Un ángel que alumbra mi corazón - Irma Carmona Olmos - E-Book

Un ángel que alumbra mi corazón E-Book

Irma Carmona Olmos

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Beschreibung

¿Existen almas gemelas? o ¿el amor a primera vista? Son preguntas que aquellos que han vivido un romance saben que va más allá de un solo enamoramiento, porque los sujeta a una cuerda invisible que se une para siempre y ni el tiempo ni la distancia podría quitar ese sentimiento, porque la fuerza del amor rebasa cualquier circunstancia. Un ángel que alumbra mi corazón es una historia donde el destino de dos almas jóvenes de dulce inocencia los llevó a coincidir. En aquel pasado algo mágico pasó y en un instante y en una mirada hubo una conexión de dos almas que se considera «amor a primera vista». En esa adolescencia con los corazones de inocencia se sujetaron a un delirio lleno de un amor, donde sus corazones latían al compás de juegos inocentes, con la claridad de una mirada soñadora y, en cada esquina, los besos robados que duraban solo un instante, pero suficiente para que sus pupilas brillaran y sus corazones se conectaron en un «te quiero» callado. Un amor que desafió al destino haciendo referencia a su parentesco y separó sus vidas, porque su amor era prohibido. Sus corazones quedaron heridos al separarse porque su idilio se juzgaría como pecado. Y desde ese día de su separación cada uno vivió sus vidas… Pasaron más de treinta años... sin pensar que el destino les tenía un reencuentro inesperado…

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Créditos

© Derechos de edición reservados.

Letrame Editorial.

www.Letrame.com

[email protected]

© Irma Carmona Olmos

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 978-84-1068-389-1

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

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Para mi primer amor, que alumbró mi vida, y desde el primer instante que nuestras miradas se cruzaron nos encontramos para acariciar el alma desde siempre. Un ser con un corazón humilde, genuino, sencillo que siempre irradia una inocencia muy especial, como alma de niño. Un ser que cuando ama todo lo da, que me enseñó a recobrar mi esencia y a reencontrarme a mí misma. Y sobre todo el poder ver con los ojos del alma y el corazón porque la luz de su mirar ha iluminado mi existir en el ayer, en el hoy y por siempre.

Eres un ángel que como las estrellas que brillan alumbra mi corazón, y ni el tiempo, la distancia ni ninguna circunstancia pudieron apartarnos porque nuestras almas se encontraron en el tiempo y estuvieron unidas en un sentimiento eterno, sujetas con el cordón más fuerte y puro que es el amor.

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El destino los llevó a coincidir sin pensar en el tiempo ni el lugar. En aquel pasado algo mágico pasó y en un instante y en una mirada hubo una conexión de dos almas que se considera «amor a primera vista». Y en esa adolescencia con los corazones de inocencia se sujetaron a un delirio lleno de un amor donde los corazones latían al compás de juegos inocentes con la claridad de una mirada soñadora y en cada esquina los besos robados que duraban solo un instante, pero suficiente para que sus ojos brillaran y sus corazones se conectaran en un te quiero callado que provocó al destino y los condenó, haciendo referencia al parentesco que separó sus vidas porque se juzgó como pecado.

Pero la cuerda invisible de lo que se une en el amor los sujetó en el tiempo. Y llegó el día y la hora perfecta en que se volvieron a encontrar, aunque sus miradas reflejaban lo que en su ausencia habían vivido, con profundos suspiros queriendo encontrar la razón.

¿La razón? Posiblemente el destino o la necedad de la vida al quererlos separar, pero la fuerza del amor los atrajo como un perfume suave donde solo ellos sabían el aroma, aquella fragancia agradable, apacible y sublime, pero tan intensa, con gran persistencia capaz de activar sus sentidos donde solo ellos se reconocían.

UN ÁNGEL ETERNO QUE ALUMBRA MI CORAZONNOVELA DE AMOR Y ROMANCE DE LA NUEVA ERA

Él, de nombre Emiliano; cara ovalada de finas facciones, piel canela, ojos café y de mirar penetrante, labios delgados dibujando apenas una sonrisa, estatura mediana, complexión delgada, un muchacho inquieto jovial que a sus diecisiete años irradiaba mucha energía y tenía un gran sentido del humor, característica que lo distinguía, sus gestos con movimientos de muecas muy únicas al decir cualquier ocurrencia, y especialmente un gesto singular era que apretaba sus labios moviendo su cabeza y siempre muy ágil respondía con respuestas de frases graciosas, donde al parecer muy internamente en su corazón sentía una satisfacción al saber que hacía sonreír a los demás.

La vida de Emiliano trascendió en un pueblo llamado Coxcatlán donde se respiraba la inocencia de muchos de los que crecieron en este hermoso pueblito en los años 70 y 80 donde no existía el glamour de una vida lujosa, el prodigio en aquel momento y en aquel pueblo era el poder respirar aire puro y ver amaneceres con las mañanas más frescas al ver caer el rocío en las hojas de las plantas y sus calles con caminos pedregosos, pero llenos de ecos, sonrisas de niños y jóvenes de este lugar. Donde por las tardes al caer la noche en cada esquina existía un solo farol, suficiente para alumbrar las calles, y en el centro del pueblo con casas de diferentes tamaños, pero siguiendo un patrón tradicional con estructuras con la mayoría de paredes altas y ventanas de madera, ahí en el corazón del pueblo se distinguía una casa donde vivía la familia de apellido «Ojeda».

