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No les quedaba más remedio que encontrar un modo de afrontar su incierto futuro y de reprimir el mutuo deseo que se encendió aquella primera y ardiente noche… Sergio Burzi se sintió intrigado cuando una mujer deslumbrante se sentó sin ser invitada a su mesa en un exclusivo restaurante de Londres alegando que estaba huyendo de una cita a ciegas. La inocente y cándida ilustradora Susie Sadler no se parecía nada a las mujeres con las que estaba acostumbrado a salir, pero la repentina e incontenible necesidad que experimentó de estar con ella, aunque solo fuera una noche, resultó abrumadora. Pero tomar lo que uno desea siempre tiene sus repercusiones, y el mundo de Sergio se vio totalmente desestabilizado cuando Susie le comunicó que estaba embarazada.
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Seitenzahl: 187
Veröffentlichungsjahr: 2015
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2015 Cathy Williams
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Una noche… nueve meses, n.º 2419 - octubre 2015
Título original: Bound by the Billionaire’s Baby
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-7245-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
Susie supo que había cometido un grave error en cuanto entró en el restaurante. Un grave error que se sumaba a los otros tres graves errores que había cometido en las pasadas dos semanas. Cometer errores comenzaba a parecer una ocupación a plena jornada.
¿Cómo se le había ocurrido ponerse unos tacones altos? ¿Y por qué llevaba aquel absurdo bolso de lentejuelas que le había prestado una de sus amigas? ¿Y cómo había acabado con aquel diminuto vestido rojo que le había parecido tan sexy y glamuroso al probárselo pero que en aquellos momentos le parecía triste y desesperado?
Al menos había tenido el tino suficiente como para no caer en la tentación de comprar el extravagante abrigo que tanto le había gustado y en lugar de ello había optado por algo más sobrio, una capa negra que utilizó en aquellos momentos para ocultar todo lo posible aquel estúpido vestido rojo.
¿Qué debía hacer?, se preguntó, agobiada.
Su cita número cuatro estaba sentado ante la barra del bar. En un par de segundos volvería la mirada y la vería. Le había dicho que llevaría un vestido rojo. Era posible que la capa ocultara el vestido, ¿pero cuántas chicas solteras y solitarias más había allí en aquellos momentos? Ninguna.
La foto que había visto en la agencia había resultado prometedora, pero le bastó una mirada para comprobar que había sido una mentira cruel.
No era alto. Se notaba a pesar de que estaba sentado. Le colgaban los pies. No era rubio como un surfista y parecía veinte años mayor que en la fotografía. Además vestía una jersey amarillo brillante y unos pantalones color mostaza.
Debería haber charlado un poco con él por teléfono antes de acordar aquella cita. Debería haberse basado en algo más que en un par de mensajes ligones y un correo. Así habría podido intuir que era la clase de hombre que vestía jerséis amarillos y pantalones color mostaza. En lugar de ello, se había lanzado de lleno a la boca del lobo.
Se sintió repentinamente débil.
El local en el que se encontraba era un restaurante de moda caro y elegante. La gente tenía que esperar meses para conseguir una reserva. Ella había conseguido una gracias a que sus padres habían tenido que cancelar una cena en el último momento y le habían ofrecido ir en su lugar. Querían que les diera detalles sobre la comida que ofrecían.
–Llévate a algún amigo – le había sugerido su madre en el tono resignado con el que se había acostumbrado a hablarle– . Seguro que conoces a alguien que no esté en la ruina…
Con lo que se refería a algún hombre que tuviera un trabajo decente, a alguien que no se dedicara a tocar música en bares, o a actuar intermitentemente cuando salía algo, o a ahorrar para dar la vuelta al mundo y de paso visitar al Dalai Lama…
El mero hecho de que su cita número cuatro hubiera oído hablar de aquel lugar había sido un punto a su favor.
Una tonta suposición por su parte.
