Un sueño dantesco - Abdón Arosteguy - E-Book

Un sueño dantesco E-Book

Abdón Arosteguy

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Beschreibung

En «Un sueño dantesco» el escritor uruguayo Abdón Arosteguy imagina su propia «Divina comedia». Durante un sueño se le aparece Dante Alighieri, quien lo conduce, como Virgilio conduce a Dante en la obra clásica, por el infierno. Sin embargo, el infierno que ve Arosteguy no es como el que aparece en las páginas de Dante, ya que, como le explica el poeta italiano, el infierno ha cambiado, igual que el mundo, con el influjo de las ideas modernas.

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Veröffentlichungsjahr: 2022

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Abdón Arosteguy

Un sueño dantesco

Dibajes de Fertuay fotograbades de Osiega.

Saga

Un sueño dantesco

 

Copyright © 1896, 2022 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726682502

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

ABDÓN ARÓZTEGUY

SEMBLANZA

I

Todo cuanto hice fué en vano, para convencerlo de que debía ser otra pluma más autorizada que la mia, de vuelo más airoso, la que se viera distinguida para escribir las primeras páginas de esta nueva obra, que el ingenio de Abdón Arózteguy, lanza hoy á los vientos de la publicidad.

Yo creo siempre que esa misión difícil, á la par que agradable y honrosa, debía ser confiada á una autoridad superior á la mia para que la presentacion fuera necesariamente válida; y acude en pro de mi creencia, una práctica de mucho tiempo establecida, para robustecer mi opinión. Y con mucha mayor razón, si el libro, como ocurre en el presente caso, tiene tintes filosóficos pronunciados y observa, estudia y analiza una sociedad, cuyos defectos y vicios ataca franca y enérgicamente.

Yo debo una explicación al lector por mi audacia, al presentarle una obra de este género, careciendo en absoluto de títulos de suficiencia.

Hace tiempo que Sueño Dantesco debía darse á la publicidad. Abdón Arózteguy, á quién estimo mucho y á quien distingo por sus méritos y sus virtudes, me había honrado grandemente, pidiéndome un prefacio para su nueva obra. No supe qué contestarle: tal fué el asombro con que recibí su inesperada propuesta.

Mas tarde, cuando me envió los originales y leí su libro, recién me di cuenta de la situación harto difícil en que me colocaba el amigo, y con la franqueza natural de mi carácter, le expuse los mil inconvenientes que tenía para aceptar la honra que me dispensaba, atribuyéndome, inmerecidamente, condiciones que no poseo. Consideraba que aceptar era un atrevimiento de mi parte.

Y no han bastado mis contínuas y reiteradas manifestaciones en ese sentido, para convencerlo de que no soy yo la persona indicada para escribir este proemio, que irá á encabezar una de las obras de más aliento de Arózteguy.

La amistad tiene muchas veces exigencias verdaderamente abrumadoras, y aunque para mí es verdad axiomática que audaces fortuna juvat, sin embargo, en este caso, nada justifica esa audacia mía, á no ser la amistad y el afecto que profeso al compatriota, que, como yo, se ve obligado á vivir fuera del ambiente dulce y siempre querido de la patria.

Arózteguy, no ha querido oír mis razones ni hacer caso de mis temores; hace pocos días me anunció que solo se esperaba en la imprenta mi trabajo, para empezar la impresión de la obra; y heme aquí, lector amable, con la pluma en la mano, sin saber cómo desenvolverme.

II

No se trata en el caso presente, de un autor novel, ni de un desconocido. Abdón Arózteguy, ha publicado ya varias obras, folletos, opúsculos, y llena continuamente las columnas de los diarios con artículos varios, que le han merecido el justo nombre que tiene como escritor, en ambas orillas del Plata.

Su obra La Revolución Oriental de 1870, obra de aliento, en dos gruesos volúmenes, editados en esta Ciudad, ha obtenido un éxito lisongero y ha sido juzgada por críticos severos y exigentes que le han tributado aplausos: no tan solo por la sencillez y elegancia del estilo, sinó también, y muy principalmente, por la narración histórica é imparcial de los acontecimientos; que nada hay tan elocuente como la verdad, y la frescura de colorido con que están pintadas las escenas de aquella revolución «tan justa en su concepción, tan generosa «en sus tendencias y tan profundamente humana en sus aspi«raciones», de uno de los Partidos más grandes, más poderosos de la República Oriental, que durante tres años conquistó siempre en los campos de batalla, después de cruentos sacrificios, la palma de los triunfos y el laurel de las victorias.

La Revolución Oriental de 1870, es la narración verídica y documentada, de aquella homérica campaña que llevó por lema las palabras con que fué bendito el nieto de Franklin: Dios y Libertad; y tiene para mí el doble mérito de la verdad histórica, del criterio sin prevenciones mezquinas, sin la sugestión del sentimiento partidista con que generalmente se escriben las obras de este género; y el hecho de ser su autor uno de los que actuaron en ella, en calidad de oficial, y que, por lo tanto, tiene motivos para conocer ciertos hechos, ciertos detalles, que la documentación calla, pero que el testigo presencial relata.

Por consiguiente, como actor de todas esas campañas en que se han hecho proezas de valor, esos rasgos culminantes y esos perfiles secundarios los pinta con una fuerza de colorido y de verdad narrativa que, al leerlos, nos transporta la imaginación, el pensamiento y el corazón al suelo de la patria, muchas veces cubierto con los huesos de tantos héroes y donde parece haberse perpetuado misteriosamente el eco de los suspiros de tantos mártires, legando á las postreras generaciones, elocuentes enseñanzas que debiéramos aprovechar.

Como rasgo de valor temerario, tenemos, por ejemplo, endre otros muchos, aquel del coronel Pampillón, que basta por sí solo, para evidenciar el indomable valor del criollo de nuestro suelo, del hijo de nuestros campos.

Me refiero á aquel duelo á lanza, que presenciara el ejército de ambos bandos, con el coronel Gil Aguirre; grande por lo noble, sublime por el arrojo y la altivez de ambos combatientes, que Arózteguy nos relata con toda sencillez, pero con un entusiasmo vehemente, arrebatada, sin duda, su imaginación, por el homérico cuadro que presenciara.

«Era el 16 de Marzo, dice el narrador, y en las primeras horas de la mañana se encontraba el coronel Pampillón de avanzada con un escuadrón de 100 ó 150 hombres, por las inmediaciones del Arroyo Sarandí, próximo al pueblo de Porongos, cuando avistó una fuerza enemiga como de 300 soldados, que recorría aquel paraje. Verlos, preparar su gente é irse sobre ellos, todo fué obra de un instante».

«La fuerza gubernista, mandada por el coronel Gil Aguirre jefe valiente y aguerrido, se preparó á su vez y salió á recibirlos, cargándolos también á galope. El choque no se hizo esperar; fué terrible y en un momento cayeron allí varios muertos y heridos de ambas partes».

«En lo más recio de la pelea, ambos jefes se divisan, se retan mutuamente á batirse, los dos solos, y aceptado el duelo mandan rehacer sus escuadrones, los forman á distancia de varias cuadras, y quedan en el centro, los valientes jefes que iban á realizar aquella Justa de la Edad Media».

«Los dos combatientes son igualmente prestigiosos, ambos son jóvenes y bizarros, consumados ginetes y diestros en el manejo de la lanza, con que van á batirse».

«A un mismo tiempo se acometen al galope de sus corceles; pero uno á otro se desvían los golpes, por medio de movimientos rápidos que hacen hacer á sus caballos, y el choque de las lanzas, demuestra que ninguno aventaja al otro en el conocimiento de su manejo».

