Una noche en Grecia - Melanie Milburne - E-Book
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Una noche en Grecia E-Book

Melanie Milburne

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Beschreibung

Una atracción que ella no podía olvidar... ¡una escapada a Grecia para recordar! Millie no quiso disfrutar con la cita a ciegas que le habían organizado con el impresionante abogado Hunter Addison. ¿Cómo iba a disfrutar si todavía sentía el dolor de su última relación? Sin embargo, cuando su madre lo necesitó, Millie tuvo que volver a verse con Hunter y esa vez no pudo negar que se le había acelerado el corazón... Hunter desplegó todos sus encantos en la segunda cita con Millie. Normalmente, era un libro cerrado y sabía callarse sus asuntos familiares, pero ese fin de semana en Grecia para ahondar en su mutua e incontenible atracción estaba haciendo que infringiera todas las reglas...

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Seitenzahl: 216

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Melanie Milburne

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una noche en Grecia, n.º 181 - noviembre 2021

Título original: Breaking the Playboy’s Rules

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-931-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ERA LA primera vez que Millie le pedía a un hombre que saliera a tomar algo con ella e iba a llegar tarde, bochornosamente tarde. Sin embargo, no era una cita normal y corriente. La cita con Hunter Addison, el más afamado de los abogados matrimonialistas, no era para ella, era para su madre.

Su madre coleccionaba maridos como otras personas coleccionaban monedas… e iba a necesitarse un montón aterrador de monedas para librarse de su cuarto marido, un dinero que ella no podía prestar a su madre en ese momento. Hunter Addison no era el abogado matrimonialista más barato de Londres, pero tenía fama de ser el mejor, y ella quería el mejor para su madre.

Anduvo todo lo deprisa que pudo hacia el elegante bar donde había quedado con él después del trabajo. No había hablado con él, se habían comunicado mediante mensajes. Le espantaba la idea de hablar con él por teléfono después de la desastrosa cita a ciegas que habían tenido hacía dos meses, como le espantaba la idea de volver a verlo, pero no se trataba de ella, se trataba de su madre. No podía soportar volver a ver que otro exmarido narcisista y codicioso la exprimía.

Abrió la puerta del bar, entró y miró alrededor para buscar a Hunter. Había parejas y pequeños grupos en distintas mesas, pero no había ni un hombre solo. Naturalmente, habría sido inconcebible que un hombre tan guapo, adinerado y sofisticado como Hunter hubiese estado solo en un bar. Tenía fama de ser un playboy incorregible. No pasaba ni una semana sin que los paparazzi lo fotografiaran con una supermodelo colgada del brazo.

Curiosamente, la prensa no había publicado ni una de sus proezas sexuales desde que tuvieron la cita a ciegas. Era posible que la inmunidad de ella contra su atractivo hubiese hecho mella en su desmedida vanidad, aunque era improbable. Los hombres como Hunter Addison tenían una vanidad a prueba de bombas.

–Llegas tarde.

Millie oyó una voz masculina que no disimulaba el tono de censura y se dio la vuelta. Aunque llevaba unos tacones de vértigo, tuvo que estirar el cuello todo lo que pudo para ver los ojos marrones como el whisky de Hunter Addison. Era difícil no alterarse al encontrarse cara a cara con esa virilidad demoledora, con esa perfección masculina. Era alto, atlético y esbelto, irradiaba energía. Tenía treinta y cuatro años, estaba en la flor de la vida y se notaba… como lo notaron todas y cada una de las células de su cuerpo.

–Sí, lo sé. Lo siento, pero…

–¿Le pasa algo a tu teléfono?

La sonrisa que no era una sonrisa entonaba perfectamente con el brillo acerado de sus ojos.

Ella contó hasta diez para intentar dominar las ganas de responderle algo hiriente. ¿Qué tenía ese hombre que hacía que se sintiera tan irritable y peleona? Su experiencia con los hombres era limitada. Solo había tenido un amor y no había vuelto a salir con nadie desde hacía tres años, desde que Julian, su novio desde la infancia, había muerto después de una larga batalla contra un cáncer de cerebro.

Eso sin contar la catastrófica cita a ciegas con Hunter, que había sido un desastre absoluto desde el principio hasta el final. Aunque la verdad era que ella la había saboteado. Había hecho todo lo que había podido para ser impertinente. No iba a consentir que sus amigos la obligaran a pasar página ni iba a consentir que un hombre que no había oído la palabra «no» dicha por una mujer intentara seducirla.

