Una noche para toda la vida - Melanie Milburne - E-Book
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Una noche para toda la vida E-Book

Melanie Milburne

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Beschreibung

La recatada Ivy Kennedy estaba decidida a perder la virginidad antes de cumplir treinta años y solo confiaba en un hombre para esa misión, Louis Charpentier, el rey de las relaciones esporádicas. Louis se había resistido durante mucho tiempo a la atracción que sentía hacia la belleza pelirroja. Ivy se merecía el final feliz que siempre había anhelado y estaba buscando un amor duradero. Louis evitaba las relaciones sentimentales por la desdicha matrimonial de sus padres, pero la petición de ella había avivado un fuego... ¿Cómo iba a conformarse con una noche de pasión desenfrenada?

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Seitenzahl: 212

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Melanie Milburne

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una noche para toda la vida, n.º 180 - octubre 2021

Título original: One Night on the Virgin’s Terms

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-930-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

IVY KENNEDY estaba en la peluquería cuando encontró la solución al problema de su virginidad. La respuesta estaba en la primera revista de cotilleos que empezó a ojear. En realidad, había estado delante de sus narices desde hacía años, pero no había caído en la cuenta hasta ese momento.

Louis Charpentier era el rey de los revolcones de una noche y el mejor amigo de su hermano mayor. Asunto resuelto. ¿Quién iba a haber dicho que arreglarte el pelo podía arreglarte muchas cosas más?

Sarina, la peluquera, miró por encima de su hombro y silbó al ver la revista.

–¿No te parece que puede darte un síncope solo de ver a Louis Charpentier? Ese hombre debería llevar una advertencia pegada a la frente. Es tan impresionante que está dándome un golpe de calor. Creo que ha vuelto a ganar el premio al soltero del año. ¿Cuántos lleva? ¿Tres?

–Cuatro.

Ivy pasó la página, pero puso disimuladamente el pulgar izquierdo para marcarla. Quería volver a mirar a Louis sin la peluquera babeando por encima de su hombro.

–Sí, no está mal –añadió Ivy.

Durante años, Louis solo había sido el mejor amigo de su hermano mayor. Era guapo, pero no tanto como para tentarla. Sin embargo, faltaba muy poco para que ella cumpliera treinta años y seguía siendo virgen. Tenía que hacer algo y hacerlo pronto.

¿Cómo iba a encontrar pareja si no hacía algo con ese asunto tan bochornoso? Se había pasado casi toda su vida adulta buscando excusas para no salir con un chico por miedo. Miedo a estar desnuda con un hombre y que no le gustara lo bastante, miedo a que le hicieran daño y miedo a enamorarse de alguien solo para que, acto seguido, la dejara.

Sin embargo, estaba a punto de cumplir treinta años y tenía que olvidarse de esos escollos. ¡Treinta! ¿Quién era virgen con treinta años en esos tiempos?

Además, ¿quién mejor que Louis para solventar ese problemilla? Era un auténtico especialista en el arte de la seducción. Se le caería la cara de vergüenza al pedírselo, pero…

Quería conocerlo y poder confiar en él para que la ayudara, no quería que fuera un ligue esporádico que pudiera reírse de ella por ser virgen a su edad… o que hiciera comentarios desagradables sobre su cuerpo como había hecho uno de los chicos con los que salió hacía tiempo. Louis no era un desconocido, era un amigo… Bueno, para ser más exactos, un amigo entre comillas.

En ese momento, cuando su hermano había emigrado a Australia para estar con su pareja, Ricky, solo veía a Louis para tomar un café muy de vez en cuando. Además, tuvo que cancelar la última cita porque llegaba un lote de antigüedades desde Francia a la tienda donde trabajaba de asesora.

También sabía que si no actuaba esa misma tarde, podría perder el arrojo y no hacerlo nunca. Solo le quedaba un mes, el tictac de su cumpleaños era implacable como una bomba de relojería.

Tomó aliento, volvió a abrir la revista y miró a Louis con detenimiento. Era alto y moreno, tenía unos ojos azul grisáceo indescifrables y era el mejor ejemplo de alguien irresistible. Pasó un dedo por los labios apretados de la foto e intentó imaginarse lo que sería sentirlos sobre los suyos. Bajó la mirada a sus poderosos muslos y notó un cosquilleo.

