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Un hogar, una familia y un hombre que creyera en la felicidad para siempre era el sueño de Mariah Ashe. Tony Mason no compartía esas ideas... pero Mariah estaba a punto de enseñarle al soltero más sexy y empedernido de Pleasant Rest, Texas, qué era el amor. Tony no estaba interesado en el compromiso. Pero deseaba a Mariah. Y, extrañamente, la peluquera de corazón tierno hacía que se pensara dos veces lo de su soltería. ¿Podría Mariah convertirle en un verdadero hombre de familia?
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Seitenzahl: 201
Veröffentlichungsjahr: 2022
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1998 Linda Varner Palmer
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Una estrella solitaria, n.º 1092- enero 2022
Título original: Lone Star Bride
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1105-537-6
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
UN chimpancé entrenado podría conducir este coche», pensó Mariah Ashe al tiempo que soltaba un suspiro de aburrimiento. No obstante, mantuvo los ojos clavados en la carretera de dos carriles, recta como una flecha en ese punto, sin colinas ni valles, vehículos o peatones que quebraran la monotonía.
Casi siempre, claro está.
Pero ese día, Mariah divisó un punto sospechoso kilómetros por delante en el paisaje llano del horizonte del sur de Texas. Al instante sintió curiosidad. Observó con interés cómo el punto crecía en tamaño hasta que se convirtió en una furgoneta con un tráiler publicitario aparcada en el arcén.
—¡Ya la he visto con anterioridad! —exclamó Opal Crawford, una de las acompañantes de Mariah y propietaria a medias del coche.
—¡Yo también! —corroboró la otra propietaria, la hermana gemela de Opal, Ruby Smythe—. ¡Frena, Mariah! Queremos echar un vistazo.
Mariah obedeció y piso el pedal del freno hasta que el vehículo casi se arrastró por delante del bonito tráiler. Largo y negro azabache, exhibía una matrícula de Texas y una portezuela lateral que se podía subir para mostrar la mercancía que llevara en su interior. Las palabras Tony Mason, Artista Independiente, aparecían pintadas tanto en el costado del tráiler como de la furgoneta antigua, que resplandecía a pesar de que el sol apenas lograba atravesar las nubes tormentosas.
—Tony Mason. Tony Mason. Ese nombre me suena —murmuró Opal mientras Mariah pasaba despacio—. Estoy segura de que lo he conocido en alguna parte, hermana.
—Yo también —respondió Ruby—. Pero, ¿dónde?
—¿San Francisco? ¿Santa Fe? —ofreció Opal.
—¿De verdad habéis visto antes ese tráiler? —inquirió Mariah cuando comenzó a acelerar. No sabía por qué se sorprendía. Las gemelas tenían parientes por todo el país y les encantaba visitarlos a todos.
—Oh, sí —afirmó Opal—. Fue en… en… —frunció el ceño, esforzándose por recordar.
—¡Ya lo tengo! —exclamó Ruby—. En el Royal Gorge en Colorado Springs.
—Eso es —convino Opal al agitar su pelo plateado y corto y dar una palmada en el apoyabrazos—. Hace cuatro años. Habíamos ido para la boda de la hija adoptiva de nuestra prima Elsie.
—Sí. John Andrew, el hijo adoptivo de la prima Elsie, compró una gorra, y su esposa, Misty, una camiseta.
No por primera vez, Mariah, que no tenía familia, se maravilló en silencio del número de personas que componía la familia de las gemelas.
—¿Dónde creéis que puede estar en este momento Tony Mason? —preguntó Opal.
—Probablemente marcha a pie más adelante, aunque no sé cómo puede dejar sola esa preciosa furgoneta —Ruby adelantó el cuello y miró por el parabrisas, igual que sus dos compañeras—. Acelera un poco, Mariah. Quizá podamos alcanzarlo y llevarlo a la ciudad.
—¿Bromeas? —repuso Mariah asombrada—. No pienso dejar que ningún desconocido suba al coche.
—Pero Tony no es ningún desconocido —protestó Ruby—. Si charló con nosotras todo el tiempo que tardó en pintar la camiseta de Misty. Nos habló de su trabajo y de sus viajes.