«Así pasan mas de veinte minutos; tan pronto retroceden como tomando espacio, vuelven á acometerse de nuevo, cada vez con mayor brío, hasta que es herido, bastante mal herido el coronel Pampillón, que recibe un lanzazo».

«Lejos de desanimarse, parece que la herida infunde más valor al jefe nacionalista, que redobla sus impetuosos ataques, estrecha sin cesar á su adversario, no le da un momento de respiro, y, por último, en un último encuentro, se hieren los dos igualmente valerosos caudillos, recibiendo á su vez el coronel Aguirre una grave herida en el cuello».

«Entonces, ambos combatientes se arrojan de sus caballos, dejan las lanzas y echando mano á sus facones, se acometen una vez más, deseando poner término á aquella lucha de honor».

«Pero ya fuese porque su herida molestaba mucho al coronel Aguirre, ó porque perdía mucha sangre, ó porque no se encontraba dispuesto, por cualquiera causa, á continuar la pelea bajo esta nueva faz, empezó á batirse limitándose á defenderse y á retroceder, hasta que, encontrándose cerca del caballo que había dejado el coronel Pampillón, huye de pronto, monta de un salto en él y sale á toda carrera hacia el sitio en que se encontraban formados sus soldados».

«Fué tal el furor que le dió al coronel Pampillón la acción de su contrario, que, de una manera brusca, le arrojó por elevación el facón, primero, y después, la lanza que estaba allí cerca, y no alcanzándolo, saca las boleadoras, y le arroja un tiro de bolas al caballo, errándole también. Monta entonces, en el caballo de su enemigo, vuela á donde está su gente, la proclama en dos palabras, y carga, resuelto á todo, al escuadrón de Gil Aguirre, derrotándolo». . .

«Después, á los cuatro meses, en la batalla de Severino, dando una carga de caballería al enemigo, el coronel Pampillón vió á uno de estos que iba en su caballo con todo el chapeado de él; verlo y voltearlo de un lanzazo, fué obra de un instante, recobrando de ese modo, su propiedad».

¡Qué cuadro más sublime! Y de estos rasgos temerarios está llena la historia revolucionaria de la República Oriental.

Esa obra de Abdón Arózteguy, abrió ancho campo á su actividad intelectual dándole personificación literaria para abordar trabajos de índole superior, más caracterizados, diré así, para consolidar la fama y nombradía de que goza en ambas Repúblicas del Plata.

Abdón Arózteguy, es un trabajador infatigable, que hace un culto de las letras: un observador sagaz y un espíritu elevado, al que no intimidan el aguijón de la crítica que, por otra parte, le ha sido favorable, ni la indiferencia con que generalmente se miran los libros del país, las obras esencialmente nacionales, de carácter sério, que importen un estudio, revelen un análisis, ó signifiquen una observación filosófica. Estas, poco se leen, se estiman ni se compran.

Obligado á ganar la vida fuera de la patria, y con el fruto de su trabajo honrado y perseverante atender las exigencias de una numerosa familia, se le ve siempre en la labor, rodeado de prosaicas atenciones, inherentes al destino oficial que desempeña, escribiendo, empero, folletos y artículos, en las revistas y diarios, sobre los vinos y otros asuntos que tienen conexión con su empleo.

Su ocupación es una esclavitud, noble si se quiere, pero es esclavitud, que exige asídua consagración á su objeto. Por consiguiente, son pocos los ratos que esa lucha sin tregua por la existencia le dejan libre, para dar rienda suelta á sus inspiraciones de escritor.

Me recuerda esto, lo que le ocurre á un distinguido, á un notable poeta argentino, por el que tengo vivísimas y respetuosas simpatías, y al que la materialidad de la vida, le ha obligado á ahogar sus afecciones literarias, para aprisionar su pensamíento estético, entre los librajos descoloridos de una oficina de Registro Civil!

Pero Abdón Arózteguy, las horas que debiera dedicar al descanso, las emplea, repartiéndolas, entre los trabajos políticos y los trabajos literarios que desenvuelve con prodigiosa rapidez, y produce con una fecundidad rarísima.

Le he visto muchas veces publicar en un solo día, al ígual del distinguido literato General Mansilla cuatro ó cinco artículos sobre diversos temas en distintos diarios de Montevideo, atravesando así largas temporadas, sin que nada le arredre, ni haga decaer el vigcr de su entusiasmo.

Á manera de sus artículos, hace sus libros. La pluma corre rápida sobre el papel, y en ese vertiginoso correr, pasan las horas, suspende su trabajo para concurrir á su empleo, vuelve á tomarla de noche, y no la deja hasta que la palabra fin viene á coronar ese esfuerzo de imaginación y de paciencia. Jamás lée lo que ha escrito, y rara vez, por consiguiente, corrije sus trabajos. Todos ellos tienen un carácter de espontaneidad, que obliga al lector á no dejarlo hasta el final.

Yo recuerdo este hecho que lo caracteriza en ese sentido.

Hacía varias noches que se representaba su drama Julián Giménez que entonces solo era en un acto. Conversando una noche en el camarín del artista principal, se le ocurre que era necesario agregarle un acto más, para completar el pensamiento que había pretendido desarrollar. El artista-director piensa lo mismo, y discurriendo sobre los nuevos cuadros que convendría crear para la unión del pensamiento principal de la obra, termina la función y Arózteguy se retira á su casa.

Á la mañana siguiente, con gran asombro de todos, le presenta el acto y cuatro cuadros que faltaban, perfectamente terminados y prontos para entrar en ensayo, como así ocurrió en efecto, pudiendo estrenarse el drama entero, ocho días más tarde.

Así también, con esa fiebre de actividad que distingue todos sus actos, ya en la vida del trabajo material, como en la del trabajo intelectual, nació su otro drama Heroísmo , inspirado, según tengo entendido, en una conversación lijera con un amigo, para presentarlo, pocas horas después, concluido y listo para ser representado, como lo fué efectivamente.

Del mismo modo, escribió sus otros dramas Ituzaingó y Venganza Corsa .

Todos estos, á excepción de Venganza Corsa son los llamados Dramas Criollos, escuela completamente nueva, que recién se incorpora á la vida literaria, para formar con el tiempo y con la perfección y solidaridad que irá sucesivamente adquiriendo, las bases de nuestro Teatro Nacional, aunque esto parezca á simple vista, una blasfemia estética.

De igual manera que aquellos, escribió rápidamente una comedia, estrenada el año último, en el Teatro Nacional, con el título de Personajes en América ; cuatro actos largos, en que distribuyó y desarrolló su cuadro satírico.

Al contrario de los otros, Personajes en América , es una crítica severa y dura; y como el arte dramático es el único que tiene el privilegio de penetrar, no solo en el seno de la vida doméstica y social, sinó en el fondo de la conciencia y poner de relieve todas las miserias, como todas las grandezas de que es capáz el corazón humano, ha tenido Arózteguy ancho campo para desarrollar ampliamente su pensamiento.

Ha sentido y siente repulsión contra el medio social de excéptica relajación y de indigno epicurismo que caracterizan la vida de estos pueblos y estos tiempos y ha querido presentar ásus personajes, tal como los encuentra, como los ve en sociedad, según dice, sin el ropaje con que los histriones, encubren sus flaquezas y ocultan sus pasiones innobles.

La crítica es mordaz, es sangrienta; tal vez haya en ella un poco de exageración; y algunos diarios al juzgar el estreno de su obra, la han considerado demasiado acerva; pero no piensa así su autor, y no hay sobre su conciencia jurisdicción alguna, porque está guarecida tras el escudo inviolable de la dignidad personal del aludido.

