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Una mujer policía a la que nadie tomaba a la ligera tenía que formar equipo a regañadientes con el único hombre que le hacía perder el control. Con el fin de atrapar a una sórdida red de secuestradores, la teniente Margaret, «Margo», Peterson había decidido asumir el papel de cebo. Pero reclutar a Dashiel Riske como compañero extraoficial iba a provocar un peligro totalmente nuevo. Dash, con su más de metro noventa de despreocupado encanto masculino, era un hombre amante hasta el límite de la vida, y las mujeres. Pero, cuando la vida de Margo se vio en peligro, se reveló en él un lado oscuro que podría encajar a la perfección con el de ella… Bajo la dura fachada de Margo, latía una sexualidad que ardía a fuego lento y que volvía loco a Dash. La única manera de terminar ese caso era trabajar juntos. Y, cuando su misión dio un giro letal, Dash se vio en la tesitura de tener que demostrar que era el hombre que ella necesitaba. En todos los sentidos.
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Seitenzahl: 636
Veröffentlichungsjahr: 2018
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2014 Lori Foster
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un oscuro anhelo, n.º 241 - junio 2018
Título original: Dash of Peril
Publicada originalmente por HQN™ Books
Traducido por Amparo Sánchez Hoyos
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, TOP NOVEL y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9188-157-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Dedicatoria
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Dedicado a Shana Schwer, mi mejor amiga. No solo porque encuentras las respuestas a todas mis preguntas, y porque amas los campeonatos de peleas extremas tanto como yo, y porque eres una tremenda amante de los animales. Sino también por ser como eres, una persona impresionante en todos los sentidos.
Mi agradecimiento especial a Nancy Glembotzky, la verdadera dueña del gato Oliver, el gatito de trapo que utilicé para sacar a la luz el lado más tierno de Margo. Me encanta que mis lectores sean también unos amantes de los animales. Gracias, Nancy, por compartir a Oliver conmigo.
Los cristales helados de aguanieve empujados por los gélidos vientos de marzo se pegaban al rostro de la teniente Margaret Peterson. Esa tardía tormenta de nieve no era inusual.
Bienvenidos a Warfield, Ohio.
Margaret se cerró el abrigo en torno al cuello con una mano enguantada. La otra, desnuda, permanecía dentro del bolsillo mientras corría hacia su nuevo coche, aparcado en el aparcamiento situado frente al bar. A la una de la madrugada las calles estaban oscuras y apenas había tráfico. Una solitaria farola cubría de un angelical brillo la preciosa pintura color perla de su Lexus.
Echar el cierre a un bar no era nuevo para ella. En momentos como ese, en el silencio de la noche y después de haber pasado horas sometida al escrutinio de hombres hambrientos, se sentía como Margo, no como Margaret, una mujer y no una teniente. A pesar de sus motivos para encontrarse en ese bar, desempeñar el papel asignado le hacía sentirse más sexy, más dulce, más vulnerable. Todo lo contrario a la fuerte personalidad que mostraba como policía.
Pero en esos momentos era al mismo tiempo la mujer delicada y la autoritaria teniente, equilibrando la imagen que debía proyectar con la habilidad que había perfeccionado.
Durante meses había trabajado extraoficialmente e infiltrada, esperando conseguir información sobre los bastardos que secuestraban a mujeres y las obligaban a actuar en películas porno de mala muerte que incluían bondage, dominación y algunas disciplinas sexuales propias de enfermos.
Si las mujeres lo hubieran hecho por propia voluntad, entonces las habría dejado. ¿Quién era ella para juzgarlas? No era ninguna hipócrita. Estaba a favor de que dos adultos hicieran lo que les apeteciera siempre que fuera consentido por ambas partes.
Pero ¿mujeres secuestradas? ¿Mujeres maltratadas?
La primera joven que había acudido a ellos se había mostrado desorientada, confundida y tremendamente asustada. Los bastardos la habían secuestrado, le habían vendado los ojos y la habían llevado a un edificio abandonado donde la habían obligado a protagonizar una película porno clandestina. Si la habían soltado sería seguramente porque estaban seguros de desaparecer antes de que alguien pudiera localizarlos.
Y quizás, solo quizás, solo habían planeado rodar una cinta. Pero como la mayoría de los jodidos psicópatas, en cuanto disfrutaban del sabor de su perversión, querían más.
Margaret detestaba a los matones y disfrutaba atrapando criminales, pero sentía en especial un odio visceral y muy arraigado hacia los hombres que maltrataban sexualmente a las mujeres. Era la peor clase de depravación, la cosa más desmoralizadora que podía sucederle a una mujer.
Su corazón se aceleró solo con pensar en ello. La ira rivalizaba con el frío, caldeándola desde el interior con un odio al rojo vivo.
Al final, de un modo u otro, iba a resolver el caso y aniquilar a los responsables. O moriría en el intento.
Merodear por los bares locales, los mismos lugares en los que las mujeres se habían convertido en varias ocasiones en objetivos, le había parecido el montaje perfecto. Durante muchos meses, demasiados, incluyendo las vacaciones, había dedicado varias noches a la semana a acechar a sus presas, sin conseguir hincarles el diente.
Otros se habían rendido. El capitán estaba convencido de que los bastardos o bien habían cerrado el negocio, o lo habían trasladado a otro lugar. Pero en su interior, Margo presentía que seguían por ahí. Y, de repente, la semana anterior, una mujer había aparecido en comisaría. Magullada, traumatizada, histérica. Había escapado por los pelos.
Era el cuarto caso, de momento, dos de los cuales habían resultado fatales. Margaret estaba decidida a llegar hasta el fondo, de manera que, además de reiniciar la investigación de rutina, mantuvo los ojos y los oídos bien abiertos mientras recorría los bares «menos respetables».
Sin obtener ningún resultado.
Ser una mujer teniente con fama de dura complicaba conseguir una cita. Y con sus gustos tan peculiares…
—No deberías estar aquí sola.
Antes de poder registrar la voz grave como perteneciente a alguien conocido, Margo se abrió el abrigo y desenfundó la Glock.
Él ni se inmutó al ver el arma.
Alto y atractivo, y excesivamente relajado, la miró a los ojos. Incluso en la penumbra y a través de la incesante aguanieve, vio la sonrisa torcida y percibió su anticipación.
Había que fastidiarse. Pasar horas en bares de poca monta rodeada de sucios borrachos le había impactado menos que la media sonrisa de Dashiel Riske.
Margo no bajó el arma, pero sí apartó el dedo del gatillo.
—Eso ha sido una estupidez, Dash.
—¿Abordarte en la oscuridad? —él se acercó un poco más y, apartando el arma de la teniente, le agarró las solapas del abrigo y se lo cerró.
El gesto le obligó a apoyar las manos muy cerca de sus pechos, y también hizo que a la teniente se le acelerara el corazón.
—¿Habrías sido capaz de dispararme?
—No —ella estaba lo bastante bien entrenada como para discernir si había un verdadero peligro antes de disparar—. Pero sí podría sacudirte un puñetazo.
Tomándose no pocas libertades, Dashiel deslizó las manos por debajo del cuello del abrigo y la atrajo un poco más hacia sí.
—¿El momento está próximo? ¿Debería ponerme a cubierto?
—No —si no estuviera tan agradablemente calentito lo habría apartado de un empujón. A lo mejor.
Dash era un maestro de los juegos y nunca se tomaba nada realmente en serio, en especial a las mujeres. Allí donde otros hombres titubeaban, él embestía con una confianza sensual nacida del éxito.
Durante un tiempo la había acompañado a los bares, sobre todo al bar de Rowdy: Getting Rowdy, lo más cerca de donde habían sido secuestradas las mujeres. Dash le había permitido utilizarlo como apoyo en su plan. Con él a su lado podía fingir ser una mujer que se emborrachaba fácilmente, una presa fácil.
A pesar de que en alguna ocasión se había sentado en su regazo, le había besado el cuello o la oreja, incluso le había sentido empalmarse, otras mujeres lo habían abordado. A Margo no le gustaba la idea de que hubiera prescindido de ello durante su farsa.