Que se decía domicilio conocido, porque relativamente era un pueblo pequeño con pocos habitantes. Ahí vivía Ricardo Olmedo, conocido por todos los habitantes del lugar por su oficio como sastre, y su esposa Antonia, muy querida por la gente del pueblo por sus gestos de amabilidad y su devoción a ayudar siempre participando en eventos religiosos.

La casa, aunque diseñaba la misma apariencia que las demás en el pueblo con los techos rojos y paredes altas firmes y fuertes hechas de adobe, las puertas y ventanas de madera. En la casa de la familia Ojeda siempre al amanecer abrían las ventanas de madera de par en par permitiendo fluir el aire fresco de la mañana y el buenos días de los que al pasar por ahí a sus deberes y quehaceres se cruzaban inclinando la cabeza. Se observaba muy de cerca una barranca donde el agua corría permitiendo un sonido de quietud y el choque del agua entre las piedras y al mismo tiempo la naturaleza participaba en la melodía de cada amanecer.

Emiliano, con la inocencia de aquel entonces, en su niñez seguramente tuvo muchos momentos felices y otros tantos no muy buenos, pero llenos de anécdotas, aventuras y vivencias donde había muchos juegos de infancia con travesuras que mamá muchas veces reprendió, y en otras como niño consentido sentado al par de ella con caricias y palmaditas en la espalda. Aunque su padre le ponía mano dura porque sus travesuras rebasaban su paciencia y los castigos a veces eran duros y severos… e indudablemente agregando las carencias y la pobreza de recursos. Donde había días de extrema escasez pero siempre encontraban la forma de tener un plato de comida en la mesa, a veces tener que recorrer grandes distancias en los montes de los alrededores para recoger lo que la naturaleza les brindaba como algunas plantas comestibles y Emiliano, como el joven adolescente de la casa, hacía estos recorridos para de alguna manera contribuir con lo que era necesario y era parte del trabajo diario.

Y así transcurrían los días en este pueblo donde cada familia sobrellevaba sus propias batallas y solían llevar casi la misma rutina…

Antonia, siempre entregada y afable, cumpliendo con los quehaceres de madre y esposa, y los hijos cumplían con tareas que les eran asignadas. Emiliano, ya un joven adolescente lleno de ilusiones pero que su condición de vida lo limitaba en muchos sueños que él tenía, pero, muy obediente a lo que le correspondía, continuaba haciendo sus labores como hijo de familia.

Todos los días y tras una máquina de coser, su padre Ricardo muy de madrugada con gran agilidad manipulaba concentrado y con la seriedad que lo distinguía. La familia de apellido Ojeda en total la conformaban cuatro varones, Valentín, Omar, Luis y Emiliano, y cuatro hijas, Soledad, Tania, Valeria e Isela, la menor. Emiliano e Isela eran los hijos más pequeños de los que quedaban en la casa porque el resto de los hermanos ya tenían sus propias vidas, aunque no muy lejos de ahí, en el pueblo de Coxcatlán, a excepción de Valentín que se mudó a una de las colonias cerca de la ciudad de México.

Ella, de nombre Flor, una jovencita de piel blanca, pelo negro crespo, ojos grandes y pestañas rizadas, complexión delgada, estatura mediana y, como un sello particular, pecas que llenaban sus mejillas, reservada y muy atenta a la vida. Con sueños de grandeza, reprimida en muchas cosas y hasta cierto modo con reproches a su mundo de pobreza. Siempre soñadora, creando un mundo fantasioso que muchas veces la alejaba de la realidad. Su refugio, su escape, era cerrar sus sentidos para no sentir su verdadero vivir de carencias y pobreza, pero siempre con un deseo interno de volar a otros cielos, no importando el riesgo que este pudiese tener.

Flor, desde muy pequeña, mostraba una actitud positiva ante cualquier circunstancia de la vida de escasez y siempre con un deseo inmenso de superación. La rutina de vida que llevaba normalmente al salir del colegio, por las tardes se subía a la azotea y se sentaba en un lugar escondido con un libro de poemas que diariamente ojeaba una y otra vez, y otras veces siendo ella misma la autora de algún verso o historia que escribía. Aunque el ruido de la sirena de alguna ambulancia o el ajetreo de los carros interrumpiera su lectura ella trataba de poner oídos sordos a su alrededor, sin dejar de atender sus tareas diarias, «¡hija ejemplo!», decía mamá… A lo cual encendía la furia de una de las hermanas que muy celosamente manifestaba con sus rebeldías.

Su vida transcurrió en un lugar tranquilo, llamado Los Reyes La Paz donde pudieron al fin establecerse su padre José y su madre Elia, ya que habían tenido una vida de situaciones muy difíciles siempre en la búsqueda de una estabilidad y los que sufrieron las peores situaciones de vida en todos los sentidos fueron Benar, Oscar y Flor por ser los hijos mayores.

La colonia estaba muy cerca de la ciudad de México, que en aquella época de los 80 tenía el aspecto pueblerino por su tranquilidad y la forma de vida de aquellos tiempos, se conocía como estado del Distrito Federal, estaba a media hora de la ciudad de México, pero siempre de alguna manera tenía olor a ciudad.

Flor era la mayor de las hermanas, Elvia y Natia, tres bellas jóvenes, indudablemente que cada una tenía características muy propias que las hacía únicas, y cuatro hermanos varones: Benar, el mayor, Oscar, Tiago y José, donde en su total conformaban siete. La dicha de todos ellos era que podían disponer de un jardín enorme porque sus padres llegaron a vivir en una escuela, que se le conocía como jardín de niños, (Kindergarten), ahí comenzó su historia de cada integrante de la familia que se convirtió en un sin número de aventuras para cada uno de ellos. Y la de Flor especialmente.

