La verdad del amor - Melissa James - E-Book
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La verdad del amor E-Book

Melissa James

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Beschreibung

Encontrar el perdón dentro de uno mismo puede servir para liberarnos… Mientras sale el sol en la zona más despoblada de Australia y las flores se abren a la delicada luz de la mañana, un hombre y una mujer atraviesan aquellas tierras silenciosas y comparten la belleza que los rodea. Sólo tienen ojos el uno para el otro. Danni y Jim habían comenzado un viaje en busca de la verdad, pero pronto empezaron a darse cuenta de que la verdad más importante era la que llevaban dentro de sus corazones…

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Seitenzahl: 183

Veröffentlichungsjahr: 2018

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Lisa Chaplin

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La verdad del amor, n.º 2136 - junio 2018

Título original: Her Outback Knight

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-9188-189-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Salón de actos, Universidad Charles Sturt,

Nuevo Gales del Sur

 

Me encantaría ayudarte a ser una excelente veterinaria, Danielle. Con tus notas y experiencia, estoy seguro de que encajarías a la perfección en mi clínica.

Dan Morrison se estremeció al sentir en el brazo la insinuante caricia con la que aquel hombre acompañó sus palabras. Como era costumbre, algunos veterinarios establecidos habían acudido a la ceremonia de graduación en busca de jóvenes talentos, y el que le hablaba en aquel momento acababa de ofrecerle el puesto ideal, pero el precio a pagar le hacía sentir náuseas.

Se le ocurrieron tantas respuestas mordaces que no supo cuál utilizar, y tuvo que morderse la lengua para no decirle que ella no jugaba a médicos con hombres de la edad de su padre.

–Hola, nena, llevo un buen rato buscándote –dijo otra voz masculina a su espalda, al tiempo que un brazo le rodeaba la cintura.

Ningún hombre en su sano juicio que la conociera la llamaría «nena» ni la abrazaría con aquel gesto posesivo. Sólo a los desconocidos los engañaba su aspecto delicado y femenino.

Pero lo más desconcertante de todo fue que, en lugar de querer liberarse al instante de aquel contacto, le gustara.

Se trataba de Jim Haskell.

¿Jim Haskell? ¿Jim, que en los siete últimos años había estado enamorado de su mejor amiga, Laila, y jamás le había prestado a ella la menor atención? ¿Estaría soñando?

Alzó la vista y Jim, dedicándole una enorme sonrisa, le dio un beso en los labios antes de volverse hacia el otro hombre.

A pesar del contraste que había entre ambos, el hombre maduro, elegantemente vestido frente al joven de cabello largo con una toga de graduación arrugada bajo la que se veían unos vaqueros gastados, Jim no se inmutó y lo miró como a un igual.

–Buenos días, señor. Soy Jim Haskell, el novio de Danni –dijo, tendiéndole la mano.

–Ron Guidhall –respondió el otro que, debido al contraste, pareció más viejo y… bajo.

–Si elige a Danni no se arrepentirá, señor –añadió Jim con expresión vehemente–. Es la mejor de la clase.

El hombre se tensaba cada vez que Jim pronunciaba la palabra «señor» para enfatizar la diferencia de edad que había entre ambos. Sin elevar el tono de voz, acababa de vencer a su interlocutor y Danni no pudo por más que admirarlo. Era una faceta de Jim que desconocía.

–Todavía… no he tomado ninguna decisión –dijo el hombre, cohibido.

–Como le he dicho, con Danni acertará. Me pregunto si tiene otro puesto libre. A Danni y a mí nos gustaría permanecer juntos, ¿verdad, nena? –Jim le sonrió con la complicidad de un amante y le dio otro beso, más largo que el primero–. Pienso seguir a Danni allá donde vaya.

Danni, quizá por primera vez en su vida, no supo qué decir. Sólo era capaz de pensar en cuánto le agradaba tener a Jim a su lado. Parecía tan… natural. Lo que no llegaba a comprender era por qué Jim Haskell conseguía hacerla sentir hermosa con sólo tocarla. Siempre lo había encontrado muy atractivo, pero…

«Laila está casada, es madre y adora a su marido. Jim está libre…».

–¡Asqueroso! –dijo Jim en un susurro al ver que el hombre se iba en busca de otra presa–. No volverá a molestarte.

–Podía arreglármelas sola –señaló Danni, aunque sin la acidez que la caracterizaba.

Jim se puso serio y se encogió de hombros.

–Lo sé perfectamente, pero no quería que te metieras en líos.

