Una noche en Nueva York - Melanie Milburne - E-Book
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Una noche en Nueva York E-Book

Melanie Milburne

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Beschreibung

Una noche en vela en Manhattan... ¡con el hombre al que odiaba! Una noche apasionante en Nueva York fue la mejor manera para que Zoey Brackenfield, una ejecutiva de una agencia de publicidad, se olvidara de su ex. Además, como la pasó con Finn O'Connell, rival en el trabajo y playboy consumado, no hubo riesgo de que fuera a romperle el corazón. Para Finn, las apasionadas horas que pasó en la ciudad que nunca duerme fueron igual de inolvidables… Como habían fijado algunas reglas, no había ningún motivo para no darse ese placer una y otra vez, hasta que esa relación ardiente acabó convirtiéndose en algo que no habían pactado...

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Seitenzahl: 214

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2021 Melanie Milburne

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una noche en Nueva York, n.º 182 - diciembre 2021

Título original: One Hot New York Night

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-932-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Zoey lo vio en cuanto entró en el salón de actos de Londres donde iba a celebrarse la conferencia sobre publicidad. No era difícil distinguir a Finn O’Connell, era el que siempre estaba rodeado por mujeres que babeaban. Medía algo más un metro noventa, le sacaba la cabeza a todo el mundo y era guapo como para parar un tren… y el corazón de una mujer, de una mujer ingenua, claro.

Sin embargo, esa vez, sin que sirviera de precedente, también se permitió babear un poco. Lo odiaba con toda su alma, pero eso no significaba que no pudiera admirar algunas cosas suyas; su cuerpo fibroso, sus poderosas piernas, su anchísima espalda, sus burlones ojos marrones… Aunque había otras cosas que no podía soportar. Si hubiese una Academia de la Arrogancia, Finn O’Connell sería el primero de la clase.

Él, como si se hubiese dado cuenta de que estaba mirándolo, giró la cabeza hacia ella y arqueó ligeramente las cejas. Zoey se alegró de no sonrojarse fácilmente cuando la miró con indolencia de arriba abajo. Luego, esbozó una sonrisa que hizo que sintiera un escalofrío por todo el cuerpo. Fue la sonrisa de un conquistador, de un hombre que sabía lo que quería y cómo iba a conseguirlo.

Se zafó de su séquito de admiradoras y se dirigió directamente hacia ella. Ella sabía que debería darse media vuelta y salir corriendo antes de que la alcanzara, pero no consiguió que se le movieran los pies. Era como si la hubiese congelado con la autoridad imponente de sus ojos marrones. Siempre intentaba evitar quedarse a solas con él porque no estaba segura de que pudiera contenerse de no darle una bofetada o no arrojarse en sus brazos. No entendía por qué él, precisamente él, tenía ese efecto en ella. Era demasiado seguro de sí mismo, demasiado atractivo, demasiado refinado, demasiado todo.

Finn se quedó a medio metro de ella, lo bastante cerca como para que pudiera captar el olor cítrico de su loción para después del afeitado y para que pudiera ver el brillo burlón de sus ojos.

–Buenos días, señorita Brackenfield.

Le hirvió la sangre por su tono fingidamente cortés, se puso muy recta y apretó los labios.

–Parece que tienes la vida amorosa resuelta durante un mes.

Zoey desvió la mirada, con un aire desdeñoso, hacia el grupo de mujeres que acababa de abandonar.

Él sonrió más todavía y el brillo de sus ojos fue tan intenso que le vibró algo por la espina dorsal.

–Me ofendes. Podría ocuparme de todas ellas en una semana.

Tenía una voz grave y profunda, el tipo de voz que hacía que pensara en sábanas revueltas, cuerpos sudorosos, respiraciones jadeantes, anhelos primitivos… El tipo de anhelos que ella había dejado a un lado durante meses, y que seguiría dejando a un lado… o que lo intentaría. Algo que no resultaba fácil cuando Finn era tan sexy y lo tenía al alcance de la mano.

Estar con él hacía que se sintiera alterada. Su sangre fría habitual dejaba paso a unas ganas irrefrenables de abofetear esa impecable barba de dos días y de soltarle una ristra de obscenidades. Levantó la barbilla un poco para aguantarle la mirada sin parpadear.

