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"Si la suerte o el destino os llevara por los caminos que conducen a Dikanka –y más aún en caso de que fuese invierno, anocheciese y en el cielo brillara ya la luna–, resultaría imperdonable que no visitarais el caserío del colmenero Pankó el Pelirrojo. ¡Sus veladas son únicas! Bajo el techo del Pelirrojo, además de comer bien y beber mejor, los lugareños cuentan portentosas historias que alimentan el alma. Los relatos que allí se escuchan nos hacen pasar por el escalofrío que nos eriza la piel, la risa a mandíbula batiente, hasta la punzada del desamor que nos atraviesa el corazón en un instante. Un jovencísimo Nikolái Gógol, que intentaba hacerse un hueco en los círculos culturales de la sociedad petersburguesa, comprendió que la ciudad adoraba el exotismo, los secretos y el misterio de su tierra natal, Ucrania. De este modo, y tras algún traspiés como actor y la escasa repercusión de sus poesías y artículos, decidió exprimir sus propias experiencias de la infancia y el conocimiento del folclore para escribir estos relatos. Gógol, con estas Veladas en un caserío de Dikanka, consiguió su primer éxito literario, un primer paso hacia la posteridad que finalmente alcanzó con sus Almas muertas."
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Seitenzahl: 455
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Akal / Clásicos de la Literatura / 46 / Literatura eslava
Nikolái Gógol
Veladas en un caserío de Dikanka
Traducción, introducción y notas: Manuel Ángel Chica Benayas
Manuel Ángel Chica Benayas es licenciado en Filología Eslava por la Universidad Complutense de Madrid y perfeccionó sus conocimientos de lengua rusa en la Universidad Lomonósov de Moscú. Dirige su trabajo como traductor esencialmente hacia la especialidad literaria, con publicaciones en diversas editoriales. Entre sus traducciones encontramos Yevgueni Oneguin y Ruslán y Liudmila, ambas de Alexandr Pushkin; Sviatoslávich, el discípulo del diablo, de Alexandr Veltman; Alas, de Mijaíl Kuzmín; Treinta y tres monstruos, de Lidia Zinóvieva-Annibal; y Klara Mílich y otros relatos de terror, de Iván Turguénev, estas cuatro últimas en Akal.
Si la suerte o el destino os llevara por los caminos que conducen a Dikanka –y más aún en caso de que fuese invierno, anocheciese y en el cielo brillara ya la luna–, resultaría imperdonable que no visitarais el caserío del colmenero Pankó el Pelirrojo. ¡Sus veladas son únicas! Bajo el techo del Pelirrojo, además de comer bien y beber mejor, los lugareños cuentan portentosas historias que alimentan el alma. Los relatos que allí se escuchan nos hacen pasar por el escalofrío que nos eriza la piel, la risa a mandíbula batiente, hasta la punzada del desamor que nos atraviesa el corazón en un instante.
Un jovencísimo Nikolái Gógol, que intentaba hacerse un hueco en los círculos culturales de la sociedad petersburguesa, comprendió que la ciudad adoraba el exotismo, los secretos y el misterio de su tierra natal, Ucrania. De este modo, decidió exprimir sus propias experiencias de la infancia y el conocimiento del folclore para escribir estos relatos. Gógol, con estas Veladas en un caserío de Dikanka, consiguió su primer éxito literario, un primer paso hacia la posteridad que finalmente alcanzó con sus Almas muertas.
Nikolái Gógol (1809-1852), genio de la literatura universal, cultivó gran variedad de géneros, siendo más conocido como dramaturgo, novelista y escritor de cuentos cortos. Con un dominio inigualable de lo absurdo, sus extraños relatos no solo son muestra de la cumbre que puede alcanzar la fantasía humana, sino que además implican contundentes demandas de cambio social y crítica política.
