Una princesa en mi vida - Lois Faye Dyer - E-Book
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Una princesa en mi vida E-Book

Lois Faye Dyer

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Beschreibung

Justin Hunt no podía creer que su padre, el duro magnate Harrison Hunt, hubiera desafiado a sus cuatro hijos a casarse en menos de un año para no perder su herencia. Él llevaba el rancho familiar en la sangre y estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de no perderlo…Incluso a casarse.Así pues, fue en busca de Lily Spencer, la única mujer que había conseguido llegar a su corazón. Pero cuando se presentó en su casa, Justin se encontró con algo más que una ex novia enfadada… ¡había también una pequeña que se parecía mucho a él!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Lois Faye Dyer

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una princesa en mi vida, n.º 1755- enero 2019

Título original: The Princess and the Cowboy

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1307-433-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

JUSTIN Hunt se apoyó levemente contra una estantería. Con el hombro rozó un grueso volumen de Shakespeare, encuadernado en cuero, mientras sus dedos sostenían suavemente un taco de billar. Había dejado el sombrero sobre un sillón y sus Levi’s desgastados se confundían con las botas negras de cowboy, cubiertas por una capa de polvo, que llevaba puestas. Cuando se había vestido a las cuatro de la madrugada aquel día para ir a trabajar a su rancho de Idaho, no se había podido imaginar que su presencia sería reclamada en una reunión familiar de urgencia en Seattle. Trató de recordar cuándo había sido la última vez en la que él y sus tres hermanos se habían reunido en la casa de su padre. Debía de haber sido un mes atrás, la noche en la que a Harry le había dado un ataque al corazón.

—Vaya, ¡maldita sea la falta de práctica! —dijo Gray de malhumor al fallar el golpe. Era la cuarta bola que rodaba sobre el tapete verde en vez de caer en el agujero —. ¿Te vas a animar, Justin?

Justin se apartó de la estantería de madera de cerezo para dirigirse a la vetusta mesa de billar. Dio un rodeo para así poder estudiar la posición de las bolas restantes. La estancia estaba levemente iluminada. Una lámpara colgaba del techo sobre la mesa de billar y pequeñas lamparillas de cobre envejecido se repartían sobre las mesas de la zona de estar. La estancia estaba amueblada con cómodas butacas y vestida con acogedoras alfombras persas. En un extremo de la biblioteca se encontraba el escritorio de caoba de Harrison Hunt, justo frente al ventanal con vistas a la playa privada del lago Washington. Al otro lado del lago, destacaba la silueta de los rascacielos de Seattle en la oscuridad de la noche.

Justin se apoyó sobre la mesa de billar. Estaba acostumbrado a jugar en aquella lujosa biblioteca. Harry había instalado allí la mesa de billar años atrás para poder estar cerca de sus hijos adolescentes cuando había tenido que trabajar en casa. Que esta decisión le hubiera ayudado a tener una mejor relación con sus hijos, era otra cuestión. En cualquier caso, Justin estaba más que acostumbrado al lujo de la mansión de su padre. Aquella casa, diseñada con la más alta tecnología, había sido bautizada en broma como «La Choza» por sus hermanos y él. Había sido el hogar de Justin desde que había tenido doce años hasta que a los dieciocho se había marchado a la Universidad.

Sin embargo, aquella noche reinaba un aire extraño en aquel lugar. Justin tuvo el presentimiento de que algo iba a suceder.

—¿Alguien sabe por qué nos ha llamado el viejo? —preguntó a sus hermanos.

Gray, el mayor, de cuarenta y dos años, se encogió de hombros.

—Mi secretaria me ha dicho que Harry no le había dado ningún detalle —contestó.

—¿A ti también te ha llamado Harry en persona? —dijo Alex extrañado. Era muy alto, desgarbado y tenía treinta y seis años, dos años más que Justin. Alex agitó la botella medio vacía de cerveza en dirección a su cuarto hermano, que estaba sentado a medio metro de él—. ¿Y a ti, J.T., a ti también te ha llamado Harry en persona, o has recibido el mensaje a través de su secretaria?