–Me pregunto si tendrás una puerta giratoria en el dormitorio.

Finn pasó a mirarle la boca y su media sonrisa le produjo otro escalofrío por todo el cuerpo.

–Puedes comprobarlo cuando quieras…

Zoey se agarró a la correa del bolso que le colgaba del hombro para hacer algo con las manos y el corazón le dio varios vuelcos como si fuera un caso grave de arritmia.

–¿Eso te da resultado? –le preguntó ella en un tono gélido.

–Siempre –contestó él con esa sonrisa indolente que le producía un cosquilleo en la nuca.

Zoey podía entender por qué tenía fama del playboy, era el atractivo personificado en cada centímetro de su fibroso cuerpo, pero ella se resistiría aunque le fuera la vida en ello. Esbozó una sonrisa con los labios apretados.

–Bueno, te dejaré que vuelvas con tus ávidas admiradoras…

Ella empezó a darse la vuelta, pero él la agarró con delicadeza de la muñeca y sintió una descarga eléctrica. Él retiró la mano al cabo de un par de segundos, pero le quedó una sensación ardiente en todo el brazo.

–Esperaba ver a tu padre, aunque a lo mejor se me ha escapado entre la multitud –Finn giró la cabeza antes de volver a mirarla–. El otro día me mandó un mensaje para que tomáramos un café juntos.

Zoey no podía imaginarse qué tenían en común su padre y Finn, aparte de que los dos dirigieran una agencia de publicidad. En cuanto a que tomaran un café… Ojalá su padre solo fuera adicto a la cafeína. Todo el mundo sabía que tenía un problema con la bebida, se había puesto en evidencia muchas veces a pesar de los esfuerzos de ella para que no perjudicara a la empresa.

Brackenfield Advertising era todo para ella, era su profesión y a lo que había dedicado todo su esfuerzo. Haría cualquier cosa para mantenerla por el buen camino aunque algunas veces le costara dominar a su padre. En ese momento, su padre estaba en casa con resaca, y no por haber bebido demasiado café.

–Mi padre está… trabajando en casa.

–Entonces, podríamos tomar un café nosotros.

–Estoy ocupada –Zoey levantó la barbilla con los ojos entrecerrados–. No sabía que mi padre y tú fuerais amigos del alma.

Él hizo una mueca enigmática.

–Los rivales en los negocios pueden ser amigos, ¿no?

–No según mi manual.

Zoey se acarició la muñeca con fastidio. Estaba segura de una cosa, no sería nunca amiga de Finn O’Connell. Era un impostor y no quería volver a saber nada más de los impostores. Se bajó la manga para taparse la muñeca. Hacía meses que no la tocaba un hombre. ¿Por qué le había alterado tanto el contacto de Finn?

No podía negar que era increíblemente atractivo. Era alto, atlético, moreno de piel y bronceado… Era un empresario que había empezado de cero, sofisticado y refinado. Era inmensamente rico y, en ese momento, iba vestido de manera informal, como casi todos los asistentes. Llevaba un jersey de algodón de cuello redondo que resaltaba la anchura de sus hombros y unos pantalones azul marino que realzaban sus piernas largas y fuertes. Sin embargo, aunque parecía informal, era muy estricto con los negocios. Era implacable y cerraba operaciones que hacían que a ella le corroyera la envidia.

Notaba que irradiaba sensualidad en oleadas. Notaba su presencia como no notaba la de nadie más. Lo conocía desde hacía un par de años o así y habían coincidido en distintos actos relacionados con la publicidad. Había sido su único competidor para hacerse con una cuenta hacía un par de meses y todavía le enfurecía que se la hubiera quedado él. Sobre todo, porque sabía de buena tinta que tenía un amigo en el consejo de administración de la empresa, mejor dicho, una amiga.

–Tengo entendido que quieres conseguir la cuenta de Frascatelli –comentó él con una sonrisa muy elocuente–. Leonardo Frascatelli solo ha elegido a tres agencias de publicidad. Una batalla entre amigos…

Zoey parpadeó y se le cayó el alma a los pies. ¿Quería decir que él también iba a competir? Con solo tres candidatos, ella había creído que tenía posibilidades, pero ¿qué posibilidades tendría si uno de ellos era Finn?

