Una vaca en la cocina - Ignacio Nestor Isaurralde - E-Book

Una vaca en la cocina E-Book

Ignacio Nestor Isaurralde

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Beschreibung

La mayoría de los cuentos son vivencias, anécdotas, cosas que ocurren y salen de lo cotidiano por lo que reúnen todos los condimentos para contarlos. Ellos tienen esa aleación de picardía, ese humor criollo argentino. Cómo homenajear a un intendente, y darle una distinción de un premio inmerecido, una plaqueta de campeón de tiro, aunque aquél cierre sus ojos al tirar, y los proyectiles de su arma coman tierra. Un suboficial apodado el comisario, corre en un caballo de polo, en una carrera de campo, a espaldas de su dueño, un alto oficial del ejército. El soldado que se lo manda a buscar piñones, y vuelve al mes justito, siempre vigilante del cuaderno de guardia; él se crio con los gendarme prácticamente y sabe todas las picardías que son vicios de los cuarteles. La novia que revoluciona toda una familia con su casamiento, y todos terminan a la escucha del pitazo del tren, donde el novio no llega, ni siquiera hay una foto de él, y nadie conoce su existencia, salvo la novia. El hombre que caminó a su casa y se equivoca entra en una vivienda ajena, y pide sopa golpeando la mesa con todo la fuerza de su puño, haciendo saltar todo lo que en ella hay. Una vaca que un hombre le compra a un vecino para lechera, y aquella le rompe todas las cosas de la cocina buscando el jabón Manuelita. El camión del matadero que busca caballo para mortadela, y le echa el ojo a nuestro querido pampero. El fraternal que deja asentado lo que es la palabra amistad aunque sufra el resto de su vida. Una inspección de arsenales, el principal suboficial a revisar se duerme justo ese día de los nervios, de cansancio y otras cosas, el mundo para él se termina, es el final. Su trabajo está a cincuenta kilómetros, el único colectivo ya pasó y los autos por la nieve casi no suben a la montaña. Solo le queda esperar un milagro. Un soldado que de la bronca, o no sé qué cosa, roba un arma de guerra y la entierra en el cerro Michacheo, pasan los años, y arrepentido vuelve por ella para devolverla. Un disparo inesperado, el destino, suerte de algunos pocos que atraviesa el callejón del milagro, salva su vida al agacharse a levantar un palito para alimentar el fogón de los soldados. Un partido de fútbol en el cuartel se disputa entre dos compañías, una de ellas usa su influencia para sacar al mejor jugador de la otra, y lo mandan a llevar un preso a Bs. As. Un aspirante a la carrera militar sueña con darle un regalo a su padre, y cuando lo logra le pasan cosas inesperadas, de no creer. Las poesías es un combo de sentimientos encontrados, el pasado que retorna en cada palabra.

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IGNACIO NESTOR ISAURRALDE

Una vaca en la cocina

Isaurralde, Ignacio NestorUna vaca en la cocina / Ignacio Nestor Isaurralde. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4355-4

1. Poesía. I. Título.CDD 808.888

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenidos

EL SECRETO DE ROCKY

SOPA PARA CARDOZO

EL SECRETO DEL COMISARIO

EL SOLDADO CATRILEO

EL PAMPERO

UNA VACA EN LA COCINA

EL FRATERNAL

EL DÍA ESPERADO

UNA PROMESA DE DON LUIS

LA VENGANZA DE ESTEBAN

AMADO TIENE QUE GANAR

LOS CRISOLES

LA CASA Y EL PLATILLO

UNA PIEDRA INESPERADA

REGALO PARA MI PADRE

EL PRISIONERO

EL CUENTO DEL TÍO

LA GRAN ESTAFA

MI CABALLO FLECHA

EL HOMBRE DE LA CORTADA

UN AGUJERO EN EL DUVET

ISIDRO ARREDONDO

EL SOLDADO HIGUERA

QUE FRÍA ESTÁ EL AGUA

MI HERMANA LA NOVIA

AY, PATRIA MÍA

LA CIUDAD IDEAL

A MI PADRE

9 DE JULIO

SOY UN HOMBRE MAYOR

EL ÚLTIMO ADIÓS

YO SOY EL MURGUERO

TÚ TIENES UNA PENA

ADIÓS AMIGO MÍO

EL PIONERO Y LA CARRETA

LA CASA DE LAS PALOMAS

EL ÚLTIMO DIARIO

LOS ÁNGELES DEL LAGO QUILLEN

LA SIRVIENTA

EL DESPERTAR

REBELDE Y ALGO MÁS

MANTO DE NEBLINA

EL ÚLTIMO GUERRERO

LA SANGRE DEL LEÑADOR

SOY EL BASURERO

EL SECRETO DE ROCKY

El sol estaba sobre el cerro y su resplandor acariciaba las espigas del trigo, al lado del arroyo un hombre abría un hoyo, medía con sus pasos y convencido de ello, volvía a abrir otro nuevo.

Al otro día volvió, y ejecutó la misma operación. En la comisaría 22 de Zapala otro hombre hacía una denuncia, el oficial que lo atendió abrió grandes sus ojos, no podía creer que eso sucediera en su guardia, era sábado, y él tenía la total responsabilidad.

El comisario, jefe de la repartición sólo se lo podía molestar por una emergencia. Luego de pensar si levantaba o no el teléfono rojo, decidió jugarse por una alternativa. Llamó al personal que hacía de retén, una reducida patrulla, y salió a investigar por su cuenta instalándose a espalda del cerro Michacheo. Otros agentes de civil provisto de un binocular vigilaban desde una casa aledaña. Algunos vecinos alertados de aquel extraño suceso solo miraban a cubierto detrás de los árboles.

El hombre había dejado de cavar, estaba sentado y se tomaba con sus dos manos la cabeza, había un silencio en el cerro, el cielo se comenzaba a cerrar, todos estábamos inquietos. Quién era aquel hombre. El comisario alertado por su servicio de inteligencia se apersonó en el lugar y ordenó que lo dejen en lo suyo, quería saber en qué terminaría aquel embrollo. Pidió a todos que no se acerquen desde su posición estática. El hombre parecía rendido en su propósito, caminó hacia la calle, y sin ninguna evidencia del porqué, volvió sobre sus pasos. Nos vio, dijo un agente, nos vio. No lo creo, dijo otro más optimista, algo le pasa, está midiendo de nuevo, comienza a cavar otro hoyo. Quién será ese loco que me echó a perder un hermoso asado; no te preocupes dijo su compañero, ya se va a cansar y nos iremos. Después de tres horas de ver aquel topo cavar, y cavar, dejando un montón de hoyos sin tapar, algo inesperado pasó, el hombre se arrodilló y tomó algo, un envoltorio, se le oía gritar algo indescifrable para aquellos que lo observaban. Hizo unos movimientos con sus manos, qué sería aquello pensaba el comisario. Dio la orden de detenerlo; rodé lo, cuidado puede estar armado, gritó. El hombre era un indigente, había venido al pueblo en el tren de carga, anduvo rondando la estación y también cerca del cuartel; mirando la guardia con insistencia. Pero lo que buscaba era la sorpresa de todo, al acercarse la patrulla operacional y darle la voz de arriba las manos, fueron momentos de tensión, estuvieron a punto de dispararle si no fuera por un policía que dijo en voz alta, es Roky, es Roky.

El policía que gritó alertando, desorientándolos a todos había sido conscripto del grupo de Artillería de Montaña 6, compañero de este solitario hombrecito. Se acercaron despacio, los ojos de Rocky se fueron agrandando, estaba mudo, depositó el paquete a los pies de aquellos uniformados, y con una voz aflautada murmuró, vine a entregar algo que no me pertenece. Después de estas palabras quedó mudo, de sus ojos brotaron dos lagrimones que cayeron sobre el paquete recién desenterrado.

Abrieron el paquete muy despacio, adentro había un fusil automático, perteneciente al ejército. Muchos años habían pasado desde aquel expediente del arma perdida, un viejo suboficial había pagado con una mancha en su legajo. Alrededor de Rocky se iba formando un círculo, un agente veterano del servicio policial hacía de barrera a los curiosos, mientras otro lo esposaba. No estuvo mucho tiempo preso, la causa del robo había sido archivada, y quedó libre, aunque él no quería irse de la comisaría. Roky había venido de la provincia de Santa Fe, y nunca se fue de Zapala, la ciudad terminó adoptando como un integrante más. Todos se preguntaban por qué hizo semejante desastre, venganza, o qué.

SOPA PARA CARDOZO

Había anochecido, la chacra estaba en silencio, una vaca que teníamos de lechera la habíamos apartado, y encerrado su ternero. Los caballos estaban en su lugar a resguardo del frío, mi padre había hecho el rondín de vigilia, de herramientas, y cosas que a veces quedan diseminadas por el campo. El galpón donde guardaba mi hermano Julio sus sandías tenía un tremendo candado, aquello era su tesoro. Nuestra casa estaba bordeando el boulevard Rivadavia, y cruzando la calle comenzaba el monte de espinillos. Frente a nuestra casa había una chacra abandonada, los árboles de peras y de míspero era nuestra tentación. Allí había un aljibe, su profundo pozo de 17 metros de profundidad, parecía trascribir la historia de aquel lugar.

El cine era una gran novedad, las películas llegaban en el tren, algunas de importancia la recibíamos con retraso, y eran tan esperada que en el pueblo a lo último aquella noticia, era como un gran secreto. Había que anotarse y esperar el turno para aquella odisea.

Ese día, era como las veinte de la noche, la puerta de la casa que daba a la calle estaba cerrada, solo en el verano permanecía abierta hasta tarde, la puerta lateral que daba al patio, estaba entornada, nuestra madre estaba en la cocina, por lo general en la noche no cocinaba, se comía lo que quedaba del almuerzo. Mi padre, estaba en su pieza viendo a Tato Bores, en su flamante televisor Stromberg Carlson, era unas de las nueve personas privilegiadas del pueblo, en adquirirlo. La gente lo sabían por el monumento colosal de su antena de nueve tramos. Mi hermana Leonor Isabel estaba de cabeza en la heladera comiéndole el queso a nuestra madre. Yo miraba un patulucito, y mis hermanas más chicas con las tareas de la escuela. José Carlos, mi hermano estaba en el gallinero, vigilaba su trampa para atrapar una porfiada comadreja, que casi termina con sus gallinas. Se había apostado en el techo, y ahí permanecía estático, esperando vengarse.

En la casa había un visitante, era el primer novio que entró en ella, había caído en paracaídas, de repente, sin previo aviso, y ahí andaba antes nuestra mirada que dos por tres lo acuchillamos, era el Cesar Camozzi, que después fue nuestro cuñado. Todo esto pasaba aquella noche, cuando en un descuido, alguien se introdujo en la sala de estar, donde había una gran mesa donde todos comíamos. Aquel intruso se sentó en la cabecera, lugar de privilegio de nuestro padre y con todo lo que su voz le dio, agitando sus dos manos con firmeza las soltó levantando polvo en la mesa, el golpe retumbó en todos los rincones, como un zumbido hueco, mi padre levantó la cabeza pensando en nosotros, arrugó su nariz, afinando el oído, quería entender lo no comprendido, mientras Tato Bores seguía su monólogo.

Lo que siguió después aún me retumba en la cabeza, un grito como de terror, para afirmar algo inesperado; QUIERO SOPA MUJERES DE MIERDA, mi padre se fue incorporando despacio, alguien quería destrozarlo, y cacareando nomás. No alcanzó a ponerse las alpargatas, aquello gritaba urgencia. Se asomó despacio a la puerta del comedor, la voz no le parecía conocida; que era aquello. Entonces lo vio, un pequeño hombrecito sentado en su silla, destronando su poder. En eso intercedió César, aprovechando la oportunidad para ganar puntos tal vez, levantó al señor que había entrado sin ser invitado, rompiendo las reglas y el protocolo de la casa.

Todos esperábamos qué iba a hacer nuestro padre con aquel individuo, hasta César; solo lo miró, y le hizo una seña, como una mueca de jugada de truco, invitándolo a borrarse cuanto antes. Aquel hombre estaba perdido, era Cardocito, hermano de la costurera del barrio, estaba borracho.

EL SECRETO DEL COMISARIO

Corría el año 1989, yo había sido trasladado al grupo de artillería con asiento en La Paz, provincia de Entre Ríos. Llegué en pleno conflicto interno, ese día atacaron la tablada. Apenas pisé el cuartel, me esperaba el bulto, y varios camiones con doscientos soldados. Tanto problema que me hacía por el protocolo, que apenas asomé la cresta, casi me enlaza para llevar en andas. Fue duro aquello en Rosario, cinco mil obreros estaban en rebeldía, había que apaciguarlos con estrategias psicológicas, nosotros éramos tres suboficiales; nos agrandamos, no en poder de armas, porque eran ellos los fabricantes de estas. Usamos la cabeza, eran obreros argentinos, reclamaban salarios dignos, había que entender aquella situación; y así lo hicimos. Programamos campeonato de fútbol, y otras actividades relacionadas a la competencia grupal, y la culminación fue un éxito.

Estuvimos cinco meses, luego volvimos al cuartel base, en el cual también revistaba el sargento ayudante Romero, él era encargado del depósito de rezago; lo apodaban “el Comisario”. Le gustaban los caballos, y tenía pasión por las carreras. En el regimiento había una caballeriza, algunos oficiales practicaban polo, y aquellos animales estaban bien entrenados. Romero el fin de semana pagaba para que le hiciéramos la guardia si aquella le tocaba. Aquellas carreras se realizaban en estancias y pueblos aledaños, mucha concurrencia, y apostadores. Había una carrera que el comisario había ganado, y su fama llegó como pólvora seca al cuartel, había hecho unos cuantos pesos, y todos lo elogiaban. Pero el caballo de Romero, era el misterio del cuartel. Ante tanta expectativa, nombró a un primo como su legítimo dueño; hasta el jefe lo felicitó.

Al cabo de unos días, se programaba una carrera en Santa Elena, era un evento que realizaba la comisión del frigorífico que estaba juntando fondos para abrirlo; hacía años que estaba cerrado. Esta carrera era muy importante, venían caballos de Buenos Aires, de Uruguay, y estaba anotado un famoso caballo de Corriente, “el Zorrino”. Romero daba vuelta por el cuartel, andaba nervioso, alguien le preguntó si participaba el caballo de su primo, no lo sé; contestó.