Un viaje por la prehistoria - José Mª Bermúdez de Castro - E-Book

Un viaje por la prehistoria E-Book

José Mª Bermúdez de Castro

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Beschreibung

En este libro aprenderemos de la mano de José M.ª Bermúdez de Castro lo que la ciencia ha podido averiguar hasta el momento sobre los procesos evolutivos que han conducido al hombre desde las densas selvas de África hasta la colonización de los cinco continentes. El llamado "proceso de hominización" trata de explicar tanto los cambios evolutivos como sus causas. Aprenderemos que esos cambios son ciertamente llamativos, pero no tan drásticos como para afirmar que no tenemos nada que ver con las especies más antiguas de nuestra genealogía. Algunos investigadores siguen hablando y escribiendo sobre el "proceso de humanización", que trata por todos los medios de establecer una frontera nítida entre nosotros y los demás primates. Esa frontera no existe. Formamos parte de un continuo evolutivo, que no se ha detenido. Seguimos evolucionando y, como sucede con todas las especies, tendremos un final. La presente edición está concebida como un libro-base de la colección Historia del mundo, destinada a que los estudiantes profundicen en el estudio de la evolución humana. José María Bermúdez de Castro, uno de los paleontólogos más importantes del momento y descubridor, entre otros, del yacimiento de Atapuerca, analiza con un lenguaje sencillo y claro los pasos que la especie Homo ha ido dando hasta llegar al estadio actual del Homo sapiens sapiens. En consonancia con el esfuerzo de difusión de esta materia, este autor está desarrollando en la actualidad una importante labor a través del Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana de Burgos.

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Akal / Historia del mundo / 0

José María Bermúdez de Castro

Un viaje por la prehistoria

Diseño de portada

RAG

Cartografía

Equipo Akal

Motivo de cubierta

Dibujo de una pareja de primeros homininos caminando de forma bípeda, lo que les permitió desplazarse y expandirse hacia Eurasia.

Ilustraciones de Eduardo Saiz (© Eduardo Saiz, 2013): 12, 14, 20, 21, 24, 31, 37, 39, 40, 42 a y c, 43, 45, 53, 55, 58, 60, 61, 64, 68, 69, 72, 74; Ilustraciones de Mauricio Antón: 32, 34, 42 a y c, 43, 57; Jose MaríaBermúdez de Castro, 46, 56; Dreamstime: 47, 48; Equipo Akal, 6, 8, 9, 10, 11, 15, 26, 30, 65; Raúl Martín: 38; Steve Parker,El cuerpo humano (Akal, 2008): 5, 13; Alice Roberts,Evolución. Historia de la humanidad (Akal, 2012): 18, 27, 35, 42 b;Chris Stringer y Peter Andrews,La evolución humana (Akal, 2005): 15, 54, 66, 70, 78, 80, 83, 86; Chris Scarre (ed.), The human past (Thames & Hudson, 2005): 29, 32