Hijo de un pequeño terrateniente, a los diecinueve años se trasladó a San Petersburgo para intentar, sin demasiado éxito, trabajar como actor y, luego, labrarse un futuro como burócrata de la administración zarista. Entre sus primeras obras destacan Mírgorod y Arabescos. En 1836 publicó la comedia El inspector, una sátira de la corrupción de la burocracia que obligó al escritor a abandonar temporalmente el país. Instalado en Roma, en 1842 escribió buena parte de su obra más relevante, Almas muertas (publicada en 1843), en la que describía sarcásticamente la Rusia feudal y que le encumbrará como autor de éxito.
En 1848 lleva a cabo una peregrinación a Tierra Santa en la que se agudiza su sentimiento religioso, que se convierte en fanatismo: su objetivo es purificarse para purificar así a Rusia. Deteriorada su salud, y tras varios intentos de elaboración de un segundo libro de Almas muertas que finalmente destruye, Gógol fallece en 1852 en Moscú.
Diseño interior y cubierta
RAG
Imagen de cubierta
Harald Oscar Sohlberg, Fisherman’s Cottage (1906)
Directora de la serie
Gala Arias Rubio
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Título original
Вечера на хуторе близ Диканьки
© Ediciones Akal, S. A., 2025
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
www.akal.com
facebook.com/EdicionesAkal
@AkalEditor
@ediciones_akal
@ediciones_akal
ISBN: 978-84-460-5746-8
Retrato de Nikolái Gógol (1841), por Otto Friedrich Theodor Möller.
INTRODUCCIÓN
EL AUTOR
La obra de Nikolái Gógol dispone de un lugar distinguido dentro de la literatura rusa. El autor continúa el cambio y la renovación llevados a cabo por Alexandr Pushkin, y los reelabora de una particular manera en la que mezcla magistralmente tradición, contemporaneidad y su visión personal –crítica y ácida– de la realidad rusa del momento. La genialidad del autor permite que su creación, íntimamente ligada en su forma a la tierra y al momento en que vivió, resulte totalmente actual y universal gracias al fondo humano y, en última estancia, espiritual del que parte.
Nikolái Vasílievich Gógol-Yanovski vino al mundo el 1 de abril (20 de marzo según el viejo calendario juliano) de 1809 en el pueblo ucraniano de Soróchintsy, de la comarca de Mírgorod, situada a su vez en la provincia de Poltava. Sus padres, Vasili Afanásievich Gógol-Yanovski y María Ivánovna Gógol-Yanóvskaia (de soltera Kosianóvskaia) poseían orígenes cosacos, rutenos y polacos. Su bisabuelo paterno, Yan, pertenecía a la pequeña nobleza ucraniana. Poseía firmes creencias ortodoxas y nacionalistas, por lo que quiso desentenderse de sus raíces polacas y se instaló en la provincia de Poltava, siempre muy vinculada al Estado ruso, y dio lugar a su propia línea familiar, los Gógol-Yanovski. Nuestro escritor firmará solo con la primera parte de su apellido, Gógol, y desechará la segunda, Yanovski, que considera un añadido caprichoso por parte de su bisabuelo.
Vasili Afanásievich y María Ivánovna tuvieron doce hijos, seis niñas y seis niños. Los dos primeros nacieron muertos. Nikolái fue el tercero. Después llegó Iván (1810-1810), que murió prematuramente. La quinta en nacer fue María (1811-1844). Los cinco hijos que nacieron a continuación lo hicieron muertos o fallecieron al poco tiempo. Las últimas hijas nacidas fueron Anna (1821-1893), Yelizabeta (1823-1864) y Olga (1825-1907). La familia poseía, además, alrededor de cuatrocientos siervos (o almas, como se decía en la Rusia de la época).
El matrimonio vivó en el pueblo de Vasílievka, próximo a Dikanka. María Ivánovna era una mujer muy culta e inteligente que inculcó a sus hijos el amor por el saber y el conocimiento, además de unas profundas creencias religiosas. Vasili Afanásievich, persona también muy cultivada, escribía obras de teatro que representaba junto a su esposa en funciones familiares y locales. Dado que sus padres eran poseedores de una nutrida biblioteca, el pequeño Nikolái comenzó a interesarse por la literatura, el teatro, la poesía y el arte. La vida de provincias marca definitivamente al futuro escritor, que siempre encontrará en ella y en sus tradiciones una fuente de inspiración para su obra.