Sin embargo, en ese momento, necesitaba la ayuda de Hunter y no le quedaba más remedio que tragarse el orgullo, y tenía un sabor muy amargo.

Se puso muy recta e hizo un esfuerzo para aguantarle la mirada.

–La verdad es que sí. Anoche me olvidé de cargarlo y se me ha acabado la batería justo después de salir del trabajo. Había un incidente de algún tipo con la policía y he tenido que dar un rodeo de seis manzanas para llegar hasta aquí.

Ella quiso añadir que había tenido que hacer todo eso con unos tacones estratosféricos y una falda que se le ceñía a cada centímetro de su cuerpo, pero consiguió contenerse.

No supo si él le había creído o no. Tenía una expresión inescrutable, pero le miró muy fugazmente los labios y ella notó un cosquilleo por detrás de las piernas.

–Ven, tengo una mesa al fondo, es más discreto.

Su tono tenía algo autoritario que hizo que le dieran ganas de empeñarse en buscar una mesa en la parte delantera. Seguramente, él creería que estaba arrepentida de haberle dado calabazas y que quería retomar aquella cita, pero no, ni mucho menos.

Eso no era un reencuentro ni una cita de ningún tipo, era una reunión para convencerlo de que representara a su madre. Sin embargo, lo siguió, dócilmente para ser ella, hasta una mesa al fondo del bar.

Hunter esperó hasta que estuvo sentada para sentarse enfrente de ella, que notó sus largas piernas por debajo de la mesa y giró las suyas hacía la derecha para evitar que se tocaran. También notaba los latidos del corazón, que le retumbaban en los oídos como si fueran una advertencia del peligro.

Hunter tomó la carta de bebidas y se la entregó a ella por encima de la mesa.

–¿Qué quieres beber?

Millie echó una ojeada a la carta y se la devolvió.

–Agua mineral, gracias.

Él dejó escapar un sonido burlón con un brillo más intenso en los ojos.

–No irás a decirme que te has hecho abstemia…

Millie notó que le abrasaban las mejillas. Se bebió tres copas de vino y un cóctel fortísimo durante aquella cita para intentar pasar el trago. El día de aquella desastrosa cita había sido el aniversario de la muerte de Julian y todos los años tenía que hacer un verdadero esfuerzo para pasarlo. Por eso sus amigos le habían organizado una cita a ciegas con Hunter, para que se distrajera y le ayudara a seguir adelante. Efectivamente, le había distraído. Hunter Addison distraería a cualquiera, tanto en aquel momento como en ese, sobre todo, en ese.

Sin embargo, el día no había sido tan complicado por el dolor, lo había sido por el remordimiento.

Millie miró por encima de su hombro izquierdo para no tener que mirarlo a los ojos.

–No, pero tampoco me apetece alcohol en este momento.

Hunter llamó a un camarero y pidió un agua mineral para Millie y una ginebra con tónica para él. El camarero se marchó y Hunter se dejó caer sobre el respaldo de la butaca con una tranquilidad que ella envidió para sus adentros. Llevaba un traje gris y una camisa inmaculadamente blanca con el primer botón desabrochado por debajo de una corbata con cuadros grises y blancos y el nudo suelto. Era endiabladamente guapo. Tenía el pelo corto y moreno, la nariz recta y la boca como cincelada, con el labio inferior algo más carnoso que el superior. Una levísima barba incipiente le oscurecía la mandíbula y alrededor de la boca, una boca sensual…

Millie se puso recta al darse cuenta, con asombro, de lo que estaba pensando. Su boca no le interesaba, le interesaba su pericia profesional y, cuanto antes la consiguiera, mejor. Sin embargo, en ese momento, era casi imposible que le funcionara el cerebro. Sentía cosquilleos por todo el cuerpo cada vez que la miraba, como si estuviera tocándola con esas manos enormes.

Había una cosa que sabía muy bien, no podía dejar que la tocara si no quería que esa inmunidad fingida saltara por los aires.

–Bueno, aquí estamos… Otra vez.

Hunter la miró con cierta indolencia y a ella se le revolvió algo por dentro. Además, el tono de su voz al decir «otra vez» hizo que sintiera un cosquilleo por la nuca.