Ella, Flor, de quince años, y él, Emiliano, de diecisiete años, fueron los que formaron parte de una historia de amor, donde dos destinos que al parecer llevaban diferente dirección, tomó solo un instante para que sus ojos se encontraran y desde ese momento supieron que era una amor eterno que marcó su corazón para siempre y el brillo de sus ojos anunciaba ya un destino y al asomarse en sus pupilas vivirán un sólido y arrebatado sentimiento que se juzgaría como pecado…Y que los forzaba a vivir secretamente su romance… Para después terminar en una dolorosa separación. Y por siempre aquel muchacho repetía muy secretamente con una herida en su corazón:

«Mi Flor, yo quise apartarte de mi mente y de mi corazón, pero la luz de tu mirar brilla, tus pupilas son luz que alumbra mi corazón…».

Casi treinta años transcurrieron para que pudiese haber un nuevo reencuentro… Siempre hubo barreras muy distantes ni siquiera para un estrechón de manos. Su destino ya estaba marcado…

Amar no es mirarse el uno al otro, es mirar juntos en la misma dirección, posiblemente esta es una frase de amor que siempre surgirá cuando se está en algún momento de nuestras vidas enamorados y el amor lo describimos como algo limpio, puro y bello, especialmente si nace de la inocencia de la adolescencia donde tus sueños se cruzan con tus fantasías y el romanticismo…

Y así comenzó…

Era el comienzo de la época más esperada por muchos y se siente la atmósfera decembrina, los cánticos navideños anunciaban las posadas y las piñatas colgadas para las celebraciones con luces y bengalas… Por los alrededores se ve la gente caminando por las calles con gorras, abrigos y bufandas.

Era un año diferente a los años anteriores desde que José y Elia habían llegado a esa colonia, donde habían pasado por mucho sufrimiento en su recorrido de vida al no tener un lugar estable para vivir, la vida les regaló la oportunidad de poder quedarse en el colegio (Kindergarten) como custodios, el personal del colegio les asignó una pequeña casita. Sus labores principales eran el mantenimiento del colegio, entre ellas limpiar, ordenar y atender las necesidades laborales del día a día, el trabajo era largo y pesado no había un horario de entrada específico ni una salida porque trabajaban por pagos voluntarios de los padres de familia, ahí iniciaron una vida en el municipio Los Reyes La Paz muy cerca de la Ciudad de México donde en un principio fue difícil adaptarse, donde por años fueron complicados por sus arduas jornadas y actividades que desde muy temprano realizaban. Los hijos mayores sufrieron y padecieron muchas más necesidades, y Benar, Oscar y Flor. Después nacieron cuatro más de sus hijos, quienes de alguna forma crecieron con el privilegio de tener un enorme jardín donde podían jugar con libertad, sobre todo los fines de semana que se convertía cada día en una aventura.

A Elia y a José, después de haber trabajado varios años sin beneficios y por lo tanto con muchas carencias por el poco pago de dinero que recibían, se les abrió una puerta de oportunidad y gracias a que una directora encargada del plantel llegó a hacer cambios, especialmente vio todo el esfuerzo y entrega a su trabajo, contempló la manera de ayudarlos para que fueran parte del plantel oficialmente y que al fin gracias a eso tendrían derechos, así como obligaciones, y ahora era el primer año que podían recibir beneficios porque ya les comenzaron a pagar por nómina y les dieron su primer aguinaldo, que es un dinero que les dan a los trabajadores en vísperas navideñas, además de que eran días de vacaciones y descanso, así que para Elia era la oportunidad de, con ese dinero, tener una salida a donde ella siempre anhelaba, aunque por las circunstancias económicas no había sido posible, hasta que llegó esta ocasión de poder regresar a visitar a su pueblo querido donde nació, indudablemente habían pasado ya muchas cosas desde que salió de su pueblo donde en aquel entonces era casi una adolescente, ahora ya con una vida hecha era tiempo de regresar a su pasado donde tuvo una infancia muy amarga con muchas carencias porque fue huérfana de padre y madre y durante los primeros años estuvo con su abuela materna, pero desafortunadamente murió, así que la mayoría de su niñez la vivió con familia segunda que la acogió para que no quedara abandonada, era la oportunidad de regresar a visitar a sus primas Antonia y Carmen que casi eran como sus hermanas, además, volver a ver a la familia restante y amistades del pueblo que no veía desde que ella se fue de su pueblo muchos años atrás, especialmente aquellos que Elia recordaba con más cariño y quienes la acogieron de niña, habían pasado muchos años así que no sabía con qué noticias o a quien volvería a ver de nuevo, lo que sí la emocionaba era visitar su pueblo amado y lo que había dejado en él.

Elia comenzó a preparar y a empacar, se iría con cinco de sus hijos, que eran Flor, Elvia, Tiago, Natia y Josesito, el más pequeño. A cada uno se le asignó ciertas tareas, y dejar todo en orden para que al siguiente día, ya todo preparado, se levantaran muy de mañana para no tener contratiempos. La noche transcurrió y para Elia fue un poco difícil conciliar el sueño, por la ansiedad que le provocaba el viaje a su pueblo. Al día siguiente, y tal como ella lo había planeado, se levantaron muy temprano. Como siempre, Elia, atenta a que todo estuviera listo sin olvidar nada, y de antemano sabía que era largo el camino, salió deprisa a comprar algunos panes para prepararlos con cajeta con mermelada y algo de fruta previniendo no pasar hambre y partieron después del mediodía. Su esposo José y sus dos hijos mayores, Bernar y Oscar, se quedarían al pendiente de la casa, además a José no le gustaba salir de su entorno y no viajaba en autobús, decía que le mareaba y era muy incómodo para él dormir en otro lado que no fuera en su cama. José, un hombre atractivo, ojos color azul, con un carácter hasta cierto punto difícil de tratar y de muy pocas amistades, pero las personas que lograban conocerlo a fondo cambiaban su perspectiva de don José.

