Una falsa relación - Cathy Williams - E-Book

Una falsa relación E-Book

Cathy Williams

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Beschreibung

Bianca 3029 Una falsa relación Cathy Williams ¡Un falso compromiso con el millonario italiano marcó el comienzo de un cuento de hadas! Debido a un traumático evento del pasado, la tímida Maude Thornton solo se sentía segura de sí misma en el trabajo. Entonces, cuando necesitaba un acompañante de última hora, llegó a un acuerdo con el hombre en quien más confiaba, su jefe. Pero salir con el multimillonario Mateo Moreno ponía todos los focos sobre ella... Mateo, horrorizado al ver el nombre de la inocente Maude en los titulares, estaba dispuesto a hacer todo lo posible para protegerla. Pero mientras él creía ser capaz de controlar sus emociones, la pasión repentina que los envolvió trastornó su vida de un modo inesperado.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Cathy Williams

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una falsa relación, n.º 3029 - septiembre 2023

Título original: The Italian’s Innocent Cinderella

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411801461

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

No es lo que yo esperaba.

La voz ronca de Mateo resonó a espaldas de Maude, que se giró lentamente para mirarlo.

Desde que llegaron a ese acuerdo la noche anterior, Maude había tenido tiempo para reflexionar y había llegado a la conclusión de que era una idea terrible.

¿Qué la había poseído?

Mateo Moreno era su jefe. Su jefe multimillonario.

Ella llevaba años cimentando su carrera como ingeniera estructural en su prestigiosa firma, cuya sede principal estaba en Londres, trabajando sin descanso para impresionarlo con su iniciativa. Con treinta y dos años ya estaba a cargo de un pequeño equipo de jóvenes ingenieros y siempre había mantenido su vida profesional separada de la vida privada.

¿Cómo podía haber aceptado aquella temeraria aventura?

Claro que no era tanto una aventura como una idea descabellada que desafiaba toda lógica y terminaría en lágrimas.

Pero ella sabía por qué había aceptado. ¿Cómo no iba a saberlo?

La había pillado en un momento de debilidad. La noche anterior, después de que todos los demás abandonasen el imponente edificio de cristal que albergaba las lujosas oficinas de Mateo Moreno, estaban discutiendo el último proyecto e inspeccionando la réplica a escala cuando sonó su móvil.

Angus, el acompañante con el que pensaba acudir a la fiesta previa a la boda de su hermano, la había abandonado en el último minuto porque su novio se había caído de una escalera. Al parecer, Ron había decidido pintar el techo de su dormitorio y se había caído, rompiéndose dos huesos del tobillo. Naturalmente, Angus no podía acompañarla a una fiesta mientras su pareja estaba en el hospital.

Y, en respuesta a un par de preguntas de Mateo, Maude había hecho lo que había jurado no hacer nunca: se había sincerado con su jefe.

Las conversaciones entre ellos siempre habían girado en torno al trabajo. Él viajaba constantemente porque tenía empresas por todo el mundo, pero se reunían una vez al mes y de vez en cuando la convocaba para conocer los entresijos de algún proyecto.

Maude sabía que estaba complacido con su trabajo porque su salario se había multiplicado por cinco en dos años y ahora tenía un despacho fabuloso con amplias vistas a la Torre de Londres, pero siempre había respetado las líneas divisorias. Tenía la vista puesta en su carrera y sabía que no era buena idea fraternizar con el jefe, pero la perspectiva de enfrentarse a su madre, su abuela y varias tías que se burlaban de su condición de soltera, preguntando a todas horas cuándo iba a sentar la cabeza…

No quería ni imaginarlo.

Por suerte, no le había hecho una confesión desgarradora sobre sus inseguridades. No le había contado que su madre siempre la hacía sentir como si fuera una decepción, con carrera exitosa o sin ella, pero le había confiado lo suficiente como para que estuviese allí ahora, en un enredo creado por ella misma.

La fiesta estaba en pleno apogeo y en el amplio patio de la casa, iluminado por guirnaldas de luces y farolillos, Mateo la dejaba sin aliento.

En general, Maude podía olvidarse de su extraordinario atractivo, pero allí, tan cerca como para respirar el aroma de su colonia y sin un escritorio y un ordenador que le recordasen los límites de su relación, solo podía pensar que era guapísimo.