La cadena hotelera italiana era la cuenta más grande a la que había aspirado. Si la conseguía, ya no tendría que preocuparse de que su padre despilfarrara los activos de la empresa y le demostraría por fin que podía dirigirla. Se le secaron de repente los labios y se pasó la punta de la lengua mientras el corazón se le salía del pecho.

No podía perder la cuenta de Frascatelli… y menos con Finn O’Connell.

Esa misma noche iba a volar a Nueva York para presentar su oferta a la tarde siguiente. Tenía la presentación en su ordenador portátil, que estaba en el guardarropa con la bolsa de viaje. ¿Significaba eso que él también iba a volar esa noche?

–No se me ocurre nada que pueda hacerme pensar que somos amigos.

–No eres muy imaginativa… –replicó él mirándola otra vez con indolencia–. A mí se me ocurren un montón.

Ella le dirigió una mirada que habría aterrado a un rinoceronte.

–Me imagino la cantidad de ridiculeces que puede llegar a pensar una cabeza como la tuya, si es que la sacas alguna vez de la cloaca, claro.

Finn se rio con ganas y ella sintió un hormigueo por toda la espalda. Maldito fuera por ser tan atractivo. ¿Por qué no tenía ni una imperfección física? Una de las primeras cosas que le llamó la atención fue su voz. Podía estar leyendo en voz alta el informe económico más soporífero que ella prestaría atención a cada palabra. Además, sus ojos marrones y burlones hacían que arrugara los labios a pesar de los esfuerzos para no dejarse llevar por su atractivo ensayado.

Su boca parecía cincelada, los labios no eran ni demasiado gruesos ni demasiado finos, era una boca que anticipaba maestría erótica, una boca de la que tenía que mantenerse alejada. No iba a ser una más de las tantas que acababan en su cama, no iba a serlo por nada del mundo.

–No me atrevería a decirte lo que puede llegar a pensar mi cabeza –replicó él con una sonrisa–. Creo que podría asombrarte en lo más profundo de tu ser.

Lo más profundo de su ser seguía intentando reponerse de su sonrisa. Sentía palpitaciones entre las piernas y se odiaba a sí misma por ser tan débil. Daba igual que fuera arrollador y daba igual que nunca se hubiese sentido tan mujer como cuando la miraba con esos ojos sarcásticos, tenía que resistirse, no sería una muesca más en el cabecero de su cama, no sería un pasatiempo esporádico, otra conquista para él.

–No puedes asombrarme, Finn, eres tan predecible que das náuseas.

Eso no era verdad. La mantenía más en ascuas que cualquier otro hombre, la sorprendía constantemente con su inteligencia incisiva, incluso, y que Dios la perdonara, se lo pasaba bien con ese intercambio de golpes. Le estimulaba enzarzarse dialécticamente con él porque tenía una cabeza tan rápida como la de ella.

Finn suavizó la mirada como si lo que ella había dicho sin pensar fuera un reto que no podía dejar pasar.

–Muy bien, tendré que esmerarme para ver si consigo que tengas mejor concepto de mí –replicó él con una sonrisa arrebatadora.

–¡Finn! –una joven rubia se acercó sobre unos tacones de vértigo y sacudiendo una mano con una tarjeta–. Se me olvidó darte mi número. Llámame para ponernos al día…

–Lo haré.

Finn tomó la tarjeta y se la guardó en el bolsillo del pantalón sin dejar de sonreír. Los ojos de la joven brillaron tanto que parecía que le hubiese tocado el bote de la lotería. Se despidió de Finn con un dedo y volvió con su ruidoso grupo de amigas.

Zoey puso los ojos en blanco y se giró hacia un lado como si fuera a vomitar. Luego, se incorporó y lo miró a los ojos.

–¿De verdad…?

–Está en prácticas y soy su tutor.

Zoey se rio con sarcasmo y no supo qué le irritó más, si su gesto serio o que creyera que iba a engañarle con él.

–¿En la sala de juntas o en el dormitorio?

Él no dejó de mirarle a los ojos y esbozó media sonrisa.