Así, Elia y sus hijos con sus respectivos equipajes se dirigieron a la primera parada del autobús que los llevaría a la estación principal, la distancia era a media hora de los Reyes La Paz al centro de la ciudad para posteriormente esperar la próxima corrida que es el que los llevaría a la siguiente estación de autobús.

Para Elia se convertía en momentos un poco angustiante y estresante porque al bajarse del autobús tenía que hacerlo a la par con maletas y sobre todo estar al tanto de los más pequeños, sin perder de vista a sus demás hijos, una vez que se subían al siguiente autobús tomó tiempo y repartió el pan y fruta a sus hijos, ya que habían pasado algunas horas y era el primer alimento del día.

Elia se sintió más tranquila, se recargó en el asiento para descansar un poco cerrando los ojos por momentos y, aunque se la veía agotada, prefería estar atenta a lo que sucedía alrededor, ya habían pasado algunas horas de camino.

Aproximadamente eran de cinco a seis horas de camino para llegar a su destino. En especial porque había varias paradas de autobuses que transbordan.

Ya en la última terminal, Elia estaba muy atenta y al pendiente de todos sus hijos, en especial a la hora de bajar y continuar su camino ya a una hora aproximada a su destino. Continuaron abordando el último autobús, Elia se dio la oportunidad de recordar momentos aquellos de su niñez, en especial al lado de su abuela, llevándose las manos a su rostro tapando su rostro para disimular la nostalgia que sentía al repasar todos esos momentos que se quedaron grabados en su mente, y, al escuchar el ruido que hizo el autobús, recordó sin querer con una leve sonrisa ciertos pasajes de aquella infancia donde su abuelita solía viajar con ella en tren.

El camino había sido cansado y extenuante, habían viajado cinco horas aproximadamente, era ya de tarde y la noche caería en cualquier momento, estaban agotados, especialmente los más pequeños, pero estaban a unos momentos de llegar y por la ventanilla ya se podía admirar el paisaje, los árboles, las casitas, una muy alejada de la otra, sobre la carretera se percibía lo rural en todo, en las subidas y bajadas.

Y por fin el autobús se detuvo, habían llegado a la última parada que era su destino, la gente bajó poco a poco y así todo el pasaje con maletas, cajas y bolsas, Elia se aseguró que todo, sus hijos y equipaje, estuviera bien, así que ya estaban sobre la carretera en la entrada del pueblo, todos exhaustos y sobre todo con mucha hambre. Elia volvía a su pueblo… Coxcatlán.

Coxcatlán está localizado en la parte sureste del estado de Puebla, donde en sus fiestas decembrinas hacen un acorde de magia de colores, sabores y de fiestas, el ambiente del pueblo que se engalana con color de la navidad, ese rojo intenso de las hojas de la flor de pascua. Las calles y los hogares toman vida, y el ambiente huele a maíz, atole, chocolate y ponche caliente preparado con frutas como tejocote, hierbas, manzanas. Mientras niños y mayores adornan las casas con lucecitas de colores para dar la bienvenida a estas entrañables fiestas y con un esmero especial el nacimiento del niño Dios en el rincón preferido en la casa y, de acuerdo con las posibilidades de cada familia, se colocan figuras representando y recordando tan importante acontecimiento. Coxcatlán es un lugar mágico donde sus tierras tienen un aroma a caña dulce, el municipio cruza por varios ríos en dirección noreste-suroeste, todos ellos provenientes de la sierra, provenientes de sus cálidos manantiales que bañan el noroeste de las tierras, los climas secos son característicos del valle en comparación de los climas templados de las partes altas de la sierra. Tierras fértiles arrulladas por los cánticos de un cielo abierto, sus árboles y plantas tienen colores y texturas diferentes con una gran diversidad vegetativa; desde agricultura de riego en el valle, hasta bosque mesófilo de montaña en la sierra. Las áreas correspondientes al valle al poniente están dedicadas al cultivo de riego, principalmente de caña de azúcar. Y en la cabecera municipal una iglesia parroquial donde se puede admirar el arte de singular belleza donde se festeja el 27 de diciembre la fiesta patronal, con feria y procesiones a la par, con deliciosos platillos como el mole de espinazo, totopos, y chileatole, entre otros, comida típica regional y con un toque de sencillez, adornando la plaza principal un kiosco ahí pintado de colores llamativos, dispone de una plataforma elevada, sin muros, y se encuentra abierto por varios lados, creando un estilo propio del pueblo. Un lugar idóneo para recorrerlo una y otra vez y que hace alarde de haber sido testigo de algunos romances que por ahí han pasado, además de que es una plataforma perfecta para los músicos que se reúnen para entonar música que hace aun mayor la riqueza de la alegría y el corazón pueblerino. A su alrededor, bancas donde la gente toma descansos, y, al recorrer sus calles pedregosas, algunas muy anchas y otras angostas con subidas y bajadas, incluso algunas barrancas, se puede admirar las casas con singular y único estilo de techos rojos y ventanas y puertas amplias de madera siempre abiertas, y en especial su gente con una sencillez y humildad características propias de un lugar lleno de calor humano real y auténtico.

