Un viaje inolvidable - Lori Foster - E-Book

Un viaje inolvidable E-Book

Lori Foster

0,0
5,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

HQN 264 No se puede frenar el amor… Ronnie Ashford necesitaba una distracción. A la mañana siguiente tenía que ofrecerle un trabajo a Jack Crews, pero, a la vez, quería convencerlo de que no lo aceptara. Ella no necesitaba la ayuda de nadie. Aquella noche en un bar conoció a un tipo alto y sexy y pensó en todos los deliciosos problemas en los que podrían meterse juntos. Fue una pena que, cuando las cosas se estaban poniendo interesantes entre ellos, él le susurrara cuatro palabras que lo echaron todo a perder: «Me llamo Jack Crews». Jack estaba empeñado en conectar con la feroz Ronnie Ashford, y no solo en la cama, pero ella impuso unas condiciones muy claras: si aceptaba el trabajo, que consistía en acompañarla a cerrar las transacciones de objetos extraños que adquirían sus misteriosos jefes, no podría haber nada entre ellos. Él tenía que arreglárselas para convencer a aquella mujer de que su sitio estaba junto a él. Y, con un peligro que los acechaba y que era incluso más grande e intenso que el fuego que ardía entre ellos, su viaje iba a ser inolvidable… «Nadie escribe sobre héroes como Lori Foster. Ni tampoco sobre relaciones llenas de atracción y de romanticismo». Jill Shalvis, autora superventas de The New York Times.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 398

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2019 Lori Foster

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Un viaje inolvidable, n.º 264 - octubre 2022

Título original: Slow Ride

Publicada originalmente por HQN™ Books

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S. A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-881-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Si te ha gustado este libro…

Dedicatoria

 

 

 

 

 

Para Allen, mi alocado, maravilloso e hilarante marido desde hace más de cuarenta años.

No sé cómo lo consigues, pero haces que cada año sea más feliz, más fácil, más seguro y más equilibrado que el anterior. Tal vez no seas perfecto, pero, para mí, sí lo eres… porque yo también soy imperfecta. De hecho, creo que nuestros defectos se complementan.

También estoy muy contenta de que te cambiaras de clase de Historia el tercer día del segundo curso en el instituto, y doblemente agradecida a mi madre por convencerme de que te llamara. ¡Es la mejor decisión que he tomado en la vida!

¡Por otros cuarenta años!

Te quiero mucho, muchísimo.

 

Loretta

 

(Queridos lectores, los que no sabíais que mi nombre de pila es Loretta, aunque siempre me han llamado Lori, probablemente no habéis oído nunca a mi marido hablar conmigo. Visitad mi página de Facebook alguna vez para ver sus divertidos «Hola, Loretta»: www.facebook.com/lorifoster).

 

 

 

 

 

Querido lector:

 

Se sabe que los hermanos pueden parecerse mucho, pero, también… ser muy diferentes; y eso es lo que les ocurre a Jack y a Brodie. Conociste a los hermanos en Amor sin freno, el primer libro de la serie Road to Love, también conocido como el libro de Brodie. Los dos libros son independientes el uno del otro, prometido, pero en el primer libro uno ve que Brodie es desenvuelto, fuerte, puro músculo, mientras que Jack es un poco más refinado.

¿O no?

En Un viaje inolvidable se comprueba que sí, que el estilo de Jack es distinto al de su hermano, que tiene una actitud más calmada y cortés. Es decir, hasta que conoce a Ron, Ronnie, Veronica, una mujer completamente independiente que lo desconcierta y lo altera, una mujer que lo desea sexualmente pero que, en lo demás, no necesita su ayuda, muchas gracias.

Para un hombre como Jack, que tiene un sentimiento de protección innato y es un caballero, Ronnie no solo es un reto. Ella lo atrae, le causa intriga y se gana su respeto inmediatamente, además de robarle el corazón sin, tan siquiera, proponérselo.

Todavía están caminando a tientas por aquella nueva relación cuando surgen amenazas y se revela la naturaleza más básica de cada uno de ellos.

Es una delicia para mí escribir esta serie, con todos sus personajes nuevos y un entorno para explorar. ¡Espero que vosotros también disfrutéis leyéndola! Por favor, contádmelo.

¡Feliz lectura!

 

Lori Foster

 

www.lorifoster.com

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Si hubiera sabido que estaban celebrando una fiesta de cumpleaños en el local, Ronnie nunca habría entrado en Freddie’s, aquel bar de Red Oaks, en Ohio. Pero, vaya, necesitaba distraerse, y parecía que era lo único que estaba disponible.

Desde su taburete, levantó su cerveza para corresponder al ruidoso brindis que había hecho un hombre con un mono de trabajo polvoriento. Algo sobre el chico del cumpleaños, que iba a donar el maíz necesario para un festival que se acercaba. No estaba segura. Los detalles de los pueblos pequeños se le escapaban.

Y aquel pueblo era más pequeño que la mayoría de los pueblos.

La calle principal empezaba con granjas que iban mezclándose con casitas bien cuidadas y locales comerciales, y acababa, bruscamente, en Freddie’s.

Esperaba no tener que estar mucho tiempo allí. Sus jefes habían decidido hacía poco tiempo que ella necesitaba una empresa de transporte que ayudara a adquirir sus compras. Aunque ella era muy capaz de hacerlo sola.

Peor aún, seguro que el hombre a quien querían que contratase era un niñato pijo y trajeado con el que ella no querría tener nada que ver. Al día siguiente presentaría su oferta, tal y como le habían pedido, pero, con suerte, él la rechazaría y ella podría volver a su trabajo.

Sola.

Hasta ese momento, tenía que liberarse un poco de la tensión o, por lo menos, distraerse. De ahí su visita a aquel bar.

–Vamos, pasa –gritó alguien–. ¡Todavía hay mucho sitio!

Ronnie miró al recién llegado y se entusiasmó. Vaya, vaya, vaya.

Aquel cliente del bar medía más de un metro ochenta. Tenía el pelo castaño claro y los ojos oscuros, con las pestañas muy espesas. Llevaba una camiseta manchada de pintura de dos colores diferentes y unos pantalones vaqueros desgastados.

«Hola, distracción».

Aunque había pensado que con una cerveza podría relajarse un poco, tal vez hubiese una manera mejor para poder conciliar el sueño aquella noche.