—¿Y eso hace que sea seguro? —Mariah meneó la cabeza con incredulidad—. No creo que deba recordaros lo que le sucedió a Sarah Louise Riley —se refería a una amiga de las gemelas de setenta y ocho años, igual de juvenil e impetuosa que ellas, a la que hacía poco un autoestopista al que en primer lugar nunca tendría que haber recogido le robó el dinero.
—Pobre Sarah —Opal meneó la cabeza con simpatía.
—Pobre, pobre Sarah —repitió Ruby.
Contenta de haber expuesto su punto de vista, Mariah concentró su atención en la conducción y se quitó de la cabeza la furgoneta y el tráiler. Pensó en su hogar, el lugar al que iban, un bonito apartamento en el desván de la amplia casa que compartían las vivaces gemelas, ambas viudas y con hijos adultos.
Ruby y Opal eran unas caseras buenas y generosas, a las que quería mucho… razón por la que aceptó ese repentino viaje mañanero para ir de compras a México. Exhausta, se preguntó de dónde sacarían su energía las ancianas. Podrían haber estado una o dos horas más buscando regalos de navidad en las alegres tiendas de México mientras ella se asaba bajo las temperaturas más acordes con el cuatro de julio que con mediados de diciembre.
—¡Es él! ¡Es él! —exclamó de pronto Ruby, apoyando la mano en el hombro de Mariah.
—¡Es verdad! —convino Opal.
Un vistazo al frente reveló a un hombre caminando por el arcén de la carretera. Vestido con unos vaqueros ceñidos, una camiseta blanca y botas, giró la cabeza y las vio. Momentos después extendió el brazo derecho y alzó el dedo pulgar en el signo universal de que necesitaba que lo llevaran.
A Mariah no le sorprendió que las gemelas la miraran.
—No pienso recogerlo —anunció, pisando con firmeza el acelerador.
De inmediato el vehículo ganó velocidad. El hombre actuó en el acto; dio una zancada gigantesca y se situó directamente en su camino. Mariah gritó y pisó el freno. El coche derrapó y se detuvo a sólo unos centímetros del autoestopista, que se había puesto de rodillas en medio de la carretera con las manos hacia el cielo, suplicando que lo rescataran.
Mareada al pensar en la tragedia que se había evitado y furiosa por su manifiesta estupidez, durante unos momentos, Mariah sólo fue capaz de aferrarse al volante y mirarlo por el parabrisas. Qué vista recibieron sus ojos: un pelo dorado húmedo y necesitado de un corte, ojos del color del chocolate amargo, un mentón y una mandíbula cincelados… Los latidos de temor de su corazón pasaron a una cadencia de clara apreciación sexual. Entonces se sintió dominada por la indignación. Abrió la puerta y saltó del coche.
—¿Estás loco? —gritó al rodear el capó del vehículo.
—No, pero sí desesperado —repuso el atractivo desconocido. Se puso de pie y le regaló una sonrisa deslumbrante. Mariah tropezó y se vio obligada a agarrarse al parachoques para evitar caer sobre el caliente asfalto—. Tuve una avería unos kilómetros atrás. Probablemente han visto mi vehículo. ¿Podrías llevarme a la siguiente ciudad?
—Nunca recojo gente en la carretera —logró responder al recuperarse. Mantuvo la vista adrede por encima de su hombro izquierdo, para evitar los penetrantes ojos así como la deliciosa anatomía masculina que había debajo—. Sin embargo, avisaré a una grúa —dio media vuelta y regresó al coche. Se acomodó detrás del volante y recuperó el aliento.
Un vistazo bastó para indicarle que el hombre no había movido ni un músculo; la miraba como si hubiera quedado tan aturdido como ella por haberlo rechazado.
—¿No vamos a recogerlo? —preguntó Opal con incredulidad.
—¡No! —espetó Mariah, cuyas experiencias con los hombres atractivos la habían vuelto intolerante con la especie. Ese espécimen en particular le molestaba, quizá porque no le costó nada exhumar hormonas que hacía tiempo que había enterrado.
Ruby se deslizó a la ventanilla izquierda de atrás y la bajó.
—¿Podemos llevarte? —preguntó en voz alta, haciéndose cargo de la situación.
Mariah se quedó boquiabierta; el extraño sonrió y se dirigió al costado del coche.
—¿Tienen espacio para otra persona? —se inclinó para mirar a Ruby.
