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Una decisión importante Melissa James Anna y Jared West se habían reconciliado para cuidar a la pequeña Melanie en su finca australiana. Por si cambiar pañales, preparar purés y pasar noches en vela no fuera reto suficiente, Anna y Jared tenían que enfrentarse a lo que había hecho que su matrimonio se rompiera. Promesa cumplida Michelle Douglas Querido diario, He venido al outback australiano para encontrar al padre de mi sobrino, Harry. Pero el pobre Harry ya no tiene padre, así que vamos a quedarnos unos días con su tío Liam. Liam Stapleton no parece muy contento de alojarnos en su casa, pero es increíblemente guapo. Y sus rasgos se suavizan cada vez que Harry sonríe… Romance en Londres Barbara Hannay Molly Cooper buscaba intercambiar su casa de una isla del Pacífico por un exclusivo apartamento en un barrio de Chelsea. Su sueño era explorar Gran Bretaña… y conocer al perfecto caballero inglés. Patrick Knight pensaba que intercambiar su casa de Londres por la idílica casita de Molly le ayudaría a escribir su primera novela, pero las cosas no estaban saliendo tal y como había planeado…
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Seitenzahl: 501
Veröffentlichungsjahr: 2019
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 463 - marzo 2019
© 2010 Lisa Chaplin
Una decisión importante
original: One Small Miracle
© 2010 Michelle Douglas
Promesa cumplida
Título original: The Cattleman, The Baby and Me
© 2011 Barbara Hannay
Romance en Londres
Título original: Molly Cooper’s Dream Date
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2011
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, c aracteres, l ugares, y s ituaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1307-969-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Una decisión importante
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Epílogo
Promesa cumplida
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
Romance en Londres
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Broome, noroeste de Australia
HABÍA hecho un día de mucho calor, pegajoso y húmedo. Los aborígenes llamaban a ese tiempo la estación aplastante: el cielo estaba cubierto de negros nubarrones con relámpagos que lo atravesaban y los truenos resonaban sobre la playa, dando un aspecto fascinante y terrible al paisaje. Al fin, caería la lluvia, dejando la región de Kimberley aislada del resto del mundo; sólo unos pocos valientes se atreverían a cruzar la única autopista que estaba abierta.
Ella mantenía abierta su pequeño establecimiento de comestibles y recuerdos para los pocos turistas que se acercaban. Abría desde las siete de la mañana a las once de la noche. Tenía que hacer algo, ¿no era así?
Anna West, que pronto volvería a apellidarse de nuevo Curran, caminó por la playa hacia el pequeño apartamento que había alquilado hacía cinco meses. Cable Beach era el lugar del mundo que más le gustaba. Su blanca arena estaba salpicada de rocas y el agua era cristalina. A veces, los delfines se acercaban tanto a la costa que podían tocarse, y las ballenas pasaban por delante de allí en su camino a la Antártida acompañadas de sus pequeños…
Anna se limpió el sudor de la cara y siguió caminando, sin fijarse en la inmensa belleza que la rodeaba. Ese día no podía hacerlo. Se había cumplido un año desde…
Anna sabía que no debía estar sola ese día. Tenía muchos sitios donde ir, pero no quería.
–Ven a Perth, Anna. Puedes quedarte en mi casa todo el tiempo que quieras. Tendrás paz y tranquilidad, pero no estarás sola –le había insistido Sapphie, su mejor amiga.
–Ven a Yurraji, Anna –le había dicho su hermana Lea, preocupada–. Deberías estar con tu familia en un momento como éste.
Tanto Lea como Sapphie la llamaban todas las noches para saber cómo estaba. Llevaban haciéndolo un año, soportando sus respuestas monosilábicas con más paciencia y amor del que ella había esperado.
Anna tragó saliva al pensar que lo peor era que no se sentía capaz de hablar con su única y adorada sobrina, Molly. ¡Incluso tenía que colgar el teléfono cuando oía la aguda vocecita de Molly pidiendo hablar con ella!
Lo haría pronto… un día. Cuando el mero sonido de la voz de la hija de Lea no reviviera los recuerdos del niño que había perdido…
Estaba lloviendo de nuevo.
Anna se frotó los ojos mojados. Debía parar. No pensar en ello.
El estruendo del trueno resonó sobre el océano. Anna rompió a correr hacia su casita al borde de la playa. Era una cabaña justo frente al mar, un poco vieja, pero a ella le gustaba. Le daba la privacidad que ella quería.
Cuando entró en casa, pensó en ver una película para distraerse pero, de pronto, una fuerte llamada en la puerta la interrumpió.
Jared.
Anna se puso tensa. ¿Por qué seguía buscándola? Jared no sabía perder, ésa era la razón, se dijo. Él había hecho un trato con su padre: si se casaba con ella, heredaría Jarndirri, y el gran Jared West siempre era fiel a sus tratos. Además, para él, era una humillación que su esposa le hubiera dejado.
Hubo una segunda llamada, más fuerte que la anterior.
–¡Ya voy! –gritó Anna y caminó hacia la puerta. Intentó ocultar su agitación. Jared no debía darse cuenta de que seguía deseándolo. Quizá, el amor se hubiera acabado, pero su cuerpo seguía reaccionando a él sin remedio. Un solo beso podía ser la perdición para ella.
Pero no podía ser, se dijo Anna. Lo suyo había terminado.
Anna abrió la puerta y levantó la vista, preparada para enfrentarse…
Pero no encontró a ningún hombre moreno y alto ante sus ojos. Allí había sólo una mujer joven y bonita, demasiado delgada, con ojos desesperados y suplicantes.
–Hola, Anna, eh… ¿cómo estás?
A Anna se le encogió el corazón. Sabía lo que iba a pedirle Rosie Foster.
–Estoy bien, Rosie. ¿Cómo estáis tú y la hermosa Melanie?
Rosie meció a su bebé de forma instintiva.
–Bueno, bien. Mira, sé que no tengo derecho a pedírtelo…
Anna se forzó a sonreír, pero el miedo la invadió. Rosie Foster era la única amiga y nunca le preguntaba por su vida. Rosie ya tenía bastante con sus propios problemas. Era madre soltera y primeriza. Había elegido a Anna como confidente y canguro para cuidar a la pequeña Melanie cuando su madre necesitaba un descanso.
¿Por qué la había elegido Rosie? A ella, a la vacía Anna West, que había perdido a su bebé y que había roto su matrimonio poco después.
Quizá, era porque Anna estaba todavía más sola que Rosie. Al menos, Rosie sabía pedir ayuda. Sin embargo, ella no había querido compartir su angustia más profunda. Llevaba un año sin hablar con nadie. Un día como ése, hacía un año…
Incapaz de hablar, Anna bajó la mirada. Una carita regordeta y sonrosada la miró con sus grandes ojos debajo de un gorrito rosa, esbozando una sonrisa con hoyuelos a modo de saludo.
Y el corazón de Anna se derritió. Ese corazón que llevaba un año congelado, desde el momento en que había sabido que su pequeño estaba muriendo dentro de ella y no había nada que ella pudiera hacer.
–Claro, Rosie, entrad las dos. Tengo cena.
Estaba a punto de llover otra vez.
Las densas y oscuras nubes dominaban el cielo desde el amanecer hasta la puesta de sol.
Igual que su vida desde que Anna se había marchado.
Él había regresado a casa una calurosa tarde hacía cinco meses, llamando a su esposa… y sólo le había respondido el eco.
Por milésima vez, Jared West releyó la nota que ella le había dejado aquel día:
Los dos sabemos que ha terminado. No puedo darte los hijos que quieres y no puedo seguir viviendo aquí… siempre sola, rodeada de silencio.