Llevaba un pantalón de lino color crema hecho a mano, una camisa blanca doblada hasta los codos y mocasines de ante. Mateo Moreno, que medía un metro noventa, era un hombre que llamaba la atención con su belleza italiana, oscura e inquietante. Su pelo oscuro se rizaba un poco en el cuello y sus ojos castaños no revelaban nada en absoluto.

De repente, Maude se dio cuenta de que ya no llevaba su uniforme de trabajo habitual sino un vaporoso vestido azul que su madre le había comprado y que ella se había puesto para no discutir.

Dadas las circunstancias, debería asegurarse de que su interacción fuese lo más discreta posible. No estaban en una oficina, pero sería un error pensar que Mateo había dejado de ser su jefe.

–¿Qué no te esperabas?

–Una casa tan grande y tan lujosa.

–¿Esperabas que viniese de un entorno más humilde cuando estudié en Cambridge y saqué sobresalientes? ¿Quizá unos padres profesores y un hornillo de gas? –bromeó Maude–. No, la mía es una típica familia de clase media alta. Yo rompí el molde cuando decidí estudiar ingeniería y, horror de los horrores, cuando decidí que mi carrera sería la prioridad en mi vida.

Mateo miró a la mujer que estaba a su lado. Con zapatos de tacón era casi tan alta como él.

¿Quién hubiera pensado…?

Aquella no era la Maude Thornton a la que estaba acostumbrado. La mujer que él conocía era la típica profesional vestida con traje de chaqueta, impecable, pero aburrida, que trabajaba sin descanso y sin intentar llamar la atención.

No recordaba haber tenido nunca una conversación con ella que no se hubiera centrado en el trabajo. Era excepcionalmente inteligente, muy creativa y la más prometedora ingeniera de su sucursal en Londres. Era una profesional con un gran futuro por delante, pero ahí era donde sus observaciones sobre ella habían comenzado y terminado.

Hasta el día anterior.

Hasta que vislumbró una faceta de ella previamente oculta. Su comportamiento imperturbable y profesional se había transformado de repente en consternación y vulnerabilidad mientras le contaba que su acompañante para la fiesta de su hermano la había dejado plantada.

Y luego notó algo más.

No solo su estatura, eso era algo inevitable. Debía medir casi un metro ochenta, mucho más alta que las rubias bajitas con las que él solía relacionarse. No, había notado el brillo de su pelo castaño, el azul de sus ojos y las oscuras y largas pestañas. Se había fijado en sus generosos labios y en la sugerencia de curvas bajo la falda recta y la elegante blusa.

La consumada profesional que nunca había despertado su curiosidad se había convertido en una mujer atrayente e interesante.

¿Por qué?

Mateo no estaba seguro. ¿Era porque su repentino estallido de honestidad lo había tomado por sorpresa o porque le había parecido una oportunidad? Aquel era un arreglo que no costaría nada, que no tendría consecuencias y que podría beneficiarlos a los dos.

Maude necesitaba un acompañante para ir a un evento que parecía temer. No había entendido por qué temía ir a esa fiesta, pero no le había preguntado el motivo.

Y él tenía un espinoso problema con su ex. Había roto con ella dos meses antes, pero Cassie se negaba a aceptarlo. Le enviaba incesantes mensajes de texto, lo llamaba por teléfono a todas horas… incluso había empezado a aparecer en su ático de repente para buscar cosas que decía haber olvidado allí.

Mientras Maude contemplaba la sombría perspectiva de una fiesta a la que no deseaba acudir, él contemplaba un escenario igualmente sombrío: Cassie le había dicho que iría a buscar unos zapatos que se había dejado en el ático y, de paso, quería hablar con él.

La vida de Cassie, rebotando entre padres divorciados desde los tres años, no había sido fácil. No era su misma historia, pero era igualmente triste y, tal vez por eso habían terminado juntos.

Claro que pronto descubrió que su aparente fragilidad ocultaba un corazón de acero puro, pero para entonces se había convertido en su salvador y Cassie se había negado a escuchar cuando le explicó pacientemente que él no podía salvar a nadie porque no era un caballero de brillante armadura.

