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El poderoso empresario Cay Lincoln era el único que podía salvar el negocio de relaciones públicas de Robyn. El trato era muy sencillo: él se convertiría en el socio capitalista, pero no interferiría en la marcha de la empresa. Robyn no tendría por qué trabajar con él... Eso era ideal porque a Robyn todavía la atormentaba el apasionado beso que habían compartido hacía muchos años... y después del cual Cay había dejado de hablarle. Ahora era obvio que estaba impresionado al ver a la sorprendente mujer en la que se había convertido... y empezaba a desear que fuera su socia, ¡y no solo en el terreno profesional!
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Seitenzahl: 201
Veröffentlichungsjahr: 2017
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Helen Brooks
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un socio muy especial, n.º 5516 - febrero 2017
Título original: Sleeping Partners
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-9337-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Clay Lincoln! ¿Es que te has vuelto loca, Cassie? —los preciosos ojos marrones de Robyn se llenaron de rabia al mencionar a aquel hombre—. Preferiría pasearme desnuda por todo Londres antes que tener que pedirle ayuda a Clay Lincoln.
—Pero tú no estarías pidiéndole ayuda —el tono de voz de Cassie Barnes era tan imperturbable como su rostro—. Solo estarías ofreciéndole la oportunidad de invertir una cantidad de dinero insignificante para él en un negocio que acabará dándole importantes beneficios.
—Como si fuera tan sencillo.
—Vamos, Robyn, a ese hombre le sobra el dinero.
—¿Y qué?
—A ver, Robyn —en ese momento se hicieron obvios los cinco años de diferencia que había entre las dos hermanas, especialmente en el tono maternal que adoptó el discurso de Cassie—. Si quieres seguir adelante con tu negocio, necesitas respaldo económico; y el resto de la gente a la que se lo has pedido o está igual de arruinada que tú, o no les interesa el proyecto. A mí me parece que Clay es la solución perfecta.
—¡Clay Lincoln no es perfecto en ningún aspecto! —explotó Robyn con resentimiento—. Sinceramente, prefiero seguir teniendo un negocio modesto toda la vida a tener que recurrir a él.
—Eso no es cierto —Cassie miró con cariño el rostro sonrojado de su hermana, algo que indicaba que su rabia era mayor de lo que ella habría podido esperar. Una rabia que había hecho que moviese la cabeza con fuerza haciendo balancearse los rizos rojizos de su cabellera. Robyn había heredado toda la pasión y la volatilidad del carácter de su madre y nada de la serenidad del de su padre—. Sabes perfectamente que no estarías contenta si tu negocio se estancara —le repitió de nuevo—. Tú eres una mujer ambiciosa y además haces muy bien tu trabajo. Has trabajado mucho para llegar a donde estás. ¿Cuántas mujeres de veintiocho años son dueñas de su propia empresa de relaciones públicas? Sé que vas a llegar muy lejos, te lo mereces, Robyn. Mereces tener éxito.
Robyn miró a su hermana con sincero agradecimiento, especialmente porque sabía que había estado despierta casi toda la noche con sus hijos gemelos; lo que no era muy adecuado estando embarazada de cinco meses.
—Lo siento, Cass. Sé que estoy siendo muy cabezota, y te agradezco mucho lo que dices pero, sinceramente, no podría ni acercarme a Clay Lincoln.
—Bueno, Guy lo ve de vez en cuando, estoy segura de que a él no le importaría…
—¡No! —la interrumpió con vehemencia.
—Está bien, tranquila —respondió ella levantando las manos en un gesto de rendición—. Haremos lo que tú quieras.
—Ya llegará el momento de ampliar el negocio. Por ahora Drew está encantada de trabajar de sol a sol; acaba de romper con su último novio, que por lo visto la estaba engañando, el caso es que asegura que quiere olvidarse de los hombres por un tiempo.