No necesito el dinero de Jarndirri. Tengo la herencia de mi madre. Es suficiente para vivir. Utiliza el dinero para sacar adelante este sitio, siempre fue más tuyo que mío. No intentes encontrarme. No volveré. Acéptalo.
Pediré el divorcio cuando pase un año. Todavía puedes tener los hijos que añoras. No es demasiado tarde para ti. Sé feliz.
Así, sin más. Unas cuantas líneas garabateadas, sin ningún nombre, ni el de él ni el de ella. Como si cinco años de matrimonio no hubieran significado nada para ella. Como si nunca hubieran existido.
¿Por qué no tiraba la estúpida nota?, se dijo Jared. Anna le había dejado hacía siete meses, nunca había intentado contactar con él y lo había echado cada vez que él había ido a verla a su casita en Broome. Él había sabido desde el primer momento que ella iría allí. A Anna le encantaba ese lugar. Incluso había querido ir allí de luna de miel, en vez de a las seis semanas en Europa que él había reservado. Él le había prometido ir a pasar otras vacaciones a Broome… algún día.
Bien, pues Anna se había salido con la suya al fin.
La última vez que Jared había tomado un vuelo a Broome, ella ni le había dejado entrar en la casa. No había hecho más que entregarle los papeles firmados del divorcio.
–Déjame en paz, Jared. Si vuelves a molestarme, pediré una orden de alejamiento –le había dicho ella. Luego, le había cerrado la puerta en las narices.
Pero Jared no podía aceptar que lo suyo hubiera terminado, sobre todo porque no entendía la razón. Habían pasado unos años maravillosos juntos y podían recuperar todo lo que habían perdido: felicidad, Jarndirri e hijos. Él lo tenía todo planeado. Sólo tenía que conseguir que ella volviera.
Cuando Adam había muerto… su precioso hijo… Jared había deseado estar muerto también. Pero, cuando Anna se había despertado de la operación y le habían dicho que su útero se había rasgado, lo que había causado la muerte de su hijo, y que habían tenido que extirpárselo, su cariñosa y perfecta esposa se había hundido. Se había apartado de todas las personas cercanas a ella, en especial de él y de Lea. Sapphie, la única persona con la que Anna hablaba, no le contaba lo que su esposa sentía o decía.
–Pregúntale tú mismo, Jared –solía decirle Sapphie–. Habla con ella.
Pero Anna se negaba a hablar con él. Jared entendía lo difícil que debía de ser para ella, pero se negaba a rendirse. Después de meses investigando, había encontrado una manera de que tuvieran los hijos que tanto habían deseado. Lo tenía todo planeado. Había estado esperando a que ella se recuperar para contárselo.
Sin embargo, a pesar de todo lo que él había intentado, Anna no se había recuperado. Ella lo había dejado a él, su antigua vida… todo.
Nada iba bien sin Anna. Anna era la cuarta generación de Curran que heredaba Jarndirri. Aunque él tenía la finca en propiedad, se sentía como un intruso sin ella a su lado. Se sentía un fraude… igual que su padre.
Sumido en sus pensamientos, Jared dobló la nota y se la metió en el bolsillo. Se sentía más perdido que nunca. Ese día Adam habría cumplido un año si no…
–¡Señor West! ¡Señor West! –llamó Ellie Button, el ama de llaves, con voz aguda.
–¿Qué pasa, Ellie? –repuso él, volviendo a la realidad de golpe.
–La señora West está al teléfono. Necesita hablar con usted. ¡Dice que es… urgente!
Una hora después…
–¡Diablos, Jared, no es broma! Estás volando por encima del límite de velocidad. Puede que seas el mejor piloto de Kimberley, pero las leyes existen para todos. Debes rebajar la velocidad, o te matarás.
Jared ignoró las voces de uno de los cuatro controladores aéreos de la zona.
–Bueno, ya está bien. He despejado el espacio aéreo para que no mates a nadie más, pero voy a llamar a Bill para que se encargue de ti cuando llegues a Broome. No te estrelles contra la torre, porque yo estoy en ella –le reprendió Tom.
Jared sonrió, motivado por el reto. Iba a Broome, a ver a Anna, y nada iba a detenerlo, ni todos los rayos y truenos del mundo. Sabía que Tom tenía razón. La primera tormenta de la temporada se acercaba y él estaba acercándose a la zona de peligro. Pero, tras cinco largos y vacíos meses, Anna lo había llamado al fin. Después de un año de esperarla, Anna había sonado viva y pensaba llevarla a casa antes de que ella cambiara de opinión.
–Jared, ¿por qué actúas como un idiota? –gritó Tom por la radio del avión–. ¿Quieres problemas? ¡Pues vas a tenerlos! Bill te esperará en el aeropuerto y pasarás la noche encerrado. ¡Tendrás que enfrentarte a muchos cargos, a menos que disminuyas la velocidad ahora mismo!
Jared sonrió de nuevo y llamó pidiendo un coche de alquiler para que lo esperara en el aeropuerto. Con suerte, llegaría allí antes que Bill.
Cuarenta minutos después, aterrizó a gran velocidad, cerca de donde el coche lo estaba esperando. Se bajó de un salto del avión, después de guardarlo en su hangar, y se acercó al conductor de los coches de alquiler, que lo miraba estupefacto.
–Dejaré el coche aquí mañana, con las llaves en el maletero. Quédate con el cambio –le dijo Jared, entregándole mil dólares.
Cuando llevaba apenas cinco minutos en la carretera, Jared escuchó la sirena del coche de policía detrás de él. Bill le adelantó y detuvo el coche, cortándole el paso.
–Ya conoces mi dirección, Bill –gritó Jared por la ventanilla–. Mándame las multas y los cargos que hayáis presentado contra mí.
Dicho aquello, Jared aceleró y se alejó, sobrepasando el límite de velocidad mientras Bill lo seguía. Siguió conduciendo hacia casa de Anna. No le importaba lo que tuviera que pagar de multa, sólo podía pensar en las palabras de Anna. Temía que, si llegaba demasiado tarde, ella cambiara de idea.
–Ha pasado algo, Jared. Tengo que verte, lo antes que puedas –había dicho Anna con timidez al teléfono–. ¿Puedes venir esta noche?
–Estaré allí dentro de dos horas.
Y cumpliría su palabra. Le daría lo que ella le pidiera. Haría lo que fuera con tal de llevarla a casa. Ella era la reina de Jarndirri, la Curran de la familia… y era su esposa.
Jared llegó ante su puerta, leyó la nota y llamó a la puerta con suavidad, siguiendo sus instrucciones. No sabía por qué, pero no le importaba. Ella le había llamado, le había pedido que fuera, al fin. Y eso era lo único importante.
Anna abrió la puerta con una media sonrisa, insegura. Llevaba el pelo moreno caoba recogido en una cola de caballo, con mechones sueltos. Tenía el rostro empapado en sudor y una mancha blanca en la mejilla. Sus ojos mostraban alegría, miedo y…
Entonces, Anna miró detrás de él y abrió los ojos como platos.
–¿Por qué te sigue Bill?
Jared se quedó sin palabras. Tomó a Anna entre sus brazos y la besó, antes de que ella pudiera decir nada más. Necesitaba tocarla, saborearla de nuevo. Entonces, una corriente eléctrica lo recorrió. Se sintió vivo por primera vez en mucho tiempo.
Anna gimió con suavidad, rindiéndose a la pasión, y le acarició el pecho. Enseguida, lo apartó.
–Para. No te he pedido que vengas por eso –dijo ella y se sonrojó al ver que Bill se acercaba–. ¿Por qué está Bill aquí? –susurró.
–Ha venido a ponerme unas veinte multas –replicó él y sintiéndose el mayor de los idiotas al recordar lo mucho que ella odiaba que la besara el público.
