Unidos por la traición - Pasión en privado - Melanie Milburne - E-Book

Unidos por la traición - Pasión en privado E-Book

Melanie Milburne

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Beschreibung

Unidos por la traición Melanie Milburne Nikki Ferliani se había visto obligada a abandonar al único hombre al que había amado en su vida, Massimo Androletti, y había tenido que casarse con otro. Para Massimo, ella no había sido más que una seductora cazafortunas. Ahora, Nikki se había quedado viuda y estaba arruinada. La única persona que podía ayudarla era el hombre al que ella había traicionado… Massimo compró el cuerpo de Nikki para vengarse y ella pagó con su corazón. Pasión en privado Annie West Stavros Denakis se puso como una furia cuando Tessa Marlowe apareció de nuevo en su vida sin avisar. Aunque técnicamente estaban casados, la unión nunca había sido consumada. La vida había hecho que Stavros desconfiara de las mujeres, por lo que inmediatamente creyó que esa esposa a la que apenas conocía era una cazafortunas. Después de acostarse con su marido, Tessa se dio cuenta de que se había enamorado de él y deseaba que el suyo fuera un matrimonio de verdad.

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Seitenzahl: 358

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 393 - mayo 2019

 

© 2007 Melanie Milburne

Unidos por la traición

Título original: Androletti’s Mistress

 

© 2007 Annie West

Pasión en privado

Título original: The Greek Tycoon’s Unexpected Wife

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2008

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-960-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Unidos por la traición

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Pasión en privado

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ERA LA clase de funeral en el que nadie derramaba una lágrima.

Nikki aceptó las condolencias con cara de circunstancia, aunque sintió una profunda tristeza cuando el ataúd entró en el frío y oscuro sepulcro.

–Lo siento mucho por Joseph –dijo uno de los directivos al darle la mano–, pero estoy seguro de que él no habría querido permanecer aquí más tiempo.

–Gracias, Henry –dijo Nikki, tratando de esbozar una sonrisa–. Seguro que es así.

–¿Señora Ferliani? –preguntó un joven periodista abriéndose paso entre la gente–. ¿Quiere hacer alguna declaración sobre el éxito de Ferliani Fashions, la empresa que dirige Massimo Androletti, el hijastro de su difunto esposo?

Nikki se estremeció al escuchar ese nombre. Había mirado repetidas veces a los allí reunidos por si tenía la audacia de aparecer, pero no lo había visto.

–No tengo nada que decir –dijo la joven con frialdad–. Ahora, por favor, márchese. Ésta es una ceremonia privada.

–¿Es cierto que no queda nada de la herencia de su esposo –insistió el periodista– y que Massimo Androletti es el propietario del negocio y de la casa donde usted vive?

–No voy a decir nada más –respondió Nikki.

Otro reportero se unió al anterior.

–Nuestras fuentes dicen que Joseph Ferliani perdió una fortuna en la bolsa y que en un esfuerzo por recuperar las pérdidas jugó todo lo que le pertenecía tanto a él como a usted.

–La señora Ferliani ya les ha dicho que no va a hacer ningún comentario al respecto –dijo una profunda voz masculina detrás de Nikki.

Nikki se dio la vuelta y se topó con la fría mirada de Massimo Androletti. Trató de que no se notara lo afectada que estaba al verle después de tanto tiempo. La expresión del rostro de Androletti era como una máscara de acero que la aterrorizaba. Nikki sintió que sus piernas comenzaban a temblar y que le faltaba el aire.

–Ven conmigo –añadió, tomándola del brazo.

Nikki intentó resistirse, pero lo pensó mejor al sentir que él suavizaba la presión de su mano. Su corazón comenzó a latir con fuerza al pensar que se quedaría a solas con él. Massimo la llevó hasta su limusina, a las afueras del cementerio.

–Entra –le ordenó, cortante–. Tenemos cosas que discutir.

Nikki se acomodó en el asiento y el enorme coche pareció disminuir de tamaño cuando el hombre ocupó casi todo el espacio con sus largas piernas y sus más de dos metros de estatura.

–Vamos a casa, Ricardo –le dijo Massimo al chófer.

Nikki sintió un hormigueo en el estómago al mirar sus fornidos muslos desde tan cerca. Ella había sentido esas piernas entrelazadas con las suyas mientras él penetraba en su suave y sedoso sexo.

–Tus planes para hacerte con una fortuna fallaron. ¿No es así? –dijo Massimo, mirándola fríamente.

Nikki se mordió los labios para no responder a su burla cruel. Tenía razón para estar amargado. Ella habría sentido lo mismo en su caso. Pero era inútil tratar de explicar su comportamiento de los últimos cinco años. Si tuviera que escoger, volvería a hacer lo mismo a pesar de todo lo que le había costado.

–Lo que dijo el periodista es cierto. Ahora todo es mío –dijo Massimo con acritud–. Espero que el abogado te lo haya explicado todo –añadió.

 

 

–No –respondió Nikki, quitando a la palabra cualquier atisbo de emoción–. Todavía no me he reunido con él, pero pienso hacerlo mañana.

–Había pensado que ésa era tu primera prioridad –dijo Massimo con un cínico destello en los ojos–. Una cazadora de fortunas como tú seguro que comprobaría lo que le ha dejado su difunto marido.

Nikki trató de no exteriorizar la desesperación que sus palabras le producían, por lo que le lanzó una gélida mirada.

–Joseph fue mucho más importante para mí que el dinero. No me importa que no me haya dejado nada.

–¡Qué esposa más devota! –dijo Massimo, arrastrando las palabras y mostrando una cínica sonrisa–. Eres una buena actriz cuando te conviene. ¿No es así?

