Una amante maravillosa - Fuego y pasión - Lori Foster - E-Book

Una amante maravillosa - Fuego y pasión E-Book

Lori Foster

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Beschreibung

Ómnibus Deseo 522 Una amante maravillosa Lori Foster Quizá los opuestos se atraigan... pero quizá no. El bombero Zack Grange estaba buscando esposa, pero no le valía cualquiera; quería la mujer perfecta que pudiera además cuidar a su pequeña. Cuando Wynn Lane se mudó a la casa de al lado, él pensó que eso era exactamente lo que no quería. El puesto no estaba disponible para mujeres tan desenvueltas como ella. Pero eso era lo que opinaba el padre que había en él, el hombre decía algo muy diferente. Wynn no era ninguna florecilla delicada y no estaba dispuesta a cambiar por Zack, claro que él tampoco se lo había pedido. No obstante, le gustaría pensar que la consideraba algo más que una buena compañera de cama... incluso desearía que la quisiera aunque solo fuera la mitad de lo que la quería su hijita... Fuego y pasión Lori Foster Ella lo necesitaba por una buena causa... él la necesitaba para otras cosas buenas. Amanda Barker tenía que conseguir al bombero Josh Marshall; con ese cuerpo, esa seductora sonrisa y su reputación de conquistador vendería miles de calendarios para recaudar fondos. Pero parecía que Josh no estaba muy dispuesto a cooperar, de hecho, ni siquiera quería jugar limpio... Josh se había negado una y mil veces a posar para aquel calendario benéfico, pero Amanda no aceptaba un no por respuesta. Claro que si ella accedía a hacer algo a cambio, quizá él acabara por aceptar...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 522 - agosto 2023

 

© 2001 Lori Foster

Una amante maravillosa

Título original: Treat her Right

 

© 2001 Lori Foster

Fuego y pasión

Título original: Mr. November

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2003

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1180-029-7

Índice

 

Créditos

Una amante maravillosa

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Fuego y pasión

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

–¡Maldito seas, Conan! ¡Basta ya!

Zack Grange se incorporó bruscamente en la cama, con el corazón latiéndole muy deprisa y todo el cuerpo en tensión. Aturdido por el sueño, sus pensamientos eran confusos. Había tenido un sueño de lo más ardiente, con una mujer muy sexy, una mujer sin rostro pero con un cuerpo de diosa; entonces había oído a una mujer gritando.

Miró a su alrededor, pero su dormitorio estaba tan vacío como siempre. No había nadie escondido detrás de las cortinas, y menos aún la mujer con la que había estado soñando; sin embargo, aquella voz de mujer había sonado muy próxima. Con el corazón aún en un puño, aguzó el oído, y entonces oyó una risa de mujer. Frunció el ceño.

Miró el reloj y vio que solo eran las siete y media. No llevaba mucho tiempo en la cama y, desde luego, no le había dado tiempo a recuperarse de la agotadora noche de trabajo.

–No tiene gracia, imbécil, y lo sabes –se quejó la mujer en voz alta, sin importarle que otras personas pudieran estar durmiendo–. No puedo creer que me hayas hecho esto.

–Mejor tú que yo, cariño –se oyó una voz de hombre–. ¡Ay! Me has hecho daño.

Zack se puso de pie y se acercó a la ventana en calzoncillos. Al sentir el aire fresco de la mañana, se le puso la carne de gallina. Estaban a mediados de septiembre y las noches empezaban a refrescar. Se estiró a ver si podía aliviar el dolor de espalda; todavía le dolía de todo el peso que había tenido que levantar hacía pocas horas. Se rascó el pecho y retiró la cortina para asomarse.

«Vecinos nuevos», pensó al ver el cartel de «Se Vende» tumbado en el suelo y un montón de cajas de cartón amontonadas en el patio. Entrecerró los ojos para protegerlos de la anaranjada luz cegadora del amanecer, mientras buscaba con la mirada la persona que gritaba.

Cuando finalmente la vio, no pudo dar crédito a sus ojos. Tenía el cabello castaño muy rizado recogido en una cola de caballo. No pudo verle bien la parte de arriba puesto que llevaba un suéter muy ancho, pero sus pantalones cortos dejaban ver unas piernas largas y atléticas.

Como hombre que era, las piernas de la mujer le llamaron inmediatamente la atención. Aturdido aún por el sueño erótico del que había despertado hacía unos minutos, se las imaginó enrolladas a su cintura, o tal vez a sus hombros, y pensó en la fuerza con la que abrazarían al afortunado que estuviera colocado entre ellas, hundido entre ellas.

Pero como vecino, tenía ganas de ponerse a gritar por la falta de consideración que animaba a esa mujer a seguir vociferando a esas horas de la mañana. Con esa mujer allí, el futuro no se presentaba nada bueno.

–¿Papi?

Zack se volvió con una sonrisa en los labios, aunque en realidad estuviera deseando cometer un asesinato. Sin duda, el ruido había despertado a su hija, lo cual quería decir que ya no habría manera de que la niña volviera a la cama. Estaba exhausto, pero aun así le tendió la mano.

–Ven, cariño. Parece que nuestros nuevos vecinos se están mudando.

Dani se acercó a él arrastrando su manta de felpa amarilla. Sus piececitos sobresalían del borde del camisón. Se acercó a él y le tendió sus brazos delgados.

–Déjame ver –le pidió con esa voz de niña tan adorable.

Zack la levantó en brazos amablemente. Su hija era tan pequeña, aunque ya tenía cuatro años; tan menuda como había sido su madre. Zack la abrazó con fuerza contra su pecho desnudo. Aspiró su olor a niña y frotó su áspera mejilla contra su pelo fino y suave como el plumón.