–Jared West, quedas arrestado por la violación de, al menos, diecisiete leyes, incluidas las de superar el límite de velocidad, resistirte a la autoridad…
Jared se quedó conmocionado al ver los ojos aterrorizados de Anna.
–Deshazte de él –le susurró ella al oído mientras Bill le leía sus derechos–. Por favor, Jared –suplicó–. Lo echará todo a perder.
No era el momento para cuestionarla, se dijo Jared. Anna le pedía pocas cosas y nunca le había suplicado nada antes. Pasara lo que pasara, debía de ser muy importante para ella. Así que él extendió las muñecas.
–Llévame al calabozo, Bill –dijo Jared y, mientras Bill le ponía las esposas, la miró–. Volveré.
–Esta noche, no –le aseguró Bill y se lo llevó–. Anna, ya sabes dónde va a estar. Puedes venir a pagar la fianza por la mañana. Si quieres.
Anna se quedó pálida.
–Lo s-siento, Jared –gritó ella–. No puedo ir ahora contigo. Iré mañana.
Algo muy raro estaba pasando, pensó Jared. Y, fuera lo que fuera, lo descubriría pronto… después de pasar la noche en el calabozo.
Comisaría de Broome, a la mañana siguiente
–SABES que no te engañaría. Lo tienes todo ahí. Tengo prisa, Bill. ¿Puedo llevar a mi marido a casa ya, por favor?
Desde el calabozo, sentado en el fino colchón de una cama de metal, Jared arqueó las cejas. No se preguntó por qué ella quería llevárselo tan deprisa, después de haberle dejado allí toda la noche. Y se propuso averiguar por qué su conservadora esposa había querido deshacerse de Bill tan rápido la noche anterior.
–¿Estás segura de que quieres hacerlo? –preguntó Bill en voz baja.
–No estaría aquí si no. Por favor, ¿puedes dejarle salir ya?
Demasiado despacio para el gusto de Jared, Bill abrió la celda. El joven policía miró a Anna con el ceño fruncido.
–Es una verdadera dama –dijo Bill–. Tienes suerte de que haya venido a buscarte después de todas las estupideces que hiciste ayer. Ella se merece algo mejor. Debes dejar de arriesgar tu vida de esa manera y cuidar mejor de Anna, Jared. Ella es… especial.
«Siempre cuido de ella», iba a responder Jared con gesto posesivo. Pero recordó una ocasión en que su negligencia estuvo a punto de costarle la vida a su esposa. Todo el mundo en Kimberley lo sabía. Entonces, se preguntó qué habría sido de Anna si él se hubiera matado la noche anterior por culpa de su exceso de velocidad… y recordó cómo Bill, un hombre joven y apuesto, había mirado a su esposa la noche anterior y esa mañana, esforzándose en tener conversación con ella.
«Apártate de ella, idiota. Es mía», pensó Jared y apretó los puños. El policía se dio cuenta de su reacción y sonrió con gesto desafiante.
Pero Jared no pensaba darle más ventaja a Bill comportándose como un imbécil. Asintió y se abrió paso por delante del policía, hacia Anna. Ella llevaba unos pantalones largos color crema y una camiseta rosa, con el pelo suelto. Estaba tan guapa y tan sutilmente sensual que él tuvo que contenerse para no apretarla entre sus brazos.
Jared sonrió y, por un instante, ella lo miró como si fuera su única salvación. «Lo he conseguido», pensó él, «Anna volverá a casa conmigo».
–Por favor, date prisa. Tenemos que volver –suplicó ella, con urgencia.
Jared firmó el documento en el que se comprometía a asistir al juicio y recogió sus cosas, mientras Anna se retorcía las manos con ansiedad.
Anna casi lo arrastró fuera de la comisaría, despidiéndose de Bill con un tono formal que, para Jared, significó que ella no sentía ninguna atracción por el policía. Pronto la llevaría de vuelta a casa, se dijo él. Y le contaría los planes que había hecho para su familia, la haría sonreír y reír de nuevo…
–Tenemos que volver ahora mismo. El tren se va dentro de una hora y… –comenzó a decir ella con gesto imperativo nada más subirse al coche.
–¿Qué tren? ¿Qué está pasando, Anna? –protestó Jared. Si ella había planeado irse…
–Tenemos que asegurarnos de que tome ese tren… Rosie, mi amiga Rosie Foster. Necesita nuestra ayuda, Jared… la ayuda de ambos.
–¿Quién es Rosie Foster y qué tiene que ver conmigo?
–Te lo he dicho, es mi amiga y necesita ayuda.
–¿Por qué yo? ¿Por qué ahora? –preguntó él con curiosidad–. No querías saber nada de mí hace unos días cuando te llamaba y ahora…
Anna siguió conduciendo, concentrada en la carretera.
–Espera a llegar a mi casa. Entonces, lo verás.
Anna apenas lo escuchaba y no lo había tocado nada más que para arrastrarlo al coche. Entonces, Jared recordó las palabras que ella le había dedicado la noche anterior cuando la había besado: «No te he llamado por eso».
Al parecer, lo que ella quería no tenía nada que ver con volver a casa, pensó Jared. Sin embargo, él no se daría por vencido. Le recordaría lo mucho que había amado su hogar, lo mucho que se habían amado los dos…
Forzándose a aparentar calma, Jared se recostó en el asiento. Por primera vez en sus doce años de relación, tenía que dejar que Anna llevara las riendas.
Cuando supiera quién era esa Rosie y qué quería de ellos, trazaría un plan.
Y conseguiría que su esposa volviera a casa.
A Anna le temblaban las manos cuando entró en casa. Rosie estaba aterrorizada por lo que iba a hacer y por sus posibles repercusiones. El silencio dentro de la casa la tranquilizó. Rosie debía de haberse quedado dormida también.
–Entra y siéntate –invitó Anna a Jared–. Haré café –dijo y corrió al dormitorio para asegurarse de que el bebé estuviera bien.
En medio de su cama de matrimonio, rodeada por todas las sillas de la casa y envuelta en una manta, Melanie seguía durmiendo. Tenía las mejillas sonrosadas y el pulgar dentro de la boca.
El corazón de Anna se llenó de alivio y alegría. Se subió a la cama, sin poder resistirse, y acarició la mejilla cálida y preciosa del bebé.
–Hola, preciosa, ya he vuelto –murmuró Anna–. ¿Has dejado agotada a tu pobre mamá?
–¿Qué diablos…?
El rugido de Jared hizo que el bebé se despertara y soltara un gemido.
–Cállate –susurró Anna con urgencia, calmando a la niña con sus caricias–. Sólo lleva una hora dormida.
Tras unos instantes, Melanie volvió a cerrar los ojos y se durmió de nuevo.
–¿De quién es ese bebé? ¿De dónde lo has…?
La cafetera comenzó a sonar. Ansiosa porque la niña no se despertara, Anna empujó a Jared fuera del cuarto y cerró la puerta tras ellos.
–Ve a la cocina, ahora.
Jared obedeció y sacó la cafetera del fuego. La miró, con rostro pálido.
–Anna, dime qué está haciendo el bebé en tu cama y de quién es.
–Es una niña –señaló Anna, sirviendo el café con pulso tembloroso.
–¿Es Rosie? Si es así, estás mal de la cabeza. Un bebé no puede ir solo en tren.
–Eso ya lo sé, Jared –suspiró ella, mirando al techo–. Se llama Melanie. Rosie es su madre.
–¿Y dónde está Rosie? ¿Quién es y por qué está su hija aquí?
–No tenemos tiempo para esto –le espetó ella, sin mirarlo a los ojos–. Tenemos que llevar a Rosie al tren y llevarnos a Melanie a Jarndirri…
–Lo que voy a hacer es ir a ver a Bill y llamar a los servicios sociales a menos que me expliques qué está pasando aquí.