Giró el taburete para ponerse de cara a él y sonrió. Aquello era lo que necesitaba. Él era lo que necesitaba. Se le aceleró el corazón al pensar en las posibilidades.

Lo miró de arriba abajo, deteniéndose en los lugares más seductores.

Hombros rectos.

Cintura delgada.

Bíceps deliciosos.

Estómago plano, caderas estrechas y… un bulto agradable en los pantalones vaqueros. Vaya.

Sintió una descarga de calor en el organismo. Sí, era su tipo: un hombre curtido, duro. Aquel encajaba a la perfección en sus gustos.

Le miró la mano y se fijó en que no llevaba alianza; aunque había muchos hombres que no la llevaban. Ella nunca nunca se relacionaba, ni siquiera para una sola noche, con hombres que ya tuvieran una relación.

Bien. ¿Cómo proceder?

Al mirarlo de nuevo a la cara, se dio cuenta de que él también la estaba mirando a ella, con una ligera sonrisa, muy sexi.

Espléndido. Había atracción mutua.

Ronnie apartó la vista, se giró de nuevo y apoyó los antebrazos en la barra. Notó que él se acercaba despreocupadamente.

–¿Tomando una copa sola?

«Umm… qué voz más grave». Hasta el momento, todo le gustaba.

Él se mantuvo a una distancia prudencial, sin invadir su espacio, pero dejando claro que estaba interesado.

Ella pasó el dedo por el cuello de su botella de cerveza y lo miró.

–No, si bebes conmigo.

Aquella invitación llenó de calidez sus ojos castaños. Se sentó a su lado y giró un poco el taburete, de modo que su muslo rozara el de ella.

Y, con aquel ligero toque, ella sintió excitación. Cuando él pidió una Coca-Cola y un sándwich, ella observó su perfil. Tenía una nariz muy masculina, la boca sensual, la mandíbula fuerte y los pómulos altos. Ah, y aquellos ojos oscuros y las pestañas espesas…

Él la miró.

–¿Has cenado?

Ella alzó la cerveza.

–He ido directamente al postre.

Ella no solía beber alcohol, pero él no podía saberlo. Que pensara lo que quisiera. No le importaba.

–¿Eres nueva en la zona? –le preguntó él.

–Estoy de paso –respondió ella.

Iba a conseguir que fuera cierto, pero ¿y si él era del pueblo? Si el pijo aceptaba el trabajo en la entrevista del día siguiente, ella iba a tener que pasar muchas veces por allí, así que no debería complicar las cosas con ningún vecino. Tomó un poco de cerveza mientras pensaba cómo iba a preguntárselo.

–¿Trabajas por aquí de pintor?

Él sonrió un poco más.

–No.

–Ah, entonces, eres de otro sitio –dijo ella, con alivio–. Me alegro.

–¿Por qué te alegras?

Ronnie movió la mano de un modo impreciso.

–No quiero empezar nada con nadie de por aquí.

Él arqueó una ceja.

–¿Pero quieres empezar algo conmigo? –le preguntó, mirándola directamente a los ojos.

Le gustó aquella muestra de seguridad en sí mismo, su forma atrevida de preguntárselo, y cómo le sostenía la mirada. ¿Para qué iba a andarse con rodeos? Ya se estaba haciendo tarde, y la cerveza no le estaba sirviendo de nada. Le asustaba la idea de dormir sola. Eso le ocurría todas las noches, pero, algunas veces, como en aquella ocasión, era peor.

Aquella noche estaba obsesionada por los recuerdos. Y eran recuerdos horribles. Luchaba contra ellos lo mejor que podía, pero a veces conseguían invadirle la mente. Y el hecho de tener compañía, además de alguna actividad extra, le facilitaría el hecho de lidiar con ellos.

Así que se giró y deslizó su rodilla por el interior de la de él, y dijo:

–Sí. ¿Algo que pudiera durar esta noche? Solo esta noche. ¿Qué te parece?

Él la miró de la cabeza a los pies. Se fijó en su pelo rubio y corto, en la parte delantera de su jersey, donde sus pechos nada espectaculares no impresionarían a nadie, pasando por su cintura y sus piernas, hasta sus botas. Aquellos ojos oscuros y pecaminosos volvieron a su rostro.

–Hay un hotel a pocos kilómetros de aquí.

Ella lo sabía porque se alojaba allí.

–Perfecto –dijo.

Inclinó la botella de cerveza, la apuró y comenzó a ponerse en pie.

Él sonrió.

–¿Te importaría que cenara primero? He tenido un día muy largo.

Vaya. Vaya, demonios. ¿Ella estaba dispuesta a salir corriendo por la puerta, pero él quería comer antes?

Ronnie volvió a sentarse en el taburete, apoyó los codos en la barra, tras ella, y esperó mientras le servían un sándwich y unas patatas fritas.

–¿Por qué no lo pides para llevar? –le sugirió ella–. Quizá pudieras comer de camino.

A modo de respuesta, él le dio un buen mordisco al sándwich.

Vaya idiota. ¿De veras necesitaba tanto la distracción?

Sintió una punzada de dolor en el corazón al reconocer que sí, que, tristemente, la necesitaba.

Cruzó las piernas y comenzó a balancear un pie.

–Si tengo que esperar, más vale que merezcas la pena.

Él, con displicencia, asintió.

–Haré lo que pueda.

Ronnie suspiró de frustración. Tenía la sensación de que lo que él pudiera iba a ser algo muy bueno.

 

 

Jack no recordaba cuándo había sido la última vez que se había sentido tan atraído por una mujer… o cuándo se había divertido tanto tomándole el pelo. Aquella belleza menuda que estaba a su lado echaba humo por las orejas, pero lo deseaba.

Eso era un buen estímulo para su ego.

Y no estaba en su mejor momento, además. Aunque se había tomado un día libre de la oficina, había estado trabajando todo el día en el jardín, había hecho un par de arreglos en el tejado y había pintado dos habitaciones. Como tenía tanta hambre, había ido a Freddie’s sin ducharse, sin afeitarse, sin cambiarse de ropa. No era su estilo.

A juzgar por el estilo de ella, aquel aspecto que tenía de haber estado trabajando todo el día en una clínica de rehabilitación debía de gustarle. Volvió a mirarla y tuvo que hacer un esfuerzo por no tragarse toda la comida de golpe. Las mujeres menudas no solían gustarle, pero aquella sí le gustaba, por el amor de Dios.

