Un otoño para perdonar - Morgane Moncomble - E-Book

Un otoño para perdonar E-Book

Morgane Moncomble

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Beschreibung

Antes estaba a su merced, ahora es ella quien lleva las riendas Camelia, aspirante a abogada, siente pasión por los crímenes sin resolver y acaba de enterarse de que Rory Cavendish, que le hizo la vida imposible en el instituto, ha muerto misteriosamente. El presunto asesino es Lou McAllister, el mejor amigo de Rory, el chico que la humilló hace cinco años y a quien Camelia no ha logrado olvidar. Y ahora él necesita su ayuda. Lou siempre ha sido la oveja negra de su familia, pero nunca esperó acabar en la cárcel por asesinato. De un día para otro, todas las personas en quienes ha confiado le dan la espalda. La única que puede salvarlo es Camelia O'Brien: la primera víctima de Rory y la muchacha en la que no ha dejado de pensar desde que se conocieron en el instituto.   La adictiva novela que ha causado sensación en Francia

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Seitenzahl: 483

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Primera edición: octubre de 2025

Título original: Un automne pour te pardonner

© Hugo Publishing, 2023

© de la traducción, Claudia Casanova, 2025

© de esta edición, Futurbox Project S. L., 2025

Esta edición se ha publicado mediante acuerdo con Hugo Publishing en colaboración con sus agentes, Books And More Agency #BAM, París, Francia, y The Ella Sher Literary Agency.

Todos los derechos reservados, incluido el derecho de reproducción total o parcial de la obra.

Ninguna parte de este libro se podrá utilizar ni reproducir bajo ninguna circunstancia con el propósito de entrenar tecnologías o sistemas de inteligencia artificial. Esta obra queda excluida de la minería de texto y datos (Artículo 4(3) de la Directiva (UE) 2019/790).

Diseño de cubierta: Jeannine Schmelzer

Imágenes de cubierta: Shutterstock - Kate Macate | Karlygash | Luba_nn

Corrección: Teresa Ponce

Publicado por Chic Editorial

C/ Roger de Flor, n.º 49, escalera B, entresuelo, oficina 10

08013, Barcelona

[email protected]

www.chiceditorial.com

ISBN: 978-84-19702-61-6

THEMA: FRM

Depósito Legal (edición tapa blanda):

Depósito Legal (edición tapa dura):

Preimpresión: Taller de los Libros

Impresión y encuadernación: Liberdúplex

Impreso en España – Printed in Spain

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Morgan Moncombe

Un otoño para perdonar

Traducción de Claudia Casanova

Al agente de la CIA que espía mi historial de internet…Puedo explicarlo todo.

Advertencia

Esta novela contiene escenas, expresiones o temas que pueden herir la sensibilidad de algunas personas. Por favor, prestad atención a esta advertencia de contenido antes de adentraros en la lectura.

También quisiera recordar que se trata de una obra de ficción, con personajes imperfectos, relaciones no siempre sanas y comportamientos a veces inexcusables.

Como autora y como persona, desapruebo completamente los actos de los personajes.

Advertencia de contenido: acoso psicológico, novatadas.

Playlist

«I Knew You Were Trouble», Taylor Swift

«If I Killed Someone For You», Alec Benjamin

«Another Love», Tom Odell

«Happier Than Ever», Billie Eilish

«Karma», Taylor Swift

«Hurt Me», Suriel Hess

«Cry Baby», The Neighbourhood

«Aimed to Kill,» Jade LeMac

«Breakfast», Dove Cameron

«Animal», Emeline

«I Wanna Be Yours», Arctic Monkeys

«Bury a Friend», Billie Eilish

«FU In My Head», Cloudy June

«Fetish» (feat. Gucci Mane), Selena Gomez

«Enemy», Imagine Dragons

«Meet You In Hell», Jade LeMac

«Devil Is A Woman», Cloudy June

«Hate Me», Ellie Goulding y Juice WRLD

«Slow Down», Chase Atlantic

«Red Lights», Stray Kids

«Don’t Blame Me», Taylor Swift

«Small Doses», Bebe Rexha

«The Cut That Always Bleeds», Conan Gray

«I’m Not Mad», Halsey

«Take Me To Church», Hozier

Prólogo

Lou

Cinco años antes

En 1895, el escritor Oscar Wilde fue condenado a dos años de trabajos forzados por ser homosexual.

Se decía que había mantenido una relación escandalosa y decadente con Alfred «Bosie» Douglas, un joven aristócrata escocés, que no contaba con la aprobación de su padre. Todo Londres se interesó por aquel juicio, hasta el punto de que la historia lo recordaría como el escándalo Queensberry.

No soy un gran lector, prefiero los dramas contados en la música, pero mi mejor amigo me bombardea con anécdotas históricas que me importan una mierda.

Con solo diecisiete años, Rory se comunica con referencias literarias y acertijos que se inventa «por diversión». Si no está constantemente estimulado, su cerebro se aburre con rapidez. Desde mi punto de vista, creo que lo hace para demostrar que es el más inteligente de la sala.

Por lo general, me limito a asentir para fingir interés y suelto un «guau, ¿de verdad?». Nunca cuela, porque Rory siempre me sonríe y me llama idiota e inculto.

Suelo responderle que yo no lo obligo a escuchar la Sinfonía número 3 de Beethoven, aunque quizá debería hacerlo, si así logro que cierre la boca durante más de cinco minutos.

Esta mañana he llegado temprano al instituto para repasar unas piezas de violín. Lo hago al menos tres veces por semana, sobre todo porque me gusta la tranquilidad de los pasillos antes de que empiece el día. Es mucho más apacible que mi casa, donde los gritos y los insultos van más rápido que las balas. Ni siquiera el sonido de mi violín consigue ahogarlos.

Después de tocar «El otoño» de Las cuatro estaciones de Vivaldi, me acomodo junto a la ventana de la planta baja para fumar un rato —un vicio asqueroso que empecé solo para provocar a mi padre—. Abro El retrato de Dorian Gray, que Rory me ha prestado y que me aburre soberanamente. Después de dos cigarrillos, apenas he avanzado cuatro páginas. Halloween ha dado paso al frío otoñal del 1 de noviembre. Las últimas hojas caen sobre Edimburgo y forman una alfombra de tonos marrones y dorados; esas vistas me distraen. Siempre ha sido mi estación favorita.

—Pero ¿qué ven mis ojos? McAllister con un libro.

Le hago una peineta a Rory incluso antes de girarme; acaba de entrar en el aula de música. Mi arrogancia se desvanece al mirarlo, y me duele admitir que el corazón me ha dado un vuelco. Me contengo para no arrancármelo del pecho y obligarlo a dejar de latir tan fuerte, fastidiado por mi reacción.

Rory me sonríe como si lo supiera —y apostaría que es así—, con las manos en los bolsillos. Lleva mal anudada la corbata del uniforme azul turquesa, y el cabello castaño le cae ligeramente sobre los ojos claros. Pero mi mirada se detiene en su sonrisa. Como siempre.

No digo nada cuando se deja caer en la silla que está a mi lado, me quita el cigarrillo y lo tira por la ventana. Lo dejo hacer, sin protestar, y le echo una nube de humo en la cara a modo de venganza.

—Ya te he dicho que dejes esa mierda —dice, molesto.

—Y yo te he dicho que dejes de darme órdenes.

Me sonríe con descaro, inmune a mi mirada asesina, y responde:

—Pero si te encanta.

Rory no espera respuesta y le da la vuelta a mi libro para ver la cubierta. Envidio la forma que tiene de iluminar cada estancia por la que pasa, con facilidad e indiferencia, como si se aburriera, aunque en el fondo le encanta. Como todos los héroes grecorromanos, Rory padece de hibris. Su orgullo será su perdición. No estoy seguro de que pueda sobrevivir sin la luz de los focos apuntándolo en cada momento.

—Ya era hora —me provoca Rory al ver el título—. Bueno, ¿qué te parece?

Suspiro.

—Creo que Dorian está enamorado de lord Henry, ese dandi inteligente con una ironía facilona, pero que no se da cuenta. Me da la sensación de que Oscar se inspiró mucho en su relación con Bosie, ¿no?

Rory asiente sin dejar de mirarme, pensativo. Odio cuando hace eso. Hay tantas cosas que piensa, pero no dice…

—Es cierto. La gente puede decir lo que quiera, pero Oscar estaba profundamente enamorado de Alfred. Le escribió cartas de amor incluso desde la cárcel.

—Seguro que eran subidas de tono.

Pensaba que se reiría con mi broma, pero se limita a citar:

—«Querido mío, en los placeres y en la cárcel, tú y pensar en ti lo habéis sido todo. Oh, tenme siempre en el corazón; tú nunca estás ausente en el mío».

Se me eriza la piel ante la intensidad de sus palabras. Sé que no son suyas, pero me gusta pensar que sí.

—Es triste —respondo, y me encojo de hombros.

—Es hermoso.

Sonrío negando con la cabeza mientras cierro el libro. A veces no entiendo cómo Rory y yo hemos llegado a ser tan cercanos si somos tan distintos. A menudo me pregunto si no será simplemente porque nuestros padres son amigos.

Él es intelectual, sociable, pulcro y traicionero. Yo, en cambio, soy la oveja negra de los McAllister: un inútil demasiado cobarde como para traicionar a nadie.

—Tenía una mujer…

—Constance —confirma Rory. Escritora y activista feminista, por cierto. Muy buena elección.

—… a la que engañaba con jovencitos y prostitutos.

Rory se levanta y se sienta a mi lado en el alféizar.

—¿Y qué? Un poco de calor masculino no le hace daño a nadie.

Frunzo el ceño sin comprender, sorprendido y molesto por esa broma. Al final, decido dejarlo pasar. La conversación está tomando un rumbo que no sé si puedo manejar.

—Lo siento por tu novia.

No lo miro al decirlo. El peso de su mirada y el de su sonrisa enigmática y cruel son demasiado para mi corazón.

—Si tanto te interesa, Skye está muy contenta con la relación —afirma Rory, que me pasa un brazo sobre los hombros—. Yo hago lo que quiero, y ella también.

«No estoy seguro de que ella lo sepa», estoy a punto de decirle, pero me contengo. Me roza con la rodilla, como si quisiera provocarme. Su aliento me acaricia la mejilla, y sé que lo hace a propósito. Me pone a prueba. Me tortura. Nunca hemos dicho nada, y menos aún desde que está con Skye, pero no hacen falta palabras.

Las miradas bastan para decir todo lo que habría preferido llevarme a la tumba. También la sensación de nuestra piel al rozarse, cuando luchamos sin camiseta en su jardín. Rory sabe lo que siento por él desde hace años —o incluso desde siempre—, pondría la mano en el fuego. Sin embargo, su silencio me ha confirmado que no es recíproco, así que he seguido haciendo como si nada. Desde hace un tiempo, incluso he conseguido pasar página.

Pero odio cuando se pone a jugar. Es como si me rechazara mientras me retiene ahí. No me lo merezco, joder… O eso creo.

«¿Y si le pagara con su misma moneda?».

Me giro hacia él y estamos tan cerca que nuestras narices se rozan. Quiero descolocarlo, solo para ver cómo se le borra la sonrisa de los labios.

Pero su boca no hace más que ensancharse al notar que le miro los labios.

«Mierda». He caído en mi propia trampa.

—Ábreme tu corazón, Lou —susurra, sin desviar la mirada.

—Prefiero no hacerlo.

—Por favor.

«Te odio. Después de nueve años de amistad, sigo sin entenderte. Eres mi mejor amigo, pero juegas conmigo porque te aburres. Me desnudas con la mirada cuando crees que no te veo y luego, al segundo, te paseas con Skye para castigarme por tu propia debilidad.

»No me parece justo. Quiero besarte, arrancarte la ropa, enseñarte lo que te estás perdiendo, pero también darte una paliza y no volver a hablarte jamás».

Este es el estado en el que RoryCavendish tiene el don de ponerme. Pero como aún me da miedo tener esa conversación, le doy un codazo para apartarlo.

—Te apesta el aliento. Suéltame.

Parece algo decepcionado, aunque responde con una risa. Como si supiera que soy demasiado cobarde para hacerlo.

Las clases están a punto de empezar, así que salimos del aula para ir a nuestras taquillas. Guardo el estuche del violín justo cuando llega el resto del grupo. Gideon y Alastair están enfrascados en una conversación, mientras Skye corre hacia nosotros con una gran sonrisa.

Rory la recibe entre sus brazos antes de besarla. Lenguas, dientes y todo el espectáculo. Miro al frente, asqueado.

—¿Por qué no me cogiste el teléfono ayer? —protesta Skye, que se acurruca contra él. Lleva un chaquetón blanco que contrasta con su piel negra impecable.

Rory le aparta un mechón de la frente y responde que se durmió muy pronto. Sé que es mentira, porque chateó conmigo hasta las dos de la mañana.

Alastair y Gideon nos saludan al llegar. El primero, idéntico a Rory, lo fulmina con la mirada.

—No me has despertado esta mañana. Papá me ha echado la bronca.

—Para variar —sonríe Rory, y le da la mano a Skye.

No necesito ver la expresión de su hermano gemelo para saber que ese comentario le ha dolido. Todos sabemos cuánto sufre Alastair por el favoritismo que el señor Cavendish muestra hacia Rory.

Siempre pasa lo mismo en todas partes. Rory es el preferido en todas las reuniones, el mimado de todos los grupos. El más carismático, el más inteligente, el más rico… Pero también el más cruel.

Dicen que la perfección no existe. Rory es la prueba de ello: todas esas virtudes alimentan sus peores defectos, y lo convierten en alguien digno de odio y fascinación a partes iguales. Yo, el primero. Lo quiero con el corazón, pero lo detesto con la razón.

—Somos tan adorables… —exclama Skye mientras le enseña algo en el móvil a Rory—. ¿Subo esta o esta de aquí? Anna se va a morir de envidia.

Dejo de prestar atención a las conversaciones y observo con la mirada perdida los alumnos que empiezan a llenar los pasillos de la Edinburgh Academy, en la que acabamos de empezar nuestro último año de instituto. Personalmente, la llamo el reino de RoryCavendish. Los demás solo somos sirvientes y miembros de la corte real.

—¿Vamos? —propone cuando por fin suena la campana.

Lo sigo sin mirar adónde voy, con la cabeza en otra parte, y por eso reacciono demasiado tarde.

De pronto, un destello rojizo me ciega, pero es demasiado tarde. Choco de lleno contra una pila de libros que avanzan sin rostro. Cuando se caen al suelo, me encuentro con una mirada oscura y acusadora que hace que me tiemble el corazón.

«Ya sé quién es, incluso antes de verla».

Ese rostro de porcelana con el cabello pelirrojo y unas gafas finas y doradas, incapaces de ocultar la lluvia de pecas que le cae sobre la nariz, y unos labios rosados con forma de corazón…

CameliaO’Brien, la nueva de la que todos hablan.

Cómo no, Rory ha tenido que acogerla bajo su ala y hacer de compañero amable. Dice que es para ayudarla, pero sé que en realidad lo hace para ayudarse a sí mismo: ahora, con Camelia, y por primera vez en su vida, Rory ya no es el mejor de la clase.

Dios sabe cuánto odia ser el segundo.

Rory quiere tenerla cerca para controlarla mejor, como hace con los demás —como hace con nosotros—. Pero Camelia es distinta… Sé que él ya se ha dado cuenta, y que eso le molesta. A mí me divierte. Despierta curiosidad en mí, pero también celos.

«Ojalá tuviera yo ese carácter».

—Ah, estáis aquí —comenta ella al reconocernos—. Os estaba buscando.

No respondo, se me ha formado un nudo en la garganta. Como siempre que estoy junto a ella. Tiene el don de vaciarme el cerebro de todo pensamiento coherente, y Dios sabe que no suele pasarme. Algunos dirán que no tiene nada de especial: a Skye le resulta aburrida y Gideon la describió como «muy normalita». Y, sin embargo, tiene ese algo.

«¿Rory sabe que, desde hace poco y por primera vez en nueve años, se me agita el pecho por alguien que no es él?».

Aunque solo lleva tres semanas, nunca me atrevo a quedarme a solas con Camelia. Me intriga y me intimida a partes iguales. Es peligrosa. Siempre temo decir algo que lo estropee todo, o peor aún, dejarle toda la oscuridad de mi corazón a sus pies.

Todo lo que sé de ella es que lee Sherlock Holmes en su tiempo libre, que es vegetariana, que su padre es policía y que es la única que puede rivalizar con el cerebro de Rory. Ah, y que su apariencia de corderito inofensivo solo es una fachada.

Puede engañar a los demás, pero a mí no. Camelia no habla mucho, en eso nos parecemos. No creo que sepa hacer amigos que no sean invisibles. Tampoco creo que me aprecie, a juzgar por todas las miradas asesinas que me lanza a lo largo del día. Y sin embargo…

«Quiero que piense en mí tanto como yo en ella».

—Perdón —me disculpo en voz baja.

—No pasa nada.

Se agacha para recoger sus libros, tiene las mejillas enrojecidas por el frío. «Si pasara el dedo, ¿quedaría una marca blanca?». Veo a Gideon inclinar la cabeza, con los ojos fijos en su falda de uniforme, subida hasta las caderas.

«Conque muy normalita, ¿eh? Cabrón».

Me contengo para no soltarle algo, y también me agacho, mientras agarro su ejemplar de Ana de las Tejas Verdes.

—Creo que es la primera vez que te veo leer algo que no sea policíaco —comento con una sonrisa.

Ella levanta la mirada, sorprendida, pero yo le respondo con otra sonrisa. «¿Estoy ligando con ella… delante de todos?».

—Ya me los he leído todos —responde, con un matiz de desconfianza—. ¿A ti también te gusta leer?

Es mi oportunidad. Podría mentir y decirle que sí, manipularla para que me quisiera… Y estoy a punto de hacerlo.

Pero en el último segundo, susurro:

—No. No mucho.

—Oh… Qué pena.

El pecho se me retuerce al ver decepción en su mirada. Me ha dado una oportunidad, una ventana de apenas unos segundos, y la he desaprovechado. Quiero decir algo ingenioso para compensar, proponerle que tomemos un café después de clase o vayamos al cine y nos besemos durante toda la película.

Pero el instinto me grita que no lo haga, así que me limito a devolverle los libros y me pongo en pie.

En ese momento, cruzo la mirada con mi mejor amigo… y me doy cuenta de mi error. Me estremezco al ver la expresión con la que Rory observa a Camelia: tiene la mandíbula apretada y una mirada fría y vacía.

Pero son sus labios los que me advierten del peligro, ligeramente curvados hacia arriba en un atisbo de sonrisa.

Como si percibiera mi mirada, Rory se vuelve hacia mí y levanta una ceja. Como si me retara… o se mofara de mí.

«Mierda».

Conozco demasiado bien ese rostro. El del diablo que habita en él. Es su faceta más oscura, la que más detesto. Por eso no puedo tener nada bonito.

—Nos vemos al mediodía —dice Camelia al marcharse, y me sorprende que se dirija a mí directamente.

Tiene las mejillas sonrosadas y se muerde el labio con timidez, como si ya se hubiera arrepentido de lo que acaba de decir. Me muerdo el interior de la mejilla para obligarme a no sonreír. «Adorable».

Por desgracia, en el fondo sé que esta será la última vez que hablemos. Así que, con un sabor amargo en la boca, la sigo con la mirada hasta que gira por el pasillo y desaparece.

Noto el peso de un brazo sobre los hombros y reconozco el aliento de Rory en la mejilla. Se me hace un nudo en la garganta, como si un collar invisible me estrangulara.

«Prisionero. Cautivo. Rehén».

—Me saca de quicio. ¿A ti no?

Lo sabía. No he sido lo bastante prudente. No he sabido mantener a raya mis expresiones.

Ahora voy a pagarlo.

—No te gusta porque es más lista que tú —se burla Gideon.

—No me gusta porque intenta robar lo que es mío —corrige Rory sin apartar la mirada de mí.

Yo. Yo le pertenezco.

Y aunque no sea recíproco, nunca me dejará ir. Pero supongo que yo lo he permitido. Es culpa mía.

—¿Y a ti, Lou? —murmura, sin perder detalle de mi expresión—. ¿Te cae bien?

Demasiado, y eso será su perdición.

«Lo siento, Camelia. Es culpa mía, debería haber tenido más cuidado. Soy un cobarde y tú no eres tan fuerte como para enfrentarte a Rory».

Solo hay una respuesta posible. Y si algo se me da bien es interpretar un papel.

Así que me vuelvo hacia Rory, con una mueca divertida en los labios.

—No mucho. No me gustan las pelirrojas, y menos aún las ratas de biblioteca.

«Me odio, me odio, me odio».

Rory me observa con atención, divertido.

—Se merece que le recuerden cuál es su sitio. ¿Verdad?

Quiero decirle que tenga cuidado, porque sé de lo que es capaz. Pero, si dejo entrever que me importa, hará todo lo posible para destrozarla.

A estas alturas, solo puedo minimizar los daños. Por eso respondo:

—Déjalo… Yo me encargo.

Rory me da unas palmaditas en la espalda, satisfecho.

Al día siguiente, Camelia se convierte en el hazmerreír de todo el instituto.

Capítulo 1

Camelia

Septiembre de 2022

Alguien intenta matarme.

O secuestrarme, lo que sea. En cualquier caso, estoy preparada para lo que sea —mi padre es un poquito paranoico, aunque prefiere decir «protector». En su defensa, sabe de lo que habla: es policía—. Sé disparar un fusil (aunque no creo que eso me sirva de algo en esta situación), el año pasado tomé clases de krav magá, y cuando salgo de casa siempre llevo un espray de pimienta en el bolso. En suma, estoy lista para enfrentarme a cualquier situación.

Saco mi espejito de bolsillo mientras bajo las escaleras de Vennel hacia Grassmarket, y echo un vistazo furtivo a mis espaldas. Solo son las seis y media, pero el sol ya se ha puesto en Edimburgo y una silueta extraña me sigue desde que he salido de la universidad.

Sigue ahí, lo confirmo, camina con pasos pequeños, se va fundiendo con la oscuridad. Entorno los ojos para ver mejor y creo que es una mujer, alta y elegante, vestida con un conjunto de chaqueta y falda.

Como decía, probablemente alguien intenta secuestrarme y luego asesinarme. ¿Con qué fin? No tengo ni idea. Estafa, violación, asesinato, tráfico de órganos o esclavas sexuales… Las posibilidades son infinitas. Mi madre siempre decía que mis lecturas me habían vuelto «retorcida». Personalmente, prefiero «imaginativa».

Sea como sea, no tengo tiempo para estas mierdas. Miro el reloj enfadada. He tenido un día horrible, los tacones me están matando y llego tarde a una cita que, lo sé, va a ser un desastre.

Julian es majo, pero no creo que seamos compatibles. La última vez que nos vimos, le pedí que me estrangulara durante el sexo —solo un poco, lo prometo— y se asustó. Desde entonces, creo que piensa que estoy loca. Tal vez tenga razón.

«Es probable que me estrangulen esta noche, pero no creo que me guste».

Al final me rindo y me doy la vuelta de golpe, lo que sorprende a mi acosadora.

—Deje de seguirme. Le he enviado un mensaje a mi novio, llegará en cualquier momento —miento, aferrando el teléfono con ambas manos.

Grrr. Odio tener que recurrir a esta excusa patética, como si la amenaza de una presencia masculina cambiara las reglas del juego, pero seamos honestas: funciona.

La mujer levanta las manos y se aproxima con cautela, como si temiera asustarme.

—Le pido disculpas, no pretendía asustarla. No estaba segura de que usted fuera la persona a la que busco, eso es todo.

Frunzo el ceño.

—Usted es CameliaO’Brien, ¿verdad?

—Sí… ¿Qué quiere de mí? Tengo prisa, voy a una reunión de negocios muy importante.

Mi conciencia pone los ojos en blanco ante semejante descaro.

Ni de lejos tengo prisa por romper con un hombre que se niega a azotarme en la cama.

—Solo será un segundo.

Empieza a caer una llovizna fina que me empaña las gafas. Me las quito para verla mejor y me ofrece una tarjeta de visita, que tomo con recelo.

—¿Conocía a RoryAlexanderCavendish?

Me esperaba cualquier cosa menos eso. Oír ese nombre basta para que me estremezca. Sea lo que sea lo que esta mujer ha venido a decirme, no quiero saberlo. No quiero saber nada que tenga que ver con RoryCavendish.

Le di la espalda a ese sádico hace años, y no pienso girarme ahora. Ya me cuesta bastante esquivarlo por los pasillos de la facultad, por grande que sea. Por eso adoro el verano: las vacaciones me dan ese respiro tan ansiado.

—Fue un compañero del instituto —respondo con una voz más seca de lo necesario—. ¿Por qué?

—Ha muerto.

Parpadeo sin reaccionar mientras sus palabras se repiten en mi cabeza.

«¿Rory ha… muerto?». El corazón me da un vuelco al afrontar la realidad de esa noticia y sus consecuencias. Si ya no está… eso significa que soy libre. Me llevo una mano al cuello en un acto reflejo, como para comprobar que el collar invisible que me oprimía ha desaparecido de verdad.

Rory no me habla desde que cumplí los dieciocho, y aun así… su mera presencia era suficiente para convertir cada día en un infierno. Sigo bajando la mirada en los pasillos por miedo a cruzarme con él, evito los lugares donde suele estar con su grupito…

Cuento los días que faltan para graduarme. Para que llegue el día en que nuestros caminos por fin se separen y ya no tenga que soportar la visión de su rostro, ni el sonido de su risa desde el otro extremo del patio, pero que bastaba para helarme la sangre.

—¿Muerto? —repito, sin atreverme a creerlo—. Lo vi de lejos el primer día de clase y parecía que estaba bien.

Soy cruel…, pero apuesto a que se lo merecía.

—Es verdad —responde la mujer—. La noticia ya es oficial.

—Vale. ¿A quién tengo que enviar la botella de champán?

—¿Perdón?

La mujer parpadea, escandalizada por mi reacción. Puede pensar lo que quiera de mí, me da igual. No voy a llorar por la muerte de la persona que me torturaba. El hombre que se reía de mí en público, me llamaba con motes humillantes, me encerraba en lugares raros y hacía correr rumores horribles sobre mí… Un mitómano y un manipulador como pocos he conocido.

—Si ha muerto tan joven, será porque llevó a alguien al límite, ¿no? Lo compadezco, sea quien sea.

En este caso, no siento empatía por la víctima. Rory representa una etapa oscura de mi vida, aunque el instituto nunca fue un lugar agradable para mí, ni siquiera antes de conocerlo. Mi madre tiene razón: todo es culpa de mi padre. Lo único que recuerdo de mi infancia son las noches viendo Expediente X en el sofá, acurrucada junto a él, y los domingos por la tarde jugando al Cluedo. Nada normal para una niña de seis años.

Mi padre me contaba cuentos para dormir, todos relacionados con los casos que investigaba. Es natural que creciera con muchas preguntas y una imaginación desbordante, incluso un poco macabra. Poco a poco, me volví una apasionada de los crímenes sin resolver, de las investigaciones policiales complejas y de los libros de Agatha Christie.

Pasaba las noches viendo Mentes criminales, escarbando en sucesos truculentos y leyendo novelas de detectives. Quizá por eso me veían como una rara…

Cuando me fui de Inverness a Edimburgo, creí que sería diferente. De verdad pensé que Rory me estaba dando la oportunidad de formar parte de un grupo, pero fue una estupidez por mi parte.

—Disculpe, pero no entiendo por qué me está contando esto…

—Su nombre aparece en el testamento. La lectura tendrá lugar mañana, en un círculo reducido. Se requiere su presencia.

Tardo unos segundos en comprender el sentido de esa frase tan simple. Me entran ganas de reír. «¿Yo, en el testamento de RoryCavendish?».

Empiezo a temblar de forma involuntaria, y la desconocida lo percibe.

—Creo que se equivoca —digo con cortesía—. No éramos amigos, más bien todo lo contrario.

—No me equivoco, señorita O’Brien.

Entonces tiene que ser una broma. Una última broma de mal gusto. Incluso después de morir, RoryCavendish extiende sus tentáculos para atormentarme.

Como si no hubiera sido suficiente ser víctima de acoso por parte de él y su pandilla durante un año entero.

—¿Sabe qué me ha dejado? No quiero perder el tiempo.

—No. Tendrá que acudir a la lectura para descubrirlo.

Con esa respuesta lo entiendo todo. Suspiro y maldigo a Rory por dentro.

Él sabía que yo no querría nada de él.

Pero también me conocía lo suficiente como para saber que no podría resistirme por mi maldita curiosidad…

Es, sin duda, el día más raro e incómodo de mi vida.

No sé muy bien qué hago aquí, ni por qué le concedo este último placer a Rory. Creo que nunca he odiado tanto a nadie (salvo a Jeffrey Dahmer, por razones obvias), pero él… Rory era la excepción. Genio y heredero de la adinerada destilería Cavendish& Co, podía permitirse cualquier cosa. Todo el mundo besaba el suelo que pisaba y deseaba estar en su lugar.

Yo, personalmente, solo quería que me dejara en paz. ¡No era culpa mía ser más inteligente que él!

—¿Qué hace ella aquí?

En cuanto entro en la sala, SkyeHutcherson encoge sus perfectas cejas al verme sentada. Tiene los ojos rojos, señal de que ha estado llorando, y ni siquiera se ha molestado en maquillarse esta mañana.

La exnovia de Rory me examina de arriba abajo con mala cara, y en un abrir y cerrar de ojos me devuelve a hace cinco años. La ignoro deliberadamente para demostrarle que ya no soy como antes, que no volveré a dejarme intimidar por nadie.

Gideon, que aparece tras ella, también me mira por encima del hombro.

—Déjalo. Ven.

Me quedo sentada al fondo de la sala, aislada. Yo también me pregunto qué pinto aquí. Más aún cuando aparecen los padres de Rory. Me miran sin saber quién soy y luego se acercan a Skye para abrazarla con emoción.

La escena es surrealista. Quiero irme a casa. Estoy angustiada. Sé que Rory no va a aparecer para atormentarme, pero es como si estuviera presente. Ver de cerca a mis acosadores es como volver a tener diecisiete años. Me molesta el poder que aún tienen sobre mí.

Pero Skye y Gideon no son los peores.

Todavía queda una persona a la que temo ver hoy, pero me obligo a no pronunciar su nombre ni en mi cabeza, por miedo a atraer la mala suerte.

Alastair, el hermano gemelo de Rory, entra y acaba con mis supersticiones. Tiene un aspecto pésimo. Parece un muerto viviente, con la piel lívida y unas ojeras violáceas. Está tan afectado que ni siquiera se da cuenta de que estoy ahí sentada. Saluda con frialdad a sus padres, pero estos apenas le prestan atención.

«No ha cambiado nada, por lo que veo». Ni siquiera sin Rory para hacerle sombra, Alastair sigue siendo invisible… De todos ellos, es por quien más empatía he sentido siempre. Porque nunca ha intentado aplastar a nadie, solo quería existir.

Espero a que lleguen los últimos, pero de pronto un hombre mayor cierra la puerta y se sienta tras el escritorio. Frunzo el ceño, confundida. Él no está.

Qué raro. Si había una persona a la que esperaba encontrar era él.

—Gracias a todos por estar aquí hoy. He recibido el encargo de la lectura del testamento del difunto RoryAlexanderCavendish, documento en el que figuran todos ustedes.

El corazón empieza a latirme con fuerza, pero me quedo callada, con las manos sudorosas. De Rory me espero cualquier cosa, sobre todo lo peor.

El hombre toma una hoja y carraspea antes de comenzar:

—«Si estáis leyendo esto, es que alguno de vosotros ha conseguido matarme. ¡Enhorabuena!».

Con la boca entreabierta por la estupefacción, lanzo una mirada a los demás para calibrar sus reacciones. El señor Cavendish suspira mientras a Skye le cae una lágrima por la mejilla.

—«Me voy feliz de saber que he sido tan querido como envidiado, igual que todos los grandes hombres» —continúa el notario sin dejar traslucir emoción alguna.

Resisto la tentación de poner los ojos en blanco. «Puro Rory».

—«Lou: si has sido tú, estaré muy enfadado».

Un escalofrío me recorre la espalda al oír ese nombre maldito. Se le menciona en el testamento… Pero, entonces, ¿por qué no está aquí? Desde luego, no me voy a quejar. Hago todo lo posible por evitar a ese hombre allá donde voy. Nunca me ha traído nada bueno.

—«Skye: siento haberte engañado. Tenías razón, debería haberte dejado hace mucho tiempo».

Abro los ojos de par en par, no me atrevo a moverme. Miro a Skye, que aprieta los dientes para aguantar la humillación. Noto que su rostro no expresa asombro, señal de que ya lo sabía.

—«Gideon: siento que nunca hayas soportado que me quisieran más que a ti. Ahora tienes vía libre».

«Dios mío, esto va de mal en peor». Rory era un maestro en esto: en pedir perdón sin hacerlo de verdad. En tocar los puntos débiles de la gente para humillarla.

—«Alastair, mi querido hermano: me arrepiento de haberte quitado a la única chica que querías solo porque me aburría. Si te sirve de consuelo, te he hecho un favor».

Dejemos las cosas claras: yo odiaba a Rory. Pero ahora mismo tengo que controlarme para no sonreír, y me cuesta. Alastair no reacciona, parece absorto, tanto que me pregunto si está escuchando de verdad. Skye, por su parte, murmura algo por lo bajo, creo oír: «Hasta el final…».

—«Papá: mira el lado bueno, aún tienes otro hijo. Mamá: gracias por… absolutamente nada, en realidad».

Sé que soy la siguiente en la lista, y el estómago se me retuerce por la ansiedad. ¿Me habrá hecho venir solo para burlarse una última vez? Es capaz, el muy cabrón. No ha dejado ni una palabra amable para quienes lo querían y a quienes se suponía que debía querer…, así que ¿por qué me iba a librar yo?

—«Y por último, Camelia: sé que siempre quisiste ser una de los nuestros, y ahora ya lo eres. Bienvenida al juego, Sherlock».

Frunzo el ceño, no entiendo nada. Gideon y Skye me miran por encima del hombro, entre la curiosidad y el enfado. ¿He venido solo para esto? ¿Unas pocas palabras y una mentira descarada?

«Jamás quise formar parte de su grupo de acosadores». No de verdad. Cinco niños mimados, ricos, demasiado inteligentes y retorcidos para el bien de la humanidad… No, gracias.

El notario procede entonces al reparto de bienes. No le presto atención, estoy muy ocupada haciéndome mil preguntas. Hasta que mi nombre retumba con fuerza en la sala:

—«A CameliaO’Brien le lego la totalidad de mi biblioteca: todos mis libros, hasta el último, le pertenecen ahora, porque sé lo mucho que le gusta leer. Es una de las dos únicas cosas que tenemos en común».

Es una trampa. Seguro. Una broma de mal gusto, una cámara oculta, ¡y todos están en el ajo! Pero la risa sarcástica de Skye me confirma que todo es real.

«¿Una de las dos únicas cosas que tenemos en común?».

Me pregunto cuál será la otra.

—También tengo en mi poder unas cartas dirigidas a cinco de ustedes: LouMcAllister, SkyeHutcherson, AlastairCavendish, GideonCormack y CameliaO’Brien.

Nos las entrega una a una, y soy la primera en marcharme —o, mejor dicho, en huir—. No tengo ningún interés en darles el pésame, y dudo que ellos quieran oírlo.

Salgo y me quedo un buen rato contemplando el sobre antes de abrirlo. Mi nombre está escrito con tinta negra, reconozco la letra de Rory. Incrédula, leo las últimas palabras que se tomó la molestia de dejarme.

Cuando se trata de un asesinato, nunca está de más explicar cómo era la víctima. Es absolutamente necesario. La personalidad de la víctima es la causa directa de muchos crímenes…

Y como tú sabes, yo era el peor de los cabrones.

Sin querer, se me escapa una sonrisa. Al menos era consciente. El comienzo del mensaje me suena, como si ya lo hubiera leído en algún sitio. ¿Eso es todo lo que quería decirme? Menuda pérdida de tiempo.

—¿Y bien?

Doy un respingo y me giro de golpe mientras oculto la carta contra mi pecho. Skye me observa con hostilidad, tiene los brazos cruzados sobre su jersey de cuello alto color crema. Pensaba que era imposible, pero está incluso más guapa que cuando era adolescente. Su piel negra brilla sin defectos, incluso sin maquillaje, y su estilo de primera dama le da un aire sofisticado. No somos del mismo mundo, en absoluto.

—¿Te pide perdón por haberte acosado mientras te explica por qué te lo merecías? —insiste con tono burlón—. Porque esa era su especialidad.

—Lo sé. Me pregunto qué se siente al probar tu propio veneno —respondo con tono mordaz.

Sus ojos se entornan peligrosamente ante esa pulla. Skye siempre fue la primera en complacer a Rory. Fue la primera en poner mi número en aplicaciones para ligar, en agarrar unas tijeras y cortarme el pelo en medio de una clase, en vaciar el contenido de su bandeja en mi mochila.

Nunca me atreví a responderle, quizá por eso pensó que yo era débil y manipulable. «Se acabó».

—Le he estado dando vueltas, de verdad —prosigue, mientras niega con la cabeza—. Pero todavía no entiendo por qué te quería aquí. A ti, de entre todas las personas.

«Bienvenida al club».

—Será que me echaba de menos.

—Ahora que ya ha terminado, mantente lejos de nosotros —escupe Skye, que se seca otra lágrima de rabia.

Deseo responderle que eso es lo que siempre he querido, pero me contengo. Se da la vuelta para irse sin decir nada más. Debería dejarla marchar, pero la curiosidad es mi peor defecto y, antes de que pueda cambiar de opinión, se me escapa la pregunta:

—¿Qué le pasó?

Skye se detiene, pero no se gira de inmediato. Me arrepiento de habérselo preguntado. Me había obligado a no buscar el nombre de Rory en internet hasta hoy, simplemente porque no quería darle ese poder.

Incluso oí que algunos compañeros del trabajo lo comentaban, pero evité el cotilleo todo lo que pude. Porque la verdad es que, hasta ayer, no pensaba venir.

Creía que podía dejar atrás a esta gente.

Supongo que me mentía a mí misma. La aprendiz de abogada y fanática de las investigaciones policiales que soy necesita saberlo.

Skye se vuelve por fin hacia mí, tiene la mirada vacía.

—¿No lo sabes?

Niego en silencio, con el corazón latiéndome a mil por hora.

Skye me mira durante unos segundos, y luego dice con voz monótona:

—Lou lo asesinó.

Capítulo 2

Lou

Septiembre de 2022

No sé en qué momento exacto mi vida empezó a irse al traste. ¿Quizá cuando mi madre engañó a mi padre en un matrimonio no deseado consecuencia de un embarazo? ¿Cuando me enamoré de Rory, el chico de la sonrisa traviesa y el egoísmo sorprendente? ¿O tal vez cuando él empezó a devolverme la atención pura y sincera que yo le daba?

—Ya no te haces el gallito, ¿verdad, McAllister?

Esbozo una mueca sin poder evitarlo y escupo la sangre que me llena la boca. «Qué cabrón». ¿Será este el momento de expiar mis pecados? Me pregunto si voy a morir así: en las duchas mugrientas de una prisión escocesa.

Dos tipos corpulentos me sujetan los brazos por detrás mientras un tercero se agacha frente a mí con un cuchillo en la mano. Lo admito, impone un poco. De donde yo vengo, no se derriba a los enemigos con cuchillos, sino con palabras.

Y me fue bastante bien en la infancia, a juzgar por el hombre en el que me he convertido hoy.

Pero debo admitir que nadie se hace el gallito cuando tiene una hoja afilada a pocos centímetros de la cara. No sé cómo ha conseguido meter eso aquí, ni mucho menos cómo se lo ha ocultado a los funcionarios. Pero tampoco debería sorprenderme después de todo lo que he visto pasar de un lado a otro de las rejas desde que llegué: droga, medicinas, dinero, teléfonos…

El preso que tengo delante, un tipo de unos cuarenta y pico, desliza la superficie fría del cuchillo por mi mejilla.

«¡Qué dramático!». Odio cuando se recrean en el suspense.

—¿Creías que intimidabas solo por ser un asesino, chaval? ¿Sabes qué? Aquí todos lo somos.

La cara de Rory aparece en mi mente de golpe y se me tensa la mandíbula. «Joder».

Llevo una semana en prisión. Al principio, todo iba bien. Tenía la boca cerrada y nadie se atrevía a acercarse. Hasta que uno intentó intimidarme a la salida de las duchas.

Jugué la carta de la insolencia como solo yo sé hacerlo… «Con clase». Por supuesto, esas cosas no se valoran aquí. Ni siquiera tuve que pelear: los funcionarios calmaron la situación de inmediato. Esa misma noche, el tipo en cuestión se tragó la lengua mientras dormía.

No tuve nada que ver, lo prometo. Por desgracia —o por suerte—, eso no fue lo que pensaron los demás: creyeron que me había vengado desde las sombras. Y al ver que el rumor jugaba a mi favor, no lo desmentí.

Desde aquel día, los demás no me miraron igual. Me di cuenta de que, aquí dentro, si uno quiere hacerse respetar debe dar miedo, y así puede sobrevivir. Pues bien, me aproveché de ello. Un poco demasiado, a todas luces.

Rory se partiría de risa si me viera. Seguro que lo está haciendo.

«A veces todavía se me olvida que está muerto».

—La próxima vez, te corto el meñique del pie.

—No pasa nada, tengo más —digo con una sonrisa ensangrentada.

Stewart me da una patada en el pecho que me deja en el suelo. Toso un poco, lo que me vale unas cuantas burlas por parte de sus esbirros. Cuando se marchan, mi tos se transforma en una carcajada incontrolable.

«¡Pura cháchara!».

Un poco decepcionante. Puede que sea un niño de papá, pero esperaba más de unos «matones». Las películas me hicieron creer durante mucho tiempo que la cárcel estaba llena de tipos duros, hombres sin escrúpulos que te apuñalarían solo por mirarlos mal. De momento, ni rastro de puñaladas.

Por ahora.

Al fin y al cabo, esto no ha hecho más que empezar, y mi cara da ganas de matarme —eso es lo que siempre dice mi padre—.Todavía hay esperanza.

—Òinseach,* ¿quieres que te maten? —me pregunta Kenny, mi compañero de celda, cuando regreso media hora más tarde.

Sentado en su litera, la de arriba, me observa por encima de sus gafas finas y chasquea la lengua. Le sonrío con arrogancia, a pesar de los moratones de las costillas y la sangre que ya se ha coagulado en la comisura de los labios.

—Puede. ¿Tienes algún problema con eso?

Kenny pone los ojos en blanco, con cansancio.

—Este papel de preso suicida no te pega, chaval. Cuando matas a alguien, lo mínimo es asumirlo.

Me lo tomo como un golpe directo al corazón. «No mola, Kenny». Pero tiene razón. Lamentarse después de haber cometido semejante atrocidad es de cobardes. Y dicen que esa es mi especialidad, así que…

No respondo y me dejo caer en una de las dos sillas de plástico que decoran la minúscula celda. Me quedo mirando las fotos de Kenny, pegadas a la pared: su hija, de catorce años, y su mujer. Aún no me ha dicho por qué está en la cárcel ni cuánto tiempo va a quedarse.

La verdad es que Kenny no habla mucho. Tampoco busca problemas. Hace crucigramas y ejercicio, lee y come solo, en su rincón.