–¡No puedes hacer eso! –exclamó ella, quedándose blanca.
–Claro que sí. No entiendo qué está pasando, pero dudo que sea legal.
–Yo… esto… No es legal.
Jared la tomó del brazo y la miró a los ojos.
–Cielo santo, Anna, ¿has secuestrado al bebé? ¿Tan desesperada estás que has robado un niño? ¿Por qué no has hablando conmigo? Si lo hubiera sabido… Tengo una solución para nosotros…
Anna se quedó petrificada al escuchar sus preguntas.
–¿Cómo puedes pensar que haría… algo así? ¿Crees que podría hacerle pasar por algo así a los padres de un bebé? –replicó ella con indignación. Como si nunca hubiera soñado con llevarse un bebé, cada vez que veía un niño de la misma edad que tendría Adam… Como si nunca hubiera soñado con tener un tierno bebé entre sus brazos, verlo crecer, escuchar cómo la llamaba mamá…
–Gracias al cielo –dijo él y la soltó. Se limpió la frente, por la que le caía una gota de sudor.
–¿De veras crees que podría hacer algo así? –repitió ella, aunque no consiguió sonar convincente.
–Después de dejarme pasar la noche en el calabozo y por cómo te deshiciste de Bill, era una conclusión bastante lógica –repuso él y se acercó a la ventana para respirar aire fresco–. ¿De quién es entonces?
–Te lo he dicho, de Rosie.
–De acuerdo. ¿Y dónde está esa misteriosa Rosie? –preguntó él–. ¿Y quién es?
–Rosie Foster, la hija de Maggie Foster. Creció aquí, pero se fue a la universidad hace dos o tres años.
Jared se encogió de hombros y ella suspiró.
–Está dormida en el cuarto de invitados, supongo, o haciendo la maleta. Se va a Perth hoy. Tiene una depresión posparto y no tiene nadie con quien contar. Me ha pedido que me ocupe de Melanie durante unas semanas, mientras ella se recupera.
–Espera. Eso no tiene sentido. ¿Por qué no se lleva al bebé con ella?
–Se llama Melanie –repitió Anna con paciencia–. Mira, podemos hablar de esto en Jarndirri. Lo primero es llevar a Rosie a la estación. Sólo hay un tren a Perth esta semana, y sale hoy.
–No –se negó él con tono inflexible. No pensaba ir a ningún sitio hasta que no conociera todos los detalles–. El bebé no viene a Jarndirri. Ya voy a ir a un juicio por ti, Anna. No quiero participar en un secuestro y, a ojos de la ley, llevar al bebé a Jarndirri sería eso. Y me parece que a Bill le encantaría tener una excusa para encerrarme –añadió, lanzándole una mirada penetrante.
Anna se sonrojó, sintiéndose tan culpable como si hubiera aceptado las invitaciones de Bill a cenar o a ir al cine.
–Yo no te pedí que infringieras la ley para venir a verme –replicó ella–. Ni yo he infringido ninguna ley tampoco. Llevar a Melanie a Jarndirri no es un… secuestro. Tenemos el permiso escrito de la madre para cuidar de ella durante unas semanas.
–¿Puedes explicarme cómo ha llegado la niña aquí? –inquirió él con el ceño fruncido, perdiendo la paciencia.
–Ya te lo he dicho. Rosie vino anoche. Ha estado intentando salir adelante desde que tuvo a Melanie. Pero le acaban de diagnosticar depresión posparto. Quiere que yo cuide de Melanie durante unas semanas mientras ella recibe tratamiento.
–¿No tiene familia?
–Su ex novio desapareció cuando se enteró del embarazo. Y su madre… ¿Recuerdas a Maggie? –repitió ella con énfasis.
–Sí. ¿Qué pasa con ella?
Anna apretó los dientes ante su tono de impaciencia. Jared odiaba las historias largas, él siempre quería ir directo al grano.
–Maggie está furiosa porque su hija decidiera dejar sus estudios de medicina para tener el bebé. La ha echado de su casa y, aunque sólo vive a una hora de aquí, nunca ha querido conocer a Melanie. Si Rosie deja a la niña con Maggie, teme que la entregue en adopción, usando como excusa la depresión de su hija.
–Qué mujer tan encantadora –comentó él con tono seco. Algunas personas darían lo que fuera para tener un bebé sano y hermoso y otras…, pensó.
–El tren sale dentro de cuarenta minutos. Tengo que despertar a Rosie ahora mismo. Rosie quiere que me lleve a Melanie a Jarndirri durante unas semanas, lejos de la posible influencia de Maggie –dijo ella con urgencia–. No tenemos tiempo. ¿Me ayudarás?
Jared la miró en silencio durante un interminable instante. Anna tembló. Después de la insistencia de su marido por recuperarla durante todos esos meses, pensó que él… esperaba que…
–Despiértala. Tomaré una decisión cuando la conozca –repuso él con gesto inexpresivo.
Anna se giró y se dirigió al cuarto de invitados. Un minuto después, regreso a la cocina, jadeando.
–¡Se ha ido! Se lo ha llevado todo.
–¿Qué?
–Ha huido –dijo Anna, nerviosa–. ¡Me ha dejado a la niña, y se ha ido!
–ME HA dejado a la niña –repitió Anna, perpleja.
Jared se quedó mirándola, parpadeó, frunció el ceño y meneó la cabeza.
–No puede ser. Eso sólo pasa en las películas.
–Bueno, me acaba de pasar a mí ahora –repuso Anna y, todavía en estado de shock, le tendió a Jared la nota que había encontrado sobre la cama–. Y a ti también.
Jared desdobló la nota y leyó.
Lo siento mucho, Anna, señor West. No puedo seguir con esto… Tengo que dejar de engañarme. Cuando te fuiste a buscar al señor West, Anna, me dije que era culpa mía meteros en este lío. Os he traído problemas a los dos. Luego, miré a Melanie y supe que sólo echaría a perder su vida, también. Quiero terminar la carrera, ser médico. Quizá sea egoísta, pero sólo tengo veinte años. No estoy preparada para nada y ni siquiera tengo un hogar. No puedo darle a Melanie lo que se merece y quiero ser libre para perseguir mis sueños.
Voy a recibir terapia para mi depresión y, si sigo pensando de la misma manera cuando me recupere, volveré a la universidad el próximo curso. Contactaré contigo de nuevo dentro de un mes. Por favor, no llaméis a los servicios sociales ni a la policía, todavía no. Os pido que llevéis a mi niña a un sitio seguro durante unas semanas mientras recibo tratamiento. No quiero que mi madre se deshaga de ella ni se la entregue a unos extraños. Melanie te quiere, Anna. Jarndirri sería un lugar maravilloso para ella. ¿Os ocuparéis de mi pequeña?
PD: Me quedaré hasta que escuche el coche de regreso y sepa que Melanie no se va a quedar sola. Decidle que su mamá la quiere mucho.
Anna cerró los ojos cuando se dio cuenta de que la nota estaba mojada por las lágrimas.
–No está firmada –fue todo lo que Jared dijo tras un largo silencio.
Anna tardó en recuperar el habla unos instantes.
–¿Y?
–Deberíamos llamar a Tom Hereford y pedirle su consejo legal antes de hacer nada –sugirió Jared con el ceño fruncido.
Intentando mantener a raya el pánico, Anna asintió. Tomó el teléfono inalámbrico y se lo tendió a su marido.
Jared marcó el número del abogado de la familia, que respondió al momento. Él se lo explicó todo mientras Anna lo escuchaba nerviosa, retorciéndose las manos.