Se humedeció los labios, se alisó la falda sobre las rodillas e intentó no hacer caso del pulso acelerado.

–Creo que debería disculparme por mi comportamiento la última vez que nos vimos.

Lo miró de soslayo y vio que estaba mirándola fijamente. ¿Era su cara de abogado? Era como un águila que observaba con detenimiento a su cliente, que leía entre líneas lo que decía y lo que hacía su cliente. Aunque, en realidad, ella no era su cliente, pero tampoco era una amiga que estaba pidiéndole un favor. Habían sentido aversión el uno por el otro nada más verse… o, al menos, ella había decidido que sentiría aversión por él.

Tragó saliva antes de seguir hablando.

–Esa noche no estaba en mi mejor estado de ánimo y es posible que lo pagara contigo.

–¿Es posible? –preguntó él sin disimular el sarcasmo.

Ella levantó la barbilla y lo miró a los ojos.

–Bueno, tampoco eras la cita de mis sueños.

Algo se oscureció en el fondo de su mirada, como si estuviera rememorando aquella noche y no le gustara lo que estaba viendo.

–Captado –él esbozó una sonrisa forzada–. Mi atractivo estaba apagado.

No era la mejor de las disculpas, pero había sido ella la que se había comportado de una forma espantosa. Él había estado algo taciturno y distante, pero ella había estado francamente desagradable. Le había molestado la intervención de sus amigos. Beth y Dan lo habían hecho con buena intención, pero no sabían el verdadero motivo de que le costara tanto volver a salir con un hombre.

Julian había estado enfermo durante seis años hasta que acabó sucumbiendo a la enfermedad. Se la diagnosticaron antes de que cumpliera dieciocho años, el tratamiento fue atroz y la primera operación le cambió el carácter, dejó de ser cariñoso y amable y empezó a ser gruñón y malhumorado. Ella, sin embargo, había seguido a su lado día a día con la esperanza de que las cosas mejoraran. No mejoraron y la idea de romper con él fue adueñándose de ella, que esperó con paciencia a que se presentara una buena oportunidad, pero no se presentó. Julian siempre estaba demasiado enfermo y deprimido o en una de esas fases, raras aunque maravillosas, en las que parecía que el cáncer estaba remitiendo.

¿Cómo iba a rematarlo diciéndole que quería dejarlo?

Apareció el camarero con las bebidas y Millie salió del ensimismamiento. Tomó su copa y lo miró disimuladamente mientras daba un sorbo. Debería haber una ley que prohibiera que hubiese hombres tan impresionantes cuando ni siquiera intentaban serlo. Irradiaba energía viril y se preguntó qué sentiría con él en la cama, con esas piernas trabajadas en el gimnasio entrelazadas con las de ella. Se le llenó la cabeza con imágenes pornográficas del él desnudo y… excitado.

Las relaciones sexuales con su prometido habían sido complicadas por los estragos de su enfermedad y su poca resistencia. Se había ocupado de Julian, más que amarlo, y había permitido que gozara con su cuerpo sin pretender que le diera placer a ella. Sin embargo, sabía que él no podía evitar estar tan enfermo y se había molestado consigo misma. Después de su muerte, había pensado fugazmente en el sexo, pero nunca había pasado de darse placer a sí misma de vez en cuando.

Durante los años que estuvo con Julian, y después de su muerte, había empezado a relacionar todo lo que tuviera algo que ver con el sexo con la decepción, la insatisfacción y cierta desesperanza.

Sin embargo, en ese momento, cuando estaba sentada enfrente de Hunter, solo podía pensar en lo que sentiría si su cuerpo acometiera dentro del de ella. Estaba segura de que ninguna de sus parejas quedaría insatisfecha o decepcionada. Su destreza sexual era como un halo que lo rodeaba. Cada vez que la miraba a los ojos, ella sentía una descarga eléctrica en lo más íntimo de su ser. Se movió en la silla, tenía el bajo vientre inquieto por la avidez y le ardían las mejillas.

Él frunció ligeramente el ceño y tomó la copa, pero ni siquiera se la llevó a los labios.

–Si lo pasaste tan mal en nuestra cita a ciegas, ¿por qué quieres repetirla? –le preguntó él con un brillo implacable en los ojos.

–No quiero repetirla –contestó ella apretando los labios–. Quería que nos viéramos para hablar… de otra cosa.

–Adelante –replicó él arqueando una ceja.

Hunter no dejó de mirarla penetrantemente a los ojos y ella se pasó la punta de la lengua por los labios resecos mientras intentaba pasar por alto que él hubiese desviado la mirada a su boca como si le pareciera fascinante.

–Quiero contratar tus servicios.

Él le miró la mano izquierda, donde seguía llevando el anillo de compromiso de Julian. En realidad, no le gustaba especialmente ese anillo, pero lo llevaba por remordimiento. Sabía que Beth y Dan le habían hablado a Hunter de la muerte de Julian porque él había dicho algo en la cita a ciegas. Ella no había querido hablar del asunto y había cambiado bruscamente de conversación.

–No estás casada y yo estoy especializado en divorcios. No sé cómo puedo ayudarte, a no ser que me ocultes algo.

Había muchas cosas que le ocultaba, como a todo el mundo. Tenía fama entre sus amigos de adivinar enseguida si alguien tenía un secreto. Lo malo era que no sabía guardarlos, a no ser que se tratara de los suyos. Notaba cuando había alguien que intentaba ocultar algo porque ella se había pasado años ocultando cosas… y lo había hecho muy bien.

No había estado enamorada de Julian y, lo que era peor todavía, había sentido algo parecido al alivio cuando se había muerto tres días antes de la boda. Aunque representó de maravilla el papel de heroína trágica incapaz de amar después de la pérdida de su amor de la infancia y que seguía llevando el modesto anillo de compromiso después de tanto tiempo, que seguía llorando a su único amor, a su alma gemela.

Sin embargo, era una farsante de los pies a la cabeza y una impostora, porque si bien había llorado la muerte de su querido amigo, Julian no había sido el amor de su vida.

Se inclinó hacia delante para tomar al agua mineral, volvió a incorporarse y miró un momento los cubos de hielo.

–No, no lo estoy, pero mi madre, sí –Millie lo miró a los ojos–. ¿Lo harás?

Hunter la miró tanto tiempo sin decir nada que tuvo que humedecerse los labios otra vez. Él siguió el movimiento con la mirada y ella notó un aleteo en el corazón.

–¿Por qué yo?

Él lo preguntó en un tono inexpresivo, pero con un brillo muy elocuente en los ojos. El aleteo le llegó hasta el vientre y notó un hormigueo por detrás de las piernas.

Millie se inclinó otra vez para dejar el vaso de agua en la mesa. Parecía fría y serena por fuera, pero unas sensaciones muy desconocidas le vibraban por dentro y un calor abrasador le recorría el cuerpo. Se le aceleró el corazón y sintió un escalofrío, pero el orgullo no le permitía contarle la verdad sobre la situación de su madre.

Ese era otro de sus secretos. Eleanora Donnelly-Clarke, la heredera de la empresa de diamantes, estaba prácticamente arruinada después de varios divorcios. Su madre era increíblemente bella, pero padecía una dislexia muy grave y todos sus exmaridos se habían aprovechado de su escasa formación… y el cuarto exmarido estaba a punto de hacer lo mismo. De no haber sido por el fondo fiduciario que su abuela le dejó a Millie, ella y su madre estarían sin blanca. Sin embargo, Millie tenía que sacar adelante su propia empresa de joyería y no podía hacerse cargo de su madre durante mucho más tiempo, y menos si se avecinaba otro divorcio ruinoso.

Miró a Hunter a los ojos.

–Porque he oído decir que eres el mejor.

Él esbozó media sonrisa como si le pareciera que el comentario tenía cierta gracia, pero que no afectaba lo más mínimo al concepto profesional que tenía de sí mismo. Tenía uno de sus musculosos brazos por encima del respaldo y un tobillo cruzado por encima del poderoso muslo. Él, al contrario que ella, parecía tranquilo y sereno de verdad.

–Vaya, y yo que creía que querías pasar una noche conmigo….

Hunter lo dijo con una voz grave y aterciopelada y un brillo ardiente en los ojos. Millie sonrió con un gesto tenso y sin enseñar los dientes.

–Desgraciadamente, no.

–¿Desgraciadamente? –le preguntó él arqueando una ceja otra vez.

A ella se le desbocó el corazón y se sentó más recta. Tenía que hacer todo lo que pudiera para que su cuerpo no la delatara, entre otras cosas, no mirarle esa boca tentadora como un pecado.

–No eres mi tipo, a pesar de lo que puedan pensar Dan y Beth.

Hunter sonrió con una indolencia que hizo que se le tambaleara la firme decisión de resistirse a él.

–Tú tampoco eres el mío, pero ellos parecen creer que estamos hechos el uno para el otro. ¿Por qué será?

Fue una pregunta retórica y burlona típica de alguien tan arrogante como él.

–Creen, equivocadamente, que si tengo una… aventura contigo pasaré página más fácilmente por la muerte de mi prometido, pero me temo que han sobrevalorado exageradamente tu atractivo.

Él se rio, pero sus ojos se oscurecieron enseguida y se puso serio.

–Supongo que pasarás página cuando… estés preparada.

–No estoy preparada –replicó ella levantando la barbilla y mirándolo a los ojos.

¿Estaría preparada alguna vez? Cuando era joven y se enamoró de Julian, deseaba con todas sus fuerzas casarse y formar una familia. Sin embargo, todo cambió cuando llegó el mazazo del diagnóstico. El sueño de su relación se convirtió en una pesadilla.

Él la miró fijamente y el corazón se le aceleró un poco más todavía. Era un abogado de primera categoría y se pasaba horas escuchando a sus clientes, analizando lo que le decían, las verdades y las mentiras y lo que no era ni una cosa ni la otra.

¿Captaría la verdad que había detrás de su mentira?

Él la miró a la boca durante un momento devastador y volvió a mirarla a los ojos.

–Entonces, se trata del divorcio de tu madre –ella volvió a la realidad con el cambio de conversación–. Te aviso de que no soy barato…

Millie intentó no hacer caso a la punzada de pánico. Era una diseñadora de joyas moderadamente próspera en un mercado cada vez más competitivo, pero sus estratosféricos honorarios iban a hacer una mella considerable en sus ahorros.

–Puedo permitírmelo –replicó ella levantando la barbilla con orgullo.

Se miraron a los ojos como en un duelo, hasta que él frunció el ceño.

–¿Por qué vas a hacerte cargo tú de mis honorarios?

Millie suspiró y bajó los hombros.

–Porque el próximo exmarido de mi madre se gastó mucho de su dinero en un plan para hacerse ricos en muy poco tiempo que quedó en nada. Además, ella se enteró de que tenía una amante. Mi madre me lo devolverá cuando se reponga.

Si se reponía alguna vez.

Hunter volvió a mirarla fijamente durante un rato que se le hizo eterno.

–Te propongo un trato. Te haré un descuento si mañana sales a cenar conmigo.

Millie se quedó boquiabierta.

–¿A cenar…?

–Comerás algo de vez en cuando, ¿no? –le preguntó él con una sonrisa.

–Sí, pero creía que después de lo desastrosa que fue la otra cena…

–A lo mejor es que quiero tener otra ocasión para deslumbrarte con mi atractivo –insistió él con un brillos burlón en los ojos.

–Tú mismo lo has dicho, no eres mi tipo.

–Eso no quiere decir que no podamos tener una cena agradable y limar asperezas.

Millie se preguntó qué habría detrás de la invitación. ¿La indiferencia de ella la vez anterior había sido un desafío para él que no podía soportar? Ella se había preguntado muchas veces si habría sido igual de inmune contra su atractivo si hubiesen quedado una noche que no hubiese sido el aniversario del fallecimiento de Julian. A pesar de lo desagradable que había sido con él, se había dado cuenta de lo guapo que era y del cuerpo atlético y fibroso que tenía. Había intentado por todos los medios pasarlo por alto, pero habría tenido que estar en coma para no quedarse boquiabierta por lo impresionante que era en carne y hueso.

En carne y hueso… La cabeza se le llenó otra vez con imágenes de él desnudo y se le paró el pulso. Se dominó para poner un gesto de indiferencia, como si no tuviese ningún motivo para que le emocionara su invitación. No quería darle más alas a su vanidad.

–Tengo que mirar mi agenda.

–Pues mírala.

Hunter hizo un gesto con la cabeza hacia el bolso, donde tenía guardado el teléfono, y en sus ojos se reflejaba un reto, como si la retara a que se resistiera a él si podía.

Millie tomó el bolso y sacó el teléfono. Miró con atención la agenda, aunque sabía que no tenía nada programado para la noche siguiente.

La cabeza le daba vueltas como un tiovivo. ¿Debería salir a cenar con él? Le había dicho que le haría un descuento en sus honorarios. ¿Esa era su baza? Cuanto más tiempo pasaba con él, más le intrigaba. Jamás había conocido un hombre tan seguro de sí mismo, un hombre que se ponía metas y no paraba hasta alcanzarlas. Era, exactamente, el tipo de hombre que necesitaba para que ayudara a su madre a salir de su último bache económico. Volvió a guardar el teléfono en el bolso con un gesto tajante.

–Pues resulta que estoy libre.

–Muy bien. ¿Dónde vives? Te recogeré a las siete.

–Mmm… No hace falta. Puedo encontrarme contigo como hicimos la otra vez.

–No hagamos nada como la otra vez –replicó el en tono inflexible–. Te recogeré y te llevaré a tu casa.

Millie decidió que no iba a discutir y le dio la dirección.

–¿Cuándo podrás reunirte con mi madre? –añadió ella–. Ya sé que estás ocupadísimo y…

–Le haré un hueco mañana a las ocho de la mañana.

–¿Tan pronto? –preguntó ella sin disimular el alivio–. No sé cómo agradecértelo, pero no te importará que la acompañe para ayudarla…

–Me parece bien. Trae toda la documentación que tengas; registros contables de los bienes y las deudas en común, extractos bancarios, declaraciones de impuestos… Traed también una lista con todo lo que queráis preguntarme y cualquier información pertinente sobre la parte contraria. Ayudará a acelerar el proceso. ¿Cuánto tiempo lleva separada?

–Un par de meses.

–¿Cuánto tiempo han estado casados?

–Cuatro años –Millie hizo una pausa antes de seguir hablando–. Estuvo casada tres veces antes y las tres acabaron en divorcio.

Hunter no pareció sorprenderse lo más mínimo, pero ella se imaginó que vería ese tipo de cosas todos los días. Personas que se habían amado apasionadamente y que habían acabado tirándose de los pelos en un tribunal. Él ni se había inmutado al oír lo que había hecho el que iba a ser exmarido de su madre, como si oyera historias parecidas todos los días. Se preguntó si ese sería el motivo para que fuera un playboy amante de la libertad. Seguramente, la idea de un amor duradero le parecería como sacada de una película de Hollywood. Tener que tratar todos los días con las partes de un divorcio debería bastar para que alguien se convirtiera en un escéptico del amor.

–¿Cuál de sus exmaridos fue tu padre?

–Ninguno –contestó ella mirándole el nudo suelto de la corbata para no mirarlo a los ojos–. Murió un par de meses antes de que yo naciera y creo que por eso ha sido tan desdichada en el amor desde entonces. Intentó reemplazarlo, pero no encontró a nadie que estuviera a su altura. Por eso ha conservado su apellido. Es lo único en lo que no ha complacido a sus sucesivos maridos.

Hunter descruzó la pierna y se inclinó hacia delante para tomar su copa.

–La vida puede ser despiadada con algunas personas –comentó él después de dar un sorbo.

–Sí, es verdad…

Millie se miró la mano izquierda, donde llevaba el anillo de Julian. No pasaba ni un día sin que pensara en él. No porque todavía lo amara, por lo injusta que había sido la vida con él y su madre. A Julian se le acabó la vida el día que le dieron el diagnóstico, la vida que él se había planeado, claro. Lo mismo le pasó a su madre. Todos los sueños y las esperanzas que había depositado en su hijo único se habían hecho añicos con ese diagnóstico demoledor. El atroz tratamiento y las operaciones habían acabado con la energía de Julian, lo habían reducido a un estado que lo enfurecía y desesperaba en igual medida.

Ella se había visto atada a él, atrapada por un sentido del deber que todavía sentía porque no había sido sincera, no le había dicho que sus sentimientos eran platónicos, no un verdadero amor.

Sonó el teléfono de Hunter y él puso una mueca de fastidio cuando vio la pantalla.

–Lo siento, pero tengo que contestar. Tardaré un minuto.

Él se levantó y se alejó entre las mesas para hablar en privado.