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

© José María Bermúdez de Castro, 2013

© Ediciones Akal, S. A., 2013

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-5023-0

1. Los orígenes

La historia evolutiva de la humanidad comienza hace aproximadamente unos seis millones de años, a finales del Mioceno (tabla 1), en una edad que los geólogos denominan Mesiniense[1]. En aquel remoto pasado el continente africano tenía un paisaje muy diferente al que conocemos en la actualidad. La fauna y la flora también eran muy distintas y muchos animales podían pasar fácilmente desde el gran continente de Eurasia hacia África y viceversa. La mayor parte del mar Mediterráneo se había desecado y las costas tenían una configuración muy distinta de la que vemos en los mapas. En las intrincadas selvas de las zonas tropicales y subtropicales de África proliferaba una gran diversidad de primates. Una de estas especies acabaría por tener un papel muy importante en nuestro futuro. Nadie conoce por el momento el origen de este primate. Se trata de una especie hipotética, cuya existencia se puede inferir gracias a los estudios de la genética. Los científicos saben que hubo un antecesor común de la genealogía humana, a la que pertenecemos nosotros, y de la genealogía de los chimpancés, de la que hoy día persisten dos especies: Pan paniscus y Pan troglodytes. Estas dos especies viven en África y sus ancestros nunca salieron de las selvas africanas. La especie Pan paniscus ha adoptado un comportamiento muy peculiar, en el que las hembras tienen un papel predominante en los grupos. Esta especie de chimpancé ha logrado una peculiar manera de vivir pacíficamente a través del sexo. Con excepciones muy señaladas (madres-hijos), todos los miembros del grupo practican el sexo con mucha frecuencia para evitar enfrentamientos. Por ejemplo, si un miembro del grupo localiza un buen árbol lleno de fruta, avisa con sus gritos al resto de sus allegados. Pero antes de lanzarse sobre los apetecidos frutos, todos los miembros del grupo practican el sexo de maneras muy diversas. De ese modo, una vez tranquilizados, comparten el alimento sin peleas. Los machos de Pan troglodytes tienen un papel predominante en los grupos. Se trata de una especie mucho más agresiva, en particular con otros grupos rivales. La territorialidad es muy acusada y defienden sus recursos con gran ardor. El macho alfa es el encargado de conducir los destinos del grupo durante un cierto tiempo, apoyado por los machos beta. No obstante, la posición predominante del macho alfa tiene que ganarse mediante la habilidad y la fuerza. La habilidad social del macho alfa es importante para lograr su rango, que consigue practicando una especie de política tanto con las hembras como con otros machos, que le apoyan en sus pretensiones. Los machos beta le disputarán sus privilegios durante todo el tiempo que dura su mandato, en el que, no obstante, tratará de conseguir lo mejor para la supervivencia del grupo. Tanto esta especie como su especie hermana poseen comportamientos peculiares y exclusivos de cada grupo, que pueden considerarse como un tipo de cultura.

 

1. Fotografía de un ejemplar de la especie Pan paniscus (bonobos).

 

2. Fotografía de un ejemplar de Pan troglodytes (chimpancé común).

Con ellos compartimos todavía entre el 98 y el 99 por ciento del genoma. Esa pequeña diferencia se fue estableciendo a través de los seis millones de años de evolución que nos separan. Pero el antecesor común, que no lo es de ninguna otra especie de primate, tenía muchas de las características que heredamos los chimpancés y nosotros mismos. También tenemos un parentesco relativamente cercano con otros primates, aunque nuestra distancia temporal y genética con ellos es algo mayor.

 

La genealogía de los homininos comenzó hace unos seis o siete millones de años y comprende una parte del periodo Neógeno y todo el periodo Cuaternario.

 

Relaciones evolutivas entre las especies actuales de simios antropoideos y nuestra especie. Compartimos un antecesor común con la genealogía de los chimpancés (1). A su vez, la genealogía de estos primates y la nuestra comparte un antecesor común con la genealogía de los gorilas (2). El antecesor con los orangutanes (3) es aún más antiguo, mientras que el ancestro con los hilobátidos (gibones y siamang) (4) puede remontarse al Mioceno, hasta hace más de 19 millones de años.

Nadie conoce todavía el aspecto de este antecesor común. Las selvas tropicales de África reciclan la materia orgánica con gran rapidez. En muy poco tiempo los animales y las plantas se descomponen y desaparecen sin dejar rastro. Es muy difícil encontrar lugares donde los restos de los seres vivos puedan conservarse y fosilizar. Es posible que ese antecesor común fuera ya bípedo y caminara como nosotros o puede que todavía fuera cuadrúpedo y caminara apoyando los nudillos de las extremidades anteriores, como lo hacen los chimpancés y los gorilas. Lo que nadie duda es que sus extremidades anteriores serían casi tan largas como las posteriores y que sus manos y pies estaban perfectamente capacitados para trepar con enorme facilidad por los árboles de su hábitat natural. Su tamaño no sería mayor que el de algunos monos actuales. Su peso no excedería los 30 kilogramos y su estatura no superaría los 100 centímetros. Es muy probable que los machos y las hembras tuvieran diferencias de tamaño de hasta un 30 por ciento en su talla y en su peso, como sucede en los chimpancés actuales. Es lo que los biólogos llaman «dimorfismo sexual», un carácter común en muchas especies tanto de plantas como de animales, que aparece como respuesta a adaptaciones muy diversas. Lo que sí parece seguro es que su cabeza era pequeña y su cerebro no sobrepasaba los 350 centímetros cúbicos. Será muy difícil encontrar sus restos fosilizados. De cuando en cuando, los paleontólogos anuncian a bombo y platillo el hallazgo de fósiles de ese antecesor común; pero los restos son tan escasos y fragmentarios, que resultan poco convincentes para la comunidad científica. Llegar a un veredicto definitivo sobre la identidad de ese ancestro, el verdadero «eslabón perdido» entre el linaje de otros primates y el linaje de la humanidad actual, será una labor muy compleja.