Ella volvió la cabeza y miró a través de la ventanilla del coche.

–No te ha dejado nada. Nada excepto deudas. Incluso la casa es mía.

Esta vez Nikki no pudo controlar sus sentimientos y lo miró fijamente.

–No te creo. Joseph me prometió que cuidaría de mí –dijo con la cara demudada.

–A mí me parece que estás en una precaria situación –dijo Massimo. Un odio profundo brillaba en sus negros ojos–. No tienes ningún ingreso a menos que yo te lo dé, ni coche, ni casa… y desde hace una semana ni siquiera tienes a tu maridito.

Nikki odiaba realmente ese calificativo. Rebajaba todo lo que había llegado a admirar y respetar en el padrastro de Massimo.

Joseph Ferliani cometió algunos errores. Había sido un hombre de negocios la mayor parte de su vida, pero ella había llegado a conocerle mucho mejor que nadie. Los largos y agónicos meses de su enfermedad hicieron que Nikki conociera su lado más humano, el que no había querido mostrar nunca, principalmente a su hijastro y archienemigo Massimo Androletti.

–Tu padrastro no era mi maridito –dijo Nikki con tono cortante.

–¿Y qué era entonces? –preguntó Massimo con desdén.

–Era mi esposo y mi amigo –respondió Nikki con gran dignidad.

–Olvidaste mencionar que era tu amante. ¿O acaso no entraba en tu dormitorio?

Nikki volvió nuevamente el rostro para que no pudiera ver el rubor en sus mejillas.

–No deseo discutir mi vida privada contigo. Es una falta de respeto, sobre todo porque Joseph todavía no se ha enfriado en su tumba y, sinceramente, no es asunto tuyo.

–Hace cinco años sí lo fue. ¿No es cierto Nikki? Pero entonces no sabía que una copa me llevaría a pasar toda una noche con la futura novia de mi padrastro.

–Sólo tenía diecinueve años. ¿Crees que podía saber lo que quería realmente? –le espetó Nikki.

–Te fuiste directamente de mi cama a la de él –dijo Massimo con los ojos chispeantes de rabia.

Nikki sintió que su interior se retorcía de angustia.

–No sabía quién eras. Joseph nunca mencionó tu nombre antes de que… nos casáramos.

–¿Qué es lo que estás diciendo? –preguntó Massimo cínicamente–. ¿Que si hubieras sabido quién era yo, no habrías caído en mis brazos?

–¿Cómo hubiera podido defenderme entonces? –pensó Nikki.

A los diecinueve años estaba tan traumatizada por su desdichada infancia que aceptó la lucrativa oferta matrimonial de Joseph Ferliani sin pensárselo dos veces. Al darse cuenta del enorme compromiso que había adquirido, le pidió unos días para recapacitar antes de poner su futuro en manos de Joseph. Sólo una última semana de libertad.

Pero el primer día apareció Massimo Androletti, el hombre ideal en el momento equivocado…

Capítulo 2

 

 

 

 

 

PUEDO invitarte a una copa? –preguntó Massimo.

Nikki se dirigía hacia el bar del hotel que Joseph había pagado como parte del acuerdo. La joven volvió la cabeza y vio a un hombre alto y apuesto, vestido impecablemente, sentado frente a una copa a medio terminar. Tenía el pelo oscuro y rizado, barbilla que demostraba determinación y una sonrisa envolvente.

–¿Por qué no? –respondió Nikki.

¿Acaso tenía algo que perder? Acababa de pasar una tarde horrible visitando a su hermano menor. Tomar una copa con un perfecto extraño que desconocía su pasado era exactamente lo que necesitaba.

–¿Qué te apetece beber? –preguntó Massimo–, llevándola hacia uno de los lujosos asientos situados en un apartado rincón del bar.

Nikki notó un ligero acento italiano en su perfecto inglés.

«Qué ironía», pensó.

–Champán –respondió la joven–. Que no sea barato –agregó imprudentemente–. Me da dolor de cabeza. Quiero el mejor champán que tengan.

–Entonces tendrás el mejor –dijo Massimo, y llamó al camarero.

Después de un par de copas, Nikki accedió a cenar con él. Nunca antes se había sentido tan bien en compañía de un hombre que no fuera su hermano. Massimo era encantador: educado, divertido, atento… Ella no pudo resistirse a su hechizo, pero cuando le tocó hablar de sí misma, recurrió a las mentiras de siempre. Aquéllas que se había inventado tras la muerte de su madre y el cambio radical que había sufrido la vida de su hermano.

–Soy asistente personal –dijo Nikki.

Al menos eso era cierto.

–Tengo una semana libre y pensaba hacer algunas compras y someterme a un tratamiento de belleza. Ya sabes, mimarme un poco –añadió.

–Tú no necesitas ningún tratamiento de belleza –dijo Massimo, mirándola de arriba abajo con sus oscuros y profundos ojos–. Eres la mujer más bella que he conocido.

Un destello de inseguridad asomó por un momento en el rostro de Nikki.

–¿De veras lo crees? –preguntó con un suave susurro.

Massimo estrechó una de las manos de la joven, haciéndola estremecerse de placer.

–Por supuesto que sí –dijo Massimo–. No he conocido a una mujer más hermosa y deseable en toda mi vida.

Nikki retiró la mano para tomar la copa de champán.

–Estoy segura de que has conocido a muchas mujeres mucho más atractivas que yo.

–Todo lo contrario. He conocido muy pocas que puedan compararse contigo. Eres el sueño de cualquier hombre.

–Soy demasiado alta.

–No lo creo. Así no tengo que inclinarme para escuchar lo que dices –respondió Massimo.

Nikki sonrió. No recordaba la última vez que la habían hecho reír.