—Joder, lo que daría por un cigarrillo. —Suspiro, y me paso una mano por el pelo castaño—. Es lo que más echo de menos, creo.

Han pasado seis días desde que entré en la cárcel. Siete desde el cumpleaños de Rory, el último.

«Todavía estoy de duelo, pero es evidente que mi corazón prefiere el camino del autoengaño, porque no puedo permitirme venirme abajo. Aún no. Aquí no».

Siete días desde aquella noche en la que un policía me paró en la carretera y descubrió el cadáver aún caliente de Rory en el maletero de mi coche.

En mi defensa, yo estaba tan conmocionado como él.

Cierro los ojos con un escalofrío, porque esa imagen no me ha abandonado ni un segundo. No he tenido un instante de paz desde que me tiraron al suelo y me esposaron con las muñecas por la espalda.

Los ojos abiertos y sin vida del hombre al que una vez amé me quitan el sueño noche tras noche.

Para castigarme, o para burlarse de mí, no lo sé.

Siempre recordaré su cara la última vez que lo vi. Es una tontería, dado el contexto, pero me sorprendió no verlo sonreír. Rory siempre sonreía. De alegría, de desprecio, de crueldad, de rabia…

Como yo, sus sonrisas traicionaban lo que sus ojos trataban de ocultar. Aquella noche, inerte en el maletero de mi coche, ya no sonreía. Y eso, de algún modo, fue lo más triste de todo.

Entonces lloré, en silencio, con la mejilla pegada a la tierra húmeda de la finca de los Cavendish.

Porque comprendí que no volvería a ver la sonrisa de Rory… y que no supe disfrutar de la última.

Vuelvo de mi paseo matutino cuando un funcionario me corta el paso frente a la celda. Nunca es buena señal, pero no veo qué puede ir a peor.

—McAllister, tienes visita.

Me detengo un segundo y trato de disimular mi sorpresa. Incluso Kenny aguza el oído desde la litera.

—¿Quién es?

¿Mi madre, tal vez? Todavía no ha llamado desde que estoy aquí. Estará muerta de vergüenza… o aliviada por no tener que fingir que me quiere —tampoco es que antes lo hiciera muy bien—. Incluso la dependienta del estanco donde compro tabaco me muestra más amabilidad.

—Tu abogado.

Me contengo para no gruñir con frustración. Se supone que está aquí para sacarme de la cárcel, pero es más tonto que Abundio.

Me pregunto si mi padre lo eligió a propósito porque me pondría de los nervios. O peor aún: para asegurarse de que pierda el juicio. Es posible. Puede que solo quiera librarse de mí de una vez por todas.

—¿Tengo que ir? Hay tenis en diez minutos.

—Muy gracioso —responde él, sarcástico, y me hace un gesto para que lo siga.

Dudo unos segundos antes de suspirar y seguirlo. ¿Qué más puedo perder aparte de quince minutos de mi apasionante vida en la cárcel?

Bajo las escaleras a un ritmo tranquilo y recorro los pasillos con las manos en los bolsillos del uniforme. Algunos presos me miran con curiosidad, pero los ignoro. Ninguno me da miedo y, sin embargo, sé que deberían. Porque son mucho más peligrosos de lo que yo seré jamás.

De algún modo, eso me tranquiliza.

«Porque quizá alguno de ellos será quien acabe con este suplicio».

—¿Ya te han dado una paliza? —pregunta el funcionario, que me señala la cara con el dedo.

—Qué quieres, me gusta llamar la atención.

Le guiño un ojo sin sonreír, pero él me responde con una expresión fría y distante. Me registran antes de entrar en la sala de vis a vis. Mi abogado, el señor Morrison, ya está sentado en su silla.

—¿Qué le ha pasado? —pregunta de inmediato al ver mis heridas.

Me siento frente a él, con aire tranquilo.

—Me cuesta admitirlo, porque Dios sabe que no suelo hacerlo…, pero creo que no caigo muy bien aquí dentro.

Frunce una ceja ante mi arrogancia, pero no insiste. En su lugar, abre una carpeta de cartón que coloca entre nosotros y saca de ella un sobre blanco. Me tenso al reconocer la letra pulcra y redondeada de Rory.

Mi nombre está escrito de su puño y letra.

Quiero preguntarle qué es, pero se me atragantan las palabras. Morrison me desliza el sobre en silencio. No me atrevo a cogerlo. No quiero que vea cómo me tiemblan los dedos.

—El señor RoryCavendish dejó varias cartas dirigidas a sus allegados antes de morir. Esta es la suya.

La observo sin parpadear, como si fuera una bomba de relojería. Me emociona conocer sus últimas palabras hacia mí, y a la vez me aterroriza la posibilidad de sentirme decepcionado.

Conociéndolo, seguro que es una gilipollez.

—¿Eso es todo?

Morrison observa mi reacción durante unos segundos, hasta que por fin levanto la vista hacia él. Aunque esté de mi parte, jamás dejo entrever nada ante mi abogado. Es un incompetente. Odio a la gente que no sabe hacer su trabajo. Pierdo el respeto al instante. Tampoco confío en los adultos que llevan corbatas con dibujitos graciosos; ¿flamencos, en serio?

—La lectura del testamento tuvo lugar ayer. Lo he traído conmigo, ya que usted figura en él.

Imagino la escena en la notaría, con sus padres, su hermano, Gideon y Skye… Ninguno de ellos me ha visitado todavía, ni me ha llamado. Sé lo que piensan.

Alastair probablemente quiera matarme con sus propias manos. Gideon preferiría morirse antes que ver su nombre asociado al mío, con la reputación que tengo ahora. Y Skye seguramente cree que soy inocente…, pero su orgullo herido, mezclado con sus celos enfermizos, le impide ayudarme.

No culpo a ninguno de los tres. Ni siquiera a Rory por haberme metido en esta situación. Es el karma.

—Tiene suerte —continúa mi abogado—. Su testamento podría jugar a su favor en la defensa.

Le pregunto por qué, aunque me da igual.

—Le ha dejado muchas cosas: su coche, su barco… y la totalidad de su fortuna personal.

Suelto una carcajada de incredulidad.

«Rory, cabrón…».

¿Quería que todo el mundo me odiara? ¿Cómo se supone que esto puede ayudarme? Lo único que hará es que todos crean aún más que lo maté para cobrar la herencia.

—No lo quiero.

—¿Perdón?

—Renuncio a la herencia. Tengo derecho, ¿no?

Morrison parpadea, atónito. No se esperaba un rechazo, y lo entiendo. Pero nada de eso me hace ilusión.

—Sí, por supuesto, pero…

—Léame el testamento —digo, y me inclino sobre la mesa—. Terminemos con esto.

Leeré mi carta más tarde, en la celda, lejos de miradas ajenas. No quiero testigos de mi debilidad cuando grabe las palabras de Rory en mi mente por última vez, y menos aún cuando las relea una y otra vez antes de esconder el papel bajo mi almohada.

—«Si estáis leyendo esto, es que alguno de vosotros ha conseguido matarme. ¡Enhorabuena!» —empieza Morrison tras carraspear, visiblemente incómodo.

Me tenso, pillado por sorpresa. Abro la boca, como para defenderme de la acusación, pero me interrumpe:

—«Me voy feliz sabiendo que fui tan querido como envidiado, igual que todos los grandes hombres. Lou: si has sido tú, estaré muy enfadado».

Necesito hacer acopio de toda la fuerza del mundo para no echarme a llorar delante de Morrison. Apoyo un codo sobre la mesa y me tapo la cara con una mano temblorosa. Cierro los ojos.

