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Tenía al hombre perfecto delante de sus narices. Cuando a Freya la dejaron plantada en el altar, se mostró tan vulnerable que el obstinado y taciturno Jackson Falcon descubrió su lado protector. A Freya le sorprendió el comportamiento de Jackson. Habían pasado tanto tiempo negando cualquier interés romántico el uno por el otro que no había visto lo amable, cariñoso y guapísimo que era realmente. Pero tenía el corazón cerrado y, a pesar del encanto de Jackson, no podía confiar en él. Ahora dependía de Jackson demostrarle a Freya que era el hombre adecuado para ella y que siempre lo había sido.
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Seitenzahl: 189
Veröffentlichungsjahr: 2014
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2014 Lucy Gordon
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Unidos por fin, n.º 2549 - julio 2014
Título original: The Final Falcon Says I Do
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4593-0
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
IBA a ser la boda del año. En una elegante iglesia del centro de Londres, abarrotada de gente rica y famosa, Amos Falcon, el gigante financiero cuyo nombre inspiraba respeto y furia en igual medida, acompañaría a su hijastra al altar para que se casara con Dan Connor, un hombre importante en la industria televisiva. Pero eso no impresionaba a Amos Falcon. Todo el mundo sabía que había querido casar a su hijastra con uno de sus propios hijos, pero no lo había conseguido. Una de las pocas ocasiones en las que no se salió con la suya. La emoción iba creciendo. La boda era a mediodía, pero las cámaras de televisión estaban allí desde una hora antes. Corría el rumor de que iba a asistir toda la familia Falcon, lo que significaba que estarían los cinco hijos de Amos, que llegarían de Inglaterra, Estados Unidos, Rusia y Francia. Algunos eran famosos y ricos. Todos eminentes. Y nadie quería perderse su llegada.
–Travis Falcon –suspiró una joven periodista–. Ay, espero que aparezca. Siempre veo sus series de televisión y me encantaría conocerlo.
–¿Crees que vendrá desde Los Ángeles hasta Londres? –preguntó Ken, el cámara que iba con ella.
–¿Por qué no? Estuvo en Moscú el mes pasado para asistir a la boda de Leonid. Oye, ¿quién es ese?
Un murmullo de expectación acogió la llegada de un coche de lujo, del que salió una pareja elegantemente vestida. Pero luego se escuchó un tenue gemido de desilusión. Aquel hombre no era Travis.
–Marcel Falcon –murmuró Ken–. El hermano francés. Y el que va en el coche de atrás es Leonid.
Ken apuntó la cámara hacia los dos hermanos cuando subieron los escalones de la entrada y desaparecieron en el interior, y luego la dirigió rápidamente a otro coche, del que salieron un hombre y una mujer.
–Darius –dijo Ken–. El inglés.
–¿Y qué pasa con Jackson? –preguntó la joven–. Él también es inglés, y después de Travis es el más conocido por las series documentales que hace para televisión.
–No es un invitado cualquiera. Es el padrino, y llegará con el novio. Después lo harán Amos y Freya, la novia. ¡Ah, mira quién sale del coche! Es la madre de Freya, la actual esposa de Amos Falcon.
La señora Falcon tenía unos cincuenta y tantos años, era esbelta y elegante, pero tenía un aire reservado que la hacía sobresalir en aquel ambiente. Se apresuró a subir la escalera, como si se sintiera incómoda bajo los focos.
En el interior de la iglesia, Darius, Marcel y sus esposas la esperaban. La abrazaron con cariño y Darius dijo:
–Hoy debe de ser un día muy feliz para ti, Janine. Freya ha escapado por fin del terrible destino de tener que casarse con uno de nosotros.
Su madrastra le miró con afecto.
–Sabes muy bien que os tengo mucho cariño a todos –aseguró–. Y, si Freya hubiera querido realmente casarse con uno de vosotros, yo no habría tenido ningún problema. Pero ya sabes cómo es Amos…
Ellos asintieron, conscientes de lo obstinado que podía llegar a ser Amos cuando se le metía una idea en la cabeza.
–¿Cómo le convenciste para que concediera la mano de Freya? –murmuró Harriet, la mujer de Darius–. Creí que era lo último que deseaba hacer.
–Así es –reconoció Janine–. Le dije que, si no lo hacía él, lo haría yo. Cuando se dio cuenta de que lo decía en serio, se rindió. Cuando pensó que podríamos tener una desavenencia familiar en público…
–La gente se habría reído de él –afirmó Harriet–. Y no habría podido soportarlo. Casarse contigo es lo mejor que le ha pasado en la vida a Amos. Eres la única persona que puede evitar que haga tonterías.
–Shh –Janine le puso un dedo en los labios–. Nunca le digas que te lo he dicho.
–Te lo prometo.
Unas exclamaciones de júbilo en el exterior los pusieron en alerta.
–Travis –dijo Harriet–. Cuando les oyes gritar de alegría es porque viene Travis. Apuesto a que está lanzando besos a todo el mundo y rodeando con los brazos la cintura de las chicas.
–No si Charlene está con él –observó Janine–. Está obsesionado con no herir sus sentimientos.
–Y lo más gracioso es que a ella no le importa –comentó Darius–. Puede hacer lo que le plazca porque Charlene sabe que come de su mano.
–A mí me parece un acuerdo perfecto –aseguró su esposa.
–Porque sabes que cuando tú chasqueas los dedos yo acudo, ¿verdad? –le dijo Darius sonriendo.
La mirada que compartieron parecía resumir la felicidad que derrochaba toda la familia aquellos días. Uno a uno, los hijos habían encontrado a las mujeres perfectas para ellos.
Darius les había dado la espalda a las mujeres de la alta sociedad y se había casado con Harriet, una chica de la isla de la que era dueño. Marcel había encontrado de nuevo el amor con Cassie, la mujer que una vez perdió. Travis había buscado la protección de Charlene para refugiarse del acoso de la prensa, y había descubierto que la necesitaba más de lo que nunca se imaginó. Y el amor de Leonid y Perdita había sobrevivido a peleas y malentendidos porque estaban predestinados desde que se conocieron. Solo quedaba un hijo soltero: Jackson, que le había presentado a Freya a Dan Connor, el hombre con el que se iba a casar aquel día.
–¿Sabe alguien algo del novio? –preguntó Harriet.
–Es el dueño de una importante productora de televisión –explicó Travis–. Sus documentales han convertido a Jackson en una estrella.
–Ya va a empezar la ceremonia –intervino Janine.
–Sí. Será mejor que ocupemos nuestros sitios –sugirió Travis–. Dan y Jackson ya deberían estar aquí. Me pregunto dónde se han metido.
–¿No estás listo todavía? –gritó Jackson a través de la puerta entreabierta del dormitorio–. El coche ya está abajo.
–Casi –respondió Dan apareciendo–. Solo me faltan los últimos toques.
El espejo le devolvió la imagen de dos hombres de treinta y tantos años, ambos altos y guapos, ambos vestidos para una boda.
Jackson era el más guapo de los dos. Tenía una sonrisa encantadora capaz de transformarle. La gente solía decir que, de todos los hijos, era el que más se parecía a Amos Falcon. Tenía el rostro adusto y las facciones firmes como él. El cabello blanco de Amos fue una vez castaño claro, como el de Jackson, y tenían los ojos del mismo azul profundo.
–¿Estoy bien? –preguntó Dan mirándose al espejo.
–A mí me parece que sí –aseguró Jackson sonriendo–. Eres la viva imagen del novio absolutamente feliz.
Dan le miró con rencor.
–Cállate, ¿quieres? No existe eso del novio absolutamente feliz. Todos temblamos de miedo ante el paso que estamos a punto de dar.
–Ahora que lo dices, tienes razón –reflexionó Jackson–. Mis hermanos estaban muy nerviosos en sus bodas. Al menos, hasta que tuvieron bien atadas a sus novias. Entonces se relajaron.
Pero Jackson se dio cuenta de que había algo más detrás de la tensión de Dan. Dan estaba en la flor de la vida, era rico y exudaba seguridad en sí mismo. Eso le había ayudado a levantar Producciones Connor, conocida por sus coloridos documentales. También le había llevado a sobrevivir en el mundo de las relaciones sin llegar nunca a comprometerse.
Pero, cuando Jackson le presentó a Freya, aquel recelo empezó a desvanecerse, hasta que de pronto, sin previo aviso, hizo una decidida proposición. Jackson lo sabía porque estaba sentado dos mesas más allá en el mismo restaurante, y había escuchado claramente a Dan decir:
–¡Ya está! He tomado una decisión. Lo que tienes que hacer es casarte conmigo.
Freya había soltado una de aquellas carcajadas que constituían uno de sus encantos.
–Ah, ¿tengo que hacerlo? –bromeó.
–Sin duda. Está todo arreglado. Serás la señora Connor –le pasó una mano por la nuca y la atrajo hacia sí, sin importarle que los demás comensales se rieran y aplaudieran. Al día siguiente le compró un anillo con un diamante y comenzaron las celebraciones.
Jackson se alegraba por los dos. Freya había sido su hermanastra durante seis años. Su relación podía calificarse de irregular. A veces se llevaban bien, y a veces ella le retaba.
–¿Quién eres tú para darme órdenes? –le preguntó una vez.
–Yo no estoy…
–Sí lo estás. Ni siquiera eres consciente de ello. Eres igual que tu padre.
–¡Eso es horrible!
–¿Por qué? Creía que lo admirabas.
–A veces –contestó él–. Pero no me gusta cuando da órdenes sin darse cuenta. Yo no soy como él, así que retíralo.
La pelea terminó con risas, como solía suceder entre ellos.
Jackson la tenía ahora en alta estima. Era una chica sensata con la suficiente inteligencia para haber obtenido el título de Enfermería con notas altas, que sabía pelearse de forma divertida. No sería nunca una gran belleza, pero tenía un aspecto agradable. Tenía que reconocer que Dan había elegido bien.
Justo después de su compromiso, Jackson tuvo que marcharse a filmar un documental al otro lado del mundo. Regresó una semana antes de la boda y se dio cuenta de que su amigo estaba muy nervioso. No le dio mucha importancia, pensando que se trataría de los típicos nervios de antes de la boda.
–Vamos –dijo abriendo la puerta de la calle–. Es hora de irnos.
–Un momento –le pidió Dan–. Hay algo que…
–Deja de preocuparte. Llevo el anillo –Jackson se sacó del bolsillo una cajita, la abrió y mostró la alianza de oro–. Esto es lo que te tenía inquieto, ¿verdad?
–Claro, claro.
La tensión del tono de Dan hizo que Jackson le mirara con cariño y le diera una palmadita en el hombro.
–Todo está bien –le aseguró–. Nada puede salir mal. Es hora de irnos.
En unos instantes estuvieron abajo, saludando al chófer, y se sentaron en la parte de atrás del coche. La iglesia no estaba muy lejos, pero había mucho tráfico aquella mañana. Cuando empezaron a avanzar a paso de tortuga, Jackson exhaló un suspiro de frustración.
–Si tardamos más, papá y Freya llegarán antes que nosotros.
–¿De verdad va a dejar Amos que se case? No me hago a la idea.
–¿Por qué no iba a hacerlo? Ah, ¿lo dices porque quería que se casara con uno de sus hijos? Cuando Leonid se casó con Perdita solo quedaba yo, y le dije que se olvidara. Me cae bien Freya, pero nada más.
–¿Y por eso me la presentaste a mí? ¿Con la esperanza de que yo hiciera lo que tú no querías hacer?
–Claro que no –afirmó Jackson asombrado–. No tenía ningún plan secreto.
–Vamos, confiabas en que el viejo se rindiera. Pero no fue así. Removió cielo y tierra para evitar esta boda.
–¿Qué diablos quieres decir con eso?
–Vino a verme cuando empecé a salir con Freya. Me advirtió que me alejara de ella. Insinuó que, si no lo hacía, podría perjudicarme financieramente.
–Pero tú le dirías que se perdiera, ¿no?
–No le dije nada. No tuve oportunidad. Dijo lo que tenía que decir y se marchó dando un portazo. Supongo que dio por hecho que haría lo que él decía.
–Sí –murmuró Jackson–. Él funciona así. Amedrenta a la gente. Pero no a ti. Tú te enfrentaste a él y le pediste matrimonio a Freya. Bien por ti. Es afortunada de tener un hombre que la quiera tanto.
–Pero yo no estoy enamorado de ella –explotó Dan–. Me puse furioso, eso es todo. No me gusta que nadie me dé órdenes. Lo siento, ya sé que es tu padre, pero…
–No pasa nada –le interrumpió Jackson–. Pero… ¿me estás diciendo que solo te declaraste a Freya porque estabas enfadado? No me lo creo.
–Créetelo. Estaba fuera de mí. Pero de pronto estábamos prometidos y… diablos, no sé. Es una chica simpática, pero no estoy enamorado. Y, si Amos no hubiera intentado impedirme que me declarara, nunca lo habría hecho.
–No me lo creo –insistió Jackson–. Yo estuve en vuestra fiesta de anuncio de compromiso, y vi a dos personas enamoradas.
–Sí, interpreté el papel de amante enamorado, ¿y sabes por qué? Porque Amos estaba allí con cara de querer asesinarme. ¡Cómo lo disfruté!
–Pero te dio su mano.
–Supongo que su mujer le retorció el brazo para que lo hiciera. Freya es su hija, y seguro que no quería que Amos causara problemas.
Jackson se pasó la mano por el pelo.
–A ver si lo entiendo –murmuró asombrado–. ¿Has dejado que las cosas lleguen hasta aquí, y me estás diciendo que no estás enamorado de la chica con la que estás a punto de casarte?
–Así es, no lo estoy. Pero… ¿qué puedo hacer? Está claro que ella sí está enamorada de mí y ahora me veo atrapado. Siento que la soga me va apretando cada vez más el cuello.
–Tendrías que haber sido sincero con ella –afirmó Jackson furioso–. Ahora le harás más daño si te casas con ella sin amor y luego la abandonas.
Jackson habló sin pensar debido a su estado de agitación. Más adelante se maldeciría a sí mismo por estúpido, pero para entonces ya sería demasiado tarde.
–Eso es verdad –dijo Dan mirándole como si de pronto se hubiera hecho la luz–. Pero todavía hay tiempo de arreglar las cosas.
El coche se detuvo en un semáforo. Dan abrió la puerta para bajarse.
–Tú ve a la iglesia –dijo–. Explica por qué no puedo ir contigo. Haz que se den cuenta de que no tengo opción.
–¿Cómo? No seas ridículo. Ahora no puedes dejarlo así.
–Tengo que hacerlo. Me acabas de abrir los ojos.
–¡Dan! No te atrevas a… ¡Ven aquí!
Pero Dan cerró de un portazo y echó a correr.
–Espere aquí –le pidió Jackson al chófer mientras salía a toda prisa del coche–. ¡Dan! ¡Ven aquí! ¡Vuelve!
Pero Dan corría a toda velocidad, atravesando el tráfico. Llegó al otro lado de la calle y desapareció en un callejón. Jackson fue tras él todo lo rápido que pudo y estuvo a punto de ser atropellado por un coche. Pero, cuando llegó a la calle, no había nadie.
–¡Dan! –gritó–. ¡No puedes hacer esto! ¡Por favor!
No obtuvo respuesta.
–¿Dónde te has metido? –recorrió la calle buscando por todas partes sin ningún resultado–. ¡No quería decir lo que dije! –gritó–. He hablado sin pensar, pero no era mi intención… ¡No hagas esto!
Subió y bajó la calle unas cuantas veces más antes de enfrentarse a los hechos.
–Oh, no –gimió–. Esto no puede estar pasando. Es culpa mía que… Dios, ¿qué he hecho? –se dirigió de nuevo al coche y se dejó caer en el asiento de atrás–. A la iglesia –ordenó.
El edificio apareció finalmente ante sus ojos, y Jackson volvió a gemir al ver a la multitud emocionada y a las cámaras.
–Por aquí no –le pidió al chófer–. Vamos por la parte de atrás.
Se tumbó con la esperanza de que no le vieran, y no volvió a sentarse hasta que llegaron a la puerta trasera de la iglesia. Le pagó al chófer, añadiendo una generosa propina y se llevó un dedo a los labios. Luego entró en la iglesia lo más rápidamente que pudo.
En los siete años que llevaba haciendo documentales, Jackson había tenido muchas oportunidades de poner a prueba su valor. Se había enfrentado a leones, había nadado en aguas peligrosas, había escalado cimas elevadas. Pero ninguna de aquellas cosas le había provocado un nudo en el estómago como el que tenía en aquel momento.
Trató de decirse a sí mismo que Freya se lo tomaría bien. Había estudiado para enfermera y era una mujer fuerte y eficiente, no una lánguida florecilla. Pero una voz interior no le dejó salirse con la suya. «Te estás diciendo lo que quieres creer. Esto va a destrozarla, y es culpa tuya, así que deja de intentar ponerte las cosas fáciles a ti mismo».
Cuando entró en silencio en la parte central de la iglesia vio a su familia ocupando las filas de delante. Travis alzó la vista y le hizo un gesto para que se acercara.
–¿Qué pasa? –le preguntó cuando tuvo a Jackson cerca–. ¿Dónde está el novio?
–No va a venir. Ha cambiado de opinión en el último momento y se ha bajado del coche. Intenté seguirle, pero le perdí de vista.
–¿Qué quieres decir? –intervino Janine–. No puede dejar plantada a mi hija con la boda a punto de celebrarse.
–Me temo que eso es lo que acaba de hacer. Al parecer, tenía dudas y de pronto ha cambiado de opinión.
Antes de que nadie pudiera decir nada más, el órgano empezó a sonar, anunciando la llegada de la novia.
–Oh, no –gimió Jackson.
–Ya están aquí –dijo Darius–. Dios mío, qué desastre.
Todo el mundo miró hacia el final del pasillo, donde se podía ver claramente a Amos llevando a Freya del brazo. Jackson se maldijo a sí mismo por su torpeza. Tendría que haber esperado fuera y decirle allí lo que pasaba. Entonces Freya se habría dado la vuelta y no tendría que pasar por la humillación de avanzar hacia el altar.
Pensó en correr hacia ella, avisarla antes de que se acercara más, pero ya era demasiado tarde. La gente ya había reconocido a Amos. Algunos le saludaban, otros salían al pasillo para estrecharle la mano. A Jackson no le quedó más opción que esperar, sufriendo una agonía de impaciencia, con los ojos clavados en Freya.
Durante un instante le pareció estar viendo a otra persona. La mujer fuerte y sensata que vivía en su cabeza había desaparecido, reemplazada por una joven elegante vestida de seda blanca. El cabello rubio, que normalmente llevaba liso, se mostraba ahora rizado con un exótico peinado y cubierto por un velo de encaje que llegaba hasta el suelo.
Había en ella un brillo que no había visto nunca antes. Sonreía como si el destino le deparara algo maravilloso. Tenía el aspecto de una novia feliz, y Jackson cerró los ojos, angustiado por lo que estaba a punto de suceder. Cuando se acercaron a él y vieron que estaba solo, Amos frunció el ceño.
–¿Dónde está el novio? –gruñó–. ¿Por qué no está aquí contigo?
–Shh –Freya le silenció llevándose un dedo a los labios–. Habrá ido al baño. Estará aquí enseguida –le dirigió a Jackson una sonrisa–. Supongo que anoche bebería mucho, ¿no?
Jackson no podía soportar tanta buena voluntad. ¿Cómo era posible que Dan no quisiera casarse con una criatura tan dulce?
–Me temo que hay un problema –murmuró en voz baja–. Dan no está aquí. No… no va a venir.
–¿Qué quieres decir? –preguntó Freya–. ¿Está enfermo? Oh, Dios mío, debo ir con él.
–No, no está enfermo –aseguró Jackson–. Lo siento, Freya, pero ha cambiado de opinión en el último momento. Se bajó del coche y salió corriendo. Ni siquiera sé dónde está ahora.
–¿Salió corriendo? –susurró Freya–. ¿Para huir de mí? Oh, no –retiró la mano del brazo de Amos y se giró para mirar a Jackson–. Pero… ¿por qué?
–Le ha fallado el valor –dijo Jackson incómodo.
Aquellas palabras dieron vueltas en la cabeza de Freya.
–¿Qué… qué quieres decir con que le ha fallado el valor? –tartamudeó–. No hace falta valor para… para…
«Para casarte con la persona que amas». Tenía las palabras en la punta de la lengua, pero no las dijo.
Jackson lo entendió y trató de encontrar una respuesta.
–Es un momento muy importante –consiguió decir–. Algunos hombres no son capaces de enfrentarse a él.
Pero Dan estaba acostumbrado a los momentos importantes y los dos lo sabían. La mirada de recelo de Freya le hizo saber que debía buscar algo mejor que decir.
–¿Por qué? –le preguntó ella con vehemencia–. ¿Qué ha pasado realmente?
–Él… de pronto no pudo con esto.
Freya se apartó de él y trató de enfrentarse a los sentimientos que la atravesaron. Dolor. Asombro. Desilusión. Humillación. La humillación terminó ganando la partida.
Dan la había engatusado, iluminó su mundo gris de luz y la hizo sentirse especial, una mujer que las demás envidiaban. Y ahora la estaba tirando al barro delante de todo el mundo. Apretó los puños, se los llevó a los ojos y emitió un suave gemido.
Detrás de ella, Jackson extendió la mano para tocarla, pero ella se apartó.
–Estoy bien –dijo dejando caer las manos.
Jackson no se lo creyó ni por un instante, pero respetó su decisión de aparentar fortaleza.
Amos estaba que echaba humo.
–Verás cuando le ponga las manos encima.
Jackson estuvo a punto de lanzarle una amarga acusación a su padre, de decirle que su actitud había sido el desencadenante. Pero hizo un esfuerzo por contenerse por el bien de Freya.
Los invitados habían empezado a murmurar. El sacerdote se acercó más a ellos.
–Tal vez quieran entrar en la sacristía para hablar en privado –susurró.
Amos le ofreció a Freya la mano, pero Jackson se le adelantó, tomándola del brazo para llevarla lejos de las miradas curiosas. El resto de la familia les siguió.
Cuando estuvieron a salvo en la sacristía, Jackson repitió la historia sin soltar la mano de Freya.
–Le mataré –murmuró Amos.
–Ponte a la cola –dijo Travis–. Todos queremos acabar con él.
–No –aseguró Freya–. Yo soy la que tengo que ocuparme de esto. Debo hablar con él. Necesito un teléfono.
–No le llames ahora –se apresuró a decir Jackson.
–Sí, ahora.
Darius sacó un móvil. Freya trató de agarrarlo, pero Jackson se le adelantó y la agarró de la muñeca.
–Suéltame –le dijo ella–. Darius…
Pero Darius había captado la mirada de advertencia que le lanzó Jackson.
–Tiene razón, Freya –admitió–. Ahora no. Tómate un tiempo primero.
Ella se giró furiosa hacia Jackson.
–¿Quién eres tú para decirme lo que tengo que hacer?
–Soy tu hermanastro y estoy preocupado por ti –afirmó él.
–No puedes darme órdenes. Dame ese teléfono. Tengo que hablar con Dan.
–Espera. Déjame a mí.
Jackson no sabía qué esperaba conseguir hablando primero con Dan. La situación ya estaba completamente fuera de control. Pero sacó su propio móvil y marcó el número. Solo se escuchó el silencio.
Freya perdió la paciencia, le arrebató el teléfono y volvió a marcar. Siguió sin obtener respuesta. Cerró los ojos, sintiendo como si estuviera rodeada de un infinito en el que no hubiera luz ni sonido. Solo la nada. Finalmente se rindió.
–Ha apagado el teléfono –dijo en tono sombrío–. Ha salido huyendo de mí. Tengo que marcharme de aquí. ¿Cómo puedo llegar a la puerta de atrás? No puedo volver a pasar por ese pasillo con todo el mundo mirándome.
–Vamos –dijo Jackson tomándola del brazo para sacarla de allí.