Indudablemente, todos los días en Coxcatlán la gente vive en sus tareas diarias, pero con un compás de vida más marcado con menos prisa, y como en cualquier lado con sus problemas y aciertos. Pero cuando se trata de celebraciones, el reflejo de los corazones humildes hasta cierto punto engrandece el lugar porque el júbilo de la gente se realza y en especial los días decembrinos, donde los días son cortos y siempre hay algo que hacer y las noches son de mágicos momentos en las peregrinaciones de las preposadas con recorridos en las calles al ritmo de panderos y cantos de villancicos.

Las tardes en Coxcatlán son agradables y calladas, pero como eco que surge de lo lejos se oyen los murmullos de la gente que pasa por las calles y la noche se pone silenciosa para averiguar la conversación de los que de repente pasan sin prisa.

Y ahí estaba Elia de vuelta que cuando se fue de su pueblo era una joven mujer y ahora era una mujer madura con el semblante diferente.

Y nunca imaginó que volvería ahora ya junto con sus hijos, Flor, Elvia, Tiago, Natia y Pepe, cinco de sus hijos, quienes también estaban con todas las expectativas de lo que ocurría a su alrededor en el camino. Elia por su parte ponía de repente en pausa sus pensamientos para asegurarse de que su realidad no se fuera a esfumar porque al fin pudo lograr lo que tanto deseaba su corazón, regresar a su pueblo amado y visitar familiares y amigos de la infancia, que de alguna forma iba a ser una sorpresa para todos los que la recordaban porque los que supieron de ella siempre se preguntaron si algún día regresaría, aunque siempre Elia mantenía la esperanza de que así fuera y algunos de sus conocidos y familiares esperaban volverla a ver o saber de ella, a veces se preguntaban qué había sido de Elia. Y al fin después de mucho tiempo, volver al pueblito pintoresco que la vio nacer era algo que invadía su ser de grandes emociones. Elia, una mujer de tez morena y lo que la distinguía de manera muy especial era su pelo largo negro. Una mujer madura con gran temple, mirada dura y firme y desde antes de bajar del autobús se mantenía rígida para que no la traicionara su nerviosismo y tantas emociones encontradas, caminaba con una leve sonrisa, a cada paso se sentía en su mirada una visible nostalgia y venían a su memoria algunos momentos que seguramente recorrió durante su vida de infancia, pero al fin feliz de regresar después de mucho tiempo, al no saber de su pueblo, familia, amigos y conocidos. Elia, una mujer que dejó atrás un pasado que marcó una vida de pobreza y sinsabores al haber quedado huérfana, indudablemente ponía memoria lo que ahí dejo en su infancia y adolescencia y al regresar nuevamente se veía ahí de nuevo y cada paso era un golpe al pasado y, aunque se asomaba la luz de los faroles anunciando el anochecer, daban pasos lentos queriendo dejar en su memoria cada instante.

Aunque había pasado mucho tiempo y muchos años, Elia sabía a dónde llegar porque la parada del autobús era en el centro y las calles eran conocidas y fáciles de ubicar y, aunque el pueblo estaba un poco diferente, ella se guiaba por ciertos lugares que ella recordaba, como la escuela del pueblo, el parque, la presidencia… además de que no era difícil llegar a la casa de su muy querida prima hermana a quien más anhelaba ver.

Por supuesto, Flor, junto con sus hermanos, estaban listos a nuevas aventuras y observan las calles que los conducían a su destino… realmente el camino con subidas y bajadas en aquel momento les resultaron agotadoras, bueno, al menos eso les parecía porque todo era diferente. Era realmente un disfrute para ellos, pero en especial para Flor, esta linda joven que sus ojos se hacían aun más grandes al ver los árboles frondosos casi formados de manera diferente con hojas verdes muy intensas, las calles algunas amplias y otras angostas, los techos de madera, cada hogar se distinguía por sus puertas y ventanas, pero lo que más le sorprendía a Flor y sus hermanos es que todo el que se cruzaba en su camino tenía un «buenas tardes», cosa rara y extraña para ellos. Era como si todos los que pasaban se conocieran. Su camino de donde les dejo el autobús a la casa donde llegarían no era gran distancia, pero sí fue sorprendente que Elia sabía por dónde dirigirse, aunque habían pasado muchos años.

Al llegar por fin a la casa de sus parientes, el zaguán verde claro ya estaba abierto como dándoles la bienvenida desde lejos, que recorría un pequeño pasillo y al paso había un árbol que se conocía como chicozapote, esa sería su señal principal para Elia al entrar algunas plantas con hojas grandes y frondosas que de pronto rozaron las mejillas de Flor en forma de caricia. Antonia tenía rodeada su casa de plantas que adornaban con singular sencillez su casa.

Cruzaron un pasillo corto que a primera vista daba a la cocinita, por supuesto, fue una visita inesperada y al entrar la sorpresa fue mayor porque era como si se hubiese planificado el encuentro porque vieron desde la cocina la inesperada llegada de Elia con sus hijos, la tía Antonia y el tío Ricardo salieron a recibirlos con caras sonrientes, con abrazos y saludos, realmente era una emoción que se transmitía entre unos y otros… Antonia estaba realmente conmovida y al verla sabía que era Elia, su prima querida, se veían a los ojos y se abrazaban con fuerza.

Ahí, saludándose unos y otros, entre ellos los hijos y primos.

De repente… Sus miradas se cruzaron por primera vez y en ese instante hubo un flechazo de amor entre Flor y Emiliano que se considera amor a primera vista porque el alma y el corazón se conectaron en ese instante… Emiliano, muchacho delgado vestido con una playera rayada de manga larga con colores rojo y gris, pantalón de mezclilla y zapatos de gamuza con agujetas, ella vestida muy propia, como jovencita de ciudad con un estilo moderno para la época de los 80 cautivó aún más la atención de Emiliano, sus pupilas aún fijas uno con el otro, donde él interrumpió y muy deprisa corrió a uno de los cuartos, abrió un cajón de una cómoda en la esquina de su cuarto y sacó algunas monedas y salió muy apresurado, ella no perdió detalle de a dónde él se dirigía. Él salió de la casa sin decir nada, no tardó mucho y ya a su regreso con un poco de chicharrón, rábanos y algo de verduras donde toda la familia ya sentados en una mesa de madera en aquella cocinita, donde el olor a tortillas en la lumbre hacía que la tarde se convirtiera en un gozo estar entre familia. Entre pláticas y risas hacían más melodiosa la tarde y pronto cayó la noche llena de estrellas que parecían más grandes y brillantes. Y, bueno, estaban agotados y había que descansar, la casa, aunque no tenía muchas comodidades, tenía un especial entorno; en el mismo corredor dos escalones que conducían a los cuartos grandes con dos camas amplias y colchas diseñadas de manera única, donde el frío las hacía más acogedoras, la quietud de la noche al compás del sonido de los grillos traía paz arrullando el sueño de los que ahí descansaban.

Al siguiente día las campanas de la iglesia anunciaban la mañana y el cantar de algún gallo que a lo lejos se oía, ya cada uno con sus tareas diarias al compás de una escoba y alguno que otro chiflido en forma melodiosa de los que por ahí pasaban, Emiliano regando plantas mientras su hermana Isela barría el pasillo. Que para Flor y sus hermanos era un alivio no tener que participar en tales tareas y quehaceres matutinos.

Y de nuevo reunidos en la mesa saboreando leche con café y un pan con sabor a canela, que la tía Antonia había ya preparado muy temprano. Antonia era una mujer de tez morena, complexión delgada, con lindas facciones, siempre amable, siempre sonriente, con un tono de voz muy dulce y su esposo Ricardo un hombre de buena apariencia que tenía como oficio el ser sastre y el movimiento constante en sus pies que manipulaba una máquina de coser ya desde muy temprano.

Era otro día y la tía Elia tenía todavía mucho por seguir recorriendo y seguir con la aventura de visitar lugares de los alrededores y al resto de la familia del pueblo, Emiliano, muy amable, se ofreció muy gustoso de ser el guía y acompañarlos al recorrido, a lo que Flor en su interior sintió un pequeño golpe en su corazón al saber que él los acompañaría, ella lo miraba de forma diferente, la atracción que tenían era mutua, el parentesco que los unía hacía que desde el inicio del recorrido y en el transcurso del camino empezara una conexión entre ellos. Salieron de la casa y lo primero que fueron a visitar fue la enorme iglesia con colores llamativos y el kiosco en medio del parque con bancas a sus alrededores, gente caminando con un «buenos días». Y en particular se dirigían a «Emi», así era como lo conocía la gente y él, muy amable, respondía. La mayoría de la gente que encontraban en el camino era de edad madura inclinando un poco el rostro y algunos ancianos quitándose el sombrero como una forma de saludo. Las mujeres, faldas largas con algún rebozo cubriendo su cabeza y parte de la cara, era como si todos ahí se conocieran.

En el transcurso del camino Emiliano y la tía Elia de repente paraban a conversar con gente que se encontraban en el camino, Flor muy atenta escuchaba la plática amena entre ellos, Emiliano los guiaba señalando algunas casas de gente conocida o, de repente, la tía Elia le hacía preguntas mencionando algunos nombres de personas que ella recordaba cuando era niña y así se recorrían las calles un tanto pedrosas, que más que sentir agotamiento o alguna otra molestia todos mantenían una actitud de querer seguir, además de que Emiliano, siempre agregando algo gracioso, hacía esos momentos más divertidos, la tía Elia le festejaba con alguna carcajada y meneando la cabeza diciéndole «ay, Emi, eres muy ocurrente»… Llegaron a la dirección de la persona que Elia más recordaba y era el tío que más cariño le tenía porque era el que había mirado por ella. Elia les contó en el transcurso en el camino antes de llegar a la casa y en resumen les relató cómo cuando era niña y en la pérdida de su padre y madre el tío Ezequiel se hizo cargo de ella por un tiempo dándole sus posibilidades para que ella estuviera bien… Así que cuando llegaron, Emiliano recogió una piedra y tocó a la puerta fuertemente. Tuvo que tocar varias veces porque nadie abría. Era una puerta de madera bastante desgastada. Y ahí esperaron, después de un largo rato por fin el tío Ezequiel fue precisamente quien les abrió la puerta, un hombre delgado ya mayor de aproximadamente setenta y cinco años. Él al salir vio a los jóvenes y se quedó observando a Elia porque no la reconoció hasta que Ella le dijo «¿no se acuerda de mí? Soy su sobrina Elia, usted me cuidó hace muchos años cuando murió mi abuela Delfina».Él un poco turbado abrió más los ojos y sus manos comenzaron a temblar de emoción, le dio un fuerte abrazo, Elia no pudo evitar sentir tanta emoción y las lágrimas de volver a abrazar a quien fue casi como su padre, pasaron unos instantes, la miró con ternura y le dijo que le contara sobre su vida. Hablando casi en voz baja los invitó a pasar, no entraron precisamente dentro de su casa, pero sí a un gran terreno perteneciente a la casa lleno de árboles frutales, mangos, papaya y limones, la tierra negra fértil un tanto húmeda, era un día un tanto frío, pero el sol del día hacía que fuera un poco cálido. Mientras Elia y el tío Ezequiel conversaban sentados en dos sillas de madera cerca de la entrada de la casa, hubo oportunidad de que Emiliano, Flor y sus hermanos recorrieran alrededor del enorme lugar bardeado, lo que más se distinguía eran pequeños árboles llenos de frutas variadas al alcance de quien pasara por ahí, los rayos del sol se entremetían entre ellos. Emiliano como un gesto de cortejo arrancó un limón que le ofreció un tanto tímido estirando la mano dirigiéndose a Flor y con coquetería ella aceptó, y así entre sonrisas caminaron y corrieron el enorme jardín, tanto Emiliano y Flor como sus demás hermanos, y pasaron varias horas porque indudablemente hubo una conversación larga entre la tía Elia y su querido tío, mucho que recordar y platicar. Hubo un abrazo aún más fuerte y más largo al despedirse haciendo hincapié en que regresaría más seguido para visitarlo, el tío Esequiel quedó muy conmovido y con una leve sonrisa asintió con la cabeza y en sus adentros le dio su bendición.