No solo era frustrante tener que aclarar la situación en un lenguaje que ella se vería obligada a entender sino que temía no ser capaz de disuadirla en sus desesperados esfuerzos por reavivar una relación que se había convertido en cenizas.

Lo único que la convencería de que ya no había nada entre ellos sería relacionarse con otra mujer. No sería una relación de verdad, por supuesto. De hecho, después de Cassie lo mejor sería un largo celibato.

Pero había mirado los ojos azules de Maude y se le había ocurrido que podían hacerse un favor el uno al otro.

Sería su acompañante en esa fiesta, le diría a Cassie que estaba saliendo con otra mujer y su ex se olvidaría de él de una vez por todas.

–¿Cómo se tomó la noticia tu exnovia? –le preguntó Maude entonces.

–Con diferentes grados de incredulidad, furia y lágrimas.

–Pobre chica.

–¿Cómo?

–Obviamente, está enamorada de ti.

–¿Detecto una nota de desaprobación en tu voz?

–No, en absoluto.

–No tienes que ser tan diplomática, Maude.

–No es asunto mío –dijo ella, encogiéndose de hombros–. Como acordamos, este arreglo es conveniente para los dos, pero… en fin, supongo que me da pena. Que alguien a quien quieres te deje es un trauma para cualquiera.

Maude pensó en su propio trauma. Había pasado toda la adolescencia con la cabeza bien puesta sobre los hombros. Era más alta y más grande que todas sus amigas, y que la mayoría de los chicos, y no era de las que despertaba el tan cacareado instinto protector de los hombres.

Lidiaba con sus inseguridades bajo una fachada de indiferencia mientras escuchaba las historias amorosas de sus amigas, escondiendo el dolor de haber sido excluida de esos primeros pasos, pero en cuanto llegó a la universidad se enamoró perdidamente de un compañero de clase.

Era alto, moreno y guapo y no parecía intimidado por su imponente estatura o por el hecho de que no tenía aspecto de modelo, de modo que se había lanzado de cabeza a una relación que duró varios meses, tan desprotegida como una tortuga a la que le hubiesen quitado el caparazón.

Sin coqueteos adolescentes, nada la había preparado para la repentina tormenta de emociones o para el dolor de un corazón roto cuando él la dejó.

El chico perfecto la había dejado por una rubia bajita a la que podría meterse en el bolsillo.

Aún recordaba lo mal que lo había pasado cuando esa primera relación se desmoronó, con todas sus inseguridades acerca de su aspecto físico saliendo a la superficie, como burlándose de su ingenuidad por haber pensado que aquel chico tan guapo y tan interesante podría enamorarse de una chica como ella.

Algo en su interior se había roto y supo entonces que nunca sería capaz de recomponerlo. No habría final feliz para ella, nada de entregar su corazón a otra persona, nada de hacerse ilusiones.

Maude torció el gesto al pensar en la ex de Mateo, preguntándose cómo no se había dado cuenta de que era un mujeriego

Todo el mundo conocía a Mateo Moreno. Todo el mundo había visto las fotos en la prensa sensacionalista del soltero más codiciado del planeta, siempre con una rubia guapísima del brazo.

¿Quién en su sano juicio se involucraría con un hombre así?

–No conoces a mi ex, pero te aseguro que Cassie no es una tímida malva –murmuró Mateo–. Puede que yo tenga mala reputación, pero nunca hago promesas que no estoy dispuesto a cumplir y Cassie no fue una excepción. Yo pongo las cartas sobre la mesa desde el principio.

–Seguro que eso te hace muy popular entre las mujeres –replicó Maude, irónica.

–¿Dónde ha estado escondiendo ese sentido del humor, señorita Thornton? –dijo él, burlón–. Solo para que conste, yo trato muy bien a las mujeres con las que salgo. Consiguen todo lo quieren de mí, pero Cassie… en fin, ella quería una relación duradera y yo no tengo relaciones duraderas. En realidad es culpa mía. Debería haberme apartado cuando me di cuenta de lo dependiente que era.

–¿Y por qué no lo hiciste?