Pero menos aún soportaba la idea de pensar en él ligando con otras.
Cuando comprendió que empezaba a sentir celos, supo que debía apartarlo de su lado.
Al principio Dash había protestado, pero con la llegada de las vacaciones, el departamento de policía había abandonado la búsqueda de los degenerados responsables…
—¿Qué haces aquí, Margo?
Tras echar un vistazo a su alrededor, ella guardó la Glock.40 en el bolsillo interior del abrigo, especialmente diseñado para alojar el arma, bolsillo en el que también llevaba un cargador completamente lleno.
—La pregunta es qué haces tú aquí.
—Propongo sentarnos en tu coche al abrigo de esta tormenta de hielo, y luego te lo cuento todo.
Era mejor que morir por congelación, de modo que Margo se volvió y, con un toque sobre el tirador de la puerta del conductor, desbloqueó el cierre centralizado. Sentándose en el asiento de cuero, pulsó el botón del contacto. Dash rodeó el capó y plegó su corpulencia en el asiento del acompañante. El pequeño y elegante coche le encajaba a ella a la perfección, pero el atlético cuerpo de Dash parecía un poco espachurrado. Margo casi sonrió.
—Puedes echar el asiento hacia atrás —le informó.
—Gracias —él lo ajustó hasta poder estirar ligeramente sus piernas enfundadas en unos pantalones vaqueros.
Después de haber permanecido aparcado en la oscuridad y bajo un intenso frío, el interior del coche parecía más una cámara frigorífica. Margo encendió la calefacción, ajustó el climatizador para la calefacción de los asientos y volvió a cerrar el coche.
—¿Coche nuevo?
—Un regalo que me he hecho —a Margo no le apetecía hablar de ello con Dash. Había dedicado muchos meses a eliminarlo de sus pensamientos.
—¿Cuánto tiempo has pasado en el bar? —preguntó él tras contemplarla un buen rato en silencio.
Demasiado, a tenor de la pérdida de tiempo que había resultado ser.
—¿Por qué?
—Solo me preguntaba si no habrías bebido un poco demasiado.
—Por supuesto que no —ese hombre la había acompañado suficientes veces como para saber que nunca se permitía siquiera achisparse. Estaba un pelín tocada, pero se mantenía tan firme como siempre—. Solo he tomado unas pocas cervezas.
—Conque cerveza, ¿eh? ¿Botellas?
—Pues claro.
Margo variaba la rutina de un bar a otro, por si los hábitos de bebida fueran un factor a tener en cuenta por los psicópatas que acechaban a las víctimas. Cada vez que entraba en un bar lo hacía fingiendo estar ya borracha, apariencia que reforzaba con su conducta inmoral.
—Supongo que serás igual de buena aguantando el alcohol como lo eres para todo lo demás.
¿Era condescendencia lo que había percibido en su voz?
—Sé cuál es mi límite.
Todo lo que hacía lo hacía bien. Era una especie de norma familiar. Si no ibas a destacar, ni te molestaras.
Tamborileó sobre el volante con los dedos de las manos antes de tomar la iniciativa.
—¿Y bien? Oigámoslo. ¿Me estabas siguiendo o vas a fingir que ha sido un encuentro casual?
—No te seguía, pero sí te estaba buscando.
—¿Peinando los bares?
¿Por qué habría elegido ese momento? Habían pasado meses sin saber nada de él, a pesar de que habría apostado a que se pondría en contacto con ella.
Tampoco estaba amargada ni nada de eso. Había dado por terminada la farsa por un motivo, un motivo que seguía siendo válido.
Dash se encogió de hombros enérgicamente.
—Antes de que te rindieras, esta noche sería la elegida para encontrarnos en el bar de Rowdy.
—¿Y?
—Llámame sentimental, pero lo echo de menos —tras una breve pausa, él continuó—. Te echo de menos.
—¿En serio?
Margo se negaba a dejarse arrastrar de nuevo por sus encantos. Las vacaciones habían resultado casi intolerables, en parte porque había dedicado demasiado tiempo a pensar en él. La primavera se les echaba encima, y con ella siempre llegaban unos renovados propósitos. Unos propósitos que no incluían a Dashiel Riske.
—¿A ti no te pasa lo mismo?
—¿Qué?
—Que si me echas de menos —le aclaró Dash con su voz, cálida y seductora, antes de removerse en el asiento y electrizar el interior del coche con su presencia—. ¿Ni siquiera un poquito?
Unos cálidos recuerdos obligaron a la teniente a esforzarse por contener una sonrisa.
—Es verdad que lo pasábamos bien —el bar de Rowdy se había convertido enseguida en su antro preferido.
Getting Rowdy era un sitio limpio y agradable que ofrecía comidas sencillas, buenas copas y diversiones como el billar y los dardos. Y también tenía una pista de baile.
Y lo mejor de todo era que el cabrón de Rowdy Yates regentaba él mismo su negocio, un buen incentivo para convertir al más acérrimo abstemio en un completo alcohólico.
Aunque Rowdy y la barman, Avery, se habían casado durante las Navidades, él seguía siendo un monumento pecaminosamente atractivo, rodeado de un aura de peligro y amenaza sensual, digno de unas cuantas fantasías.
—Admítelo —murmuró Dash mientras la miraba fijamente—. Admite que me has echado de menos.
Margo devolvió a regañadientes su atención a Dashiel, y ahogó un gemido. Una solitaria farola iluminaba débilmente sus rasgos, pero de todos modos se sabía de memoria hasta el último detalle. Carecía de la fama de chico malo de Rowdy, pero su aguda sensualidad y físico labrado en su trabajo de constructor, generaba otra clase de fantasías.
Era una lástima que nunca encajarían.
—A lo mejor —concedió al fin—. Solo un poquito.
—Me siento herido, sobre todo considerando que no fui tu primera opción.
No, no lo había sido. Al principio había pensado que fuera Rowdy quien le diera la réplica en su papel de puta de bar, pero Avery Mullins, o, mejor dicho, Yates, lo había reclamado para sí. No tendría mucha importancia, puesto que Margo estaba segura de que jamás se liaría con Rowdy, al menos no más allá de un revolcón de una noche.
—Si no recuerdo mal, tú te ofreciste.
—Más bien tuve que insistir.
Ella asintió. Había aceptado a Dash como segunda opción para ayudarla con su plan encubierto. Necesitaba esa ayuda para tener un buen motivo para poder merodear por el bar sin ser abordada por todos los tontos solitarios. Margo pretendía desempeñar el papel de la chica indefensa, vulnerable, bebedora, pero tampoco quería parecer patética en exceso.
La primera mujer que se había escapado había acudido al bar con su novio. Se habían despedido a la salida y ella había sido secuestrada en plena calle.
De modo que Margo se presentaba como una presa fácil siguiendo el mismo procedimiento con Dash.
—Me encantaría saber en qué estás pensando —Dash la miró con una intensidad que resultó excesivamente física.
«En que yo también te he echado muchísimo de menos».
—¿Qué estamos haciendo aquí, Dash? Se está haciendo tarde y he tenido un día muy largo.
Él entornó los ojos. Había dado en el blanco.
—Si querías volver a recorrer los bares, deberías haberme llamado.
—Ya soy mayorcita. Soy capaz de manejarlo yo sola.
—¿Están Logan y Reese al corriente de lo que estás haciendo? —Dash la miró a los ojos.
Eso consiguió fastidiarla. Margaret se acomodó en un borde del asiento, poniéndose cómoda para la confrontación mucho tiempo postergada. Habría preferido un lugar algo menos confinado, quizás un sitio donde su presencia no llenara cada milímetro del espacio, donde no tuviera que respirar su aroma, donde su cuerpo alto y esbelto no estuviera tan tentadoramente cerca.
Pero solo disponía del lugar y momento presentes, de modo que expondría su punto de vista y a continuación lo invitaría a marcharse.
—Te estás confundiendo, Dash. Mis detectives responden ante mí, no al revés.