No es infundado el concepto de que el mismo arte dramático, dispone de grandes remedios contra las enfermedades del alma, y que puede obrar la redención de un ser endurecido en el crimen, por la ficción de escenas y situaciones desgarradoras, donde el alma se purifica como el hierro en el crisol.

Con el esfuerzo y el ejemplo de filósofos de este temple, puede contenerse la amenaza del epicurismo francés del año 30, cuyo decálogo se reduce á estos preceptos:

«Enriquécete y goza».

«Busca el oro por cualquier medio; que con el oro tendrás la gloria y los placeres que apetezcas».

Y á combatir esto se ha lanzado Arózteguy, valiéndose, además, de la sátira, del ridículo y el sarcasmo, para acentuar aun más, esa purificación, que es el objetivo de su obra.

Conceptuando los altos destinos del arte dramático, como el maestro de la vida, el modelo de la conducta y el censor implacable de las malas costumbres, la crítica se impone, pero con cierto tino y sin dejarse arrebatar por una exageración que, muchas veces, perjudica hasta la misma seriedad de la obra.

A igual manera de aquellos otros trabajos, hijos de un temperamento extremadamente nervioso y apasionado, surgió de su pluma «Sueño Dantesco » que hoy se presenta al público, ataviado con todas las galas de la forma.

Pero al contrario de las primeras, es ésta, obra de observación, de análisis, de crítica, abarcando mayores horizontes que «Personajes en América »; denota en su autor un estudio peculiar de las miserias de la sociedad moderna, en sus varias manifestaciones, un conocimiento perfecto de los tipos que la representan, la dirijen y la mueven; nada hay, efectivamente, que enseñe más, que las imágenes del vicio y la virtud.

Presenta á sus personajes, que hace desfilar uno á uno, con la imperturbabilidad del cirujano que se prepara á practicar una operación; y como éste, corta, sin compasión, sin miedo, sin vacilaciones, para señalarnos el cáncer que corroe el organismo social, la causa generadora del mal.

Descubre con minuciosidad y profundiza, á veces, los pensamientos y las tendencias escondidas de los que se presentan ante el mundo, como apóstoles de una idea, de una religión etc., y que, en verdad, no son más que falsarios, viciosos, egoístas, sin otros sentimientos propios que la villanía, el servilismo, y la explotación, y, como consecuencia natural, con la doble prostitución del cuerpo y del espíritu.

Al leer las páginas de este libro, en más de una ocasión me he detenido á meditar sobre ellas.

Tal vez la inesperiencia de mi edad, y como resultante de ella, la ignorancia de estas miserias tan arraigadas en la sociedad, me hagan pensar aún despues de leídas esas páginas, que todavía no está tan pervertida, por mas que creo también que va en camino de estarlo.

Pero, no debo yo entrar aqui á juzgar, ni á discutir un problema filosófico, que, á mi ver, no encuadra en los dominios de este sencillo prefacio.

En las primeras obras dramáticas citadas, así como en la generalidad de los trabajos políticos ó literarios de su ingenio, Arózteguy les imprime el sello característico del patriotismo; y sobre ese tema hermoso, vasto, con horizontes amplios y brillantes, borda su producción intelectual, y desenvuelve su pensamiento.

La historia patria; es cierto, dadas las mil luchas que se ha visto obligada á sostener nuestra nacionalidad, desde los notables y heroicos comienzos de su independencia, ofrece ancho campo á la investigación, al estudio filosófico, á la novela y al drama. Han sido tan varias las fases de esas luchas, ya nacionales, ya de los partidos, que presentan, por consiguiente, matices que á todo se adaptan, pero que, desgraciadamente, no han sido todavia objeto de una seria investigación por parte de nuestros escritores nacionales, salvo los ensayos felices y valiosos del Dr. Eduardo Acevedo Diaz, que se inspiran en esas corrientes simpáticas y que dan entonación á nuestra naciente literatura nacional.

Los espíritus superficiales, los hombres de segundo orden, suelen despreciar los sentimientos y las ideas; y algunos de esos, pretenden ver en este empeño laudable de Abdón Arózteguy, de transportar al teatro escenas de nuestra historia, un sentimiento estrecho de egoísmo, de especulación; un sistema puesto en práctica exclusivamente, para halagar el sentimiento nacional del pueblo; y hasta un diario de esta Capital, en ocasión del estreno de su drama «Julián Giménez » parece increíble! se hizo indirectamente eco de esa injusticia.

Nada más erróneo ni gratuito. Abdón Arózteguy, que ama á la Patria con un cariño vehemente; que tiene por nuestra historia y por los hombres que actuaron en aquellas luchas homéricas de la independencia, una profunda veneración, un respeto absoluto, transporta al teatro los hechos que más le tocan al alma, sin otra ambición que la natural, legítima y honrada, de perpetuar en el corazón del pueblo, en esa forma fácil, penetrante, viva, el amor á la patria y la memoria eterna de los que se sacrificaron por ella.

Sí á todo esto se agrega el cariño que tiene, como debemos tenerlo todos los americanos de esta parte del Continente, por nuestro gaucho, por esa raza de Centauros, no obstante tan olvidada y perseguida, que ha sido la base de nuestra propia nacionalidad con la cual se obtuvo la Independencia y que aún nos sirve para sostenerla, se verá sin extrañeza, que sea ese el tipo preferido para dar colorido ameno y simpático á los cuadros que nos pinta y nos presenta llenos de vida y de gracia.

Efectivamente: ahí tenemos á su «Julián Giménez », que encarna al gaucho patriota y valiente en las diversas manifestaciones de su carácter; que reune y proclama á sus amigos, para concurrir con el contingente, nunca esquivo, de su brazo y de su abnegación, á la obra de la regeneración de la Patria.

En todo ese trabajo se mantiene nuestro tipo legendario, indomable á todas las vicisitudes de la vida errante; es esa la nota principal á que están subordinadas las varias escenas del drama, por más que se maticen con riquezas de detalles, que estudian y presentan las costumbres del gaucho de nuestros campos, que lo hacen tan fuertemente simpático y lo unen á nosotros con vínculos tan estrechos como dulces.

«Heroísmo » fué escrito expresamente para hacer resaltar, como su título lo indica, heroicidades de nuestros gauchos, cuando estallaron, con sacudimientos terribles, esas campañas por la Independencia y esas cruentas luchas de los partidos.

En »Ituzaingó » se mantíene igual tendencia é idéntico fin, aunque estos desempeñan en la dirección del drama, un papel secundario, aunque muy principal é importante en el desarrollo y en el triunfo que corona la obra.

Es obra de patriotismo lo creo y lo sostengo, perpetuar en una ú otra forma, pero si de alguna manera, en el corazón del pueblo, los esfuerzos titánicos de esa raza de héroes que tanta parte tuvo en la eterna borrasca de nuestra turbulenta democracia, y que, desgraciadamente, va desapareciendo en virtud de la acción evolutiva, según los optimistas é indiferentes, llevándose con ellos, sus costumbres, sus hábitos, sus trajes y su verdadero carácter, que debiera ser el nuestro, pero que por una de esas anomalías, despreciamos con tanta vanidad como ligereza.

El tipo del gaucho, nos honra y nos honrará siempre. Raza de titanes, pronta en todos momentos á los más grandes sacrificios por la libertad, que es la característica de su ser y que, según Lamennais, es la gloria de los pueblos, apesar de haber cambiado hoy sus armas por útiles de labranza, es sin embargo, acechada y perseguida como bestias feroces!

Raza infeliz que, con la fé sublime

Del que lleva en el alma una esperanza,

Espera que algún Cristo lo redima

De su culpa soñada!

como dijo un poeta, hablando del gaucho americano, en una hermosa carta al colombiano Jorge Isaacs.