Cerró la revista de golpe. Efectivamente, era el indicado. No era el indicado para toda la vida, pero sí para solucionarle ese asunto tan embarazoso.

Solo tenía que convencerlo.

 

 

Louis Charpentier estaba rematando un proyecto arquitectónico en su estudio de Londres cuando su secretaria lo llamó por el interfono.

–Louis, una tal Ivy Kennedy ha venido para verte. No tiene cita, pero insiste en que es importante que te vea lo antes posible. Dice que es la hermana de un amigo íntimo tuyo. ¿La dejo pasar o le digo que venga en otro momento?

Louis soltó el ratón del ordenador y se pasó la mano por el pelo. ¿Qué pasaría? Ella había cancelado la cita la última vez que le propuso que quedaran para comer. Su hermano Ronan le había pedido que estuviera un poco pendiente de ella. A él le gustaba verla de vez en cuando, pero intentaba no ver nada que pudiera parecerle remotamente sexual en ella. Algo que no era fácil cuando era tan sexy sin darse cuenta siquiera. Sin embargo, ni se le ocurriría enredar con la hermana pequeña de su mejor amigo. Ivy era de las que creían en cuentos de hadas y amores para toda la vida, era de las que querían tener hijos. Él era de los que se acostaban una vez con una mujer y pasaban a la siguiente. Lo único que tenían en común era a su hermano Ronan. Además, bastante había tenido Ronan saliendo del armario con su familia como para que él embarullara más las cosas.

Apretó el botón del interfono.

–Dile que entre y no me pases llamadas hasta que se haya marchado, ¿entendido?

–Entendido.

Se abrió la puerta y Louis se levantó detrás de la mesa mirando de arriba abajo al torbellino que había entrado. Ivy Kennedy, con una melena rojiza que le llegaba casi hasta la cintura, unos ojos entre azules y violeta, una piel blanca como el alabastro y unos labios carnosos, parecía llegada de otros tiempos, aparte de la ropa, claro. Intentó no mirar demasiado sus piernas largas y esbeltas ceñidas por unos pantalones deslumbrantemente blancos y el jersey de cachemir con cuello en pico que resaltaba sus pechos respingones, pequeños y perfectos. También llevaba unas botas de tacón color burdeos, pero ni así le llegaba al hombro.

–Hola, Ivy –le saludó él con la voz un poco ronca porque le costaba dejar de mirarle la boca–. ¿Qué puedo hacer por ti?

–Louis, espero que no te importe que haya venido a verte así, pero tengo un problema y creo que eres el único que puede ayudarme.

Ivy lo dijo atropelladamente y con las mejillas ligeramente sonrojadas. Él no sabía nunca si saludarla con un beso en la mejilla o con un abrazo, pero en ese momento, teniendo en cuenta la reacción de… sus entrañas, el abrazo era impensable.

Quizá se hubiese equivocado al imponerse esa abstinencia. El rey de los revolcones de una noche estaba tomándose un merecido descanso. ¿Cuánto tiempo llevaba? ¿Tres o cuatro meses?

–Siéntate, por favor.

–Gracias. No te robaré mucho tiempo.

Ivy se dejó caer en la silla y los pendientes de plata le rozaron el rostro ovalado. Él captó el olor embriagador de su perfume, a lila y lirios del valle. Sus manitas agarraban un bolso rectangular donde solo cabían un teléfono móvil y cuatro cosas más. Se pasó la punta de la lengua por los labios color cereza y esbozó una sonrisa que le formó dos hoyuelos. Él estuvo a punto de caerse de espaldas y el pulso se le aceleró al ver los preciosos dientes entre los cautivadores labios.

–Me alegro de verte, Louis, y siento que tuviera que cancelar la cita anterior.

Tenía que dejar de mirarle la boca y no se le podía pasar por la cabeza mirarle los pechos.

–No pasa nada. Además, esa semana tenía mucho trabajo –él se aclaró la garganta y se sentó con los antebrazos apoyados en la mesa–. ¿En qué puedo ayudarte?

Empleó el tono que empleaba siempre cuando quería ir al grano, pero también notaba algo en el ambiente, algo que le producía un cosquilleo.

Ella apretó los labios y le miró el nudo de la corbata como si fuese la cosa más fascinante del mundo.

–Bueno… Es difícil explicarlo…

Ivy se puso más roja todavía y agarró el bolso de mano con más fuerza. Él, automáticamente, le miró la mano izquierda, pero no tenía anillos.