Él hizo caso omiso del tono de voz autoritario, cargado de resentimiento.
—De manera que no lo saben.
—Yo no respondo ante nadie, sobre todo ante ti.
—Supongo que eres consciente de lo peligroso que es —Dash enarcó las cejas, parecía al fin haberse dado cuenta del estado de ánimo de la teniente.
—Soy capaz de manejar el peligro.
¿Acaso no había pasado muchas, demasiadas noches sintiéndose peligrosamente atraída hacia él?
—¿Y si tu plan funciona y alguien te secuestra?
—Ese es, precisamente, el plan.
Desde luego, era peligroso, y en el fondo ella era consciente de que no hacía bien. Pero, por otra parte, tenía tantos problemas en el fondo…
—Necesitas contar con un apoyo —antes de que Margo pudiera contestar, Dash continuó en un susurro—. Déjame que te apoye.
—Tú y yo tenemos objetivos diferentes.
—Quiero acostarme contigo —admitió él sin reservas—. Tú quieres atrapar a unos cretinos, de modo que sí, nuestros objetivos principales respectivos están a años luz.
Así era Dash, siempre franco. Margo sacudió la cabeza, negando lo que él deseaba y cómo sus desvergonzadas palabras la afectaban.
—Pero… —puntualizó Dash— no son razones mutuamente excluyentes. Me gustaría ver a esas cucarachas entre rejas, lo mismo que a ti.
«Le gustaría verlos entre rejas». No había señal de rabia o asco ante lo que estaba sucediendo, y ante lo que esos hombres hacían, o lo que sufrían las mujeres.
Margo dejó escapar un profundo suspiro. Si implicaba a Rowdy Yates, él iría tras esos bastardos con un único propósito.
El hermano de Dash, el detective Logan Riske, uno de los hombres más honestos y honorables que ella hubiera conocido jamás, siempre atacaba la injusticia. Era la seriedad personificada.
Era curioso cómo dos hermanos podían ser tan distintos.
Logan la veía como una superior asexuada, no como una mujer.
Pero Dash había dejado claro su interés casi desde el instante en que se habían conocido. A diferencia de Logan, la vida para él era un juego y disfrutaba de cada instante.
En muchos aspectos, Margo era como el resto de su familia. Llevaba en la sangre ser policía.
Pero en cuanto a otros aspectos, a otras ataduras genéticas…
—Estoy bastante seguro —continuó Dash, interrumpiendo los inquietantes pensamientos de Margo— de que tú también quieres acostarte conmigo.
No tenía ningún sentido negarlo. Dash conocía bien a las mujeres. Por tanto, ella le ofreció la verdad.
—Eso no sucederá.
—¿Por?
—Para empezar, soy la teniente de una comisaría que hace tiempo estuvo plagada de corrupción. Dediqué mucho tiempo a limpiar la mierda, y me granjeé muchos enemigos—más de un mal policía había perdido su trabajo. Y otros, policías menos concienzudos, le guardaban rencor por haber echado a sus amigos.
Logan y Reese eran dos de entre un puñado de buenos policías que la habían respaldado al cien por cien.
Confiaba ciegamente en ambos cuando se trataba de algo relacionado con el trabajo. Pero fuera de la comisaría prefería mantenerse lejos de ellos.
Acostarse con el hermano de uno de sus detectives principales desde luego enturbiaría los límites.
—Es importante que mantenga mi vida privada completamente separada del trabajo —unos pocos conocerían su vida personal, y demasiados otros lo utilizarían contra ella.
—¿Crees que le iría a Logan con cotilleos?
—Y seguramente también a Reese.
Logan y el detective Reese eran amigos de toda la vida. Logan y Dash estaban tan unidos como podrían estarlo dos hermanos. Y todos se veían con frecuencia.
Lo que convertía el círculo en demasiado íntimo para la tranquilidad de Margo.
—¿En serio? —Dash acomodó los anchos hombros contra una esquina del coche para poder mirarla de frente—. ¿Crees que los tíos nos sentamos a hablar de nuestras conquistas?
—¿Conquistas? —la teniente hizo una mueca de desagrado—. ¿Así lo llamas?
—Podría hacerlo si fuera uno de esos tipos patéticos que presumen sobre cómo, cuándo y con quién se han acostado —Dash se puso cómodo y se desabrochó el abrigo, dejando a la vista una camiseta térmica negra de cuello redondo—. Pero te voy a contar una cosa, yo no lo cuento cada vez que follo. Al menos no desde que cumplí diecisiete años y, créeme, aunque fuera de esa clase de tipos, y de nuevo te recuerdo que no lo soy, ¿crees que Logan y Reese querrían conocer los detalles de nuestras cochinadas?
La curiosidad al fin desvió la atención de Margo del cuello de Dash y dirigió su mirada hacia los ojos de color marrón oscuro.
—¿Serían cochinadas? —preguntó ella mientras ladeaba la cabeza.
Dash la contempló durante varios segundos antes de responder.
—Eso depende por completo de ti —su voz surgió grave y sensual—. Puede ser como tú quieras, siempre que sea.
Margo se figuró que el sexo con Dash sería… bueno. Desde luego, satisfactorio. Ese hombre exudaba testosterona y confianza. Pero no por ello dejaría de ser el viejo y vulgar revolcón solo por diversión. Él se mostraría amable, un caballero. Considerado. Sin duda relajaría un poco la tensión, pero no llegarían a profundizar. No habría riesgo.
No habría peligro.
Y, por desgracia, eso no le valía a ella.
Tampoco le había confesado nunca a Dash qué le valía a ella. No le había contado que, por necesidad, se reservaba para aventuras fugaces con extraños. Hombres a los que pudiera controlar.
Hombres a los que no vería en una segunda ocasión.
No se relacionaba con tipos cercanos a sus detectives.
—¿Sabes qué? —continuó Dash—. Logan prefiere pensar que estás hecha de piedra. Y Reese también. Debe de ser una cosa de policías, ¿verdad? Para ellos eres un compañero más, no una mujer supersexy.
Logan y ella siempre se habían respetado. Reese… con él le había llevado más tiempo, pero por fin se llevaban bien. Tanto Logan como Reese eran unos detectives excepcionales y era muy afortunada por poder contar con ellos.
Pero no eran sus compañeros.
—Soy su superior.
—Quizás fue esta actitud tuya la que les ayudó a formarse esa opinión —Dash sonrió.
Ni siquiera en esos momentos podía ponerse serio.
—Quizás.
Aparte de los asuntos relacionados con ser una policía, Margaret no sabía gran cosa sobre cómo pensaban los hombres. Y lo poco que sabía no le gustaba especialmente.
—No soy el único que lo ve.
—¿Disculpa? —ella enarcó una ceja.
—Lo sexy que eres —Dash la miró con excesiva intensidad, quizás juzgando su respuesta—. Rowdy también lo ve.
Una pequeña descarga de emoción la recorrió, pero la teniente consiguió disimularla.
—Rowdy se ha casado con su barman.
—Pero eso no convierte a un hombre en ciego, ¿verdad?
No, aunque a lo mejor debería. Margaret detestaba a los hombres infieles tanto como a los tipos que abusaban físicamente.
—Sin embargo, cielo, Rowdy siente un claro rechazo hacia los policías. Vosotros dos nunca habríais llegado a nada.
¡Cielo santo! ¿Acaso ese tipo le había leído la mente? ¿Sabía que en una ocasión había puesto sus ojos en Rowdy?
¿Lo sabía alguien más?
Margo intentó poner su mejor cara de póquer, pero Dash ya la había pillado con la guardia baja. De modo que optó de nuevo por decir la verdad.
—Rowdy posee cierto atractivo, pero aunque se hubiese mostrado interesado, yo nunca habría accedido a caminar por ese sendero.
—Ya —contestó Dash con cierto tono burlón—. Demasiado cerca de casa, ¿no? Quiero decir que su hermana está casada con Logan y tú te pones tensa solo con pensar en los posibles rumores…
—¿Esta conversación tiene algún sentido? —le espetó Margo perdiendo los nervios—. Porque, si nos va a llevar a alguna parte, me gustaría que llegaras a ella.
—De acuerdo —tomándose unas cuantas libertades, Dash ajustó el climatizador, bajando la temperatura puesto que el coche ya se había caldeado—. Quiero una respuesta.
—¿Sobre qué? —ella consultó la hora en el reloj iluminado del salpicadero.
Si no regresaba pronto a su casa, más le valdría quedarse despierta. Su turno comenzaba en menos de cinco horas.
Antes de que se diera cuenta de sus intenciones, Dash se acercó a ella, apoyándose en el salpicadero. Robándole el aire de los pulmones.
Margo frunció el ceño justo cuando los labios de Dash rozaron los suyos.
—Sobre esto —susurró él.
Desde luego, Margo no iba a negar lo agradable que resultaba estar cerca de un hombre, de ese hombre, empapándose de su calor, oyendo el tono ronco de su voz, sintiendo la fuerza contenida, innata en todos los buenos hombres.
Él separó ligeramente su boca de los labios de Margo y aguardó.
Y, al ver que no se apartaba, Dash volvió a inclinarse sobre ella, separándole los labios con los suyos. Margo se relajó ante el húmedo contacto con su lengua que, primero, dibujó el contorno de sus labios y luego se hundió en su boca.
¡Por Dios, qué bien sabía ese hombre!, tal y como debería saber un hombre. El corazón de Margaret se aceleró. Dash era mucho más musculoso que el tipo medio, gracias al trabajo en su empresa de construcción. Alto, atractivo, amigable. Y muy sexy.
¿Qué mal podría haber en ceder? ¿Qué podría pasar si aceptaba el fugaz placer que le estaba ofreciendo? Lo suyo no duraría y, en cierto modo, eso le haría desearlo más, desear aquello que no podría tener.
Cosas irracionales.
Cosas retorcidas.
—Ya basta —Margo apoyó las palmas de las manos sobre el pecho de Dash y lo empujó.
Él apoyó la frente contra la de ella.
—Nuestras definiciones de «basta», están todavía más alejadas que nuestras motivaciones.
—No… puedo.
—Explícame por qué —sin apartarse de ella, frunciendo ligeramente el ceño, Dashiel la miró atentamente al rostro, a los ojos, al alma.
Pero ella no podía explicárselo.
—Lo siento —¿por qué tenía que sonar como si le faltara el aliento?—. Deberías marcharte.
Antes de que cambiara de idea y complicara tremendamente su vida. No sería justo para él, y tampoco lo sería para ella.
Dash no insistió, pero su tensión aumentó visiblemente. Con el pulgar de la mano que seguía descansando sobre el rostro de Margo, le acarició la sien.
—Has sido absolutamente clara. No estás interesada. Te lo oigo decir, y te creo. Te veo, y estoy convencido.
—¿Pero? —Margo no conseguía que el oxígeno llegara a sus pulmones y aliviara la opresión en el pecho.
—Pero al mismo tiempo recibo señales contradictorias.
Era condenadamente astuto. Quizás al final sí tendría algunas cosas en común con Logan. A su hermano rara vez se le escapaba un detalle, por nimio que fuera.
—Lo siento.
—¿Ya está? —él se reclinó en el asiento, sus ojos lanzaban destellos en la oscuridad—. ¿Esa es tu explicación?
—No me estaba explicando —ella sacudió la cabeza—. Ha sido una disculpa —sin querer, Margo se humedeció el labio inferior y, de inmediato, vio aumentar el ardor en la mirada de Dash—. No te debo nada, Dash.
De ninguna manera estaba dispuesta a admitir que lo deseaba, aunque no lo bastante como para superar los obstáculos. El sexo con Dash sería como hacer puenting cuando lo que pretendía era hacer paracaidismo.
—No —contestó él con calma—. Supongo que no me debes nada.
Su expresión era apagada, sin rastro del buen humor natural. Dash se abotonó el abrigo, abrió la puerta del coche y se bajó. Una ráfaga de viento helado abofeteó a Margo en la cara, pero no fue nada comparado con la repentina frigidez del ánimo de Dashiel.
—Conduce con cuidado, Margo.
Era una de las pocas personas, fuera de su familia, que la llamaba así. Para el resto del mundo era Margaret, la intocable, rígida, fiel a las normas, teniente.
Dash no cerró la puerta de golpe, sino suavemente. Y se marchó, con los hombros caídos contra la implacable aguanieve.
De pie bajo el alero del bar, mientras la nieve y el aguanieve le cegaba la visión y el frío de la tormenta invernal se le calaba hasta los huesos, Saul Boyle observó al hombre bajarse del coche. Una conversación breve. A su hermano, Curtis, le iba a gustar.
—Está sola —anunció por el móvil.
—Las carreteras están hechas un asco —murmuró Curtis antes de continuar—. Me sentiría más tranquilo si Toby estuviera contigo.
Las palabras de su hermano hicieron saltar a Saul, furioso de envidia.
—No estará libre hasta mañana, y puede que para entonces sea tarde.
—Habrá otras oportunidades.
—No necesito a Toby. Ya te lo he dicho —Saul encajó la mandíbula—. Ya tengo a alguien que me ayude.
—Sí, ese patético drogata que necesita el dinero para su siguiente dosis.
¿Por qué tenía Curtis que burlarse de todas sus iniciativas?
—Estará a la altura, Curtis, te lo juro.
La prolongada pausa hizo que Saul rompiera a sudar antes de que, por fin, su hermano suavizara el tono.
—Te estoy concediendo una enorme responsabilidad, Saul.
—Lo sé —él se sintió marear ante la idea de demostrarle a Curtis de lo que era capaz. Era tan bueno como cualquiera. Mejor que Toby—. Lo he entendido.
—Asegúrate de que así sea, Saul. Necesito a la policía lejos de mí, no hurgando más profundamente en mi negocio.
—Ella es la que encabeza la búsqueda. En cuanto la hayamos liquidado, los demás se apartarán —Saul empezó a caminar hacia la furgoneta en la que aguardaba su ayudante desechable—. Después de esta noche no será más que un lejano recuerdo.
—Perfecto. Infórmame en cuanto esté hecho —Curtis cortó la llamada al concluir la frase.
Con creciente anticipación, Saul sonrió mientras pisoteaba la nieve acumulada. Curtis adoraba el lento tormento inherente a su juego, pero a Saul le iba más la brutalidad de un ataque por sorpresa, siempre que no fuera dirigido contra él. Curtis podía ser impredecible, aunque no. Su hermano era justo. Vicioso cuando era necesario, pero sabía lo que se hacía.
Curtis era el cerebro. Y eran su dinero y su poder lo que hacía que todo fuera posible. Saul disfrutaba siendo el músculo, la fuerza bruta.
Juntos formaban un equipo imparable.
Envuelta en una sensación de dolor, Margo observó marcharse a Dash, hasta que desapareció en la oscuridad. Por motivos que no lograba comprender, la derrota le quemaba los ojos.
Maldito fuera ese hombre. ¿Por qué tenía que complicarlo todo?
Margaret encendió los faros del coche, se ajustó el cinturón de seguridad y puso en marcha el motor. Sin otro coche en la carretera, salió del aparcamiento a la calle helada. Conducía muy despacio para adaptarse al tiempo que empeoraba por momentos.
La luneta térmica y los limpiaparabrisas no eran capaces de contrarrestar el hielo que se formaba en el cristal. En dos ocasiones sintió cómo las ruedas patinaban y disminuyó la velocidad aún más. Antes de que terminara la noche la comisaría habría sido bombardeada con llamadas. Se acumularían los accidentes aunque, con suerte, ninguno sería demasiado grave.
Perdida en sus pensamientos, había recorrido poco menos de dos kilómetros cuando de repente vio por su izquierda unas brillantes luces que parecían haber surgido de la nada. Cegada, se llevó una mano a los ojos a modo de visera… y unas cuantas realidades surgieron en su mente.
Dada la velocidad del coche que se aproximaba a ella, estaba a punto de sufrir una colisión, y sin duda era deliberada. El impacto iba a lastimarla, a lo mejor incluso a matarla.
Y lo peor era que jamás llegaría a saber cómo sería acostarse con Dash Riske.
El último pensamiento apenas había tomado forma cuando el metal chocó contra el metal con un enorme estruendo. La fuerza del impacto sacudió cada hueso del cuerpo de Margaret. Su frente entró en contacto con el volante y, mientras una enorme negritud la engullía lentamente, dejó de ver y oír nada más.
La furgoneta que se lanzaba contra la puerta del asiento del conductor del coche de Margo hizo saltar por los aires la meditabunda irritación de Dash.
Estaba a punto de sufrir una emboscada.
El temor y la ira lo golpearon con fuerza, pero ninguna de esas emociones podría evitar la situación, de modo que conectó el piloto automático. Ralentizó la velocidad de la camioneta para evitar patinar en la resbaladiza carretera, se aferró con fuerza al volante y pronunció una breve y silenciosa oración para pedir que no resultara herida.
Gracias al horrible tiempo que hacía, había tomado la decisión de seguirla hasta su casa para asegurarse de que llegara sana y salva. La idea no era que ella lo descubriera, pero el secretismo ya no era importante.
Sus entrañas se retorcieron cuando la voluminosa furgoneta se lanzó contra el pequeño Lexus. Con el corazón acelerado, aparcó la camioneta de cualquier manera a un lado de la carretera y, sin perder de vista la furgoneta, saltó del vehículo. Se movía con rapidez, consciente de que tenía que llegar hasta ella, resbalándose a cada paso.
El coche de Margo se escoró hacia un lado, dio la vuelta y chocó contra un poste telefónico. Los airbags saltaron y las ventanillas estallaron. Gruesos montones de nieve y hielo acumulado cayeron de los cables de los postes.
Incluso antes de que el sonido del choque se perdiera en la oscuridad de la noche, Dash ya estaba a su lado. La visión de la puerta hundida y los cristales esparcidos por todas partes le hizo sentir un intenso temor que le obstruyó la garganta.
—¡Jesús!
El obsceno sonido del chirriar de engranajes y la aceleración del motor le indicaron a Dash que el conductor de la furgoneta estaba bien, y desesperado por desatascarse de un banco de nieve.
Dash agarró la manilla de la puerta de Margo.
Después de dos tirones, empleando toda su fuerza, por fin consiguió abrirla acompañado de un chirrido de metal retorcido. Margo estaba caída sobre el volante y los airbags desinflados, su pequeño cuerpo se hallaba inerte.
Con mucho cuidado, Dashiel posó dos dedos junto a su garganta… y respiró aliviado al sentir el pulso estable. «Gracias a Dios».
¿De cuánto tiempo disponía antes de que la furgoneta se liberara del banco de nieve?
Y, cuando lo consiguiera, ¿qué iba a pasar?
—¿Margo? Vamos, cielo, háblame —no quería moverla por si tuviera alguna lesión en el cuello o la columna. Sacó el móvil del bolsillo y localizó su ubicación exacta. Y mecánicamente tecleó el número de teléfono de su hermano en lugar del 911.
—¿Qué pasa? —contestó Logan.
—Margo acaba de sufrir un accidente. Grave. Estamos en… —miró a su alrededor y encontró una señal en la calle—. En la esquina de Second con Main. Está inconsciente.
—¿Hay algún otro coche implicado? —preguntó su hermano con calma y autoridad.
Dash oyó movimiento al otro lado de la línea y supo que Logan ya se había puesto en marcha.
—Una vieja furgoneta de transporte.
Salvo por las luces del coche de Margo y de la furgoneta, a su alrededor reinaba la más profunda oscuridad. Dash sentía la tensión acumulándosele en la columna, y casi podía oler el peligro.
—¿Estás herido?
—Yo estoy bien, pero… —Dashiel apenas podía creérselo, pero sabía lo que había visto—. La embistieron, Logan.
—¿Quieres decir a propósito?
Desde luego, a él se lo había parecido. Con las carreteras hechas una pista de hielo, pudiera ser que el idiota al volante simplemente no supiera conducir.
Pero Dash no estaba dispuesto a correr riesgos.
—Eso es lo que creo.
—Si está inconsciente, no la muevas a no ser que no tengas más remedio —la voz de Logan se había teñido con una nueva urgencia—. Pero, si sientes una mala vibración, agárrala y poneos a cubierto. ¿Me has entendido?
Mierda. Él volvió a mirar hacia la furgoneta que seguía intentando salir del muro de nieve comprimida.
—Sí.
—Utiliza su arma si hace falta.
Era curioso que Logan ni siquiera hubiera preguntado si Margo iba armada. Sabía que no iba a ninguna parte sin su pistola.
—Entendido.
De repente, Margo soltó un desgarrador gemido y se echó hacia atrás. La sangre corría desde su sien hasta la oreja y la mandíbula. Sus cabellos, oscuros y cortos, emitían destellos por los pedazos de cristales del parabrisas destrozado.
Jadeó y abrió los ojos para, a continuación, hacer una mueca de dolor y soltar un juramento ahogado.
—Se ha despertado —anunció Dash a su hermano mientras se agachaba junto a ella.
—Dile que una unidad de apoyo, y una ambulancia, están en camino. Y otra cosa, Dash. Ten cuidado.
—Claro —Dashiel colgó la llamada y guardó el móvil en el bolsillo—. No te muevas, cielo. Logan ha enviado ayuda.
—¿Dash?
—Sí, soy yo —¿sufría alguna clase de conmoción?
Él le apartó los cabellos de la frente y dio un respingo al ver la brecha que tenía junto al nacimiento del cabello. No quería asustarla, pero si fuera posible prefería meterla en su camioneta para poder tener un medio de escape en caso necesario.
—Te golpeaste la cabeza. ¿Estás herida en alguna otra parte?
—Por todas partes —susurró ella, como si las heridas personales no tuvieran importancia—. ¿Y el otro coche?
—Una furgoneta —él miró en su dirección, pero al otro lado del parabrisas no había más que oscuridad—. De momento están atascados.
En lugar de tranquilizarse, Margo sacó el arma e intentó volverse hacia Dash, seguramente para abandonar el coche. El cinturón de seguridad la mantuvo atrapada y jadeó con evidentes muestras de dolor.
—Déjame ayudarte —aún no la había visto mover el brazo izquierdo, de manera que Dash tuvo especial cuidado al inclinarse sobre ella y con delicadeza soltar el cinturón para liberarla.
Mirando en su dirección, Margo tragó nerviosamente, parpadeó dos veces y habló con voz ronca.
—Apártate.
Su voz era tan débil que él apenas la oyó, pero no se le ocurrió intentar desarmarla.
—¿Alguna idea de quién puede ser? —preguntó Dash mientras miraba hacia atrás.
—Sí —el agudo dolor hizo que Margaret entornara los ojos—. Problemas.
Las ruedas de la furgoneta al fin consiguieron agarrarse. Saltó varios metros hacia delante, patinó hacia un lado y, extrañamente, hizo un giro en «U», para volver a colocarse frente a ellos.
—¡Mierda! —la primera impresión de Dashiel había sido correcta—. Tenemos que irnos. ¡Ahora!
Margo encajó la mandíbula y sacó una pierna del coche.
«Demasiado lenta». La furgoneta se lanzaba de nuevo contra ellos, de modo que Dash optó por la vía expeditiva y levantó a Margo en vilo, apoyándola contra su pecho. Tras soltar un pequeño grito, y estremecerse todo su cuerpo, ella permaneció inmóvil.
Valiente. Condenadamente estoica.
La furgoneta seguía su veloz marcha y Dash comprendió que no alcanzarían su camioneta a tiempo. Por tanto se dirigió hacia la acera y corrió hacia la cuestionable seguridad que les ofrecía un callejón entre dos edificios de ladrillo. Mierda. No había salida.
Margo gruñó desmadejada, se movió para apuntar y, de repente, un fuerte estallido sonó condenadamente cerca de la oreja de Dash.
