Un desafío atrayente - Jessica Hart - E-Book

Un desafío atrayente E-Book

JESSICA HART

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Beschreibung

Apuesta por tu corazón. Allí estaba una chica de ciudad como Bea en mitad de la zona más despoblada de Australia, ¡sin unos grandes almacenes a la vista! Al menos estaba allí con un tipo guapísimo que, además, parecía estar dispuesto a responder a cualquier desafío. Así que, para animar un poco su vida, Bea le lanzó tres: no se podía dejar tentar para tener una aventura con ella; no podía enamorarse de ella y, por supuesto, bajo ninguna circunstancia, le pediría que se casase con él. ¿Cómo se tomaría un reto así un orgulloso soltero como Chase? ¿Volaría como un pájaro o se enfrentaría al desafío como un hombre?

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2002 Jessica Hart

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un desafío atrayente, n.º 1764 - febrero 2016

Título original: The Wedding Challenge

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2003

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones sonproducto de la imaginación del autor o son utilizadosficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas

propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filialess, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N: 978-84-687-8023-8

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

IRNOS a trabajar al desierto australiano? –preguntó Bea, atónita, a su amiga–. ¿Por qué íbamos a hacer una cosa así?

–¿Que por qué? –repitió Emily–. Todo el mundo quiere ir a trabajar al desierto. Es especial. Precioso.

–No es precioso. Es marrón.

–Está lleno de tíos buenos montados a caballo, con sombreros vaqueros y botas camperas.

–Está lleno de moscas –replicó Bea, sin mostrar el más mínimo interés.

–No seas así, Bea –Emily dejó a sus clientes y agarró una silla para colocarla enfrente de su amiga–. Esta es una oportunidad única en la vida. Siempre he deseado ir a trabajar a un hacienda de ganado.

–¿Por qué?

–Porque es diferente, romántico, maravilloso –dijo Emily gesticulando con las manos–. Además, es parte de mi herencia.

Bea la miró con los ojos desorbitados. Según tenía entendido, Emily había nacido y crecido en Londres.

–¿Desde cuándo?

–Mi madre es australiana.

–Sí, claro. Pero de Melbourne. Nada que ver con el Centro Rojo de Australia.

–Bueno; pero creció en una finca de ganado –explicó Emily, desafiante.

–Y mi abuela creció en un balneario del norte de Inglaterra y eso no significa que yo tenga que irme a trabajar allí.

–Pero un balneario no está lleno de hombres que puedan lanzar un lazo y derribar reses con una mano, ¿verdad? Hombres de verdad, Bea. No como los que tenemos por aquí.

Emily señaló con desesperación hacia el bar donde trabajaba de camarera. Llevaba un delantal blanco y estaba ignorando a los clientes que intentaban llamar su atención.

Bea siguió con la mirada el gesto de su amiga. Era domingo por la noche, el bar estaba lleno de gente joven disfrutando del final del fin de semana en Sidney. Por lo que Bea podía ver, la mayoría de los chicos eran altos, con hombros anchos y... bastante apetecibles si una no se estuviera recuperando de un gran batacazo emocional.

–¿Qué les pasa? –preguntó a su amiga.

–Son niños ñoños –gruño Emily–. Es como si estuviéramos en Londres.

A través de los cristales de la ventana se veía el edificio de la ópera y el puerto repleto de yates. Aquello no se parecía en nada a Londres, pensó Bea.

–La semana pasada no decías lo mismo. Solo sabías hablar de Marcos y de lo encantador que era.

–Demasiado encantador –dijo Emily, torciendo la boca–. Ya he aprendido la lección. Estoy harta de tipos como él. Ahora quiero un tipo duro; un hombre de verdad.

–Bueno, si eso es lo que quieres, quizá el desierto sea el mejor sitio para encontrarlo –le dijo Bea antes de darle un sorbo a su bebida. Era su día libre–. Creo que por allí hay muchas piedras.