–Eres el primer hombre en muchos años que me hace levantar la cabeza para mirarle a los ojos. Te aseguro que es toda una novedad para mí.

–¿Actualmente hay algún hombre en tu vida? –preguntó Massimo.

Nikki dudó un instante. ¿Cómo podía decirle que iba a casarse con un hombre veinticinco años mayor que ella? Un hombre que le ofrecía una forma de escapar de la vergüenza que la perseguía desde hacía tanto tiempo.

–No –respondió la joven.

Todavía le quedaban siete días.

–Me cuesta trabajo creerlo. ¿Qué pasa con los jóvenes de Melbourne?

Nikki le sonrió de nuevo y tomó un sorbo de champán.

–¿Y qué me cuentas de ti? ¿No tienes ninguna relación?

–Sí –dijo Massimo con un suspiro–. Tuve una relación en Sicilia hace unos meses, pero no funcionó.

–¿Hace poco que regresaste de Italia? –preguntó Nikki.

–Tengo doble ciudadanía. Viajo mucho por negocios.

–¿Qué clase de negocios?

–Estoy creando una cartera internacional. Mi plan es buscar compañías débiles para comprarlas y revenderlas. Así puedo obtener beneficios.

–Parece un negocio de riesgo –comentó Nikki.

–Y lo es. Esta semana tengo una entrevista para una compra que llevo años preparando.

–Veo que estás muy decidido.

–Lo estoy. La compañía que quiero absorber se fundó con el dinero que estafaron a mi padre. Un amigo suyo lo traicionó y me he propuesto recuperarlo todo.

–¿Así que buscas venganza? –preguntó Nikki.

Massimo asintió con aire sombrío.

–Es en lo único que pienso. Quiero destruir al enemigo de mi padre y así lo haré, aunque me lleve toda la vida lograrlo.

–¿Y cómo lo destruirás? –preguntó la joven. El corazón le latía con fuerza–. No irás a hacer nada… turbio. ¿Verdad?

Él sonrió al verla preocupada.

–Por supuesto que no haré nada ilegal. Simplemente seré más listo que él en los negocios. La mejor táctica es conocer al enemigo. Conozco todos sus puntos débiles y será muy fácil desarmarle cuando llegue el momento.

–Parece que es una persona horrible –dijo Nikki–. ¿Es por eso que estás aquí?

–Sí y no –respondió Massimo, con una expresión grave–. Tengo que asistir a algunas reuniones… Háblame de tu familia –añadió, cambiando esa expresión por una sonrisa.

El pánico se apoderó de Nikki.

–¿Mi… mi familia?

–Sí. ¿Tienes hermanos o hermanas? –preguntó Massimo.

–Tengo un hermano dos años menor que yo –contestó la joven, eludiendo la mirada de Massimo.

–¿Y tus padres? ¿Todavía están casados?

–Sí –dijo Nikki.

Aunque resultara algo irónico, aquello era más o menos cierto. Su madre todavía estaba casada con su padre el día que éste la mató y arruinó la vida de Jayden para siempre.

–Tienes suerte de proceder de una familia estable –dijo Massimo, volviendo a llenar las copas–. Mis padres se divorciaron cuando yo tenía dieciséis años.

–¿Suerte? –pensó Nikki, casi riéndose en voz alta.

No era ésa la palabra adecuada para describir su entorno familiar. Aquella lucha constante por sobrevivir… Aquellas largas noches de angustia, esperando a que llegara su padre…

–Perder el negocio fue malo, pero perder a mi madre destruyó a mi padre –dijo Massimo.

Hizo una pausa, como si buscara las palabras para poder continuar, y un destello de dolor apareció en sus oscuros ojos.

–¿Qué sucedió? –preguntó Nikki.

Sus miradas se cruzaron.

–Se quitó la vida unos meses después. Entré en el garaje y lo encontré. Se había suicidado. Los gases del coche lo habían envenenado y fue imposible reanimarlo.

Las lágrimas afloraron a los ojos de Nikki.

–Lo siento mucho –dijo la joven, y le agarró una mano–. Ahora entiendo por qué buscas venganza. Ese hombre horrible te lo quitó todo.

Massimo le dirigió otra sombría mirada.

–Pero voy a recuperarlo. Todavía no tengo el dinero para hacerlo, pero lo haré. Sé que lo haré.

–¿Sabes una cosa, Massimo? –dijo Nikki con una sonrisa alentadora–. Yo también creo que lo harás.

–Nunca he conocido a nadie como tú –dijo Massimo, y apretó la mano de la joven–. Siento una gran afinidad contigo. Aunque nos acabamos de conocer, es como si te conociera desde hace mucho tiempo.

Nikki se estremeció mientras Massimo le acariciaba la mano con un sutil movimiento. Al mirar aquellos profundos ojos, se le endurecieron los pechos y sus pezones tensaron el encaje del sostén.

–Yo siento lo mismo –dijo ella con voz trémula.

–Sólo estaré aquí una semana –dijo Massimo con tristeza–. Debo regresar a Italia el domingo a primera hora. ¿Podré verte cuando regrese?

–Estoy segura de que me habrás olvidado cuando regreses –dijo Nikki con una débil sonrisa.

–No, Nikki. No te olvidaré.

–Debí habértelo dicho antes –comentó Nikki, y bajó la mirada para que no viera que mentía–. No soy de Melbourne. Estoy aquí de vacaciones. Cuando regreses ya me habré ido.

–¿Dónde estarás? –preguntó Massimo.

–Hum… en Cairns –exclamó Nikki, mencionando el primer nombre que le vino a la mente.

–Entonces iré a verte a Cairns –dijo Massimo–. Podremos ir juntos a la Gran Barrera de Coral.