Que estuvo a punto de dejarla caer.
Unos segundos después oyó el ruido de los disparos que les estaban siendo devueltos. Dashiel se agachó y procuró proteger a Margo con su cuerpo mientras intentaba resguardarse detrás de un contenedor de metal.
Margaret encajó la mandíbula cuando él la depositó sobre el suelo, sucio y helado, detrás del contenedor. Una gruesa capa de hielo lo cubría todo. El aliento se congelaba en cuanto salía de su boca.
—¿Estás bien?
Pequeña, herida, aturdida, Margo aún consiguió recomponerse lo suficiente para asentir con determinación.
Era evidente que sufría un agudo dolor. Por la cabeza, o quizás por alguna otra herida. De todos modos, ¿qué podía hacer él? Más sangre corría por su barbilla y el cuello. Una farola sobre sus cabezas mostraba la palidez de su rostro.
Ambos oyeron con claridad el motor de la furgoneta a la entrada del callejón. A Dash no le gustaban sus posibilidades y apoyó un hombro contra el gigantesco contenedor para empujarlo lo suficiente para que les proporcionara un poco más de cobijo. Echó una ojeada a las ventanas de los dos edificios entre los que se encontraban. Un edificio tenía las ventanas cubiertas de gruesos barrotes y, de todos modos, eran demasiado altas para poderlas alcanzar. El otro les dejaría completamente expuestos. No habría manera de librarse sin ser disparados.
—¿Dash?
Dash contestó en tono distraído, no queriendo preocuparla.
—Enseguida llegará la ayuda —tranquilizarla y protegerla con su cuerpo era lo mejor que podía hacer por ella. Entre la basura encontró una gruesa y larga tubería y la recogió. Serviría como arma llegado el caso. Devolvió su mirada a Margo—. Supongo que no llevarás otra pistola encima, ¿verdad?
—No. Llevo munición extra y esposas… que se quedaron en mi bolso.
—¿Siguen en el coche?
—Sí.
—¿Hay algún otro arma en el coche?
—Un AR-15 en el maletero.
Dash se mordisqueó el labio inferior mientras sopesaba las opciones que tenía de llegar al coche y regresar.
—No —Margo se movió y dio un respingo—. Ni siquiera lo pienses.
Dado su estado, Dash decidió que lo mejor sería que él tuviera su pistola, pero de ninguna manera iba a intentar arrebatársela. Por la manera en que la sujetaba era evidente que le proporcionaba consuelo. Su hermano era igual. A menudo Logan le había confesado que se sentía desnudo sin ella.
Una repentina ráfaga de disparos impactó contra el contenedor de metal y las balas rebotaron en el edificio de ladrillo. Soltando un juramento, Dash se echó sobre Margo, procurando taparla lo mejor que podía con su pecho y sus brazos, protegerle la cabeza de los cascotes de ladrillos y hormigón que caían sobre ellos. Estaban tan pegados que compartían el mismo aliento.
Cuando las balas dejaron de caer, él se echó hacia atrás y la contempló antes de pasar una mano por su rostro y sus cabellos. Gracias a Dios no tenía ninguna herida.
—Me mareo —se quejó ella mientras tragaba con dificultad y se apartaba de las caricias de Dash.
Sin duda por la herida de la cabeza. Una extraña mezcla de rabia y preocupación le hizo ponerse tenso. Margo poseía la habilidad y la experiencia, y lo mejor que podía hacer era seguir sus indicaciones.
—¿Qué puedo hacer para ayudar?
Con el dorso de la mano que sujetaba el arma, ella se limpió la sangre del rostro. Hasta ese movimiento le obligó a apretar los dientes por la agonía que le produjo. Se mordió el labio inferior y tomó aire dos veces.
—Tengo que devolver los disparos, pero no tengo coordinación.
Dash le apartó de nuevo los cabellos de la frente para poder contemplar la herida.
—Logan está en camino.
—Pero hasta que llegue no seremos más que unos patitos de feria, y ellos están muy decididos.
Y eso significaba que, si no devolvían el fuego, los matones darían un paso al frente.
—¿Por qué no devuelvo yo los disparos?
Con el rostro tenso, ella contuvo el aliento, echó una ojeada por un lado del contenedor y volvió a agacharse.
—Me quieren muerta —afirmó mientras se dejaba caer contra Dashiel.
¡Y una mierda!
—Eso no va a ocurrir —haciendo un supremo esfuerzo, Dash consiguió imprimirle calma a su voz.
Como si él no hubiera dicho nada, Margo proseguía con su debate interno. Agarró la Glock con la mano derecha y empezó a temblar incontroladamente.
—No consigo sujetar el arma.
—Yo sé disparar —insistió él mientras se quitaba el abrigo y lo usaba para arroparle las piernas a Margo.
—¿Eres bueno? —ella parecía dudar.
—Logan me enseñó —lo cual ya era mucho—. Soy lo bastante bueno para mantenerlos a raya hasta que llegue mi hermano.
En medio de la turbulenta noche se oían voces de una conversación mantenida en tono bajo. Los muy bastardos creían que ya los tenían y estaban haciendo planes.
—Es ahora o nunca, nena.
Margo asintió débilmente.
—Me la tendrás que quitar de las manos.
Al principio Dash no lo entendió, pero al verla sentada, ensangrentada y magullada, con la mano firmemente sujeta al arma, comprendió a qué se refería.
—Tranquila —con delicadeza le quitó el arma negra de los dedos congelados y rígidos.
—Ni se te ocurra disparar a algún transeúnte inocente.
Dada la negrura de la noche, el mal tiempo y el tiroteo más que evidente, era poco probable que hubiera algún inocente dando vueltas por ahí.
—No es mi idea —con la pistola lista para disparar, Dash se inclinó un poco hacia delante, avanzó poco a poco… y vio a un hombre que apuntaba desde el asiento del conductor de la furgoneta.
A Dashiel solo le llevó un segundo grabar el rostro, los rasgos, de ese hombre en su cabeza.
Los inquietantes disparos se dirigieron hacia ellos. Dash percibió el respingo de Margo y la rabia calmó el acelerado corazón.
Soltó un prolongado suspiro, se preparó mientras avanzaba ligeramente hacia delante, lanzó tres rápidas ráfagas y volvió a ponerse a cubierto.
—¿Le has dado a alguien? —preguntó Margo, observándolo con algo parecido a una turbia admiración.
—A la furgoneta —eso creía.
Era un buen tirador, siempre que no lo compararan con Logan o con Reese, y probablemente con la teniente.
Utilizando solo el brazo derecho, pues el izquierdo colgaba en un extraño ángulo, Margaret se arrastró hacia el edificio de ladrillo para proporcionarle a él más espacio.
—No dejes de disparar.
Dash percibió la respiración agitada y sintió la inquebrantable fuerza de esa mujer.
Necesitaba atención médica urgente, pero lo primero era lo primero.
Arrastrándose de nuevo hacia delante, Dash disparó dos veces más contra la furgoneta. En esa ocasión estuvo seguro de haber acertado a un neumático y a la parrilla. El aire se llenó de juramentos.
—¡Y el siguiente entrará por la ventanilla, gilipollas!
Increíblemente, Margo consiguió reír.
Quizás porque se dieron cuenta de que su posición en campo abierto no era la mejor, sobre todo dado que sus víctimas estaban visiblemente dispuestas a contraatacar, los atacantes se rindieron. La furgoneta aceleró e, incluso con una rueda reventada, consiguió huir de la escena del crimen.
—No te muevas —ordenó Dash sin dejar de vigilar hasta que el vehículo se hubo perdido de vista.
Ella emitió un pequeño sonido que Dashiel optó por interpretar como una afirmación.
Dashiel se levantó y se arrastró pegado a la pared de ladrido hasta la calle para echar otro vistazo. No se veía nada más que edificios vacíos y hielo. El viento aullaba, recordándole que no llevaba puesto el abrigo. Y optó por ignorar el frío, porque era lo único que podía hacer.