Soltó un aire que no sabía que había estado conteniendo. Vivía espantado por la posibilidad de que se comprometiera con el hombre equivocado cuando le habían pedido que se ocupara de ella. Su hermano le había contado que Ivy había soñado con casarse desde que le regalaron la primera muñeca. También había oído contar que no había tenido suerte con los hombres, seguramente, porque era demasiado generosa y confiada, porque no tenía ni experiencia ni picardía.

Louis se dejó caer sobre el respaldo y se soltó el nudo de la corbata.

–¿Quieres beber algo? ¿Café? ¿Té? ¿Algo más fuerte…?

Ivy lo miró mordiéndose el labio inferior.

–¿Tienes brandy?

–¿Desde cuándo bebes brandy? –le preguntó él con el ceño fruncido–. Creía que solo bebías vino blanco o champán.

Ella sonrió con cierto bochorno y los preciosos hoyuelos volvieron a aparecer.

–Esta situación requiere un brandy.

–Me intrigas…

Louis se levantó, fue al mueble bar y le sirvió un poco de brandy. Volvió donde estaba ella y le entregó la copa. Sus dedos se rozaron y sintió una descarga eléctrica que le llegó directamente a… las entrañas. ¿Podía saberse qué estaba pasándole? Estaba como un adolescente en celo. Quizá esa abstinencia había sido una idea malísima. Estaba embrollándole la cabeza, los principios y los límites.

Se sentó en la esquina de la mesa, enfrente de ella, en vez de volver a su asiento. Se dijo a sí mismo que así se sentiría menos intimidada por esa mesa enorme entre los dos, pero, en el fondo, sabía que lo hacía porque no quería perderse ni la más mínima expresión de su rostro. Le miró los labios en el borde de la copa de cristal, se los imaginó alrededor de él y una oleada abrasadora lo arrasó por dentro.

Efectivamente, tenía que acabar con esa sequía sexual. Enardecerse por la hermana de su mejor amigo era cruzar una línea que había jurado que no cruzaría nunca. Ronan le había encomendado la tarea de que se ocupara un poco de ella, pero nada más. ¿Qué podía haber entre ellos? Él no era su tipo. Ivy era una de esas mujeres encantadoras que no podían pasar por delante del escaparate de una joyería sin pararse a mirar los anillos de compromiso o de boda. Era una de esas mujeres que se probaban vestidos de novia en la hora del almuerzo. Era una de esas mujeres a las que se le caía la baba con los perritos y los cochecitos de bebé y soñaba con promesas de amor eterno. Él no creía en ese tipo de amor. ¿Cómo iba a creer cuando había visto que el amor eterno de sus padres había acabado convirtiéndose en peleas eternas?

Ivy dio tres sorbos, tosió dos veces y se inclinó hacia delante para dejar la copa en la mesa con una mueca de disgusto.

–Caray, ¿cómo es posible que haya alguien que beba este brebaje? No creo que pueda terminarlo.

Ivy sacó un pañuelo de la manga, se secó los ojos y lo miró avergonzada entre unas pestañas tan largas como las patas de una araña.

–Siento interrumpirte cuando estás tan ocupado. ¿Esa secretaria es nueva? Parece estupenda…

Ivy siempre veía lo mejor de todo el mundo. Era una virtud encomiable, pero él no la tenía. Quizá se pareciera más a su padre de lo que se imaginaba.

–Sí. Solo lleva un par de meses. Natalie, mi secretaria habitual, está de baja por maternidad.

–Creo que está un poco enamorada de ti –le susurró Ivy inclinándose hacia él con complicidad.

Louis se rio entre toses y se separó de la mesa. Quizá no hubiese sido una buena idea ponerse tan cerca de ella. Su perfume estaba alterándolo, por no decir nada de haberle visto el escote cuando se inclinó hacia él. Rodeó la mesa y volvió a sentarse en su silla con las piernas cruzadas, con un aire despreocupado que no sentía, ni mucho menos.

–No mezclo el trabajo con el placer y salir con las empleadas es un desastre asegurado.

Salir con alguien durante más de veinticuatro horas ya era un desastre. Había llegado a salir un mes con una mujer y le había gustado, pero eso fue antes de que una de sus últimas amantes no se resignara a aceptar que su aventura de tres semanas había terminado. No había sido nada divertido haber estado durante semanas con una mujer que se había creído que estaba enamorada de él. Su regla en ese momento era que no pasaba de una noche, que así, ninguno de los dos llegaba a tener sentimientos.