–Massimo… No estoy segura de ser la persona que tú…

–¿Crees en el amor a primera vista? –la interrumpió.

Pocas horas antes Nikki habría respondido con un rotundo «no», pero después de pasar toda la tarde en compañía de Massimo ya no estaba tan segura. Nunca se había sentido tan atraída por alguien. Se sentía en compañía de un hombre que defendía aquello en lo que creía. Su lealtad hacia la memoria de su padre era admirable. Era tan distinto de lo que ella había vivido en su niñez, que estaba muy impresionada y conmovida. Pensó que sería un magnífico padre y esposo. Su sentido de la familia era muy sólido. Era el hombre más asombroso que había conocido.

–Te estás tomando mucho tiempo para responder –dijo Massimo, mirándola tristemente–. ¿Acaso me he comportado como un tonto?

–No –respondió Nikki, y un nuevo temblor recorrió su cuerpo al sentir los labios de Massimo sobre la mano–. No creo en el amor a primera vista, pero sí estoy sintiendo algo que no había sentido nunca.

–Tenemos seis días para conocernos –dijo Massimo–. No quiero presionarte, pero cuando se encuentra a alguien tan especial como tú no hay que perder el tiempo. Quizás nunca volvamos a tener esta oportunidad.

Nikki lanzó un débil suspiro e hizo un gran esfuerzo por sonreír.

–Si tiene que ser así, aprovechemos la oportunidad –dijo, mientras los labios de Massimo buscaban los suyos.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

NIKKI pasó los seis días más felices de su vida en compañía de Massimo. No quiso pensar ni un instante en la boda. De esa forma podía convertirse en la persona que Massimo creía que era. Se había enamorado por primera vez y disfrutaba sintiéndose como una princesa. Sabía que todo terminaría en unos días, pero le confortaba saber que su acompañante era un hombre de mundo y que se olvidaría de ella rápidamente.

Recorrieron juntos los principales lugares de Melbourne, cenaron en restaurantes del Southbank y jugaron en el famoso Crown Casino, donde Massimo ganó una pequeña fortuna jugando al black-jack. También visitaron el precioso valle de Yarra, que a Massimo le recordaba mucho a Sicilia.

–Me encantaría enseñarte mi tierra.

–Nada me gustaría más que viajar por el mundo –comentó Nikki con una mirada soñadora–. Sólo he estado en…

Se detuvo bruscamente. Massimo había estado a punto de descubrir que había mentido sobre su lugar de procedencia.

–¿Decías? –preguntó Massimo.

–Es que… sólo he vivido en Australia –dijo Nikki–. Es un continente muy grande y variado, y no lo conozco bien.

–No tienes de qué avergonzarte, cara –dijo Massimo con una sonrisa–. Eres joven y tienes mucho tiempo para ver el mundo.

La palabra cara, «querida» en italiano, sonó especialmente dulce a los oídos de Nikki.

El último día quedaron después de la reunión de Massimo. Su hermoso rostro tenía un aspecto demacrado y tenía la boca contraída.

–¿Estás bien? –preguntó Nikki.

–No quiero estropear nuestra última cita hablando de negocios. Sólo te diré que las cosas no salieron como esperaba.

–Lo siento –dijo Nikki.

–Sólo tendré que esperar un poco más para lograr lo que deseo. Las mejores cosas de la vida bien valen la espera. ¿No crees?

–Supongo…

Pasearon por el Jardín Botánico. Los gorriones revoloteaban entre las sillas buscando migas de pan. Nikki esparció pedacitos del pastel que Massimo le había comprado, y él no pudo ocultar la sonrisa.

–Se supone que no debes darles de comer –dijo Massimo, señalando el aviso que lo prohibía.

–Lo sé –respondió Nikki con cierta tristeza–, pero no puedo evitar sentir lástima de ellos. Probablemente tengan crías que alimentar.

Massimo tomó la mano de Nikki, se la llevó a la boca y besó sus dedos uno a uno, mirándola intensamente.

–Tienes un corazón muy tierno. He esperado mucho tiempo hasta encontrar a alguien tan sensible como tú.

Nikki retiró la mano y un hormigueo le recorrió el cuerpo. Cada día que pasaba le era más difícil resistirse al encanto de Massimo. Sorprendentemente, no la había presionado para que se acostara con él. Un hombre con un estilo de vida tan mundano habría aprovechado la oportunidad inmediatamente, pero los besos de Massimo habían sido tiernos y apasionados, y cada vez que sus labios se tocaban él contenía sus impulsos.

–¿Estás nerviosa, cara?

–¿Qué… qué quieres decir? –preguntó Nikki con un ligero tartamudeo.

Massimo volvió a tomarle la mano y comenzó a tocarla con movimientos lentos y sensuales que despertaron una tormenta de sensaciones en todo el cuerpo de la joven.

–Te deseo –dijo Massimo sin rodeos–. Te he deseado desde el primer momento que te vi, pero hay algo en ti que me dice que no eres chica de una noche. Y eso lo respeto profundamente.

–Te lo agradezco –dijo Nikki, casi sin voz.

–Tengo fama de trabajar duro y de divertirme mucho más –confesó Massimo–. Te puedo asegurar que no es normal para mí pasar más de tres días con una mujer sin acostarme con ella.

Nikki tragó en seco.

Massimo sonrió al ver el rubor de sus mejillas.

–¿Eres virgen?

Nikki apartó los ojos de él.

–No –respondió con voz leve–. Ojalá lo fuera. Mi primera y única experiencia fue terrible.

–¿Acaso…? –Massimo hizo una pausa antes de continuar–. ¿Te forzaron?