A la niña le gustaba que le diera cariño y a él le gustaba dárselo.

Como de costumbre, Dani le dio un beso de buenos días, le echó los brazos al cuello y miró por la ventana. Zack esperó su reacción. Para tener solo cuatro años, su hija era muy astuta. En lugar de hacer innumerables preguntas como los niños de su edad, ella hacía afirmaciones. Aparte de los dos días a la semana que iba al parvulario, Dani siempre estaba en compañía de los amigos de Zack. Tal vez, la niña se expresara tan bien por pasar tanto tiempo rodeada de adultos.

–Le estoy viendo el trasero –dijo Dani frunciendo el ceño exageradamente.

Zack agachó la cabeza y lo vio. La mujer se había agachado para levantar una caja de cartón del suelo, y había separado ligeramente las piernas para no caerse. Los pantalones cortos se le subían de tal manera, que Zack le vio parte de los cachetes del trasero.

Bonito trasero, pensaba Zack con apreciación mientras entrecerraba los ojos para verla mejor.

La mujer tiró de la caja, pero entonces esta se rompió y ella se cayó de culo. De algún lugar del porche salió la risotada de un hombre.

–¿Quieres que te ayude?

Zack notó la cólera de la mujer, que le recordó a un gato enrabietado.

–¡Márchate, Conan!

–Pero pensé que querías mi ayuda –le llegó la contestación burlona.

–Tú –le dijo ella mientras se levantaba y se sacudía el polvo de las manos con fuerza–, ya has hecho suficiente.

Zack intentó ver al misterioso Conan, pero no pudo. ¿Sería su marido? ¿Su novio? ¿Y de dónde había salido ese nombre tan raro?

–¡Dios mío, es una giganta! –dijo Dani, sobrecogida cuando la mujer terminó de incorporarse.

Zack la abrazó.

–Es casi tan alta como yo, ¿verdad, cariño?

Su hija asintió mientras observaba a la mujer que vaciaba la caja con fastidio. Dani apoyó la cabeza sobre el pecho de Zack y se quedó pensativa, como hacía a menudo. Zack empezó a acariciarle la espalda, esperando a ver qué decía a continuación.

La niña lo sorprendió echándose hacia delante, colocando las manos a los lados de la boca a modo de bocina y gritando por la ventana:

–¡Hola!

La mujer se volvió, se colocó la mano delante de los ojos hasta que los vio y entonces agitó la mano con el mismo entusiasmo con el que se había sacudido el polvo de la ropa.

–¡Hola! –contestó.

Zack, que estaba en calzoncillos, se escondió detrás de la cortina.

–¡Dani! –dijo dispuesto a taparle la boca a su hija–. ¿Qué estás haciendo?

Ella lo miró y arrugó la nariz.

–Debo ser amable con los vecinos, como tú me dijiste.

–Eso es con los vecinos antiguos. A estos ni siquiera los conocemos.

Dani empezó a retorcerse para que la bajara; cuando él la dejó en el suelo, le dijo:

–Iremos a conocerlos ahora –anunció, y se dio la vuelta.

Zack la agarró del camisón cuando ella iba saliendo ya de la habitación.

–Espera un momento, señorita. Primero tenemos que desayunar, hacer algunas tareas y fregar los cacharros. ¿De acuerdo?

Con cierto fastidio, la niña corrió a la ventana.

–Saldré después –gritó.

La mujer se echó a reír. Tenía una risa sonora y sensual, mucho más bonita que sus gritos.

–Estaré aquí, no te preocupes.

Zack se asomó sin saber qué hacer. Una vez que su hija había llamado la atención de los nuevos vecinos, no podía actuar como si no existieran.

El hombre del porche salió al patio y sonrió. Zack pestañeó con sorpresa. Enorme. Fue la primera palabra que se le ocurrió al verlo. Levantó un brazo que parecía el tronco de un árbol y lo agitó:

–Me llamo Conan Lane –gritó–. Y esta fierecilla es Wynnona.

Para sorpresa de Zack y deleite de Dani, la mujer le dio un codazo que lo hizo doblarse por la cintura.

–Llamadme Wynn.

Viendo que no le quedaba otra alternativa, Zack respondió.

–Soy Zack Grange, y esta es mi hija, Dani.

–¡Encantada de conoceros a los dos! –dijo Wynn–. Y como estamos todos despiertos y hace una mañana tan maravillosa, si os parece llevaré un poco de café para que nos conozcamos.

Zack balbució sin saber cómo negarse a tan audaz propuesta, pero ella ya se había dado la vuelta y se había metido en la casa. Miró a Dani con el ceño fruncido, pero su hija se encogió de hombros y sonrió.

–Será mejor que nos vistamos –y dicho eso, salió corriendo.

Zack se dejó caer en la cama. Le apetecía darse una ducha caliente y afeitarse. El día anterior había trabajado doce largas horas, había atendido dos urgencias especialmente agotadoras y, aparte de cansado, estaba muerto de hambre.

Afortunadamente, aquel era su día libre, y tenía la intención de pasarlo de compras con su hija. Como a Dani le gustaba jugar a lo bruto, tenía los pantalones y los codos de los jerseys destrozados. Le hacía falta ropa de otoño nueva.

Lo que menos le apetecía en ese momento era que los mismos vecinos que lo habían despertado con sus gritos fueran a su casa a fastidiarlo a esas horas.

Se levantó de la cama con resignación, dispuesto a armarse de paciencia para aguantar a sus nuevos vecinos.

El timbre de la puerta sonó unos tres minutos después. Apenas le había dado tiempo a ponerse unos vaqueros y una sudadera. Con las zapatillas de deporte en la mano, fue a abrir la puerta. Al pasar por el dormitorio de Dani, vio que esta ya se había vestido, pero que aún no se había puesto un jersey.

