Una oportunidad única - Portia Da Costa - E-Book

Una oportunidad única E-Book

Portia Da Costa

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Beschreibung

Séptimo relato de 10 Secretos de Seducción. Aquella cinta de vídeo la escandalizó y la entusiasmó… y la excitó de verdad. La había encontrado en una sala de estar, pequeña y alejada, de Blaystock Manor, la mansión donde estaba trabajando. En aquel momento todo el mundo había salido y tenía la oportunidad de verla de nuevo, con tranquilidad. Allí, en la pantalla, estaba su jefe, el marqués con el que había fantaseado tanto, dándole una azotaina muy sexy a una chica. Y, mientras ella se entregaba al placer, no se dio cuenta de que él entraba silenciosamente en la habitación y la observaba. Sin embargo, la vergüenza que sintió al percatarse se convirtió rápidamente en excitación, porque él le pidió que continuara, y después empezó a acariciarla íntimamente. Aquello solo era una pequeña muestra de lo que ella había visto en la cinta, pero sabía que iba a tener mucho más… ¡mucho más!

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Seitenzahl: 59

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2008 Portia da Costa. Todos los derechos reservados.

UNA OPORTUNIDAD ÚNICA, Nº 22 - noviembre 2012

Título original: Chance of a Lifetime

Publicado originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Traducido por María Perea Peña

Editor responsable: Luis Pugni

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

™TOP NOVEL es marca registrada por Harlequin Enterprises Ltd.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-2254-2

Imagen de cubierta: DIMITAR GORGEV/DREAMSTIME.COM

ePub: Publidisa

UNA OPORTUNIDAD ÚNICA

PORTIA DA COSTA

Lluvia. Lluvia perpetua. No creo que eche de menos el tiempo inglés. Voy a echar de menos otras cosas, pero esto no.

Estoy mirando por la ventana, hacia el camino de gravilla que atraviesa el parque de Blaystock Manor, la casa solariega de un marqués. Estoy aquí a causa de un trabajo temporal, mientras espero que llegue la fecha en la que viajaré para ocupar un puesto que es el sueño de mi vida: el de subdirectora de un hotel de lujo en el Caribe. Este trabajo que tengo ahora consiste en limpiar y ayudar en la reforma de la casa, trabajo pesado en realidad, pero es un dinero extra que me vendrá muy bien para mi nuevo guardarropa tropical.

Hoy tengo el día libre. El marqués es muy generoso con eso. Tenemos mucho tiempo libre, muchos descansos y otros beneficios, y pese al hecho de que está bastante corto de dinero, y todo el que tiene lo está invirtiendo en este proyecto, nos paga bien. Todos los demás han ido en un minibús a visitar un monasterio cercano donde hacen brandy de manzana y galletas, pero yo tengo mis propias diversiones aquí.

Estoy sola en la casa. Incluso el marqués se marchó hace un rato en su decrépito Jaguar. Soy libre de entregarme a mi vicio secreto.

Hace un par de días descubrí una pequeña sala de estar, cuando estaba un poco perdida buscando el Salón Azul, cuyo suelo debía pulir. Aparecí aquí y encontré esta habitación, que es muy acogedora. Y, como soy una fisgona irremediable, cuando vi un viejo vídeo y un montón de cintas, tuve que investigar.

¡Oh, vaya! ¡Qué impresión me llevé!

Y ahora que la casa está vacía, meto otra cinta en la máquina y me siento en la vieja butaca de cuero para verla.

Es una grabación casera. Creo que se filmó en esta misma habitación. Y está protagonizada por mi último enamoramiento, el marqués en persona, y una mujer que debía de ser su novia en aquel momento. Es evidente que se grabó hace muchos años, porque el marqués tenía el pelo corto, y ahora lo tiene muy largo, más allá de los hombros.

Está sentado en esta misma butaca, tiene las rodillas separadas y a su novia tendida, boca abajo, sobre ellas.

Le está dando una azotaina.

Está azotándola con su mano larga y poderosa, ¡y ella se está retorciendo de gusto!