Danni fue a decir algo ingenioso, pero sólo pudo articular dos palabras:

–Muchas gracias –su voz sonó alarmantemente femenina. No podía apartar la mirada de Jim y sentía que le faltaba aire–. Has sido… muy amable.

La habían ayudado tan pocas veces en su vida que no sabía qué decir en una situación como aquélla.

Jim volvió a dedicarle una sonrisa cálida.

–De nada, Danni. Ha sido mi buena obra del día.

–Como buen boy scoutque eres –bromeó ella sin ápice de sarcasmo y una vez más… anhelante. Danni no comprendía qué le estaba pasando ni dónde se había escondido su habitual ingenio–. Te debo una.

Era una frase que no le hubiera dedicado a ningún hombre porque sabía que obtendría como respuesta alguna detestable insinuación, pero estaba hablando con Jim Haskell.

Como si leyera sus pensamientos, Jim sonrió y sus ojos negros como el chocolate se iluminaron.

–No te preocupes, te conozco bien y sé que encontrarás la manera de devolverme el favor. Sé que no te gusta estar en deuda con nadie.

Danni rió quedamente, desconcertada, y sin pensárselo dos veces, actuó con una espontaneidad que jamás se permitía con los hombres.

–Tienes razón –inconscientemente, entrelazó los dedos con los de Jim–. ¿Qué te parece si te invito a cenar esta noche?

Contuvo el aliento mientras la cabeza le daba vueltas. ¿De verdad acababa de decir aquello a un hombre? ¿Había invitado a salir a Jim?

«Por favor, no me rechaces. Mírame. Sabes que nunca hago algo así».

No estaba segura de por qué era tan importante que Jim le diera una respuesta afirmativa, sólo sabía que lo era. Lo miró fijamente y vio los cambios que se producían en su expresión: la sonrisa desdibujada, el ceño levemente fruncido…

–Lo siento, pero ha venido mi familia –dijo él finalmente–, y vamos a cenar juntos. Supongo que la tuya también ha venido –añadió precipitadamente–. ¿Lo dejamos para otra ocasión? Espero que lo pases bien.

Y, con una sonrisa y un gesto de la mano, se fue, dejando a Danni sola y avergonzada.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Restaurante Thommo, Bathurst, dos años después

 

Finalmente, dos años más tarde que el resto de la clase, su mejor amiga se había graduado y todos sus amigos y familia, incluido su marido e hija, se habían reunido para celebrarlo.

Después de tantos años convencido de que Laila era la mujer de su vida, Jim se había preguntado qué sentiría al verla convertida en la mujer de otro hombre, madre de una hija y embarazada de nuevo.

Ya lo sabía.

Tres años atrás había perdido toda esperanza de conquistarla cuando, al conocer a Jake Sutherland, él mismo había tenido la convicción de que era el hombre ideal para Laila y los había puesto en contacto.

La sonrisa que lucía aquella noche era de una felicidad genuina. Deseaba lo mejor para Laila, a la que quería como a una hermana.

Eso no significaba que no tuviera ganas de encontrar a una mujer que lo amara de verdad y a la que corresponder. Pertenecía a una familia amplia y feliz, y siempre había deseado alcanzar la estabilidad afectiva.

Era una lástima que en los últimos años sólo hubiera encontrado mujeres con las que pasar un rato, mujeres que ocupaban su tiempo, no su corazón. ¿Por qué las mujeres que lo perseguían eran superficiales y aquéllas que verdaderamente le interesaban lo veían como un hermano?

–Me voy. Estoy aburriéndome.

Jim se sobresaltó al oír a Shana, la joven de veintidós años con la que había acudido a la fiesta, encantadora pero superficial.

–Perdona, Shana. Supongo que no es divertido no conocer a nadie.

Ella hizo un mohín.

–Y aún menos cuando tu acompañante no aparta la mirada de otra mujer –dijo en voz baja.

Jim frunció el ceño.

– Se trata de mi mejor amiga y es su fiesta, así que es lógico que sea el centro de atención. Además, está casada.

Shana arqueó las cejas.

–¿La mujer de cabello castaño sentada al otro lado de la mesa?

Jim se volvió lentamente en la dirección que Shana señalaba.

Danni Morrison estaba sentada frente a él.

¿Sería cierto que había estado mirándola? Quizá sí. Tal vez la había tenido tan cerca tanto tiempo que lo hacía inconscientemente. Como quizá tampoco era consciente de la forma en que su cuerpo reaccionaba al contemplar su bello y delicado rostro, que habría podido dibujar mentalmente con todo detalle.