–Abrígate, cariño –le dijo a su hija.

En ese momento volvió a sonar el timbre.

–Ve a abrir, papá.

Zack se echó a reír mientras pensaba en lo sociable que era su hija. Bajó las escaleras y fue hacia la puerta. Abrió el cerrojo, deseando estar en la cama durmiendo. Se había pasado todo el día anterior soñando con poder levantarse tarde. Después había planeado darse un buen baño relajante, desayunar como un rey y pasar el día con su hija.

Sin embargo, en ese momento debía mostrarse amable con los nuevos vecinos.

Nada más abrir la puerta, la mujer lo miró y dejó de sonreír.

–Oh, Dios mío –dijo–. Lo hemos despertado, ¿verdad?

Zack se quedó mudo, mirándola.

De cerca era más alta de lo que había pensado; casi tanto como él. Zack se quedó asombrado, pues no era muy frecuente ver a una mujer tan alta.

Una suave brisa mecía su cabello despeinado. Lo tenía de un bonito color miel, más claro alrededor de la cara, donde le habría dado más el sol. Los rizos le salían por todas partes, como muelles en miniatura, y Zack decidió que sería difícil dominar un pelo como aquel.

La mujer le sonrió entonces y lo miró con sus ojos de un color avellana muy poco habitual. Eran tan claros que casi parecían trasparentes, y estaban adornados por unas pestañas largas, tupidas y muy oscuras teniendo en cuenta el color de su pelo. Entonces la mujer arqueó las cejas y sonrió de oreja a oreja.

Zack se reprendió para sus adentros. ¡Dios, la había estado mirando como si no hubiera visto una mujer en su vida! Y encima la había mirado… ¿con interés?

–¿Cómo sabe que me ha despertado?

–Ah –chasqueó la lengua–. ¿Ha dormido algo?

Zack se pasó la mano por los cabellos.

–Anoche trabajé hasta muy tarde –dijo sin más, pues no tenía ganas de repetir los sucesos de la noche anterior–. Pase.

–Conan vendrá ahora mismo. Está sacando unos bollos de mantequilla del horno. Es un cocinero magnífico.

¿Conan el gigante cocinaba? La mujer alzó un termo que llevaba en la mano.

–Café recién hecho. Aromatizado con vainilla francesa. Espero que no le disguste.

Odiaba los cafés con sabores.

–Está bien –dijo–, pero no debería haberse molestado.

–Es lo menos que puedo hacer después de despertarlo.

De no haberlo hecho, pensaba él, tal vez hubiera podido terminar su sueño erótico y no estaría tan tenso en ese momento. Ella vaciló en el umbral de la puerta.

–Lo siento muchísimo. Esta es mi primera casa y estoy tan estresada como emocionada; y cuando estoy así, desgraciadamente… –se encogió de hombros, como queriendo disculparse– grito sin darme cuenta.

Su sinceridad le resultó inesperada y agradable al mismo tiempo.

–Lo entiendo.

Sin embargo, ella no terminó de pasar.

–No quiero invadirle su casa; si tiene unas tazas, podríamos tomárnos el café aquí, en su porche. Tomaremos café, charlaremos un poco y ya está. Se lo prometo. Total, hace una mañana maravillosa y ahora ya estamos todos despiertos, ¿no?

En ese momento, Dani bajaba por las escaleras. Zack se dio la vuelta y vio a su hija corriendo escaleras abajo.

–Despacio –le dijo en tono bajo pero firme.

Ella se paró en seco en el penúltimo escalón y se disculpó.

–Hola –le dijo Dani a la mujer mientras terminaba de acercarse.

A Wynn se le iluminó la mirada al ver a la niña, y sus ojos dorados parecieron encenderse.

–¡Hola! –se arrodilló a la puerta–. Me alegra tanto conocerte –le tendió la mano y Dani se la estrechó con formalidad–. No me había dado cuenta de que tenía otra vecina. El de la agencia me dijo que aquí solo vivía un hombre soltero.

–Soy Dani. Mi mamá se murió –dijo Dani–, así que solo estamos papá y yo.

Cuando tenía oportunidad, Dani hablaba de cualquier cosa. Normalmente no le habría importado, pero en esa ocasión la molestó.

En voz baja, seguramente porque se había dado cuenta de que Dani había tocado un tema muy privado, Wynn dijo:

–Bueno, me alegro mucho de que seamos vecinas, Dani –miró a Zack con recelo–. Y de tu papá también, por supuesto.

Zack le dio la mano a su hija, pues no quería dejarla con una extraña, y dijo:

–Wynn, si quiere sentarse un momento, iremos a por las tazas ahora mismo.

Wynn se puso de pie otra vez, estirando aquel cuerpo largo y esbelto y, sin darse cuenta, Zack se fijó en sus piernas. De pronto sintió un intenso calor por dentro y tuvo que mirarla de nuevo a la cara. Estaba casada, pensó con culpabilidad; de todas maneras, no era su intención mirar de ese modo a ninguna vecina.

En lugar de sentirse ofendida por la mirada de Zack, Wynn sonrió.

–Me parece bien –murmuró.

Se volvió hacia el porche, dándole a Zack la oportunidad de mirar unas piernas torneadas y un trasero prieto.

Dani lo miró, pero él sacudió la cabeza indicándole que se quedara callada un momento. Cuando llegaron a la cocina, sentó a Dani junto a él y se puso las zapatillas de deporte.

–¿Quieres zumo?

–De manzana –Dani balanceó las piernas y ladeó la cabeza–. No es más alta que tú.

–No, no del todo –Zack sacó una bandeja y colocó tres tazas, una de ellas con zumo, y un cuenco de cereales para Dani–. Pero casi.