Es que nuestro espíritu está completamente sugestionado por la influencia de la Europa que nos trajo, con su civilización, una organización social, que nos induce, en virtud de preocupaciones insensatas, al desprecio de nosotros mismos, de nuestra propia raza, de nuestras hermosas costumbres abandonadas. Y hace que nos avergoncemos de nuestros gauchos y los persigamos como dijo un escritor «ni más ni menos que «como en otro tiempo se hacían las correrías de las yegua-«das y ganados baguales».

Abdón Arózteguy, los ama con profundo cariño ( 1 ), como los amo yo, como debemos amarlos todos, por lo que representan en las luchas por la emancipación del Río de la Plata, por su patriotismo, por la constancia con que, apesar de todas las adversidades, sostiene sus ideas, por su honradez innata, por sus sufrimientos y por el temple generoso, leal y altivo que constituye su carácter.

La historia, no hay duda, inscribirá con letras de bronce, la epopeya grandiosa que sostuvieron estos héroes oscuros del sacrificio, sin ambiciones, en esta parte del Continente americano.

Y ya que, desgraciadamente, están condenados á desaparecer de nuestros campos, es deber de patriotismo, lo repito, hasta de gratitud, perpetuar en los libros, en los dramas ó en otras obras, como lo han hecho Francia, Italia, Alemania, Inglaterra y casi todos los países del mundo con los tipos primitivos de sus pueblos, ese carácter lleno de altivez y de colorido, que tantos sacrificios hizo para ofrecernos la libertad de que hoy gozamos y que es tan necesaria al hombre como el pan, según la hermosa frase de Cicerón: Ubi panis et libertas ibi patria.

Pero, digresiones son estas, hasta cierto punto inoportunas é impertinentes aquí.

III

Abdón Arózteguy, es un hombre joven aún, de mirada bondadosa, de trato amable, sencillo é insinuante, que en seguida predispone á la simpatia.

Nació en Montevideo, el 30 de Julio de 1853, siendo sus padres, el doctor Manuel Arózteguy, notable médico y cirujano y doña Bernarda López y Saraiva, distinguida matrona, por cuyas venas corre sangre de uno de los patricios que formaron en las filas de los Treinta y Tres Orientales.

Por consiguiente, sus primeros años se deslizaron tranquilos rodeado de los halagos y satisfacciones que proporciona un hogar puesto á cubierto de las necesidades de la vida.

Su padre, el doctor Arózteguy, vasco español, hombre de mundo y de inteligencia preclara, no obstante su experiencia de la vida, se dejó dominar por esa bondad, esa generosidad, que constituye la idiosincracia del vasco genuino, y destinaba sus ahorros á socorrer y proteger á sus amigos.

En tales circunstancias, le sobrevino la muerte, y el hogar antes risueño, donde nada faltaba para hacerlo feliz, se vió privado, con la ausencia del jefe, hasta de lo más indispensable. Abdón Arózteguy contaba entonces 14 años y se educaba.

«Este hecho, me decía en cierta ocasión hablándome de la muerte de su padre y de la posición en que quedaba su familia, me impresionó fuertemente. Abandoné el colegio y me dediqué con ahínco, con verdadero ardor al trabajo, para atender á mi madre. Me establecí con una agencia de comisiones en la Plaza de Frutos de la Aguada (R. O.), encargándome de fletar carretas, vender guias para las mismas y todo lo relativo á esa clase de negocios. Así trabajé hasta el año 1870 cumpliendo religiosamente con mis compromisos y haciendo una vida modelo de joven y de hijo».

«Entretenido en estos trabajos, continuó diciéndome, me sorprendió la invasión del general Aparicio al levantar la enseña de la revolución y yó, que entonces, como ahora tenía la cabeza llena de las ideas y gentilezas del hidalgo; que creía, como los antiguos caballeros, que los deberes del hombre se deben distribuir en el orden de Dios, Patria y Familia, considerando al Partido Blanco como la expresión pura de la Patria, abandoné todo, y con un entusiasmo extraordinario, fui á engrosar las filas del popular caudillo nacional, contando á la sazón 17 años».

Empezó entonces para él una nueva vida, la azarosa y difícil del hombre que, acostumbrado á las caricias risueñas del hogar, se ve de pronto aislado, sin más sostén que su propio esfuerzo, sin otro guía que sus sentimientos y la educación que recibiera su espíritu.

Es, precisamente, en esos momentos, que llamaré psicológicos, donde se revelan las tendencias del hombre, el desenvolvimiento de su espíritu: si es la pasión brutal la que lo domina y lo subyuga, ó bien si su educación y sus instintos nobles refrenan las pasiones de la bestia humana.

¡Cuántos han sucumbido, en ese instante, por desgracia, para la sociedad y para la Patria!

Abandonados á la corriente de sus propios instintos, sometido apenas su espíritu por una educación deficiente, esos hombres, rara vez triunfan en la lucha, la rudeza de la vida los abruma y caen, por consiguiente, envueltos en el fango.

Pero al revés de éstos, Arózteguy llevaba en si todo el esplendor y la fuerza viva de una educación moral que supo aprovechar en el ejemplo de sus padres. Y dotado de una voluntad de hierro, se formó hombre y se hizo útil á la Patria, á la Familia y á la Sociedad.

Nada hay que pervierta más el sentimiento moral de un hombre ni más peligroso para un jóven, que la vida del campamento, entre la soldadesca desenfrenada, llena de vicios y de instintos salvajes. Y mucho más todavía, si esa gente con la que forzosamente se comparte el lecho y la mesa, vive en continua camaradería, está movilizada para hacer correrías ó para sostener acciones de guerra, donde la sed de sangre y de venganza, hacen de los hombres, animales irracionales, sin que ningún sentimiento humano pueda retemplar ó contener esa perversión.

Y sin embargo Arózteguy, supo mantenerse siempre con la dignidad del hombre que comprende y que cumple su misión; sin que haya manchado nunca sus manos ni su conciencia, con acción alguna que pudiera menoscabar, ni siquiera poner en duda la hidalguía de sus inclinaciones.

Los campamentos en estas circunstancias, llegan á ser verdaderas escuelas del crimen, y ellos se perpetran á la sombra de la guerra y escudados con la impunidad del delito.

Se mata por placer, por gusto de ver morir ó por el capricho de conocer el gesto desesperado, horrible, del hombre que es sometido violentamente á una agonía brutal.

Como refinamiento de crueldad, se mata por pueriles apuestas, en medio de cínicas carcajadas, á sangre fría, cobarde y miserablemente.

¿Quién se salva del contagio?

Mas que una voluntad firme y decidida para no caer en ese precipicio, se necesita una fuerza moral poderosa, que neutralice los malos ejemplos y destruyéndolos, mantenga siempre vivos los sentimientos que Dios puso con mano pródiga en el corazón del hombre.

Yo recuerdo que una vez, en la intimidad, me contaba Arózteguy el siguiente hecho de que fué protagonista en esa campaña revolucionaria:

En un alto que había hecho el ejército, después de un en cuentro sangriento con el enemigo, un capitanejo le ordenó que degollara por la oreja, expresión que significa el más horrible de los asesinatos, á un infeliz soldado, de las filas contrarias, que había sido hecho prisionero.

Arózteguy se negó terminantemente á obedecerle, é increpó con rudeza la órden que se le daba.

Como el capitanejo insistiera, iracundo y le amenazara con someterlo á igual suerte, aquel le replicó:

Capitán: yo no he venido á la revolución á asesinar á hombres indefensos y rendidos. Mi conciencia, y mi deber se rebelan. Yo no acato, yo no debo acatar, esas órdenes!