–Gracias, Tom. Estaremos en contacto. Adiós –se despidió Jared al teléfono y miró a Anna–. En opinión de Tom, al tener el permiso de la madre para llevarnos a Melanie, tenemos ventaja sobre Maggie, pues ella no puede demostrar que se haya ocupado de la niña en nada. Pero nos aconseja ir a Jarndirri tan rápido y discretamente como podamos. Dice que no le gustaría tener que enfrentarse a Maggie Foster. Parece ser que la señora Foster llevó al padre de Rosie a los tribunales y no descansó hasta dejarlo en la ruina. Pero, a los ojos de la ley, Melanie es la madre de Rosie. Sus deseos escritos serían considerados como prueba legal de que nos ha encomendado a la niña. También ha dicho que tenemos las de ganar siempre y cuando estemos juntos como pareja.
Anna apretó los dientes y asintió.
–Es necesario que parezcamos estar unidos, y no sólo por la niña. Si Maggie descubre que la tenemos y decide que quiere a su nieta, su vínculo de sangre con la niña tendrá mucha fuerza. Y esa mujer no se cansa nunca de luchar.
–Lo sé –murmuró ella.
–Por eso, dime, ¿es esto lo que quieres? ¿Lo quieres de veras? ¿Merece la pena luchar por ello?
–No se trata de mí. Se trata de una niña y de lo que necesita. Tú sabes lo que yo quiero, lo que he querido siempre. Quiero un bebé, mi bebé. Y sabes que nunca podré tenerlo. Pero quiero a Melanie –admitió ella.
Jared le dedicó la fría mirada que siempre le dedicaba cuando se sentía decepcionado.
–¿Por eso querías verme, Anna? ¿Sólo por eso?
–Cuando te llamé, pensé que sería sólo durante unas semanas –balbuceó ella–. Pensé que querías que yo volviera y…
–No se trata de lo que yo quiero –le interrumpió él–. ¿Qué quieres tú, Anna?
–Ahora mismo, no lo sé. No sé si realmente Rosie quiere dejar a su niña o si se está dejando llevar por los efectos de la depresión –repuso ella–. Quiero ayudar a Rosie, cuidar a Melanie, pero esto… –añadió y meneó la cabeza–. No puedo creer que Rosie esté dispuesta a renunciar a su hija. Ni quiero que Maggie intervenga y se deshaga de la niña antes de que Rosie tome una decisión en firme. Necesita curarse antes de decidir lo que quiere hacer –continuó y le lanzó una mirada suplicante a Jared–. Sólo necesita unas semanas y… si decide que quiere deshacerse de Melanie, yo quiero ofrecerme para adoptarla. Quiero ser madre –susurró, sintiendo que las lágrimas se le agolpaban en los ojos.
Frotándose la cara, Anna se dijo que no lloraría. Delante de Jared, no. Él nunca le dejaba dar rienda suelta a sus sentimientos, ni la escuchaba, sólo ofrecía soluciones.
Así que respiró hondo y se forzó a hablar con calma.
–Como Rosie nos la ha encomendado a los dos, no puedo adoptar a Melanie sin ti.
Jared comenzó a dar vueltas dentro de la cocina como un tigre enjaulado.
–Es una locura, Anna. No va a funcionar.
A Anna se le encogió el corazón. Si no conseguía que Jared creyera en ello, no podría seguir adelante y perdería su última oportunidad de ser madre.
–No es una locura. Puede funcionar. Maggie no sabrá nada. Pensará que Rosie se llevó a Melanie. Rosie sólo necesita unas semanas –insistió ella–. Y Jarndirri es un sitio aislado, el lugar ideal. Podemos dar vacaciones a todos los empleados, decirles que vuelvo a casa y que queremos estar solos para tener una segunda luna de miel. Así, podremos decir que habíamos retomado nuestra relación antes de que Melanie entrara en nuestras vidas.
–Está claro que piensas rápido. Vamos, cuéntame el resto de tu plan –replicó él, intentando controlar sus nervios.
–No hay mucho más –señaló ella y, por alguna razón, se sintió incapaz de mirarlo–. La quiero, Jared. Cuando estoy con ella, mi corazón… bueno, no se ha curado, no se curará nunca después de lo de Adam, pero… –balbuceó. «Casi lo olvido cuando estoy con Melanie. He dormido por primera vez toda la noche de un tirón desde que Adam murió», pensó–. Por favor, Jared. No estamos haciendo nada ilegal. Estamos ayudando a alguien que necesita tiempo. Sólo seremos padres adoptivos durante unas semanas, luego yo me iré y te dejaré Jarndirri para siempre. Que nos reconciliemos o no es sólo asunto nuestro.
–Parece que ni siquiera es asunto mío –replicó él.
Anna no podía creer que Rosie quisiera deshacerse de su niña para siempre. Pero si quería hacerlo…
Sería el mayor regalo para ella. Sujetar un cuerpecito caliente entre sus brazos, junto a su corazón, en vez de recordar la misma imagen que llevaba reviviendo durante el último año, la de su hijito muerto en su pequeño ataúd…
Si ayudar a Rosie y tener una pequeña oportunidad de convertirse en la madre de su preciosa niña significaba volver a Jarndirri, Anna lo haría.
Jared se giró, dándole la espalda. ¿Qué le importaba a él lo que ella necesitaba?, se dijo Anna. Él había querido tener sus propios hijos, no los de unos extraños.
–Si lo haces, firmaré para cederte todos los derechos sobre Jarndirri para siempre. Lo único que tienes que hacer es dejar que me quede hasta que Rosie tome su decisión… o hasta que se formalice la adopción. Y dejar que las autoridades crean que estábamos juntos cuando Rosie nos pidió que nos hiciéramos cargo de Melanie. Luego, me iré con la niña, volveré aquí o desapareceré, lo que tú quieras.
–Parece que lo que yo quiera no tiene importancia para ti.
Anna se encogió de miedo al pensar que él iba a negarse. Pensó que no le había ofrecido demasiado.
–Te juro que, si me ayudas en esto, te daré lo que quieras. Te dejaré libre… –comenzó a decir y tragó saliva– para que tengas tus propios hijos con otra persona. Te daré Jarndirri y todo el dinero. No me importa. No lo quiero. Sólo quiero a Melanie.
Jared apartó la vista y miró por la ventana, hacia la tormenta que se avecinaba.
–Gracias –dijo él con ironía.
–Sólo intento ser honesta –repuso ella, sonrojándose–. Si lo piensas bien, sabrás que tengo razón. Sólo me querías porque yo era parte del paquete de Jarndirri. Bueno, te ofrezco lo que siempre has querido, la libertad.
–No es eso a lo que me comprometí cuando me casé contigo –señaló él–. Si crees que Jarndirri es lo único que quiero, es que no me conoces.
¿Por qué se lo estaba poniendo tan difícil?, se dijo Anna. Ella se estaba mostrando tal y como él siempre había querido que fuera: comprensiva, calmada, independiente. ¿Por qué estaba él cambiando las reglas del juego?
–Mira, Jared, ¿no podemos hablar como adultos? Tú te comprometiste conmigo porque adorabas Jarndirri. Querías seguir allí toda tu vida. Yo soy quien se va a ir. Tú puedes tener todo lo que querías cuando aceptaste casarte conmigo… Serás libre. Podrás encontrar a otra mujer con quien tener hijos.
El silencio se hizo insoportable. Jared no parecía agradecido por su oferta. Su rostro seguía impasible, igual que había estado el día en que el padre de Anna les había informado de que tenía planes para ellos: se casarían y heredarían Jarndirri juntos. Ella recordó cómo se le había encogido el corazón, temiendo que él aceptara y temiendo más todavía que se negara…
Anna se obligó a mantener la boca cerrada, dándole tiempo para pensar.
Entonces, él dijo lo último que ella había esperado, mirándola a los ojos.
–Bryce me ofreció el mismo trato si me casaba con Lea, para que lo sepas.
–¿Qué?
–Cuando tú tenías quince años y Lea tenía dieciocho, me dijo que, si me casaba con Lea, me lo daría todo.
Anna frunció el ceño. De alguna manera, sabía que Jared le estaba diciendo la verdad.
–¿Y?
–Ya lo sabes. Conoces a Lea.
Anna pensó en ello y sonrió.
–Seguro que mandó a mi padre al diablo… y a ti también.
–Más o menos –repuso él–. Y pasó algo más.
–¿El qué?
Jared la miró con intensidad y esbozó esa media sonrisa suya tan seductora. Ella tuvo que contenerse para no lanzarse a sus brazos, como le pasaba siempre que la miraba así.
–¿Y bien? –insistió ella, conteniéndose para no moverse.
–Luego, nos reímos juntos. Desde el día en que fui a vivir a Jarndirri, Lea siempre fue como una hermana para mí. Pero no había nada más.
–¿No? Os llevabais demasiado bien…
–En todo menos en una cosa –afirmó él y sonrió aún más–. Yo tampoco le gustaba a ella. Intentamos besarnos una vez y terminamos en el suelo muertos de risa. Ella escupió y dijo: «Qué asco, es como besar a mi hermano».
–¿Y a ti te gustó? –inquirió ella, sin poder evitarlo.
Jared dio un paso hacia ella con una intención clara en la mente y Anna se quedó en blanco, sintiendo que le subía la temperatura…
–Besar a Lea fue muy divertido. Entonces, supe que sería como mi hermana para toda la vida y que nunca haría nada que la lastimara.
–¿Y? –consiguió preguntar ella, forzándose a seguir respirando, sintiendo la cercanía de él.
–Te encontré escondida en el pajar. Le habías robado a Lea una chocolatina –murmuró él con los ojos llenos de deseo.
Anna recordó aquella ocasión. Le había suplicado a Jared que no la delatara y le había ofrecido un pedazo de la chocolatina a cambio. Él se había inclinado sobre ella y le había limpiado el chocolate de la cara con los labios y la lengua. Entonces, ella se había olvidado del chocolate, lo había rodeado con sus brazos y lo había besado también. Ella había tenido quince años y él dieciocho.
Jared no había vuelto a besarla durante mucho tiempo. Pero tampoco había salido con otras chicas. Ni había dejado que ningún chico se acercara a ella. Había mantenido la comunicación con ella a través de miradas sensuales y promesas sin palabras.
Hasta que, en su dieciocho cumpleaños, él le había regalado un anillo de diamantes, había bailado con ella toda la noche y la había besado de nuevo, en esa ocasión con más profundidad, abrazándola.
–Voy a casarme contigo –le había susurrado Jared al oído después de unos besos que la habían derretido.
Ella no se había sentido capaz de negarle nada. Habían vuelto a la casa juntos para hacerlo público y su fiesta de mayoría de edad se había convertido en la celebración de su compromiso.
Se habían casado cuatro años después, cuando Anna había terminado la carrera, como su padre había exigido. Ella se había sentido dividida entre sus deseos de ser maestra y su ansiedad por estar con el hombre que amaba. Pero, cuando había vuelto a verlo, había tomado una decisión: no se separaría nunca más de él, ni aunque le fuera la vida en ello.
Sin embargo, su sueño se había hecho pedazos. Cuando Anna había regresado a casa del hospital, Jared había querido que ella hablara, que se recuperara de su dolor… Había esperado que fuera otra vez la misma esposa sensual y divertida de siempre. No había querido aguantar su dolor ilimitado, soportar su angustia.
Él podía tener una familia. Todavía podía ser padre. Nunca entendería la profundidad de la pérdida que invadía a Anna. Su impaciencia porque ella se recuperara había empezado a ser demasiado difícil de sobrellevar.
Así era Jared. Siempre dispuesto a luchar, a prestarle ayuda, a darle todo lo que ella le pidiera… menos que compartiera sus sentimientos.
Con la muerte de Adam y su histerectomía, Anna había empezado a ver las cosas de forma diferente. Se había cansado de intentar complacer a un hombre que la veía sólo como un accesorio. Quería ser ella misma, algo más que la hija de su padre y la esposa de Jared.
Sin embargo, al estar cerca de Jared toda su determinación se tambaleaba. Estaba casi a punto de renunciar a su independencia a cambio de un beso. Pero no podía hacerlo, se dijo, y levantó la barbilla.
–Son recuerdos muy bonitos, pero ahora no vienen al caso –señaló ella–. Sólo quiero volver a Jarndirri hasta que tenga noticias de Rosie. Y, si ella quiere que adopte a la niña, te daré Jarndirri, el dinero y todo lo que quieras a cambio de tu ayuda.
–¿Es una promesa? –preguntó él tras un largo silencio.
–¿Lo de darte el divorcio? –quiso saber ella, frunciendo el ceño–. Claro, te dije que…
–No es eso lo que has dicho –le interrumpió él–. Me has prometido darme cualquier cosa que quiera.
A Anna se le encogió el estómago. Después de doce años de relación, lo que ella quisiera seguía sin significar nada para él. Jared era demasiado testarudo y no renunciaría con tanta facilidad a la vida que había planeado para ellos, adivinó.
Pero ella no podía darle hijos. Y no quería vivir en el sitio donde había vivido con Adam dentro de su vientre… Jarndirri había dejado de ser su hogar. Era el lugar donde sus sueños habían muerto. No quería volver allí.
Sin embargo, tenía que hacerlo, se dijo Anna. Por Melanie.
–Cualquier cosa –repitió Jared con voz fría–. Dame tu palabra, Anna.
–No puedo darte los hijos que tú querías –le espetó ella, conteniendo las lágrimas–. ¿Cómo crees que podría…?
Jared la miró impertérrito como una roca.
–Prométemelo, Anna. Si lo haces, haré lo que haga falta para que tengas a la niña.
Anna sabía lo que él iba a pedirle: que volviera a su vida, a su cama, que su matrimonio se mantuviera intacto. Y adivinaba que él había trazado un plan para que pudieran tener hijos. Hijos de él, al menos.
Para Jared eran demasiado importantes la opinión de los vecinos, su reputación, la promesa que le había hecho a Bryce Curran de cuidar de su hija…
Anna sabía que Jared tenía un as en la manga y que sabría cómo jugarlo. Él quería que su esposa regresara a casa y no le importaría utilizar a Melanie para conseguirlo.
A todo o nada, así jugaba Jared, a ganar a toda costa.
–Tienes mi palabra –afirmó ella al fin–. Pero tienes que saber la verdad. Sólo lo hago por Rosie y por Melanie. No te habría llamado si no hubiera sido por esto. Nunca volveré contigo por voluntad propia. Quiero tener mi propia vida. Estaba esperando que se cumpliera un año de nuestra separación para divorciarme.
–Y me lo has dejado muy claro durante los últimos cinco meses –repuso él con tono seco.
–Lo siento, Jared. Así son las cosas.
Al menos, así tenían que ser, pensó Anna. Tenía unas cuantas semanas para convencer a los servicios sociales de que eran una pareja unida. Si pasar esas semanas en la cama de Jared iba a ayudarle a tener a Melanie y a librarse de la agonía del pasado, lo haría. Luego, cuando la adopción se hubiera formalizado, le demostraría a Jared que lo suyo había terminado. Ella podría irse con la niña y él podría encontrar a una mujer que le diera lo que tanto deseaba.
Algún día, Jared le daría las gracias por ello.