–Sentía pena por ella –le confesó Mateo, sorprendiéndose a sí mismo–. Cassie es una persona frágil que viene de un hogar roto y, tontamente, ignoré las señales de advertencia.

–Eso no es nada de lo que avergonzarse –dijo Maude–. No hay nada malo en sentir empatía.

–Tampoco hay nada bueno cuando el resultado implica ser acosado o cuando el acosador arriesga su propia salud mental.

–¿Qué quieres decir?

–Yo creo que Cassie necesita terapia porque solo así resolverá sus problemas y eso es lo que sugerí, junto con la oferta de pagar al mejor terapeuta de Londres.

Maude lo miró, sorprendida. Aquel no era el hombre que ella conocía y tampoco el mujeriego que pintaban las revistas.

–Que ella crea que estoy saliendo con otra mujer es lo mejor para que se olvide de mí.

–Pero no es verdad.

–Ella no lo sabe, por eso este arreglo es buena idea. Yo me libro de mi ex y tú obtienes un acompañante cuyo papel es… ¿cuál, exactamente? ¿Un novio imaginario? ¿Por qué necesitas inventar un novio?

Estaban tan cerca que Maude podía sentir su cálido aliento en la cara. Las risas y el jolgorio se desvanecieron, igual que la carpa, los camareros que se abrían paso con bandejas cargadas de copas de champán…

Confundida y alarmada, Maude inhaló temblorosamente, intentando controlarse.

–Siempre es más fácil lidiar con este tipo de cosas teniendo a alguien a tu lado.

–Sigo sin entenderlo. Supuestamente, conoces a la mayoría de los invitados, ¿no? Y esta es la casa de tus padres.

–Yo…

–¿Cuál es el problema, Maude? Siempre me has parecido una persona segura de sí misma.

Mateo se inclinó hacia delante y ella tuvo que tragar saliva, sintiendo como si estuviera tratando de mantener el equilibrio sobre arenas movedizas.

¿Era eso lo que la había empujado a hacerle confidencias en la oficina, esa repentina debilidad que se apoderaba de ella cuando la miraba de ese modo, inmovilizándola con sus hipnóticos ojos oscuros?

–Mi amigo Angus iba a ser mi acompañante –le contó–. No es que me ponga nerviosa relacionarme con toda esta gente. Es solo que… quería convencer a mi madre de que no estoy desperdiciando mi vida solo porque no tengo pareja.

–¿Qué quieres decir?

Maude torció el gesto.

–Mi madre quiere una hija normal. Ya sabes, dulce, femenina, dispuesto a casarse inmediatamente. Y, bueno, ¿qué puedo decir? No lo ha conseguido.

–¿Cómo que no? No sé por qué dices eso.

–Mi hermano es seis años menor que yo y está a punto de casarse –le explicó Maude–. Yo tengo treinta y dos y mis padres se preguntan por qué no he encontrado aún al hombre de mi vida. Mi madre está convencida de que no encontraré la felicidad hasta que me case, así que pensé…

–Que venir con un acompañante te ahorraría una charla.

–Algo así –asintió ella–. Bueno, vamos. Tengo que presentarte a mi familia.

–Espera un momento…

Mateo puso una mano sobre su brazo y Maude sintió un escalofrío.

–¿Sí?

–¿Tu madre sabe que trabajas para mí?

–No, no lo sabe. Solo le dije que vendría con alguien a quien acababa de conocer… para que no se entrometiese.

–Para que no empiece a organizar otra boda.

–Eso es –respondió Maude–. Mi madre me quiere mucho, pero he sido una decepción para ella.

Era la verdad y una pena que nunca había podido enterrar del todo. Y también algo que nunca había dicho en voz alta.

–No creo que tú seas una decepción para nadie –murmuró Mateo.

–Nick, mi hermano, encaja fácilmente en todas partes. Extrovertido y deportivo, siempre había un montón de chicas llamándolo por teléfono. A mí no me llamaba nadie.

–Ya veo.

–La fiesta terminará temprano, alrededor de las diez. Nick y sus amigos van a jugar al billar y yo iré con las chicas a una discoteca a desperdiciar el resto de la noche.

–Y yo…

–Tú te habrás ido porque eres un hombre muy ocupado y tienes que trabajar mañana.

–¿Un domingo? Van a pensar que soy un adicto al trabajo, un tipo insoportablemente aburrido –bromeó Mateo.

Maude lo miró, pensando que lo último de lo que se podría acusar a Mateo Moreno era de ser aburrido. Pero dejó de pensar en eso al ver que su madre se dirigía hacia ellos.

–Mi madre viene hacia aquí –le advirtió, esbozando una sonrisa.

Felicity Thornton llegó a su lado como una fuerza de la naturaleza y, después de dar un cálido abrazo a su hija, inspeccionó abiertamente a Mateo.

–¿Por qué no me habías dicho que salías con un hombre tan guapo?

–¡Mamá!

–No, en serio. Esta es una sorpresa muy agradable –Felicity tomó a Mateo del brazo–. Ven, voy a presentarte a todo el mundo. Nada de secretos, Maude.

Él se dejó arrastrar hacia el jardín, pensando que las piezas del rompecabezas empezaban a encajar. Una simple mirada a la madre de Maude había respondido a muchas preguntas.

Maude Thornton había crecido pensando que era una decepción porque no era como su madre, una rubia bajita, alegre y femenina.

¿Pero quién podría estar tan desesperado como para llevar un falso novio a una fiesta familiar?

Evidentemente, una mujer de treinta y dos años que necesitaba convencer a sus padres de que no iba a terminar soltera.

¿Pero por qué una mujer adulta como ella, una profesional con un trabajo estupendo, tenía que dar tantas explicaciones? ¿Por qué necesitaba la aprobación de sus padres? Eso era algo que Mateo no entendía.

Él no tenía madre. Los había abandonado cuando él era niño y no la recordaba en absoluto. Solo sabía que había dejado a su padre, y a él, por un hombre rico.

No tenían dinero, pero la pobreza había sido una maestra excelente. Su padre se había encargado de mover montañas para que pudiese recibir una buena educación. Había hecho todo lo que pudo por él y, a cambio, se había ganado la eterna lealtad de su único hijo

El peor momento de su vida fue el día que murió. Entonces tenía dieciocho años y tener que despedirse de su padre le había roto el corazón. En ese momento de dolor le había entregado su corazón a una mujer que parecía maravillosa, pero que resultó ser uno de los mayores errores de su vida.

Al igual que su madre, ella desapareció en cuanto conoció a un hombre con una cuenta bancaria más importante que la suya.

Y si las lecciones aprendidas en su infancia no lo habían endurecido lo suficiente, esa experiencia había sido el último clavo en el ataúd de cualquier ilusión que pudiese haber tenido sobre el amor.

Mateo creía haber consignado esos recuerdos a un lugar seguro del que nunca podrían escapar, pero mientras Felicity le presentaba a una multitud de familiares y amigos, los recuerdos escaparon de su prisión para mostrarle todas las cosas que él nunca había tenido.

Y fue entonces cuando entendió por qué Maude había querido acudir a esa fiesta con un acompañante.

Felicity no solo era el polo opuesto a Maude, diminuta, rubia, burbujeante, impecablemente vestida y maquillada, sino que estaba claro que adoraba a su hija, independientemente de las preocupaciones que pudiese tener sobre su condición de soltera.

Entendió entonces las complejidades de una Maude insegura, criada en un entorno de clase media alta con ciertas expectativas, a la defensiva sobre el camino que había elegido, pero obligada a tratar de complacer a su familia.

Y, por eso, lo más fácil era inventar un novio que haría felices a sus padres.

Al lado de su madre se sentía desgarbada, demasiado alta, torpe, insegura, una decepción.

Y Mateo se dio cuenta entonces de que aquel arreglo no iba a ser tan sencillo como había imaginado.

Maude estaba tomando una copa de champán de una bandeja con gesto nervioso y, sin saber por qué, impulsivamente entrelazó sus dedos con los de ella.

–No te preocupes –le dijo al oído–. Querías un acompañante y aquí estoy. Confía en mí, no te decepcionaré.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Mateo estaba apretando su mano y su aliento le hacía cosquillas en el cuello.

¿Cómo había sabido que estaba nerviosa? ¿Tenía visión de rayos X y podía ver lo que pasaba por su cabeza?