Tenía el pelo rubio platino, corto por la parte de atrás, pero más largo por delante. Sus ojos eran de color gris claro y los llevaba pintados con kohl. Era muy sexi.

Llevaba un jersey azul claro, no demasiado ceñido, no tanto como los pantalones, que le marcaban el trasero y las larguísimas piernas. Para ser una mujer tan pequeña, sus proporciones eran perfectas.

Y lo deseaba.

Para aquella noche.

No era de aquella zona y, seguramente, no volvería por allí. Eso le resultaba un poco decepcionante, porque le daba la impresión de que iba a disfrutar con ella. Mucho.

De repente, ella le preguntó:

–No tienes ninguna relación, ¿no?

–¿Te refieres a una relación sentimental? –le preguntó él, y dio otro enorme mordisco al bocadillo. Freddie’s servía unos sándwiches impresionantes.

–Sentimental, sexual, lo que sea. No quiero meterme en el terreno de otra persona.

Él tragó.

–No tengo ningún tipo de relación con nadie. ¿Y tú? –le preguntó, porque tampoco quería perjudicar a otro.

–Libre como el viento –respondió ella, y se puso a juguetear, nerviosamente, con el pendiente de aro que llevaba en la oreja derecha. En la izquierda llevaba un brillante. En la mano izquierda llevaba varios anillos de plata, así como en el dedo pulgar de la mano derecha.

Fascinante.

Jack la miró mientras ella, a su vez, observaba el movimiento de la fiesta que había en el bar. Tenía una piel preciosa, suave y natural, a pesar de lo marcado que era el maquillaje de sus ojos. Tenía las cejas castaño claro, aunque no hacía falta verlas para darse cuenta de que se había decolorado el pelo. En conjunto, parecía segura de sí misma, muy particular y sexi.

Le gustaba.

–¿Cómo te llamas?

Al instante, ella hizo un gesto negativo con la cabeza.

–Nada de nombres –le dijo, y frunció el ceño–. Date prisa.

–¿Por qué?

Ella alzó la barbilla y lo fulminó con la mirada.

–Mira, si no estás interesado…

–Sí estoy interesado –dijo Jack, encogiéndose de hombros–. Pero también tengo hambre, porque he estado trabajando todo el día. ¿Qué daño van a hacer cinco minutos más?

–Está bien –dijo ella, y se bajó del taburete.

Por un segundo, Jack pensó que iba a marcharse, y tuvo que contenerse para no tomarla del brazo e intentar convencerla de que se quedara, pero…

¿Desde cuándo tenía él que convencer a una mujer? Hacía años que no…

Sin embargo, ella empezó a rebuscar algunas monedas cambiadas en el bolsillo del pantalón, y él se relajó un poco. Pero empezó a comer más rápido.

–¿Funciona la jukebox?

Jack asintió y tragó.

–Pero es todo música country.

–Claro, era de esperar –dijo ella.

Se abrió paso entre el gentío y llegó a la vieja máquina de discos, estudió las canciones, metió el cambio en la ranura y sonrió al oír la música.

Jack observó su cuerpo mientras ella volvía, y su forma grácil de moverse. A pesar de que estaba rodeada de gente, no tocó a nadie, ni siquiera rozó un brazo. El jersey le llegaba justo a la cintura del pantalón y, en un par de ocasiones, él consiguió verle la piel suave y pálida del abdomen.

Al cuerno la comida. Ya había tenido suficiente.

Se puso de pie, dejó el dinero en la barra y la esperó. Justo antes de que ella llegara, alguien le dijo:

–Eh, Jack, la casa está muy bonita.

Él dio las gracias sin saber quién había hablado. Allí todo el mundo lo conocía, conocían a su hermano y a su madre, y todos eran amigos.

Ella se detuvo con los ojos entrecerrados.

–¿Te llamas Jack?

–Sí, Jack Crews. ¿Te apetece decirme cómo te llamas tú?

Ella se puso de puntillas para mirarlo a la cara, y lo fulminó con los ojos.

–Se supone que tienes que ser un pijo.

–¿Eh? –preguntó él. Desde tan cerca, percibió un ligero perfume de flores, algo que contrastaba con su imagen dura.

–¡Sí! –exclamó ella, señalándolo–. No se suponía que ibas a ser un tipo curtido y duro.

Jack no tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo, así que flexionó los brazos y apoyó la espalda en la barra del bar.

–¿Va contra las normas que sea todo eso?

–Gracias por nada –dijo ella, apretando los dientes. Se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta.

¿Qué demonios? Jack la siguió hasta la calle.

–¿Dónde vas?

–Al hotel.

Entonces, ¿todavía seguía en pie su ofrecimiento? Con inseguridad, dijo:

–Tengo coche.

–Yo sola.

Pues sí. Estaba bastante claro.

–Pero…, entonces…, ¿eso es todo? ¿Has cambiado de opinión y no voy a volver a verte?

Ella dijo una palabrota en voz baja.

Jack se inclinó.

–¿Qué?

–Que nos vamos a ver mañana mismo. En tu oficina.

Él seguía sin entenderlo.

–Tenemos una cita a primera hora de la mañana.

–Yo tengo una cita con Ron Ashford.

Ella extendió los brazos.

–Soy yo. Y, si no te importa, me gustaría olvidar todo esto. Lo de esta noche, quiero decir. Que podríamos haber… Bah, olvídalo.

Siguió su camino a grandes zancadas.

Jack sonrió lentamente. ¿Olvidarlo? ¡Y un cuerno!

Y, demonios…, sí que estaba excitado.

 

 

Por supuesto, no había dormido. Fue una de aquellas noches en las que recibía la visita de todos sus demonios y volvía a momentos del pasado que hubiese sido mejor olvidar. Algunas cosas se quedaban grabadas en el cerebro para siempre.

Normalmente, el sexo ayudaba y, además, tenía el beneficio añadido de un cuerpo cálido al que aferrarse. El hecho de no estar sola significaba que no era tan vulnerable, aunque la persona que estuviera con ella fuera un desconocido.

Sin embargo, después de haber conocido a Jack Crews, no le apetecía ir en busca de ningún otro. Seguramente, habría conocido a un hombre agradable. El problema era que Jack había puesto muy alto el listón.

Y, aquella mañana, tenía ojeras, estaba de mal humor y llegaba veinte minutos tarde. Apretó la mandíbula al ver la escalera de piedra que subía hasta las oficinas. Nadie le había dicho que iba a tener que escalar. Movió un puño hacia los escalones y puso un pie en el primero. Alguien tocó un claxon.