Fué tan vehemente y altiva la réplica, que el capitanejo se limitó á arrestarlo y apostrofarlo, diciendo que se negaba á hacerlo por cobardía.

Sin embargo, me decía Arózteguy, yo le demostré al miserable, en el primer combate que tuvimos, que sabía matar en la pelea, en el sitio de peligro á donde él no fué capaz de llegar.

De hechos análogos está matizada su vida de soldado revolucionario, en todos los combates á que asistió, prestando á la revolución el contingente de su brazo y de su sangre.

Terminada la Revolución con el desgraciado «Pacto de Abril» aún no suficientemente condenado; Arozteguy, que no se avino á ese arreglo, no quiso tampoco someterse, y conjuntamente con otros amigos se guareció en los Montes del Rosario.

Haciendo la vida del montaráz, con todas las privaciones inherentes á esa situación difícil, permanecieron alli algún tiempo, hasta que, perseguidos por las tropas gubernistas, tuvieron que asaltar un Pailebot que entró á la boca del río Rosario y á viva fuerza obligar al capitán á que los condujera á Buenos Aires.

La vida de Arózteguy desde ese entonces, ha sido una larga cadena de vicisitudes y de trabajos. Sería interminable tarea, si narrara minuciosamente los hechos que han dado colorido simpático á su personalidad, y que sin duda han sido causa generadora de su carácter, en esa edad en que se deja de ser niño para formar como soldado en las filas de los hombres.

Baste decir que por mucho tiempo desempeñó empleos y comisiones humildes, pero conservando siempre, en todos sus actos, una corrección, una honradez acrisolada.

A principios del año 1875, después de los sucesos vergonzosos y sangrientos del 10 de Enero, á instancias de su familia, Arózteguy regresó á Montevideo.

Hombre de mundo ya, de gran resistencia física, con esperiencia retemplada en el crisol de esa lucha constante por la vida, con un carácter formado á toda prueba, un gran amor á su patria y un entusiasmo vehemente por su Partido, se incorporó en seguida á la fracción que preparaba un nuevo movimiento revolucionario, ofreciéndole decididamente el concurso desinteresado y patriótico de su sangre y de sus bienes.

Como no era un desconocido entonces en la política, pues en la revolución de Aparicio y después, en la expatriación, su nombre tuvo alguna resonancia, su ofrecimiento fué aceptado y su incorporación dió lugar á que tomara en los trabajos una participación activa, con la decisión y entusiasmo de costumbre.

Perseguido por el gobierno brutal y corrompido de Varela, con un encarnizamiento increíble, cuando gobernaba en toda la plenitud de su arbitrariedad, tuvo que huir una noche de su domicilio del Paso del Molino, en medio de una turba de sayones que lo espiaban para asesinarlo; sistema que estuvo entonces en todo el apogeo de su vigor, para hacer desaparecer á las personas que estorbaban los planes del oficialismo, y que importó al país otros atavismos semejantes y aún con mayor crudeza y cinismo, bajo las tiranías del Coronel Latorre y del General Santos, que esgrimían, como aquel, el puñal de sus venganzas, y á despecho de las leyes, en aquellos horribles tiempos, llegaron hasta á impedir la libre emisión del pensamiento.

Arózteguy emigró nuevamente á Buenos Aires, donde permaneció tres meses, para regresar, disfrazado, á Montevideo, á continuar sus trabajos de conspiración política, hasta que, habiendo estallado la Revolución con la designación de «Tricolor» fué uno de sus colaboradores, siguiéndola hasta el fin de la jornada.

Podría citar numerosos hechos y episodios que han puesto en transparencia su valor y su abnegación en esa campaña revolucionaria, pero dejo esa tarea al historiador imparcial que acometa el trabajo de estudiar y relatar esa nueva página de la vida turbulenta del Partido, á cuyo fallo inapelable la someto.

Pacificado el país, Arózteguy permaneció en Montevideo desempeñando la profesión de Procurador, primero, y estableciendo después, una casa de comercio, que vendió más tarde, para ayudar al Partido Blanco en trabajos políticos en que estaba empeñado ( 2 ).

Como Procurador, tarea tan ingrata y difícil de desempeñar con satisfactorio éxito y conciencia, por la condición de su propio ejercicio, fué tal vez una de las excepciones. Jamás tomó á su cargo la defensa de asunto alguno en que la justicia y la razón no estuvieran perfectamente claras y definidas en favor de sus clientes.

Mas que por el oropel de la vanagloria de ganar un asunto encomendado á su ilustración, trabajaba por el triunfo de la verdad y el imperio del derecho.

Al revés de la generalidad de los que se ocupan de estas defensas, nunca explotó sus éxitos, ni le preocupó jamás su interés personal.

Teniendo un respeto profundo por la Verdad, por la Justicia y por el Derecho, trabajaba con apasionamiento porque ellos resplandecieran siempre, sin importársele la condición social ó de fortuna de la persona que solicitara su ayuda.

De ahí que no haya explotado jamás á sus representados, haciendo casi siempre la defensa del pobre y del desvalido, sin obtener muchas veces, no ya la recompensa de su trabajo, sino siquiera el reembolso de las sumas que empleara en los primeros trámites del asunto.

Como comerciante, su paso ha sido breve, lijero, puesto que los acontecimientos políticos que se preparaban, hicieron que sacrificara en holocausto de ellos, la casa poco antes establecida.

Pero en ese breve tiempo, dejó su nombre honrado á cubietto de toda sospecha, y mereció del alto comercio oriental, tan difícil para acordarla, la nota de crédito más amplia y la estimación con que siempre se le distinguió.

Por otra parte, no es el temperamento de Arózteguy, impetuoso, agitado, aventurero, el más apropiado para encuadrarse en los marcos reducidos de una ocupación comercial, generalmente monótona, egoísta casi siempre, en la que predomina sobre todo, el interés vulgar, el tanto por ciento, con horizontes limitados y estrechos.

Esa misma esfera, reducida á fines tan materiales, está reñida con su modo de ser.

«Nunca he ambicionado fortuna, me decía en cierta ocasión, habiendo tenido tantas oportunidades para hacerla; y siento algo así como repugnancia por el dinero y por los ricos que no saben hacer otra cosa que ser ricos, y en general, por todos los que son interesados. Si alguna vez, así como una ráfaga, se me ha cruzado por la imaginación, el deseo de tener fortuna, ha sido cuando he visto desgracias á mi lado, sobre todo entre los míos, ó mis amigos. Entonces sí la hubiera deseado, para socorrer esas desgracias y enjugar esas lágrimas».

Aún en el mismo empleo de confianza que actualmente desempeña en la Aduana, ¡cuántas oportunidades ha tenido para labrarse una fortuna sólida, ccn que poner á cubierto en su ancianidad sus necesidades y las de su familia! Cuántos, en su mismo caso, la han hecho sin escrúpulos!. . .

Y sin embargo, ha preferido llevar con honra, con dignidad, la relativa pobreza en que se desenvuelve, y de ahí la estimación, el respeto que se le tiene; pudiéndose decir de él, lo que de la mujer de César, que es insospechable.

Apesar de los limitados recursos que posee, su casa es algo así como un asilo, á donde concurren muchos de los Orientales menesterosos, que vienen por millares á buscar en esta tierra bendecida y generosa, el pan que no encuentran ó se les niega en su propla patria; en el cual encuentran siempre una protección, una ayuda, un alivio, ya pecuniario, ya moral, para sus miserias é infortunios.