Dani se revolvió en el asiento.

–Quiero hacerme una coleta como la suya.

Zack sonrió. Tal vez el tener a una vecina nueva, aunque fuera aquella gigantona con el pelo como una escarola, no fuera una cosa tan mala. Eloise, la niñera de Dani cuando Zack trabajaba, era una mujer amable y cariñosa, pero podría haber sido la madre de Zack.

Los únicos amigos que veía Zack eran Mick y Josh; y aunque Josh sabía todo lo que se debía saber sobre las mayores de dieciocho, no sabía nada de las niñas de cuatro años.

Por el bien de Dani había decidido que necesitaba una esposa. Pero encontrar a alguien apropiado le estaba resultando más difícil de lo que había pensado, sobre todo porque tenía muy poco tiempo para buscar.

En las pocas ocasiones en las que había salido, no había conocido a ninguna mujer apropiada. Una esposa debía ser casera, limpia y encantadora. Y sobre todo, tendría que entender que su hija iba primero. Y punto.

–Una cola de caballo –repitió Zack diciéndose que no era el momento de pensar en eso–. ¿Por qué no vas a buscar tu cepillo y una goma y te los llevas al porche?

–Vale.

Se deslizó de la silla y echó a correr. Su hija exudaba energía y tenía una imaginación que a menudo lo dejaba perplejo. Dani era su vida.

Wynn y Conan estaban discutiendo de nuevo cuando Zack abrió la puerta mosquitera. Se quedó quieto, sin saber qué hacer, mientras Wynn señalaba a aquel tipo tan enorme en el pecho y lo amenazaba de muerte.

Conan hizo caso omiso a la mayor parte de su diatriba y dijo:

–¡Ja! –y entonces le dio con el dedo en el lóbulo de la oreja.

Antes de poder decir nada, Wynn saltó como movida por un resorte y se llevó la mano a la oreja.

–¡Ay! Me has hecho daño.

–También me estás haciendo daño tú, clavándome el dedo en el pecho.

–Burro –pegó la cara a la suya y le dio otro golpe con el dedo–. No sientes nada a través de esta capa de músculo, y lo sabes.

Conan se frotó el pecho e iba a decir algo cuando vio a Zack. Entonces frunció el ceño.

–Estás montando el número delante de nuestros vecinos, Wynonna.

Zack, en el umbral de la puerta, los miraba asombrado. No quería verse implicado en peleas domésticas.

Wynn corrió y le quitó la bandeja de las manos.

–No le haga caso a Conan –le dijo–. Es un bruto.

Conan se pasó la mano por la cabeza de cabello rubio y le dijo:

–Wynonna, te juro que te voy a…

Fue a agarrarla, pero en ese momento Zack se puso entre los dos.

–Mire, esto no es asunto mío, pero…

Wynonna se dio la vuelta y se plantó delante de él.

–¿Qué me vas a hacer? –lo pinchó.

Conan fue a agarrarla de nuevo, y Zack lo tomó de la muñeca.

–Basta –rugió.

De lo que estaba totalmente seguro era de que no pensaba dejar que ningún hombre tocara a una mujer, por muy grande que fuera esta.

Se hizo silencio. Conan arqueó una ceja y miró la mano de Zack, que apenas le agarraba la gruesa muñeca. Entonces miró a Wynn e hizo una mueca.

–Aquí tienes a un hombre galante.

Wynn dejó la bandeja en el suelo y se colocó entre los dos hombres. Estaba tan cerca, que sintió su aliento y el calor de su cuerpo. Entonces se estremeció.

Wynn lo miró con asombro, le dio unas palmadas en el pecho y entonces le dijo:

–Gracias, pero Conan jamás me haría daño, Zack. Se lo prometo. Solo le gusta pincharme.

–Es cierto –dijo Conan–. Wynn, sin embargo, nunca ha tenido tal consideración conmigo. Lleva dándome golpes desde que llevábamos pañales.

Wynn le echó una mirada de disculpa.

–Es cierto. Conan es tan grandote, que siempre me ha dejado practicar con él.

Conan tiró de su mano y Zack, que de pronto se sintió aturdido, y por alguna razón, aliviado, lo soltó.

¿Hermanos?

–Es tan alta –continuó Conan–, que siempre ha parecido mayor de lo que era. Cuando estaba en el colegio, tuvo que aprender a defenderse para quitarse a los moscones de encima. Así que llevo años siendo su pera de boxeo.

Zack aspiró y le llegó el aroma a café, a bollos de mantequilla, a rocío y a Wynn. Su perfume era distinto. No era un aroma ni dulce ni especiado. Era más bien un aroma fresco, como la brisa que precedía a la tormenta. Se estremeció de nuevo.

Maldita sea, aquello no estaba saliendo como había planeado.

Y la culpa la tenía una mujer muy alta y atractiva. Una mujer que no solo era su vecina, sino que seguía tocándolo y mirándolo con aquella mezcla de ternura, humor y… deseo.

Había conocido a mujeres altas, como Delilah, la esposa de Mick, pero ninguna tan fuerte como aquella. Tenía la mano casi tan grande como la suya, los hombros anchos y los huesos largos. A diferencia de Delilah, Wynn no era delicada.

Pero era muy sexy.

Necesitaba dormir para poder pensar en todo aquello. Y desde luego, necesitaba más tiempo.

Y sobre todo, necesitaba sexo, porque sabía que, cuando una amazona escandalosa y mandona lo excitaba, era porque había pasado demasiado tiempo.

Capítulo Dos

 

Zack salió de su ensimismamiento y miró a Wynn y a Conan; entonces se apartó de Wynn.

–Entiendo –dijo a falta de algo mejor.

Wynn sonrió.

–De todos modos, le agradezco la consideración que ha tenido por mi bienestar físico –le dijo.

Y se lo dijo de tal modo, que Zack se sintió diez veces más bobo de lo que ya se sentía.

–Siéntate, Zack –le dijo Conan disipando la tensión del momento–. Parece que ya te hemos cansado bastante. Pero te aviso, la cosa se va a poner peor.

¿Cómo diablos podía empeorar aquello? Zack aceptó la taza de café y se sentó en una silla muy cómoda. Conan se sentó enfrente de él y Wynn en el sillón.

–¿Cómo es eso? –preguntó mientras Conan le pasaba un bollo de mantequilla lleno de pasas.

Conan asintió hacia su hermana, que de pronto frunció el ceño y dijo:

–Mis padres se van a mudar. Necesitaban un sitio donde quedarse durante un par de semanas, y como Wynn acaba de venirse aquí, los convencí de que era mejor venirse con ella que conmigo –sonrió de oreja a oreja.

Wynn resopló.

–No es que no quiera a mis padres, pero cuando los conozca entenderá por qué estoy pensando en rebanarle el pescuezo a mi hermano.

Zack no quería conocer a sus padres. Tampoco había querido conocerla a ella. Con un poco de suerte, a partir de ese momento, conseguiría evitar al clan Lane.

–Pero, eh –Conan le dio una palmada en el hombro que estuvo a punto de hacerle derramar el asqueroso café–, me ha gustado que quisiera protegerla. Me siento más tranquilo sabiendo que tiene un vecino que puede defenderla si fuera necesario. Me da miedo que viva sola.

En ese momento, antes de que le diera tiempo a negarse, apareció Dani.

La niña, mostrando una timidez desacostumbrada en ella, vaciló un momento, con el cepillo en una mano. Zack se puso de pie y le tendió la mano; la niña corrió hacia él.

–Dani, Conan es el hermano de Wynn.

Dani se acercó a él y le susurró en tono alto:

–¿Cómo tengo que llamarlos?

–¿Qué te parece si nosotros te llamamos Dani, y tú a nosotros Conan y Wynn? –le dijo Conan–. ¿Trato hecho?

Dani se dio la vuelta y le tendió la mano.

–Trato hecho.

Conan se echó a reír y le agarró con delicadeza su mano diminuta.

Después de que Wynn le diera también la mano, Dani le dijo:

–Tienes el pelo raro.

–Dani.

Su costumbre de decir lo que pensaba resultaba a menudo graciosa, pero esa vez no.

Miró a su padre con incertidumbre.

–¿No?

Su hija tenía razón, pero no podía compartir su afirmación.

–Sabes de más que no debes ser maleducada.

Lejos de sentirse insultada, Wynn se echó a reír y negó con la cabeza, de modo que sus bucles se movieron como muelles.

–También resulta extraño al tacto. ¿Quieres tocarlo?

Dani miró a Zack para pedirle permiso, y él se encogió de hombros. Jamás había conocido a una mujer con un comportamiento como el de Wynn Lane. De modo que ¿cómo iba a saber de qué manera tratarla?

Dani estiró el brazo y le tocó los rizos; primero una pasada y luego otra. Frunció el ceño muy concentrada.

–Está suave –entonces se volvió a su papá–. Tócaselo, papá.

Zack estuvo a punto de atragantarse.

–Esto, no, Dani…

Conan debía de ser un poco pillo, porque se adelantó y le dijo:

–Venga, Zack, adelante. A Wynonna no le importará.

–¡Wynonna te va a dar un buen puñetazo si no dejas de llamarme «Wynonna!»

Dani se echó a reír. Zack se quedó pensativo al ver que su hija era capaz de reconocer la ausencia de amenaza mientras que él se sentía alarmado.

–Yo me llamo Daniella, pero nadie me llama así; excepto mi papá a veces, cuando está enfadado.

Wynn soltó una risotada exagerada.

–¿De verdad? Pero si eres un angelito…

–No me dejes como si fuera un ogro delante de nuestros vecinos nuevos –dijo Zack.

Dani le sonrió.

–Es el mejor papá del mundo.

–Mucho mejor –dijo Zack y le dio un beso en la mejilla regordeta–. Tiene sus momentos, pero si a veces los ángeles se ponen a alborotar, entonces sí que es un ángel.

Conan se echó a reír, pero Wynn le lanzó otra de esas miradas cargadas de intención, y Conan frunció el ceño y se dio la vuelta.

–No te peleas con Conan de verdad –Dani le dijo a Wynn, como si Wynn no lo supiera.

–Nunca me arriesgaría a hacerle daño –le dijo–. Además, es mi hermano y lo quiero.

Dani se cruzó de brazos y se apoyó sobre el pecho de su padre.

–Quiero un hermano.

Zack se atragantó. Conan le pasó una servilleta, evitando de nuevo el embarazoso momento.

–Lo más gracioso del pelo de Wynn –dijo Conan– es que nuestro padre es peluquero.

Zack pensó que aquella gente no dejaba de sorprenderlo.

–Qué… interesante –comentó, y dio otro sorbo a aquel café imbebible.

Wynn se echó a reír.

–Como no le dejo que me toque el pelo, se pone frenético. Y por eso precisamente no se lo permito. Cada vez que me ve, se pone a gemir como si le doliera algo.

–Y cuando dice gemir, se refiere a gemir –Conan dio un sorbo de café y dejó la taza a un lado–. Mi padre debe de ser el único heterosexual extravagante del mundo.

¿Acaso aquellos dos no sabían hablar de cosas más mundanas? ¿No podían hablar del tiempo o algo así? Eran las dos personas más peculiares que había conocido en su vida; de modo que, sin duda, sus padres serían también muy raros. Él no dijo nada. Pero su hija sí.

