La revolución de las lanzas - Abdón Arosteguy - E-Book

La revolución de las lanzas E-Book

Abdón Arosteguy

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Beschreibung

«La Revolución de las lanzas» es una crónica de Abdón Arosteguy sobre la campaña militar de la Revolución de las Lanzas que enfrentó al Partido Nacional, o Partido Blanco, y al Partido Colorado de Uruguay en una guerra civil. El escritor participó en aquella campaña como combatiente, a las órdenes del coronel Timoteo Aparicio.

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Seitenzahl: 63

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Abdón Arosteguy

La revolución de las lanzas

 

Saga

La revolución de las lanzas

 

Copyright © 1968, 2022 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726682496

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

La batalla del Sauce 1

El día 16 de diciembre de 1870, encontrándose los nacionalistas sitiando a Montevideo, esparcióse la noticia de que el General D. Gregorio Suárez, a marchas forzadas, se aproximaba a la capital con un numeroso ejército compuesto de las tres armas: el mismo ejército cuyos restos salvara en la batalla de Severino, y que descuidado por sus contrarios había reorganizado aquel jefe y reforzado en el norte del río Negro con todos los elementos dispersos que pudo reunir y con los que se le incorporaron de las fuerzas del General Caraballo, vencidas en Corralito. Se agregaba también, que en combinación con la guarnición sitiada pensaban encerrar y batir entre dos fuegos a las tropas revolucionarias.

El General Aparicio hacía dos o tres días que tenía conocimiento del pasaje de Suárez al sur del río Negro, y relativamente estaba tranquilo, porque creía concienzudamente que le sería sumamente fácil derrotarlo saliéndole al encuentro; volviendo después del triunfo con más seguridad a continuar el asedio de Montevideo.

Así fue que el día 16, habiendo resuelto levantar el sitio para ir a buscar al enemigo que podía atacarlo por la retaguardia, y siendo como las tres o cuatro de la tarde, hizo dar orden por el Estado Mayor General a todos los cuerpos en servicio y a los que estaban francos, de reconcentrarse sobre la línea inmediatamente que anocheciera, con todos sus pertrechos y bagajes.

Muchos, al recibir esta orden, pusieron en duda la aproximación de Suárez, creyendo que fuera una estratagema para engañar el enemigo, y que de lo que se trataba realmente, era de llevar el ataque a la plaza, tantas veces anunciado y deseado con entusiasmo por todos.

Pero una vez reconcentradas en orden de ataque todas las fuerzas sitiadoras sobre las trincheras enemigas, y a eso de las ocho de la noche, recibióse contraorden de marcha hacia la villa de la Unión; y así como la orden primera fue recibida con júbilo indescriptible, la contraorden se recibió con un desaliento inmenso por los cuerpos, pues entonces se disiparon completamente las esperanzas que se habían albergado en la creencia de que se había resuelto llevar el ataque serio a la plaza.

El Gobierno, que sin demostraciones bélicas de ninguna especie lo había esperado también, revivió parece al notar esta evolución contraria y empezó, recién entonces, a cañonear a los revolucionarios por la retaguardia; pero éstos sin preocuparse continuaron su marcha tranquilamente, pasando por la Unión, hasta llegar a Toledo, donde acamparon esa noche sin ninguna otra novedad.

¡Qué sorpresa y aflicción produjo esta retirada inesperada a las numerosas y distinguidas familias que se encontraban residiendo en la Unión desde el principio del sitio y que esperaban entusiasmadas la entrada triunfal de los nacionalistas a la capital de la República! ¡Qué despedidas más enternecedoras! ¡Cuántos abrazos y cuántas lágrimas se derramaron en aquella noche inolvidable! Hubo muchas personas que no se resignaron a quedar abandonadas según ellas, y siguieron en carruaje al ejército por varios días, siendo inmenso el desaliento y disgusto que produjo la marcha entre aquellas familias cuya suerte dependía del éxito de la revolución.

El mismo día de la retirada de la Unión, embarcáronse para Buenos Aires los señores Federico Nin Reyes, Juan José Herrera, Carlos Ambrosio Lerena y otros amigos, con el propósito de trabajar desde allá por la causa nacionalista.

Los días 17, 18 y 19 caminaron constantemente los revolucionarios, aunque en marchas lentas y parándose a cada momento a causa de los muchos heridos que conducían; campando la noche del último día en el Solís Chico, en cuyo punto hubo de tomar una diligencia de D. Antonio Díaz, que hacía la carrera para Rocha, con el objeto de colocar con mayor comodidad algunos de aquellos heridos más graves, que no había suficientes carruajes para conducirlos.

El día 20 siguió marcha precipitadamente el ejército hacia el arroyo de Solís Grande, por haber tenido conocimiento por algunos bomberos tomados al enemigo y por sus propios bomberos, de que el enemigo se encontraba en aquel paraje. La vanguardia al mando del General Muniz, que marchaba adelante fue la primera que se avistó con la vanguardia del ejército de Suárez, mandada por el General Borges, que estaba campado al lado del paso real de dicho arroyo: el grueso del ejército se encontraba retirado como media legua del referido paso.

A todo galope se precipitó la vanguardia del General Muniz sobre los enemigos, pero éstos, que se componían de fuerzas ligeras, montan a caballo a medio ensillar y precipitadamente vadean el arroyo, dejando en el campamento infinidad de recados y armas, y las reses con cueros que acababan de carnear para comer. Una vez del otro lado del arroyo, se detiene Borges —y como el ejército de Suárez se aproximaba al paso, detiénese también sin avanzar el General Muniz hasta recibir órdenes del General en Jefe.

Una hora después, y siendo como las tres de la tarde, llega el General Aparicio con sus tropas a inmediaciones del mencionado paso real, donde tendió su línea de batalla imediatamente e hizo escopetear con la vanguardia al enemigo, que también había tendido línea del otro lado del arroyo y que sostenía decididamente, no sólo el paso real, sino también dos pasos más que existen en aquel punto. Pero llegando la noche enseguida y no pudiendo abrir operaciones por el momento debido a la posición de su contrario, retiróse el ejército revolucionario para elegir buen sitio y campar, como así lo hizo, próximo al paraje donde había tendido su línea, prometiéndose operar al día siguiente de una manera decisiva; dejando establecida una gran vigilancia sobre los puntos sostenidos por la gente de Suárez.

Al otro día, muy temprano, el ejército gubernista retrocedió como una legua yendo a ocupar una posición inexpugnable en las sierras de Minas, tendiendo su línea de batalla sobre la falda de los Cerros de Betel, quedando siempre su vanguardia defendiendo el paso real de Solís Grande. Pero los revolucionarios avanzaron audazmente sobre el mencionado paso real y consiguieron tomarlo vadeando el arroyo todo el ejército después que fue desocupado aquel punto por el General Borges, que se retiró, a trote y galope hasta incorporarse a los suyos.

En seguida avanzaron las tropas nacionalistas divididas en dos columnas paralelas, con el propósito firme de llevar el ataque al enemigo; pero al ver que era imposible hacerlo por las condiciones en que se había colocado, pues tenía a su frente unos cañadones barrancosos, inaccesibles para las caballerías, se mandó hacer alto por un momento, entrando luego a evolucionar amenazando cargas por los flancos y concitándolo al combate, disponiendo también hacerle algunos disparos de cañón sobre el costado izquierdo, todo lo cual fue inútil, pues el ejército del Gobierno no se movió de sus posiciones y se conformó con desplegar algunas guerrillas a los costados y contestar con su artillería los fuegos que se le hacían.