Un final feliz - Cathy Williams - E-Book

Un final feliz E-Book

Cathy Williams

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Beschreibung

Bianca 2980 ¡Una semana con sorprendentes consecuencias! Cuando el multimillonario Leandro le insistió a Celia para que lo acompañara a Escocia, ella no se esperaba que surgiera entre ambos una ardiente pasión. Y se quedó en estado de shock cuando, semanas después, una prueba de embarazo dio positiva. Al contárselo a Leandro, este decidió ser el padre que él no había tenido. Celia había dejado de soñar con finales felices cuando, hacía unos años, la habían dejado plantada. Pero ahora se encontraba ligada a Leandro por su futuro hijo y tenían nueve meses para decidir si querían formar una familia...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Cathy Williams

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un final feliz, n.º 2980 - enero 2023

Título original: Bound by a Nine-Month Confession

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411413787

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Cómo?

Celia tardó unos segundos en procesar lo que la clienta le acababa de decir.

–¿Que al final has decidido no casarte?

Se irguió. Estaba de rodillas sujetando con alfileres el dobladillo del vestido que estaba haciéndole.

Un vestido de boda.

No uno blanco tradicional, porque aquella sería la segunda boda de Julie Raymond. Era de color lila claro, muy hermoso y entretejido con perlitas cosidas a mano.

Había tardado tres meses en el laborioso diseño y cuatro en hacerlo, con decenas de pruebas, en cada una de la cuales había que cambiar algo; además del tiempo empleado en buscar el tejido adecuado y la fábrica con garantías de respetar el medio ambiente.

No había sido un trabajo hecho con amor, sino un viaje en una montaña rusa con el miedo de que la creación no estuviera terminada a tiempo para el gran día, debido a la cantidad de obstáculos que no dejaban de aparecer.

Pero allí estaban, a una semana de la boda y…

Celia miró consternada a la clienta interrogándola con sus verdes ojos. La expresión del rostro de Julie no dejaba lugar a dudas de que no la había oído mal: la boda del año se había anulado.

¿No debería haber prestado más atención a los comentarios que se habían vuelto más persistentes en las semanas anteriores?

Julie le había hablado de su anterior matrimonio, una unión sin amor que había soportado cuatro años. Se había casado con un conde que, además de ofrecerle el título, pretendía que lo dejara continuar con su vida de mujeriego soltero para que no lo molestara la monotonía de la vida conyugal. Julie le contó con amargura que el divorcio había sido largo y agotador.

Así que era cierto que Celia había establecido con Julie una camaradería de esas que a veces surgen entre dos personas cuyas vidas no tienen nada en común; un acercamiento entre una con necesidad de hacer confesiones y otra con la capacidad de escuchar, a pesar de pertenecer a entornos sociales distintos.

Julie se sentía segura porque no se arriesgaba a que sus confidencias llegaran a oídos de amigas de las dos.

–Me resulta imposible.

Celia esperó a que Julie se bajara de la banqueta a la que se había subido. Después la condujo al piso de arriba, a la pequeña cocina, lejos de la tienda con los probadores, las perchas de vestidos a medio hacer y sus dos ayudantes.

Julie Raymond era una rubia despampanante. Una modelo que estaría espectacular incluso vistiéndose con una bolsa de basura.

Celia lo admiraba todo en ella secretamente: desde la elegante melena a la perfecta manicura de las uñas.

Julie arrastró el vestido por el suelo, ya que aún el dobladillo no estaba sujeto del todo con alfileres.

–Estás un poco nerviosa –trató de tranquilizarla Celia adoptando el papel de consejera sentimental–. Solo faltan unos días para la boda y tu vida va a cambiar, pero no dejes que el pasado te arruine el futuro. Sé que tu primer matrimonio fue… decepcionante, pero eso sucedió hace años y estoy segura de que Leandro será un marido maravilloso.

–Puede ser –Julie rio con despreocupación y se puso la taza de té que se estaba tomando en el regazo–. Pero no para mí.

¿Qué podía decir Celia? ¿Cómo iba a ponerse a alabar las virtudes de alguien a quien no conocía?

El futuro esposo no había ido ni una sola vez a recoger a su prometida para llevársela a una cena romántica, tras una prueba del vestido llevada a cabo a última hora de la tarde.

Ya puestos, Julie ni siquiera lo mencionaba con frecuencia y, cuando se le preguntaba, se mostraba evasiva con respecto al amor de su vida.

Había dado a entender que hacía mucho tiempo que se conocían y que no hubiera hablado de lo maravilloso que era no era asunto de Celia. Al final, Julie la pagaba por hacer un trabajo; un trabajo importante, ya que en su extravagante boda el vestido sería la estrella. Y eso era una verdadera oportunidad para tres jóvenes que aspiraban a hacerse un hueco en el competitivo mundo de la moda.

–No lo entenderías –dijo Julie.

Celia frunció el ceño al ver leves manchas de té en el vestido.

–Claro que lo entiendo. Te está entrando miedo. Suele pasar. Contemplas un brillante futuro y, de pronto, te sientes aterrorizada por renunciar a la libertad que implica estar soltera.

–¿Acaso hablas por experiencia, Celia? ¿Alguna vez has tenido que elegir entre un brillante futuro y las ventajas de la soltería?

Celia se ruborizó al tiempo que se quedaba sin respiración durante unos segundos.

¿Había estado a punto de casarse y de albergar los sueños y esperanzas que conllevaba?

¡Sí! A los diecinueve años se había comprometido con un vecino, un chico al que conocía de toda la vida, que era su mejor amigo, su confidente y, cuando cumplieron dieciséis años, su novio. En el pueblecito donde se habían criado, en medio del campo, ambos se dejaron arrastrar hacia el sello de una unión que ambas familias esperaban.

Ahora, Celia sabía que lo mejor que había hecho Martin era romper la relación, pero le había dolido mucho. Con la cabeza muy alta, aseguró a sus padres que habían tomado la decisión en común, porque eran muy jóvenes y se estaban apresurando. ¿Acaso no era estupendo que hubieran entrado en razón antes de que fuera demasiado tarde?

Pero aún recordaba la tristeza que sintió porque no se pondría el vestido de novia que estaba haciendo, un trabajo hecho con amor. Acababa de aprobar un curso de costura y quería poner a prueba las habilidades y conocimientos recientemente adquiridos.

Se hallaba doblado en una funda, dentro del armario, y suponía un recordatorio permanente de que, a la hora de entregar el corazón, debía hacerlo con las ideas claras; un recordatorio de que lo que se creía que era amor muchas veces era otra cosa y, si se caía en la trampa, se acababa con un vestido de novia criando telarañas en un armario. Martin y ella nunca estuvieron enamorados. Eran dos jóvenes que se habían dejado llevar por la corriente de uno a otro lado.

Martin había encontrado a otra muy deprisa, una mujer atlética y amante del ejercicio al aire libre que a él le encantaba y que Celia soportaba a duras penas. Incluso invitó a Celia a la boda, pero esta declinó la invitación muy educadamente.

Martin había seguido adelante. ¿Y ella? Daba igual que se repitiera que estaba mejor soltera que en un matrimonio que habría tenido un amargo final. A ambos se les habría caído la venda de los ojos y la realidad habría penetrado en su joven burbuja, y era indudable que ni siquiera habrían continuado siendo amigos.

¿Y si hubiera habido un hijo de por medio?

La experiencia había eliminado la faceta despreocupada de Celia. Ahora era extremadamente precavida. La pregunta de Julie había hecho emerger todo aquello.

–No hablamos de mí, Julie, así que no cambies de tema.

Miró por casualidad la mano de Julie y vio que el anillo de compromiso había desaparecido. ¿Cuándo había sucedido? ¿Cómo no se había dado cuenta?

Era cierto que el primer matrimonio de Julie había sido un desastre. Pero había conocido a otro hombre al que supuestamente quería lo suficiente como para aceptar su proposición matrimonial. Y ahora se desentendía con un par de frases despreocupadas y sin pizca de remordimientos.

–He trabajado para muchas novias, Julie, y siempre se ponen nerviosas antes de la boda.

–No estoy nerviosa porque me vaya a casar.

–¿Qué dice Leandro? Debe de estar destrozado –dijo Celia, con la intención de no iniciar una conversación sobre la negativa de Julie a considerar los nervios como la causa más probable de la anulación de la boda en el último momento.

¿Le importaba a Celia que su maravilloso vestido de novia no fuera a recibir la cobertura que esperaba, que tal vez las hubiera impulsado, a sus ayudantes y a ella, a un lugar importante en el mundo de la moda?

Por supuesto.

Además, Celia y su hermano procedían de una familia tradicional. Sus padres se casaron jóvenes y seguían enamorados. Al pensar en el dolor y la desgracia que se abrían a los pies de Julie y Leandro, sintió pena.

¿Cómo era posible que Julie no se diera cuenta de las consecuencias de su súbita decisión?

¿No era consciente de aquello a lo que tan despreocupadamente renunciaba? ¿No sabía lo afortunada que era al estar con un hombre que la quería? ¿No sabía que no se debía rechazar el amor por capricho pensando en encontrar algo mejor a la vuelta de la esquina? ¿No se percataba de que había mujeres cuyos vestidos de novia se hallaban metidos en el fondo de un armario, como prueba de unos sueños que no se habían cumplido?

–Si conocieras a Leandro, no creo que creyeras que «destrozado» describe cómo se siente.

–Pero no lo conozco.

–Es un hombre muy ocupado.

Celia frunció el ceño. Quería saber más, pero la decisión de Julie no era asunto suyo. No era psicóloga, por lo que su trabajo no consistía en disuadir a nadie de nada.

Pero le daba pena.

Llevaba años haciendo vestidos de novia. Se decía con ironía que era extraño que, a partir de su traje de novia abandonado, hubiera desarrollado un gran interés por la complejidad de crear esos vestidos.

No envidiaba que aquellos vestidos, hechos con la ayuda de su equipo, fueran la puerta a una vida de esperanza y felicidad, que quién sabía cuándo le llegaría el día a ella.

Sin embargo, mientras Julie le decía lo mucho que le gustaba el vestido y fruncía el ceño al ver la leve mancha de té que la taza había dejado en la tela al apoyarla en ella, Celia se compadeció de sí misma. Había decidido ser precavida, lo que significaba que estaba sola, del mismo modo que cuando Martin y ella habían roto. Parecía que la soledad afectiva se había convertido en una elección profesional.

Y ahí estaba Julie, con el vestido ya manchado y listo para desaparecer, renunciando a la posibilidad de ser feliz con un encogimiento de hombros.

–Te pagaré desde luego. Has hecho un trabajo estupendo, y te voy a recomendar a mis amigas. Tendrás tanto trabajo, Celia, que no darás abasto.

Celia sonrió levemente y abandonó el papel de consejera sentimental.

Estaba exhausta. Le habían asaltado recuerdos no deseados y quería cerrar la tienda y volver a casa.

–Lo siento mucho, Julie –dijo con suavidad al tiempo que le quitaba la taza y la llevaba al fregadero. Se quedó allí, de pie, esperando que Julie se levantara, cosa que esta no hizo hasta que Celia le dijo–: es casi la hora de cerrar.

–Tendría que haberte dicho que he conocido a alguien –afirmó Julie repentinamente nerviosa.

–¿Que has conocido a alguien?

–Sí.

–¿Cuándo? ¡No tenía ni idea! Claro que no es asunto mío, pero tal vez deberías haber roto con Leandro antes. Mira, Julie, tengo que cerrar. Podemos hablar del vestido en otro momento. No hace falta que me des detalles de tu vida . Es triste que no vayas a casarte con Leandro, pero, a fin de cuentas, es tu vida. Por supuesto, te deseo lo mejor.

Pasó la bayeta por la encimera y se dirigió a la puerta. Notó que le empezaba a doler la cabeza.

–Esta vez va en serio, Celia. A pesar de tu expresión de desaprobación, ese hombre, sinceramente… Es amor verdadero lo que siento por él.

–Me alegro, Julie, de verdad, pero…

–Y hay algo más que debes saber.

–¿Ah, sí?

Celia enarcó las cejas preguntándose qué sería. La prueba final del vestido se había convertido en una confesión y le dolía la cabeza al pensar no solo en el pobre novio, sino en la pesadilla de que ella tuviera que renunciar a la que había sido calificada de boda del año.

–Resulta que el hombre con el que salgo es tu hermano.

 

 

Dos días después, Celia aún se mareaba al pensar en la sorprendente noticia mientras ordenaba el taller, antes de cerrar y encaminarse al metro.

Se había quedado pasmada creyendo haber oído mal, pero escuchó horrorizada el breve resumen que Julie le hizo de su aventura con Dan.

Se dejó caer en la silla de la que se había levantado previamente.

¿Cómo se veía su hermano en semejante situación?

Lo supo enseguida.

Julie y él se habían conocido por casualidad. Hacía dos meses, Julie había llegado a probarse el vestido y Dan estaba allí porque había ido a llevar a Celia un libro que le había prometido.

Celia recordaba bien ese día porque había hecho lo imposible para echarlo de allí. Adoraba a su hermano mayor, pero tenía un montón de cosas que hacer antes de cerrar.