Su sentido del deber entró en conflicto con el impulso de darse la vuelta y salir corriendo de allí antes de que la localizaran. ¿Pero qué podría contarles a sus padres después sobre la experiencia? No se le daba nada bien mentir y su madre era especialista en detectar mentiras.
Sin embargo, ya sabía cuál iba a ser el resultado de aquello antes de empezar. Se quedarían sin conversación a los pocos minutos aunque ambos se sentirían obligados a seguir allí, al menos hasta los postres, que ambos rechazarían. Probablemente ella tendría que hacerse cargo de la cuenta, o él insistiría en que pagaran a medias, o calcularía exactamente qué había comido cada uno…
Insegura y deprimida al comprender que había vuelto a meterse en aquella situación una vez más, Susie miró en torno al abarrotado restaurante.
Había parejas y grupos por todas partes, excepto en el fondo. Sentado a la mejor mesa del lugar había un… un tipo…
El corazón de Susie dejó de latir un instante. Nunca en su vida había visto a alguien tan asombrosamente atractivo. Pelo negro brillante, una piel morena que revelaba alguna exótica ascendencia extranjera, rasgos perfectos… Aquel hombre debía de haber sido el primero en la cola cuando Dios se dedicó a repartir la belleza por el mundo.
Estaba sentado ante su portátil, totalmente ajeno a todo lo que lo rodeaba. Resultaba impresionante que fuera capaz de tener un ordenador abierto en la mesa de uno de los restaurantes más famosos de la ciudad. Y tampoco iba precisamente vestido de etiqueta. Llevaba unos vaqueros oscuros y un descolorido jersey negro de manga larga que revelaba un cuerpo esbelto y musculoso. Todo en él sugería que le daba igual dónde estaba o quién lo estuviera mirando, y había a su alrededor una invisible zona de exclusión que implicaba que nadie debía osar acercarse demasiado.
Aquel era la clase de hombre que debería haber encontrado en la sección de contactos, aunque, probablemente, él ni siquiera sabía lo que era esa sección. ¿Para qué iba a necesitarlo?
Y estaba solo.
La mesa no estaba lista para dos. Tenía una bebida ante sí, pero había apartado a un lado el plato y los cubiertos.
Susie respiró profundamente y se volvió hacia el maître, que se había acercado a ella para preguntarle si tenía mesa reservada.
–Estoy con… – Susie señaló al desconocido que se hallaba en la mesa del fondo y trató de sonreír desenfadadamente. Nunca había hecho nada parecido en su vida, pero, enfrentada a la funesta perspectiva de su cuarta cita, fue lo primero que se le ocurrió.
–¿Con el señor Burzi…?
–Exacto – contestó Susie, pensando que lo que más le habría gustado en aquellos momentos habría sido estar en casa comiendo una barra de chocolate y viendo tranquilamente la tele.
Pero lo cierto era que tampoco quería pasar otra tarde sola, escuchando lo que sus padres y su hermana llevaban tres años diciéndole… que tenía que buscar alguna dirección en su vida, que debería empezar a pensar en alguna profesión seria en lugar de pasarse el día pintando cuadros y dibujando personajes de cómic, que era muy afortunada por haber recibido la educación que había recibido y que debería aprovecharla al máximo. Aunque no fueran tan brutalmente sinceros, sabía leer entre líneas.
–¿El señor Burzi la está esperando, señorita…?
–¡Por supuesto! De no ser así, no lo habría mencionado, ¿no cree? – dijo Susie a la vez que se encaminaba con paso firme hacia la mesa del moreno y sexy desconocido, seguida de cerca por el maître.
Prácticamente chocó con la mesa al llegar, y notó que un par de penetrantes ojos negros se posaban en su cara mientras se sentaba.
–¿Pero qué…? ¿Quién es usted?
–Esta dama ha dicho que la estaba esperando, señor Burzi – explicó el maître.
–Lo siento mucho – dijo Susie precipitadamente– . Sé que probablemente lo estoy interrumpiendo, pero ¿podría concederme unos minutos? Me encuentro en una situación comprometida.