Nikolái comienza sus estudios oficiales en la precaria escuela primaria de Poltava en 1818. En 1821 se traslada al Instituto de Enseñanza Superior de Nezhin, donde permanece hasta 1828. Nikolái no era un gran estudiante, pero tenía facilidad para aprender textos de memoria, lo que le permite avanzar en los cursos sin problema. Las únicas asignaturas por las que sentía verdadera pasión eran dibujo y literatura rusa. En el instituto se rodeó de un círculo de compañeros también interesados en el arte y la literatura entre los que encontramos a Néstor Kúkolnik, Guerasim Vysotski, Alexandr Danílevski y Nikolái Prokopóvich. Con estos dos últimos mantuvo una fuerte amistad que duró hasta el final de su vida. A su lado edita diferentes revistas literarias y monta obras de teatro, en las que destaca como actor cómico. A Nikolái le mueven, desde sus años más jóvenes, aspiraciones sublimes y el deseo de servir a la sociedad con algo elevado y beneficioso. Por eso comienza a escribir, y lo hace con poemas, tragedias y novelas históricas. De este periodo destaca la sátira Algo sobre Nezhin, o la ley no se escribió para tontos.
La muerte del padre en 1825, cuando Nikolái tiene catorce años, supone un duro golpe para la familia y conlleva un acercamiento todavía más fuerte si cabe entre madre e hijo. María idolatraba a su hijo y le consideraba un genio. Por ello le da todas las facilidades para estudiar y para conseguir todos los objetivos que se propone. Nikolái también sintió toda su vida un gran amor y admiración por su madre, a pesar de que tuvieron numerosos desencuentros.
Nezhin se le queda pequeño para sus perspectivas vitales y en diciembre de 1828 se muda a San Petersburgo. Sin embargo, sus expectativas no se ven respaldadas por la dura realidad. Intenta convertirse en actor, pero todos los teatros en los que se ofrece lo rechazan, así que no le queda más remedio que ingresar como funcionario en el Ministerio de Hacienda y, así, intentar probar suerte en la literatura. A pesar de que su trabajo como funcionario no le satisface, Gógol consigue sacar de allí material y argumentos para su futura producción.
Bajo el seudónimo de V. Álov, publica en 1829 el poema romántico Hanz Küchelgarten, que tiene como modelo los poemas alemanes como los de Johann Heinrich Voss, principalmente su Luiza (1795). El poema (que el propio Gógol fecha en 1827, cuando todavía estudiaba en Nezhin) obtiene una crítica desfavorable, lo que desanima profundamente al joven escritor, que compra toda la tirada y la quema.
Entra en contacto con agrupaciones culturales ucranianas de San Petersburgo. Allí descubre que Ucrania (o «Pequeña Rusia», según otra denominación de la época) despierta un gran interés en la sociedad petersburguesa. Ucrania es considerada una tierra exótica, misteriosa, salvaje, llena de secretos. Eso le da la clave para escribir la obra con la que desea resarcirse de su fracaso anterior. Se sumerge entonces en sus recuerdos infantiles, en los cuentos y relatos que escuchaba cuando era niño. Escribe a su madre para que le envíe información sobre costumbres, leyendas y tradiciones del país. Lee e investiga antiguos manuscritos familiares y locales. Y escribe por fin el que se convertirá en su primer gran triunfo, Veladas en un caserío de Dikanka. Publicado en 1831, se trata de una colección de relatos de inspiración popular que supone un éxito inmediato de crítica y público. Tanto es así que escribe una segunda parte que se publica en 1832 y que recibe el mismo reconocimiento que la primera.