–Te estoy hablando en serio, Bea –insistió la chica, inclinándose hacia su amiga–. No se trata de un capricho pasajero. Cuando salimos de Londres, ya te dije que quería conocer el desierto.

–¡Pensé que te referías a una excursión, no a ponerte a trabajar en una hacienda!

–No quiero ir de turista. Quiero saber cómo se vive allí y qué mejor manera que pasando unas semanas en una hacienda.

A Bea se le ocurrían unas cuantas cosas.

–No nos queda mucho para volver a casa. Todavía tenemos muchos sitios que visitar. De verdad, no quiero pasar el resto de mi estancia aquí encerrada en una hacienda en el medio del desierto. Ve tú si quieres, pero no cuentes conmigo. Además, antes de venir quedamos en que podíamos separarnos; no tenemos que ir juntas a todas partes.

–Ya lo sé; pero no me darán el trabajo si no vienes –se quejó Emily–. Quieren dos chicas y si no vienes, no tengo ninguna oportunidad.

–¿Por qué no te dan a ti el trabajo y buscan a otra por otro lado? –se quejó Bea.

–Porque la finca tiene tropecientos acres y quieren dos personas que trabajen juntas. Es una finca muy famosa aquí en Australia. Alguien me dijo que era del tamaño de Bélgica. Es enorme y preciosa. Están acostumbrados a gente que no se queda mucho tiempo; pero, según Nick, esta vez quieren dos amigas.

–¿Quién es Nick?

–Nick Sutherland es el dueño. Muy atractivo –añadió Emily con un suspiro–. Es rubio, de hombros anchos y mandíbula cuadrada... justo mi tipo. Y si tú no vienes conmigo, se buscará a otras dos chicas. Conozco a un montón de personas que se matarían por trabajar en Calulla Downs –añadió con una mirada resentida que a Bea no la afectó.

–Quizá encuentren a dos chicas que estén acostumbradas a trabajar en el desierto –señaló–. No creo que nosotras le sirviéramos de mucho. No sabemos montar a caballo y no sabemos nada sobre ganado.

–Bea, no quieren vaqueros. Tienen de sobra. Quieren una cocinera y una institutriz.

–¿Una institutriz? –repitió Bea, partiéndose de risa–. ¿Estás de broma? ¡Siempre pensé que las institutrices solo existían en las novelas de época!

–Bueno, yo también lo encontré un poco extraño –confesó Emily–. Pero creo que lo que en realidad necesita es una niñera. La niña solo tiene cinco años, así que no creo que necesite mucha instrucción. Creo que se trata de cuidar de ella y de entretenerla un poco.

Bea parecía asustada.

–¡No sabemos nada de niños!

–No puede ser tan difícil –dijo Emily, quitándole importancia al asunto con un gesto de la mano–. Tendremos que leerle algún cuento, ocuparnos de que no pierda su oso de peluche... seguro que es muy fácil.

–Bueno, yo no quiero saber nada de niños –dijo Bea–. Me ponen nerviosa.

–De acuerdo. Yo me encargaré de la niña y tú haces de cocinera. Además se te da de maravilla. Cuando le dije a Nick que trabajabas en un restaurante, le pareció muy bien. Me dijo que era difícil encontrar a una cocinera con experiencia... Oh, por favor, Bea, dime que vendrás. Lo pasaremos genial.

–Aquí lo estamos pasando genial –se quejó Bea–. Tenemos trabajo, amigos, un apartamento... Yo me lo estoy pasando fenomenal. Seguro que en el desierto no es tan divertido. Estaremos encerradas en una casa con una niña. Hará un calor de muerte y no podremos ir a ningún sitio. ¡Ni siquiera sabemos montar a caballo! Estoy segura de que sería horrible.

–Lo mismo me dijiste cuando te propuse que viniéramos a Australia –le dijo Emily–. No querías ni oír hablar del tema y ahora solo piensas en quedarte definitivamente. Te dije que te encantaría y acerté. ¿A que sí?