–No. Es que no me di cuenta de que podría ser… cosa de uno solo. ¿Comprendes lo que quiero decir?

–¿No sentiste placer, Nikki?

–No –dijo la joven–. En absoluto.

Massimo miró a Nikki con inmensa ternura y el intenso brillo de sus ojos se acentuó aún más.

–Nos queda sólo una noche, cara –dijo tomándola del brazo–. Quiero que sea memorable para los dos.

Nikki no se había imaginado lo memorable que podría llegar a ser. Regresaron al hotel agarrados de la mano, rodeados de un silencio cargado de promesas. Cada vez que sus profundos ojos la miraban Nikki sentía que la tensión sexual crecía entre los dos. Volvió a sentirla al subir en el ascensor. Cada piso le parecía un escalón hacia el paraíso. Y cuando la puerta de la habitación se cerró tras ellos, Massimo dio rienda suelta a su pasión y comenzó a besarla apasionadamente.

–No debo hacer esto –dijo–. Había prometido esperar a mi regreso de Sicilia, pero te deseo tanto que ya no puedo más.

–Yo también te deseo –dijo Nikki–. Quiero que me hagas el amor. Quiero sentir placer. Tu placer y el mío.

Massimo la apartó de él, mirándola a los ojos.

–¿Estás completamente segura, cara? Puedo esperar. Te esperaré hasta que estés lista para dar este paso.

–No me hagas esperar –dijo Nikki, y le besó con desesperación–. No quiero esperar ni un minuto más.

Massimo le quitó la ropa. Ella sintió la oleada de pasión de su cuerpo masculino, pese a sus esfuerzos por controlarla. Con sutileza y ardor, le besó los labios y después los pechos, despertando así un deseo inmenso en la joven. Entonces la dejó sobre la cama y empezó a besarla de arriba abajo, deteniéndose en su pecho, en su vientre, en su ombligo… Ella se rindió completamente al sentir la lengua de Massimo sobre sus labios íntimos. Su cuerpo se estremecía sin cesar con aquellas sensaciones inesperadas.

Él esperó a que ella se calmara antes de ponerse el preservativo. Nikki lo observaba, expectante, ansiosa. Massimo se acercó de nuevo y volvió a colmarla de besos y caricias.

–Por favor… por favor… –imploró la joven.

–No seas tan impaciente, Nikki –dijo Massimo, y la besó lentamente.

El sabor de su propio cuerpo en los labios de Massimo la hacían asirse a él con avidez, levantando la pelvis para encontrarse con el cuerpo de su amante. Nikki escuchó el profundo quejido de placer de Massimo cuando su sexo lo atrapó cálidamente, envolviéndolo en un éxtasis indescriptible. Él trató de moderar sus arremetidas, pero ella se aferró a él. Era como si escalara una montaña. La cima se acercaba…

Y entonces el volcán estalló en un río de lava que recorrió sus cuerpos convulsos.

Nikki lo abrazó con fuerza hasta recuperar el aliento. Él se apoyó en los codos para mirarla, sus oscuros ojos llenos de admiración.

–¿Te das cuenta de lo que acabas de hacer, Nikki?

–¿Que… qué? –preguntó ella con cierta inseguridad.

–Has hecho que me enamore de ti. Para siempre.

Nikki sintió un nudo en la garganta. ¿Qué había hecho? Eso no debía haber pasado. No debía haberlo permitido. No tenía ningún derecho a acostarse con un hombre al que no podía ofrecer nada, excepto esa noche.

–Tengo algo para ti –dijo Massimo.

–¿Qué es? –preguntó Nikki, y tomó en sus manos el pequeño regalo.

–Ábrelo y verás.

Adivinó qué era antes de abrirlo. Al levantar la tapa quedó deslumbrada con el resplandor de un hermoso anillo de brillantes.

–Póntelo –dijo Massimo.

Nikki sintió desprecio por sí misma. Era una sortija exquisitamente delicada, que se ajustaba perfectamente a su dedo. No tenía nada que ver con aquel anillo voluminoso que Joseph había insistido en que llevara.

–¿Te casarás conmigo, Nikki? Sé que es muy precipitado, pero te amo y quiero pasar el resto de mi vida contigo.

Nikki se mordió los labios angustiada, los ojos llenos de lágrimas.

–No sé qué decir… Es tan repentino… Tan inesperado.

Él la atrajo hacia sí y, poniendo la mano de la joven sobre su corazón, le sonrió.

–Parece que tendré que ser paciente y esperar una respuesta a mi regreso. Así tendrás tiempo de hablar con tu familia. Me he olvidado de lo joven que eres. Yo tengo nueve años más que tú y comprendo que te sientas un poco confundida, especialmente ahora, después de haber hecho el amor por primera vez.

Nikki se sentía culpable. ¿En qué estaba pensando al permitir que las cosas llegaran a ese extremo? Massimo Androletti quería algo más que una simple aventura amorosa, y ella tendría que haberse limitado a tomar una copa.

–Massimo, hay algo que debo decirte…

–Ahora no, cara –dijo, y la besó en los labios–. No me des una respuesta hasta que nos volvamos a ver. Siento no poder quedarme mañana contigo, pero tengo que atender unos asuntos ineludibles en Palermo.

–Está bien –dijo Nikki, respirando aliviada–. Yo también tengo algo que hacer mañana.

Massimo la atrajo hacia sí, abrazándola con aire protector.

–Te echaré de menos, Nikki.

–Yo también –susurró la joven, el corazón deshecho en mil pedazos.

–No te diré adiós, sino vederla presto…

–¿Eso qué quiere decir? –preguntó Nikki.

–Significa «te veré pronto».