J.T tenía treinta y ocho años y era tan alto o más que sus hermanos. Se frotó los ojos y, bostezando, se estiró.

—Me ha llamado Harry. Le he explicado que me estaba obligando a cancelar una semana entera de reuniones en Nueva Delhi, además de a pasarme la mitad del día en el jet de la empresa para poder llegar a casa a tiempo. Pero ha insistido muchísimo en que viniese —contestó J.T. Después se acarició el pelo y miró a Justin antes de volver a hablar—. ¿Y a ti?

—Estaba en el rancho cuando me ha llamado. Me ha dicho lo mismo que a ti, que era imprescindible que viniese —Justin torció el gesto y miró uno a uno a sus hermanos—. No ha querido decirme para qué me quería ver. ¿A vosotros os ha comentado algo?

—No —dijo Gray negando con la cabeza. Alex y J.T. lo imitaron.

Sin que Justin tuviera tiempo para reaccionar, la puerta de la biblioteca se abrió y apareció su padre.

Harrison Hunt era un hombre atractivo. Delgado y alto, y con apenas unas canas poblando su negra cabellera. Llevaba unas gafas de pasta dura y sus ojos azules reflejaban la inteligencia del hombre que había inventado un nuevo lenguaje informático y de programación. Gracias a él la marca HuntCom se había convertido en una palabra mundialmente conocida. Su energía vital, a pesar del reciente ataque al corazón, resultaba milagrosa.

—Ah, estáis todos aquí. Excelente —Harry se dirigió hacia su escritorio—. Acompañadme, muchachos —dijo.

Justin se puso el sombrero, dejó el taco de billar y siguió a su padre. Ni él ni ninguno de sus hermanos se sentaron en las sillas dispuestas frente a la mesa de trabajo. Todos permanecieron de pie. Justin metió las manos en los bolsillos de sus Levi’s y se apoyó en la pared. Estaba casi fuera del ángulo de visión de su padre.

Harry frunció el entrecejo y giró la silla en dirección a Justin.

—¿Por qué no te sientas?

—Estoy bien así —contestó él.

Harry miró, con el mismo gesto, los rostros de sus otros tres hijos. Gray se encontraba detrás de una de las sillas, Alex estaba apoyado en la pared al lado de Gray, mientras que J.T. estaba situado frente a ellos.

Harry se encogió de hombros en un gesto de impaciencia.

—Muy bien, sentados o de pie, es lo mismo —afirmó. Se aclaró la garganta—. A raíz del ataque al corazón que sufrí el mes pasado, he estado pensando mucho sobre esta familia. Nunca antes se me había ocurrido pensar sobre mi legado, ni muchísimo menos sobre la posibilidad de tener nietos que llevaran el apellido Hunt. Sin embargo, el ataque al corazón ha hecho que me enfrente a la verdad: me podía haber muerto. Me podría morir mañana, de hecho —se levantó apoyando los nudillos sobre la mesa—. Me he dado cuenta de que, si fuera por vosotros, nunca os casaríais. Lo que implica que yo nunca tendré nietos. Así que mi propósito no es dejar el futuro de esta familia en manos de la suerte por más tiempo. Os doy un año. Al final de este año todos y cada uno de vosotros tendréis que estar casados. Y lo que es más, vuestras mujeres deberán ya tener un hijo o lo estarán esperando.

Se hizo un silencio tenso en la estancia.

—Bueno —balbuceó J.T. en un tono de voz seco.

Justin evitó mirar a J.T y dirigió la vista a Gray al darse cuenta de que éste lo miraba divertido. Alex se limitó a arquear una ceja mientras tomaba un sorbo de cerveza.

—Si alguno de vosotros se niega a hacer lo que os digo —continuó Harry, como si no se hubiera dado cuenta de la falta de interés que mostraban los muchachos—, todos vosotros perderéis vuestras privilegiadas posiciones en HuntCom, así como los beneficios que tanto os gustan.