Se dio la vuelta y vio a un tipo guapísimo en un Mustang rojo. Le estaba sonriendo. Oh, vaya, ojalá lo hubiera conocido la noche anterior…

Él le preguntó, por la ventanilla:

–¿Va a Mustang Transport?

Ronnie asintió.

–¿Quién tuvo la feliz idea de colocarlo allí arriba? ¿Y por qué no hay ninguna señal que lo advierta? ¿Y si yo fuera una anciana o tuviera alguna discapacidad física?

Él sonrió aún más. Tenía una sonrisa letal, que la excitó casi tanto como la de Jack.

–Si sigue conduciendo por esa curva, hacia arriba, verá una carretera que la lleva directamente hasta la puerta.

Ella se puso las manos en las caderas.

–Pues creo que estaría muy bien poner una señal.

–Sí, mi mujer opina lo mismo.

¿Su mujer? Aj. Ronnie bajó las manos.

–Pues tiene razón. Gracias por el consejo.

Ronnie fue hacia su Chevy, que, comparado con el Mustang, era muy soso.

–Puedo llevarla –dijo él–. Yo también voy a la oficina.

Ella se quedó pensándolo un instante. «Conduce un Mustang y va a Mustang Transport».

Vaya, vaya.

Dio un resoplido y se giró hacia él.

–Es usted el hermano, ¿verdad?

Él sonrió.

–Culpable.

«Seguro que sí lo eres». Miró su Chevy y después el Mustang.

–Si voy con usted…

–Le enseñaré dónde tiene que ir y la traeré de nuevo aquí cuando quiera. No es para tanto.

Entonces, él la sorprendió, porque bajó de su coche, lo rodeó y le abrió la puerta del copiloto.

Dando por supuesto que iba a hacer lo que le había sugerido.

Y… ¿por qué no? Ronnie dio un paso hacia delante, pero se detuvo al ver un perro gigante sentado en el asiento trasero, mirándola.

–Eh…

–Howler es muy bueno.

Como el perro ya tenía la lengua fuera, como si estuviera anticipándose al lametón que le iba a dar, ella lo creyó.

–Me encantan los animales –dijo, y se sentó en el asiento del coche.

Después, se dio la vuelta para acariciarlo.

El perro movió la cola con tanta fuerza que golpeó el respaldo del asiento como si fuera un tambor.

Ronnie se echó a reír.

–Vaya, pues sí que eres encantador –le dijo, mientras le acariciaba la cabeza y las orejas–. ¿Me está sonriendo?

El hermano se sentó al volante.

–Probablemente. A propósito, me llamo Brodie –dijo, mientras metía la primera marcha y avanzaba.

–El hermano de Jack.

–¿Conoce a Jack?

–No, pero tengo una reunión con él ahora.

–¿Es usted Ron Ashford?

–Culpable –dijo ella, burlonamente–. Ronnie para los amigos.

–¿Y por qué en la agenda dice «Ron»?

Ella se encogió de hombros.

–Utilizo «Ron» para el trabajo, para que los tipos no se crean que están en ventaja solo porque soy una mujer. Pero, en general, me llaman Ronnie.

–Nada de Veronica, ¿eh?

–Bueno, Veronica es mi nombre de pila.

–Ah. ¿Solo lo usa la familia?

Ella asintió con rigidez. La familia… y los periodistas.

Él sonrió.

–Jack se va a quedar sorprendido.

No, porque la había conocido la noche anterior, pero Ronnie no dijo nada al respecto. Él ya había tomado la curva, y condujo por un camino que rodeaba el edificio. A un lado se veía un circuito y, más allá, un bosque. La ubicación del negocio, en lo alto de aquella colina, le proporcionaba vistas del pueblo y, al mismo tiempo, garantizaba la privacidad.

A Ronnie le gustó. Al menos a la luz del día; de noche, seguramente era un lugar oscuro, aislado y espeluznante.

–Ya hemos llegado –dijo Brodie, y detuvo el coche delante de la puerta. Apagó el motor–. Llego tarde, así que supongo que tú también.

–¿Has tenido una mañana difícil? –le preguntó ella.

–Más bien, una noche movidita. Aunque no tengo queja –respondió él, con una sonrisa elocuente–. ¿Y tú?

–Yo tampoco he dormido mucho, pero no por los mismos motivos.

–Ah, es una pena –dijo él–. Como ha sido por otra causa…, ¿puedo ayudarte en algo?

Ella estuvo a punto de atragantarse. «Si no estuvieras casado, sí, podrías ayudarme». Aunque, en realidad, no, no podría; era el hermano de Jack, y trabajaba en la misma empresa.

Él arqueó las cejas.

–¿Ese silencio significa sí o no?

–Significa que no, pero gracias.

Él asintió y no preguntó nada más.

–Dentro habrá café preparado –dijo, como si con eso todo pudiera mejorar.

Se bajó del coche y lo rodeó para abrirle la puerta. ¿Para hacerlo todo de un modo caballeroso? Ronnie acarició al perro por última vez y salió por sí misma. No quería empezar aquella reunión al estilo damisela en apuros.

Brodie no hizo ningún comentario. Desató al perro para que pudiera salir. Howler estiró sus largas patas al llegar al suelo.

–¿Cómo es posible que quepa ahí detrás? –preguntó ella, observando el asiento.

A cierta distancia, se oyó una voz grave que decía:

–A él le parece acogedor.

Ronnie se irguió y miró hacia la oficina. Allí estaba Jack, cruzado de brazos, con un hombro apoyado en la puerta de cristal, mirándola con sus ojos oscuros.

Llevaba unos pantalones de pinzas negros y una camisa de rayas, un atuendo más formal que el del día anterior, aunque iba remangado hasta los codos. Estaba recién afeitado y tenía un aspecto fresco y, aunque la brisa le revolvía un poco el pelo, iba bien arreglado.

Que Dios la ayudara. Estaba aún mejor que la noche anterior.

Ronnie rodeó el coche y se dirigió hacia él.

–Siento llegar tarde. No sabía que tenía que pasar por delante de la señal para entrar.

–Veo que has conocido a Brodie.

Brodie se acercó a ella y le preguntó a su hermano:

–¿Vosotros dos ya os conocíais?

Ella dijo:

–No.

Él dijo:

–Más o menos.

Ella se sintió alarmada. Entrecerró los ojos y miró a Brodie.