«Joder». Si la cárcel no me mata, lo harán estas palabras. Es como si lo supiera, como si llevara tres capítulos de ventaja. Estoy tan conmocionado que apenas escucho el resto.

—«Y por último, Camelia: sé que siempre quisiste ser una de los nuestros, y ahora ya lo eres. Bienvenida al juego, Sherlock.

Esa última frase me despierta de golpe. Mis ojos se abren al instante y apoyo la palma de la mano sobre la mesa, ante lo que Morrison da un respingo.

—¿Puede repetirlo?

Mi abogado asiente, curioso, y vuelve a pronunciar el mismo nombre.

«Camelia, Camelia, Camelia…», como una letanía.

No lo he soñado, Rory la mencionó de verdad en su testamento. CameliaO’Brien… Un recuerdo fantasma, los restos de una adolescencia podrida. Como todos los espíritus que acechan, ha habitado mis sueños teñidos de remordimientos más veces de las que puedo contar.

He hecho todo lo posible por evitarla en los pasillos de la facultad, pero mis ojos parecen imanes condenados a seguir cada uno de sus pasos. Siempre tiene la nariz metida en un libro, la mirada huidiza y el paso apresurado.

Mi primer pensamiento es: «¿Cómo estará?».

El segundo: «¿Cómo se ha atrevido Rory?».

—¿CameliaO’Brien?

Morrison revisa sus documentos, lee unas líneas y asiente.

—Así es. Veintitrés años, estudiante de Derecho Penal y Ciencias Criminales. Trabaja a media jornada en un bufete de abogados de Edimburgo. Veo incluso que su mentora ha intentado asumir esta defensa, pero…

Se detiene cuando nuestras miradas se cruzan. Lo que ve en ella basta para dejarlo callado.

No sé qué tenía Rory en la cabeza, ni por qué tuvo el descaro de nombrar a una de sus víctimas en su testamento, pero me da igual. Es como si Dios me tendiera una cuerda para sacarme de aquí, o para hundirme aún más, por el contrario.

—¿Ha pedido ser mi abogada? —repito en voz baja, para asegurarme de haberlo entendido bien.

Mi pecho se hincha como un globo, pero reprimo la oleada de esperanza absurda que lo llena de repente.

—Por lo visto, sí. Pero no tiene experiencia, y…

—Está despedido.

Abre la boca, pero yo lo tranquilizo con una dulzura empalagosa:

—Lo siento. No es usted, soy yo.

Morrison no responde. Sabe perfectamente, como todas las personas a las que rechazan, que solo es una excusa para no herirle.

—¿Está seguro de lo que hace?

Es una estupidez, una imprudencia, un gesto desesperado, probablemente la idea más idiota que he tenido en mi vida. Pero también sé que esto era justo lo que Rory quería.

Porque él nunca hacía nada sin una razón. Siempre tenía algo en mente: un plan, una idea, una venganza. Todavía no sé si implicó a Camelia para castigarme o para perdonarme, pero pienso aprovecharlo.

Ella será mi redención…

«… o mi verdugo».

—Sí. Quiero a CameliaO’Brien, o a nadie.

* ‘Cretino’, en gaélico escocés.

Capítulo 3

Camelia

Septiembre de 2022

Llevo cinco días sin dormir. La curiosidad me consume lentamente.

«Lou lo asesinó».

La noticia me arrancó una sonrisa atónita, lo reconozco. Nunca me ha gustado LouMcAllister. Formaba parte de esa élite detestable, ese grupito de niños ricos y despreciables a los que espiaba por encima de mi libro con tanto asco como fascinación perturbadora.

Era uno de los más callados, así que por mis prejuicios podría haberlo perdonado, pero la atención que le daba Rory lo volvía peligroso. Porque yo no confiaba en nadie a quien Rory quisiera.

«Mentirosa», me susurra mi voz interior. Es cierto que por un segundo… en una esquina del pasillo… llegué a pensar que estábamos en la misma onda. Me equivoqué.

Al día siguiente, Rory me convirtió en su víctima antes que en su rival. Su hermano y sus amigos no hicieron nada para impedírselo, más bien al contrario. Les divertía, como bufones atrapados en la hipocresía de la corte del rey.

Lou nunca participaba, por lo que era imposible acusarlo. Pero los demás no perdían ocasión de recordarme quién fue el incitador.

«Fue él quien lo empezó todo». Lou me empujaba en los pasillos, se aseguraba de que no me invitaran a ninguna fiesta e inventaba rumores sobre mí. Por su culpa nunca pude hacer amigos en el instituto, ningún chico se me acercaba… Por su culpa tuve que esconderme en la biblioteca cada mediodía para comer sola.

Deduje, por tanto, que, pese a su belleza magnética y sus sonrisas ladeadas, LouMcAllister era un cobarde y un tirano. Por supuesto, me reí al saber lo que le había pasado.

«¿Así que has tocado fondo? Perfecto. Ahora sabes lo que se siente».

Es una idea reconfortante, en cierto modo. Como si la vida les devolviera el golpe, a él y a Rory.

Me planteo qué lo llevó al límite.

Cientos de preguntas me rondan la cabeza mientras paso los siguientes días investigándolo. Leo todos los artículos que hablan de él —«Joven prodigio de la música cae en desgracia tras un acto macabro»— y veo todos los vídeos grabados desde su detención. ¿Cómo estará afrontando todo esto él, que nunca supo lo que era pasarlo mal? ¿Seguirá igual de despreocupado, incluso en esta situación? ¿Estará sufriendo?

Eso espero.

¿Cómo habrá reaccionado al ver que todos le dan la espalda? Las mismas personas que me acosaban en el instituto lo adoraban, es cierto, pero es tan fácil rematar a un soldado en el suelo… Apuesto a que ahora hablan mal de él a la prensa, a las personas de su entorno…

«Son patéticos».

—Quiero que lo representemos —le dije a Charlotte, mi mentora—. ¡Yo te asistiré!

Me permití hacérselo saber directamente, ya que es mi jefa y yo solo una principiante sin experiencia. Quiero tenerlo a mi merced.

Sería tan satisfactorio ver a LouMcAllister despojado de su actitud arrogante, por una vez.

—Ya tiene abogado, Camelia.

—No importa. Solo necesito una entrevista privada con él para convencerlo —insistí con determinación.

Debo hacerlo. Necesito verlo con mis propios ojos.

—Vale —suspiró ella—. Tramitaré la solicitud.

Eso fue hace dos días, en su despacho. Llevaba los expedientes sujetos contra el pecho e iba con mi traje nuevo color dorado viejo; sonreí.

—Créeme, aceptará.

Al día siguiente, el abogado de Lou nos cedió el caso.

—Tienes suerte para ser una novata —me dijo Charlotte—. Este caso sale en todos los medios; será un buen trampolín para tu carrera.

Tenía razón, pero eso me daba igual.

«Solo quiero verlo». Asegurarme de que pague por lo que hizo. Quiero contemplar su rostro desprovisto de todo atisbo de burla, sin esa maldita sonrisa que detesto con todo mi ser.

La víspera de nuestro reencuentro, estoy en bragas y camiseta en el sofá, sumida en la oscuridad, viendo Hannibal por tercera vez. Sé que es raro, pero me relaja (probablemente sea por Mads Mikkelsen).

Al mismo tiempo, indago todo lo que puedo sobre el asesinato de Rory