–Tus celos son un halago para mí. ¿Quién iba a decir que detrás de esa dama de hielo había una mujer ardientemente apasionada por mí?

Zoey cerró los puños dominada por una rabia incontenible que hizo que lo viera todo rojo y que se quedara rígida como un árbol muerto. Él disfrutaba provocándola y ella podía verlo en sus ojos. Le gustaba alterarla y no perdía la ocasión de hacerlo. Estaba jugando con ella y era una necia por caer en su juego. Sin embargo, ¿cómo iba a no hacerle caso? No era el tipo de hombre al que se podía no hacer caso. Le encantaría darle una bofetada, le encantaría patearle las espinillas, le encantaría arañarle la cara con sus uñas mal cortadas… Además, y que Dios se apiadara de ella, le encantaría acostarse con él para comprobar si era tan buen amante como decían las habladurías. Aunque no movería un dedo por ese motivo. Los hombres no le interesaban lo más mínimo desde que la engañó Rupert, su novio de toda la vida. Se había entregado en cuerpo y alma a su ex y su traición la había pillado desprevenida. Ya no quería las complicaciones y el tira y afloja de una relación.

Sin embargo, cuando tenía cerca a Finn O’Connell, se le revolucionaban todas las hormonas, no podía pasar por alto las palpitaciones y las descargas de deseo. Sin embargo, tenía que pasarlas por alto, no estaba dispuesta a acostarse con su enemigo. Lo miró con rabia y haciendo un esfuerzo sobrehumano para contener la ira.

–No me acostaría contigo ni aunque me pagaras mil millones de libras.

Los ojos de él dejaron escapar un destello y su sonrisa de seguridad en sí mismo la sacó de sus casillas.

–Vaya, no irás a creer que soy uno de esos hombres que pagan para acostarse con alguien… –él le puso dos dedos debajo de la barbilla y le levantó la cabeza para que lo mirara a los ojos–. ¿Lo notas?

–¿Qué…? ¿Qué tengo que notar?

Le fastidiaba haber balbucido, pero el corazón le daba saltos por el pecho y sus dedos le producían una oleada abrasadora por todo el cuerpo.

–La energía que salta entre los dos. Yo la noté en cuanto entraste en la habitación.

Ella no pensaba reconocer que también la notaba. Zoey disimuló que tragaba saliva con el corazón cada vez más acelerado y con palpitaciones entre las piernas como si la hubiese tocado ahí y no en la barbilla. ¿Por qué no retrocedía? ¿Por qué no le abofeteaba su arrogante cara? Estaba como presa de un hechizo sensual, cautivada por ese pulgar que le acariciaba la barbilla, embriagada por el olor de su ropa recién planchada y por los matices sexys de su loción para después del afeitado.

Tenía los sentidos desenfrenados por su cercanía, por su cercanía tentadora y peligrosa. Notaba la intensidad de su energía que le llegaba en oleadas invisibles. Percibía su contacto como si fuera un hierro candente aunque solo fuera un pulgar y su calidez le llegaba hasta el rincón más íntimo de su ser como si fuera un río de lava.

Llevaba meses de abstinencia e, incluso, llevaba semanas sin pensar en el sexo. Sin embargo, en ese momento, su cabeza estaba llena de imágenes de ella en la cama con Finn, en un revoltijo de sábanas y con el cuerpo sudoroso y acalorado por un placer devastador, y estaba segura de que sería un placer devastador. Tenerlo cerca hacía que vibrara por el anhelo, un anhelo primitivo que querría poder sofocar o anestesiar. Era un anhelo constante entre las piernas que le palpitaba al ritmo del corazón, un anhelo que se desencadenaba imparablemente por su contacto…

Sin embargo, haciendo un esfuerzo descomunal, consiguió reunir toda su fuerza de voluntad.

–Estás soñándolo… –.Zoey se separó y se frotó la barbilla mirándolo con el ceño fruncido–. No vuelvas a tocarme o no seré responsable de mis actos –añadió ella entre dientes.

Él fingió que sentía un escalofrío, esbozó su sonrisa burlona y le brillaron los ojos.

–Escucha, pequeña, te garantizo que tú serás la que me pedirás que te toque. Ciao.