Las luces de la furgoneta desaparecieron en medio de la noche. Aun así, Dash permaneció atento hasta que dejó de oírse el «plas, plas, plas» del neumático aplastado.
Cuando regresó junto a Margo, la encontró apoyada contra la pared, con los ojos cerrados. La tremenda quietud lo asustó.
—¡Eh!
Ella ni se molestó en mirarlo. A lo mejor ni siquiera podía.
—¿Se han ido?
El alivio que sintió Dash casi hizo que se le doblaran las rodillas.
—Por ahora.
Esperaba sinceramente que no dieran media vuelta y regresaran, pero permanecerían atentos por si acaso.
La sensación era de que había pasado una hora, aunque seguramente no eran más de cinco minutos. Sin duda la ayuda llegaría pronto.
Dash dejó la Glock en el suelo entre los dos, se subió la camiseta térmica y arrancó un trozo de la camiseta blanca.
—¿Qué haces?
—No pasa nada. Solo será un segundo.
Se asomó por el callejón hasta acercarse precavido a la calle principal, que seguía vacía. A su alrededor el hielo brillaba bajo la luz de las estrellas y la luna. Como campanillas de viento enmudecidas, el aguanieve que caía continuamente emitía un pequeño tintineo. El aire era tan frío, tan helado, que le dolían los pulmones al respirar.
La escena habría sido hermosa, si unos gorilas no estuvieran intentando matarlos.
Teniendo en cuenta la distancia que debía de haber recorrido la furgoneta, a los tiradores les llevaría unos minutos regresar a pie, y dudaba que lo hicieran. Sin duda debían de imaginarse que la policía estaría sobre aviso.
Pisoteando la nieve, agradecido de haberse puesto las botas, Dashiel recogió un montón de nieve y hielo e hizo un atadillo con el trozo de camiseta. Tras una última ojeada a su alrededor, regresó junto a Margo con la bolsa de hielo improvisada.
Cayó de rodillas a su lado, impresionado con su fortaleza, preocupado por su letargo y rebosante de instinto protector.
—Mantén los ojos cerrados.
Con suma delicadeza, le quitó los trozos de cristal y grava de los cortos cabellos y los hombros del abrigo negro de lana antes de presionar la herida de la cabeza con el hielo.
El dolor hizo que Margo frunciera el ceño, pero no pronunció ni una palabra.
—¿Estás herida en alguna otra parte, además de la cabeza? —él la miró sin dejar de sujetar la bolsa de hielo contra su cabeza.
Con un exagerado esfuerzo, ella abrió los ojos y lo miró.
—Me temo que sí.
—¿Dónde? —a Dash le dio un vuelco el corazón. Temía oír la respuesta.
Una respiración lenta y profunda expandió el pecho de Margaret. Los pálidos labios se abrieron para inspirar unas cuantas veces más, hasta que casi estuvo jadeando.
—Lamentablemente, mi codo izquierdo está dislocado.
¿Qué demonios? Dashiel ya se había fijado en cómo sujetaba el brazo izquierdo ligeramente apartado del cuerpo y en un extraño ángulo. Sus cejas descendieron de nuevo. La mano derecha de Margo, la que se había aferrado con fuerza al arma, estaba desnuda, pero llevaba un guante de cuero en la izquierda.
—¿Estás segura?
—Bastante segura —los ojos enrojecidos de Margo lo miraron burlones.
—¿Y por qué no dijiste nada? —él sintió una oleada de indignación.
—¿Y qué habrías podido hacer al respecto? —ella cerró los ojos de nuevo, casi como si no pudiera evitarlo.
Dashiel no tenía ni idea, pero aun así ella debería habérselo dicho.
—Cuando te saqué del coche…
¡Por Dios! Si prácticamente la había recostado sobre su hombro antes de echar a correr con ella a cuestas.
—Dolía como un demonio, pero ser disparada habría sido aún peor —pálida de dolor, Margo continuó—. Lo hiciste muy bien, Dash. Mejor de lo que habría esperado.
¿Y qué había esperado, que se desmoronara? ¿Que se escondiera detrás de ella, de la teniente grande y mala?
Más ira afloró a la superficie, y eso le fastidió realmente. Él nunca se enfadaba. Era de los tranquilos, por el amor de Dios, de los que disfrutaban de la vida y todas sus veleidades. Él no se sulfuraba, ¿por qué iba a hacerlo? Había sido bendecido con tanto que era incapaz de recordarlo todo.
Tenía unos padres que lo adoraban y un hermano que haría que cualquiera estuviera orgulloso de él.
Para la mayoría era un hombre adinerado, pero dado que el dinero no tenía gran importancia para él, prefería considerarse a sí mismo como «económicamente solvente».
Los genes le habían proporcionado estatura y fuerza, un cuerpo atlético que él había perfeccionado trabajando en su empresa de construcción, un cuerpo que atraía a las mujeres.
Y ese pensamiento lo llevó de vuelta a sus desavenencias con Margo, la única mujer que lo rechazaba a la menor ocasión. Y, por si fuera poco, acababa de descubrir que lo consideraba un debilucho.
Enfrentado a unos problemas más acuciantes, decidió hablarlo con ella más tarde. Cada vez que dejaba de encajar la mandíbula por el dolor, oía castañetear sus dientes, de manera que Dash se apoyó contra el muro, a su lado, y la atrajo delicadamente hacia sí para sujetarla y para darle calor.
—Umm, qué calentito estás —ella suspiró y se recostó contra su hombro.
La voz de Margo sonaba adormilada y eso también era preocupante.
—Siento mucho que no puedas dormirte aún —sin duda sufría una conmoción junto con el resto de las heridas. No se lo podía creer. La rodeó con un brazo y la atrajo hacia sí todo lo que pudo—. La ambulancia no debería tardar.
Y, mientras lo decía, a lo lejos se oyó una sirena que se aproximaba. Seguramente, no disponía de más de un minuto más con ella. Tomó el abrigo y cubrió las piernas de ambos con él, atrapando su calor con el de ella.
—Pronto podrás descansar.
—No necesito que me cuiden como si fuera un bebé.
—Lo sé —contestó él con dulzura mientras inspeccionaba la herida en el lastimado, aunque hermoso, rostro bajo la bolsa de hielo—. Creo que has dejado de sangrar.
Ella alzó la mirada y le ofreció la preciosa visión aturdida de sus ojos azules.
—Estás hecho un asco, Dash. Tienes sangre por todas partes —la mirada se deslizó hacia su cuello y el pecho—. ¿Es mía?
—Sí.
—Lo siento.
¿Por qué seguía con esa actitud hacia él?
—No te preocupes por ello —la ropa destrozada era la menor de sus preocupaciones.
—Me seguías —ella frunció el ceño.
—Por instinto —contestó él sin disculparse—. Sé que eres policía y que sabes cuidar de ti misma. Pero soy un hombre y no pude evitar contemplarte como una mujer que abandona un bar a altas horas de la madrugada, sola.
—Machista.
—Culpable —él intentó suavizar el posible insulto con una tímida sonrisa—. Dadas las circunstancias, espero que no te importe demasiado.
—Si no estuvieras aquí… —susurró Margo antes de interrumpirse, tragar nerviosamente, mirarlo un poco más y comenzar de nuevo—. Si no estuvieras aquí, estaría muerta.
—No —ni siquiera era capaz de considerar esa posibilidad. Besándole la cabeza, apoyó el hermoso rostro contra su cuello.
—Soy capaz de manejar casi cualquier situación.
—Lo sé —incluso en esos momentos, se notaba el testarudo orgullo de esa mujer.
—Pero no me voy a mentir a mí misma. Aún me siento un poco desorientada. Tengo la sensación de que la cabeza se me está partiendo en dos y, aunque no estoy herida del brazo con el que manejo el arma, no creo que hubiera podido acertar al disparar a nadie.
—¿Y qué? Yo tampoco acerté con todos mis disparos, pero aun así les hicimos huir —Dash se sentía tremendamente orgulloso de ella, y necesitaba hacérselo saber—. Te querían totalmente incapacitada tras la colisión.
—Y lo estaba.
