de que lo sabes.

—¿Te gusta? ¿Va bien el negocio?