Se alejó sin decir nada más y Zoey se quedó chirriando los dientes y odiándolo más todavía porque tenía la espantosa sensación de que podía tener razón.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Finn estaba en la fila para pasar el control de seguridad en el aeropuerto Heathrow de Londres cuando vio que Zoey estaba dos puestos por delante. Había notado su presencia antes incluso de haberla visto, como si algo le avisara cuando entraba en su órbita. Esa mañana le había pasado lo mismo en la conferencia, la había notado en el salón como si fuera una interferencia en un campo electromagnético. Había sentido un estremecimiento de los pies a la cabeza como si hubiera una especie de brujería entre los dos… lo que también solía llamarse un arrebato de deseo.

Él siempre estaba deseando verla cuando había un acto relacionado con la publicidad y le divertía alterarla, algo que era muy fácil. Era nerviosa y susceptible y le fulminaba con su mirada violeta y con su lengua afilada en cuanto tenía ocasión. Sin embargo, sabía en el fondo que detrás de esa fachada melindrosa lo deseaba tanto como él a ella. Llevaban meses con ese duelo dialéctico y sabía que, antes o después, se dejaría llevar por ese deseo que saltaba como chispas entre los dos.

Zoey sacó el ordenador de la funda, frunció el ceño y lo puso en una bandeja para pasarlo por el escáner. Finn se fijó en que el ordenador era de la misma marca y modelo que el de él, que hasta las fundas grises eran idénticas. Las mentes brillantes pensaban lo mismo, se dijo para sus adentros mientras tomaba una bandeja del montón.

Ella dejó el bolso en otra bandeja y se quedó esperando con bastante impaciencia. Miraba constantemente el reloj y se pasaba la media melena morena por detrás del hombro. Llevaba unos pantalones negros de cuero que se le ceñían como un guante a las piernas largas y esbeltas y al trasero respingón. La blusa azul, de seda y con el cuello en pico le recubría los pechos, pero cuando se inclinó para quitarse los zapatos de tacón, él pudo vislumbrar su escote y sintió que el deseo le atenazaba las entrañas.

Ella, como si hubiese notado que la miraba, se incorporó, lo miró a los ojos con el ceño más fruncido todavía y arrugó los labios.

Finn sonrió, empujó un poco el ordenador portátil por la cinta transportadora, se quitó el cinturón y lo dejó en una bandeja con el reloj y la cartera. Zoey le miró las manos mientras se desabrochaba el cinturón y se sonrojó un poco, pero se mordió el labio inferior y se dio la vuelta como si temiera que fuera a desvestirse completamente. Lo habría hecho si hubiesen estado solos y habría disfrutado viendo como hacía ella lo mismo.

Hubo un ligero parón porque una de las personas que iba por delante de Zoey se había olvidado de sacar las monedas del bolsillo. Cuando ella fue a recoger sus cosas de la cinta transportadora, las cosas de él ya habían pasado también. No lo miró casi mientras agarraba el ordenador y el bolso y se alejó, pero tuvo que pararse enseguida cuando la eligieron para una comprobación aleatoria. Resopló y siguió al hombre uniformado para que la cachearan.

Finn guardó el ordenador en la funda y siguió a Zoey con la mirada como si lo atrajera un imán industrial. Era tan hermosa que casi no podía soportarlo, pero la gente que tenía detrás en la fila le obligó a concentrarse otra vez en lo que estaba haciendo. Se colgó el ordenador de un hombro, se puso el cinturón y se guardó la cartera, el teléfono y las llaves en los bolsillos del pantalón.

Volvió a mirar a Zoey y sonrió al ver su gesto de desesperación. Las comprobaciones aleatorias eran aleatorias, pero a él le elegían cada vez que tomaba un vuelo, aunque, al parecer, ese había sido su día de suerte. No lo cachearían, pero no le habría importado que lo hubiese cacheado Zoey.

Por fin le dieron el visto bueno y ella recogió sus cosas antes de pasar con la cabeza muy alta y sin mirarlo siquiera.

–¿Tienes tiempo para tomar algo? –le preguntó él alcanzándola con dos zancadas.

–No, gracias, no quiero perder el vuelo.

–¿Cuál es tu vuelo?

