Uno de los nuestros - Ignacio Sanz - E-Book

Uno de los nuestros E-Book

Ignacio Sanz

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Beschreibung

Uno de los nuestros: Relato en el que se hace homenaje a la vida familiar, fuente de conflictos y de intensas emociones. Poldo, su joven narrador, acaba de perder a su tío Germán, que le ha iniciado en la montaña y en tantas otras cosas y que más que un tío, ha sido para él un hermano mayor y un guía. Solo, tras su pérdida, se percata de lo que significaba para él. Para mitigar su ausencia escribe un relato en el que van apareciendo el resto de la familia, una familia dividida entre Madrid y Tornaviñas, un pueblo manchego sobre el que flota la sombra loca de don Quijote. El realismo, la penetración en la realidad aparente para tratar de descubrir significados más allá de las meras evidencias, es uno de los géneros que la literatura para jóvenes también frecuenta. En esta novela de Ignacio Sanz se habla de memoria y relaciones humanas, de pérdidas y encuentros, con la muerte de un joven montañero como motivo argumental. Recomendable para lectores de 14 años en adelante.

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© de esta edición Metaforic Club de Lectura, 2016www.metaforic.es

© Ignacio Sanz

ISBN: 9788416873500

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la portada, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados.

Director editorial: Luis ArizaletaContacto:Metaforic Club de Lectura S.L C/ Monasterio de Irache 49, Bajo-Trasera. 31011 Pamplona (España) +34 644 34 66 [email protected] ¡Síguenos en las redes!  

UNO DE LOS NUESTROS

Ignacio Sanz

1. CONTAR UNA HISTORIA

Por primera vez en mi vida las vacaciones de Navidad han perdido el encanto que anuncia tras los turrones, los juguetes, los villancicos y todo lo demás. Me siento triste, como si hubiera crecido de repente y con los años, todas esas ilusiones hubieran caído por los suelos. Posiblemente se trate de un estado de ánimo pasajero; desde luego nunca hasta ahora se me había ocurrido ponerme a escribir una historia; todo lo contrario, cada vez que la profesora nos pone una redacción, me veo mal para rellenar el folio. A veces tengo que acudir al truco de hacer la letra grande. Y sin embargo, hoy, por primera vez en mi vida y sin que nadie me lo imponga, me apetece ponerme a escribir. Acaso todo se deba a esta melancolía  que me invade.

La historia que yo quiero contar es mi propia historia, la historia de mi familia, mi padre, mi madre, mis abuelos, que viven en el pueblo, mi hermana Andrea y, sobre todo, la historia del tío Germán que acaba de morir y que nos ha dejado a todos hundidos y desconcertados, en especial a Andrea y a mí. Bueno, qué cosas digo, y a mis padres y a los abuelos, naturalmente. A todos nos ha dejado desorientados, como si estuviéramos navegando por un río de niebla. Sin embargo, creo que traicionaría su recuerdo si, al escribir sobre él, me pusiera tristón. El tío Germán era un chico alegre porque tenía motivos para serlo. Pero empezaré por el principio, empezaré por decir que el tío Germán era hermano de mi madre, el hermano pequeño; en realidad vino al mundo con cierto retraso, unos años tan sólo delante de nosotros, cuando mis abuelos eran ya un poco mayores para tener hijos. Por eso el tío Germán no era propiamente ese tío con bigotes o con barba que se parece a tu padre o a tu madre y que de vez en cuando te da consejos y más de vez en cuando todavía te suelta la propina. El tío Germán era para nosotros, para Andrea y para mi, como un hermano mayor, un hermano mayor que, si te descuidas un poco, te la prepara.

—¡Andá! —exclamaba de pronto— ¡ha pasado un perro volando!

Y , claro, mi hermana y yo, volvíamos la cabeza enseguida y nos encontrábamos detrás de la ventana con los bloques de casas que están enfrente de nuestro bloque, es decir, con nada.

Luego él, con la boca llena, se justificaba

—Es que ha pasado muy deprisa. No le habéis visto porque ha pasado muy deprisa. ¡Menuda velocidad llevaba!