–¿Eso también significa peluquero? –preguntó Dani.

Wynn la miró.

–No, Dani, quiere decir que le gusta ponerse ropa de seda y llevar muchas cadenas de oro. Ah, y tendrías que ver el solitario de diamante que lleva; es enorme.

Oh, Dios, pensó Zack, y deseó poder escapar.

–Nuestra madre, por otra parte, es una auténtica hippie. Le gustan todas las cosas naturales y no lleva nada de joyería, excepto el anillo de casada.

–Pero –interrumpió Conan echándole una mirada disimulada a Wynn– ama a mi padre lo suficiente como para dejarle que le arregle el pelo.

–A papá le daría un ataque si le pidiera ahora que me arreglara el pelo. Lo sabes. Además, le gusta refunfuñar por algo.

–¿Tu madre tiene el pelo como tú? –le preguntó Zack sin saber por qué sentía tanta curiosidad.

–¡No, por Dios! Yo heredé el pelo de algún antepasado –dijo con una sonrisa–. Mi padre tiene el pelo castaño y liso, y mi madre rubio, como Conan, pero más largo, hasta la cintura.

Zack, que temía la respuesta, le preguntó:

–¿Cuándo van a venir a quedarse contigo?

–El próximo fin de semana –murmuró más abatida que resignada–. Y yo que tenía tantas ganas de vivir sola.

–¿Has vivido en casa de tus padres hasta ahora? –le preguntó Zack mientras terminaba de cepillarle el pelo a Dani y le hacía una coleta con habilidad.

Dani le sonrió y le dio un beso, y Zack abrazó a su hija afectuosamente.

–No –contestó Wynn.

Zack la miró y le pareció tan suave, tan femenina a pesar de su comportamiento… Sin duda, aquel contraste lo intrigó inmediatamente.

–Tengo veintiocho años –continuó, aparentemente ajena a la turbación que su persona estaba causándole a Zack–. Llevo un tiempo fuera de casa. Pero tuve dos compañeras de piso que eran unas vagas. Soy más o menos lo que uno llamaría…

–Una fanática –dijo Conan–. Le gusta tener la casa inmaculada y totalmente organizada. Me pone de los nervios.

–Papá también lo es –dijo Dani–. Mick y Josh le dicen que será un buen marido para la mujer que tenga la suerte de estar con él.

–¿Es cierto eso? –Conan miró a Zack con expresión divertida.

Wynn dio otro sorbo de café, carraspeó como si se sintiera de pronto avergonzada, y dejó su taza finalmente a un lado.

–Yo, desde luego, no puedo soportar tener las cosas tiradas por todas partes. Las personas ocupadas tienen que ser organizadas.

Como Zack pensaba lo mismo, la entendió. A excepción de los juguetes de Dani, que dejaba por cualquier lado para que la niña no se sintiera agobiada, le gustaba tener cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa. Él mantenía la casa limpia, y una vez al mes enviaban a alguien de una agencia para hacer una limpieza más en profundidad.

La idea de que pudieran tener algo en común lo alarmó un poco, y rápidamente desterró esa idea de su pensamiento.

Dani se bajó de su regazo, corrió a sentarse al lado de Wynn, y se colocó en una postura exacta a la de la vecina, con la espalda recta y la cabeza un poco ladeada. A la niña no le llegaban los pies al suelo; en cambio, Wynn tenía las piernas dobladas de tal manera, que las rodillas casi le llegaban a la cara. Zack pensó que nunca había visto unas piernas tan largas ni tan bien formadas.

Dani sonrió a Wynn de oreja a oreja antes de agarrar su cuenco de cereales y empezó a comer.

–Conan también es un vago –dijo Wynn mientras le pasaba a Dani una servilleta.

Zack se preguntó si Wynn estaría a menudo con niños, y al momento decidió que a él eso no le importaba nada.

–Razón por la cual mis padres han decidido pasar las dos semanas conmigo. Su apartamento está lleno de periódicos y en la nevera siempre tiene algo podrido.

Zack no pudo evitar estremecerse; al verlo, Wynn asintió.

–Sí, es revulsivo –le confirmó.

–¿A qué te dedicas, Zack? –le preguntó Conan para cambiar de tema.

Tanto Conan como su hermana lo miraron con curiosidad. Su hija, con la boca llena de cereales con leche, contestó por él.

–Salva a las personas. Es un héroe.

–Mmm, ya veo.

Wynn miró a Zack de arriba abajo, deteniéndose aquí y allá. Aquella mirada llena de interés tuvo el efecto de una caricia sensual, y Zack tuvo ganas de gritar.

–Tu papá –dijo Wynn– tiene toda la pinta de ser un héroe. Es grande, musculoso, guapo y amable –y entonces esbozó una sonrisa íntima y provocativa–. Me alegro de que sea mi vecino.

 

 

Fue una sensación de lo más curiosa, como si el corazón hubiera empezado a hervirle nada más verlo. Después, cuando había sentado a su hija sobre sus rodillas y le había cepillado el cabello pacientemente, se había derretido por dentro. Jamás había sentido nada igual, ni nunca había visto a un hombre como él.

Dani tenía parte de culpa. Wynn no podía imaginar a una niña más adorable que la que tenía sentada a su lado. La niña poseía una picardía que indicaba que era lista y precoz al mismo tiempo. Pero la mayor impresión se la había causado Zack Grange. No tenía idea de que existiera un hombre que pudiera impresionarla tanto física como emocionalmente. Era un poco más alto que ella, tal vez un par de centímetros. Su altura, sin embargo, no parecía agobiarlo.

No. Aunque él mismo no se había dado cuenta, la había mirado con admiración y a ella le había gustado. Y mucho.

Deseó no haberse puesto aquella horrible sudadera que escondía su cuerpo. Cuando se había vestido esa mañana había hecho un poco de fresco, pero en ese momento no sentía nada de frío. Más bien estaba un poco sofocada. A decir verdad, tenía calor.

Por su aspecto y la edad de su hija, supuso que Zack tendría alrededor de unos treinta años. Pero era su increíble físico lo que la empujaba a mirarlo más de la cuenta. Aquel hombre estaba muy bien hecho.

No tenía un torso musculoso como su hermano, sino atlético y en forma, con una fuerza que en parte era innata a su condición de hombre, y en parte el resultado de un entrenamiento especializado. Tenía los hombros y el pecho anchos. Las caderas eran estrechas, las piernas largas y rectas, las manos y los pies enormes. No tenía un ápice de grasa en el estómago, y su porte era esbelto.

Tenía el cabello castaño claro, muy liso, y ligeramente despeinado, complementado con unos intensos y amables ojos azules. Las cejas y la barba de varios días eran más oscuras y tenía la mandíbula fuerte.

Pero lo que más le había gustado era el modo en que miraba a su hija. A los pocos segundos de ver a Zack, lo había deseado. El hombre exudaba una sensualidad primitiva, temperada por su paciencia y amabilidad. Una combinación que resultaba tremendamente potente.

Estando con él, una se sentía cómoda… de muchas maneras distintas.

Aunque tan solo lo conocía desde hacía una hora, ya había aprendido que amaba a su hija, que era un defensor natural de las mujeres y que se mostraba cortés a pesar de que unos vecinos maleducados lo hubieran despertado de un descanso muy necesitado.

Suspiró, y los dos hombres y Dani la miraron con curiosidad.

–Lo siento –murmuró deseando poder sentarse en las rodillas de Zack, a pesar de que ya no era una niña.

Hacía tanto que no estaba con un hombre, que ya no sabía lo que era eso.

–Entonces, ¿qué es lo que te da el título de héroe, Zack?

–Soy ATS de los servicios de urgencia. Dani cree que Mick, Josh y yo somos tres héroes. Y creo que ahora piensa lo mismo de Delilah, la esposa de Mick.

–Son héroes –dijo Dani con devoción.

–No hables con la boca llena, cariño –le respondió Zack.

–¿Entonces conduces una ambulancia? –Conan se inclinó hacia delante con interés–. ¿Para quién trabajas?

–Para la brigada de bomberos. Josh es bombero. Nos conocemos de toda la vida.

Wynn ladeó la cabeza, y recordó el otro nombre que había mencionado.

–¿Y Mick? ¿A qué se dedica él?

–Mick es policía. Su esposa, Delilah Piper Dawson, es…

–¡La novelista! –terminó de decir Conan, deslizándose hacia el borde de la silla con emoción–. ¿Estás de broma? ¿Conoces a Delilah Piper?

–No te olvides del Dawson, o Mick te matará.

Zack sonrió enseñando una fila de dientes blancos, y se le formó un hoyuelo en la mejilla. A Wynn empezó a latirle con tanta fuerza el corazón, que casi no oyó el resto de la explicación de Zack.

–Como ella y Mick están casados, él ha entendido que debe conservar su primer nombre porque así es como es conocida. Está orgulloso de su profesión, pero insiste en que los que la conocemos debemos recordar que ahora es una mujer casada.

–Posesivo, ¿eh? –preguntó Wynn.

–¿Estás loca? Es Delilah Piper –resopló–. Yo también sería posesivo.

–Siempre lo has sido.

Su hermano tenía loca a su novia actual con su posesividad.

–Por lo que dices, supongo que eres fan suyo –le dijo Zack.

–Acabo de terminar de leerme su última novela. La escena del río es increíble.

–Si quieres, puedo pedirle que te firme las novelas.

Wynn notó con disgusto que su musculoso hermano estaba punto de levantarse y ponerse a bailar. Dani y ella se miraron y la niña volteó sus grandes ojos azules. Wynn se echó a reír.

–¿Entonces te llevas bien con Josh, Mick y Delilah? –le preguntó a Dani.

–Josh sale con muchas mujeres, pero dice que ninguna es más bonita que yo y que por eso no puede casarse con nadie.

–Es listo.

–Sí –asintió con expresión apenada por el pobre Josh–. Papá se quiere casar, pero primero tiene que encontrar una esposa –Dani arrugó la cara y estudió a Wynn.

Wynn se retorció ante tal escrutinio. ¡Y eso que era una niña! Afortunadamente para ella, en ese momento Dani le pidió permiso a su papá para ir al servicio. Cuando la niña se marchó, Zack y Conan continuaron charlando de Delilah Piper.

Wynn lo miró con curiosidad. ¿De modo que Zack quería casarse? ¿O se lo habría inventado su hija? ¿Cómo era posible que Zack continuara soltero? Sin duda, un hombre como él tendría las mujeres a pares. Aunque por otra parte, Zack parecía muy dedicado a su hija, y sabía que en los servicios de urgencias se hacían turnos muy largos, a veces hasta sesenta horas por semana. Con ese trabajo no tendría demasiado tiempo libre para salir con mujeres, y mucho menos para cultivar una relación duradera.

Zack debió de notar que lo estaba mirando, porque la miró mientras Conan continuaba halagando el notable talento de la señora Piper. Sus miradas se encontraron y Zack frunció el ceño. Desvió la mirada y después volvió a mirarla. Wynn pestañeó y se sintió toda tierna y excitada.

Se quedó observándolo, consciente de que lo estaba mirando fijamente. Zack se movió un poco en el asiento y la miró con fastidio; entonces se cruzó de piernas.