Y selló su promesa con un ardiente beso.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

NIKKI llegó a la iglesia envuelta en un rígido vestido de encaje que le daba picores. El ramo le pesaba tanto como el corazón. No reconoció ninguna cara, pero en realidad no tenía muchos amigos a los que invitar. Desde su marcha de Perth no había tenido tiempo de hacer amistades, aun cuando lo hubiera deseado. Había tenido que trabajar muy duro para pagar los cuidados que precisaba su hermano.

Ella sólo deseaba poder dar a su hermano menor toda la ayuda que necesitara, y Joseph le había ofrecido una gran cantidad de dinero a cambio de casarse con él. Le dijo que necesitaba una mujer florero y que estaba dispuesto a pagarle un salario durante todo el tiempo que viviera con él. Le había dicho que no tenía interés en consumar la unión debido a sus problemas de salud, que deberían permanecer en secreto, pero el matrimonio debía parecer normal.

Nikki aceptó por Jayden. En Rosedale House recibiría la atención que tanto necesitaba las veinticuatro horas del día.

Finalmente hicieron los votos, firmaron y el órgano dejó de sonar. Al salir de la iglesia se encontraron en medio de una lluvia de confeti.

Fue entonces cuando Nikki lo vio.

Dio un traspié y tuvo que aferrarse al brazo de Joseph para no caer cuando Massimo Androletti salió de entre la multitud y se paró frente a ellos. Sus ojos negros brillaban con una rabia tan intensa que quemaba la piel.

–¿Por qué no me presentas a tu nueva esposa? –dijo, dirigiéndose a Joseph en un tono aparentemente cortés.

–Nikki –dijo Joseph–, éste es mi hijastro, Massimo Androletti. Massimo nos ha obsequiado con su presencia esta tarde, después de haberme asegurado durante semanas que no asistiría a mi boda. Massimo, ésta es Nikki, mi nueva esposa.

–Il piacere è tutto mío –dijo Massimo con un gesto sarcástico–. El placer es todo mío.

Nikki sintió el calor de los dedos de Massimo y un estremecimiento de terror recorrió su cuerpo cuando él le besó la mano. Sabía que se había ruborizado, pero no podía hacer nada al respecto. Nunca había imaginado que una coincidencia tan fatal pudiera ocurrir pero, recordando la semana anterior, se dio cuenta de que las pistas siempre habían estado ahí. Si se hubiera tomado el tiempo necesario para reflexionar sobre ellas, lo habría sabido. Pero entonces no había querido pensar en nada, excepto en aquellos preciosos días con Massimo que iban a terminar en muy poco tiempo.

–Así que decidiste venir después de todo –le dijo Joseph a Massimo–. ¿Qué te hizo cambiar de opinión?

–Me enteré de que te casabas con tu nueva secretaria –dijo Massimo, y miró a Nikki de arriba abajo con atrevimiento–. Pero no tenía la menor idea de que fuera tan joven y bella.

Joseph tomó a Nikki por la cintura de forma posesiva.

–Ella será la nueva imagen de la campaña de publicidad de Ferliani Fashions. ¿No crees que es deliciosa?

–Exquisita –Massimo pronunció la palabra con insolencia–. Tú siempre quieres lo mejor y haces lo que sea necesario para conseguirlo.

–Déjalo, Massimo –dijo Joseph con una sonrisa imperiosa–. Esta vez no vas a ganar. Yo lo tengo todo: una bella esposa, un negocio floreciente y dinero para jugar.

–Qué pena que nada de eso sea realmente tuyo –le espetó Massimo con los ojos llameantes–. Hasta tu angelical esposa es una zorra. ¿Por qué no le preguntas qué hizo la semana pasada?

Nikki sintió el color de la vergüenza en el rostro. Deseó que la tierra se la tragara, pero un último vestigio de orgullo hizo que mantuviera la cabeza erguida.

–Nikki disfrutó de un bien ganado descanso antes de la boda –dijo Joseph, pero la duda velaba su mirada–. ¿No es así, Nikki?

–Así… Así es –respondió ella, y bajó la vista.

–Sí. Ciertamente pasó mucho tiempo descansando –añadió Massimo, lanzándole a la joven una mirada envenenada–. Pero mejor pregúntale en qué cama estuvo anoche.

–Creo que es hora de que te marches –dijo Joseph, haciendo una seña a uno de los guardaespaldas–. Gino, muéstrale la salida al señor Androletti.

–Zorra mentirosa –exclamó Massimo, quitándose de encima las manos del hombre–. Te haré pagar por esto. No descansaré hasta que vengas a implorarme perdón. Lo juro por Dios.

Nikki tragó en seco al verle marchar airadamente. El tañido de las campanas de la iglesia retumbaba en los oídos de la joven como un presagio de futuro…

 

 

El coche se paró con una violenta sacudida. La mirada de Massimo le quemaba la piel.

–Tú sabías quién era yo desde la primera noche. ¿Verdad Nikki? Para ti todo fue un juego. Me hiciste aparecer como un tonto enamorado mientras planeabas tu boda con el hombre que más he odiado en mi vida.

–Tienes derecho a pensar lo que quieras, pero puedo asegurarte que estás equivocado. De todas formas, eso fue hace mucho tiempo –dijo Nikki calmadamente–. Ya no tiene ninguna importancia.

–Sí la tiene –insistió Massimo con fría determinación–. Verás, Nikki, ha llegado el momento de mi venganza.

Nikki no quiso darle la satisfacción de verla aterrorizada. Se acomodó en el asiento y arqueó una ceja en un gesto de desprecio.

–Por si no te has dado cuenta, estamos en el siglo XXI. Los días del «ojo por ojo y diente por diente» terminaron hace mucho tiempo.