—Si se llama Tony Mason —repuso ésta con coquetería.
—Ese es mi nombre. ¿Nos hemos conocido antes?
—Por supuesto —la anciana alargó la mano para abrir la puerta.
El rápido vistazo que echó Mariah por el retrovisor le reveló que Ruby, quien se había divorciado de tres maridos antes de enterrar al cuarto, estaba embobada por el hombre que acababa de sentarse a su lado.
—Ahora que lo pienso, su cara me es familiar —el desconocido miró a Opal—. Y la suya también —manifestó con una risotada ante su propia inteligencia.
Las mujeres, gemelas idénticas, le rieron la broma como adolescentes.
Mariah estuvo a punto de atragantarse. Opal, superviviente de un matrimonio de cincuenta y cinco años con el mismo hombre, por lo general era mucho más sensata. Pero en ese momento parecía igual de impresionada que su gemela por los halagos del desconocido.
—Arranquemos, querida —Ruby tocó el hombro de Mariah—. Estoy segura de que Tony quiere llegar a la ciudad.
«No es el único», pensó ella, irritada ya por los ridículos coqueteos de Ruby. A diferencia de sus ingenuas caseras, Mariah conocía los peligros de hablar con un extraño… incluso uno tan arrebatador como Tony Mason.
En ese momento la mirada de él se encontró con la de ella en el retrovisor. Mariah notó el sudor en su frente, el modo en que el pelo húmedo se le rizaba en las sienes y parecía más oscuro que en el resto de la cabeza. Su firme mandíbula, que necesitaba un afeitado, insinuaba fuerza de voluntad así como su cuello indicaba una sorprendente fuerza muscular. La nariz recta, los labios carnosos y los pómulos altos completaban un cuadro de áspero atractivo.
No era de extrañar que Opal y Ruby se mostraran jadeantes a su lado. Representaba la tentación con T mayúscula… y no sólo por la belleza física. No, sin duda el misterio que irradiaba cautivaba por igual a las gemelas. Eso y su comportamiento de chico perdido. Seducía a la mujer y a la madre que había en ambas mujeres.
Pero no a Mariah, que conocía todo sobre los atractivos errabundos que tenían una mujer en cada ciudad.
—Gracias por cambiar de parecer sobre llevarme —le dijo Tony a través del espejo—. Y por detenerte en primer lugar.
«Como si hubiera tenido elección», soltó Mariah mentalmente, aunque siguió sin decir nada en voz alta.
—Empezaba a pensar que había terminado en un sitio salido de Cuentos Asombrosos o algo por el estilo… —rió entre dientes, al parecer ajeno a la incomodidad de ella—… y que era el único ser humano con vida.
Opal volvió a soltar una risita, un sonido que irritó aún más a Mariah. En silencio, ésta se concentró en la carretera y trató de no prestar atención a la conversación que tenía lugar a su alrededor, aunque sin mucha suerte. En la distancia se podían ver algunas colinas, que anunciaban la civilización.
—¿De verdad te acuerdas de nosotras? —Ruby le regaló una sonrisa esperanzada.
—Claro que sí —respondió Tony—. Nos conocimos en… hmm… eh…
—Colorado —intervino Opal.
—Eso es. En el… hmm…
—Royal Gorge —informó Ruby.
—Desde luego —su expresión irradió luz—. ¿Qué tal les ha ido, señoras?
—Bien —dijo Ruby—. ¿Y a ti?
—Bien… bien. Ocupado.
—¿Sigues haciendo esas tapas de libros?
Mariah, a quien la locuacidad de Tony no engañaba ni un ápice, captó su sorpresa y fue testigo de su pronta recuperación.
—Veo que hablamos de mi vida secreta, ¿verdad?
Opal y Ruby asintieron al unísono.
—Teníamos intención de localizar una de las tapas que habías hecho y comprarla —indicó Opal—, pero jamás lo conseguimos.
—No pasa nada —aceptó Tony—. No sé por qué no me imagino a ninguna de las dos leyendo ficción de fantasía. De hecho, creo que las historias de amor son más de su estilo —aunque se dirigió a Opal, su mirada siguió clavada en Mariah.
—Oh, no —respondió Opal—. Ésas se las dejamos a Mariah. A ella le encantan las historias románticas.
«Lo que me faltaba… contadle mis secretos», pensó.