Ivy arrugó los labios y desvió la mirada fugazmente a sus labios.

–¿Estás… saliendo con alguien?

Lo preguntó titubeando y se puso más roja. Louis giró la silla lentamente sin dejar de mirarla a los ojos.

–No en este momento, ¿por qué?

Ella se encogió de hombros y miró hacia otro lado.

–Curiosidad…

Él descruzó las piernas y volvió a apoyar los brazos en la mesa.

–Ivy…

Se dirigió a ella como un padre a una hija porque estaba costándole verla como a la hermana de su amigo. En realidad, estaba viéndola desnuda en su cama, con esos maravillosos pechos entre las manos, con la boca en su boca, con…

Ivy parpadeó como si fuera un pequeño búho.

–¿Puedo preguntarte una cosa?

Louis se dejó caer sobre el respaldo otra vez y se acarició la mejilla con una barba muy incipiente.

–Claro, adelante.

Ella tragó saliva y se humedeció un poco los labios con la punta de la lengua. No podía dejar de pensar en esos labios. Quería comprobar si eran tan blandos y delicados como parecían y quería comprobar a qué sabían. ¿Serían dulces o salados… o una seductora mezcla de los dos?

–Louis, ¿qué es lo que te parece más atractivo de una mujer? Quiero decir, tienes mucha experiencia y sabrás lo que es excitante y lo que no, ¿verdad?

Lo que era excitante lo tenía delante de él con esos dientes tan blancos mordiéndose el labio inferior. Lo excitante era pensar en quitarle esos pantalones ceñidos y ese jersey para besarle hasta el último rincón de su cuerpo. Lo excitante era pensar en sus piernas rodeándole las caderas mientras él…

Louis dominó un estremecimiento y sacudió la cabeza vehementemente para sus adentros. Cualquiera diría que se había bebido él el brandy.

–La seguridad en sí misma es muy atractiva en una mujer.

Ivy se dio una palmada en un muslo y se levantó de un salto. Se le cayó el bolso al suelo, pero pareció no darse cuenta.

–Lo sabía. Eso era exactamente lo que me imaginaba y por eso he venido para pedirte que me ayudes a tener alguna.

–¿Yo? –preguntó Louis arqueando las cejas.

Ella rodeó la mesa y se puso tan cerca de él que podría tocarla. Era una tentación casi irresistible. El pelo rojizo con reflejos dorados le caía por el cuello y los hombros y podía oler el aroma frutal de su champú cada vez que lo movía. Tenía los ojos tan brillantes que no habrían desentonado en la Vía Láctea. Y sus labios… Eran unos labios carnosos y tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para no besarlos.

–Sí, tú –Ivy sonrió y los hoyuelos aparecieron otra vez–. No me sentiría cómoda con nadie más. Necesito a alguien a quien conozca y en quien confíe. Me costaría muchísimo hacerlo con un desconocido.

¿Qué no quería hacer con un desconocido? ¿Por qué confiaba en él? No estaba muy seguro de que mereciera su confianza, a juzgar por todo lo estaba pensando. Volvió a levantarse, volvió al mueble bar y se sirvió un whisky. No bebía mucho, en eso al menos se diferenciaba de su padre, pero, en ese momento, podría beberse toda la botella y seguir con otra de brandy.

Dio un sorbo y se dio la vuelta para mirarla.

–Creo que no acabo de entenderte. ¿Qué quieres de mí?

Ivy se balanceó un poco con las manos agarradas por delante del cuerpo y las mejillas rojas otra vez.

–Yo… tengo un problema con… el sexo…

Louis escupió el segundo sorbo de whisky y se atragantó. Luego, se secó la boca con el dorso de la mano.

–¿Estás segura de que deberías estar hablando de esto conmigo?

Ella tenía los hombros caídos y un gesto de desolación.

–Sigo siendo virgen y tengo casi treinta años. Jamás encontraré pareja, y menos ahora, cuando todo el mundo es tan abierto y atrevido con el sexo. Soy una marginada, una mojigata que no puede desnudarse si no es a oscuras.

Decir que él se quedó atónito era decir muy poco. ¿Tenía casi treinta años y era virgen? Él dejó de serlo antes de los veinte, como todo el mundo, ¿no? Ella no era especialmente religiosa y no podía ser una abstinencia voluntaria. ¿Le habría pasado algo? Se le pusieron los pelos de punta solo de pensar en que algún chico la hubiera obligado o hubiese abusado de ella. La rabia le atenazó por dentro y fue subiéndole por la garganta con un regusto ácido. Dejó la copa de whisky y tomó aire para asentarse.

–Para empezar, Ivy, no tienes que arreglar nada. Solo deberías hacer lo que te gustaría hacer y cuando quieras hacerlo.

–Pero nunca estaré a gusto si no hago algo, y más pronto que tarde. No puedo seguir así. Es más que bochornoso salir con un chico y luego lárgame corriendo en cuanto me toca.

Louis parpadeó varias veces e intentó no hacer caso a la punzada que sintió en las entrañas al imaginársela acostándose con alguien a quien no conocía casi.

–A ver si lo he entendido. ¿Quieres que me acueste contigo?

Ella se sonrojó, pero sus ojos tenían un brillo de firmeza bastante desasosegante.

–No le interesaré a nadie si no supero mis inhibiciones. No tiene sentido que intente salir con alguien si no tengo confianza en mí misma. Y creo que solo estaré cómoda contigo. Te conozco desde hace años y, además, tú dominas los asuntos sexuales, creo que serías la mejor persona para enseñarme.

Una trampilla se le abrió en la cabeza y pudo vislumbrar toda una serie de posibilidades eróticas que había encerrado allí, fuera de su vista. Desnudarse con ella y hacer todo lo que había intentado no pensar durante el último par de años. Acariciar su precioso cuerpo, deleitarse con sus pechos, descubrir todos sus rincones más recónditos, besarla con los miembros entrelazados…

Louis levantó una mano como si quisiera parar el camino que habían tomado sus pensamientos.

–Caray, Ivy, estás hablando como si te hubieras vuelto loca. Soy arquitecto, no un terapeuta sexual. Además, somos amigos. Los amigos amantes no dan buenos resultados.

–En este casi sí daría buenos resultados porque solo quiero un revolcón de una noche. Eso es lo que te llama todo el mundo, ¿no? El rey de los revolcones de una noche. No estoy pidiéndote que te cases conmigo. Quiero que te acuestes una vez conmigo para poder decir que no soy virgen…

–Ya te oí la primera vez –le interrumpió Louis–. No me interesa.

Si volvía a oírle que se acostara con ella, era hombre muerto. Su dominio de sí mismo también tenía un límite.

Ivy le pareció como un cachorrillo al que se le había negado una caricia. Se mordió el labio inferior y se agachó para recoger el bolso. Luego, se incorporó y lo miró con desolación.

–Es porque no soy atractiva. ¿Te parezco desagradable?

Louis intentó no mirarle el escote, pero no lo consiguió.

–Eres una de las mujeres más atractivas que he conocido, pero…

–Demuéstralo.

Ella dejó el bolso en la mesa y se acercó a él. Se había olvidado de lo menuda que era hasta que la tuvo casi pegada. Ella tenía que inclinar la cabeza para mirarlo a los ojos. Tenía los ojos cristalinos y un gesto de decisión, a él se le tambaleó el dominio de sí mismo.

Se aclaró la garganta. La tenía tan cerca que si daba medio paso, su pecho se tocaría con los pechos de ella. Podía ver todos los poros de su impecable cutis blanco, la única imperfección era una cicatriz de dos centímetros encima de la ceja izquierda. Los ojos eran como un mosaico de distintos tonos de azules con los iris como aberturas al infinito espacio exterior. El labio inferior era el doble de grande que el superior y la boca tenía la forma del arco de Cupido… y prefería no decir nada de esos adorables hoyuelos.

–No seas ridícula, no tengo que demostrar nada.

Lo había dicho en un tono frío y tajante, pero la sangre le bullía como si fuera lava. La agarró de los brazos para mantenerla alejada, pero los dedos se hundieron en la suavidad del cachemir y la distancia entre sus cuerpos se cerró. ¿Se había movido él o había sido ella? Sus caderas se encontraron y una oleada de anhelo ardiente lo asoló como un tornado.

–Bésame, Louis –susurró ella con su aliento rozándole los labios–. Demuéstrame que no me encuentras espantosa.