De regreso a la casa de la tía Antonia hubo un recorrido más ameno de risas, pláticas, de lo que había acontecido durante el día, especialmente Emiliano y Flor más que palabras empezaba una especie de complicidad de travesuras con risas inocentes como dos niños sin maldad, aunque anteriormente nunca antes se habían visto, el transcurso del breve camino de un lugar a otro hacía que la confianza fuera con mayor familiaridad.

De regreso y muy de cerca de la casa, casi ya oscureciendo, Emiliano, la tía Elia, Flor, Elvia y sus hermanos habían tenido un día lleno de emociones y de grandes aventuras visitando lugares y amigos de la familia y a lo lejos se observaban unas luces de velas prendidas y se escuchaban cánticos, en especial la voz de la tía Antonia donde era invitada para cantar en las preposadas, ella disfrutaba de hacerlo porque además de tener una voz melodiosa y entonada le daba un tono diferente a esos recorridos con su presencia por ser una mujer dulce y carismática y la tía Elia, aunque agotada, decidió seguir el recorrido de peregrinación al igual que sus dos hijas Elvia y Natia, era como si no quisieran perderse ningún instante de esos momentos que seguramente no los podrían vivir hasta el año siguiente y si es que se daba la oportunidad de que así fuera de regresar a su pueblo querido. Así que tomó del brazo a la tía Antonia y continuaron su recorrido.

Emiliano, Flor y dos de sus hermanos, Tiago y Josesito, decidieron quedarse en casa, había sido un día agotador, así que Flor decidió ir al cuarto y recostarse en alguna de las camas, cerró lo ojos después de unos momentos de quietud, empezó a oír el sonido de una guitarra que el eco de la noche invadía alrededor del patio un sonido melodioso y el canto de una voz varonil pero jovial, entonando una canción:

«Qué no te habrán dicho

si solo en tus ojos

hay un brillo anhelado»

Y el tono de su voz iba muy de acuerdo con el tono de la canción.

Flor, con mayor curiosidad, se levantó a escuchar más de cerca, cuando salió del cuarto vio a Emiliano en una pequeña barda que era parte de la casa, se acercó poniendo y observando con mayor atención a esos dedos delgados manipulando las cuerdas de la guitarra de manera muy hábil. Y salió, se sentó en los escalones del cuarto y continuó escuchando a Emiliano, era para ella un deleite y para sus oídos poder escucharlo, su voz era penetrante, aguda pero suave, y además con un tono ronco afinado y sobre todo varonil, pero jovial, era como darle punto final a un día lleno de recorridos, aventuras y emociones durante el día al conocer parte de Coxcatlán y sus alrededores.

Flor estaba tan entusiasmada y la fascinación que mostraba en todo lo relacionado a la música que Emiliano decidió hacerle la invitación a que lo acompañara a una serenata en la que iban a participar a la mañana siguiente con su grupo de amigos de estudiantina con quien participaba muy a menudo, especialmente en épocas de festividades. Y un poco turbado al llegar la tía Elia pidió permiso… «Tía, ¿podría dejar a Flor que me acompañe a mí y mis compañeros de estudiantina? Vamos a dar una serenata mañana temprano», a lo que la tía Elia contestó «bueno, si Flor quiere no hay problema». Flor con un movimiento de cabeza y una leve sonrisa aceptó. Y al siguiente día eran las seis de la mañana cuando Emiliano se dirigió a la cama donde dormía todavía Flor y solo con un susurro y un «vámonos, es hora de irnos», para no despertar a los que dormían todavía. Flor, aunque soñolienta, decidió levantarse, se alistó rápidamente, se puso unos jeans, una playera y un abrigo tejido, salieron al encuentro donde ya todos los muchachos estaban listos esperando en la casa de Leo el mayor y el líder principal del grupo, con instrumentos en mano esperaban a que llegara quien los iba a llevar al lugar indicado que era un pueblo muy cercano, era una mañana fría, así que, mientras esperaban, se sentaron en algunas rocas, ella con cierta timidez recargó su cabeza en los hombros de Emiliano, él se sintió un poco turbado, eran emociones que nunca anteriormente había sentido. De repente llegó el transporte que los dirigiría a donde se daría la serenata, la camioneta no era nada de lo que Flor podría esperar, digamos algo más cómodo, algún transporte normal, por decirlo así, en realidad llegó un vehículo de carga bastante desgastado con cupo enfrente solo para dos personas y en la parte de atrás descubierta totalmente sin asientos y unas pequeñas barras blancas para poder apenas sostenerse todos y uno por uno se subió y acomodó como algo normal, a lo que Emi se percató un poco de la incomodidad que Flor podría sentir, así que con amabilidad y ternura la ayudó a subir apoyándola y sosteniéndola en todo momento, ella se sintió más tranquila y más confiada, aunque en el camino el viento frío hacía que temblaran y los ojos un poco enrojecidos, los labios secos, orejas congeladas y narices rojas pero la juventud se imponía, así que ahí iban y los baches de las calles hacían que bruscamente saltaran a cada momento, pero los muchachos al fin y al cabo eran parte del momento, sabían que a veces iba a ser de esta manera y otras un tanto diferente, era una aventura en esos viajes cortos. Posiblemente a una hora de camino llegaron a su destino, era la casa de algún conocido que contrató al grupo para una serenata. Que es una forma muy típica en México desde los años de antaño para deleitar con música y cantarle a la festejada. Estos jóvenes que conformaban un grupo de cuatro mujeres y posiblemente de siete a ocho muchachos donde tocaban instrumentos musicales tales como mandolinas, que es el sello característico en ciertas melodías, panderos y acordeones, que con dulzura emiten melodías que al tocar sus teclas sobresalen en la canciones cortas y por supuesto las guitarras donde Emiliano al tocarla la abrazaba de manera especial como una conexión íntima entre su guitarra y él.