Pero Danni lo había tratado siempre con desdén. Apenas la conocía y no le agradaba el ácido sarcasmo con el que se protegía del mundo exterior. Y aun así, podría contemplarla el resto de la noche sin cansarse. ¿Tendría razón Shana? ¿Habría estado mirándola tal y como hacía en aquel instante sin tan siquiera darse cuenta? De hecho, ¿no lo habría hecho en muchas otras ocasiones?

–Que tengas suerte –oyó que le decía Shana con sorna–. Voy a ver si encuentro una discoteca más animada que esto.

Jim sabía que debía ofrecerse a llevarla, pero no podía dejar de mirar a la mujer que estaba sentada frente a él.

Danni se removió en su asiento y miró su plato de verdura como si presintiera que estaba siendo observada, aunque tal vez, si seguía siendo la estricta vegetariana que acostumbraba a ser durante los años de carrera, lo que le molestaba era la visión de platos llenos de carne a su alrededor.

Tenía el mismo aspecto angelical de siempre, una naturaleza etérea que hacía pensar en un hada de cabello negro, insondables ojos color caramelo y manos en constante movimiento. Sus facciones delicadas le daban un aspecto de total inocencia que desaparecía en cuanto abría la boca. En ese instante, la idea de que se trataba de una mujer frágil necesitada de la protección de un hombre se hacía añicos. Podía aterrorizar a cualquiera que se aproximara a ella desarmado.

«No seas condescendiente», era una de sus frases favoritas, junto con otro centenar de contestaciones diseñadas para erigir en torno a sí una alambrada de pinchos y crear un espacio inaccesible.

–¿Tengo salsa en la nariz, Haskell?

El tono mordaz de Danni lo sacó de su ensimismamiento.

–No, sólo hielo en el corazón –dijo sin pensar, arrepintiéndose al instante al ver la reacción de Danni.

Como la dama de hierro que era, apenas pestañeó, pero durante una fracción de segundo Jim vio el profundo dolor que acababa de causarle.

Y fue entonces cuando recordó por qué no podía dejar de observarla y por qué Danni era consciente de que lo hacía en lugar de ignorarlo como había hecho siempre en el pasado.

Se debía a lo que había pasado en su fiesta de graduación, dos años antes. Aun en medio de la felicidad que sentían él y su familia ya que, después de todo, era el primer graduado de una pobre familia de campo, había echado tanto de menos a su mejor amiga que se había dedicado a deambular por el salón de actos como si confiara en poder encontrarla. Necesitaba alguien con quien reír y charlar. Necesitaba a Laila.

De pronto había descubierto a Danni charlando con uno de los veterinarios que habían acudido en busca de jóvenes talentos. Se trataba de un hombre mayor, pero era evidente que se estaba insinuando a Danni, y el rostro de ésta empezaba a torcerse en una mueca de indignación. Jim no había dudado de la habilidad de Danni para librarse de aquel hombre, pero tuvo la impresión de que estaba a punto de decir algo que arruinaría sus perspectivas profesionales en los años venideros. Además, aquel ser repugnante la estaba tocando…

Lo cierto fue que, sin pensárselo dos veces, se dirigió hacia ellos como si llevara horas buscando a Danni y, tras besarla, se presentó como su novio. En cuestión de segundos, el hombre había desaparecido.

Entonces, cuando Jim esperaba que Danni le mostrara su irritación por haber intervenido en plan macho, le desconcertó recibir una sonrisa llena de agradecimiento y dulzura. La sonrisa de una mujer que parecía verlo por primera vez como un hombre… atractivo.

Jim nunca había pretendido que Danni lo mirara de aquella manera, pero tampoco había sabido nunca qué se sentía al recibir una mirada así de una mujer como Danni. Ver iluminarse su rostro, habitualmente severo y grave, le resultó aterrador.

Todavía no sabía por qué la había besado una segunda vez, aunque sospechaba que lo había hecho porque el primer beso le había sabido a poco. Y comprobar que le gustaba aún más le había asustado porque había descubierto que tenía una cualidad peligrosa y adictiva.

Entonces, Danni lo había invitado a cenar tomándole la mano y mirándolo como si fuera un ser adorable, de la misma manera que Laila lo había mirado la primera vez que la había salvado. Y una voz interior le gritó: «¡Huye o volverás a sufrir!». Así que se inventó una excusa y se marchó. ¿Qué otra cosa podía haber hecho?

