Una luna sin miel - Christina Lauren - E-Book

Una luna sin miel E-Book

Christina Lauren

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Beschreibung

Olive siempre tiene mala suerte. Su gemela, en cambio, es tan afortunada que ha conseguido organizar su boda ganando concursos en las redes. Sin embargo, cuando todos se intoxican con la comida de la fiesta, la luna de miel queda vacante. Solo Olive e Ethan, su némesis, están a salvo. Si quieren disfrutar de unas vacaciones en Hawái, el único precio que deberán pagar será fingir que se aman como recién casados. ¿POR CUÁNTO TIEMPO PODRÁ OLIVE SOSTENER LA MENTIRA?

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vera.romantica

 

vera.romantica

Para Hughes de Saint Vincent.

Trabaja como un capitán, diviértete como un pirata.

Capítulo UNO

Durante la calma que antecede a la tormenta (en este caso, la gloriosa calma antes de que los preparativos de la boda arrasen la suite nupcial) mi hermana gemela se mira fijamente la mano, analiza una uña recién pintada de rosa coral y dice:

–Me imagino que estarás aliviada de que no sea una novia Godzilla. –Contempla la habitación, gira hacia mí y sonríe–. Apuesto a que pensabas que sería insoportable.

Sus palabras encajan tan bien en el momento que quiero fotografiarlas y enmarcarlas. Julieta, nuestra prima, me mira cómplice mientras barniza por segunda vez las uñas de los pies de Ami (“Deberían ser más rosa pétalo que rosa bebé, ¿no lo creen?”) y hace un gesto hacia mí, que me encuentro abocada a la tarea de asegurarme minuciosamente que cada una de las lentejuelas del vestido de Ami esté orientada en la dirección correcta.

–Define “novia Godzilla”.

Ami vuelve a mirarme, esta vez con menos entusiasmo. Viste un conjunto de ropa interior elegante pero diminuto que estoy segura (con cierto grado de náusea fraternal) de que su prometido, Dane, destruirá más tarde. Lleva un maquillaje delicado, el pelo oscuro peinado hacia arriba y un abultado velo enganchado de la coronilla. Es desconcertante. Quiero decir, si bien estamos acostumbradas a vernos iguales en el exterior y ser muy diferentes en el interior, esto es algo totalmente nuevo: Ami es el vivo retrato de una novia. De repente, su vida no tiene ninguna similitud con la mía.

–No soy una novia Godzilla –se queja–. Soy perfeccionista.

Encuentro mi lista y la sacudo en alto para llamar su atención. Es una hoja de papel rosado con bordes decorados en la que, con una caligrafía perfecta, escribió Lista de tareas de Olive - Día de la boda e incluye setenta y cuatro (setenta y cuatro) entradas que van desde Chequear que las lentejuelas del vestido estén simétricamente orientadas hasta Quitar todos los pétalos marchitos de los centros de mesa.

Cada dama de honor tiene su lista. Aunque puede que no todas sean tan largas como la mía, todas están igual de decoradas y escritas con esmero. Ami incluso se tomó el trabajo de dibujar los casilleros para que pudiéramos llevar registro de las tareas completadas.

–Algunos dirían que tus listas son algo exageradas –digo.

–Los mismos que pagarían un ojo de la cara por una boda la mitad de linda –responde.

–Exacto. Los que le pagarían a una organizadora de eventos para… –consulto mi lista– Secar la condensación de las sillas media hora antes de la ceremonia.

Ami se sopla las uñas para secar el esmalte y suelta una risa digna de una villana de película.

–Tontos.

Ya saben lo que se dice sobre las profecías autocumplidas. Cuando ganas, te sientes ganador y eso hace que, de alguna manera… sigas ganando. Tiene que ser verdad, porque Ami gana todo. Compró un boleto de rifa en una feria callejera, y volvió a casa con entradas para el teatro. Dejó su tarjeta personal en una taza de El Gnomo Feliz, y ganó cervezas a mitad de precio durante un año. Ganó maquillajes, libros, entradas al cine, una cortadora de césped, incontables camisetas y hasta un auto. Por supuesto, ganó también el kit de papeles y plumas que usó para escribir las listas de tareas.

Dicho esto, claro que cuando Dane Thomas le propuso matrimonio, Ami se aseguró de que nuestros padres no tuvieran que poner un solo dólar para la boda. Aunque mamá y papá podían contribuir (tienen muchos problemas, pero el dinero no es uno de ellos), para Ami, conseguir cosas gratis es su desafío favorito. Si antes de su compromiso pensaba que los sorteos eran deportes de alto rendimiento, la Ami comprometida vivía los preparativos de la boda como los Juegos Olímpicos.

Nadie en nuestra enorme familia se sorprendió cuando logró organizar una boda elegante con doscientos invitados, bufé de mariscos, fuente de chocolate y rosas de todos los colores en cada tazón, florero y copa, desembolsando, como mucho, mil dólares. Ami trabajó hasta el cansancio para encontrar las mejores promociones y concursos. Reposteó todos los sorteos que encontró en Twitter y Facebook, y hasta creó una casilla de correo electrónico con una dirección muy atinada:[email protected].

Luego de asegurarme por completo de que no quedara ninguna lentejuela rebelde, levanto la percha del gancho metálico del que colgaba el vestido para alcanzárselo, pero no llego a tocarlo que mi hermana y mi prima gritan al unísono; Ami se toma la cara con las manos y sus labios rosa mate forman una O de horror.

–Déjalo donde está, Ollie –dice–. Me acerco yo. Con tu suerte, tropezarás, caerás sobre la vela y mi vestido se trasformará en una bola aromatizada de lentejuelas y fuego.

No discuto: tiene razón.

Mientras que Ami es un trébol de cuatro hojas, yo siempre tuve pésima suerte. Cuando digo esto, no exagero ni me refiero a que tengo mala suerte en comparación con Ami; es una verdad objetiva. Si buscan “Olive Torres, Minnesota” en internet, encontrarán docenas de artículos y publicaciones sobre la vez que quedé atascada en una máquina atrapa peluches. Tenía seis años y, como el muñeco que había capturado no cayó del todo en la puerta de salida, decidí entrar y rescatarlo.