Tenía los tobillos anchos. Y también las muñecas. Y los dedos largos y… Un pensamiento le llevó a otro y no pudo evitar mirarle la entrepierna. Tenía unos vaqueros viejos y descoloridos cuya tela parecía muy suave. Se ceñían amorosamente a su cuerpo, delineando una protuberancia que le pareció de lo más considerable, a pesar de que él no estaba excitado.

El corazón se le bajó al estómago y empezó a latirle erráticamente. Las palmas de las manos empezaron a picarle, y deseó tocarlo allí mismo…

–¡Basta!

Pestañeó confusamente y lo miró. Conan se quedó callado. Zack se puso colorado, carraspeó y se puso de pie.

–El café y los bollos estaban estupendos. Gracias.

Conan se puso también de pie y le estrechó la mano, como si no hubiera pasado nada.

–Te traeré los libros pronto si estás seguro de que no le importará firmarlos.

–Delilah es un cielo; no le importará –Zack no la miró, y le dio la impresión de que lo hacía deliberadamente, pero la verdad era que la había pillado mirando su entrepierna, casi babeando.

Se puso colorada. Lo conocía solo desde hacía una hora y ya se estaba comportando como una cualquiera. O peor aún, como una solterona desesperada. ¡Oh, no! Tal vez él la viera así. Después de todo, tenía veintiocho años y aún estaba soltera. El único hombre que la había ayudado a mudarse de casa había sido su hermano. Zack no podía saber que eso era por elección propia; porque aún no había conocido a ninguno que… A ninguno que le hiciera hervir la sangre como él.

Como no era tímida, le tendió la mano y él se la estrechó con una sonrisa superficial en los labios. Su gesto le resultó totalmente impersonal, y eso la fastidió enormemente.

–Bienvenida al vecindario, Wynn.

–Gracias –dijo, y notó que él intentaba retirar la mano, pero ella no se la soltó–. Estoy segura de que nos veremos por aquí.

Nada más decirlo, se encogió por dentro. ¡Casi había sonado como una amenaza! Y encima le tenía agarrada la mano con fuerza, como si ella fuera un macho.

Lo soltó rápidamente y se metió las manos en los bolsillos para no caer en la tentación de volver a agarrarle la mano. Conan recogió la jarra de café y el plato de bollos.

–Bueno, gracias de nuevo. Y siento mucho que te hayamos despertado –repitió sintiéndose como una imbécil.

Dani salió dando saltos.

–No os podéis marchar.

Zack le puso la mano sobre la cabeza rubia.

–Seguro que Wynn quiere terminar de abrir sus bultos. Y tú y yo nos vamos de compras, cariño.

Dani gimió como si le arrancaran la piel, y Zack ahogó una sonrisa.

–Venga, nada de lloriquear. Comeremos fuera y lo pasaremos bien. Ya lo verás.

Conan sonrió.

–¿No le gusta ir de compras?

–A comprar ropa, no. Pero tiene toda la ropa de invierno vieja y gastada.

–Como Wynn. A ella tampoco le gusta ir de compras.

Dani abrió los ojos como platos.

–¿De verdad?

Wynn se encogió de hombros.

–Sé que se supone que es una cosa de chicas, pero nunca lo he entendido. Gracias a Dios que no necesito mucha ropa. Además, con mi trabajo, la ropa deportiva es la que más me conviene.

–¿A qué te dedicas? –preguntó Zack, que inmediatamente puso una cara como si quisiera abofetearse a sí mismo.

–Soy fisioterapeuta. Trabajo dos días por semana en un instituto y dos en la facultad –señaló a su hermano con la cabeza–. Conan es dueño de un gimnasio, donde a veces también voy a ayudarlo cuando los que usan los aparatos se pasan.

–Creo que debería irme –dijo de pronto Conan, que agitó la mano en señal de despedida y empezó a bajar las escaleras–. Acabo de acordarme de que he quedado con Rachel, mi novia.

Wynn lo miró y suspiró; entonces se volvió hacia Zack.

–Yo también me marcho. Me queda mucho por desembalar –se volvió hacia Zack, que parecía ansioso por terminar de despedirse–. Ya que somos vecinos, ven cuando necesites algo. Ya sabes, lo típico, un poco de sal, una taza de azúcar…

–Gracias –dijo Zack en tono seco–. Lo tendré en mente. Y gracias por los bollos. Estaban… buenísimos.

Como no había nada más que decir, Wynn se volvió y empezó a bajar los escalones despacio.

–De acuerdo… Adiós entonces.

–Adiós, Wynn.

Volvió la cabeza y vio que Zack se metía en su casa corriendo. Cerró la puerta y oyó el clic del cerrojo. Maldita sea. Su despedida había sonado de lo más definitiva.

Pero no pensaba permitirlo. Lo deseaba y, de un modo u otro, conseguiría a aquel hombre.

Capítulo Tres

 

–¡Mira, papá!

Zack avanzó por el camino y se detuvo delante de la casa. No quería mirar porque sabía hacia dónde señalaba su hija, o más bien, a quién había visto.

Sin querer se había pasado todo el día pensando en ella, y eso no le hacía ninguna gracia. Incluso mientras su hija y él habían estado de compras, había pensado en Wynn. No había podido dejar de recordar el modo en que su vecina lo había mirado, o más bien, «dónde» lo había mirado. Por esa sencilla razón había pasado todo el día distraído.

Y no solo distraído, sino tenso y medio excitado. Aunque, en realidad, decir eso sería decir poco. En realidad no había dejado de pensar en lo que podría pasar si trataban amistad.

¡Y eso no estaba bien! Era su vecina, vivía al lado, de modo que algo pasajero, como por ejemplo una desenfrenada y apasionada relación sexual, estaba fuera de la cuestión. Y cualquier otra cosa, como una amistad, solo conseguiría que acabara deseándola aún más.