Mi padre y mi madre se reían por lo bajo y cuando volvíamos decepcionados la vista al plato, advertíamos que habían desaparecido la última aceituna que, como nos gustan mucho, dejábamos para el final. La aceitunas o las guindas del postre o las berenjenas en conserva que prepara la abuela. Lo que fuera.

El tío Germán siempre veía perros volando o sombras de rinocerontes atravesando la pared o manadas de elefantes debajo de la alfombra. Y, ¡lo más curioso!, todas esas apariciones las veía siempre a la misma hora. Pero lo más sorprendente es que mi hermana y yo siempre picábamos en el anzuelo que nos tendía. Lo de mi hermana, bueno, no tiene nada de particular porque es un poco simple, pero yo...

Claro que el tío Germán tenía una magia especial para decir las cosas más disparatadas y resultaba poco menos que imposible no tomarle en serio.

2. COMO LA NIEVE DE MAYO

De modo que el tío Germán había llegado al mundo con un poco de retraso. La abuela Mica dice que era como la nieve de mayo que cae cada muchos años; una nieve a destiempo, cuando ya está todo el campo florido, cuando las viñas comienzan a echar los primeros brotes; entonces llega la nieve de mayo con sus fríos y lo arrasa todo y ese año las viñas van a rendir menos. Bueno, no sé si está bien puesto el ejemplo, eso de comparar a mi tío con las nieves de mayo en realidad es de la abuela Micaela. Lo de las consecuencias de la nieve de Mayo es mío y no sé si está bien traído como ejemplo, porque parece como si la llegada de mi tío al mundo hubiera sido una catástrofe familiar. Y la cosa no fue así; el tío no vino al mundo como una catástrofe, aunque sí, como un susto morrocotudo. Lo cierto es que mi madre tenía 18 años cuando la abuela Mica le dijo un día mientras estaba preparando un guiso de cocina:

—Espérate, que tengo que hablar contigo.

—¿Conmigo?

—Sí, contigo, contigo.

—Bueno, pues suelta lo que tengas que decir.

—¡Maleducada! ¿A quién te crees que estás hablando?

—Pues a mi madre.

—¿Y a una madre se le habla así?

—Ya me dirás cómo tengo que hablarte.

—Con corrección, sin insolencias. Esto lo haces porque estás muy consentida. Eso de ser hija única te ha perturbado.

—¡Pues haberme traído un hermano! ¡A ver si es que también voy a ser yo la culpable de ser hija única. ¡Estaría bueno!

La abuela Mica se la quedó mirando muy seriamente.

—¡Pues lo vas a tener!

Mi madre puso los ojos en blanco como si, en verdad, estuviera viendo pasar una manada de elefantes por debajo de la alfombra. Luego, cuando se repuso de la impresión, con un tono de voz más conciliador, preguntó a la abuela:

—Bueno, ¿de qué querías hablarme?

—De la buena nueva —repuso ella.

—¿Qué es eso de la buena nueva?

—Pues  lo del niño. Tú ya eres mayor para saber de estas cosas.

Y mi madre, todavía incrédula y estupefacta:

—¿Pero de qué niño me estás hablando?

—¡Pues de tu hermano!

—¡Madre, que yo ya no me chupo el dedo! ¿Qué broma tan pesada es ésta?

—No es ninguna broma, hija; estuvimos esperando durante años y años y no vino nunca y ahora, cuando ya habíamos perdido la esperanza, cuando pensábamos que no podía ser, pues ya lo ves, aquí lo tengo —dijo señalando a la tripa—. Verás, trae la mano.

Y mi madre le dio la mano a la abuela y la abuela se la puso sobre el vientre

—No se nota mucho porque está de tres meses, pero si te fijas, ya empieza a abultar.

Y mi madre que ya era una moza hecha y derecha, una moza que andaba de novia con mi padre, se tuvo que sentar en una silla de la cocina porque no podía creerse que a esa edad, más cerca de los cincuenta que de los cuarenta, la abuela fuera a darle un hermanito.