Bea tuvo que admitirlo.

–Sí.

–Entonces, ¿por qué no me crees cuando te digo que te va a encantar el desierto? No es un desierto normal; te aseguro que te sorprenderá. ¿Sabes cuál es tu problema? –continuó Emily.

Bea suspiró, sabía muy bien de qué le iba a hablar su amiga.

–El único culpable es Phil. Te hizo tanto daño que ahora no quieres probar nada nuevo.

–Eso no es cierto –protestó Bea, pero Emily continuó.

–Ya no confías en ti misma. En cuanto alguien sugiere que hagamos algo diferente, empiezas a poner excusas. Ni siguiera te compraste aquel vestido el otro día porque era un poco más corto de lo habitual.

–¡Me hacía gorda!

–Estabas fantástica; pero no podías admitirlo. Además, alguien podría fijarse en ti y tú no quieres arriesgarte a tener otra relación.

–¡Tonterías!

–Y ahora te ofrezco la oportunidad de tener una aventura y no quieres aceptar.

–Ya he tenido bastantes aventuras –dijo Bea, encantada de que Emily dejara el tema de su ex prometido–. ¿No fui contigo a hacer senderismo? Además, tus aventuras implican pasar calor y no poder ducharse. Y a mí me gusta lavarme el pelo cada día.

–Esta es una aventura diferente. En Calulla Downs hay más lujos de los que te puedas imaginar. Se supone que es una mansión magnífica. ¿Qué más podrías pedir?

–Tiendas, bares, teatros, discotecas, música...

–Eso lo puedes tener siempre que quieras. Esta es una ocasión única. Atrévete.

–No sé, Emily...

–No es como si fuera para siempre. Seguro que Nick acepta si le decimos que solo podemos ir un mes. De esa manera, podemos pasar el resto del tiempo viajando por el país, como habíamos planeado. ¿Qué me dices?

Bea dudó un instante, consciente de que se estaba quedando sin excusas. Aquello era típico de Emily; hasta que no se salía con la suya, no paraba.

Al darse cuenta de que Bea estaba comenzando a ceder, Emily siguió insistiendo.

–Por favor, Bea. Deseo ir allí con toda el alma, y no puedo hacerlo sin ti. Te necesito... y cuando tú me has necesitado, siempre has podido contar conmigo, ¿a que sí?

Era cierto. Siempre había podido contar con ella. Fue ella la que fue a verla inmediatamente cuando Phil la dejó. Ella la que se encargó de todo cuando se encontró demasiado deprimida para levantarse del sofá.

Bea suspiró.

–Vamos, Emily. El chantaje emocional es tu fuerte. ¿Por qué no pruebas con unas cuantas lagrimitas? También puedes acusarme de arruinar tu vida si no acepto...

–Esas son mis últimas bazas –dijo la chica con una sonrisa.

Bea cedió.

–Un mes –dijo con un deje de advertencia–. No me pienso quedar ni un minuto más.

Emily dio un salto y abrazó a su amiga.

–Eres fantástica. Sabía que podía confiar en ti. Voy a llamar a Nick ahora mismo. Le diré que solo nos podemos quedar un mes. Pero te apuesto lo que quieras a que después te quieres quedar a vivir allí para siempre.

–Parece que va a ser un mes muy largo –gruñó Bea, mientras arrastraba la maleta hacia una fila de asientos de plástico en el aeropuerto de McKinnon–. Solo llevo aquí diez minutos y ya estoy aburrida.

Diez minutos desde que el avión había aterrizado para dejar a sus seis pasajeros. Los otros cuatro ya se habían marchado a la ciudad. El hombre que les había entregado el equipaje había desaparecido y en la terminal parecía que solo estaban ellas dos.

Bea se dejó caer en una de las sillas y puso los pies sobre la maleta.

–Imagino que le dirías al tal Nick Sutherland a qué hora llegábamos...