Volvió al presente y vio que Danni lo miraba airada y a punto de dedicarle uno de sus agudos comentarios.

–Lo siento, Danni, lo que he dicho ha sido una inexcusable grosería –dijo, sinceramente compungido. Danni se merecía aquella disculpa por lo que acababa de decir y por lo sucedido dos años antes. Debía haber comprendido que ella sólo pretendía agradecerle el favor que le había hecho, puesto que no estaba acostumbrada a que nadie la ayudara… O tal vez le había desconcertado ser besada, pues Jim no recordaba haberla visto nunca con ningún chico.

Al ver su boca entreabierta pero muda, no pudo evitar pensar que le resultaba tentadora y despertaba en él deseos de besarla. Si pudiera conseguir que no usara las palabras para destrozar a su oponente manteniéndola entretenida con otras cosas…

Maldijo entre dientes. Danni había sufrido ya bastante debido a una situación familiar insoportable como para contribuir a su dolor.

Miró hacia otro lado con determinación y vio que Laila le sonreía con complicidad. Él entornó los ojos y le lanzó una mirada amenazadora, pero ella se limitó a susurrar algo al oído de Jake. Éste a su vez sonrió y alzó el pulgar hacia Jim en señal de aprobación.

Laila lo conocía demasiado bien y acababa de sembrar una idea en su mente. Deseaba a Danni, y sólo la distancia y varias relaciones intrascendentes, si es que tenía suerte, lograrían que se olvidara de ella. Pero eso sólo le funcionaba con las mujeres que no le importaban demasiado.

Y Danni le importaba desde que Laila le había explicado por qué siempre estaba a la defensiva. Así que se trataba de otra mujer inalcanzable que sólo podía causarle dolor.

«Pero Danni sí te desea. Lo has intuido esa noche y hace dos años. Podrías poseerla y quitarte la espina… Pero no lo harás porque es demasiado vulnerable y no eres capaz de hacerle daño».

Se puso en pie bruscamente y salió del restaurante.

Tres personas lo siguieron con la mirada, dos de ella sonrientes y la tercera con el ceño fruncido. Danni no comprendía nada. Se volvió hacia Laila.

–¿Qué le pasa a Jim? Está rarísimo –había visto su rostro, habitualmente alegre y confiado, pasar por turbulentos estados de ánimo. Y aquella manera de mirarla fijamente…

Su mejor amiga rió quedamente.

–Creo que lo sabrás pronto y cuando te enteres espero ser la primera en saberlo. Estoy deseando ver felices a mis dos mejores amigos –dijo Laila, estrechándole la mano con afecto.

–No digas tonterías, Laila. Sabes que Jim y yo nos conocemos desde hace años y no nos caemos bien.

–Cuéntaselo a otra, querida –dijo Laila, que conocía demasiado bien a su amiga como para dejarse intimidar por su tono severo–, pero eso no va a borrar las ardientes miradas que os habéis estado dedicando toda la noche –suspiró hondo y se frotó el vientre–. Junior está muy activo. Es culpa de su padre.

–¿Junior? –dijeron Jake y Danni al unísono. Se trataba de una broma que compartían desde que había nacido Ally, la hija de Laila, cuando ésta había insistido durante todo el embarazo que sería un niño.

Laila los miró divertida.

–Vosotros seguid riéndoos de mí mientras yo sufro las patadas.

Danni suspiró con alivio al ver que su amiga abandonaba el tema de Jim. Después de cómo la había plantado dos años antes, sabía bien que las miradas que le había dedicado no significaban nada.

Pero no podía dejar de pensar en ello. Apretó los puños. ¿Por qué no lo olvidaba? Jim la había rescatado porque estaba en su naturaleza acudir en ayuda de los demás. Y si durante un tiempo había sentido por él lo que no le había inspirado ningún hombre y había llegado a tener esperanzas, su precipitada huida la había sacado de su error.

El tiempo y la distancia le habían servido para ver la realidad en toda su crudeza. Algunas personas estaban hechas para el amor y para los finales felices. Ella no y lo sabía desde pequeña, cuando jugando a Barbie y Ken con sus amigas, éstas aplaudían las peleas y réplicas mordaces que se dedicaban sus personajes. Y aunque sus amigas lo encontraban divertido, desde muy pronto ella supo que no era normal. No sabía ni dar ni aceptar amor. No sabía ser feliz ni confiar en que los puntuales momentos de felicidad que experimentaba pudieran ser duraderos. No estaba en sus genes.