–Dígale dónde está la salida, Giorgio, y no vuelva a traer a nadie a mi mesa a menos que yo se lo haya dicho antes.
La voz del desconocido era profunda, oscura y aterciopelada, totalmente a juego con su aspecto. Nada más terminar de hablar, volvió a centrar la mirada en el ordenador, ignorando a Susie.
Una mezcla de pánico e impotencia se adueñó de ella. No debería haberse dejado convencer por sus dos mejores amigas para meterse en aquel asunto de las citas. Pero la posibilidad de que fueran a echarla del restaurante como a una criminal fue demasiado para ella.
–Solo serán unos minutos. Necesito un lugar en el que sentarme unos momentos…
Cuando el hombre volvió a mirarla, Susie tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no quedarse boquiabierta, porque, de cerca, resultaba aún más guapo que de lejos. Sus ojos eran de un intenso azul marino y tenía unas pestañas largas, densas y oscuras… aunque su mirada era gélida.
–Eso no es problema mío. ¿Y cómo diablos ha averiguado que iba a estar aquí? – preguntó el desconocido con frialdad. Miró al maître, que, evidentemente nervioso, se estaba estrujando las manos– . Puede irse, Giorgio. Yo me libro de ella.
–¿Disculpe? – preguntó Susie, sin comprender.
–No tengo tiempo para esto. No sé cómo ha averiguado dónde estaba pero, ya que ha venido, deje que le aclare algo: sea lo que sea lo que pretende pedirme, ya puede ir olvidándolo. Mi empresa se ocupa de las donaciones para beneficencia. No hay donaciones de ningún otro tipo. La próxima vez que pretenda conseguir dinero, trate de ser más sutil. Le dejo elegir entre salir dignamente del restaurante o que la echen. ¿Qué prefiere?
Susie permaneció un momento perpleja.
–¿Me está acusando de haber venido aquí a pedirle dinero? – preguntó finalmente, ruborizada a causa del enfado.
El hombre rio sin humor.
–Inteligente deducción. ¿Ha elegido ya cómo prefiere irse?
–No he venido aquí a pedirle dinero. Ni siquiera sé quién es usted.
–¿Por qué me cuesta creer eso?
–Atiéndame un momento, por favor. No tengo por costumbre acercarme a desconocidos en bares o restaurantes, pero le aseguro que solo será un momento. No he venido aquí en busca de su dinero – dijo Susie a la vez que apoyaba los codos en la mesa y se inclinaba hacia el hombre– . Y, por cierto, lo siento mucho por usted si no es capaz de hablar ni tres minutos con un desconocido sin esperar que vaya a pedirle dinero. Usted es la única persona que está sola en el restaurante y… y yo necesito un momento antes de que me lleven a mi mesa. Tengo hecha una reserva para comer. ¿Ve al tipo que esta sentado a la barra?
Sergio Burzi no podía creer lo que estaba escuchando. ¿De verdad acababa de decirle aquella mujer que lo sentía por él, o habría entendido mal?
–Hay varios hombres en la barra – contestó, convencido de que la mujer quería algo, y de que él era una presa muy deseable para las cazafortunas.
Además, estaba ligeramente hastiado del sexo opuesto. Le gustaban las mujeres inteligentes, decididas, con una profesión, con una meta en su vida, que no fueran pegajosas ni emocionalmente débiles y dependientes. Había estado con muchas mujeres en su vida, pero cada vez se sentía más aburrido del tema. Ni siquiera el proceso de conquista resultaba ya estimulante, y lo más habitual era que sus ligues acabaran aburriéndolo en pocos días.
Por tanto, ¿qué mal había en que permitiera que aquella mujer siguiera allí unos minutos más antes de librarse de ella? Estaba montando un numerito bastante espectacular y además era bastante atractiva. Grandes ojos marrones, pelo rubio rizado, labios carnosos, sensuales…
Sergio experimentó una punzada de pura lujuria. De pronto surgió en su mente una imagen muy realista de aquella melena rubia extendida sobre su almohada, del contraste de su piel morena con la delicada y pálida piel de aquella mujer.