–Por supuesto –respondió Emily–. Le dije a qué hora llegaría el avión y él me dijo que enviaría a un tal Chase a recogernos. Me dijo que era la persona que llevaba la hacienda, así que supongo que será el capataz.

–Pues parece que no es muy eficiente si se ha olvidado de nosotras.

–No creo que se haya olvidado. Estos tipos son muy eficientes. Simplemente, se estará tomando su tiempo.

–Es obvio.

Emily hizo caso omiso de su sarcasmo.

–Estos hombres no están todo el tiempo pendientes del reloj, Bea. Por eso son tan atractivos. Tienen todo el tiempo del mundo y no se apresuran por nada. Te apuesto lo que quieras a que aparece tranquilo, con una camisa de cuadros y un sombrero vaquero y nos saluda con una amplia sonrisa y...

Sintiendo que empezaba a sudar, Emily sacó su billete del bolso y comenzó a abanicarse con él.

–Estoy deseando verlo. Seguro que es moreno y larguirucho y tiene la piel curtida por el sol –continuó Emily entrecerrando los ojos–. Lo más probable es que sea un poco tímido, pero será el mejor domador de caballos y... ¡A mí me puede echar el lazo cuando quiera!

Bea no pudo evitar reírse por lo fantasiosa que podía llegar a ser su amiga.

–¿No te estarás equivocando con los vaqueros americanos? La verdad es que la única diferencia entre ellos es el sombrero. En Estados Unidos llevan las alas de los sombreros levantadas y aquí las llevan estiradas. Me sorprende que no te hayas comprado uno como complemento a tu atuendo.

Emily llevaba unos pantalones vaqueros, una camisa a cuadros azules, a juego con sus ojos, y un pañuelo rojo al cuello.

–No sabía que teníamos que venir disfrazadas. Si me lo hubieras dicho. Me hubiera comprado un chaleco con flecos.

Emily se apartó de la cara los rizos dorados.

–Puedes burlarte todo lo que quieras; pero, al menos, voy más apropiada que tú con ese vestido y esos estúpidos zapatos.

–¡Pero si te encantaban! –protestó Bea, levantando el pie para que pudiera admirarlos–. ¡Te enfadaste muchísimo cuando te dijeron que no tenían tu número!

–Eso era en Sidney. Admito que en su contexto son fabulosos; pero aquí se ven ridículos. No sé por qué no te has puesto unos vaqueros –gruñó la chica–. Va a parecer que no tienes ni idea de lo que es el desierto...

–No me gusta viajar con vaqueros. Además, ese Nick no dijo nada de llevar un uniforme, ¿verdad? Me ha contratado para cocinar, no para que me siente en una valla como si fuera una vaquera en una película del Oeste.

–Bueno. Pero a mí no me culpes cuando este Chase resulte ser un tío buenísimo y no te haga caso por tener esa pinta de chica de ciudad –dijo Emily–. Te retorcerás de envidia cuando me invite a ir a verlo domar los caballos.

–No me importa lo guapo que sea. Solo quiero que venga ya.

Al cabo de un rato, Bea se puso de pie y comenzó a pasearse con impaciencia.

–Quizá ese Nick «Nosequé» haya cambiado de opinión y haya contratado a otras personas –sugirió esperanzada.

–Se llama Nick Sutherland y estoy segura de que no haría nada parecido –saltó Emily en su defensa–. Parecía realmente encantador cuando hablé con él y las dos sabemos que un hombre guapo y encantador es una combinación bastante difícil de encontrar.

–Si es tan encantador, ¿por qué no ha venido a recogernos él mismo?

–Porque no está aquí. Su mujer está en Estados Unidos y se ha marchado para estar con ella. Por eso necesitan a alguien que cuide de la niña.

–¿Esposa? –repitió Bea, sorprendida–. ¡Te debiste llevar un buen chasco al enterarte de que estaba casado!

Emily suspiró.