Tras el éxito de Veladas en un caserío de Dikanka, Gógol atraviesa una temporada de nula inspiración y baja creatividad en la que no encuentra el camino que seguir. Experimenta, según sus palabras, un «horrible sentimiento» del que nunca podrá separarse.
En 1834 es contratado por la Universidad de San Petersburgo para impartir la asignatura de Historia Universal, pero pronto abandona las clases por falta de vocación. Ese mismo año publica Arabescos, donde recoge conferencias, reflexiones y artículos suyos sobre historia y arte.
Sus viajes a su Ucrania natal, a la que vuelve con una visión más madura y serena, le inspiran unas nuevas obras que publicará reunidas en 1835 bajo el título de Mírgorod. Es otra colección compuesta por cuatro novelas: Terratenientes de antaño,Tarás Bulba,El vii y Por qué discutieron Iván Ivánovich e Iván Nikíforovich. Aquí el autor muestra una mayor y más atrevida variedad temática que en Veladas en un caserío de Dikanka, pues reúne novelas muy distintas entre sí y con diferentes objetivos e incluso géneros. Terratenientes de antaño, muy apreciada por Pushkin, relata la vida de un matrimonio de ancianos terratenientes que repasan sus infructuosas existencias. Con una visión agridulce e irónica, el texto presagia al Gógol futuro. Tarás Bulba, tal vez la obra más conocida del autor, es una novela épica en la que se narran las luchas de los cosacos contra los invasores polacos y tártaros. Puede encuadrarse dentro del nacionalismo romántico, pero, aunque por momentos idealizado, supone un magistral retrato etnográfico del pueblo cosaco en el que queda manifiesto su amor por la libertad. Gógol describe la vida del protagonista, el jefe cosaco Tarás Bulba, con una narración llena de lirismo, humor, reflexiones filosóficas, referencias históricas y una trama inteligente y llena de energía que no deja respirar al lector ni por un instante. El vii es un relato de terror en el que se entremezclan las leyendas locales sobre brujas, demonios y resucitadas con la literatura gótica llegada del exterior. En Por qué discutieron Iván Ivánovich e Iván Nikíforovich Gógol critica con humor la mezquindad humana y las costumbres provincianas a partir de la disputa entre los dos personajes a causa de una nimiedad y anticipa Almas muertas.
Gógol ya se ha hecho un hueco indiscutible en la literatura rusa. Es respetado por sus contemporáneos, como Pushkin, Délvig o Zhukovski (que le introduce en los círculos literarios petersburgueses), y empieza a influir en sus sucesores. Sus temas cambian y se afilan. Adquieren importancia la soledad del ser humano, la traición a los ideales, el desprecio de la belleza a incluso la propia ciudad de San Petersburgo, que aparece en sus obras como un personaje esencial. De esta época son Diario de un loco (1834), La avenida Nevski (1835), El retrato (1835), La nariz (1836) y El capote (1842), publicadas todas juntas bajo el título de Novelas de Petersburgo en 1843. Estas novelas reflejan la lucha del ser humano contra la sociedad, contra lo establecido, que lo empequeñece y lo despoja de su individualidad y de sus propios deseos. El concepto tan ruso de «hombre pequeño» (que viene a sumarse al de «hombre superfluo») se acantona en estas novelas y lucha contra la humillación del débil por parte del fuerte, contra la injusticia social, contra la esclavitud en cualquiera de sus formas, y clama por la compasión, la protesta y la sencillez como forma de vida.
El 1 de mayo de 1836 tiene lugar en el Teatro Alexandrinski de San Petersburgo el estreno de la comedia El inspector. Gógol comienza a escribirla en 1834 y durante dos años reescribe, perfila y perfecciona tramas y personajes, con lo que consigue finalmente una obra perfecta en su funcionamiento interno. El argumento le fue sugerido por su gran amigo Pushkin a partir de una noticia que leyó en la prensa: un aristócrata venido a menos llega a una ciudad de provincias, donde todas las personalidades le toman por un inspector del gobierno. