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Hoy dama de honor; mañana… ¿novia? Dodie iba a ser la dama de honor de su famosísima hermana, la misma hermana que siempre la había hecho sentirse fea y gorda, así que solo podía hacer una cosa: ponerse a dieta. Y para eso necesitaba la ayuda de un entrenador personal. Iba a hacer falta un milagro para que Dodie bajara dos tallas antes de la boda, sobre todo dada su debilidad por el chocolate. Pero ella no tardó en descubrir otra debilidad que no sospechaba: su entrenador, Brad Morgan. Además de ser muy guapo, se había propuesto demostrarle a Dodie que la verdadera recompensa sería encontrar a alguien que la quisiera tal y como era... Y ese era él.
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Seitenzahl: 146
Veröffentlichungsjahr: 2014
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Liz Fielding
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Un hombre a su medida, n.º 1794 - septiembre 2014
Título original: The Bridesmaid’s Reward
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2003
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4710-1
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
DODIE? ¿Qué te pasa? ¡Tranquila! Respira…
Dodie Layton, que acababa de telefonear a su mejor amiga para pedirle ayuda, obedeció, pero le siguieron temblando las piernas.
–¿Estás mejor?
Dodie asintió, pero, por supuesto, Gina no la vio, porque no la tenía ante sí.
–Bien –apuntó su amiga–. Ahora, cuéntamelo de nuevo todo, pero más despacio.
–Tengo un mes y medio para adelgazar dos tallas y dejar de ser Doña Fofa para convertirme en la Madrina del Año.
–Tú no estás fofa. Estás…
–¿Rellenita? –sugirió Dodie mientras Gina buscaba un eufemismo amable para describir sus generosas curvas, su gran trasero y sus muslos celulíticos–. Pues menudo consuelo. Mi hermana, sí, la alta, delgada y guapa…
–Solo tienes una.
–… la que ha sido nominada a todos los premios cinematográficos de este año, la estrella, la famosa, la que todo el mundo adora…
–Sé perfectamente cómo es tu hermana. Te recuerdo que la conocí con aparatos en los dientes…
–… se casa y quiere que sea su madrina –concluyó Dodie.
–¡Guau! –exclamó Gina.
–¡Horror! –exclamó Dodie agarrando la tostada sobre la que estaba untando mantequilla cuando su madre había llamado para darle la noticia e instrucciones para que perdiera peso cuanto antes.
Dodie le puso mucha mermelada y se la comió. Ya tendría tiempo de ingerir menos calorías. De momento, necesitaba azúcar para sobreponerse.
–Me imagino con quién se casa… –aventuró Gina ávida de cotilleo–. Los periódicos llevan semanas diciendo que estaba con su compañero de la serie. ¿Cuándo es la boda?
–No sé la fecha exacta porque, por lo visto, es un secreto, pero parece ser que en mayo. Dentro de un mes y medio, Gina. Tengo que correr, voy a necesitar unas pesas y una clase de aeróbic, tengo que hacer un montón de cosas y…
–Lo que tienes que hacer es dejar de hablar con la boca llena y calmarte.
–Sí, tienes razón –dijo porque Gina era la única persona en el mundo capaz de ayudarla–. Puedo hacerlo. De hecho, yo creo que ya estoy adelgazando porque tengo el corazón acelerado y debo de estar quemando muchas calorías.
–Siento desilusionarte, pero aunque tengas el ritmo cardíaco acelerado, si no es como resultado de haber hecho ejercicio, no adelgaza.
–¿De verdad?
–De verdad.
–Te creo. Al fin y al cabo, tú sabes más que yo. Por cierto, ¿cuándo vuelves?
–Ah, ya sé para qué me has llamado.
–¿Quieres ir a la boda, sí o no? –chantajeó Dodie–. Van a ir todos los actores y actrices famosos, cantantes, modelos increíbles…
–¿Por qué me iba a invitar a mí tu hermana?
–Te invito yo, como mi acompañante.
–Se supone que deberías ir con un hombre.
–Ese comentario no me ha gustado, Gina. Sabes que no tengo pareja ni falta que me hace. Además, si fuera con un hombre, rompería esa tradición que dice que el padrino se enamora de la madrina, ¿no?
–Sí, he oído hablar de eso, pero nunca he visto a ninguno que mereciera la pena enamorándose de la madrina –apuntó Gina–. Ya entiendo. ¿Quién es el padrino, Dodie, que estás tan interesada en estar guapa para él?
–¿El padrino? –repitió Dodie disimulando, como si no fuera aquella la razón por la que el corazón amenazaba con salírsele del pecho–. Charles Gray –anunció agarrándose al respaldo de la silla.
Aquellas emociones a la hora del desayuno no podían ser sanas.
–¿Charles Gray? –dijo Gina anonadada–. ¿El dios del sexo? ¿El hombre que toda mujer que se precie sueña encontrar bajo el árbol de Navidad con una sonrisa y un preservativo?
–Sí, ese –suspiró Dodie–. Será perfecto. Un día de encantamiento sin ningún tipo de realidad posterior que estropee el efecto.
–¿Te vas a convertir en la Cenicienta a las doce en punto o qué?
–Exactamente, pero a mí no se me va a caer ningún zapato por el camino. ¿Te crees que se puede ser feliz con un hombre obsesionado por tus pies? ¡Por favor!
–No lo había pensado –admitió Gina–. Y supongo que tanto interés en que agite mi varita mágica y te convierta en una princesa para ese día no será para que Martin te vea en Celebrity y se muera de la envidia por no estar a tu lado codeándose con los ricos y famosos, ¿verdad?
Recordarle a Martin no tuvo en Dodie el efecto que su amiga buscaba. En lugar de reírse, Dodie recordó lo indeseable que era. Se miró, vestida con sus mallas y una camiseta ancha, y gruñó.
–Soy tonta, ¿verdad? Es imposible conseguirlo. Voy a ser la más fea del lugar. Es imposible competir con todas esas super mujeres con cuerpos esculturales.
–No digas tonterías –dijo Gina, que era directora del club de salud de un balneario–. No te rindas tan pronto. Eres tan guapa como tu hermana. Para que lo sepas, aun a riesgo de sonar envidiosa, te diré que ella está un poco demasiado… delgada.
–A la cámara le gusta la delgadez.
–Ya, pero tú no eres actriz y, además, tienes una sonrisa radiante que ilumina la habitación en la que estás –la animó.
Dodie sabía que Gina estaba intentando ser amable, pero aquella era precisamente la reacción que había temido. Las comparaciones con su increíblemente guapa, famosa y delgada hermana eran constantes. Todos acababan diciéndole, para consolarla, que ella tenía una sonrisa preciosa.
Aquella vez no era suficiente.
–Sí, tengo una sonrisa muy bonita, pero la de Gray es mucho mejor, así que no creo que nadie se fije en mí. Voy a ser la gordita sonriente –se quejó abriendo la nevera.
–De eso nada, Dodie.
–Sí, sí lo voy a ser… si mi mejor amiga no me ayuda a librarme de mí misma. Te necesito porque me conoces de toda la vida y sabes mis puntos débiles. ¿Quién si no tú sabe dónde guardo el chocolate o esas galletas para los momentos bajos o mi adicción al queso camembert derretido sobre…
–¡Para ahora mismo!
–No tengo remedio. Tú, cuando te encuentras mal, sales a correr, pero yo me tiro a la comida. Cuando mi madre menciona «dieta milagrosa, que es a menudo, me ponga a temblar. Te suplico que te vengas a vivir a mi casa estas semanas, por favor.
–Sabes que haría cualquier cosa por ti, Dodie, pero…
–No, no me digas pero, Gina, no puedo soportarlo… –la interrumpió Dodie presa del pánico.
–Pero –insistió Gina– nuestra amistad siempre se ha basado en el principio de vive y deja vivir. He tolerado la relación de amor-odio que tienes con los regímenes y tú has sabido tolerar la adicción que tengo al ejercicio. Nuestra amistad funciona porque no nos metemos en las adicciones de la otra y creo que debería seguir siendo así. Además, aunque quisiera, no podría ir. Te iba a llamar para preguntarte si querías algo de Los Ángeles.
–¿Los Ángeles?
–Sí, me voy hoy mismo a Estados Unidos. La empresa quiere que haga un estudio de mercado sobre las últimas tendencias.
–¿De verdad? –dijo Dodie olvidando sus problemas por un momento y alegrándose sinceramente por su amiga–. Es genial.
–Sí, la verdad es que yo también me siento como la heroína de un cuento de hadas, ¿sabes? Primero me dieron carta blanca en el balneario para que contratara al equipo que quisiera para el club de salud, y ahora esto. Por fin mi licenciatura en dirección de empresas y lo que más me gusta en el mundo, el deporte, se unen.
–Los Ángeles, ¿eh? Cuánto me alegro por ti, Gina, pero, ¿no podrías retrasarlo un par de meses?
–No, cariño, ni siquiera por ti, pero te voy a dar un buen consejo. Ni caso a tu madre y a sus dietas instantáneas porque eso no existe.
–Pero…
–Te lo digo en serio. Lo único que puedes hacer es dejar de comer eso que tú y yo sabemos y hacer deporte –dijo Gina–. En cuanto a mí, lo único que puedo hacer es recomendarte un buen entrenador personal para que te ponga un programa de ejercicio y se asegure de que lo cumples.
¿Alguien que no conociera todas sus pequeñas debilidades?
–Pero, Gina, necesito atención constante. Si no, me salgo del buen camino. Ahora mismo, por ejemplo, estoy sacando una tableta de chocolate de la nevera –la amenazó– y me la voy a tomar con una tostada bien grande –concluyó mordiendo el pan–. De pan blanco, por supuesto.
–Buen intento –rio Gina–, pero no es suficiente para que no me suba en ese avión. ¿Por qué no te olvidas del régimen y te lo pasas bien en la boda? Ponte un vestido bonito y ya está. Seguro que Charles Gray está harto de mujeres en los huesos, de verdad.
–¿Cómo me dices eso cuando trabajas en un sitio cuyo único objetivo es que las mujeres se queden en los huesos?
–No, mi trabajo es ponerlas en forma, que es muy diferente. Seguro que le encanta bailar con una mujer que tiene donde agarrar.
–No me tomes el pelo, Gina.
Gina suspiró.
–Martin Jackson no te engañó porque te sobren unos kilos, Dodie, sino porque es el mayor…
Dodie mordió un trozo más de tostada para no oír la última palabra. Sabía perfectamente lo que era Martin, pero eso no la ayudaba a asimilar lo que había hecho con una chica tan delgada como un palo.
–Me sobran muchos kilos y lo sabes.
–¿Qué quieres, Dodie?
–Quiero estar delgada y guapa, quiero que la gente me mire por la calle –contestó Dodie pensando en su hermana.
–Muy bien –dijo Gina al cabo de unos instantes en silencio–. Lo primero es centrarse en el peso. Si consigues adelgazar, lo demás llegará rodado.
–Ya sé por qué eres mi mejor amiga.
–Yo también te quiero, pero te advierto que esto no va a ser fácil. Lo primero que tienes que hacer es volver a meter el chocolate en la caja en la que guardas todas las demás chucherías a las que eres adicta.
–Si fuera tan fácil, no tendrías negocio –le advirtió Dodie.
–Ya, ya. No te pongas nerviosa. La Cenicienta va a ir al baile. Te voy a buscar a alguien que te ayude. Angie será perfecta para ti. Te controlará y podrás hablar con ella por teléfono siempre que quieras; como por ejemplo si tienes la tentación de tomarte una hamburguesa triple con patatas.
–Por teléfono no me va a servir de nada. Tendría que estar a mi lado para quitármela de las manos.
–Angie tiene marido e hijos. No puede irse a vivir contigo.
–No, claro que no. Perdón, me estoy comportando de manera completamente irracional.
–No pasa nada, estás preocupada y te entiendo. Te aseguro que con Angie te irá tan bien como conmigo…
–Eres un ángel, Gina.
–Vas a sudar y a llorar, pero, si quieres que te miren por la calle, vas a tener que hacer deporte. No va a ser suficiente con dejar de comer mal.
–Muy bien.
–Muy bien –concluyó Gina–. Vente al club mañana a las ocho de la mañana. Angie te hará una fotografía del «antes» para que la pongas en la puerta de la nevera. Para conseguir la del «después» vas a tener que hacer todo lo que te diga. Sin discutir.
–Me parece todo muy bien, pero, ¿cómo te voy a pagar?
–¿Qué te parecen tres meses utilizando todas las instalaciones…
–Eres la mejor.
–… a cambio de uno de tus murales? Tenemos una enorme pared en el balneario que está pidiendo a gritos un Dodie Layton.
–Uy.
–Sí, ya sé que es mucho pedir, pero tengo que justificar tu presencia. El balneario no puede perder dinero. Por cierto, eso es si adelgazas y te quedas como te digamos. De lo contrario, tendrás que pagar lo que paga todo el mundo y te aseguro que es muchísimo dinero.
Dodie decidió que tener un mural en un lugar donde iba gente que se podía permitir pagar muchísimo dinero era una publicidad estupenda. Así que la respuesta estaba clara. Sonrió.
–De acuerdo. Allí estaré mañana con la cámara digital para ir trabajando mientras tú estés fuera.
–Genial –dijo Gina–. Una última cosa. Quiero la invitación para la boda de tu hermana en mi buzón para cuando vuelva. Si Charles Gray no cae rendido a tus pies por tu sonrisa, a ver si yo tengo más suerte.
–¿Un problema?
Brad Morgan llevaba veinte minutos mirando por la ventana de su despacho.
–¿Qué te hace pensar que tengo algún problema? –dijo sin mirar a su secretaria.
–Estás aquí en cuerpo, pero me da la impresión de que tu mente está en otro lugar. ¿Quieres que hablemos?
–No, gracias.
–¿Es una mujer? –insistió la secretaria.
–Las mujeres no son un problema si no dejas que lo sean.
–Sí, con las que sales no te duran lo suficiente como para darte problemas, es cierto. Cambias de novia como de camisa.
–Al menos soy coherente.
–Sí, son todas altas y delgadas y solo quieren que las admiren –apuntó la secretaria con desprecio–. Y tú eres alto, rico y bueno. De momento. ¿Por eso te vas a Lake Spa unas semanas?
–No, el balneario va de maravilla, pero Gina va a estar fuera un tiempo y alguien tiene que hacerse cargo.
–¿Tú? –preguntó la secretaria desconcertada.
–Sí, desde luego no hay quién te oculte nada –admitió–. Quiero ver el personal que ha elegido para ver si hay alguien que me guste tanto como ella para ponerla en su puesto.
–¿Y Gina?
–La voy a ascender –contestó Brad–. ¿Por qué no te vienes un par de días y disfrutas de la sauna, de las piscinas y de los tratamientos de aromaterapia?
–No, gracias –contestó su secretaria–. No me quito jamás la ropa en horas de servicio. Es un lema que me ha ido muy bien durante los últimos treinta años. ¿Por qué no te llevas a una de esas mujeres que tanto te gustan? Seguro que se pegan por acompañarte.
–Al igual que tú, Penny, no mezclo los negocios y el placer.
Y la salud y el ocio eran grandes negocios a los que él había sabido sacar provecho gracias a su determinación, como en el campo de rugby.
–Muy bien, ni trabajo ni mujeres. ¿Cuándo fue la última vez que te tomaste unas vacaciones?
–Odio las vacaciones. No me pasa nada, ¿de acuerdo? Es solo que, con el balneario terminado, no sé muy bien ahora qué hacer. Siempre que finalizo un proyecto ambicioso en el que he invertido mucho tiempo me quedo así unos días, con un gran vacío.
–Entonces, lo que necesitas es un proyecto nuevo, otro reto –le aconsejó Penny.
–¿Tú crees?
Lake Spa había sido el proyecto más ambicioso que había realizado en su vida. Un lugar que aunaba hotel, club de salud y centro de conferencias. ¿Qué más se podía inventar? Siempre le había gustado innovar. Desde que había tenido que dejar el rugby por una lesión, no había parado. Odiaba la idea de repetir las cosas, de caer en la rutina.
Y le estaba sucediendo. El negocio iba estupendamente, pero lo único que le quedaba por hacer era poner otro hotel aquí u otro club de salud allá.
–Tienes que irte de vacaciones –sentenció Penny–. Tienes que encontrar algo que te recargue las pilas, que te inspire.
Lo que Brad necesitaba era un reto que nunca se terminara, que no lo dejara vacío, que necesitara de su atención permanente.
–La inspiración no llega estando tirado en una playa, pero sí que me voy a ir a Lake Spa –concluyó.
Sí, un par de semanas en el lugar más recóndito de su imperio le sentarían de maravilla.
Dodie resistió la tentación de meter el dedo en el bote de crema de chocolate.
–Voy a ser buena –dijo en voz alta a su reflejo–. Sincera.
Se fue a su estudio y encendió el ordenador. Trabajar en casa tenía muchas ventajas. Para empezar, que no tenía que arreglarse e ir todo el día maquillada. No tener que ir constantemente a la peluquería tampoco estaba mal y, además, no había hombres inútiles alrededor distrayéndola.
Pero, y siempre había un pero, no le iba nada bien para adelgazar.
Dejar a Martin y su puesto de tutora en el Departamento de Arte de la Universidad de Manchester no le había ayudado tampoco.
Su trabajo como autónoma había aumentado ahora que tenía todo el tiempo del mundo y ningún alumno para distraerla, pero también había aumentado su ansia por la comida basura.
Al no tener que salir de casa para casi nada, su trasero estaba peor que nunca.
La boda de Natasha podía ser la excusa perfecta para empezar una nueva vida con un nuevo cuerpo.
Tenía un buen aliciente: Charles Gray.
Y, por supuesto, demostrarle a Martin el error tan grande que había cometido.
Lake Spa era un lugar perfecto con varios edificios bajos en el que todos los huéspedes tenían un embarcadero privado en el lago.
Era un emplazamiento tranquilo y sereno con patos y cisnes.
Dodie aparcó su destartalado coche, completamente fuera de lugar allí, junto a los lujosos modelos que había en el aparcamiento.