Había besado a infinidad de mujeres y siempre había podido desligarse. Era su forma de actuar. Nada de ataduras. Sencilla y llanamente, relaciones sexuales de una noche. Sin embargo, si besaba a Ivy, estaría cruzando una línea que había jurado que no cruzaría jamás. Tenía relaciones fugaces, si podían llamarse relaciones. Era fácil desligarse de esas relaciones sin arrepentirse, pero ya tenía una relación con Ivy desde hacía mucho tiempo. No era una relación sexual, era una relación de amistad, pero cambiaría completamente si hacía lo que ella le pedía. Además, no pensaba, por nada del mundo, acostarse una vez con Ivy hasta que hubiese entendido claramente lo que quería ella.

La voz de la conciencia le preguntó en tono burlón si había pasado a pensar en acostarse con ella.

Reunió toda la fuerza de voluntad que pudo, se alejó un poco y le soltó los brazos con un gesto de playboy consumado.

–Si te beso, las cosas se nos pueden ir de las manos. ¿Estás segura de que estás dispuesta, ma petite?

Una sombra de incertidumbre le cruzó la cara.

–No del todo, pero si no lo haces tú, tendré que recuperar mi plan B.

–¿Qué plan?

Ella levantó la barbilla con un gesto desafiante.

–Tendré que pedírselo a un desconocido.

La miró a los ojos mientras la cabeza se le llenaba de imágenes de desconocidos desaprensivos que se aprovechaban de su candidez. Se le revolvieron las tripas. Ningún desgraciado repugnante iba a tocarla. Había muchos bichos raros por ahí sueltos, hombres que querían satisfacer sus fantasías más sombrías sin tener en cuenta los deseos de su pareja. Ivy no tendría que pasar por eso, la destrozaría completamente.

–No lo harás –replicó él con el ceño fruncido y en un tono tajante.

–Entonces, ¿me ayudarás? –preguntó ella con un brillo de esperanza en los ojos.

Louis se pasó los dedos entre el pelo antes de levantarse y ponerse en jarras.

–Eso ya lo hablaremos más tarde. Por el momento, quiero saber por qué has llegado casi hasta los treinta años siendo virgen.

Ella desvió la mirada y volvió a ponerse roja como un tomate.

–Siempre me ha incomodado incluso hablar de sexo, sobre todo, porque mi madre lo ha tenido muy presente, y más desde que mi padre y ella se divorciaron –Ivy volvió a mirarlo–. ¿Sabías que está estudiando para ser terapeuta sexual? Solo habla de sexo.

–Sí, ya me he enterado. Entonces, ¿por qué no lo hablas con ella…?

–¡Ni hablar! –exclamó Ivy con cara de espanto–. Quiero arreglarlo yo sola… Bueno, con tu ayuda.

Él volvió detrás de la mesa y sacó la silla.

–En este momento, se me está terminando el plazo para entregar un proyecto, pero, si quieres, podemos salir a cenar esta noche y hablarlo.

¿A salir a cenar esa noche?, se burló la voz de su conciencia. ¿Y luego, qué? Luego, nada.

–¿Sigues viviendo en el piso de Islington?

–Sí. Mis dos amigas, Millie y Zoey, se han venido a vivir conmigo. Era una renta demasiado alta para mí sola.

–¿Por qué no lo dijiste? Podría haberte ayudado.

–Ya has hecho bastante por mi familia –replicó ella con cierto orgullo–. Ayudaste a mi madre con la hipoteca cuando se retrasó con el pago. Sabes que no podrá devolvértelo. Siempre ha sido un desastre con el dinero.

Louis frunció más el ceño todavía. Al parecer, ya nadie mantenía una promesa. Le había pedido insistentemente a Deirdre Kennedy que no dijera nada sobre su oferta para ayudarla a salir de otro apuro económico porque no había querido que Ronan e Ivy sufrieran más estrés del que ya sufrían. Sobre todo, le había preocupado Ronan. Salir del armario por fin con sus padres divorciados y que su padre lo rechazara era motivo suficiente para crearle una crisis existencial hasta a la persona más equilibrada.

Se sentó y ordenó distraídamente algunos papeles que había sobre la mesa.

–¿Te lo contó ella?

Ivy asintió con la cabeza y con aire sombrío.

–Se lo saqué con sacacorchos. Ronan no lo sabe, ¿verdad?