Ella y Laila eran completamente opuestas. También Jim era distinto. La familia de Laila en pleno había acudido a la fiesta. Cantaban y bailaban, competían para tomar a Ally en brazos. Jim pertenecía a una familia numerosa, que había recorrido cientos de kilómetros para celebrar cada uno de sus éxitos. Ella, por contraste, había elegido aquella universidad porque era la más alejada de su hogar, en Sydney. También sus padres habían estado presentes en los momentos más significativos de su vida, pero ocupando rincones opuestos e ignorándose entre sí con fría meticulosidad mientras competían porque ella escuchara las quejas que tenían el uno del otro. Sabía que sólo la tenían a ella y, sin embargo, desde que había vuelto de Alemania, hacía tres meses, no los había visto más que una vez.

La visita había concluido después de dos horas. La estancia en Europa le había servido para distanciarse de ellos y de sus constantes peleas, así que al volver, había encontrado intolerables sus hirientes comentarios. Después de más de veinte años soportándolo, había estallado.

–¿Por qué no os separáis y vivís una vida mejor? –les dijo mientras salía por la puerta–. Si lo hubierais hecho cuando era pequeña, no estaría tan trastornada. No habéis permanecido juntos por mi bien, sino para poder castigaros mutuamente. No puedo soportarlo más. ¡Soy vuestra hija, no vuestro árbitro!

Desde entonces, sus padres la habían llamado diariamente, como siempre, pero por más que se habían disculpado y le habían pedido que volviera, ella no se había sentido con fuerzas para hacerlo. No se creía capaz de soportar ni un comentario hiriente, ni una sola descalificación más… Tenía la sensación de estar ahogándose lentamente, como si le estrangularan el alma. Y lo que para ellos podía ser un mero pasatiempo, a ella le causaba dolor y contribuía a convencerla de que nunca sería una persona normal.

La sacó de sus pensamientos la intuición de que algo no iba bien. Instintivamente, miró hacia las puertas que daban al porche y descubrió a Jim hablando por teléfono. Aunque miraba en su dirección, estaba tan concentrado en la conversación que no parecía verla. Tenía el cuerpo en tensión y expresión de enojo.

Danni apartó la mirada diciéndose que no era de su incumbencia y se unió a las risas que había causado un comentario jocoso entre sus amigos.

Pero no consiguió relajarse. Nunca había podido ignorar a ninguna criatura herida. Miró de nuevo. Jim se había separado de la puerta y tenía el rostro desencajado. Sus ojos lanzaban llamaradas y tenía las aletas de la nariz dilatadas. Danni nunca lo había visto en aquel estado de furia ni había atisbado tanto dolor en sus oscuros y normalmente risueños ojos.

–Ve a su lado –susurró Laila.

Danni la miró desconcertada.

–¿Yo? Pero si ni siquiera somos amigos. Es a ti a quien necesita.

Laila sonrió con tristeza.

–Yo no puedo –bajó la voz–: Llevo todo el día sintiendo contracciones y cuanto menos me mueva, mejor –suspiró–. Por favor, acude a él y asegúrate de que está bien.

Danni intuía que Laila le ocultaba algo, pero supo que su preocupación era genuina. Durante toda su vida, había evitado intimar con la gente por temor a sufrir, pero desde el día que conoció a Laila supo que con ella iba a ser imposible mantener las distancias. Su gran corazón no tenía ni ponía límites. Sin dudarlo, había introducido a la arisca Danni en su círculo de amigos y ésta se había convertido en su defensora, saltando cada vez que alguien le atribuía el apodo de «princesa» con el que algunos se referían a ella por ser la hija única de un magnate multimillonario.

Laila ocupaba el centro de su corazón y lo que le pedía no requería una gran esfuerzo, ¿cómo iba a negárselo?

Con una tímida sonrisa, se aproximó al hombre con el que hubiera preferido no tener que hablar; aunque, por otro lado, se dio cuenta de que si lo ayudaba en algo, estaría devolviéndole el favor que él le había hecho dos años atrás y así su deuda quedaría saldada.

 

 

El teléfono sonó de nuevo nada más colgarlo y cada vez que lo desconectó. Aquella mujer debía de estar loca.

¿Estarían tomándole el pelo? ¿Se trataba de una cámara oculta? Jim quería creerlo pero lo cierto era que la historia que aquella señora, que había dicho llamarse Annie, le estaba contando, parecía perfectamente factible. Para confirmarla, le había dado el nombre de sus padres y otros detalles de su vida. Eso, antes de hacerle la pregunta fatal: