Una vida sin rumbo - Barbara Gale - E-Book

Una vida sin rumbo E-Book

Barbara Gale

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Beschreibung

Si pudiera pedir un deseo, pediría encontrarse en cualquier otro lugar… Harry Bensen acababa de encontrarse con la supermodelo Althea Almott, la mujer que le había roto el corazón años atrás y que ahora iba a ayudarlo a recuperarse. Harry no sabía si llorar o reír. Por varios motivos, tanto profesionales como personales, Althea había tenido que abandonar al mundialmente famoso fotógrafo. Ahora no podría hacer lo mismo, ya que, literalmente, Harry había caído a sus pies. Además, él era el único hombre que le había dejado huella en su vida. El problema era que cuando se recuperase, no querría tener nada que ver con una mujer recién divorciada… Al menos eso creía ella.

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Seitenzahl: 192

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2005 Barbara Einstein

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una vida sin rumbo, n.º 1599- octubre 2017

Título original: Picking Up the Pieces

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-505-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

SI hubiera podido pedir un deseo, habría sido encontrarse en cualquier otro lugar excepto allí.

Pero no podía ser.

Estaba allí y ella, también.

Harry se quedó mirando a Althea.

Iba vestida de manera muy elegante y acababa de entrar por la puerta giratoria del aeropuerto Kennedy.

A instante, los recuerdos se apoderaron de él.

Harry se apresuró a apartarlos de su mente pues Althea estaba ahora casada con un embajador.

Aun así, Harry no pudo evitar quedarse sin aliento y sentir el mismo dolor que sentía siempre que veía una fotografía suya en la prensa u oía algo acerca de ella en la radio. Era consciente, perfectamente consciente, de que debería haber salido corriendo en la dirección opuesta, pero fue incapaz de parar a sus pies, que se empeñaban en seguirla.

Daba igual lo que le dijera su sentido común porque las viejas heridas y la curiosidad eran una combinación mortal.

La enorme terminal de llegadas estaba vacía, algo poco usual, pero todo tenía su explicación. Estaban en pleno enero y era de noche. No mucha gente viajaba en aquellas condiciones.

La terminal era enorme y estaba en silencio, algunos pasajeros deambulaban de un sitio para otro y hablaban, pero ante todo se veía personal de seguridad. También había conductores de limusinas con carteles, pero no tenían mucha pinta de ir a salir de allí porque la ciudad de Nueva York estaba tomada por una tormenta de nieve.

Así que a Harry no le costó mucho seguir a Althea, que salió, se colocó en la parada de taxis y se quedó mirando cómo caía la nieve.

Harry pensó que, a juzgar por su comportamiento, no era consciente del alcance de la nevada.

Viendo cómo iba vestida, pensó que lo más probable era que cuando hubiera tomado el avión no supiera el tiempo que hacía en Nueva York.

Había tenido suerte de que su avión hubiera podido aterrizar porque unos momentos antes Harry había oído que todos los vuelos habían sido derivados a Boston.

A Harry le parecía increíble que se encontraran en Nueva York cuando hubiera habido ocasiones más fáciles en lugares más pequeños en aquellos años.

Harry se cambió la bolsa de hombro, se pasó los dedos por su pelo rubio y liso y se ajustó la gorra de béisbol.

Decidido a sonar natural, a que Althea no se diera cuenta de lo nervioso que estaba porque, al fin y al cabo, tenía treinta y cinco años, se acercó a ella.

—Vaya, vaya, vaya, ¿pero a quién tenemos aquí? Si es la mismísima Althea Almott en persona —le dijo.

Althea se dio la vuelta y se quedó mirándolo estupefacta.

—¿Ese suspiro ha sido por mí o a causa de mí? —añadió Harry ocultando su fastidio.

Althea volvió a girarse, se resguardó en su abrigo y levantó el mentón. Aunque era de piel oscura y eso la ayudaba a disimular cuando se sonrojaba, le latía el corazón aceleradamente y estaba haciendo un gran esfuerzo para ocultar la sorpresa que le producía haberse encontrado con él.

—¿Nos conocemos? No me suena usted de nada. Creo que me ha confundido con otra persona.

—Han pasado diez años, pero te reconocería en cualquier lugar, cariño. No has cambiado absolutamente nada. Sigues teniendo un rostro precioso y una disposición de lo más dulce —sonrió Harry.

—No como tú, Harry —contestó Althea paseando con desprecio su mirada sobre los desgastados vaqueros de Harry.

A pesar de su apariencia desaliñada, de que parecía cansado y de que necesitaba desesperadamente un buen corte de pelo, seguía siendo tan alto como lo recordaba, tan rubio y tan guapo y, por lo visto, tan molesto a juzgar por su tono de voz.

—¿No te gusta mi increíble forma de vestir? —se burló Harry.

Si Althea supiera lo enfermo que había estado, lo exhausto que se encontraba en aquellos momentos, preguntándose cuánto tiempo le iban a sujetar las piernas, quizás se hubiera mostrado más amable.

Claro que siempre había sido así, siempre se habían peleado por la mínima tontería y ahora, diez años después, les habían bastado dos minutos juntos para lanzarse uno a la yugular del otro.

Harry decidió no seguirle el juego.

—Tú estás maravillosa —le dijo sinceramente—. ¿Viajas sola?

Althea se encogió de hombros.

—¿Y tú?

—Yo siempre viajo solo —contestó Harry con una sonrisa de medio lado.

—¿Eso quiere decir que no te has casado?

—No, sólo estoy casado con mi profesión —contestó Harry cambiando de tema abruptamente—. ¿Estás esperando un taxi? Por si no te has dado cuenta, está nevando mucho y las máquinas están retirando la nieve de las carreteras, pero van a tardar horas, así que me parece que te vas a tener que venir conmigo.

—No, prefiero esperar —contestó Althea viendo cómo los enormes copos de nieve caían con fuerza.

Althea era consciente de que Harry le estaba diciendo la verdad.

—Bueno, si quieres, espero contigo —comentó Harry agarrando su maleta.

—Espera un momento, de mi equipaje me ocupo yo —le dijo Althea.

¿Pasar varias horas con el único hombre que le había llegado al corazón? ¡No, gracias! Sin embargo, Althea vio cierto desafío en los ojos de Harry y comprendió que aquello era una locura, que con la tormenta que estaba cayendo no se podía quedar allí fuera.

Aquello era ridículo.

—Ahora que lo pienso, ¿por qué estás sola? ¿Dónde están tus guardaespaldas? ¿No debería haber una limusina esperándote, princesa? Y, por cierto, ¿dónde está tu marido, Allie?

Althea hizo una mueca de disgusto al oír aquel apodo, pero Harry se limitó a reír.

—Perdón, la fuerza de la costumbre. En fin, madame Boylan, ¿dónde está su marido el embajador? —repitió Harry sin rastro de humor en la voz—. No puedo evitar preguntarme qué haces aquí sola, al otro lado del Atlántico sin tu marido. No creo que la mujer de un embajador pueda subirse a un avión así como así e irse sola a Nueva York de compras.

—Si te interesa, Daniel está en París —contestó Althea avanzando por la acera en dirección al interior de la terminal.

Harry se quedó mirando sus larguísimas piernas y su elegante forma de andar, que ponía en evidencia su pasado como modelo.

—¿Y sabe que estás aquí sola sin protección? —insistió Harry corriendo tras ella—. Si mis ojos no me engañan, esos zapatos que llevas son de primavera, así que aquí pasa algo —añadió agarrándola del brazo—. No parece que tuvieras planeado este viaje. ¿Qué está ocurriendo, Althea?

Lo tenía tan cerca que Althea sentía su aliento en el pelo y se maravilló al darse cuenta de que sus manos todavía la hacían estremecerse y lo rápido que respondía ante él, como si diez años no fueran nada.

Althea intentó zafarse, pero Harry no se lo permitió y siguió mirándola intensamente a los ojos.

—Déjame en paz, Harry. Sí, es cierto que no llevo los mejores zapatos para la nieve, pero eso es simplemente porque no he tenido tiempo de escuchar el parte meteorológico antes de tomar el avión. De haber sido así, me habría puesto unas botas, pero ya ves…

No llevaba botas, no tenía taxi, y el único que andaba por allí era Harry Bensen.

«Desde luego, después de la huida de París, esto es justicia poética», pensó Althea.

—Estamos en el aeropuerto Kennedy, así que terminará apareciendo un taxi. No hace falta que te molestes y te quedes conmigo. Me puedo ocupar perfectamente de mí misma.

—Eso nadie lo sabe mejor que yo —contestó Harry en tono cortante—. En cualquier caso, me parece que sería una pena que esos preciosos zapatos se estropearan.

—De ser así, ya me compraré otro par.

—Sí, ésa es la Althea de siempre. Comprar, comprar y comprar. Todo tiene un precio.

—No, todo no —le espetó Althea—. Dios mío, con la cantidad de aeropuertos que hay en el mundo… de verdad, Harry, hubiera preferido no encontrarme contigo.

—Ya ves, has tenido esa suerte —contestó Harry.

—¿Por qué no te vas y me dejas en paz?

—¿Y olvidarme de que te he vuelto a ver? —sonrió Harry divertido.

—Exacto —contestó Althea esperanzada.

—Demasiado tarde, cariño. Tu marido el embajador se pondría furioso si supiera que te he dejado aquí sola.

—Lo que mi marido piense da igual —contestó Althea—. Prefiero esperar sola.

—¿Esperar a qué? —dijo Harry abriéndole la puerta de la terminal—. Venga, vamos a tomar un café. Hace mucho frío.

Althea estaba evidentemente enfadada, pero a Harry le daba igual. Le estaba empezando a doler la cabeza y eso quería decir que le estaba subiendo la fiebre y lo último que le apetecía en el mundo era discutir.

—No juegues conmigo, Althea.

—Esto no es ningún juego. Yo no juego.

—Entonces, las cosas han cambiado —contestó Harry sintiéndose muy cansado de repente.

Si Althea supiera que llevaba cuatro meses haciendo fotografías por las selvas de Suramérica, entendería que estaba exhausto.

Claro que una hora con ella podía ser también agotadora. A lo mejor, debía seguir su consejo y dejarla en paz, hacer como que no la había visto.

La misteriosa infección a la que estaba intentando sobreponerse y que lo hacía sentirse increíblemente débil no se lo ponía fácil.

Tampoco el clima de Nueva York le estaba ayudando en absoluto. Debería haberle hecho caso al médico y haberse ido a Cancún a tirarse en la playa hasta verano.

Menos mal que, dentro de todo aquello, no había ningún periodista cerca porque Harry ya se podía imaginar los titulares.

La mujer del embajador atrapada por una tormenta de nieve junto a un ex novio.

Harry se quedó mirando a Althea, que estaba sentada en el borde de una silla, intentando ocultar su rostro con unas enormes gafas de sol aunque eran las tres de la madrugada.

Como si, de haber habido algún periodista cerca, no hubiera reconocido a la modelo de color más famosa del mundo.

Ex modelo.

Ahora era la mujer del embajador americano en Francia, ya no era la chica de Alabama de la que Harry se había enamorado perdidamente diez años atrás.

Parecía otra mujer. Incluso su piel oscura brillaba ahora como una perla, llevaba un collar de diamantes alrededor del cuello y ropa hecha a medida por Versace.

Estaba completamente fuera de su alcance.

Ahora, cenaba con príncipes y princesas.

Al ver que la gente comenzaba a tumbarse en las sillas, Althea comprendió que estaba realmente atrapada en el aeropuerto.

Era obvio que no le hacía ninguna gracia.