Y yo también, aunque en realidad no sé por qué. Está bien; sé que la gente juega a darse azotes para excitarse sexualmente, y yo les he insinuado a varios de mis novios que me gustaría probarlo. Sin embargo, nunca ha sucedido, y nunca me he preocupado demasiado por ello.

Pero ahora… Ahora lo he visto. ¡Y lo deseo!

Estoy tan excitada que se me nubla la vista. Y no puedo quedarme quieta en la silla. Estoy sudando, y siento un picor en la piel, como si ya me hubieran azotado por todo el cuerpo. Y entre las piernas estoy húmeda; tengo una excitación muy intensa. Tengo el sexo dolorido y tenso, como si quisiera mantener relaciones sexuales en este mismo instante, pero al mismo tiempo, deseara que me azotaran el trasero como a la mujer del vídeo.

Parece que el marqués también está disfrutando, aunque su exquisito rostro permanece impasible. Es una cinta vieja y está bastante estropeada, pero se nota que mantiene su misma compostura fría de siempre… y que tiene el mismo brillo de picardía en los ojos.

No puedo remediarlo. Tengo que acariciarme a mí misma. No puedo evitarlo, y no puedo soportar no hacerlo. Tengo el sexo tan contraído y tenso que he de hacerlo.

Mientras la mujer de la pantalla se retuerce, se mueve y grita bajo los azotes del marqués, yo me abro la cremallera de los pantalones vaqueros y me los bajo hasta las rodillas, junto a las braguitas empapadas. Aquello es muy lascivo, y yo me siento aún más excitada por aquella desnudez prohibida, cosa que me empuja a tocar mi cuerpo con más urgencia.

–Oh, Dios… –murmuro, mientras meto los dedos entre mis piernas y encuentro mi clítoris. Está hinchado y preparado para que lo acaricie. Lo golpeo ligeramente, y mi vientre tiembla. En la pantalla, la chica intenta acariciarse a sí misma, metiendo la mano por debajo de su vientre mientras se retuerce y gime, pero el marqués se detiene en mitad de la azotaina y la reprende.

–Vamos, vamos, Sylvia, sabes que no puedes hacer eso. No hay placer hasta que hayas sido una buena chica y hayas recibido tu castigo.

Su voz es suave, calmada, pero en realidad transmite una autoridad férrea. Cuando se reanudan los azotes, yo estoy a punto de llegar al clímax. De repente, deseo poder conocer mejor a aquel hombre y que todo aquello se convierta en realidad.

–Oh, Señor… –susurro.

Cierro los ojos y me veo a mí misma en el vídeo. Soy yo la que está tumbada en sus muslos fuertes, la que está gimiendo y retorciéndose, la que tiene el trasero ardiendo. Y es el marqués actual el que está azotando, no el del vídeo.

Lleva su atuendo de costumbre, una camisa y un pantalón negros, y tiene el pelo suelto por los hombros. Tiene una ligera sonrisa en la cara pálida y afilada, y sus mano alargada y refinada me azota con un ritmo constante.

Ahora me estoy refregando el clítoris, pero estoy tan excitada que no quiero llegar al orgasmo todavía. En mi fantasía, él me permite acariciarme mientras me da palmada tras palmada.

Yo me retuerzo y me muevo, y separo más los muslos, y froto el trasero contra la butaca de piel. Me imagino que él me está azotando allí, y aunque no tengo ni idea de lo que podría sentir, lo deseo cada vez más.

–Oh, milord… Hágalo… hágalo… –balbuceo, con los ojos cerrados, loca de deseo.

–En realidad, querida, tú lo estás haciendo muy bien solita. Continúa, por favor.

¿Qué?

Vuelvo a la realidad de golpe. Sé lo que ha ocurrido, pero por algún motivo no puedo dejar de acariciarme.

Abro los ojos, y allí está él.

El marqués.

Ha entrado en la habitación sin que yo me diera cuenta, caminando suavemente con las suelas de goma de sus zapatillas de deporte.

Asimilo toda su apariencia en un segundo.