¿Quién de ellos no debe un servicio á Arózteguy? ¿Quién no ha encontrado en él, en la adversidad, un brazo robusto que lo sostenga en su desgracia? ¿Quién puede decir que no ha sido socorrido por él, cuando las necesidades de la vida lo obligaron á recurrir á su ayuda?

Estoy seguro que de los millares de orientales que se encuentran en esta tierra hospitalaria, que por tantos motivos obligan á la gratitud oriental, por lo menos una buena parte de ellos, han recibido de Arózteguy, la protección franca y decidida que pudiera darle dentro de la esfera de sus facultades, con la más buena voluntad, con el interés vivísimo, con que trata de servir siempre á los pobres compatriotas que buscan en sus fuerzas, ayuda para sobrellevar el peso de la vida en la expatriación.

Para hacer el bien, nunca pregunta el Partido á que están afiliados; le basta y sobra que sean orientales. Y es por todo esto, que ha logrado formar alrededor de su persona, entre ellos, esa aureola de simpatía, de respeto y de cariño, que tanto lo enaltece.

No es extraño, por consiguiente, que goce de prestigio, de nombradía entre esa pobre gente, y que lo acompañemos con nuestro afecto, por esas acciones generosas de desprendimiento y de cariño, los que nos encontramos felizmente á cubierto de aquellas necesidades y contribuimos también, en la esfera de nuestras fuerzas, á secundar su acción siempre preciada.

De ahí, que ese prestigio sea siempre mirado con desconfianza, con pueriles temores por parte del gobierno oriental, atribuyéndolo á trabajos revolucionarios en viva y permanente gestación; temores y desconfianzas, que traspasan los límites de la intimidad del gabinete, para producir ridiculas reclamaciones al gobierno argentino, que, felizmente, no han sido nunca tomadas en seria consideración.

Y esas simpatías y ese afecto, lo ha merecido hasta de los hombres que dirigen el Partido Nacional; de los viejos campeones de nuestras luchas, soldados cargados de laureles y de sacrificios; de los hombres distinguidos de la colectividad; respondiendo todos á su llamado, desde los confines más apartados de la República, cuando se acordó reunirlos en Asambiea, que él presidiera, en el Teatro Politeama de esta Capital, el 19 de Abril de 1893 ( 3 ), y en la que demostró todo el contingente de su prestigio y de su valimiento.

¿Y este prestigio á qué se debe? ¿A qué responde?

Se debe á la moral pública y privada á que ciñe todos sus actos, á su honradez sin tacha, á su vida sin sombras, á la abnegación con que ha soportado todas sus desgracias, á la pobreza por el sacrificio de su pequeña fortuna á la colectividad, y á la fe con que espera, como esperamos todos, el triunfo no lejano del gran Partido Nacional, llamado por mil causas á hacer la felicidad de nuestra hermosa y desventurada tierra; presentimiento de todas las conciencias honradas, y aspiración que flota en el espíritu patriótico, como flotaba Jesús sobre las aguas.

IV

Poco después de la «Revolución Tricolor», unió su suerte á la distinguida dama doña Irene Medina y Payan, compañera virtuosa, que en los dias de la adversidad, supo siempre retemplar el espíritu de Arózteguy, haciéndole sobreponerse á las miserias de la vida y á los ataques groseros con que, en el hervidero de las pasiones que fermentaban, trataban sus enemigos de anonadarlo.

Espíritu varonil, alma templada en la fragua del sacrificio, en el molde de las antiguas patricias, en más de una ocasión soportó con estoicismo las desventuras más dolorosas, en homenaje al Partido Nacional.

Dotada de un espíritu fuerte, al mismo tiempo sereno, pensador, reposado, fué muchas veces la que reprimió los arranques nerviosos y violentos de Arózteguy, en los momentos difíciles en que se vió envuelta su personalidad, atacada duramente en la prensa y en la tribuna, con increíble tenacidad.

Penetremos en su hogar, santificado por esa esposa y por sus hijos, y conoceremos á Arózteguy bajo la faz simpática del Padre y del Esposo.

Allí se respira un ambiente puro, que eleva los sentimientos del alma, conforta el espíritu y arraiga y fortifica el amor á la Patria, á la Religión y á la Familia.

«Y es precisamente en la familia, como dice un escritor uruguayo, casi olvidado hoy, en su bella obra Estudios Politicos, donde aprende el ciudadano á amar á la Patria y á respetar las instituciones democráticas, porque en ella es donde el principio de la responsabilidad tiene origen y donde las verdaderas y modestas virtudes encuentran su verdadera sanción».

Y así lo ha comprendido Arózteguy y así, también, lo comprenden y lo practican los suyos.

En la vida privada, podemos, sin temor alguno, declarar bien alto, que es un modelo de virtudes. Enemigo irreconciliable del vicio, con una repugnancia intransigente por los viciosos, llega muchas veces hasta la exageración su condenación por ellos.

Acostumbrado á hacer siempre una vida austera, su repulsión no tiene límites cuando se trata de esos vicios que son la causa de la perdición de tantos y que dejan sedimentos venenosos en la tranquilidad y en el porvenir de la familia.

En las páginas de este libro, que, sin duda alguna, tengo el presentimiento, han de ser fuertemente combatidas, está reflejado el espíritu que á ese respecto domina á su autor, constituyendo su inquebrantable propósito.

Es á los vicios á los que ataca con ardoroso empeño en este libro; al lujo, al sibaritismo y á todos los refinamientos del sensualismo embrutecedor; á esas pasiones violentas y funestas que lo mismo desatan el sagrado lazo de la familia, enfrian el calor del hogar y matan en el corazón del hombre los más nobles sentimientos; que empañan las reputaciones más puras y acaban para siempre con la honradez de aquellos que, en un momento de irreflexión, se dejan arrastrar por su influjo.

¡Cuánta escena de miseria, cuánto crimen, cuánta perversión moral no tiene su origen en esas casas, donde el alcohol, las cartas y la sensualidad, exaltan las pasiones y pervierten el corazón! El individuo arrancado al trabajo por los vicios, se convierte de esta manera en un ente peligroso para la sociedad de que forma parte, en una verdadera negación de su destino.

Y combate con tenacidad esa ráfaga pestilencial de sensualismo é inmoralidad, (de que nos hablaba hace poco tiempo un distinguido escritor argentino), que sopla hoy sobre la redondez de la tierra, produciendo el espectáculo de una ancianidad escandalosa en el viejo mundo y en este joven continente, la triste, la tristísima comedia de una niñez precoz, con la precocidad más espantosa; la precocidad del vicio, la negación de todos los nobles y elevados sentimientos, que son únicamente los que deben agitar el corazón del hombre.

La larga y estrecha amistad que me une á él, me ha dado suficiente motivo para poder juzgar su carácter íntimo, y declarar que no le conozco vicio alguno, ni siquiera esas lijererezas alegres, llamadas hijas del siglo, á que difícilmente escapan la generalidad de los hombres por más serios y graves que sean, y que los conducen por pendientes floridas, tan seductoras como falaces.

De ahí, pues, que la educación moral que imprimiera á su hogar, sea tan completa y absoluta, que, puede decirse, constituye un santuario donde solo se encuentran las más esclarecidas virtudes.

Padre estremadamente cariñoso, esposo bondadoso, amigo leal, hace de estas afecciones un verdadero culto á que siempre se inclina su excelente corazón.

Bajo estas faces íntimas que he presentado, tengo por Arózteguy además del cariño del amigo la estimación que siempre me inspiran los verdaderos hombres de bien; los hombres dotados de todas las excelencias del espíritu y de todas las virtudes del corazón, tengo el convencimiento de que nadie se atreverá á pensar de una manera contraria; por lo menos, aquellos que como yo, han podido penetrar sus sentimientos, estudiar sus tendencias y analizar sus intenciones.