–Eso lo veremos –dijo Massimo al salir del coche.

Quiso ayudarla a bajar, pero ella lo ignoró.

La joven contempló la imponente mansión y le lanzó una mirada inquisitiva.

–¿Es ésta su casa?

–Sí, lo es –respondió Massimo–. Ricardo –añadió dirigiéndose al chófer–, tómate un par de horas libres. La señora Ferliani y yo tenemos negocios que discutir. Te llamaré cuando te necesite.

–Bien, jefe.

Nikki apretó los labios mientras la limusina se alejaba.

–No quiero discutir nada contigo. Tengo cosas que hacer en mi casa.

–¿Tu casa? –preguntó Massimo arqueando las cejas–. Me pregunto a qué casa te refieres.

–Aunque sea cierto que mi casa te pertenece, no tengo que abandonarla hasta que se me comunique debidamente.

–Al contrario. Como nuevo propietario puedo echarte a la calle en cualquier momento. Ya has vivido en ella varios meses sin pagar la renta… ¿O acaso tu esposo no te lo dijo?

–¿De qué estás hablando? –preguntó Nikki, con el corazón desbocado.

Massimo la miró fríamente.

–Tu marido me pidió ayuda financiera unos meses antes de morir. Me rogó que lo sacara de un apuro, pero por supuesto me negué.

–¡Bastardo insensible! –exclamó Nikki–. ¿Cómo pudiste ensañarte con un hombre moribundo?

 

 

–Como bien sabes, tenía una cuenta que saldar. Se lo tomó bastante bien. Me dio la casa, los coches, el negocio y… –Massimo hizo una pausa deliberada, y le lanzó una mirada malévola.

Nikki se dijo a sí misma que era mejor no preguntar, pues ya sabía la respuesta.

–¿No quieres saber qué más puso a la venta tu marido?

La miró con sarcasmo, y ella respondió a su mirada con resentimiento.

–Si por casualidad tratas de añadirme a las mercancías y bienes inmuebles, olvídalo. No estoy en venta.

–Joseph te pagó para que te casaras con él. Incluso me dijo la cantidad. Te pusiste un precio muy alto. ¿No?

Nikki se humedeció los labios resecos, pero no quiso responder a su pregunta. Sentía una mezcla de orgullo y rabia.

–Que piense lo que quiera. ¿Qué importa ya? –dijo Nikki para sí. Joseph había muerto y, si lo que Massimo había dicho era verdad, ella tenía que encontrar una forma de arañar lo que pudiera para poder cuidar de Jayden. Había tenido malas rachas con anterioridad y siempre había salido de ellas. Sería difícil, pero sabría hacerlo por el bien de su hermano.

–Por supuesto, pagaré generosamente tus servicios –dijo Massimo.

Nikki apretó los puños. Una ola de rabia bullía dentro de su pecho.

–No voy a acostarme contigo. A ningún precio.

Massimo le dirigió una mirada llena de gélido desdén.

–Eres muy convincente, pero yo sé lo que te traes entre manos, Nikki. Estás habituada a una vida de lujos y quieres seguir así. ¿No?

Nikki sintió como si su corazón se deshiciera en pedazos.

–Joseph no me habría dejado sin nada –repitió, ansiando que fuera cierto–. Él me dijo que yo no tendría problemas económicos después de su muerte.

–Ya te lo dije, Nikki. ¿Es que no me escuchaste? No te dejó nada. Sólo deudas que tardarías años en pagar; pero afortunadamente para ti tengo un plan que te ayudará a salir de ellas lo antes posible.

Nikki volvió a humedecerse los labios. El pánico retumbaba en su pecho como un tambor.

–¿De qué plan se trata? –preguntó con voz débil y asustada.

Él le lanzó una de sus inescrutables miradas.

–Quiero que seas mi amante florero.

Nikki frunció las cejas tratando de dar sentido a sus palabras.

–Me temo que tendrás que explicarme lo que quieres decir. No conozco el término.

–Hace poco di por finalizada una relación –dijo Massimo con tono desapasionado–. Se trata de una mujer con la que no es fácil romper. Siempre he considerado que la mejor manera de manejar esa obstinación es mostrar una prueba física de que he continuado con mi vida.

–Todavía no estoy segura de lo que quieres que haga –dijo Nikki con cautela.

–No estás siendo muy lista. ¿No crees? Quiero que hagas por mí todo lo que hiciste por mi padrastro.

Joseph nunca le habría dicho que el matrimonio no se había consumado. Seguramente le habría contado un montón de mentiras en un esfuerzo por mantener su orgullo masculino.

–¿Ves esta casa? –preguntó Massimo, señalando hacia la mansión a sus espaldas.

Ella observó el enorme edificio de dos plantas estilo georgiano y volvió a mirarle fijamente.

–Sí…

–Quiero que vengas a vivir aquí conmigo.

–Me temo que eso está fuera de toda discusión. Yo no puedo vivir contigo.

–¿Acaso te parece inaceptable mi proposición? –dijo Massimo con ironía.

–¿De qué se trata, Massimo? ¿De una mezquina venganza para que me arrepienta de aquella estúpida aventura hace cinco años?

–Necesito una amante florero. Tú necesitas un trabajo y yo te lo ofrezco. Nada más.

–No sé si recuerdas que ya tengo un trabajo –respondió la joven–. Todavía soy la imagen de Ferliani Fashions. Sólo me tomé un descanso de seis meses para cuidar de Joseph.

–Como nuevo dueño y director general de Ferliani Fashions, he decidido no renovar tu contrato. Tengo otros planes para ti.

–¿Qué quieres que haga, fregar suelos y doblarte los calcetines? –preguntó Nikki con fiereza.