¿Hablaron Julie él? Sin duda, aunque no se había dado cuenta. Julie era un novia perdidamente enamorada, así que Celia no prestó atención a si Dan se quedaba más de lo debido hablando con ella.

¡Dan era muy hablador! Cinco años mayor que ella, era muy distinto, tanto en el aspecto físico como en la personalidad.

Era alto y ella baja; tenía el cabello negro y ella era pelirroja; y era despreocupado de un modo que ella envidiaba y admiraba.

¿Se había enamorado Julie de él por eso?

Julie le había dicho que Leandro era adicto al trabajo. ¿La alegre despreocupación de Dan había asestado un golpe mortal a una novia que tenía dudas de última hora sobre el hombre con el que se iba a casar? ¿Su hermano, al rechazar la tiranía de un horario laboral de nueve a cinco, había hechizado a una mujer destinada a casarse con un hombre encadenado a su escritorio?

¿Se habían atraído dos polos opuestos para crear una tormenta perfecta, pero temporal?

En cualquier caso, la culpa devoraba a Celia. Si Dan no hubiese estado en la tienda, Julie habría seguido adelante con la boda y los nervios se le habrían evaporado como el rocío a la luz del sol.

Celia había intentado hablar con su hermano, pero estaba ilocalizable, y cuando sondeó con cuidado a sus padres para ver si sabían dónde estaba, no pudieron ayudarla. Su madre, llena de maternal indulgencia comentó que nunca daba detalles de su paradero.

Celia comenzó a preguntarse si verdaderamente conocía a Dan.

Absorta en los mismos pensamientos a los que llevaba dando vueltas desde hacía dos días, solo se dio cuenta de que llamaban al timbre cuando comenzó a sonar de forma molesta e insistente.

Bajó corriendo las escaleras y encendió las luces de la parte trasera de la tienda.

Fuera hacía frío y estaba oscuro. El aire de enero auguraba nieve, pero aún no había empezado a nevar.

El cartel de «Cerrado» estaba en la puerta y era claramente visible.

Abrió la puerta dispuesta a manifestar lo evidente, con la mano medio alzada para indicar el cartel, pero la bajó de inmediato.

Sobresaltada, observó con la boca abierta un rostro perfecto de color aceitunado. Y durante unos segundos se quedó en blanco.

 

 

Leandro miró en silencio a la mujer pelirroja que tenía enfrente.

Así que esa era la mujer cuyo nombre había oído cada vez con más frecuencia durante el año anterior. No era como se la esperaba, aunque, para ser sinceros, no se había hecho una idea clara de ella.

–¿Qué desea? –ella indicó el cartel de la puerta que él había visto, pero al que no había hecho caso–. Estaba a punto de marcharme, así que, ¿podría esperarse hasta mañana? Suelo llegar a las ocho de la mañana.

Él notó que estaba molesta. Tenía todo el derecho a estarlo, pero qué le iba a hacer. Él se hallaba tan a disgusto en ese momento como ella.

–Preferiría no hacerlo.

–¿Que preferiría no hacerlo?

–Preferiría no hacerlo –suavizó su brusquedad con algo parecido a una sonrisa, aunque le resultó difícil, ya que no era una situación que provocara sonrisas. Se mesó el cabello, apartó la vista, frunció el ceño y volvió a mirarla–. No crea que me dedico a presentarme sin avisar en los sitios, pero le aseguro que se trata de algo importante y que es urgente que hable con usted.

La observó con detenimiento mientras ella asimilaba sus palabras. Tenía un rostro transparente, lo cual supuso que era una ventaja para una diseñadora de vestidos de novia. Una novia deseaba que le mostraran empatía en aquellos emocionantes momentos de su vida. Ante un final feliz y un cuento de hadas a punto de hacerse realidad, ¿qué mejor que alguien prendiendo alfileres y cosiendo con una sonrisa de ánimo y ojos de cachorrito?

¿Atractivos ojos de cachorrito de color verde?

Todo en aquella mujer emanaba una suavidad que animaría a una novia a abrirse y contarle sus secretos.

A Leandro, que había recibido un mensaje de tres frases de Julie hacía dos días, no le cabía duda de que aquella mujer le explicaría lo que había sucedido. No se marcharía hasta obtener una respuesta.

¿Dónde estaba su prometida?

Creía que Julie y él habían entendido bien la situación, que no había posibilidad de error. Estaba equivocado.

Lo siento mucho, pero no puedo casarme contigo, Leandro. No eres tú, soy yo.