Pocos son los hombres que pueden llamarse completos en la acepción ámplia de la palabra; y por consiguiente Arózteguy, tiene, como la generalidad, sus defectos y debilidades; pero ellas más que en el fondo, se manifiestan y reflejan en la forma, en la esterioridad.

Son defectos y debilidades veniales, diré así, que quedan, naturalmente relegados y oscurecidos ante el resplandor vivo de sus valimientos y cualidades, que he puesto de transparencia en estas humildes páginas.

Y desgraciadamente, eso lo perjudica aunque ligeramente, en todas las esferas en que actúa. Es cierto que es una ráfaga, es un instante de neurósis, de nerviosidad, de delirio, de cólera, y que, cuando éste pasa, cuando puede raciocinar, se inclina bondadoso ante su adversario y le da espontáneamente toda clase de satisfacciones.

En algunos casos, el hecho se comprende, hasta se justifica, cuando se ataca la Patria, la honradez, la virtud, la familia, por ejemplo, pero en casi todos los demás se condenan.

Yo recuerdo que en cierta ocasión, á consecuencia de una polémica ruidosa que sostenía en la prensa, con un inteligente periodista italiano, á propósito del General Garibaldi, éste al levantar el cargo que se le dirigía al compatriota, aprovechó la oportunidad para zaherir á su contendor de una manera violenta.

Arózteguy, dejándose arrastrar por el ímpetu de ese carácter de que he hablado no replicó esas ofensas por la prensa sino que corrió á la redacción del diario italiano, rebenque en mano, y dilucidó de esta manera, bastante incorrecta, una cuestión que debía haberse solucionado en la forma que la sociedad ó la costumbre señala para estos casos.

Otro hecho, que no hace aún mucho tiempo ocurrió en esta ciudad, pone asimismo en transparencia la incorrección y la ligereza á que lo subyuga su carácter.

En una cuestión judicial que sostiene en su condición de empleado de la aduana, con un comerciante que pretendió introducir una mercadería por otra, el defensor de éste, en un alegato de bien probado, trajo á colación, con bastante ligereza por cierto, el hecho de haber sido Arózteguy diputado durante el Gobierno del General Santos; atribuyéndole torpemente, culpabilidad ó dirección en los sucesos políticos que se desarrollaron en la República Oriental, en aquel vergonzoso período.

Cuando éste tuvo conocimiento del escrito, fuera de sí, sin escuchar razones de ningún género, de los amigos, se fué al estudio del abogado aludido y penetrando en él, cerró las puertas interiormente con llave, y trató de abofetearlo en presencia de los empleados, escurriéndosele como una anguila, segun la gráfica y pintoresca expresión de Arózteguy.

Cierto es que trató despues de batirse, como queriendo de esa manera lavar las ofensas dirigidas, no aceptando el duelo su contendor, pero ello en manera alguna justifica una acción que conceptúo de todo punto vituperable.

Debo confesar, no obstante, que una vez realizados estos hechos, Arózteguy se arrepiente sinceramente de haberlos cometido, como ya he dicho, pero esto, en mi concepto, no basta: la acción siempre subsiste, elocuente, irrefutable.

Si Arózteguy pudiera moderar esos impulsos, esos arrebatos que empequeñecen la faz simpática de su personalidad, en la intimidad, en el hogar, como amigo, como padre, ¡cuánto más ganaría para su porvenir político!

V

Si ha habido entre los hombres de su generación personalidad discutida, es, sin disputa alguna, la suya.

En la efervescencia de las pasiones políticas, se le ha analizado, acechando, paso á paso, todos sus actos; se le ha criticado y atacado con rudeza, algunas veces con motivo y otras y estas son la mayoría, con insidia, con perversidad, desleal é injustamente.

En muchas ocasiones, halló á su paso numerosos enemigos congregados por la emulación y la envidia, pero es muy cierto que Arózteguy dió motivo para que su personalidad política sufriera esas alternativas y esas contrariedades, porque ella tuvo su vigoroso desarrollo y se ostentó en toda su plenitud, en una época difícil para la patria, que gemía bajo el yugo de una dictadura que todo lo pisoteaba, que sembró tantos odios, vertió tanta sangre, y estableció, por consiguiente, entre ella y el pueblo un abismo.

Me creeria capaz de todas las injusticias, si pretendiera á impulsos de la amistad encubrir ó disculpar un error.

Y aqui consignaré un aforismo que sirve de norma á mis actos y al cual siempre he rendido ferviente culto: Amicus Plato, sed magis amica verilas.

Hay en política errores injustificables aunque se disculpen, se expliquen y se perdonen, cuando en ellos se ha incurrido á impulsos de móviles elevados y cuando, sobre todo, se abandona el poder, como dijo Sarmiento con los bolsillos vacíos y las manos limpias.

Arózteguy se equivocó, como se equivocó el general Aparicio, cuando creyeron poder hacer bien á su partido y á la Patria, procurándose por la evolucion fuerzas en el gobierno, para contrarrestar los desmanes del oficialismo prepotente.

Y sugestionado por aquella idea que dominaba sus sentidos y ofuscaba su razón, no vieron el precipicio en que irremediablemente iban á caer, y donde sus personalidades perderian su importancia, al hacerse acólitos de la comunidad ó procesión política del oficialismo.

Estimulado por el ejemplo del general Aparicio y de otros correligionarios distinguidos, Arózteguy hizo el sacrificio de actuar con hombres de antecedentes innobles, asi en política como en administración; con hombres que conservaban las manos manchadas con la sangre de inocentes víctimas, que Arózteguy tenía el deber de reconocer como lo tenía el general Aparicio, como enemigos irreconciliables de nuestro partido al cual no cederían jamás nada que pudiera hacerles perder sus posiciones en el gobierno del país, que desde hace tantos años usurpan.

Para el porvenir político de Arózteguy, fué esta una caída ruidosa, del pedestal en que lo habían colocado sus antecedentes y sus sacrificios.

Y es, en verdad, una lástima, que haya demostrado en aquella ocasión, que requería todas las energías humanas, todas las habilidades y destrezas del talento y de la sagacidad, que conservaba verdaderas ilusiones é inocencias de niño, cuando con semejantes compañías y en tales situaciones, nunca se triunfa en política.

Y, sin embargo, Arózteguy entonces no era un inocente, ni un novicio.

Había actuado en tempestades revolucionarias, había concurrido á las luchas armadas, había sufrido la expatriación, que es precisamente en ese alejamiento de los hombres y de las cosas, para concentrarse en su propia conciencia, donde se resuelven los problemas, que forman opiniones absolutas y se analizan fríamente las personalidades y las situaciones.

Y un hombre de alguna experiencia conquistada al precio de duros sacrificios, de amargas privaciones y hasta de la expatriación, como digo, no se concibe que tan fácilmente se haya dejado seducir con promesas, imposibles de cumplir, como también de aceptarlas nuestro Partido, á tal extremo de convulsionar completamente su espíritu y sus ideas.

Ha habido lijereza, precipitación por conquistar, por obtener alguna ventaja que el tiempo, los acontecimientos, vendrán á dárnoslas expontáneamente, por una ley sociológica ineludible.

Con la precipitación en política, nunca se obtiene nada sólido ni durable. La historia se ha encargado de demostrar la verdad de este aserto.

Apesar de la inexperiencia de mi poca edad y de la vida pública, yo creo, como un escritor argentino, y tengo la seguridad que hoy pensará así Arózteguy, que los verdaderos hombres políticos casi nunca yerran, porque nunca se precipitan ni se dejan llevar del entusiasmo casi siempre peligroso. Piensan y analizan los arduos problemas y se deciden al fin con protundo conocimiento de las cosas que han estudiado paciente y acabadamente.