–Ya. Me imagino que debe ser un poco mayor para mí. Pero dijo algo sobre un hermano –añadió sin perder las esperanzas.

–¿Más pequeño?

–Eso creo.

–¿Casado?

–No.

–Entiendo. ¿Y cómo se llama?

–No lo sé. No podía hacerle tantas preguntas. No quería parecer muy interesada.

–Querrás decir que no querías que se te notara que estabas muy interesada. Es una pena tu atuendo de vaquera, si ni siquiera va a venir.

–Bueno. Siempre me queda Chase. Sé que un capataz no es lo mismo que el jefe, pero seguro que está cañón.

–Quizá también esté casado.

–No creo. Estos tipos no suelen salir mucho –dijo Emily llena de esperanza–. Siempre he soñado con tener una aventura salvaje con un tipo rudo, serio y fuerte. Como un poco de suerte, tendremos al hermano y al capataz, uno para cada una.

–Muchas gracias, pero a mí no me gustan los hombres que solo saben hablar de vacas. Voy a salir a ver si lo veo.

Bea se quitó las gafas de la cabeza y se las puso. Al abrir la puerta, sintió una bofetada de calor y, a pesar de las gafas, tuvo que cerrar los ojos debido al brillo del sol.

Al menos, no había manera de que alguien llegara y ellas no lo vieran: hacia la terminal solo llegaba una carretera y estaba absolutamente desierta. Deseó ver a uno de esos tipos guapos de los que Emily hablaba tanto, aunque solo fuera para que las sacara de allí cuanto antes. La otra alternativa sería ir a la ciudad, pero no parecía que estuviera muy cerca.

Cuando volvió a entrar, sintió un gran alivio gracias al aire acondicionado. Se turnaron para salir a observar el tráfico, pero durante la hora y media que estuvieron allí esperando, solo pasaron tres camiones.

Bea sacó una revista de la maleta y se puso a hojearla. Acababa de concentrarse en la lectura de un artículo sobre los placeres de la ciudad, cuando un rugido sobre sus cabezas las hizo mirar hacia arriba.

Un aeroplano pequeño descendió por la pista de aterrizaje en dirección a la terminal. Mientras observaban atentamente, el avión se detuvo, un hombre saltó de la cabina y se dirigió corriendo hacia la terminal.

–¿Crees que es él?

Emily parecía desilusionada, probablemente porque el hombre no llevaba ninguna camisa a cuadros. Tampoco parecía darle muy buena espina que se dirigiera hacia la terminal de manera tan apresurada. De hecho, a pesar de la distancia, su semblante denotaba impaciencia.

Sin embargo, tenía el aspecto de larguirucho que había pronosticado, pensó Bea. También tenía las espaldas anchas, observó sin poder evitarlo. Desde luego, en lo que a constitución se refería, era todo lo que Emily podía soñar.

–No puede ser –dijo Bea, por fin–. No lleva sombrero.

Obviamente, Emily estaba luchando por sacarle el mejor partido, por lo que le respondió:

–Pero sabe pilotar un avión. Eso no está nada mal.

Si el hombre se dio cuenta de las dos chicas que no le quitaban el ojo de encima a través de la ventana, no se le notó.

Cuando abrió la puerta con el ímpetu de un ejecutivo de la ciudad, Bea miró a Emily con pena. Quizá tuviera un buen cuerpo, de hecho, de cerca era aún más impresionante; pero el resto era una desilusión. Era un hombre de aspecto bastante común, con una expresión malhumorada en el rostro.

Bea calculó que tendría unos treinta y pocos años, aunque había algo en él que lo hacía parecer mayor. Llevaba pantalones vaqueros y una camisa marrón desgastada. Obviamente, el hombre no tenía ni idea del código de Emily. De hecho, el marrón parecía su color, pues ese era el tono de su rostro y el de su cabello. A Bea no la habría sorprendido que sus ojos también fueran marrones; por eso, el azul hielo de su iris la dejó atónita.