Ella le dijo la compañía y la hora, pero no eran las mismas que las de él y notó una punzada de decepción. ¿Qué habría pasado después de siete horas y media con ella? Notó la erección solo de pensarlo.

–Buena suerte con tu oferta –le deseó él con una sonrisa–. Que gane el mejor.

Zoey se paró y lo miró con los ojos color violeta como dos puñales.

–Si hubiésemos jugado en un terreno neutral, yo habría ganado la última vez que competimos por una misma cuenta. ¿Te acostaste con alguien para que el consejo de administración te eligiera a ti?

–No tengo que recurrir a esas tretas, pequeña, me limito a hacer bien mi trabajo. Aunque tu oferta era buena, y también me gustó el anuncio de comida para perros que hiciste antes. Era muy bueno…

Ella parpadeó exageradamente y se llevó una mano al corazón como si quisiera apaciguarlo.

–¡Dios mío! ¿Es posible que te haya oído halagarme?

Finn se rio por la expresión de asombro fingido de ella.

–¿Acaso no te dice todo el mundo lo buena que eres?

–No que yo recuerde –ella le dirigió una mirada engreída–, pero estoy segura de que a ti te lo dice todo el mundo desde que naciste.

Si ella supiera la verdad… Él no había visto casi a sus padres desde que tenía seis años. Les pareció que ocuparse de un hijo les limitaba su vida de hippies, sobre todo, cuando llegó a la edad escolar. No habían sido capaces de levantarse temprano para llevarlo al colegio después de haber pasado la noche bebiendo y fumando marihuana ni para recogerlo a la salida y acabaron dejándolo en manos de unos familiares lejanos.

Habían tenido otro par de ocasiones de encauzar sus vidas cuando él era pequeño, pero acabó cansándose cuando tenía trece años. Lo devolvieron a sus familiares, que no lo recibieron con los brazos abiertos. No recibió muchos halagos precisamente y le quedó muy claro el mensaje: había sido un incordio, una carga que no había querido nadie y que habían sobrellevado por sentido del deber.

–Te sorprendería –replicó él con una risa vacía.

Zoey lo miró un instante sin dejar de fruncir el ceño. Hasta que desvió la mirada y miró su tarjeta de embarque.

–Será mejor que vaya a mi puerta…

Se alejó sin decir nada más y Finn volvió a sentir la punzada de decepción. Sacudió la cabeza y fue a su puerta de embarque. Tenía que espabilarse o alguien podría creer que estaba un poco obsesionado con Zoey Brackenfield. No era de los que se apegaban a una mujer, su vida iba a toda velocidad y no tenía tiempo para las relaciones duraderas. Para él, una relación de dos días ya era una relación duradera. Sentía claustrofobia si se alargaba un poco más. Era posible que, después de todo, fuera tan amante de la libertad como sus padres, pero era una idea aterradora.

 

***

 

Eran casi las tres de la madrugada cuando Zoey llegó a su hotel de Nueva York. Había dormido un poco durante el vuelo y había visto un par de películas en vez de repasar la oferta. Sabía por experiencia que las modificaciones de última hora eran más perjudiciales que beneficiosas. Le dominarían los nervios, surgirían dudas y la presentación acabaría siendo completamente distinta de la original.

Además, le encantaba viajar en primera. Era posible que no pudiera seguir viajando así mucho tiempo más, dada la situación de la empresa de su padre, y había decidido hacerlo mientras pudiera. Naturalmente, Finn O’Connell no tendría inconvenientes en ese sentido. Podía imaginárselo recostado, bebiendo champán francés y charlando con las tripulantes.

Se dio una ducha para refrescarse, se puso el albornoz y una toalla a modo de turbante y dejó la funda con el ordenador sobre el escritorio de la suite. Sacó el ordenador y lo dejó sobre la protección de cuero que tenía la mesa. Lo abrió, lo encendió y esperó. Tuvo una sensación extraña en la nuca cuando se iluminó la pantalla. Se inclinó hacia delante, parpadeó los cansados ojos y miró fijamente el salvapantallas desconocido.

El salvapantallas desconocido…

Se le paró el pulso, le flaquearon las piernas y le temblaron las manos. ¡No era su ordenador! Estaba en Nueva York y no tenía su ordenador, el ordenador con su oferta.