—No —él le tomó el rostro y lo alzó.
Se le estaba hinchando un ojo, tenía una herida en la frente y la sangre corría por su mejilla. Y, aun así, sentía ganas de besarla. ¿Por qué no? Rozó delicadamente sus labios con los suyos.
—Al contrario —susurró contra su boca—, tu primer instinto fue agarrar la pistola.
—Lo tengo muy arraigado —contestó ella con calma.
—Porque eres un policía de los pies a la cabeza. Según Logan, uno de los mejores que ha conocido jamás.
—¿Eso te ha dicho?
—¿Es que no te das cuenta de lo mucho que te admiran Reese y él? ¿Por qué crees que no te ven como a una mujer? La policía que hay en ti lo domina todo.
—Supongo que eso es bueno.
Para Logan y para Reese sin duda lo era. Pero Dash no era uno de sus subordinados. Al final, si conseguía que cediera siquiera un poquito, conseguiría tenerla entre las sábanas y el cumplimiento de la ley sería lo último en lo que pensaría.
—Si esos miserables te hubieran abordado a pie, los habrías disparado, Margo. Estoy seguro.
Ella lo continuó mirando hasta que sintió de nuevo los párpados pesados. Al final cedió, cerró los ojos y se acurrucó contra él.
—No me resulta fácil admitirlo, pero me alegra muchísimo no estar sola.
Margo tragó con dificultad e hizo una pausa de varios segundos.
—Lo peor es que ahora tú estás metido en este lío.
—Lo sé —Dash era consciente de las implicaciones. Su camioneta estaba ahí fuera, donde los bribones podrían ver fácilmente el número de matrícula. Si querían descubrir su identidad, no tendrían ningún problema en hacerlo.
Pero estaba allí con Margo, abrazándola, protegiéndola, y no lo cambiaría por nada.
Y porque no era capaz de dejar de besarla, le besó la cabeza. Tenía un millón de preguntas que hacerle, pero tendrían que esperar. Al recordar el número de matrícula, comenzó a repetir en voz alta:
—E-K-B 8-9-3-2.
—¿Qué es eso? —preguntó ella.
—La matrícula de la camioneta. Solo quiero asegurarme de no olvidarla.
—¿Te fijaste en ella? —Margo se movió.
—Te embistieron. Por supuesto que me fijé en la matrícula —el sonido de las sirenas se hizo más fuerte, estaban más cerca. Y, por fin, vieron el reflejo de las luces de los coches patrulla. El reflejo rojo y azul rebotaba del hielo en todas direcciones.
Logan gritó el nombre de su hermano.
—¡Aquí! —Dashiel mantuvo a Margo pegada a su cuerpo, consciente de que estaba a punto de desvanecerse de nuevo. Tenía los ojos cerrados—. Estamos en el callejón.
Logan fue el primero en llegar, con el arma desenfundada hasta que los vio. Su mirada recorrió el callejón en busca de cualquier amenaza antes de contemplar atentamente el cuerpo de su hermano, terminando por su rostro.
—¿Te han dado? —Logan permanecía casi inmóvil.
—No, estoy bien. La sangre es de la cabeza de Margo. Tiene un codo dislocado y seguramente una conmoción también.
Parte de la rigidez desapareció visiblemente de los hombros de Logan, que empezó a dar órdenes. Incluso en esos momentos, Dash no pudo evitar sonreír ante la facilidad con la que su hermano tomaba el control de cualquier situación.
Había orgullo, pero la preocupación por Margo lo enturbiaba todo.
Reese, vestido con unos vaqueros y una sudadera, precedía a los sanitarios. Sus cabellos revueltos y vestimenta de calle indicaba que se había levantado de la cama para reunirse con Logan. Al verlos a los dos acurrucados en el suelo, Reese soltó un silbido y se agachó frente a Dash.
—¿El arma de la teniente? —preguntó mientras asentía en dirección de la Glock.
—Sí.
Reese la tomó y se la quedó.
—Dice que tiene más armas en el maletero del coche.
—Ya me ocuparé yo de eso —contestó el agente, resuelto y con calma—. Tendrás que acompañarme.
—Está herida —Dash se volvió hacia Margo.
La mirada de Reese se posó en su teniente.
—Peterson, ¿aguantas ahí? —preguntó sin siquiera un átomo de simpatía.
—Sí.
Reese enarcó una ceja ante el hilillo de voz, pero no dijo nada. Echó un vistazo a las heridas y se fijó en la bolsa de hielo que Dash presionaba contra la sien, y también en cómo la abrazaba.
—Los sanitarios traen una camilla.
Margo se irguió, abrió los ojos e intentó ponerse en pie. Dash se fijó en que intentaba disimular su dolor ante Reese, un dolor que no había tenido inconveniente en mostrarle a él. Se apresuró a ayudarla, teniendo un cuidado especial en no mover el brazo herido.
—Piensas salir caminando por tu propio pie, ¿a que sí? —Reese sonrió, sospechosamente satisfecho.
—No seas imbécil —Dashiel fulminó al agente con la mirada.
—Es lo que haría yo, o Logan —Reese se encogió de hombros.
Pero Margo no era un hombre, no era corpulenta y atlética, o…
—Puedes estar seguro de que no me van a llevar —ella se apartó de Dash.
Reese le dedicó a su amigo la típica mirada de «Ya te lo dije».
Los sanitarios hicieron su aparición.
—Dale a Reese el número de matrícula —ordenó Margo mientras cojeaba hacia los recién llegados, dejando a Dash sin palabras.
Dashiel observó a los dos hombres ofrecerle ayuda, y la vio a ella susurrar unas cuantas órdenes. Y se sintió tan tremendamente impotente que la ira lo inundó.
—Es la mujer más tozuda del mundo.
—Orgullosa más que cabezota —aclaró Reese dándole a Dash una palmada en el hombro que lo hizo trastabillarse hacia delante—. Deja de preocuparte. La cuidarán bien —recogió el abrigo de Dash, lo sacudió y se lo ofreció—. Necesito saber qué sucedió, ahora mismo, antes de que olvides los detalles más insignificantes.
—La acompaño al hospital —anunció Dash mientras metía los brazos por las mangas del abrigo.
—Yo conduciré tu camioneta —propuso Reese—. Al hospital iremos todos.
Con la sangre rezumando entre los dedos, Saul se sujetó la cabeza. Pero el dolor del golpe que se había dado contra el salpicadero no era nada comparado con el terror que sentía mientras aguardaba la reacción de Curtis a su cagada. La había dejado escapar. Estaba furioso, pero Saul mantenía el gesto impasible.
A Curtis no le haría falta más para descargar su cáustico temperamento.
Y en ese instante apareció su hermano, con el cuerpo encogido de ira y el rostro enrojecido de rabia.
Saul hizo una mueca, pero fue Toby el que recibió el golpe en la barbilla que estuvo a punto de derribarlo de la silla, y que empapó de sangre su perilla.
Lentamente, Toby se irguió. Sus ojos destilaban ira, pero se mantuvo en silencio y se limpió la sangre con el dorso de la mano.
«Tendrías que haber estado allí».
Sin responder al golpe, Toby se puso en pie y mantuvo la atención fija en Curtis.
—¡Ya sabes que Saul no es capaz de manejar esta mierda! —Curtis la emprendió de nuevo con Toby.
Sabiendo de sobra que era mejor no hacer ninguna objeción al insulto, Saul reculó, colocándose fuera del alcance de su hermano.
—Me habías enviado a otra parte —Toby se frotó la mandíbula.
—Tardaste demasiado. Si hubieses vuelto antes… —la ira de Curtis comenzó a amainar, sustituida por puro asco—. Encuéntrame una mujer —ordenó.
Saul sabía muy bien que le hablaba a Toby. No volvería a confiar en él en muchísimo tiempo.
—¿Para uso personal o para algún proyecto? —preguntó Toby, enigmático.
Saul siempre había admirado la compostura de Toby en las circunstancias más extremas. No era la primera vez que su hermano se desahogaba con Toby para no emprenderla con él.