La mirada con la que Bea se encontró era fría como el hielo, y no pudo evitar sentir un pequeño escalofrío. Sin embargo, levantó la cabeza y se enfrentó a él. No pensaba dejarse intimidar por un vaquero.

A Chase se le encogió el corazón al ver a las dos chicas que tenía delante de él. Nick le había dicho que serían perfectas; pero él no las encontró nada adecuadas. Una era rubia y, por alguna razón, iba vestida de vaquera y la otra, una morena con tacones altos y vestida como si fuera a una fiesta. ¡Por el amor de Dios! Tenía una boca sensual y carnosa que no le iba nada a la expresión altanera de su rostro. Chase no estaba seguro de cuál de las dos resultaba más ridícula.

«Gracias, Nick», pensó irónico con un suspiro. Personalmente, pensaba que ese par de chicas no solo no le solucionarían nada sino que probablemente serían una fuente de problemas.

Miró de la una a la otra intentando averiguar cuál sería Emily Williams. Se decidió por la morena de la frente bien alta. «Emily» sonaba bastante anticuado y parecía que le iba bien a la actitud de la chica.

O tal vez no. Con aquella boca...

–¿Emily Williams?

El nombre le salió más brusco de lo que había pretendido; pero la morena no pareció impresionarse.

–Ella es Emily –dijo señalando a la rubia, que sonrió un poco desconcertada–. Yo soy Bea Stevenson.

Su acento era claramente británico y Chase se preguntó si acaso esperaba que se inclinara ante ella.

–Usted debe de ser el señor Chase.

Él levantó una ceja.

–Sí. Todos me llaman Chase.

–Muy bien, Chase. ¿No te dijo el señor Sutherland que veníamos hoy?

–No estaría aquí si no me lo hubiera dicho –señaló él, cortante–. Tengo mejores cosas que hacer que esperar en un aeropuerto a que lleguen un par de cocineras.

–Todos tenemos mejores cosas que hacer –soltó Bea–. Pero nosotras hemos esperado toda la tarde. ¡El avión llegó hace dos horas!

–Lo siento –dijo Chase, pero no se le notaba nada arrepentido–. Hemos estado reuniendo una manada de ganado y no he podido venir antes.

–¿Se supone que tenemos que mostrarnos agradecidas de que haya venido?

–Bea...

Bea se apartó el pelo de la cara y se enfrentó a la mirada suplicante de su amiga. Sabía que era demasiado pronto para enzarzarse en una discusión; pero había algo en aquel hombre que la irritaba.

–Deberíais estar agradecidas de que me haya acordado –dijo él, sin inmutarse–. Ahora tengo que volver, así que, si estáis listas, sugiero que agarréis vuestras cosas y nos marchemos.

–¿En el avión? –preguntó Emily, encantada.

–Es el camino más rápido –dijo él mirándola–. No será ningún problema, ¿verdad?

–Oh, no. Siempre he soñado con viajar en una avioneta –le aseguró–. Suena realmente emocionante.

Chase ahogó un suspiro. Una era demasiado entusiasta y la otra parecía que iba a odiarlo todo. Ya habían tenido de los dos tipos antes y no sabía cuáles eran más difíciles. Probablemente, las entusiastas. Las que lo odiaban todo, normalmente, rompían a llorar e insistían en volver a sus casas al día siguiente. Quizá Bea Stevenson era una de esas. Aunque no parecía una chica que llorara con facilidad. Demasiado orgullosa, pensó Chase.

–¿Dónde están vuestras cosas?

Ellas señalaron a las dos enormes maletas al lado del banco y él levantó una ceja.

–¿Habéis traído vuestros trajes de noche para lucirlos junto al fregadero? –preguntó sarcástico.

Bea creía que iba a explotar.

–Pensamos que lo mejor sería traer unos cuantos libros –dijo con un tono frío–. Para no aburrirnos.

–No tendréis tiempo de aburriros en Calulla Downs –dijo él.