–Eso y mucho más –dijo Massimo.

–¿Cuánto más?

–Mi vida es muy ajetreada. No tengo tiempo para cocinar y mantener la casa limpia. Joseph me comentó que eras una magnífica ama de casa. Me dijo que no habías querido tener ayuda y que preferías hacerlo tú misma. Necesito a alguien que dirija la casa las veinticuatro horas del día todos los días de la semana. Te pagaré generosamente.

Massimo mencionó una cantidad que la hizo arquear las cejas.

–Es el doble de lo que ganabas con el contrato Ferliani.

–Hay cientos de mujeres que darían cualquier cosa por tener este empleo. Pero yo no estoy interesada.

–Ah, pero tú no tienes elección, Nikki. Porque si no aceptas, tendrás que pagar todo lo que le presté a tu marido a nombre tuyo un mes antes de su muerte. Tu firma está en el documento.

Nikki lo miró fijamente. Un viento helado recorrió todo su ser. Joseph había mencionado algo sobre unos gastos de publicidad y la había hecho firmar unos papeles.

Aún recordaba aquella enorme cantidad de dinero…

–Has estado planeando esto durante meses. ¿No es así? –dijo Nikki con un tono mordaz–. Has estado observando y esperando como un buitre.

–Hace cinco años te dije que me vengaría de él por lo que había hecho. Joseph robó el dinero de mi padre y lanzó la marca Ferliani. Pero mi sed de venganza creció aún más después de nuestra pequeña aventura romántica. Tiene cierta ironía. ¿No crees? Hemos cerrado el círculo. Tú eres la imagen de Ferliani Fashions sólo porque mi padrastro te dio el empujón que necesitabas, pero ahora yo soy el dueño de la compañía. No tienes futuro sin mí. Me necesitas, Nikki, te guste o no. Me necesitas.

–Me estás pidiendo que me rebaje. Eso es lo que me estás pidiendo –dijo Nikki con chispas en los ojos.

–No te estoy pidiendo nada, Nikki. Te estoy diciendo lo que va a pasar –dijo Massimo con una fría sonrisa.

–¡Y yo te estoy diciendo que te vayas al infierno! –exclamó Nikki, dando media vuelta.

–Si sales por esa puerta comenzaré el proceso legal para recuperar el dinero que me debes –dijo Massimo con violencia.

Nikki dudó antes de cruzar el umbral. No sabía casi nada de los negocios de Joseph, pues siempre le habían parecido un poco complicados. El dinero destinado a lanzar la marca en bolsa provenía de distintos inversores locales e internacionales y ella había dejado todo eso en sus manos para poder cumplir con el contrato de imagen.

Era muy posible que las deudas hubieran crecido durante la fase final de su enfermedad.

Ser modelo no significaba nada para ella; siempre había sido un medio para lograr su objetivo. Se había escondido detrás de esa imagen y había disfrutado de los beneficios que da la seguridad económica para escapar de sus orígenes. Nadie sabía que la glamurosa Nikki Ferliani era en realidad Nicola Jenkins, la hija mayor de Kaylene y Frank Jenkins; una niña que había crecido en medio de la pobreza, la violencia y el crimen. Y por supuesto nadie sabía que su padre cumplía cadena perpetua por asesinato. Ni siquiera Joseph lo había sabido.

Y también estaba Jayden.

Él era feliz en Rosedale House, todo lo feliz que podía ser dentro de su discapacidad física y mental. Los cuidados que recibía allí eran los mejores que el dinero podía comprar. Alejarlo de aquéllos que le habían tomado cariño era algo que nunca se perdonaría.

¿No era ella la culpable de que estuviera así?

Nikki se volvió lentamente con el rostro carente de emoción.

–Necesito tiempo para pensar –dijo.

–Tienes sólo diez segundos –respondió Massimo. Entonces miró el reloj y comenzó a contarlos–. Nueve, ocho, siete, seis, cinco…

–Está bien –dijo Nikki, con un nudo en el estómago; no podía dejar de pensar en lo que se avecinaba–. Seré tu… amante florero.

–Sabía que eras una chica lista. Eres demasiado mercenaria para despreciar una fortuna como la que te ofrezco –dijo Massimo, con cínicas centellas en los ojos.

–¿Cuándo quieres que empiece? –preguntó la joven.

Massimo se sacó un manojo de llaves de los bolsillos del pantalón y se dirigió hacia ella. Tomó su puño cerrado y tras abrir uno a uno sus rígidos dedos, colocó las llaves en la palma de su mano.

–Hace cinco minutos que empezaste –dijo.

Nikki sintió el frío metal entre sus dedos.

–He aquí otra ironía… –pensó al entrar en la mansión Toorak.

En sus manos estaban las llaves de su nueva prisión.

Capítulo 5

 

 

 

 

 

ERA una casa asombrosamente bella. Estaba decorada en delicados tonos crema, marrón y blanco que hacían destacar la negra balaustrada de hierro forjado de la majestuosa escalera que conducía al piso superior. El suelo de mármol del elegante vestíbulo terminaba en una mullida alfombra color caramelo que abarcaba el recibidor. Allí, amplias ventanas ofrecían maravillosas vistas de los exuberantes jardines exteriores.

Era una casa construida para el entretenimiento y el placer. Cada habitación estaba diseñada para acoger a muchas personas con el máximo confort.

El mobiliario, así como las obras de arte que colgaban de las paredes, hablaban de ilimitada riqueza y gusto exquisito. No se parecía en nada al diseño ostentoso que Joseph había impuesto en su casa de South Yarra, y por supuesto, tampoco se parecía a los parques de caravanas donde Nikki había pasado la mayor parte de su niñez.