[1] El Mesiniense es la última de las edades en las que se divide la época del Mioceno. Se extiende entre 7,2 y 5,3 millones de años antes del presente. Su nombre se debe al hallazgo de rocas evaporitas en Messina (Sicilia), que demuestran la desecación casi completa del mar Mediterráneo durante la denominada «Crisis salina del Mesiniense» ocurrida hace entre 5,9 y 5,3 millones de años, debido al cierre del estrecho de Gibraltar por causas todavía desconocidas para las ciencias geológicas.

2. Seres humanos

¿Somos tan distintos de nuestro antecesor común con los chimpancés?, ¿cuánto hemos cambiado?, ¿qué ha sucedido para que ahora seamos más altos y más inteligentes?, ¿pudimos desaparecer de la faz de la Tierra en los momentos más duros de las crisis climáticas que padeció nuestro planeta?, ¿qué sucedió para que en la actualidad solo quedemos nosotros, como testimonio final de un grupo de primates muy diverso?, ¿por qué apareció la tecnología? Todas estas preguntas y muchas otras pueden responderse a través del estudio de los fósiles de las especies que nos han precedido y de las investigaciones que realizan arqueólogos, climatólogos, geólogos, geocronólogos, genetistas, paleontólogos y otros muchos profesionales. Todos ellos forman equipos multidisciplinares, que trabajan en perfecta armonía para estudiar a fondo los yacimientos arqueológicos y paleontológicos en los que se encuentran las evidencias de la vida de nuestros antepasados.

En 1758 el naturalista sueco Carlos Linneo[1] nos bautizó con el nombre de Homo sapiens, que significa «Hombre sabio». Además, y desde que tenemos noticias de las grandes civilizaciones de la historia, nos hemos calificado a nosotros mismos como «humanos», frente al resto de los seres vivos (no humanos). Nos consideramos tan distintos a otros animales, que establecemos una cualidad diferente para distinguirnos de ellos: somos seres humanos y ellos no lo son. Con esta forma de proceder queremos distanciarnos de los demás seres vivos y de la propia naturaleza. Por descontado, la ciencia reconoce que pertenecemos al grupo de los mamíferos y dentro de esta clase de vertebrados pertenecemos al orden primates. Sin embargo, nos empeñamos en creer que somos seres superiores, casi sobrenaturales, capaces de vencer cualquier adversidad. La propia naturaleza se empeña en desmentir esta creencia, con los desastres naturales que nos afectan a diario. Inundaciones, terremotos, tsunamis, huracanes, erupciones volcánicas y otros fenómenos dejan centenares de muertos cada vez que actúan. Toda nuestra formidable tecnología es incapaz de detener estos fenómenos. Podemos llegar a predecir algunos de ellos, pero no podemos controlarlos. Estamos a su merced y dependemos totalmente de la naturaleza. ¿Quizá no somos tan superiores como pensamos? El estudio de la evolución humana nos proporciona una gran dosis de humildad y nos baja del pedestal al que nos hemos encaramado. Nuestros orígenes son oscuros, pero ya somos capaces de construir de manera aproximada nuestra genealogía, repleta de especies de primates algunas quizá menos inteligentes que los propios chimpancés.