—Harry, te agradezco mucho que te preocupes por mí —le dijo quitándose las gafas—, pero yo no te he pedido ayuda, así que te agradecería que dejaras mi maleta y te fueras.

Lo estaba mirando con sus famosos ojos color ámbar, pero Harry ni se inmutó.

—Althea, te aseguro que lo haría, pero mi conciencia me lo impide. Va a seguir nevando durante buena parte de la noche, así que, nos guste o no, estamos atrapados juntos en el aeropuerto, así que, ¿cómo quieres que lo hagamos?

Dicho aquello, se quedó mirándola mientras Althea consideraba la pregunta.

—Mira, Althea, te propongo un trato. Te prometo que no te haré preguntas. Así, mi conciencia me dejará dormir tranquilo y tu intimidad estará a salvo.

De repente, Harry sintió que había roto a sudar y que la bilis le subía por la garganta y la cabeza le daba vueltas a toda velocidad.

Desde luego, no era el mejor momento para que le sucediera aquello. Si seguía así, no iba a poder ni llegar a casa. ¿Por qué no le hacían efecto las malditas pastillas?

Althea…

No podía hablar.

Althea… mi cabeza… no puedo respirar… Althea, deja de moverte… Althea…

Capítulo 1

 

LA sala de espera del hospital Elmhurst estaba helada y tenía poca luz, pero a Althea no le importaba porque tenía un buen abrigo para protegerse del frío y el protocolo del hospital para distraerse.

Esperar a una ambulancia en el aeropuerto había sido desesperante, pero el vehículo había llegado por fin y ahora estaba rellenando los documentos de ingreso y le estaban haciendo un montón de preguntas para las que no tenía respuesta.

Pero daba igual. Siempre y cuando lo atendieran, lo demás daba igual.

Qué raro se le hacía haberse encontrado con él.

Althea jamás había olvidado a aquel hombre.

¿Acaso puede una mujer olvidar a su primer amor?

Cuando, por fin, la dejaron verlo, Harry tenía varios cables pegados al pecho, estaba conectado a diversos monitores y le estaban administrando en vena varios medicamentos.

Althea sonrió aliviada, pero se dio cuenta de que Harry parecía muy frágil pues tenía los labios blancos y secos y un horrible color amarillento por el resto del cuerpo.

Haciendo un gran esfuerzo para no besarlo en la frente, Althea le pasó los dedos por la sien, que le ardía.

Al sentir sus dedos, Harry abrió los ojos.

—Hola, soldado, ¿qué tal te encuentras? —murmuró Althea.

Aunque estaba exhausto por la enfermedad, deshidratado y mareado por los medicamentos, Harry tuvo que hacer un gran esfuerzo para no saltar de alegría al ver quién estaba junto a su cama.

Althea se inclinó sobre él, lo miró preocupada y le apartó el pelo de la frente. Obviamente, también estaba haciendo un gran esfuerzo para no dejarse llevar por la tristeza.

—Harry, ¿por qué no me habías dicho que estabas enfermo? No, no contestes —le dijo sonriendo tímidamente—. Ha sido culpa mía, no tenía ni idea, me tendría que haber dado cuenta. Malaria. No te puedes imaginar el susto que me has dado cuando te has desmayado en el aeropuerto sin previo aviso.

—La próxima vez… te haré llegar… un telegrama.

—Te lo agradecería —lo reprendió Althea con ternura recordando el horror que le había producido verlo caer al suelo—. No pasa nada. Los médicos no tienen muy claro lo que tienes, pero te están administrando antibióticos. Te están haciendo pruebas y dicen que te vas a poner bien. También han dicho que te tienes que cuidar más, que tienes que dejar de viajar, para empezar.

—¿Han dicho eso?

—Eso y mucho más —contestó Althea—. Creo que han dado por hecho que era tu esposa.

—¿Y tú no les has dicho que no es así?

—¿Para qué? —contestó Althea haciéndole sonreír levemente a pesar de la elevada fiebre.

A continuación, le mojó los labios con hielo y le pasó una toalla húmeda por el rostro y el cuello, algo que Harry agradeció sobremanera.

Althea no quería molestarlo, pero tampoco quería dejarlo solo, así que se sentó a su lado durante una hora, hasta que entró una enfermera a cambiarle el goteo. Aunque la mujer le dijo que se podía quedar todo el tiempo que quisiera, Althea decidió que había llegado el momento de irse.

—Ahora qué estás salvo, me voy a ir a casa —murmuró.

Al oír el ruido de la silla, Harry abrió los ojos.

—¿Vas a volver? —le suplicó Harry mirándola a los ojos.

¿Cómo negarse?

Althea asintió y le apretó la mano con dulzura, ignorando el vuelco que daba su corazón.

Tiempo atrás, había dejado a Harry Bensen, algo de lo que no estaba orgullosa, y suponía que Harry no se lo habría perdonado.

Lo que ocurría era que ahora, encontrándose terriblemente débil y enfermo, necesitaba a alguien que lo conectara con el mundo exterior.

Sí, Althea estaba dispuesta a hacer de enlace y a darle todo lo que estuviera en su mano; así, de alguna manera, lo recompensaba por lo que le había negado en el pasado.

Sucumbiendo por fin a su deseo, se inclinó sobre él, lo besó en la frente y le prometió que volvería.

 

 

Estaba amaneciendo cuando Althea salió del hospital.

Una vez en la calle, tomó un autobús que había conseguido abrirse paso a través de las calles nevadas de Nueva York, que estaba preciosa, toda blanca.

El autobús tomó dirección a Manhattan y la dejó a dos manzanas de su casa del West Side, así que Althea tuvo que andar un poco para llegar y lo hizo con sumo cuidado para no resbalar.

Hacía casi un año que no iba por allí, pero Broadway no parecía haber cambiado mucho.

Althea abrió las pesadas puertas de madera del vestíbulo de entrada de su edificio y comprobó que seguía exactamente igual.

Seguía habiendo espejos de marcos dorados colgados de las paredes y sofás entelados en tonos rosados.

Al instante, Althea se sintió como en casa.

Al verla entrar, el portero se puso en pie con una tímida sonrisa y le bloqueó el paso sutilmente.

Se trataba de un empleado nuevo y no la conocía, así que lo único que veía era a una mujer de color entrando a toda velocidad de la calle y manchándole su inmaculado suelo.

—Buenos días —la saludó el hombre.

Althea comprendió que estaba esperando una explicación, pero ella no estaba dispuesta a dársela.

Debía de estar preguntándose si era posible que aquella mujer viviera allí. A lo mejor, venía de visita. ¿Se trataría de una doncella que se había equivocado de entrada? No, una doncella no llevaba un abrigo de piel como el suyo.

No, aquella mujer, aunque fuera de color, no era doncella de nadie. Además, era demasiado joven y demasiado guapa.

Finalmente, el hombre se apartó y la dejó pasar.

—Vivo aquí —lo informó Althea en tono cortante mientras abría la puerta del ascensor.

Furiosa, llegó a su casa, abrió la puerta y se dejó envolver por el silencio del apartamento, que se le antojó reflejo perfecto de su vida.

Althea se dijo que no debía ser melodramática, pero no pudo evitar pensar que su futuro era de lo más incierto.

A continuación, se quitó los zapatos, que habían quedado completamente destrozados, y el abrigo y encendió la calefacción al máximo.

Mientras encendía las luces de todas las habitaciones, se dijo que no debía tomar una decisión en un día, ni en una semana ni siquiera en un mes.

La adicta al trabajo que habitaba dentro de ella le estaba haciendo aquella demanda completamente irracional.

No, no le iba a hacer caso, no había prisa.

Althea entró en su dormitorio, el lugar preferido de su casa. Estaba decorado en todos los tonos de rosa imaginables, con una gran cama en el medio y muchas almohadas y una pila de libros siempre en la mesilla de noche.

Aquél era su paraíso.

Althea rebuscó en el armario con la esperanza de que siguiera allí su par de calcetines de lana favorito.

Aunque era meticulosa con su apariencia en público, cuando estaba sola en casa jamás se maquillaba y siempre estaba en mallas y calcetines.

Después de haberse cambiado, descolgó el teléfono y llamó al supermercado que había en la parte baja del edificio para pedirles leche y mantequilla, un trozo de queso cheddar, pan y naranjas.

A continuación, puso una nota en el frigorífico para recordarse a sí misma que debía llamar al aeropuerto Kennedy para que le enviaran el equipaje ya que se lo había dejado allí cuando Harry se había desmayado.

Tras tomarse una taza de té que encontró en uno de los armarios de la cocina, Althea se dirigió al baño, abrió los grifos y se preparó un buen baño de espuma.

Una vez dentro del agua, se relajó por primera vez en muchas horas.

Tenía muchas cosas en la cabeza y se dijo que debía empezar a tomar decisiones. Después de las maneras dominadoras de su ex marido, se le antojaba un gran alivio poder tomar sus decisiones por sí sola de nuevo.

Así, decidió que iba a llamar a su madre para que no llamara a sus amigas o, todavía peor, a su ex marido.

Tampoco sería mala idea llamar dentro de unos días a la agencia para la que solía trabajar y decirle a su agente, Connie Niles, que quería volver a las pasarelas.

Había conocido a su agente nada más llegar a Nueva York desde Alabama y se habían hecho amigas inseparables porque Connie también era afroamericana.

Althea había decidido firmar un contrato con ella en exclusiva porque acababa de abrir una agencia y estaba buscando caras nuevas.

Nada más verla, nada más percibir su alta y elegante percha, su piel negra y cremosa y sus ojos dorados, Connie le había dicho que la haría llegar muy alto y, aunque habían tardado dos años, así había sido.

La agencia de modelos Niles era una de las más respetadas actualmente en el mundo, así que Althea no creía que Connie fuera a tener mucho problema en darle trabajo de nuevo.

También llamaría a algunos viejos amigos que había dejado en la ciudad, necesitaba hacerse la manicura y encontrar un gimnasio pues debía ponerse en forma.

Sí, iba a volver a ser dueña de su vida y, si la imagen de Harry Bensen aparecía en su cerebro una y otra vez para distraerla, se apresuraría a borrarla.

Por desgracia, Harry apareció en sus sueños aquella noche y Althea se encontró reviviendo el momento en el aeropuerto en el que, reconociendo su voz, se había girado y se había encontrado con aquel hombre alto, de pelo rubio y largo que le sonreía.

Y, entonces, había sido como si los últimos diez años no hubieran pasado y como si hubieran vuelto a aquel tiempo en el que se querían con locura, cuando una sonrisa así era todo un poema de amor.

 

 

La siguiente vez que fue a ver a Harry, lo encontró un poco mejor.

—Veo que has comido —comentó mirando la bandeja vacía que había junto a la cama.

—Sí, pero sólo sopa y un poco de gelatina —contestó Harry.

—Te he traído un montón de revistas y unos crucigramas.

Harry sonrió encantado.

En aquel momento, llegó su editor.

—Hola, viejo amigo, ¿qué tal estás? —dijo acercándose a la cama de Harry—. Hola, soy Leonel Murray, el editor de Harry.

—Encantada —contestó Althea estrechándole la mano—. Yo soy Althea Almott, una… amiga de Harry —añadió Althea mirando a Harry de reojo.

—Sí, Althea es una antigua amiga —añadió él.

—Sí, la cosa es que tu cara se me hace conocida —comentó Leonel muy sonriente.

—Era modelo —le aclaró Harry.

—Ah, la modelo —exclamó Leonel—. Y buena samaritana porque tú lo trajiste aquí desde el aeropuerto, ¿no?