¿Qué diantres significaba aquello?

Julie ni siquiera le había dado una explicación a su padre, lo cual había enfurecido a Leandro, ya que el anciano se merecía un mejor trato.

¿Se le había escapado algo? Nunca se le escapaba nada, así que, ¿qué sucedía?

–Si le interesa encargar un vestido, señor…

–Lo que me interesa es el paradero de alguien que le ha encargado un vestido, señorita Drew –contestó él en voz baja.

–¿Quién es usted?

El corazón de Celia se había desbocado. No estaba acostumbrada a que un hombre le causara semejante impacto y no le hacía gracia. Se sentía expuesta, porque se había esforzado en mantenerse a distancia del sexo opuesto hasta que apareciera el hombre adecuado. Ya la habían hecho sufrir una vez y no se le había olvidado. Sabía que, si no se acercaba a nadie ni nadie se le acercaba, no volvería a sufrir.

No se había movido del lugar en que se hallaba, y bloqueaba la entrada a la tienda.

Quienquiera que fuera aquel hombre la había dejado clavada en el sitio. Desprendía un aura de oscuro peligro.

No estaba habituada a una presencia masculina tan poderosa y segura de sí misma.

–Por favor, señorita Drew, déjeme entrar.

–No, lo siento.

–Tengo que hablar con usted, de verdad, y se trata de una conversación que no podemos tener en la calle.

–En ese caso, pida una cita. Ya le he dicho que llego aquí a las ocho de la mañana.

–Tengo que hablarle de Julie. Me llamo Leandro y soy su prometido. ¿O –sonrió con ironía– debería decir exprometido?

 

 

Ella lo miró con los labios fruncidos y los brazos cruzados.

Distaba mucho, en todos los aspectos, del tipo de mujer al que estaba acostumbrado. Llevaba ropa holgada y cómoda: pantalones y camisa anchos, un jersey aún más ancho y una cinta métrica colgada del cuello, que supuso que ella había olvidado al apresurarse a abrir la puerta.

El color de las prendas oscilaba entre el gris y el negro, pero la libraba de la inevitable monotonía el cabello del color del cobre, que, rebelde, le enmarcaba el rostro en forma de corazón, y los ojos de un verde cristalino y de pestañas doradas. Y las pecas, por supuesto. Muchas.

–Usted es Leandro…

–¿Me deja entrar, señorita Drew? Es señorita, ¿verdad? Julia no me lo ha aclarado, así que corríjame, si me equivoco.

–Sí, soy la señorita Celia Drew. Y será mejor que entre.

–Le estoy muy agradecido. Es de noche, está a punto de cerrar para irse a casa y no me conoce, así que gracias por fiarse de mí. Como le he dicho, no hubiera llamado a su puerta, si no fuera importante.

Ella contuvo el aliento, cuando él pasó a su lado.

A la luz de los fluorescentes, contempló de cerca lo espectacular que era aquel hombre.

Era mucho más alto que ella, de cabello negro, que llevaba corto, lo que resaltaba la dureza de su rostro, de boca sensual, nariz recta y pómulos marcados.

–Vamos a subir –dijo ella. Estaba nerviosa, pero algo en él, la sinceridad de sus palabras, hizo que no desconfiara.

De todos modos, ¿qué se imaginaba que iba a hacer? Estaba a salvo con un hombre como él. Una simple mirada a su hermosa y elegante prometida bastaba para darse cuenta de que a él le gustaban altas y elegantes, no bajitas y sensatas.

Subió las escaleras muy consciente de que él la seguía como un sigiloso felino.

Aquello no era lo que ella se esperaba.

Cuando, hacía dos días, había acompañado a Julie a la puerta, se hallaba en estado de shock, por lo que no le preguntó por los planes que tenían Dan y ella. Celia supuso que su hermano intentaría evitar las repercusiones de lo sucedido y no hablar de ello todo el tiempo que pudiera, pero dio por sentado que Julie habría sido sincera con el hombre al que iba a dejar. Sin embargo, allí estaba, buscando respuestas.

Era evidente que conocía la relación de ella con uno de los protagonistas del culebrón. ¿Pretendía echarle la culpa? Era completamente inocente, pero sabía que, en situaciones de mucho estrés, era normal atribuir la culpa a otra persona. La alternativa era que mirara en su interior y se preguntara por su papel en lo sucedido. Pero, a juzgar por lo que había visto hasta ese momento, aquel hombre no era de los que dedicaban mucho tiempo a hacer examen de conciencia.