 

3. Retrato del naturalista sueco Carlos Linneo (1707-1778), autor de la clasificación y nomenclatura que utilizamos en la actualidad para denominar a todas las especies del planeta.

En este libro aprenderemos lo que la ciencia ha podido averiguar hasta el momento sobre los procesos evolutivos que nos han conducido desde las densas selvas de África hasta la colonización de los cinco continentes. El llamado «proceso de hominización» trata de explicar tanto los cambios evolutivos como sus causas. Aprenderemos que esos cambios son ciertamente llamativos, pero no tan drásticos como para afirmar que no tenemos nada que ver con las especies más antiguas de nuestra genealogía. Algunos investigadores siguen hablando y escribiendo sobre el «proceso de humanización», que trata por todos los medios de establecer una frontera nítida entre nosotros y los demás primates. Esa frontera no existe. Formamos parte de un continuo evolutivo, que no se ha detenido. Seguimos evolucionando y, como sucede con todas las especies, tendremos un final. Eso sí, nunca antes en la evolución de la vida en la Tierra una especie ha llegado a ser consciente de sí misma y tiene en sus manos la capacidad de seguir existiendo por un largo periodo de tiempo, quizá muchos milenios, o de extinguirse sin remedio sin dejar ninguna especie descendiente.

Clasificación deHomo sapiens

Los humanos actuales somos mamíferos del orden primates (véase abajo). Estamos clasificados en la superfamilia de los Hominoidea, que comprende dos familias con representantes vivos: Hominidae e Hylobatidae, así como a varias familias de primates ya extinguidos. En la familia Hominidae contamos también con dos subfamilias con representantes vivos: Ponginae y Homininae. En la primera de estas subfamilias se encuadra a los orangutanes, de los que solo persiste el género Pongo y dos especies: Pongo pygmaeus y Pongo abelii. En la subfamilia Homininae tenemos dos tribus: Gorillini y Hominini. En la primera tribu se incluye a los gorilas (género Gorilla), que cuenta con dos especies vivas: Gorilla gorilla y Gorilla beringei. La tribu de los Hominini está formada por las dos especies de chimpancé y por nuestra propia especie, Homo sapiens. La superfamilia Hominoidea tiene una historia muy antigua, que se remonta a la época del Oligoceno, hace unos 30 millones de años. Esta superfamilia incluye también a muchos géneros y especies ya extinguidos, cuyos restos fósiles se han encontrado en numerosos yacimientos de África y Eurasia. Todas estas especies tienen un parentesco muy lejano con nosotros y su estudio se aparta en gran medida de los objetivos de este libro. Pero es interesante saber que tenemos un pasado muy remoto lleno de ancestros totalmente ignorados por la sociedad. Los chimpancés, gorilas, orangutanes e hilobátidos suelen ser conocidos como simios antropoideos. El adjetivo viene de antropos (hombre, en griego) y califica a los simios que se parecen a los seres humanos ¿Quién no ha visto u oído hablar de la película El planeta de los simios, dirigida en 1968 por el director Franklin Schaffner y protagonizada por el actor Charlton Heston? A lo largo de este libro utilizaremos con cierta frecuencia el término «simios antropoideos» para referirnos a nuestros parientes vivos más cercanos, sin descuidar las comparaciones con ellos y en particular con los chimpancés, con quienes todavía tenemos mucho en común. Ellos representan un buen espejo en el que mirarnos y su estudio por parte de los primatólogos representa una de las mejores fuentes de conocimiento para entender nuestro pasado y nuestro futuro.

 

Clasificación de la especie Homo sapiens.

 

4. En nuestra especie la esclerótica tiene un color blanquecino, en la que destacan con gran nitidez la pupila y el iris. Esta es la base de la gran expresividad de nuestra mirada, que nos sirve para comunicar a los demás nuestro estado de ánimo.

Con los simios antropoideos compartimos muchos caracteres anatómicos, como la presencia de cinco dedos en manos y pies (un rasgo primitivo de los mamíferos) o la visión estereoscópica. Nuestros ojos se sitúan al frente y no lejos uno del otro, de manera que los campos visuales de cada ojo se superponen. De este modo podemos ver en tres dimensiones y calcular las distancias con gran precisión. De no ser por ello, la vida en los árboles sería imposible ¿Cómo calcular la distancia entre las ramas por las que tendríamos que movernos a gran velocidad? Aunque desde hace mucho tiempo nos desplazamos en espacios abiertos, hemos conservado este rasgo tan peculiar y tan necesario para muchas de las actividades cotidianas, como conducir vehículos a gran velocidad.

 

5. Ilustración de la musculatura facial, que nos permite comunicar un gran número de estados de ánimo sin necesidad de hablar, y que se suma a la propia expresividad de los ojos.

Por otro lado, es interesante notar que la pupila y el iris de nuestros ojos se mueve sobre el fondo claro de la esclerótica. Este es un rasgo anatómico muy importante, por su papel en las relaciones sociales. Aunque en la cara poseemos hasta 30 músculos faciales[2] que nos permiten realizar una gran cantidad de expresiones (alegría, odio, miedo, duda, asombro, etc.) con las que comunicamos a los demás nuestro estado de ánimo, los ojos son el verdadero «espejo del alma». Los movimientos del iris y la pupila delatan nuestros sentimientos y nos permiten comunicarlos a otros seres humanos. Somos la especie de primate más social que nunca antes ha existido. En los simios antropoideos el iris y la pupila no destacan sobre un fondo claro. La esclerótica es oscura y por ello estos primates no transmiten tanta información con los ojos como lo hacemos nosotros. Es muy probable que nuestros parientes más lejanos en el tiempo tampoco tuvieran la esclerótica de color claro y que esta característica apareciera en las especies del género Homo, hace relativamente poco tiempo.

Explorando en el pasado

El estudio de la evolución humana es posible gracias a las excavaciones que se llevan a cabo en docenas de yacimientos repartidos por los cinco continentes. Los yacimientos más antiguos se encuentran en África, mientras que los humanos colonizamos las Américas, Australia y las islas de Oceanía en tiempos relativamente recientes por miembros de nuestra propia especie. Los vestigios de ese pasado son la fuente de información que necesitamos para obtener conclusiones sobre la biología, la forma de vida o la tecnología de nuestros ancestros. Para llegar a esas conclusiones es preciso contar con equipos numerosos, que dominen varios ámbitos de la ciencia. Como dijimos antes, este grupo de científicos forman equipos multidisciplinares. Los arqueólogos estudian las herramientas que fabricaron nuestros ancestros. No solo tratan de averiguar cómo se construyeron esas herramientas, sino de conocer qué tipo de capacidades cognitivas de la mente eran necesarias para poder fabricar determinados instrumentos. Los arqueólogos también son capaces de determinar el modo de vida de nuestros antepasados, su estructura y organización social, sus costumbres, etc. Los paleon­tólogos averiguan qué especies animales y vegetales convivían con los seres humanos del pasado, reconstruyen los eco­sis­te­mas antiguos y tienen una idea muy aproximada de los cambios climáticos ocurridos durante el Cuaternario. También tratan de saber todo lo posible sobre la anatomía y la biología de las especies de nuestra genealogía. Los paleontólogos especializados en el estudio de nuestros ancestros reciben el nombre de paleoantropólogos. Los geólogos realizan también un papel muy importante en las investigaciones de la prehistoria. Pretenden descifrar cómo eran y cómo se transformaron los paisajes del pasado, cómo se formaron los yacimientos de fósiles y aportan muchos datos para reconstruir las secuencias climáticas del pasado. Finalmente, los geocronólogos realizan una tarea fundamental: establecer un marco temporal en el que situar a las especies pretéritas. Sin ese marco temporal, del que hablaremos enseguida, es prácticamente imposible proponer hipótesis sobre la evolución o las relaciones filogenéticas (de parentesco) entre las diferentes especies reconocidas en el registro fósil.

Los lagos poco profundos, los pantanos o las cuevas son ejemplos de lugares donde es posible la conservación de los restos esqueléticos de animales, el polen de las plantas, las herramientas que construyeron nuestros antepasados o de los propios vestigios de las especies humanas de nuestra genealogía. Con el paso del tiempo, los restos de plantas y animales quedan cubiertos por arcillas, arenas, gravas limos, etc., y acaban por convertirse en fósiles. Si los sedimentos son muy finos, los fósiles pueden conservar muchos detalles anatómicos microscópicos, que nos ayudan a descifrar la biología de especies extinguidas. Finalmente, los yacimientos quedan formados por diferentes capas o estratos geológicos, cada uno de ellos depositado en una época determinada. Los estratos suelen distinguirse con relativa facilidad, al estar constituidos por materiales geológicos de naturaleza diversa. Si los yacimientos se formaron en lagos poco profundos, que terminaron por desecarse, los estratos pueden llegar a tener muchos kilómetros cuadrados de extensión. Esto es muy común en África, donde existen vastas regiones en las que pueden encontrarse centenares de acumulaciones de restos fósiles de especies desaparecidas. Las cuevas son lugares muy comunes para localizar buenos yacimientos de hasta varios metros de espesor, donde las capas geológicas suelen reconocerse con gran facilidad. Las capas inferiores contienen los fósiles más antiguos y las superiores los más recientes. Es el conocido «principio de superposición de los estratos geológicos», que fue formulado hace nada menos que diez siglos por el científico Avicena en la antigua Persia, y reformulado en el siglo XVII por el danés Nicolás Steno. Si no han sucedido fenómenos geológicos significativos, los niveles más bajos de una cierta secuencia de capas sedimentarias son más antiguos que los situados en la parte más alta de la secuencia. Los fósiles que se localizan en los estratos más altos se habrán depositado más tarde que los encontrados en las capas más bajas. Pero esto no es suficiente. Como decíamos antes, para poder reconstruir la historia de la humanidad a partir de los escasos vestigios que se pueden recuperar en yacimientos esparcidos a lo largo de millones de kilómetros cuadrados, es necesario tener un marco cronológico de referencia lo más preciso posible. La geocronología[3] es la ciencia que estudia la edad de las rocas y ha sido capaz de idear numerosos métodos para conocer la antigüedad de las rocas sedimentarias y los fósiles que contienen.

 

6. Las rocas sedimentarias se forman por acumulación de sedimentos procedentes de la erosión de otras rocas (ígneas, metamórficas y volcánicas). Los sedimentos se depositan durante milenios junto a restos de seres vivos, que terminan por convertirse en fósiles. Cada capa sedimentaria corresponde a una época determinada. En general, si no existen movimientos tectónicos importantes de la corteza terrestre, los sedimentos más antiguos se sitúan en posición horizontal o casi horizontal por debajo de los más modernos.

El concepto de tiempo es sumamente complejo y los seres humanos tenemos serias dificultades para comprender cifras que tengan más de tres ceros. Nuestras referencias temporales más comunes son el centenar de años, que con suerte podemos llegar a vivir, y las explicaciones que recibimos sobre la historia más reciente de la humanidad. Dos o tres mil años de acontecimientos de la vida de los egipcios, griegos o romanos resultan asequibles al entrenamiento que ha recibido nuestro cerebro. Pero resulta muy difícil imaginar los 4.500 millones de años de vida de nuestro planeta. Tampoco resulta sencillo comprender la casi insignificante cifra de seis millones de años que tiene la genealogía humana.

 

 

 

7. La identificación de las especies de microvertebrados en los yacimientos es fundamental para determinar la antigüedad relativa de los sedimentos, así como las condiciones climáticas y ecológicas de la época en la que vivieron estas especies.

¿Cómo podemos saber la edad de los fósiles?, ¿estamos seguros o hacemos cálculos aproximados? Parece cosa de magia, pero detrás de un dato numérico hay decenas de años de investigaciones sobre los métodos de datación y las técnicas necesarias para obtener ese dato, que cada día son más fiables. En la determinación de la edad de un determinado nivel geológico se emplean todos los métodos disponibles y luego se cruzan los datos para alcanzar la mejor aproximación posible.