–Pues vuelve a casa –pidió Jared con gesto vacío, distanciado–. Supongo que has hecho ya las maletas, ¿no?
Y, aunque se lo había merecido, algo dentro de Anna se encogió al escuchar su frío tono. Renunciar al hombre que siempre había amado iba a ser un gran sacrificio. Pero debía hacerlo, se dijo.
–Sí, tengo las maletas preparadas y he avisado a mi casero. También he cerrado la tienda.
–Bueno. Esperaremos, entonces, a que se despierte el bebé.
–Se llama Melanie –le corrigió ella, apretando los dientes.
–Voy a dar una vuelta –replicó él, encogiéndose de hombros–. Tienes mi móvil. Llámame cuando se despierte.
Anna sintió un escalofrío al verlo salir. Al fin, él parecía a punto de rendirse, de renunciar a ella. Y, aunque ella debía alegrarse, lo único que sintió fue un vacío inabarcable.
Jared llegó a la playa, hasta donde ella no pudiera verlo. Entonces, sus piernas se tambalearon. Se apoyó en un tronco y comenzó a jadear, sintiéndose mareado. No estaba dispuesto a dejar que ella supiera el daño que le había hecho. No podía mostrar su debilidad.
«Nunca volveré contigo por voluntad propia». Jared apretó los ojos mientras las palabras de ella resonaban en su cabeza. Sabía que ella nunca mentía y que, si le había dicho eso, era lo que pensaba.
–No. Habla así porque sigue dolorida. No sabe lo que quiere –jadeó él entre dientes, hablando solo–. No se ha terminado. Ella volverá a mí. Todo volverá a ser como antes. Sólo necesito… seguir con el plan.
Haría lo mismo que con la cosecha en Jarndirri. Plantaría las semillas con Anna, le daría todo lo que ella necesitara y esperaría a que dieran sus frutos.
¿Pero qué quería ella? Jared tenía que reconocer que nunca había conseguido descifrar por qué ella se había ido de Jarndirri. Ni por qué lo había abandonado.
Su pérdida debía haberlos unido más. ¿Por qué no había sido así? ¿Por qué ella nunca le había dejado consolarla? Adam también había sido hijo suyo…
Jared apretó la mandíbula para no llorar. No quería ser débil, como había sido su padre. Tenía que ser fuerte para ella.
Haría cualquier cosa con tal de llevarla a casa. Una vez allí, todo iría bien, se dijo para tranquilizarse.
Anna lo necesitaba. Quería tener un bebé y necesitaba que él la ayudara.
Quizá, lo único que ella buscaba era una excusa para volver a casa…
Iban por buen camino, pensó Jared, gracias al bebé abandonado. ¿Sería ese pequeño ser el milagro que necesitaba para poder recuperar a su esposa?
–ESO he dicho, Ollie. Tomaos una semana de vacaciones pagadas, todos. Idos a alguna parte. Anna va a volver a casa y queremos estar solos –le dijo Jared al capataz por la radio del avión.
–¿Cómo vamos a irnos, Jared? –preguntó Ollie, sin poder ocultar su sorpresa–. La estación de lluvias está a punto de empezar.
–Llevaos el otro avión. Los coches son demasiado peligrosos con las lluvias. Quedaos en casa o en un hotel, llevad a vuestras esposas o novias… yo pago –dijo Jared y lanzó una mirada ansiosa a Melanie. Si la niña se despertaba y Ollie escuchaba su llanto…
–John y Ellie Button no se irán –señaló Ollie–. Jarndirri es su único hogar, a menos que visiten a sus hijos, pero no creo que quieran hacerlo en la temporada de lluvias.
–Pues déjales claro que serán vacaciones pagadas. Yo no puedo irme de Jarndirri, pero queremos estar solos –repitió Jared con rigidez.
–Puede que necesites ayuda…
–Anna me ayudará. Ella conoce el lugar y será sólo una semana. ¿Quieres dejar de discutirme, Ollie?
–No le digas nada más o sonará sospechoso –le susurró Anna al oído.
Jared asintió.
–Llegaremos dentro de pocas horas. Dad de comer a los animales y guardarlos en el establo primero –dijo Jared y cortó la comunicación, sin despedirse.
Como la tierra roja y árida a la que se acercaban, con enormes monolitos, profundos ríos inaccesibles cataratas, los hombres de Jarndirri eran silenciosos, rudos, distantes… y extrañamente inolvidables. Anna sabía que podía huir, establecerse lejos de allí… pero parte de su corazón siempre estaría en Kimberley.
Anna se giró y, al mirar a la pequeña durmiente, su corazón se llenó de dulzura.
Nunca olvidaría a Adam ni dejaría de sufrir por los bebés que nunca podría tener. Pero, con esa hermosa niña, se sentía viva de nuevo. Aunque sólo fuera durante unas semanas… quizá, así, encontraría fuerzas para dejar el único hogar que había tenido y divorciarse del único hombre que había amado.
–No pienses en ello.
–¿Qué? –dijo ella, sobresaltada.
–Serás madre, de este bebé o de otro –repuso él–. No abandones la esperanza. Todo irá bien.
Anna se estremeció. Jared había adivinado sus sentimientos y, una vez más, le estaba ofreciendo su apoyo. Él siempre sabía encontrar una solución a todo. Pero ella llevaba demasiado tiempo dependiendo de sus soluciones.
Cada vez que habían perdido uno de sus embarazos por fertilización in vitro, Jared la había animado a que continuaran intentándolo, ocultando sus sentimientos, como si perder cuatro bebés no le hubiera afectado en absoluto.
¿Había él sentido el dolor de la pérdida? Hasta lo de Adam, Anna no lo había sabido. Jared no había demostrado ningún sentimiento en todos esos años. Había seguido esforzándose, preparándose para el próximo embarazo. Pero, cuando Adam había muerto, Jared había llorado entre sus brazos y ella no podría olvidarlo jamás.
Sin embargo, la sensación de conexión emocional con su marido se había limitado a esa ocasión excepcional. Jared había vuelto a adoptar su actitud distante una semana después, cuando habían regresado a Jarndirri y él había vuelto a trabajar desde las seis de la mañana hasta el anochecer, como siempre. Las únicas emociones que había mostrado habían sido de rabia y de impaciencia ante la negativa de ella a compartir su cama.
Jared no había derramado ni una lágrima en el funeral de su padre. Ni en el del padre de ella. Incluso después de la histerectomía, él había mantenido la calma y se había limitado a animarla. Sólo había llorado cuando Adam había muerto, había llorado durante toda una hora…
–Gracias –dijo ella con un nudo en la garganta.
Anna sabía que Jared nunca mostraría su debilidad, ni reconocería que su matrimonio había fracasado. Se había comprometido con ella de por vida y el divorcio no encajaba en su código de honor.
–Tendrá que conformarse con una cama pegada a la pared con sillas al otro lado durante un par de días, hasta que pueda volar a Geraldton a comprar una cuna –señaló él.
–¿Por qué? –preguntó ella con el ceño fruncido–. ¿Dónde están las cosas que teníamos… para Adam? –quiso saber, casi atragantándose.
–Las regalé –repuso él tras un largo silencio.
–¿Cuándo?
–Hace tres semanas –contestó él y apartó la mirada–. Los Lowe necesitaban cosas para su recién nacido.
¿Eso era lo único que tenía que decir? Se había desprendido de las cosas de su hijo sin más, cosas que ella había hecho o pintado con sus propias manos.
Anna estaba a punto de explotar de rabia y de celos del hijo de los Lowe.
–¿Y no pensaste en pedirme permiso?
–Me colgabas el teléfono.
Anna giró la cabeza hacia la ventana.
–Dilo, Anna –pidió él, tras un largo silencio.