La sonrisa se esfumó del rostro de Gray. Justin se puso en tensión. ¿Qué demonios estaba diciendo su padre?

—No puedes estar hablando en serio —dijo Gray.

—No he hablado más en serio en mi vida —replicó Harry.

—Con todo el respeto del mundo, Harry —añadió J.T. tras un silencio—. ¿Cómo vas a ser capaz de dirigir la compañía si nos negamos a hacer lo que nos pides? No tengo ni idea de lo que ahora están haciendo Gray, Alex y Justin, pero sé que yo estoy en medio de varias operaciones de expansión aquí en Seattle, en Jansen y en nuestra sucursal en Delhi. Si otra persona tuviera que ocupar mi puesto, pasarían meses hasta que se recuperara el ritmo. Solamente con los retrasos en los trabajos de construcción, HuntCom perdería una fortuna.

—No me importa porque si los cuatro os negáis, dividiré HuntCom y la venderé. La sucursal de Delhi pasará a la historia, además venderé la Isla Huracán —afirmó Harry. Dirigió la mirada hacia Justin—. También venderé todas las acciones de HuntCom en el rancho de Idaho —afirmó. Después miró a Alex—. Cerraré la fundación si os negáis a cooperar —añadió. Por último su mirada se posó sobre Gray—. Y la compañía no necesitará más un presidente porque ya no existirá compañía para que puedas presidirla.

Gray se quedó de piedra.

—Pero esto es una locura —dijo Alex—. ¿Qué pretendes conseguir?

—Pretendo veros a todos asentados con una familia en marcha antes de morirme —sentenció Harry. Sus ojos se oscurecieron—. Quiero veros al lado de una mujer decente que sea buena esposa y madre. Os advierto que la mujer con la que os caséis tendrá que cumplir las expectativas de Cornelia.

—¿La tía Cornelia sabe algo de todo esto? —preguntó Justin. Le costaba creerse que la mujer que había desempeñado el papel de tía con todos ellos, la viuda del mejor amigo de Harry, estuviera detrás de aquel plan de locos.

—Todavía no sabe nada —contestó Harry.

Justin se sintió aliviado. Cuando Cornelia se enterara, pondría orden en aquel asunto. Ella era la única persona a la que Harry escuchaba.

—Entonces —prosiguió Justin despacio—, déjame ver si he entendido todo bien. Todos nosotros tenemos que comprometernos a casarnos y tener un crío en el plazo de un año…

—Y todos tenéis que aceptar —interrumpió Harry—. Los cuatro. Si uno se niega, todos los demás perderéis la calidad de vida de la que habéis disfrutado hasta ahora. Los trabajos y las acciones de HuntCom, a las que tanto apego tenéis, se esfumarán.

—Y cada una de las novias tiene que contar con la aprobación de la tía Cornelia —añadió Justin.

Harry asintió.

—Es una mujer intuitiva. Se dará cuenta enseguida si alguna de las mujeres no está hecha de buena pasta. Esto me recuerda un requisito más. No podéis hacer saber a vuestras futuras esposas que sois millonarios ni que sois hijos míos. No quiero a más cazafortunas en la familia. Dios sabe que ya me he casado con suficientes mujeres de ese tipo yo. No quiero que ninguno de mis hijos cometa mis mismos errores —afirmó antes de respirar profundamente—. Os doy un poco de tiempo para que podáis pensároslo. El plazo terminará dentro de tres días a las ocho en punto de la tarde. Si no me comunicáis vuestra decisión en este plazo, contactaré con mi abogado para que empiece a buscar compradores —sentenció. Se puso en pie y rodeó el escritorio para abandonar la habitación, cerrando delicadamente la puerta a sus espaldas.

—Bastardo —murmuró Justin lentamente, con los ojos entrecerrados—. Y lo peor es que creo que va en serio.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LILY Spencer estaba ojeando el Seattle Times en la cocina de su dúplex mientras daba sorbos a una taza de té verde. El sol de la mañana entraba por la ventana. Lily pasaba las hojas suavemente, disfrutando de la tranquilidad reinante antes de que su hija se despertara.

Se saltó las páginas de negocios y pasó directamente a la sección de sociedad. Una fotografía de un hombre haciendo footing en el Lago Verde ocupaba el centro de la página.

Lily contuvo la respiración. Observó con atención la fotografía. Sin lugar a dudas el hombre que estaba corriendo era Justin Hunt. Vestía una camiseta de tirantes gris con el logotipo de la Universidad de Washington que dejaba al descubierto sus anchos hombros. Los músculos de sus piernas se marcaban bajo los pantalones cortos. La luz del sol hacía que brillaran las gotas de sudor sobre su piel morena.

Lily leyó el pie de foto confirmando sus sospechas. Se trataba de Justin Hunt. Se encontraba en la ciudad para asistir a una serie de reuniones, que debían de ser muy importantes, ya que los cuatro hermanos habían viajado hasta Seattle en aquellas últimas veinticuatro horas.

Lily se apoyó sobre la encimera de la cocina y acarició la foto con los dedos.

De repente salió de su ensimismamiento, apretó los labios y dejó la taza de té sobre la encimera.

«Pues sí, ha regresado a la ciudad, ¿y qué?», pensó.

Lily había dejado de hacer footing en el lago Verde cuando Justin la había dejado. El sendero que rodeaba el lago había sido su lugar favorito para salir a correr. Pero no había vuelto jamás. Encontrarse con Justin, sólo o acompañado, era lo último que le apetecía. Prefería salir a correr al paseo marítimo donde no había riesgos.

El interfono para bebés que reposaba en la encimera, al lado del tostador, emitió el sonido inconfundible de la voz su hija.

Lily consultó el reloj. «Justo a tiempo», pensó sonriendo.

—Ma-má, ma-má —la voz de Ava se oía claramente por el interfono.

Lily dobló el periódico y salió de la cocina hacia el dormitorio de Ava. La niña miró a Lily en el instante en el que la puerta se abrió. Sonrió encantada y alzó los brazos hacia su madre.

—Buenos días, cariño —Lily tomó en brazos a su hija de un año y la abrazó contra su pecho—. ¿Has dormido bien?

Ava respondió con una serie de sonidos y gorgoritos. Lily llevó en brazos a su hija al piso de abajo y la sentó en su sillita antes de servirle un pequeño cuenco con cereales. Mientras Ava se entretenía en introducir los copos de cereales uno a uno en su boca, Lily puso a hervir agua para preparar una papilla de avena.

«Justin ya ha pasado a la historia para mí. Probablemente estará en la ciudad por alguna reunión de HuntCom y pronto se marchará», pensó.

Tomó el periódico y lo tiró a la papelera de reciclaje con la intención de olvidarse de la fotografía.

Y también de Justin Hunt.

 

 

Veinticuatro horas después de la reunión con Harry, Justin estaba saliendo en coche de la casa de la tía Cornelia, en el barrio de la Reina Ana. Desde el teléfono móvil llamó a todos sus hermanos con los que quería mantener una tele conferencia. La conversación con la tía Cornelia le había convencido de que la amenaza de Harry de vender la compañía iba en serio. Cornelia le había confesado que, desde que Harry había sufrido el ataque al corazón, estaba muy preocupada por su estado de ánimo. Le confió que Harry estaba más introspectivo que nunca y que, en varias ocasiones, le había expresado su deseo de ver a sus hijos casados y con hijos. Cornelia temía que Harry estuviera intentando enmendar sus errores y tratando de poner en orden todos sus asuntos emocionales y materiales pendientes. En definitiva, que parecía estar preparándose para la muerte.

En su fuero interno, Justin se había dicho que Harry era demasiado terco y cabezota como para aceptar que iba a morir, pero no se lo había dicho a Cornelia. Su tía era una de las pocas mujeres que merecían su respeto. Además, ella se preocupaba de verdad por Harry. Se conocían desde la infancia.

—Justin, ¿qué pasa? —contestó Gray sobre un murmullo de conversaciones y música de fondo.

—Acabo de salir de casa de Cornelia. Creo que deberíamos aceptar el trato del viejo —anunció Justin. En pocas palabras explicó a sus hermanos lo que Cornelia le había contado—. Me pertenece sólo el sesenta por ciento del rancho y no pienso arriesgarme a que Harry venda el resto.

—¿Y estás dispuesto a permitir que Harry escoja a tu esposa? —preguntó Alex en un tono escéptico.

—No, Cornelia me ha convencido de que el ataque al corazón del viejo le ha asustado tanto que quiere forzarnos a que nos casemos y tengamos hijos por nuestro propio bien —aclaró Justin—. Estoy dispuesto a seguirle la corriente hasta que se nos ocurra una solución mejor para salir de esta. Al menos, hasta que Harry entre en razón y se dé cuenta que esto es una auténtica locura. Mientras tanto, haré lo que esté en mi mano para evitar que venda el rancho. Si esto significa que tengo que encontrar una esposa, la buscaré.

—Está tirándose un farol. Jamás vendería la compañía —dijo Gray con convicción—. Aunque es cierto que todo el poder de la empresa está en sus manos.

«Lo que es una verdadera faena», pensó Justin.

Los hermanos Hunt, junto con Cornelia y sus cuatro hijas, ocupaban puestos en la junta directiva, pero era Harry quien siempre tenía la última palabra.

—Lo veo imposible —dijo J.T.—, se ha pasado la vida construyendo HuntCom. Todos sabemos que la compañía es lo más importante para él, mucho más que nosotros. No puedo creer que vaya a sacrificar todo esto por vernos casados y con niños —un tono burlón marcó sus palabras.

—Estamos en medio de una importante operación —dijo Gray—. Harry en ningún caso vendería la compañía hasta que no terminara la operación, y todavía tienen que pasar meses. Se está tirando un farol.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —le preguntó Alex—. ¿Qué pasaría si te estuvieras equivocando? ¿Te arriesgarías a perder todo por lo que has trabajado los últimos dieciocho años? Estoy seguro de que no quieres ver tu fundación cerrada, ni tampoco dirigida por otra persona.

—El único bebé por el que Harry se ha preocupado en su vida es HuntCom. Es imposible que vaya a hacer algo que perjudique a la compañía —añadió Gray.

—Me encantaría creerte —murmuró Justin—. ¿De dónde se habrá sacado esta idea de que nos lancemos en busca de una mujer?

—Es una caza de novias —bromeó J.T. y sonrió—. Suena a programa de televisión.

—Sí —añadió Alex con sequedad—, pero a uno de mala calidad.

—Sabéis que esto no se va a solucionar a menos que nos pongamos todos de acuerdo —dijo Gray.

—Y no se arreglará a menos que se nos ocurra alguna forma contractual para atar a Harry de pies y manos en el futuro —añadió Justin—. Tenemos que asegurarnos de que nunca jamás podrá volver a amenazarnos de esta manera. Si confirma que puede manipularnos a su antojo, lo volverá a hacer la próxima vez que tenga oportunidad. Necesitamos un contrato blindado que nos permita controlar esta situación.

Justin dedujo por el tono que estaban empleando Alex y J.T. que estaban pensando en apoyarle. No estaba tan seguro de sobre lo que quería Gray.

—Si la única amenaza de Harry consistiera en bajarnos las rentas, le mandaría al cuerno y seguiría a lo mío. Pero no estoy dispuesto a perder el rancho y tampoco estoy dispuesto a causarle otro ataque de corazón. ¿Qué pensáis vosotros? —añadió.

—Si fuera sólo una cuestión de dinero, le mandaría al infierno. Pero no es sólo dinero, ¿verdad? —Alex rompió el silencio.

—El tema que está sobre la mesa es el más importante para nosotros y Harry lo sabe —dijo J.T con tono resentido.

—Una de las condiciones que nos ha puesto es que las novias no sepan quiénes somos hasta después de la boda. ¿Cómo vamos a encontrar a una candidata que no sepa que somos ricos en Seattle, Justin? —preguntó Gray.

—Yo he estado más de dos años fuera, además nunca he sido tan conocido como vosotros —respondió Justin.

—Es verdad —dijo J.T.—, pero todos hemos salido alguna vez fotografiados en los periódicos.

—Eso sí, nunca tan a menudo como Harry —añadió pensativo Gray—, él es la cara pública de HuntCom. Hay que reconocer el esfuerzo que Harry ha hecho siempre por preservar nuestra privacidad.

—Es verdad —Justin asintió—. Entonces, ¿qué dices, Gray?, ¿estás con nosotros?

—Asúmelo, Gray —dijo Alex—, Harry tiene todas las de ganar.

—Como siempre —comentó J.T.

—Bien —contestó Gray finalmente—, pero la única manera de atar las manos a Harry es votando todos en la junta. No voy a aceptar nadasi no conseguimos un contrato blindado, en el que se especifiqueque nos transferirá el suficiente poder para que este tipo de locuras no puedan volver a suceder en el futuro. Si nosotros no nos podemos echar atrás, él tampoco. Ni va a poder añadir más condiciones si le viene en gana. Cuando vea a Harry desplazado del puesto de mando, entonces empezaré a creer que esto va en serio y que lo que realmentele importa es vernos formar una familia y que el apellido Hunt no se extinga.

Justin cortó la llamada dejando caer el teléfono sobre el asiento del pasajero. Él jamás había querido casarse, y mucho menos tener un hijo.

Si Harry esperaba que él le proporcionara una historia de amor romántica, estaba muy equivocado. Tarde o temprano se daría cuenta de que estaba cometiendo un error. ¡Maldición!, las amenazas y exigencias de Harry estaban totalmente fuera de lugar.

 

 

A la mañana siguiente de la conversación telefónica con sus hermanos, Justin se despertó temprano. Justo antes de las seis de la mañana, se preparó una taza de café que llevó, junto con una libreta y un lápiz, a su mesa de trabajo. Los primeros rayos de sol iluminaban las calles que daban al océano. Un carguero navegaba lentamente hacia el puerto de Tacoma. Su imponente estructura hacía que un trasbordador de pasajeros, que navegaba a su lado, pareciese una pequeña cajita de color blanco y verde.

Sí, Justin amaba su rancho en Idaho, pero no podía negar la imponente belleza de la costa del Noroeste bajo la luz brillante del sol de julio.

Se inclinó hacia atrás en el sillón, descansó los tobillos sobre una silla contigua, poniéndose cómodo. Escribió un nombre en mayúsculas en el primer lugar de la lista de posibles novias.

Lily Spencer.

«Seguramente no me quiera volver a ver», pensó, recordando el brazalete de Tiffanyque Lily le había devuelto la mañana después de que él hubiera roto con ella. Había devuelto el envoltorio sin ni siquiera abrirlo y con la nota dentro del sobre intacto. El mensajero que había llevado el paquete le había comunicado a la secretaria de Justin que Lily había escrito de su puño y letra: devolver al remitente.

El día después de cortar con Lily, Justin se había marchado de Seattle. El duro trabajo en el rancho le había agotado físicamente, pero no había borrado a Lily de su mente. Finalmente, después de meses de sufrimiento, el dolor de su pecho había desaparecido. Justin, entonces, había creído que por fin había conseguido olvidarla.

«Pero nunca has dejado de pensar en ella. No la has olvidado», le dijo una vocecilla en su cabeza. Justin trató de concentrarse de nuevo en el trabajo. Debía elaborar la lista de candidatas. Se esforzó en realizar la tarea.

Escribió los nombres de tres mujeres solteras y de repente, mirando la lista con gesto de contrariedad, se percató de que había conocido a todas a través de algún contacto profesional con HuntCom