Tocaron y dedicaron canciones dedicadas al amor, al romanticismo, y se abrió un panorama con voces encontradas en el viento. Fue su primera experiencia de Flor en la participación de lo que muy a menudo hacían Emiliano y sus amigos, especialmente en esas fechas donde había más actividad en cuanto a participar algunas veces en algunas parroquias de los alrededores. Era muy común que los jóvenes participaran en este tipo de sucesos y en especial Emiliano que desde muy niño en todo lo relacionado a la iglesia, que no necesariamente al principio era porque a él le gustara, prácticamente los padres especialmente las mamás eran las que motivaban a los hijos a ser partícipes. A Emiliano en un principio le prestaban guitarras e instrumentos pertenecientes a la iglesia. Después con el tiempo le regalaron una guitarra y desde ese momento se convirtió en su acompañante, que aprendió a tocarla líricamente y la voz entonada era parte de la herencia de su madre Antonia.

Y así era durante las fechas decembrinas y ahora era una navidad diferente porque la vida de Emiliano y Flor se convertiría en el gran delirio de amor que jamás hubiesen imaginado.

En los siguientes días próximos a la navidad, después de realizar actividades en familia, a veces solo se sentaban a platicar en la pequeña cocinita por la tarde en casa. Emiliano y Flor estaban en el cuarto sentados en alguna de las camas, el silencio de la tarde amenizaba una conversación entre ellos y como siempre Emiliano con su guitarra, su acompañante inseparable, y mostrándole a Flor la delicia de tocar las cuerdas de manera suave, dócil, con dulzura, cuando el ruido de algo parecido a un motor los interrumpió, que al parecer era de una motocicleta que no era usual oír en el pueblo de Coxcatlán, salieron del cuarto y se dirigieron hacia la calle, ahí estaba un conocido de Emiliano montado en la motocicleta, lo saludó con afecto y lo invitó a que se diera una vuelta en ella y Emiliano accedió y por supuesto invitó a Flor a montarse y con un poco de temor Flor se subió y lo tomó de la cintura, lo abrazó de manera natural sin darse cuenta que tan cerca estaba de aquel chico que le hacía sentirse en constante entusiasmo donde el corazón acelerado de los dos y al mismo ritmo por el momento que vivían, que cada instante la sorprendía no solo con sus gestos de amabilidad sino con sus talentos y habilidades, el recorrido fue corto, pero suficiente para sentir la emoción de sentirse juntos.

Habían pasado algunos días de convivio entre la familia antes de que llegara la navidad (la Nochebuena). La tía Elia, junto con sus hijos Flor, Elvia, Tiago, Natia y Pepe, estaban pasando una estancia muy agradable en casa de la tía Antonia y el tío Ricardo, sus hijos hacían aún más agradable esos momentos, Emiliano e Isela, siendo los que quedaban en la casa, le daban el sentido a todo por su modo de ser de cada uno de ellos.

El resto de los hermanos ya se había mudado a hacer su vida propia pero muy cerca, así que las visitas eran muy seguidas a excepción del hermano mayor Valentín, él y su esposa vivían muy cerca de la colonia de la casa de la tía Elia.

Toda la familia hacía su estancia muy agradable, ellos hacían lo posible para que se sintieran como en su casa siempre con un buenos días y un plato de comida en la mesa servida, acompañada de alguna bebida fresca o caliente, según se apeteciera, y por las tardes la tía Elia del brazo de Antonia solían recorrer la plaza donde siempre en el camino había con quien compartir una charla amena.

Por otra parte, Emiliano y Flor salían por las tardes con el grupo para tocar y cantar en la parroquia del pueblo, ella se sentía que era parte de ese grupo de jóvenes y llegaban, se subían en la parte de atrás de la parroquia, tipo balcón en la parte de arriba, donde se podían apreciar y oír con claridad las lecturas dadas por el sacerdote dando al final reflexiones y oraciones. Y por supuesto el grupo tocando cantos religiosos. Y ahí era donde empezaba lo bonito de esas fechas, no había horario ni un sistema de tiempo, era disfrutar al máximo el día, la tarde y la noche en eventos, en recorridos y todo lo que se presentara. Las noches de invierno invitan a vivir en familia, la víspera de la navidad en las diversas parroquias era una atmósfera cálida y fraterna.