–¿Para qué? Ya lo has hecho.
Otro silencio.
–Los Lowe no tienen nada.
Anna tardó un momento en registrar lo que él había dicho.
–Me parece justo –repuso ella, sin mirarlo y sin renunciar a su enfado.
–Pensé que las personas te importaban más que las cosas –le espetó él.
Como ella no dijo nada, Jared suspiró con un gesto de paciencia exagerada.
–Dime qué te pasa por la cabeza, Anna. Tenemos que encontrar la manera de llevarnos bien.
–Ninguno de los dos podemos hacer nada, Jared. No hay solución. Nada puede cambiar lo que pasó. Lo nuestro ha terminado.
–¿Por eso me has llamado? –preguntó él con ironía.
–Nadie puede guardar secretos mejor que tú. Se te da genial ocultar tus sentimientos, si es que sientes algo.
Jared frunció el ceño mirando al horizonte.
–Algún día, tendrás que aceptar que lo que pasó hace un año nos sucedió a los dos, en vez de creer que sólo tú lo has sufrido. Algún día, te darás cuenta de que, huyendo, no vas a conseguir nada.
–No he huido. Sólo te dejé a ti –replicó ella–. Que ya no seamos pareja no significa que no me haya enfrentado a lo que pasó –afirmó. No había tenido más remedio que enfrentarse a ello. Adam se le aparecía en sueños cada noche, dentro de un ataúd blanco en vez de en la cunita azul que le había pintado…
–Nunca querías hablar de ello.
Anna soltó una carcajada llena de amargura.
–Mira quién habla.
–Los médicos me dijeron que debía esperar a que tú sacaras el tema –murmuró él en tono apenas audible.
–Seguro que fue por eso, porque eres tan comunicativo…
Él no respondió, lo que enfureció a Anna aún más.
–Eso es, Jared, enciérrate en tu cabeza, no me digas nada. Yo siempre te lo puse muy fácil, ¿verdad? Yo era quien hablaba, quien amaba, y tú no tenías ni que molestarte en intentarlo. Eso es lo que te incomoda, ¿verdad? Por primera vez en doce años, yo no te confío todos mis sentimientos ni te doy la oportunidad de buscar soluciones. Me fui y no necesito tus soluciones. Durante meses, has sido tú quien ha tenido que venir a mí, pero yo no volví contigo, como esperabas. El gran Jared West ha fracasado en su matrimonio. ¿Temes que se ría de ti todo el mundo? ¿O darles lástima?
–Estoy acostumbrado a eso –contestó él tras una pausa interminable–. Y sigo aquí.
Anna parpadeó. ¿Qué quería decir él? ¿El gran Jared West se había sentido fracasado alguna vez en su vida?
El llanto de la niña sacó a Anna de sus pensamientos. Aliviada por tener algo que hacer, se cambió de asiento y se sentó junto a Melanie. Abrazó a la niña, pero sus lloros se hicieron todavía más fuertes. La pequeña la golpeaba en el pecho con la cabeza y la miraba con una mezcla de súplica e indignación.
–¿Qué le pasa? –preguntó Anna, sin saber qué hacer–. Quizá tiene hambre o no se siente bien con nosotros…
–La presión de la cabina a veces molesta a los bebés –contestó Jared–. Hace que les duelan los oídos. Dale algo de beber o un chupete. Así se le destaparán los oídos y ya no le dolerán.
Anna lo miró atónita, pues no había esperado que la respondiera. Hizo lo que él había dicho y la niña se calmó al instante, chupando el biberón con alegría. Luego, la pequeña sonrió.
–Dale el chupete o algo que morder cuando termine con el biberón –indicó Jared–. Así no le volverán a doler.
Anna no cuestionó la información que, por supuesto, demostró ser cierta cuando Melanie comenzó a mordisquear un pedazo de pan emitiendo sonidos de felicidad.
–Gracias –dijo Anna, volviendo a sentarse junto a él–. ¿Cómo lo sabías?
–Mi padre me enseñó a volar cuando tenía doce años –contestó él escuetamente.
–¿Y? –presionó ella. Jared rara vez hablaba de su padre, que había muerto cuando él había tenido catorce años.
–Nicky era un bebé. Mi madre me pidió que lo llevara con nosotros un día, pues ella necesitaba descansar. Nos dio biberones y chupetes para prevenir las molestias producidas por la presión de cabina –explicó Jared–. Pero olvidó darnos pañales de recambio –añadió, riendo.
Anna se sorprendió porque compartiera con ella un recuerdo de su infancia, algo que él rara vez había hecho en el pasado.
–¿Qué tal está tu madre? –se animó a preguntar ella para seguir con la conversación. Sabía que el padre de Jared se había suicidado poco después de perder sus tierras, pero él nunca hablaba de ello.
Cuando a Jared se le contrajo el rostro, Anna adivinó que había tocado un punto sensible, algo que parecía afectarle.
–Bien. Va a casarse.
–Ah –dijo ella–. ¿Cuándo?
–Dentro de seis semanas. Su novio se llama Michael Anglesey. Es otro granjero fracasado… debe de sentirse atraída por ellos. Quieren casarse en nuestra antigua finca, Mundabah Flats, y explotarla de nuevo. Mi madre quiere que sea su padrino en la boda. Y me ha pedido dinero para empezar a poner en marcha la finca.
–¿Y cuál es el problema? Podemos permitírnoslo –señaló ella, sin pensar.
Anna observó cómo él apretaba la mandíbula, tenso. Se contuvo para no tocarle la mano. Sabía que Jared no había regresado a Mundabah Flats después de la muerte de su padre.
–¿Qué te parece que se case y que retome la explotación de Mundabah? –preguntó ella.
–Ponte el cinturón, Anna, estamos a punto de aterrizar –fue la única respuesta de Jared.
Anna miró por la ventana mientras se iban a acercando a tierra. Allí estaba Jarndirri, al mismo tiempo su hogar y el lugar donde nunca había sido feliz.
–Mira, Anna, mira cuánta belleza –indicó Jared, sacándola de sus pensamientos–. ¿Cómo no vas a ser feliz aquí? ¿Qué más puedes querer de la vida que lo que tenemos?
Un sentimiento de intensa soledad se apoderó de ella. Ése era el problema que los separaba. Jarndirri lo era todo para Jared. Él quería tener allí una familia. Habría amado a Adam, si hubiera llegado a nacer, pero nunca la había amado a ella.
–Lo que yo quiera no importa. Si tengo a Melanie, podré soportar el resto.
–¿Qué es lo que podrás soportar? –preguntó él, mientras metía el avión en el hangar.
Había perdido demasiado tiempo jugando a ser la mujer perfecta, se dijo Anna. Siempre había estado esforzándose por complacer a los demás. Pero ya no tenía por qué hacerlo. Era hora de tener su propia vida.
–Vivir en una casa donde todos esperan que sea perfecta, vivir en un lugar tan aislado que la soledad es mi única amiga –contestó ella y apartó la mirada–. Estar atada a un hombre que quiere cosas que yo nunca podré darle y que nunca me ha dado lo único que yo quiero.
–Hay una cosa que tú quieres en el asiento trasero, dormida –señaló él con voz heladora–. Si Rosie no vuelve, yo tendré que mentir para darte lo que quieres. Cometer perjurio puede llevarme a la cárcel.
–Sí –consiguió decir ella, encogiéndose–. Y, aunque te estoy muy agradecida, no quiero volver a dormir contigo.
–No creo que te lo haya pedido.
Anna se sonrojó.
–Por la forma en que me besaste, supuse que era lo que querías.
Jared se encogió de hombros, como si no le importara lo más mínimo el tema.
–Pensé que tú querías volver. Y te besé porque mis besos solían gustarte.
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