Estos hombres, nada deben temer, porque estuvieron antes entregados á profundas meditaciones y hallaron la solución de sus dudas en el silencio de la conciencia y escucharon solamente su voz.

Yo recuerdo haber leído, que la lucha larga y penosa en la que se camina paso á paso, y palmo á palmo se conquista el terreno en que ella ha de producir sus frutos, es obra de los fuertes, mancomunados en la jornada contra el error y la mentira; es la manifestación de las sanas tendencias que se encaminan á la conquista de ideales de virtud y de justicia; es la que pone á prueba el valor moral de las colectividades convencidas de la causa que defienden; es la convicción aferrada á la conciencia de los individos y de los pueblos.

Y en esas condiciones se halla nuestro partido y nuestro pueblo.

Aunque lo parezca, no está resignado, nó; sufre en silencio y discute su porvenir, mientras la mentira y la infidencia apura los medios de que dispone para engañar al pueblo y alejarlo de las urnas y de la cosa pública.

Nuestra entidad colectiva, que representa las aspiraciones del pueblo, que es el pueblo, no cede ni cederá jamás, ni permanecerá inactiva, aunque no la veamos precipitarse ni hacer estruendosas manifestaciones.

Ya le veremos desplegar la hermosa bandera de la reacción, que hicieron flamear en Norte-América, Adams y Schurtz, y llevar al pueblo, como dice un publicista, al culto de las ideas, al ejercicio tranquilo de la libertad y á las prácticas de la vida republicana.

Asi, pues, nada justifica esa precipitación juvenil, inocente, con que obró Arózteguy, para formar parte de una situación que dió á la Patria días tan terribles.

Y, desgraciadamente, para nuestro partido, y para nuestra patria, son muchos los que han errado y muchos los que yerran todavía, los que han servido y sirven de acólitos á todas las dictaduras y carecen del sentimiento de la propia responsabilidad, y que, fascinados por el brillo de los broqueles enemigos, traicionan el Partido y la Conciencia para obtener una diputación.

¡Estos son los hermosos mirajes creados por la moderna sabiduría política!. . .

Y los vemos, desde su alto solio, pontificar sobre la libertad, sobre la patria, sobre los deberes del ciudadano y se llaman apóstoles del bien en la eterna lucha de la perfectibilidad, cuando no son otra cosa que adalides del positivismo que sacrifican su conciencia, su honor, su dignidad, y se dejan fascinar por las ofrendas y las dádivas que á su paso interponen los bribones para apartarlos de las sendas del deber.

Pero antes de seguir más adelante, en este escabroso período de su actuación pública, conviene conocer los antecedentes que lo impulsaron al error; la historia real y efectiva de aquella época, y esa tarea la dejamos á él mismo.

Dice Arózteguy en sus Antecedentes Politicos :

«Corría el año 1880. — El coronel don Lorenzo Latorre, acababa de dejar el gobierno. Después de su renuncia, su alejamiento del país hizo concebir esperanzas á algunos ciudadanos, de que se abriría una época de mayor libertad, y se trató de organizar los partidos políticos que habían permanecido en la abstención y el retraimiento mientras aquel estuvo en el poder.

Me encontraba á la sazón al frente de una casa de comercio y allí fueron á buscarme varios amigos para pedirme que colaborase en los trabajos de unión y reorganización del Partido Nacional, á cuyo pedido, como siempre, me presté gustoso sin vacilar.

Pocos días después se celebró una reunión de correligionarios en la Ciudad de Montevideo, á fin de ponernos de acuerdo acerca de los primeros pasos á dar, para reunir nuestros elementos y organizarlos en forma.

Con esta reunión coincidió otra en igual sentido verificada en la casa habitación del Dr. don Martín Aguirre, quien, al tener conocimiento de nuestros proyectos, me pidió una entrevista por conducto del coronel don Agustín Urtubey, de la cual resultó que nos pusiéramos de acuerdo y me encargase de llevar varias cartas á los amigos de la campaña, solicitando su adhesión al pensamiento de organización á que respondían estos preliminares.

En este intérvalo, se anuncia la llegada al país del Sr. Agustín de Vedia, y la reaparición de su diario La Democracia. Fuí entonces llamado al escritorio de los señores Susviela y Novoa, con objeto de que les ayudase en la tarea de buscar adhesiones á la propaganda de aquel diario y de colocar acciones para su sostenimiento.

Consecuente con mis compromisos anteriores, antes de dar una respuesta definitiva consulté con el Dr. Aguirre, el que aceptó los nuevos trabajos, y yo no tuve inconveniente en aceptar lo que se me encargaba.

Llegó el Señor de Vedia y reapareció La Democracia; pero, por desgracia, la propaganda que inició este diario, sembró la anarquía en el seno de los elementos de nuestro partido, que se dividió en dos grupos.

Producida la escisión, yo creí que el grupo á cuyo frente formaban los ciudadanos don Federico Nin Reyes, uno de nuestros más caracterizados hombres, y el coronel Dr. Juan Pedro Salvañach, interpretaba con más fidelidad las aspiraciones del partido y contaba también con mayor opinión, y me puse de su lado tomando parte activa en la labor que proseguían.

Mientras tanto seguían adelante los trabajos de la fracción, cuyo órgano era La Democracia, y se preparaba una reunión de todos sus adeptos, que tendría lugar en la Capital.

Se convino en que á esa reunión concurriría el coronel Salvañach y que hablaría en nombre de nuestros amigos, á fin de impedir que tomasen vuelo los trabajos contrarios, pero impedido de asistir, me rogó dicho coronel que lo hiciera yo en su nombre, acompañado del señor Juan M. Rodríguez Gil y otros amigos, y que él enseguida daría, como dió, un manifiesto, y procedería á la organización del partido, para lo cual contaba con todos los elementos de acción de nuestra campaña.

Yo fuí á la reunión; hice lo que se me había encargado, apesar de que me esponía á sufrir las consecuencias del desagrado de la fracción opuesta, pero cuando se trató de organizar en forma nuestros hombres, fracasaron los trabajos por falta de cohesión entre los elementos con que se contaba.

En esta situación nos encontrábamos, cuando empezaron á circular rumores acerca de trabajos revolucionarios que iniciaba en la frontera del Brasil, el coronel Latorre.

Sin probabilidades de éxito, como nos hallábamos, sin rumbos fijos, sin combinación política alguna que seguir, mis amigos el coronel Salvañach y el Dr. Aguirre, como yo mismo, nos adherimos á esos trabajos que también fracasaron lastimosamente.

Solo entonces, y de acuerdo con el general Aparicio, principal jefe militar del partido, cuya autoridad todos reconocíamos, se intentó evolucionar con Santos, que se presentaba como único candidato á la futura presidencia, pero que necesitaba, sin embargo, más que nunca, de elementos de opinión que prestigiasen su candidatura y era oportuna nuestra aproximación en aquellos momentos, porque acababa de romper con el Centro Colorado que componían el general Pagola, el Dr. D. Pedro Bustamante y el Dr. D. Julio Herrera y Obes.

Al proceder así, pensábamos que podrían obtenerse algunas ventajas para nuestro partido y sus hombres, alejados casi por completo de los puestos públicos y sin la menor influencia en la administración del Dr. Vidal.

El primer paso para aproximarnos al candidato que aspiraba á la presidencia, fuí yo quien lo dió, sin anuencia, debo confesarlo, de los demás compañeros en aquellos trabajos.