–Nos conocimos ayer, por casualidad. Brevemente.

–¿Ah, sí? ¿Y dónde?

–En Freddie’s –dijo Jack.

–Ah –dijo Brodie, sonriendo–. ¿Me estoy perdiendo algo?

–De hecho…

–No. No te estás perdiendo nada –dijo ella. Después, añadió, con más sequedad–: ¿Vamos a tener la reunión en el patio, entonces?

Jack abrió la puerta con una mano y esperó a que entrase. No le dejó mucho espacio para que pasara y, como a ella le pareció que lo hacía a propósito, se enfadó.

Y que ella se enfadara nunca era positivo. Si se añadía el hecho de que no había dormido y, además, la lujuria que sentía por aquel cuerpo tan divino…

Sonrió forzadamente y dijo:

–Vaya, gracias.

Al pasar, le rozó el cuerpo. Notó que él se quedaba inmóvil y tomaba aire bruscamente. Entonces, el perro la empujó para entrar en la oficina y estuvo a punto de tirarla. Ella se inclinó hacia delante, pero recuperó rápidamente el equilibrio.

–Disculpa –dijo Brodie, en un tono de voz de diversión–. Howler no es precisamente paciente.

Jack permaneció en la puerta, mirándola.

Ronnie le devolvió la mirada, tratando de parecer petulante, para que él no se diera cuenta del efecto que tenía en ella.

–¿Café?

Los dos respondieron afirmativamente a Brodie y, por fin, Jack dio un paso adelante.

–Por aquí –le dijo, mientras abría una puerta interior y esperaba.

–Gracias –respondió ella.

En aquella ocasión, tuvo espacio de sobra para pasar. Por suerte, porque su corazón no iba a poder aguantar tanto.

Él cerró la puerta y se sentó en su escritorio.

–Siéntate, por favor.

–Gracias.

–Hoy tienes el pelo diferente –comentó él.

Pues sí. Como no había dormido apenas, no tenía la suficiente motivación como para arreglárselo, y se había limitado a peinárselo con los dedos y dejar que se le secara al aire. Así pues, lo tenía a capas hacia un lado.

–Siempre tengo el pelo diferente, dependiendo de mi humor.

Él se inclinó hacia delante y flexionó los brazos sobre el escritorio.

–Parece que estás cansada.

–No, en absoluto –dijo ella, mintiendo de manera convincente–. He dormido muy bien.

Él la observó con su mirada sensual, desde el jersey negro, hasta los pantalones vaqueros y las botas.

Después, la miró a los ojos y dijo, con un gruñido suave:

–Yo no.

Ella se derritió. ¿Se había quedado despierto pensando en ella y en lo que podrían haber hecho?

A ella le había ocurrido eso mismo.

Brodie abrió la puerta con un hombro. Llevaba tres tazas de café en las manos.

–Howler ya ha comido y está durmiendo, así que tenemos unos minutos –explicó, deletreando la palabra «comido».

Jack le quitó dos tazas y le entregó una de ellas a Ronnie.

–¿Leche y azúcar?

–No, gracias, lo tomo solo –dijo, y miró a Brodie–. ¿Por qué has deletreado «comido»?

–Porque Howler está muy atento a todo lo que tiene que ver con ce, o, eme, e, erre. Y oye muy bien –explicó Brodie, y suspiró–. Por lo menos, el café no le gusta.

–Ummm… –murmuró Ronnie, que no sabía si le estaba tomando el pelo–. Así que si yo mencionara, por ejemplo, un bocadillo…

–No.

Se oyeron unas garras arañando el suelo y el perro apareció un instante después, con las orejas levantadas y la mirada alerta, observándolos a todos con expectación.

Jack exhaló un suspiro, abrió un cajón y sacó un premio para perros. Lo lanzó por encima de la cabeza de Ronnie, hacia el pasillo, pero Howler se movió tan rápidamente que lo cazó en el aire.

Brodie le dijo a Jack:

–Vaya, parece que es de las que lo tienen que comprobar todo, ¿eh?

Y Jack, como si supiera de qué tipo de persona era ella, respondió:

–Eso parece.

Ronnie se había quedado desconcertada por lo rápidamente que había sucedido todo, pero fulminó con la mirada a los hermanos.

–¿Es que no le dais de…?

–Shh –susurró Brodie–. Por supuesto que le damos de ce, o, eme, e, erre. Ya ves que está muy sano. Pero para él nada es suficiente.

–Eso es absurdo.

–Es una larga historia –dijo Jack–. Ya te la contaré en otro momento.

Ella no tenía intención de quedarse con él el tiempo suficiente como para escuchar una historia. Pero, demonios, tenía curiosidad.

–La versión resumida es que era un perro maltratado antes de que Brodie lo adoptara, así que ahora está muy mimado.

–No, solo un poco –dijo Brodie.

Aquello no iba a ser como había pensado. Ella solo quería llegar, dejar claras cuáles eran las condiciones del trabajo, convencer a Jack de que no le convenía y marcharse con el convencimiento de que se había librado de una situación incómoda.

No contaba con que iba a conocer a Jack en otras circunstancias, no con que iba a sentir deseo por él.

Y, por supuesto, ni se había imaginado que aquellos dos hermanos fueran a caerle bien, pero le caían mejor a cada minuto que pasaba.

–Vaya, demonios.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Jack no podía dejar de mirarla. Ni de pensar.

En lo que habría podido suceder la noche anterior si ella no se hubiera enterado de su nombre.

En cómo era su cuerpo debajo de aquella ropa.

En cómo sabrían su boca y su piel…

Estuvo a punto de dar un gruñido. Era como si le hubieran hecho un regalo, pero le hubieran dicho que no podía desenvolverlo, aunque estuviera tan cerca y resultara tan provocativo.

Incluso aunque fuera una mujer tan quisquillosa y malhumorada, la deseaba. Él nunca había sido masoquista; no le gustaban las malas contestaciones ni las pullas. Pero ella le gustaba de todos modos. Le gustaban sus cambios de expresión y su forma de moverse.

Jack carraspeó y le preguntó:

–¿Ocurre algo?

–No –respondió ella. Entonces, sacó un papel de su bolso–. Estas son las especificaciones del trabajo –dijo, mientras le ofrecía el documento por encima de la mesa–. Mis jefes piensan que necesito que alguien me acompañe a hacer las recogidas. Pero yo no.

–¿Y por qué piensan eso? –preguntó Brodie.