—Mariah —Tony Mason pronunció su nombre despacio, saboreándolo—. Precioso —añadió con un guiño.
Mariah se puso tensa y se volvió para mirar a Opal. Pero ésta continuó con su cháchara.
—Su apellido es Ashe. Es peluquera. Yo me llamo Opal Crawford, y esta es mi hermana, Ruby Smythe, por si lo has olvidado. Ambas somos viudas. Mariah está soltera.
«Santo cielo», rabió Mariah.
Tony guardó silencio, pero su mirada abrió un agujero en la nuca de Mariah. Por pura determinación, ella mantuvo la vista en la carretera.
—¿De dónde eres, Tony? —preguntó Ruby—. Si lo sabía, lo he olvidado.
—Bueno, nací aquí en Texas, pero en la actualidad mi hogar está allí donde aparco la furgoneta. Supongo que pueden llamarme un hombre de muchos hogares.
Y Mariah apostó que en todos tendría que entrar por la puerta de atrás.
—Cielos —manifestó Ruby—, tienes un olor sexy. ¿Qué colonia usas?
«Como si no lo supieras», pensó Mariah.
—Machismo… regalo de mi madre la navidad pasada.
—Creo que a mi segundo marido le gustaba —Ruby volvió a olfatear el aire, a pesar de que le había regalado a su hijo un frasco de la misma colonia durante las dos últimas navidades—. Sí, es la misma que se ponía Kenneth. Él también era un hombre hecho y derecho.
Mariah no podía creer lo que oía.
—¿Adónde ibas? —inquirió Opal.
—A Amarillo —repuso Tony—, a pasar las fiestas con mis padres. Por suerte, aún quedan diez días, de modo que llegaré a tiempo. Nunca me he perdido una navidad con ellos.
—Debe ser tan excitante ir de un lado a otro —murmuró Opal con la vista clavada en Mariah, defensora acérrima de otro tipo de existencia.
—Casi siempre me lo paso bien —indicó Tony.
A Mariah no le sorprendió. Irradiaba un aire de gitano. De hecho, conocía muy bien a los de su tipo, ya que no uno, sino dos hombres le habían roto el corazón con el mismo atractivo misterioso, antes de madurar y erradicarlos de su vida cinco años atrás. En ese momento sólo salía con hombres que consideraba que serían buenos maridos… según las gemelas, hombres aburridos.
Creían que debía tratar con un aventurero que pudiera introducir algo de entusiasmo en lo que consideraban su vida mundana y excesivamente ordenada. Si tan sólo conocieran a los aventureros que ya la habían hecho caer en sus redes.
—¿Y adónde van ustedes? —inquirió Tony, mirando por la ventanilla.
—A Pleasant Rest, población 3.578 habitantes —informó Ruby—. Las tres vivimos allí.
—¿Hay algún mecánico bueno en la ciudad?
—Oh, sí —afirmó Opal—. El chico de Frank Patterson, Micah, tiene un taller en Pine Street. Cuando surgen problemas, siempre le llevamos nuestro coche a él. Es muy bueno.
—¿Trabaja hasta tarde? —quiso saber Tony, mirando preocupado su reloj.
—Creo que hasta las cinco.
—Ya casi son las cinco.
—Y ya casi hemos llegado. De hecho, está justo más allá de esa curva.
Al tomar la curva, apareció un cartel que ponía Bienvenidos a Pleasant Rest, que, según las gemelas, llevaba ahí un montón de años. Mariah sintió que el corazón se le encogía al recordar la primera vez que había rodeado esa misma curva y visto la ciudad en esa misma época del año. Al instante había sabido que había encontrado su hogar. Ese día, como siempre, volvió a experimentar el mismo júbilo.
Por el retrovisor vio que la expresión del desconocido era impasible. No le impresionaba la ciudad. Bueno, tampoco lo había esperado. Después de todo, era un hombre itinerante, que no disfrutaba de los placeres como dormir todas las noches en la misma cama, saludar a tu pareja cada mañana, plantar un jardín para verlo florecer.
Con gran alivio avistó el taller de Micah Patterson a dos manzanas de distancia. La puerta alzada del garaje indicaba que aún no había cerrado… otra bendición.
Mariah entró en el aparcamiento de grava y frenó. Tony Mason abrió la puerta al instante. Por el retrovisor vio que le ofrecía la mano a Ruby. Cuando ésta se la dio, se la llevó a los labios y la besó… una galantería que hizo que Ruby casi se desmayara. De inmediato Opal alargó la suya.
«¡Cielos!», pensó Mariah. Mantuvo el rostro serio y la mirada clavada en el taller de madera de color blanco, decidida a no estrechar la mano de Tony, ni siquiera a decirle adiós.
—Gracias por traerme —las palabras, pronunciadas contra el cabello de Mariah, la sorprendieron, ya que se había inclinado mucho para hablar. Ella se sobresaltó y giró la cabeza para encontrarse cara a cara con él.
—De… de nada —tartamudeó. Menos mal que nunca más volvería a verlo. Giró el rostro y miró por el parabrisas, sin ver nada.
Las gemelas, a pesar de los años de experiencia con maridos e hijos, aún sabían poco de los hombres. Al crecer en Nueva Orleáns, Mariah había conocido cada día hombres como Tony y había visto a su madre caer presa de muchos. Ella misma había actuado con igual necedad años más tarde y podía reconocer con facilidad a los seductores de lengua untuosa que sobrevivían aprovechándose de mujeres inocentes.
El sonido de la puerta la apartó de los dolorosos recuerdos infantiles. Vio a Tony dirigirse al taller y entablar conversación con Micah. De inmediato sacó el coche a la calle y puso rumbo a la casa grande que era su hogar y que se hallaba al otro lado de la ciudad. Al poner distancia entre Tony y ellas, comenzó a sentirse mejor, más a salvo.
—¿No era un joven muy agradable? —murmuró Opal después de varios minutos de silencio.
—Y un artista con mucho talento —añadió Ruby.
—Sí, es un artista —manifestó Mariah—. Un artista del fraude en quien no se puede confiar.
Opal la miró con curiosidad y soltó un suspiro de tristeza.
—¿No crees que es una reacción exagerada la tuya? Quiero decir, lo único que hizo fue aceptar que lo trajéramos. Poco más sabemos de él —Mariah se encogió de hombros—. Empiezo a pensar que tienes prejuicios contra los hombres atractivos.
—Yo también —asintió Ruby con firmeza.
—Tengo mis motivos —aseveró ella, y luego introdujo el vehículo en la entrada de coches de la casa de las gemelas. Apagó el motor y abrió el maletero.
—Me encantaría conocerlos —Opal le entregó a Mariah su bolso de piel—. Es decir, si te apetece hablar del pasado.
Hasta ese momento, en más de cinco años, Mariah nunca lo había hecho… no más allá de mencionar una anécdota divertida aquí y allá sobre la vida con una madre que leía el futuro, capaz de dar consejos sobre la vida amorosa de todos menos la suya propia. Quizá ya era hora de contarles las cosas no tan divertidas. Y si no eso, al menos lo suficiente para que comprendieran que sabía de lo que hablaba al resumir la vida artística de Tony Mason.
—En realidad, sí me apetece.
—Entonces, ¿por qué no entramos y preparamos un poco de té? —sugirió Ruby.
—Sí —convino Opal.
—Suena maravilloso —les sonrió con afecto. Bajó del vehículo y las ayudó con los muchos paquetes que llevaban.
Menos de media hora después las tres se hallaban sentadas a la mesa de la cocina, bebiendo té aromático y comiendo unas galletitas dulces que Opal había horneado el sábado.
—No sé cuánto os ha contado Esmeralda —comenzó Mariah, refiriéndose a la hermana mayor de las gemelas. Esmeralda Pierson era dueña de una tienda de cerámica en Nueva Orleáns. Mariah, que había trabajado en un local de belleza al lado, le había cuidado el pelo durante años, al igual que en ese momento hacía con las gemelas, y entretanto habían formado una sólida amistad que con el tiempo dio como resultado un préstamo y algunos consejos valiosos.
—Sólo que tenías algunas dificultades y necesitabas un comienzo nuevo.
—Es la infravaloración de la realidad más grande del año —repuso Mariah con risa seca—. Cuando me marché de Nueva Orleáns, dejé atrás a un novio que no servía para nada, un apartamento miserable y una racha de mala suerte que comenzó el día en que cumplí catorce años y llegué a casa del instituto para enterarme de que mi madre había muerto en un accidente de tráfico.
—Qué triste debió ser para ti —Ruby le ofreció otra galletita, que Mariah rechazó con un movimiento de cabeza.
—Oh, salí adelante, gracias a los servicios sociales y a las amigas de mi madre. Incluso llegué a vivir en unos hogares adoptivos maravillosos y estables… todo un cambio después de vivir con una mujer que seguía los dictados de su corazón —apoyó la frente en las manos y contempló el mantel—. No podéis imaginar a cuántos aspirantes a músicos llevaba a casa para alimentar. Luego estaban los artistas callejeros, los camareros, los cantantes de jazz… —rió sin humor—. No era capaz de resistirse al desconocido de turno. Pensaríais que yo tenía que aprender de sus errores, ¿verdad? Bueno, al final lo hice, pero no antes de cobijar a un par de gorrones por mi propia cuenta. ¿Y os preguntáis por qué no me cayó bien Tony Mason?
—Pero parecía muy agradable —murmuró Ruby con el ceño fruncido—. En absoluto un gorrón.
—Creedme —repuso Mariah—, si me resultó algo atractivo, eso significa que no es un joven agradable.
—¿Quieres decir que sólo te gustan los chicos que son malos para ti? —inquirió Ruby. Se adelantó tanto para oír la verdad que metió el volante de la manga en la taza.
Mariah tomó una servilleta y comenzó a secar la tela con motivos florales.
—Eso mismo es lo que quiero decir. Es un defecto genético que me transmitió mi madre y el motivo por el que únicamente salgo con chicos que no me gustan… es decir, hombres que serían maridos sólidos como rocas.
—Bueno, eso es un alivio —dijo Ruby, levantándose para dejar la taza en el fregadero—. Opal y yo nos preguntábamos qué diablos veías en Willard Reynolds —se refería al superintendente escolar de Pleasant Rest, un hombre de cincuenta años con varios títulos universitarios y una madre que aún lo dominaba.
—Absolutamente nada —respondió Mariah con una carcajada. Dejó la servilleta y se incorporó para llevar su taza al fregadero—. Aunque admiro su casa y su trabajo —las miró a las dos—. Imagino que os debo parecer terriblemente mercenaria.
—En realidad, pareces sensata… demasiado sensata —Opal se unió a ellas en el fregadero y, tras dejar la taza, tomó el rostro de Mariah en sus manos—. Lo que más deseo es que seas feliz. No creo que jamás llegues a serlo si te casas con un hombre por lo que no es.
—O lo que tiene —agregó Ruby con expresión preocupada.
—Hago lo que tengo que hacer para no apartarme del sendero correcto —respondió, apretando las manos de Opal—. Sé en qué me he equivocado en mi vida y pretendo no repetir jamás el mismo error. Y lo que es más importante, soy feliz.
—¿De verdad, Mariah? ¿De verdad? —Ruby le rodeó los hombros con un brazo y se acercó para oír su contestación.
—Sí —aseguró con una verdad a medias. Últimamente los días se hacían demasiado largos y había comenzado a oír la llamada de la aventura… sin duda el motivo por el que había intentado pasar de largo ante Tony aquella tarde. Supo que él personificaba todo lo que había dejado atrás, lo que en secreto echaba de menos. Y todo lo que no debía ni podía volver a sentir otra vez.
—¿De verdad te sentiste atraída por él?
—Es muy atractivo —la pregunta de Opal la impulsó a fruncir el ceño.
—¿Y te sentiste atraída de verdad?
—Sólo hablé unos segundos con él.
—Pero, ¿te atrajo?
—¡Sí! —casi gritó el reconocimiento, luego se sintió mal por el exabrupto—. ¿No entendéis cómo eso me indica que es malo?
Las gemelas intercambiaron unas miradas preocupadas antes de que Ruby hablara.
—Creo que te equivocas con Tony, y estoy segura de que el tiempo demostrará que tengo razón. Pero eso no importa. Me pregunto qué pasará si algún día te sientes atraída por alguien sólo porque sea el hombre de tus sueños.
—Reconozco que en los libros abundan esas cosas —rió—, pero eso no existe en la vida real.
—Oh, pero te equivocas —protestó Opal, consternada por el pragmatismo de Mariah.