Pasé dos horas dentro de la máquina, rodeada de peluches con pelo áspero y un penetrante olor a químicos. Recuerdo mirar hacia afuera a través del vidrio lleno de dedos marcados y encontrarme con una multitud de caras desesperadas gritándose indicaciones que yo no llegaba a escuchar. Al parecer, cuando los dueños del local les explicaron a mis padres que la máquina no les pertenecía y, por lo tanto, no tenían las llaves para abrirla, tuvieron que llamar al departamento de bomberos de Edina, a quienes siguieron de inmediato los canales de noticias locales que documentaron mi extracción sin perder detalle.

Veintiséis años después (gracias, YouTube) el video sigue circulando. Hasta la fecha, casi quinientas mil personas lo vieron y comprobaron que soy tan testaruda como para meterme en la máquina y tengo tanta mala suerte como para enganchar la presilla de mis pantalones y perderlos entre los osos de peluche cuando me rescataron.

Esta solo es una de las tantas historias que podría contar. Así que, sí, Ami y yo somos gemelas idénticas (ambas medimos un metro sesenta, tenemos pelo oscuro que se descontrola ante el mínimo indicio de humedad, ojos profundos color café, narices respingadas y hasta las mismas constelaciones de pecas), pero ahí terminan los parecidos.

Nuestra madre siempre intentó destacar las diferencias para reforzar el sentimiento de que éramos individuos y no las partes de un todo. Sé que lo hizo con las mejores intenciones, pero nuestros roles siempre estuvieron bien definidos: Ami es una optimista que mira el vaso medio lleno; yo tiendo a pensar que es el fin del mundo. Cuando teníamos tres años, mamá nos disfrazó de Ositos Cariñositos para Halloween: ella era Gracioso y yo Gruñón.

Está claro que la profecía autocumplida funciona en ambas direcciones: desde el momento en que me encontré en el noticiero de las seis de la tarde con el rostro apoyado en ese vidrio lleno de dedos, mi suerte no mejoró. Nunca gané un concurso de dibujo ni una apuesta en la oficina; ni siquiera un bingo o el juego de ponerle la cola al burro. En su lugar, me rompí una pierna cuando alguien cayó rodando por las escaleras y me arrastró consigo (el caído salió ileso), en el sorteo de tareas de las vacaciones familiares me tocó limpiar el baño cinco años consecutivos, un perro hizo pipí sobre mí mientras tomaba sol en Florida, una infinidad de aves defecaron en mi pelo, y cuando tenía dieciséis me cayó un rayo (sí, de verdad) y viví para contarlo (pero tuve que ir a la escuela durante el verano porque perdí dos semanas de clases).

A Ami le gusta refutar estas pruebas con el recuerdo de que una vez adiviné cuántos shots quedaban en un vaso de tequila. Pero, después de tomarlos casi todos para festejar el triunfo y de vomitarlos a los pocos minutos, no conservo un recuerdo particularmente alegre.

Ami descuelga el vestido (por el que no pagó) del gancho y se lo pone justo en el momento en que nuestra madre entra desde la habitación adjunta (por la que tampoco pagó). Suspira de un modo tan dramático cuando la ve que estoy segura de que Ami y yo pensamos lo mismo: Olive se las ingenió para manchar el vestido.

Tengo que mirarlo para asegurarme de que no es así.

Todo está en orden. Ami suspira aliviada y me pide que con cuidado le suba la cremallera.

–Mami, nos diste un susto de muerte.

Con la cabeza llena de ruleros y una copa de champagne (gratis, claro) a medio beber en la mano, mamá parece una buena imitadora de Joan Crawford. Si Joan Crawford hubiera nacido en Guadalajara.

–¡Ay, mijita, te ves hermosa!

Ami la mira, sonríe y recuerda (con un repentino rapto de ansiedad por separación) la lista que mamá dejó en la otra punta de la habitación.

–Ma, ¿le diste al DJ el pendrive con música?

Mamá vacía su copa antes de sentarse con delicadeza en el sillón de terciopelo.

–Sí, Amelia, le di tu cosito de plástico al hombre blanco del horrible traje con estampado de mazorcas.

A mamá ese vestido magenta le queda impecable. Cruza las piernas bronceadas y acepta la copa de champagne que le ofrecen.

–Tiene un diente de oro –agrega mamá–, pero debe ser muy bueno en su trabajo.

Ami la ignora y marca la tarea como completada con tanta intensidad que el ruido del bolígrafo sobre el papel retumba en toda la habitación. Poco le importa si el DJ cumple las expectativas de nuestra madre (o las suyas propias). Acaba de mudarse a la ciudad y ganó sus servicios en una rifa que organizaron en el hospital en el que trabaja como enfermera de hematología. Gratis mata talentoso, siempre.

–Ollie –dice Ami sin despegar los ojos de la lista que sostiene frente a ella–, tú también debes vestirte. Tu vestido está colgado detrás de la puerta del baño.

Me escabullo hacia el baño con un saludo burlón:

–De inmediato, su majestad.

La pregunta que más nos hacen es cuál de nosotras nació primero. La respuesta me parece bastante obvia porque, además de que Ami nació cuatro minutos antes, es, sin duda, la líder. Cuando éramos pequeñas, jugábamos a lo que ella quería jugar, íbamos a donde ella quería ir y, aunque algunas veces me quejaba, solía seguirla complacida. Puede convencerme de casi cualquier cosa.

Por eso terminé con este vestido.

–Ami… –llamo mientras abro la puerta del baño horrorizada por mi reflejo.

Quizá es la luz, pienso, y arrastro esta monstruosidad verde y brillante a uno de los espejos más grandes de la habitación.

Guau. Sin duda no es la luz.

–Olive… –responde.

–Parezco una enorme lata de 7up.

–¡Sí, nena! –exclama Jules–. Ojalá alguien la abra de una vez por todas.

Mamá tose.

Fulmino a mi hermana con la mirada. Tenía mis dudas cuando accedí a ser dama de honor en una boda cuya temática era Paraíso Invernal, así que puse como condición para aceptar que mi atuendo no tuviera terciopelo rojo o piel sintética blanca. Ahora me doy cuenta de que debería haber sido más específica.

–¿Elegiste este vestido? –Señalo la generosidad de mi escote–. ¿Esto es intencional?

Ami gira la cabeza y me estudia.

–Si con intencional te refieres a que gané una rifa de la iglesia evangelista… ¡Conseguí todos los vestidos de las damas de honor! Luego me agradeces por el dinero que te ahorré.

–Somos católicos, Ami, no evangelistas. –Tiro de la tela del vestido–. Me veo como una duende prostituta en el día de San Patricio.

Me doy cuenta de mi error (no haber visto antes el vestido) pero, hasta hoy, el buen gusto de Ami había sido infalible y en el momento de la prueba yo estaba en la oficina de mi jefe rogando sin éxito no estar en la lista de los cuatrocientos científicos que la compañía despediría. Reconozco que estaba distraída cuando Ami me mandó la foto del vestido, pero no recuerdo que fuera ni tan satinado ni tan verde.

Giro para verlo desde otro ángulo y… ¡Dios mío! La espalda es todavía peor. No ayuda que las últimas semanas de estrés y repostería me dejaron, ¿cómo decirlo?… más rellena en el pecho y las caderas.

–Si me pones atrás en las fotos, también puedo hacer de pantalla para efectos especiales.

–Te ves sexy, confía en mí. –Jules aparece por detrás, diminuta y enfundada en su nuevo envoltorio verde satinado.

–Mami –llama Ami–, ¿no crees que el corte de ese escote resalta las clavículas de Ollie?

–Y sus chichis. –Volvieron a llenar su copa y mamá toma un trago largo lentamente.

El resto de las damas de honor se amontonan en la suite y hay un escándalo colectivo por la emoción de ver a Ami tan hermosa en su vestido. Es una reacción normal en la familia Torres. Sé que mi siguiente comentario puede sonar a hermana celosa y resentida, pero prometo que no es así: Ami siempre amó ser el centro de atención y (tal como quedó demostrado con mi aparición en el noticiero de las seis) yo no. Mi hermana brilla bajo los reflectores y yo prefiero ser quien apunta las luces hacia ella.

Tenemos doce primas hermanas; y todas estamos metidas en la vida de las otras 24/7, pero como Ami solo ganó siete vestidos, se vio obligada a tomar decisiones difíciles. Así que ahora mismo algunas viven en el Monte Pasivo Agresivo y fueron a prepararse a otra habitación. Por un lado, mejor, esta suite es demasiado pequeña para que tantas mujeres puedan maniobrar sus cuerpos dentro de una faja modeladora sin correr peligro.

El aire está invadido por una nube de fijador en aerosol y hay suficientes rizadoras, planchas y productos de peluquería como para montar un salón de belleza respetable. Cada espacio libre queda pegoteado por algún producto o cubierto por un neceser a punto de explotar.

Golpean la puerta, Jules abre y encuentra a nuestro primo Diego del otro lado. Tiene veintiocho años, es gay y está mejor arreglado de lo que yo podré estarlo jamás. Cuando Ami le dijo que no iba a poder estar en la habitación de la novia y que tendría que quedarse con el novio y sus amigos, Diego la acusó de sexista. Si su expresión mientras procesa nuestros vestidos es una pista, ahora se considera afortunado.

–Lo sé –digo, rendida, alejándome del espejo–. Es un poco…

–¿Apretado? –sugiere.

–No…

–¿De puta?

–Iba a decir verde.

Inclina la cabeza y camina a mi alrededor para poder apreciarlo desde todos los ángulos.

–Iba a ofrecerme para maquillarte, pero sería una pérdida de tiempo. –Sacude una mano–. Hoy nadie va a mirarte la cara.

–No la avergüences, Diego –dice mi mamá, y me doy cuenta de que no está en desacuerdo con el juicio de mi primo, solo quiere que deje de molestarme.

Dejo de preocuparme por el vestido (y por cuánto busto voy a tener en exposición durante toda la boda) y vuelvo al caos de la habitación. Hay una docena de conversaciones sucediendo en simultáneo. Natalia se cambió el color de pelo de castaño a rubio y está segura de que le arruinó la cara. Diego coincide. El aro del sujetador de Stephanie se zafó y la tía María le está explicando cómo reemplazarlo por cinta adhesiva. Cami y Ximena discuten sobre qué faja es de quién y mamá vacía otra copa de champagne. En medio del ruido y los químicos, Ami vuelve a enfocar su atención en la lista.

–Olive, ¿hablaste con papá? ¿Ya llegó?

–Estaba en el salón de recepción cuando llegué.

–Bien. –Otra tarea completada.

Puede parecer extraño que me toque controlar a papá a mí y no a su esposa (nuestra madre), que está sentada aquí, pero así funciona nuestra familia. Los padres no interactúan directamente desde que papá engañó a mamá y ella lo echó de la casa. Sin embargo, no quiso divorciarse. Claro que estuvimos del lado de mamá, pero pasaron diez años y el drama está tan vigente como el primer día. Desde que papá se fue, no se me ocurre una sola conversación que hayan tenido que no haya sido mediada por mí, por Ami o alguno de los siete hermanos que suman entre los dos. Nos dimos cuenta bastante rápido de que así sería más fácil para todos, pero el aprendizaje que me quedó de todo esto es que el amor es agotador.

Ami se estira para tomar mi lista, pero me apresuro para tomarla antes que ella; las pocas tareas completadas pueden desencadenar un ataque de pánico. La escaneo y me alegra descubrir que la próxima indicación requiere que abandone esta neblina de fijador.

–Voy a la cocina a asegurarme de que me hayan hecho un plato diferente...

El bufé (gratis) incluye una gran variedad de mariscos, pero, por mi alergia, de solo probar uno podría terminar en la morgue.

–Espero que Dane haya recordado ordenar pollo para Ethan también. –Ami frunce el ceño–. Dios, espero que sí. ¿Puedes preguntar?

El bullicio de la habitación para en seco y once pares de ojos se clavan en mí. La sola mención del hermano mayor de Dane posa una nube negra sobre mi humor.

Aunque Dane es un poco “hombre promedio” para mi gusto (del tipo que le grita a la televisión mientras mira deportes, que presume los músculos y se esmera por usar todas las máquinas del gimnasio al mismo tiempo), hace feliz a Ami. Y con eso alcanza.

Ethan, en cambio, es un idiota inmaduro y criticón.

Consciente de que soy el centro de atención, me cruzo de brazos visiblemente molesta.

–¿Por qué? ¿También es alérgico?

Por alguna razón, tener algo en común con Ethan Thomas, el hombre más arisco del universo, despierta en mí una violencia irracional.

–No –dice Ami–. Pero es quisquilloso y no le gustan los bufés.

–Los bufés… Claro. –Me brota una carcajada.

Hasta donde sé, Ethan es quisquilloso literalmente con todo.

Por ejemplo, en la barbacoa que organizaron Dane y Ami para el Cuatro de Julio, no probó un bocado de la comida que me había llevado todo el día preparar. En Acción de Gracias, le cambió el sitio a su padre para no tener que sentarse a mi lado. Y anoche, en la cena de ensayo, cada vez que comía un trozo de pastel o mis primos me hacían reír, se masajeaba las sienes para dejar en claro cuánto lo irrito. Al final dejé lo que quedaba de mi porción de pastel y fui a cantar karaoke con papá y el tío Omar. Puede que mi enojo se deba a haber resignado tres bocados de un gran pastel para no molestar a Ethan Thomas.

Ami vuelve a fruncir el ceño. Ethan tampoco es santo de su devoción, pero ya se cansó de tener esta discusión.

–Olive, apenas lo conoces.

–Lo conozco lo suficiente. –La miro y digo solo tres palabras–: Bollos de queso.

–Por Dios, ¿nunca vas a olvidarlo? –Mi hermana suspira y sacude la cabeza.

–Si como, me río o respiro, ofendo su delicada sensibilidad. Sabes que lo vi al menos cincuenta veces y sigue haciendo esa cara de no saber bien de dónde me conoce. –Me acerco–. Somos gemelas.

Natalia se mete en la conversación mientras intenta disimular el decolorado de la nuca. No es justo que su gran busto sí haya entrado en el vestido.

–Es tu oportunidad para amigarte, Olive. Es tan lindo…

Le respondo con el Arco de Cejas Disgustadas de los Torres.

–Sea como sea, tienes que buscarlo –dice Ami y vuelve a captar mi atención.

–Espera, ¿qué?

Ve mi expresión de desconcierto y apunta a mi lista:

–Número seten...

De solo pensar en que tengo que hablarle a Ethan, me empieza a crecer el pánico. Levanto la mano para impedir que Ami siga hablando. Cuando mire mi lista, en el número setenta y tres (porque Ami sabía que no leería de antemano la lista completa) encontraré la peor tarea de todas: Hacer que Ethan te muestre su discurso. Evitar que diga algo terrible.

Esto no es culpa de mi suerte, esto es todo culpa de mi hermana.

Capítulo DOS

Salgo de la habitación y todo el ruido, el caos y los aerosoles desaparecen de golpe; el silencio del exterior es precioso. Hay tanta paz que no quiero llegar a la puerta que tiene la caricatura de un novio colgada de la manija. Minutos antes de la boda, el inocente personajito custodia la exaltación alimentada (no tengo dudas) a base de cerveza y marihuana. Hasta Diego, que ama las fiestas, prefería arriesgar su audición y sus pulmones para estar en la habitación de la novia.

Respiro profundo tres veces para demorar lo inevitable.

Es la boda de mi gemela y en verdad exploto de felicidad por ella. Pero es difícil mantenerme a flote, en especial en estos momentos de paz y tranquilidad. Dejando de lado mi mala suerte crónica, los últimos dos meses realmente apestaron: mi compañera de casa se fue, tuve que mudarme a un diminuto apartamento que incluso en ese momento excedía un poco mi presupuesto y entonces (como no podía ser de otro modo con mi fortuna) me despidieron de la compañía farmacéutica en la que había trabajado durante seis años. En las últimas semanas, tuve no menos de siete entrevistas y ninguna respuesta. Y heme aquí ahora, a punto de enfrentar a mi archienemigo Ethan Thomas usando la piel que le arrancaron a la rana René.

No puedo creer que hace un tiempo me desesperaba por ver a Ethan. Cuando la relación entre mi hermana y Dane recién comenzaba, Ami quiso que conociera a su familia política. Ethan bajó del auto en el estacionamiento del predio ferial de Minnesota y pude ver sus ojos azules a dos autos de distancia. De cerca noté que, además, tenía las pestañas más largas que había visto en un hombre. Pestañeaba con lentitud, dándose aires de superioridad. Me miró de reojo, sonreí torpemente y lo saludé sacudiendo la mano. Sentí de todo menos un interés propio de cuñados.

Pero luego cometí un pecado capital del que no había escuchado hasta entonces: ser una mujer curvilínea que come bollos de queso. Nos habíamos juntado en la entrada para planificar el día y yo me escurrí del grupo para comprar un tentempié… No hay nada más glorioso que la comida de la Feria Estatal de Minnesota. Volví al grupo cuando ya iban por la exposición ganadera.

Ethan me miró, notó mi bandeja con queso frito, frunció el ceño, me dio la espalda y se fue con la excusa de que tenía que encontrar la competencia de cerveceros. No volvió a aparecer en toda la tarde.

A partir de ese día, solo se dedicó a molestarme y a hacerme sentir inferior. ¿Qué debería pensar? ¿A qué se debió su paso de la sonrisa al desagrado de un segundo al otro? Por supuesto que la opinión que formé de Ethan Thomas es que, si lo dejo, puede lastimarme. Dejando de lado esta ocasión (y solo por el vestido), me gusta mi cuerpo. No voy a permitir que nadie me haga sentir mal por eso o por los bollitos de queso.

Las voces llegan desde la suite del novio… un festejo digno de una fraternidad universitaria que puede deberse a la transpiración de uno, la cerveza o que otro haya abierto una bolsa de Cheetos solo por mirarla fijamente; cómo saberlo. Estamos hablando de la fiesta de bodas de Dane. Golpeo la puerta y se abre tan rápido que me sobresalto, engancho mi zapato en el dobladillo del vestido y tropiezo.

Es Ethan; claro que es Ethan. Me ataja por la cintura. Mientras me ayuda a incorporarme, siento cómo mi boca se tuerce y veo el mismo gesto de rechazo crecer en él mientras quita la mano y la mete en el bolsillo. Imagino que, apenas pueda, saldrá corriendo a limpiarla con una toallita desinfectante.

El movimiento me hace notar su atuendo (un esmoquin, claro) y lo bien que se amolda a su larga y firme estructura. Lleva el pelo castaño peinado con esmero hacia el costado; tiene las pestañas demasiado largas. Intento convencerme de que las cejas, gruesas y oscuras, son desagradables (calma, Madre Naturaleza), pero es innegable que quedan increíbles con su cara.

En serio me cae mal.

Siempre supe que era guapo (no estoy ciega), pero verlo con ese moño negro es demasiada confirmación para lo poco que me agrada.

Él también me analiza. Empieza por el pelo (me debe estar juzgando por llevar un recogido tan sencillo) y mira mi maquillaje relajado (debe tener citas con modelos que hacen tutoriales de maquillaje en Instagram) antes de, lenta y metódicamente, abordar mi vestido. Respiro hondo para evitar cruzarme de brazos.

Levanta la barbilla. 

–Asumo que ese vestido fue gratis.

Yo asumo que darle un rodillazo en la entrepierna se sentiría fabuloso.

–Hermoso color, ¿no lo crees?

–Pareces un Skittle. –Tuerce la boca en una pequeña sonrisa–. A pocas personas les queda bien ese color, Olivia.

Por su tono, entiendo que no pertenezco a esas pocas.

–Es Olive.

A mi familia le parece motivo de diversión que mis padres me hayan nombrado Olive y no Olivia, un nombre sin duda más lírico. Desde que tengo memoria, todos mis tíos maternos me llaman Aceituna para molestar a mamá.

Pero no creo que Ethan sepa del chiste interno; solo se comporta como un imbécil.

–Bueno, bueno. –Se hamaca sobre los talones.

–Bueno, todo muy divertido, pero necesito que me muestres tu discurso. –Empiezo a cansarme del jueguito.

–¿Mis palabras para el brindis?

–¿Me estás corrigiendo? –Estiro el brazo–. Déjame ver.

–No. –Se apoya tranquilo en el marco de la puerta.

–Es por tu bien. Ami te matará con sus propias manos si dices una estupidez, lo sabes.

Ethan inclina la cabeza, me evalúa. Mide un metro noventa y cinco, mientras que Ami y yo… no. Sin decir palabra, deja claro su punto, muy claro: Que lo intente.

Dane aparece sobre su hombro y se le transforma la cara cuando me ve. Parece que no soy lo que esperaban: una mucama con cervezas.

–Oh. –Se recompone rápido–. Ey, Ollie, ¿todo bien?

–Bien. Ethan justo estaba por mostrarme su discurso.

–¿Sus palabras para el brindis? –Quién iba a decir que a esta familia le importara tanto los términos correctos.

–Sí.

Dane mira a Ethan y apunta al interior de la habitación con la cabeza.

–Es tu turno. –Me mira y explica–. Estamos jugando a la Copa del Rey. Mi hermanito mayor va a morder el polvo.

–Un juego para beber antes de la boda –digo y dejo escapar una risita–. Sabia decisión.

–Voy en un minuto. –Ethan sonríe mientras su hermano se retira y, cuando vuelve a girar hacia mí, ambos abandonamos las risas para volver a nuestras caras menos amables.

–¿Escribiste algo al menos? –pregunto–. No pretenderás improvisar, ¿no? Eso nunca sale bien. Nadie es tan divertido como cree sin guion. Tú en particular.

–¿Yo en particular?

Aunque Ethan es la personificación del carisma con casi todo el mundo, cuando está conmigo se parece más a un robot. Ahora mismo, tiene la cara tan rígida, tan inexpresiva, que no sé si lo estoy ofendiendo de verdad o me está incitando a que diga algo peor.

–Ni siquiera estoy segura de que seas divertido… –vacilo, pero ambos sabemos que estoy comprometida en esta batalla despiadada– con guion. –Levanta una de sus oscuras cejas. Consiguió provocarme–. Bueno –gruño–, solo asegúrate de que tus palabras no sean una mierda. –Miro el pasillo y recuerdo el otro tema que tenía que arreglar con él–. Asumo que te aseguraste de que no tengas que comer del bufé. Si no lo hiciste, estoy yendo para la cocina, puedo arreglarlo.

Cambia su sonrisa sarcástica por algo parecido a la sorpresa.

–Eso es muy amable. No, no pedí el cambio.

–Fue idea de Ami, no mía –aclaro–. Ella es quien se preocupa por tu aversión a compartir comida.

–No tengo problema con compartir comida –explica–. Los bufés son verdaderos parques de diversiones para las bacterias.

–Ojalá vuelques toda esa poesía y profundidad en tu discurso.

–Dile a Ami que mis palabras son desopilantes y nada estúpidas. –Retrocede y empuja la puerta.

Quiero decir algo inteligente, pero solo puedo pensar en la injusticia de que se hayan desperdiciado unas pestañas como esas en el Asistente de Satán, así que solo asiento y giro hacia el pasillo.

Hago mi mejor esfuerzo para no acomodarme la falda mientras camino. Puede que sea paranoica, pero creo poder sentir sus ojos clavados en el brillo ajustado de mi vestido hasta que llego al elevador.

El personal del hotel se ha comprometido con “Navidad en enero”, la temática que propuso Ami. Por suerte, en lugar de terciopelo rojo y renos de peluche, el camino al altar está decorado con nieve de utilería. Aunque no hace menos de veinticinco grados adentro, el recuerdo del frío y la espumosa nieve del exterior, hace que todo se sienta gélido y ventoso. El altar está decorado con flores blancas y bayas, hay coronas de pino con pequeñas lucecitas blancas que parpadean entre las ramas colgadas detrás de cada silla. Todo se ve en verdad encantador, pero desde aquí noto las pequeñas etiquetas en las sillas que alientan a los invitados: Confía en Bodas Finley para tu día especial.

La actividad no cesa. Diego mira con disimulo hacia la recepción y localiza a los invitados atractivos. Jules está determinada a conseguir el número de uno de los padrinos y mamá le pide a Cami que le diga a papá que se fije que no tenga baja la cremallera del pantalón. Estamos esperando que el organizador nos dé la señal y mande a las niñas de las flores a hacer lo suyo por la pasarela.

Parece que a cada segundo que pasa, mi vestido está más apretado.

Ethan ocupa su lugar a mi lado, inspira y larga el aire en una exhalación controlada que se parece mucho a un suspiro de resignación. Sin mirarme, me ofrece el brazo.

Me hago la que no me doy cuenta de su actitud y lo tomo intentando ignorar la sensación que me genera la curva de su bíceps bajo mi mano, la forma en que apenas lo flexiona y acerca mi brazo hacia él.

–¿Todavía vendes drogas?

–Sabes que no hago eso. –Aprieto los dientes.

Mira hacia nuestras espaldas y vuelve a girar. Toma aire para hablar, pero se arrepiente.

Pienso qué habrá querido decir. No creo que fuera algo sobre el tamaño, el volumen o la locura general de mi familia (se acostumbró hace mucho tiempo), pero sé que algo le molesta. Lo miro.

–Solo dilo.

Juro que no soy una persona violenta, pero de ver su mirada malvada clavada en mí me brotó la necesidad irrefrenable de clavar mi tacón aguja en la punta de sus zapatos pulidos.

–Es algo sobre la fila de Skittles de honor, ¿no? –pregunto.

Ni él puede negar que hay algunos cuerpos increíbles en el grupo, pero a ninguna le sienta del todo bien el verde menta satinado.

–Olive Torres, la lectora de mentes. –Nuestras sonrisas sarcásticas se encuentran.

–Todos anoten la fecha. Ethan Thomas recordó mi nombre por primera vez en tres años.

Vuelve a mirar al frente y relaja la cara. Es difícil unir al Ethan amargado e incisivo que me toca a mí con el encantador que he visto con otra gente o incluso con el alocado del que Ami se quejó durante años. Más allá de que parezca determinado a no retener nada de lo que le digo (como mi trabajo o mi nombre), lo que más me molesta es su influencia sobre Dane, a quien aleja de Ami durante muchos fines de semana para llevarlo a California a vivir aventuras. Claro que estas escapadas suelen coincidir con eventos importantes para cazadores de sorteos como mi hermana, su prometida: cumpleaños, aniversarios, el Día de San Valentín. El último febrero, por ejemplo, lo llevó a Las Vegas para un fin de semana de hombres, y Ami terminó yendo conmigo a una cena romántica (y gratis) en St. Paul Grill.

Siempre pensé que la distancia que imponía Ethan se basaba en que soy curvilínea y él es un intolerante. Pero ahora, parada aquí, sosteniéndome de su bíceps, se me ocurre que tal vez es tan idiota porque le duele que Ami lo haya alejado de su hermano, pero no puede decírselo a ella sin hacer enojar a Dane. Entonces, se desquita conmigo.

La epifanía me atraviesa y me deja una certeza esclarecedora.

–Es buena para él –digo, e identifico la intención protectora en mi voz.

–¿Qué dices? –Gira para mirarme.

–Ami –aclaro–. Es buena para Dane. Sé que no me soportas, pero sea cual fuera tu problema con ella, tienes que saber eso, ¿sí? Es un alma buena.

Antes de que Ethan pueda responder, el organizador (gratuito) finalmente aparece, les hace una seña a los músicos (gratuitos) y comienza la ceremonia.

Sucede todo lo que esperaba que sucediera: Ami está preciosa. Dane parece sobrio y sincero. Intercambian anillos, dicen sus votos y se dan un beso obsceno e incómodo que sin duda no está dentro de lo permitido en una iglesia, aunque esto no lo sea. Mamá llora, papá se hace el que no. Durante toda la ceremonia, mientras sostengo el enorme ramo de rosas (gratis) de Ami, Ethan parece una figura de cartón de sí mismo que solo se mueve cuando tiene que meter una mano en el bolsillo para entregar los anillos.

Me vuelve a ofrecer el brazo para retirarnos del altar y lo siento todavía más rígido, como si estuviera cubierta de slime y le diera miedo que lo estampara en su traje. Entonces me acerco, pero, no bien nos alejamos, doy un aleteo sutil para que sepa que podemos romper el contacto.

En diez minutos tendremos que volver a encontrarnos para las fotos y usaré ese tiempo para quitar los pétalos marchitos de los centros de mesa. Este Skittle tachará algunas tareas de su lista. ¿A quién le importa qué hará Ethan?

Parece que va a seguirme.

–¿Qué fue eso? –dice.

Miro sobre mi hombro.

–¿Qué fue qué? –pregunto.

–Allí. Recién. –Apunta con la cabeza hacia el altar.

–Ah –giro y sonrío con amabilidad–, me alegra que pidas ayuda cuando estás confundido. Entonces: eso fue una boda… una ceremonia importante y en algunos casos obligatoria para nuestra cultura. Tu hermano y mi…

–Antes de la ceremonia. –Arquea las cejas oscuras hacia abajo–. Cuando dijiste que no te soportaba, que tenía un problema con Ami.

–¿De verdad? –pregunto boquiabierta.

–Sí, de verdad. –Mira a su alrededor como si necesitara que alguien más atestiguara mi estupidez.

Por un instante no sé qué decir. Lo último que esperaba era que Ethan me pidiera explicaciones por nuestro intercambio permanente de comentarios sarcásticos.

–Ya sabes. –Sacudo vagamente la mano. Con él mirándome, lejos de la ceremonia y de la energía del salón, la teoría de la que estaba convencida hacía un rato ya no parece tan convincente–. Pienso que estás resentido porque Ami te está alejando de Dane, pero sabes que no puedes enojarte con ella sin pelearte con él, entonces te comportas como un imbécil sin remedio conmigo.

Él solo pestañea y siento que debo seguir:

–Solo es una teoría –me cubro.

–Una teoría.

–Sobre por qué me odias.

–¿Yo te odio? –Arruga el ceño.

–¿Vas a repetir todo lo que diga? –Quito mi lista de su escondite en mi ramo y se la muestro–. Porque tengo cosas para hacer.

El silencio de desconcierto se extiende por algunos segundos hasta que parece entender lo que podría haberle dicho hace mucho tiempo.

–Olive, suenas realmente loca.

Mamá le acerca a Ami una copa de champagne. Mantenerla llena debe estar en la lista de tareas de alguien, porque la veo beber, pero nunca la veo vacía. El evento pasa de una rutina cronometrada a la perfección y un tanto formal a una verdadera fiesta. Los volúmenes dejan de ser los de una reunión de gente respetable para convertirse en dignos de una fraternidad universitaria. Los invitados tragan el bufé de mariscos como si fuera lo primero que comen en semanas. El baile ni siquiera empezó y Dane ya tiró el moño de su traje en una fuente y se quitó los zapatos. A Ami parece no importarle y eso solo habla de sus propios niveles de alcohol en sangre.

Cuando llega el momento del brindis, lograr que al menos la mitad de los invitados permanezca callada parece una tarea monumental. Luego de golpear suavemente mi copa de cristal con un tenedor y no lograr que el sonido baje un solo decibel, Ethan decide arrancar su discurso sin esperar que alguien lo escuche.

–Estoy seguro de que muchos de ustedes deberán ir a orinar pronto –comienza hablando con un micrófono de mala calidad–, así que seré breve. –Logra calmar a la multitud y continúa–. No creo que Dane quiera que hable, pero visto y considerando que no solo soy su hermano mayor, sino también su único amigo, aquí estamos.

Lanzo una carcajada que me sorprende. Ethan hace una pausa, me mira y sonríe con asombro.

–Soy Ethan –continúa y, cuando toma un control remoto que estaba cerca de su plato, una presentación con fotos de Ethan y Dane de niños comienza a reproducirse en la pantalla a nuestras espaldas–. El mejor hermano, el mejor hijo. Estoy encantado de compartir este día con tantos amigos, familiares y, sobre todo, alcohol. En serio, ¿visitaron el bar? Que alguien vigile a la hermana de Ami porque si toma una copa de champagne de más, ese vestido no aguantará en su lugar. –Me guiña un ojo–. ¿Recuerdas la fiesta de compromiso, Olivia? Si tú no, yo sí.

Natalia sujeta mi muñeca antes de que pueda alcanzar un cuchillo.

–¡Hombre! –grita Dane, borracho, y se ríe de un modo exagerado. Me gustaría que existieran las maldiciones para lanzarle una. (Para aclarar, no me saqué el vestido en la fiesta de compromiso. Solo usé el dobladillo para secarme el sudor de la frente una o dos veces. Hacía mucho calor y el tequila me hace transpirar).

–Si miran estas fotos familiares –dice Ethan señalando hacia la pantalla donde él y Dane adolescentes esquían, surfean y, en general, se ven como idiotas con buena genética– se darán cuenta de que fui un hermano mayor modelo. Fui de campamento primero, manejé primero, perdí primero la virginidad. Lo siento, no hay fotos de eso. –Guiña el ojo al público de un modo encantador y un coro de risitas recorre el salón–. Pero Dane encontró primero el amor. –Los invitados se unen en un awww colectivo–. Espero tener la suerte de encontrar alguien la mitad de espectacular que Ami algún día. No la dejes ir, Dane, porque ninguno de los dos sabe qué ha visto en ti. –Levanta su whisky y casi doscientos brazos se alzan para acompañarlo en el brindis–. Felicitaciones para ambos. Bebamos. –Luego se sienta y me mira–. ¿Suficiente guion para ti?

–Fue casi adorable. –Miro sobre su hombro–. Todavía es de noche. Tu ogro interior debe estar durmiendo.

–Vamos, te reíste.

–Motivo de sorpresa para ambos.

–Es tu turno de mostrar cómo se hace –dice y me recuerda que debo ponerme de pie–. Sé que es mucho pedir, pero intenta no pasar vergüenza.

–Cállate, Ethan. –Tomo mi teléfono, donde guardé mi discurso, y trato de ocultar el tono defensivo.

Esa fue buena, Olive.

Se ríe mientras se inclina para comer un bocado de pollo.

Un tímido aplauso atraviesa el salón cuando me paro y enfrento a los invitados.

–Hola a todos. –El micrófono acopla y lanza un quejido agudo que asusta a la audiencia. Me lo alejo de la boca, giro hacia mi hermana y mi nuevo cuñado y grito–: ¡Lo hicieron!

Todos festejan cuando Dane y Ami se dan un tierno beso. Hace un rato los vi bailar la canción favorita de Ami (Glory of Love, de Peter Cetera) y me las ingenié para ignorar los esfuerzos de Diego para que lo mire y pueda hacerme algún comentario no verbal sobre el terrible gusto musical de Ami. Realmente quedé atrapada en la perfección de la escena que se desarrollaba frente a mí: mi gemela en su hermoso vestido de novia, con el pelo un poco más flojo por las horas y el movimiento, su dulce sonrisa de genuina felicidad.

Unas lágrimas me brotan de los ojos mientras entro a la aplicación de notas y abro mi discurso.

–Para quienes no me conocen, aclaro: no, todavía no están tan borrachos, soy la gemela de la novia. Mi nombre es Olive, no Olivia –digo, y lanzo una mirada filosa a Ethan–. La hermana favorita, la cuñada favorita. Cuando Ami conoció a Dane… –Hago una pausa porque un mensaje de Natalia aparece en la pantalla y tapa mi discurso.

Solo para que lo sepas, tus tetas se ven increíbles.

Desde su lugar, me levanta un pulgar. Deslizo el mensaje para que salga de la pantalla.

–... me habló de él de un modo en el que nunca…

¿Qué talla de sujetador estás usando?

También Natalia. En serio, ¿qué clase de familia te manda mensajes mientras das un discurso que es obvio que estás leyendo desde el teléfono? La mía. Lo ignoro e intento retomar rápido el hilo. Me aclaro la garganta.

–... habló de él de un modo que no había escuchado antes. Había algo en su voz…

¿Sabes si el primo de Dane está soltero? O si podría estarlo pronto… ;)

Fulmino a Diego con la mirada y deslizo el dedo por la pantalla de forma agresiva.

–... algo en su voz me indicaba que pensaba que esta vez era diferente, que se sentía diferente. Yo…

No hagas esa cara. Pareces estreñida.

Mi madre. Por supuesto.

Deslizo y sigo. A mis espaldas, Ethan entrelaza los dedos detrás de la cabeza con aires de superioridad y puedo sentir su sonrisa de satisfacción sin tener que mirarlo. Persisto (porque no puedo dejarlo ganar este round), pero solo logro decir dos palabras más y me interrumpe un quejido de dolor.

Todo el mundo mira a Dane, que se toma el estómago. Ami apenas llega a ponerle una mano en el hombro antes de que él tenga que taparse la boca para contener el vómito que sale, igualmente, disparado como un misil entre sus dedos hacia el hermoso (y gratuito) vestido de mi hermana.

Capítulo TRES

El malestar repentino de Dane no pudo haber sido producto del alcohol, porque la hija de una de las damas de honor tiene siete años y, luego de que Ami se vengara de Dane vomitando sobre él, la pequeña Catalina también despidió su cena. A partir de ahí, la plaga se esparció como un incendio forestal a lo largo y ancho del salón.

Ethan se para, camina hacia atrás y apoya la espalda contra la pared. Hago lo mismo, pienso que es mejor contemplar el desastre desde un lugar seguro. Si esto fuera una película, sería una de humor escatológico. Pero estar aquí y ver la desgracia suceder a gente que conocemos, con la que brindamos y hasta quizá besamos, es aterrador.

Desde Catalina hasta el gerente del hospital en el que trabaja Ami y su esposa; Jules y Cami, unas personas que estaban sentadas en la mesa cuarenta y ocho, mamá, la abuela de Dane, papá, Diego…

Ya no puedo seguir el rastro del brote porque todo se descontrola. Un invitado se cae sobre un mozo y varias piezas de porcelana se estrellan contra el suelo. Algunos intentan huir doblados sobre sus estómagos y clamando por un baño. Sea lo que sea, esta maldición quiere salir de los cuerpos por cualquier vía disponible; no sé si reír o llorar. Incluso quienes no vomitan o corren hacia el baño tienen la piel verde.

–Tu discurso no fue tan malo –dice Ethan.

Si no me diera miedo que me vomitara encima por el movimiento, lo echaría de nuestro refugio a empujones.

Mientras un coro de arcadas suena alrededor, una certeza invade nuestro espacio de paz y lentamente nos miramos con ojos bien abiertos. Evalúa mi rostro y yo el suyo. Su semblante se ve normal, ni un poco verde.

–¿Tienes náuseas?

–Solo las que me provocan ver esto y verte a ti, pero fuera de eso no.

–¿Diarrea incontenible? 

–¿Cómo es que estás soltero? Francamente es un misterio. –Lo miro fijo.

En lugar de estar aliviado por sentirse bien, pone la cara más engreída que he visto jamás.

–Tenía razón sobre los bufés y las bacterias.

–Es demasiado rápido para que sea una intoxicación.

–No necesariamente. –Señala los cubos de hielo en los que había langostinos, almejas, caballa, mero y otras diez variedades de elegantes pescados y mariscos–. Te apuesto… –Levanta un dedo como si estuviera probando el aire–. Te apuesto que es una intoxicación por ciguatera.

–No tengo ni idea de qué es eso.

Respira hondo, como si estuviera disfrutando el esplendor del momento y no pudiera advertir que lo que está sucediendo en el baño ha comenzado a invadir el pasillo.

–Nunca estuve tan orgulloso de ser el eterno enemigo de los bufés.

–Creo que lo que quieres decir es “Gracias por asegurarte de que tuviera un plato de pollo, Olive”.

–Gracias por asegurarte de que tuviera un plato de pollo, Olive.

No estar vomitando es un alivio, pero la situación me horroriza. Era el día soñado de Ami. Pasó los últimos seis meses preparando este momento y esta es la versión de bodas de una película de zombis.

Entonces hago lo único que se me ocurre: voy hacia ella, me inclino, enrosco su brazo en mi nuca y la ayudo a incorporarse. No hay necesidad de que todos vean a la novia en este estado: cubierta de vómito (suyo y de Dane) y tomándose el estómago como si fuera a perderlo.

Más que caminando estamos tambaleándonos (en realidad, la estoy arrastrando); cuando estamos llegando a la puerta, siento cómo la parte de atrás de mi vestido se desgarra por completo.