Ella movió una mano en el aire, como si no tuviera importancia.

–Por unos cuantos malentendidos durante los intercambios.

–¿Como por ejemplo? –preguntó Brodie.

–Diferentes cosas.

Jack frunció el ceño.

–¿Podrías especificar, por favor?

Ella miró al cielo con resignación, exageradamente, y dijo:

–Hubo un… incidente, hace poco. El vendedor tenía más de un comprador interesado, pero yo fui la primera que llegó.

–¿Y? –preguntó Brodie.

–Y adelanté a ese idiota. Fin de la historia.

–¿Qué significa que lo adelantaste? –preguntó Jack.

–Con el coche –dijo ella, con un resoplido–. Lo importante es que lo resolví. Pero, ahora, mis jefes tienen la equivocada idea de que el trabajo necesita a alguien con más dureza que yo. Y no es verdad. Pagan bien, pero no te gustaría. Si quieres, puedo decirles que no has aceptado la oferta.

Jack se quedó mirándola fijamente, analizando su discurso para seleccionar las partes relevantes.

Brodie, que estaba igualmente interesado, apuró el café. Dejó la taza en el escritorio y movió un dedo en el aire.

–Un momento, ¿tienes más de un jefe?

–Son gemelos. Excéntricos. Góticos –dijo ella, con frustración–. Coleccionan rarezas –explicó, con todo el dramatismo que pudo, para ver si los asustaba.

Sin embargo, Jack se fijó en otros detalles, como su forma de agarrarse a los brazos de la silla, con tanta fuerza, que se le pusieron blancos los nudillos. Y en el hecho de que se le había acelerado el pulso en el cuello.

¿Por qué no querría que trabajaran juntos, si ya había dejado claro que se sentía atraída por él? Le daba la impresión de que era aprensiva. En cuanto a él. En cuanto a las complicaciones.

O más cosas aún.

Que Brodie consiguiera respuestas. Él se apoyó en el respaldo de su butaca y leyó la oferta. Al ver lo buena que era la oferta de la tarifa por horas, estuvo a punto de soltar un silbido. Muy buena.

–He hecho trabajos de transporte de objetos singulares –dijo Brodie–. Artículos relacionados con asesinatos, para ser más exactos.

–¿Con asesinatos? –preguntó ella, con sorpresa.

–Un asunto desagradable.

–Sí, eso parece –respondió ella–. Pues esto sería algo parecido. De hecho, a veces es peligroso.

Jack alzó la vista, y sus miradas se encontraron.

Ella apretó los dientes.

–Por supuesto, yo estoy completamente familiarizada y no necesito ayuda, pero ellos…

–¿Ellos? ¿Te refieres a tus jefes gemelos y góticos? –preguntó Brodie, sin perder el buen humor.

Ella los había descrito de un modo humorístico. Jack se imaginaba a dos tipos idénticos, muy delgados, vestidos de negro de pies a cabeza y con los ojos pintados, admirando a una rana preñada o algo por el estilo.

Ronnie se puso en pie, posó ambas manos en el escritorio y se inclinó hacia Jack.

–Rechaza la oferta y me marcho.

Él miró su boca sin poder evitarlo, e inhaló su olor femenino y fresco, como a champú de limón.

Con esfuerzo, controló la lujuria que sentía, ignoró sus palabras y le entregó el documento a Brodie.

Ella dio un resoplido, se cruzó de brazos y lo apuñaló con la mirada.

Jack volvió a recostarse, tranquilamente, en el respaldo de su asiento.

–Bueno, entonces, tus jefes quieren a una tipa y a un tipo duros para este trabajo.

–Eso es lo que han dicho ellos, no yo.

–¿Ellos consideran que tienes la suficiente mala leche?

Jack esperó a que hubiera una explosión por aquella pregunta de Brodie, pero no fue así. Parecía que Ronnie reservaba su mal humor para él.

–Drake y Drew saben que soy perfectamente capaz de resolver los problemas que surjan.

–Pero, sin embargo… –dijo Brodie, mirándola–. Aquí estás.

En su semblante apareció brevemente una expresión de dolor, y Jack sintió una opresión en el pecho. Se levantó y se apoyó con la cadera en el borde del escritorio. Con delicadeza, porque se dio cuenta de que aquello era importante para ella, le preguntó:

–¿Podrías darme un ejemplo de las cosas que suceden?

Ella se encogió de hombros.

–La gente intenta zafarse después de haber cobrado y no entregar los objetos.

–A eso ya nos hemos enfrentado –dijo Brodie, y volvió a mirar la oferta o, por lo menos, a fingir que la releía. Era solo una hoja, no una enciclopedia. Ni su hermano ni él eran insensibles a la consternación de los demás, así que, seguramente, Brodie había visto lo mismo que él: beligerancia para ocultar la inseguridad y determinación para dominar el miedo. Fuerza, pero también vulnerabilidad.

Pero, al contrario que Brodie, que ya estaba casado, su atención iba más allá de la curiosidad y la compasión. La deseaba, e iba a encontrar la mejor manera de que ocurriera algo entre ellos.

Ella alzó la barbilla.

–Una vez me dispararon.

–A mí también –dijo Brodie.

Jack estuvo a punto de echarse a reír. Ronnie estaba haciendo lo posible porque rechazaran la oferta, pero no sabía que Brodie tenía mucha calma ante el peligro, ni que con tantos esfuerzos solo conseguía aumentar el interés de su hermano.

Ella apretó los labios mientras pensaba en qué pasos debía seguir.

Aquella cara de concentración le pareció divertida. Hasta que ella le dijo a Brodie:

–Bueno, claro que tú puedes hacer el trabajo, pero estás muy ocupado, así que la oferta es para Jack.

Brodie alzó la vista con sorpresa, y se le escapó una carcajada.

Jack, por su parte, apretó los dientes para controlar su exasperación.

–¿Qué es lo que te hace tanta gracia? –le preguntó ella, entrecerrando los ojos.

–¿Es que crees que Jack no es capaz de hacer este trabajo? –le preguntó Brodie, sin dejar de reírse–. Que no te engañe. Jack es letal cuando hace falta.

Por el amor de Dios…

–Lo que quiere decir mi hermano es que no voy a salir corriendo por la amenaza de un acto violento, tal y como parece que piensas tú.

–No es exactamente lo que yo quiero decir, pero vale –replicó Brodie, y puso el papel de la oferta sobre el escritorio–. Por mi parte, creo que deberíamos aceptar el trabajo. Está bien pagado, y las condiciones son razonables –dijo, y miró a Ronnie–. Puede que la compañía sea un poco complicada, pero me imagino que podrás…

Jack le dio un empujón que estuvo a punto de tirarlo de la silla.

–Disculpa a Brodie. Es idiota.

No parecía que Ronnie estuviera escuchando nada de lo que decían. Su decepción era patente.

–¿Vas a aceptar la oferta?

–Lo estoy pensando.

–Y ¿cuál es el factor decisivo? ¿Qué haría falta para que dijeras que no?

Él no estaba acostumbrado a que las mujeres lo rechazaran de aquel modo. Y menos la mañana siguiente de haber recibido una proposición por su parte.

Al mirar sus ojos grises, tan increíbles, se preguntó cómo serían sin el maquillaje. Si le quitara la ropa y la despojara de todas las capas de protección, y le proporcionara placer hasta que solo quedara una mujer desnuda y cálida…, ¿le resultaría igual de atractiva?

Tenía la impresión de que más aún.

Se irguió y dijo:

–Quiero hacer una prueba.

Ronnie lo miró con desconfianza.

–¿Qué significa eso?

–Elige un trabajo y lo haremos juntos –dijo él–. Para ver qué tal encajamos.

Brodie se atragantó, pero Jack lo ignoró y no apartó la mirada de Ronnie. A ella se le abrieron las ventanas de la nariz y le temblaron los labios.

–Está bien –dijo, haciendo un aspaviento con los brazos–. ¿Solo eso?

No, ni por asomo.

–Quiero conocer a tus jefes –respondió él.

Había algo que le preocupaba, como si aquellos hombres góticos fueran la causa de…

Ella se puso rígida.

–Tu contacto con ellos sería a través de mí.

–Ellos serían mis jefes, así que quiero conocerlos –dijo, y le tendió la mano–. ¿Trato hecho?

Ella se quedó mirándolo unos segundos, como si estuviera evaluando la situación. Al final, dijo:

–¿Estás libre para hacer un trabajo hoy?

No lo estaba, pero podía cambiar su horario.

Ella sonrió triunfalmente, y se le formó un hoyuelo en la mejilla.

–Trato hecho –dijo–. Nos vamos dentro de media hora.

 

 

Ronnie hizo lo posible por no vanagloriarse de su nuevo plan. El señor sexi iba a cambiar de opinión en cuanto a aceptar el trabajo. E iba a hacerlo aquel mismo día, porque, si ella tenía que verlo más veces, iba a claudicar ante el volcán que estaba formándose dentro de su cuerpo.

Lo deseaba. Ahora que había visto dos facetas suyas, al trabajador y al empresario, era aún peor. Le gustaba cómo era con su hermano y con Howler. Le gustaba mantener conversaciones cortantes con él y que él no perdiera la calma y le hablara de un modo razonable. Casi casi se alegraba de que todavía no hubiera rechazado el trabajo.

Y lo que más la afectaba era cómo la miraba, como si realmente la viera tal y como era en realidad, y no solo viera lo que ella presentaba ante el mundo. Era como si pudiera ver su pasado y entenderla. Eso le daba miedo, pero, al mismo tiempo, le resultaba muy atrayente.

Tenía la sensación de que, en la cama, Jack estaría a la altura. Aunque fuera elegante y cortés, en la cama sería un hombre básico.

A pesar del calor que hacía en el coche, se estremeció.

–¿Tienes frío?

–No, estoy bien.

Iba sentada a su lado en su Mustang amarillo, y la situación era un tormento. Estaban tan cerca, que podía sentir su calor y percibir su delicioso olor. Para no dar un gruñido, repitió innecesariamente las indicaciones para llegar a su destino. Estaba deseando ver cómo iba a gestionar las cosas, y ver lo rápidamente que iba a rechazar, por fin, el trabajo.

Si lo hacía.

Sí, tenía que rechazarlo.

Entonces, ¿por qué estaba pensando ella que no estaría tan mal que trabajaran juntos?

«Porque estás pensando con la mitad inferior del cerebro, por eso».

Su cuerpo estaba haciendo lo imposible por conseguir que ella cambiara de opinión.

Traidor.

Jack la miraba cada treinta segundos, y ella casi se había acostumbrado. Cualquier mujer podría acostumbrarse a ir sentada a su lado, expuesta a su testosterona.

Después de otra mirada, y de una sonrisita, él le preguntó:

–¿No quieres contarme nada del sitio al que vamos y del objeto que tenemos que recoger?

No, no quería. Sin embargo, él había sido muy agradable y había cumplido sus órdenes sin protestar, así que le debía unos cuantos detalles.

–Vamos a ver a una vendedora conocida a su bar. Será pan comido.

Para ella al menos. Para él, no tanto.

–¿Es una mujer la persona a la que vamos a conocer?

No era cualquier mujer, sino Marge. Ronnie sonrió.

–Sí, ¿por qué?

–Pensaba que ibas a elegir a alguien difícil. Alguien que diera problemas.

–¿Es que piensas que las mujeres no dan problemas?

–Claro que sí, pero, a menos que sea una bestia, me imagino que tú te las arreglarías bien con ella.

Ronnie no quiso dejarse ablandar por aquella muestra de confianza en su capacidad. Era agradable que alguien la respetara basándose en lo que ella había dicho de sí misma, pero él no la conocía. Aunque ella hubiera fanfarroneado un poco, él no la había visto en acción.

A menos que contaran sus ataques de ira.

Suspiró y trató de concentrarse. Se estaba jugando su futuro. Si él no se retiraba, intentaría tomar el control de su trabajo, y no estaba dispuesta a que otro hombre tuviera poder sobre ella.

–Ah, así que querías que te pusiera delante de un loco, ¿eh? A lo mejor, ¿de un tipo con experiencia en peleas y una mirada letal?

Jack se echó a reír.

–Lo dices con deleite, como si estuvieras deseando que me dieran una buena tunda.

Pues no. Le encantaba su cara, y no quería que nadie se la dañara.

–Sé que tu hermano se las arregla muy bien. Los gemelos os investigaron a los dos antes de mandarme a hacer este recado tan inútil. Sé que Brodie se encontró con muchos problemas cuando estuvo trabajando para Therman Ritter.

También sabía que Brodie trabajaba exclusivamente para Ritter y, por eso, el único disponible era Jack.

Una pena, ya que Brodie era perfecto para el trabajo y entre ellos no había ninguna química que pudiera embarullarla a la hora de tomar decisiones. Pero eso no tenía importancia, porque no necesitaba a ninguno de los dos hermanos, ni a nadie, para hacer su trabajo. Al final, se lo demostraría a todo el mundo, incluida ella misma.

–Es de dominio público –dijo Jack–. No es ningún secreto.

–Pero ¿y tú? Tu hermano te ha puesto por las nubes, pero eso es lo que hacen los hermanos generalmente, ¿no?

Por lo menos, eso era lo que había oído decir. Ella solo tenía una hermana, y no podía imaginarse a Skylar haciéndole un verdadero cumplido.

Jack no mordió el anzuelo. No se molestó, sino que sonrió de un modo que multiplicó su atractivo sexual.

–Si tú no hubieras sido ya lo suficientemente hostil, él habría enumerado todas las veces que me han puesto el ojo morado desde la escuela primaria.

–No he sido hostil.

–Lo dices en broma, ¿no?

–Sí, claro, así que tu hermano mayor tuvo que salir en tu defensa, ¿no? ¿Siempre hace eso? ¿Es tu protector?

–Por supuesto –dijo él, sin dejarse amedrentar por lo desagradable de su tono–. Para eso es mi hermano mayor. Y deberías saber que los pequeños somos iguales. Yo también he defendido a Brodie en más de una ocasión.

No, no, no estaba sintiendo envidia. ¿Qué le importaba a ella que tuviera una buena relación con su hermano? Ella no la tenía, pero, solo porque nunca se hubiera llevado bien con su hermana, no iba a…

–Gira aquí –le dijo, aliviada por poder dejar de pensar en sus problemas–. Puedes aparcar junto a la acera, pero no te acerques a las motos. Si alguien les corta la salida, se enfadan mucho.

Jack silbó en voz baja mientras observaba el lugar de mala muerte al que se estaban acercando.

–¿Ese edificio en ruinas es un bar?

–Pues sí.

Ronnie miró el edificio. Las paredes, de un color verdoso, estaban descoloridas y sucias. La parte baja de los muros, por debajo del nivel de las ventanas del primer piso, estaba pintada de rosa oscuro. Los cristales estaban sucios. La puerta de entrada era de metal negro y tenía muchas muescas. El bar estaba abierto para permitir que saliera el humo del tabaco y otros olores desagradables.

No había jukebox, ni música, ni una conversación agradable entre amigos y vecinos. Solo se oía la palabrería de los borrachos.

Había dos hombres en la parte de fuera del bar, y miraron el Mustang con una expresión indescifrable.

Umm… Con las prisas por librarse de él, no había pensado en que alguien pudiera dañar su coche. Era un vehículo tan bonito que, de repente, ella tuvo dudas. No podía hacerle eso a Jack. Él no tenía la culpa de que sus jefes quisieran contratarlo.

Bah. Al cuerno la conciencia.

–Mira, espera aquí –le dijo, mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad–. Yo me ocupo del negocio. Ya pensaremos en otro trabajo que podamos hacer juntos…

Ronnie oyó el ruido de la puerta de Jack al cerrarse, y miró hacia su asiento. Lo vio por el parabrisas, caminando tranquilamente para dar la vuelta al coche.

Los hombres se pusieron más atentos.

¿Qué se creía que estaba haciendo?

Él abrió su puerta.

–¿Lista?

Ella pestañeó y, al segundo, frunció el ceño.

–¿Es que no has oído lo que te he dicho?

–No voy a permitir que entres ahí sin mí –replicó él, en voz baja–. Y tampoco voy a dejarte aquí sentada, tú sola, así que… Vamos.

Ella se enfadó tanto, que olvidó su preocupación. Se inclinó para tomar su bolso del suelo, pero estuvo a punto de volcarlo, lo cual no sería adecuado, porque dentro tenía cosas que no quería que viera Jack. Ni ninguna otra persona.

Se lo colgó en bandolera y miró el coche con cariño, preguntándose si volvería a ver el mismo alguna vez. Después, salió y miró a Jack fijamente para que supiera que ella era la que estaba al mando. No él.

–Después –le dijo, en voz baja–, hablaremos sobre la estúpida idea de que puedes permitirme o no permitirme hacer algo. Pero, hasta ese momento, cállate la boca y deja que sea yo la que hable.

Él estuvo a punto de sonreír.

–Sí, señora –dijo, y le hizo un gesto para que lo precediera.

Aun así, se dio cuenta de que él se colocaba a su lado como si quisiera servir de barra entre ella y los dos merodeadores. También notó que los miraba directamente, con osadía y una expresión de advertencia.

¿Acaso quería empezar una pelea?

Le clavó el codo en las costillas y siseó:

–Deja de hacer eso.

Sin embargo, él la tomó del brazo, y ella no podía zafarse si no quería causar una escena en aquel lugar, donde era mejor evitarlas.

Y lo peor no era eso, sino que su mano era grande y cálida, e irradiaba poder, una especia de fuerza que la reconfortaba y le transmitía seguridad. Eso era muy peligroso, mucho más que los matones que los estaban mirando de arriba abajo, como evaluando su valor.

Ronnie tuvo muchas ganas de terminar con aquel plan tan erróneo y entró directamente hacia la barra en la que Higgs servía las bebidas. Higgs era un tipo muy alto y fornido, y podía intimidar a cualquiera con una sola mirada de sus descoloridos ojos azules. Tenía varias armas detrás de la barra, incluyendo un cuchillo y un bate de béisbol. Tenía las cejas y la barba castañas, y ella nunca lo había visto sin un harapo atado alrededor de la cabeza, a modo de banda. Se la cambiaba como los demás hombres cambiaban de corbata. Era su única concesión a la moda.

Debía de tener unos cuarenta y cinco años y era mezquino, pero ella había encontrado un aliado en él.

Se sentó en uno de los taburetes de la barra y lo llamó:

–Hola, Higgs, ¿cómo va todo?

Él alzó la vista y sonrió. Tenía los dientes muy rectos y blancos.

–Lento, pero seguro. ¿Y tú, qué tal?

Ella señaló a Jack con un gesto de la cabeza y dijo:

–Hoy es día de formación, así que, un poco aburrido.

«Chúpate esa, Jack».

Higgs se echó a reír.

–¿Vas a tomar algo, nena?