—Sí, hasta que aparezca el próximo —dijo Cassie muy seria. Parecía no aprobar la promiscuidad de la ayudante de su hermana; seguramente porque era muy diferente a su vida de mujer casada desde hacía doce años con Guy Barnes, su primer novio al que había conocido a los dieciséis años y con el que se había casado cinco años después.
—Me imagino que sí, que será solo hasta que aparezca el próximo —contestó Robyn con una carcajada.
Pero, para ser sincera, ella sentía cierta admiración por Drew. La conocía desde hacía siete años, cuando ambas habían hecho un curso de postgrado sobre medios de comunicación y relaciones públicas y, en todo ese tiempo, había visto a la guapísima rubia tener las aventuras amorosas más salvajes, pero también las más desastrosas; y nunca, nunca, había notado que ninguno de esos fracasos sentimentales la hubiera desanimado. A veces lloraba un poco y afirmaba que a partir de ese momento se dedicaría exclusivamente a su carrera, a sus gatos y a sus amigos, en ese orden. Pero en realidad el periodo de celibato más largo que había soportado había sido de un mes, parte del cual se lo había pasado en cama con una terrible gripe.
—Robyn, la mayoría de los días estás en la oficina antes de las ocho de la mañana y no vuelves a casa hasta las ocho o las nueve de la noche, y a veces incluso más tarde. ¿Cuándo encuentras tiempo para relajarte?
—Vamos, no exageres, no es tan horrible como lo pintas.
—No, es peor —respondió su hermana lastimera—. Nunca tienes la menor oportunidad de conocer a nadie.
—Cassie, me paso el día entero conociendo gente —afirmó Robyn tajantemente, pero sabía perfectamente adónde iba a dar esa conversación. Era la misma que había tenido muchas otras veces, y el mensaje no variaba demasiado.
—Ya sabes a qué me refiero. Hace meses que no sales con nadie. Tanto trabajar y sin ninguna diversión…
—… Es exactamente lo que me hace feliz —la interrumpió sonriente a pesar del gesto de disgusto en el rostro de su hermana—. Me gusta la vida que llevo, Cass. Sabes que no soy el tipo de mujer para relaciones serias. No es mi estilo.
—No, tu estilo es no tener ningún tipo de relaciones —protestó Cassie.
—Puede ser, pero así es como soy. Tú elegiste tener una familia, yo opté por mi carrera —Robyn estaba intentando mantenerse calmada pero cada vez le estaba resultando más difícil. Desde que sus padres se habían ido a vivir al sur de Francia, Cassie había adoptado el papel de hermana mayor y protectora. Sabía que sus intenciones eran buenas, pero en ciertas ocasiones se excedía en su papel.
—¡Pero tener una carrera no significa dejar de lado tu vida sentimental! —empezó a decir Cassie con fervor, pero justo en ese momento se oyó un ruido que la interrumpió—. Esos son Guy y los niños, precisamente cuando estábamos teniendo una charla tan interesante.
—Qué pena —respondió Robyn con sarcasmo.
Afortunadamente, la llegada de los gemelos y de su marido hizo que la atención de Cassie se centrara en la cena y en bañar a los pequeños. Sin embargo, de camino a su apartamento, que se encontraba encima de su oficina de relaciones públicas, Robyn no pudo evitar acordarse de la conversación, especialmente de parte de ella.
Clay Lincoln. Si cerraba los ojos, lo que habría sido muy peligroso teniendo en cuenta que iba conduciendo, podía verlo con la misma claridad que si lo tuviera delante: pelo negro, ojos azules como el agua y una sonrisa arrebatadora… bueno, al menos eso era lo que le había parecido hacía años, hacía exactamente doce años, cuando tenía dieciséis. Pero por aquella época era demasiado joven, joven y tonta, mientras que él tenía veintitrés años y mucha más experiencia.
Clay había sido compañero de universidad de Guy, por eso durante una época había pertenecido al grupo de amigos de su hermana y su marido. Por su parte, Robyn lo había idealizado con la fuerza propia de una adolescente enamoradiza; sin darse cuenta de que, si él se dignaba a hablar con ella, era solo por amabilidad hacia aquella jovencita con acné.
Pero luego el acné había desaparecido, igual que el aparato corrector que había adornado su boca, y había aprendido a domar su salvaje melena de rizos justo cuando le tocó ser dama de honor en la boda de su hermana.
El estómago le dio un vuelco al volver a la mente aquellos recuerdos que había tratado de mantener bajo llave durante tantos años, y normalmente lo conseguía hasta que se relajaba un poco y todo lo relacionado con Clay Lincoln volvía a tomar las riendas de su cerebro y de su corazón, haciéndola revivir el dolor y la humillación. Sin embargo, aquella noche no se sentía mal, pensó mientras respiraba hondo el cálido aire de aquella noche de junio.
Hacía ya mucho tiempo de todo aquello, se dijo a sí misma con firmeza; ella entonces había sido una persona muy diferente, una persona que tenía que luchar contra la revolución hormonal que estaba experimentando su cuerpo y que le provocaba una verdadera avalancha de emociones a la mínima oportunidad. En aquella época su alta estatura había hecho que aparentara ser mucho mayor de los dieciséis años que realmente tenía, pero por dentro seguía siendo una niña que había adorado a Clay Lincoln de un modo irracional.
El día de la boda de su hermana había visto su propia imagen en el espejo con emoción, se había encontrado con una joven alta y delgada y se había creído capaz de comerse el mundo.
Cerró los ojos y se agarró al volante con fuerza, intentando alejar aquellos recuerdos de su mente antes de continuar su camino cuando el semáforo en el que estaba parada se pusiera en verde. Se dio cuenta de que había estado jugando con fuego, todo lo ocurrido entonces había sido culpa suya y de nadie más. El problema era que las heridas que le había dejado la experiencia habían hecho mella en ella y había ayudado a formar a la persona que era ahora, una persona que jamás se habría imaginado aquel día de verano hacía tanto tiempo.
Al ver la luz verde del semáforo intentó continuar a toda prisa pero, teniendo los pensamientos tan lejos de allí, se le ahogó el coche, lo que provocó que el coche de detrás emitiera un sonoro bocinazo. Cuando por fin consiguió ponerse en marcha tenía las mejillas rojas de vergüenza y de rabia, hacía siglos que no se le ahogaba un coche, pero lo que más rabia le daba era que le hubiera pasado por estar pensando nada más y nada menos que en Clay Lincoln. ¿Cómo era posible que con solo acordarse de él volviera a comportarse como una adolescente, y dejara de ser la mujer tranquila y sofisticada que se suponía que era? Con la frustración que aquello le provocaba se las arregló para devolver a Lincoln al rincón de su memoria donde tenía que estar, encerrado y sin molestar.
Estaba comenzando a llover cuando llegó a la casita de tres plantas que había comprado cinco años antes gracias a una herencia recibida de su abuela materna, parte de la cual había ayudado a su hermana Cassie a comenzar su vida en común con Guy.
Robyn había dedicado la totalidad de la herencia a comprar la casa, que había tenido que reformar ligeramente con su sueldo de ayudante de relaciones públicas en la discográfica en la que había trabajado antes de fundar su propia empresa junto a Drew. Todo el trabajo realizado en la casa le había merecido la pena porque le encantaba el resultado obtenido; un lugar bonito y acogedor. La vida era bella.
Sí, le gustaba su vida, pensó mientras abría la puerta; en los últimos tres años su empresa había conseguido aumentar de manera ostensible el número de clientes, lo que había hecho que Robyn se sintiera muy orgullosa ya que el trabajo era su pasión y había arriesgado mucho para sacar adelante aquel proyecto.
Ojalá su banco hubiera confiado más en ella y le hubiera concedido el préstamo que había solicitado… Mientras se sumergía en el baño caliente que se acababa de preparar pensaba que Cassie llevaba razón; necesitaba otro ayudante porque aquello estaba empezando a ser demasiado para ella. Pero eso era lo único en lo que su hermana había tenido razón, no en nada de lo que había dicho en relación con Clay Lincoln.
Cerró los ojos concentrándose en el efecto terapéutico del agua caliente en sus músculos, pero antes de que pudiera evitarlo, su mente volvió a volar hasta el día de la boda de Cassie. Como dama de honor, llevaba un precioso vestido de color jade, el pelo adornado con florecitas blancas y el rostro resplandeciente con la luz propia de los dieciséis años. Se sentía hermosa, pero parecía que solo había sido una sensación suya.
Allí estaba otra vez, sintiéndose como la adolescente vulnerable y enamorada de la vida que había sido una vez. Bueno, enamorada de la vida y de Clay Lincoln. El día de la boda de Cassie y Guy había aparecido tan guapo que parecía una estrella de cine: con un elegante traje y una camisa azul exactamente del mismo color que sus maravillosos ojos, unos ojos que con solo mirarla la transportaban a otro mundo.
Él también se había fijado en ella, por primera vez se había fijado en ella y en lo guapa que estaba. De algún modo Robyn se había dado cuenta de que algo había cambiado, quizás la manera de mirarla cuando avanzaba por el pasillo de la iglesia acompañando a su hermana hacia el altar. No habría tenido palabras para describir qué había diferente en su mirada, solo podía decir que era algo que no había estado allí antes de ese día. Había sentido el impulso de bailar y gritar su alegría a los cuatro vientos, pero había continuado ejerciendo su papel recordándose que aquel era el día de su hermana.
Durante toda la ceremonia y la posterior celebración, no había podido dejar de observar de reojo todos y cada uno de los movimientos de Clay; habría podido decir con cuántas personas había hablado, incluso el número de veces que había sonreído. Lo más duro había sido ver cómo bailaba con todas las mujeres de la fiesta excepto con ella. Aquello le había dolido con la intensidad que dolían las cosas a los dieciséis años.
La celebración había tenido lugar en un hotel a las orillas de un precioso lago, adonde había visto salir a Clay hacia las diez de la noche. Ni siquiera tantos años después conseguía entender el motivo que la había impulsado a seguirlo. Curiosidad, deseo, frustración, desesperación, amor… Probablemente fuera una mezcla de todo ello.
El cielo tenía un color azul oscuro salpicado de multitud de estrellas y el aire tenía un aroma embriagador. Clay estaba de pie a la orilla del lago, a cierta distancia de las luces del hotel; debía de estar absorto en sus pensamientos porque no se dio cuenta de su presencia hasta que no estuvo a su lado.
—¡Robyn! —había exclamado sorprendido—. ¿Qué haces aquí fuera? —su tono le había resultado profundamente ofensivo—. Te vas a estropear esa preciosidad de vestido —la trató como si hubiera tenido seis años.
—Es que dentro hacía mucho calor —contestó ella en un susurro intentando no dejarse influir por el nudo que tenía en el estómago. Hizo una pausa durante la cual reunió el valor necesario para decir lo que dijo—: ¿Por qué no has querido bailar conmigo, Clay?
—¿Qué no he querido? —repitió aclarándose la voz y esbozando una sonrisa que lo único que denotaba era su incomodidad—. Vamos, si estabas tan solicitada que era imposible acercarse a ti.
—Eso no es cierto —no sabía qué se estaba apoderando de ella aquella noche pero de pronto sentía la necesidad de hacer algo después todo el tiempo que llevaba enamorada de él.
—¿Ah no? —Robyn se dio cuenta de que iba a hacer algún comentario irrelevante, pero al ver la mirada que ella le estaba lanzando, se quedó callado unos segundos mirándola fijamente a los ojos—. Robyn…
—¿Qué? —le preguntó acercándose más a él, sin poder reprimir los fuertes latidos de su corazón, pero decidida a no perder una oportunidad que podía no volver a presentarse jamás.
—Esto es una locura —murmuró Clay—. Eres solo una chiquilla.
—No soy ninguna chiquilla —sin apenas ser consciente de lo que estaba haciendo, le puso los brazos alrededor del cuello dispuesta a demostrarle que no era una niña.
Con mucha suavidad Clay la acercó a él y ella se quedó esperando a que la besara, extasiada por la intensidad del momento y el suave aroma de su cuerpo masculino. Sintió el sabor de sus labios al principio en un ligero roce que su fue haciendo cada vez más intenso y apasionado.
Al principio la sorprendió notar su lengua, pero pronto el placer sustituyó a la sorpresa. Sus cuerpos estaban tan pegados el uno al otro que podía percibir su excitación con total claridad, con la misma claridad con la que notaba cómo sus propios pechos respondían a aquella sensación de éxtasis. No podría haber dicho cuánto tiempo estuvieron besándose antes de que él intentara alejarse de ella.
—Tenemos que parar, Robyn. ¡Por amor de Dios! Eres la hermana pequeña de Cassie…
Robyn le contestó acercándose a su boca de nuevo; el amor que sentía por él era en ese momento el que controlaba sus sentimientos. Sus caricias y sus besos eran mucho más de lo que ella había podido imaginar hasta en los sueños más eróticos… En aquel momento supo que nunca sería capaz de amar a nadie que no fuera Clay.
Él siguió besándola y recorriendo su cuerpo con las manos; hasta que llegó a los tirantes del vestido y, después de bajárselos, la despojó también del sujetador de encaje blanco inmaculado dejando al aire su piel suave y los pezones erectos de deseo.
Lo normal habría sido que hubiera sentido cierto pudor, aquella era la primera vez que la besaban y desde luego era la primera vez que un chico la acariciaba de aquel modo; sin embargo lo único que sentía era una alegría irreprimible y la necesidad de estar aún más cerca de él. Aquel era Clay Lincoln, el mismo con el que había soñado durante años.
Lo que habría pasado si no la hubieran llamado desde dentro del hotel era algo que jamás sabría. Bueno, en realidad sí lo sabía, de hecho lo sabía demasiado bien.
Robyn se retorció dentro de la bañera sin poder reprimir el dolor que le estaba provocando el revivir aquellos momentos.
La voz que la había llamado era la de Cassie que estaba a punto de marcharse de la fiesta con su flamante esposo y querían despedirse de ella. Robyn había intentado hacer caso omiso de aquellos gritos, pero Clay se había quedado paralizado con solo oírlos una vez. Inmediatamente la separó de él y, con manos temblorosas, le volvió a poner el sujetador y después los tirantes del vestido.
Recordaba haber emitido un sonido de protesta al tiempo que intentaba volver a abrazarlo, pero él había dado un paso atrás mientras comenzaba a decirle con arrepentimiento:
—Esto no debería haber sucedido, Robyn. ¡Maldita sea! Ha debido ser el vino… y que hoy estás diferente. Pero eres demasiado joven, todavía eres una niña y yo no debería haberme acercado a ti.
—¡No soy una niña! —se sentía profundamente dolida—. Tengo casi diecisiete años.
—¿Tienes dieciséis años? —le preguntó alarmado—. ¡Dios! Yo tengo veintitrés.
—¿Qué más da? —todavía se podían oír las voces que reclamaban su presencia, pero antes de volver necesitaba hacerle entender algo—. Llevo siglos enamorada de ti.
—¿De mí? —el tono de su pregunta fue como un puñal atravesándole el corazón, fue en ese momento cuando se dio cuenta de lo cerca que podía estar el amor del odio en ciertas ocasiones—. ¡Pero si hace poco que te quitaron los pañales! ¿Qué sabes tú lo que es el amor?
Robyn lo miró destrozada.
—No sé hasta dónde habrás llegado con los chicos del instituto —continuó diciendo Clay—. Pero, por lo que acabo de ver, creo que es demasiado para tu edad. Hace un rato he estado muy cerca de hacerte mía. ¿Entiendes? No sé si habría sido tu primera vez o no, solo sé que nunca debería haberte puesto la mano encima… He fallado a tu hermana y a Guy, y me he fallado a mí mismo.
En ese preciso instante la voz de Cassie gritando su nombre se elevó por encima de las demás y Robyn aprovechó para salir corriendo de allí con el corazón roto y luchando por contener el llanto. Cuando hubo llegado al porche del hotel, se detuvo para tomar aire y aparecer en el salón como si nada hubiera sucedido. Una vez dentro, los abrazos y besos de su hermana había camuflado sus lágrimas, que todo el mundo atribuyó a la emoción de la despedida.
Mientras el coche de los novios se alejaba ella había permanecido impasible, asegurándose a sí misma que nadie, absolutamente nadie debía enterarse de lo sucedido. En aquel momento pensó que no sería capaz de superar aquello. La vergüenza de haber seguido a Clay, de haberse echado en sus brazos después de que él hubiera dejado muy claro durante toda la noche que no tenía el menor interés en ella. Había sido ella y nadie más la que lo había forzado todo. ¿Qué estaría pensando él de ella?
Justo entonces oyó la voz de Clay a su espalda.
—Robyn, tenemos que hablar.
Al darse la vuelta vio su rostro serio, imperturbable.
—Déjame en paz —sus palabras la sorprendieron hasta a ella misma, parecía imposible que pudieran sonar tan firmes teniendo en cuenta cómo se sentía—. No tengo nada que decirte, salvo que siento tanto como tú lo que ha ocurrido —aseguró con seriedad—. Así que yo creo que podemos dejarlo aquí.
La conversación había acabado con la llegada de su madre que se había acercado a ellos a comentar lo guapa que estaba Cassie y cuánto iban a echarla de menos. Al día siguiente, Robyn se había enterado a través de sus padres de que Clay tenía que marcharse a Estados Unidos dos días después de la boda. Su padre había comentado la suerte que habían tenido de que hubiera podido asistir a la boda considerando lo importante que se estaba haciendo en el mundo de los negocios. También le había augurado un futuro prometedor, puesto que era un muchacho que trabajaba duro a pesar de proceder de una familia adinerada.
Mientras tanto Robyn se había estremecido de dolor y vergüenza; los mismos sentimientos que estuvieron atormentándola durante meses y que habían hecho que, después de aquella terrible noche, se encerrara en sus estudios y se negara a salir con ningún chico.
El tiempo había pasado, pero ella había seguido sintiendo recelo hacia los hombres. Había tenido algunas citas, normalmente con amigos, pero nadie le había interesado en particular, seguramente porque se había cerrado en banda a cualquier tipo de compromiso. Nada haría que se volviera a sentir tan rechazada y tan vulnerable.
El hombre de su vida no había aparecido durante todo aquel tiempo, ya tenía veintiocho años y le gustaba su vida tal y como era.
Salió del baño molesta consigo misma por haberse permitido entretenerse con aquellos recuerdos. No era cierto que el tiempo curara las heridas… quizá lo fuera en algunos casos, pero en lo que se refería a Clay Lincoln, la herida seguía tan abierta como el primer día. Pero era todo culpa suya, seguramente aquel día había recibido nada más y nada menos que lo que había merecido. Eso era algo que tenía claro desde hacía mucho tiempo, pero que le había enseñado una lección sobre lo despiadados que podían ser los seres del sexo opuesto. Lincoln la había hecho sentir peor que una rata y, por muy estúpida que hubiera sido, y lo había sido, seguía pensando que él había sido demasiado duro. ¡Por Dios! Solo tenía dieciséis años…
Bueno, ya no importaba, dijo mirando fijamente a la muchacha de grandes ojos marrones que la miraba desde el otro lado del espejo. Clay Lincoln ya no pertenecía a su mundo, había llevado a cabo un meteórico ascenso en el mundo empresarial, como su padre había predicho. Cassie y Guy todavía lo veían de vez en cuando, pero Robyn se había asegurado muy bien de que sus caminos no se cruzaran ni por azar.