Aquello simplemente demostraba lo abandonada que tenía su vida sexual últimamente. Ya hacía dos meses que había despedido a su última novia y no había tenido ni la energía ni las ganas de sustituirla.
Y, de pronto, aquella cazafortunas lo había excitado. Se apoyó contra el respaldo del asiento para aliviar un poco la presión que sentía en la bragueta y centró su atención en ella.
–¿A cuál de ellos se refiere? ¿Y por qué debería mirarlo?
Susie se relajó un poco al ver que parecía dispuesto a escucharla.
–Jersey amarillo. Pantalones color mostaza. Pelo rubio arena. ¿Lo ve?
Sergio dirigió la mirada hacia la barra.
–Lo veo – Sergio estaba empezando a divertirse. Vio por el rabillo del ojo que Giorgio contemplaba la mesa con verdadera ansiedad, dispuesto a entrar en acción en cuanto lo necesitara, pero Sergio negó levemente con la cabeza– . ¿Pero por qué quiere que me fije en él?
–Es mi cita a ciegas y estoy tratando de evitarlo. Lo encontré en una de esas páginas de citas de Internet – Susie se encogió de hombros con desánimo– . Se supone que es para gente menor de treinta años que busca una relación seria… pero es mentira. Nadie busca una relación seria. Me siento fatal ante la idea de dejar plantado al pobre Phil, pero no soporto la idea de pasar otra cita tratando de encontrar algo de qué hablar mientras los minutos pasan a ritmo de caracol…
Sergio se preguntó qué pasaría si la pusiera en evidencia acercándose al tipo del jersey amarillo para preguntarle si esperaba a alguien de una agencia de citas.
–Supongo que empezará a temer que lo haya dejado plantado – continuó Susie– . A mí no me gustaría nada que me dejaran plantada, pero me siento incapaz de enfrentarme a toda esa insulsa e inútil conversación…
–Pues no parece especialmente decepcionado. De hecho, parece estar charlando con una mujer mayor en la barra.
–¿Qué?
–Es rubia… va bien vestida… Sí, y parece que se van a ir juntos… – dijo Sergio, pensando que probablemente aquella era la cita original del tipo de amarillo.
–¡No puedo creerlo! Ya lo había dicho – dijo Susie con amargura– . Relaciones serias… ¡ja! Más bien se trata de aventuras de una noche – era posible que no hubiera tenido intención de seguir adelante con aquello, pero se sintió insultada por haber sido dejada de lado sin ni siquiera haber sido entrevistada para el trabajo– . Las citas a través de la red no son lo que se supone que son. Olvida esas fotos de parejas de ojos brillantes mirándose amorosamente mientras disfrutan de una cena romántica. Eso es solo propaganda. Mira mi cita. Ha sido incapaz de esperar unos minutos a que apareciera.
–Pensaba que trataba de librarse de él.
–Esa no es la cuestión. Creo que lo mínimo que debería haber hecho habría sido esperar un poco antes de irse con la primera mujer dispuesta a decirle la hora.
Susie no habría soñado con la posibilidad de encontrar al hombre perfecto a través del ordenador, excepto por el hecho de que se acercaba la fecha de la Gran Boda y no quería ni pensar en presentarse allí sin novio, o, peor aún, con uno de sus amigos del mundillo del arte que sería rápidamente descartado como otro perdedor porque la «pobre Susie» no parecía tener lo que había que tener para conseguir un novio medio decente.
–Me aseguraré de no meterme en ninguna de esas páginas de citas de Internet – dijo Sergio– . ¿Por qué no se quita el abrigo y disfruta de un vino?
–No tiene por qué seguir charlando conmigo, señor… Lo siento. He olvidado su nombre.
–Puedes llamarme Sergio. ¿Y tú eres…?
–Susie – Susie alargó la mano para estrechar la de Sergio. En cuanto sus pieles entraron en contacto, experimentó algo muy parecido a una descarga eléctrica por todo el cuerpo– . Será mejor que te deje tranquilo para que puedas seguir con… lo que fuera que estuvieras haciendo.
Sergio jugueteó con la idea de ponerla en evidencia, pero decidió no hacerlo. Hacía tiempo que no se sentía tan entretenido. El trabajo podía esperar. Señaló la pantalla de su ordenador sin apartar la mirada de Susie.
–¿Qué crees que estaba haciendo?
–Algo aburrido. Trabajar. No sé cómo puedes concentrarte en un lugar como este. Yo estaría demasiado ocupada mirando a mi alrededor – con una comprensiva expresión en el rostro, Susie empezó a levantarse.
–Siéntate.
Sergio había tomado una decisión. ¿Qué más daba que fuera una cazafortunas? No tardaría en comprobar que se había equivocado de persona y de sitio, pero estaba disfrutando de su compañía… y de cómo estaba reaccionando su cuerpo.
Susie frunció el ceño.
–¿Sueles dedicarte a dar órdenes habitualmente?
–Es algo natural – la sonrisa que distendió los labios de Sergio dejó a Susie sin aliento– . Al parecer, la arrogancia es uno de mis muchos defectos.
–Y tienes muchos, ¿no?
–Demasiados como para empezar a hacer recuento. Has venido aquí a comer y beber, así que, siéntate, por favor. Permíteme sustituir a tu fallida cita esta tarde…
Sergio estuvo a punto de reír ante la ironía de verse simulando que se había creído las mentiras que le había contado Susie, pero no había duda de que era la mujer más creativa y divertida que había conocido en mucho tiempo.
Susie estaba encantada. Sergio no solo era increíblemente atractivo, sino que además había admitido tener defectos. ¿Cuántos hombres eran capaces de admitir algo así? ¿Y no acababa de invitarla a comer con él?
–¿Por qué no comes tú conmigo? – sugirió– . Mi mesa está… – miró a su alrededor y suspiró al suponer que lo más probable era que ya estuviera ocupada. Llegar tarde no era una opción en un lugar como aquel. Seguro que había toda una lista de gente aguardando a que hubiera alguna cancelación.
–¿Dónde? – Sergio simuló mirar muy interesado a su alrededor en busca de la mesa.
–Ya está ocupada – dijo Susie con un suspiro.
–Oh, vaya.
–No suelo hacer… esto… – empezó a decir Susie, que experimentó un agradable cosquilleo por todo el cuerpo ante la perspectiva de cenar con él.
Sergio era muy distinto a los demás hombres que había conocido. Su último novio, Aidan, era un incipiente escritor que solía acudir a manifestaciones anticapitalistas y que en aquellos momentos se encontraba en el otro extremo del mundo en busca de ideas para su siguiente libro, trabajando aquí y allá para ganarse la vida. Se mantenían más o menos en contacto.
–Me refiero a que no suelo imponer mi presencia a un desconocido y luego permitir que me invite a comer. Acepto con la condición de que me permitas pagar mi comida. Me ofrecería a pagar también la tuya, pero mi situación financiera no es especialmente boyante en estos momentos.
De hecho, no habría podido acudir allí de no haber sido por la generosidad de sus padres.
–¿A qué te refieres con eso? – preguntó Sergio mientras hacía una señal a un camarero para que le llevara dos menús.
–Estoy entre trabajos. Bueno, eso no es estrictamente cierto. Trabajo por cuenta propia en el terreno de la artes gráficas y las ilustraciones, pero aún soy bastante nueva en el negocio. No he tenido tiempo de establecer los suficientes contactos como para que aparezcan ofertas, pero estoy segura de que las cosas no tardarán en mejorar. Entre tanto, trabajo en un pub que está cerca de donde vivo…
–En resumen, que no tienes dinero porque no logras encontrar un trabajo regular – interrumpió Sergio.
–El mundillo de las artes gráficas y las ilustraciones es realmente competitivo…
–Desde luego.
–Hice un curso de secretaria cuando terminé mis estudios y conseguí trabajo, pero no lo disfrutaba.
–Pues has elegido un restaurante realmente caro para alguien con problemas financieros.
Susie abrió la boca para explicar que sus padres se iban a hacer cargo de la cuenta, pero cerró la boca al pensar en lo patético que podía resultar. Tenía veinticinco años y aún dependía de sus padres hasta aquellos extremos.
–A veces hay que… tirar la casa por la ventana – contestó sin convicción.
–Tal vez tu cita a ciegas se habría comportado como un caballero y te habría invitado a cenar.
–Lo dudo. Además, no le habría permitido hacerlo. Lo último que habría querido habría sido darle ideas.
–¿Qué ideas?
–Que, si él pagaba la cena, obtendría mis favores como premio extra.
Susie se ruborizó mientras Sergio la miraba con las cejas alzadas.
–Y si yo te invito a cenar, ¿crees que te consideraré el postre?
La cabeza de Susie se llenó de pronto de imágenes de Sergio disfrutando de ella como postre, llevándosela a su cama, haciéndole el amor, saboreándola detenidamente…
Y la mirada que le estaba dirigiendo…
Un delicioso y a la vez inquietante cosquilleó recorrió su cuerpo de arriba abajo mientras sentía que se convertía en una especie de suculento bocado y Sergio se planteaba si comérsela o no. Aquello debería haberla indignado, pero no fue así
Se humedeció nerviosamente los labios, un gesto inconscientemente erótico que hizo que Sergio tuviera que moverse en el asiento para adoptar una posición en la que no le molestara tanto la presión que sentía contra su bragueta.
–El abrigo – dijo con suavidad– . Quítatelo.
Susie obedeció con la sensación de que todo el mundo debía cumplir las órdenes que daba aquel hombre.
Sergio tuvo que tragar saliva cuando la vio sin el abrigo. ¿Qué había esperado? No lo sabía. Si aquella mujer estaba tratando de conseguir algo de él, había estado inspirada a la hora de elegir aquel vestido que exhibía en detalle cada centímetro cuadrado de su fabulosa figura. Su diminuta cintura. Sus maravillosos pechos. Sus fabulosamente contorneadas piernas. No era excesivamente alta, y eso le gustaba. Tampoco era morena, y él prefería las morenas. Y, sin duda, no era una mujer profesional, con una carrera… a menos que se considerara una carrera no tener un trabajo fijo.
Pero Susie estaba haciendo cosas increíbles con su libido.
Sonrió lentamente mientras la inspeccionaba de arriba abajo sin el más mínimo pudor.
–¡Eso ha sido muy grosero! – dijo Susie, intensamente ruborizada y molesta mientras se sentaba rápidamente y alisaba con las manos la falda del vestido.
–Si no te gustara que te miraran, no te habrías puesto un vestido rojo que apenas deja margen para la imaginación.
–Ha sido una compra equivocada – dijo Susie, mortificada al sentir cómo se humedecía su ropa interior y cómo se habían excitado sus pezones contra la tela del vestido bajo la atenta mirada de Sergio.
¿Qué estaba pasando?, se preguntó, confundida. Ella nunca reaccionaba así ante los hombres. Era cierto que se sentía cómoda estando con ellos, y que había tenido dos novios, pero ninguno la había afectado nunca de aquella manera.
Sergio estuvo a punto de romper a reír.
¿Una compra equivocada? Las compras equivocadas no solían ser pequeñas, rojas y sexys. Los vestidos pequeños, rojos y sexys están diseñados con el único objetivo de atraer la atención de los hombres. Y con él había funcionado.
Además, Susie ni siquiera parecía atreverse a mirarlo a los ojos. Era la viva imagen de la inocencia ruborizada. Y aunque esta fuera simulada, resultaba tan sensual como el vestido.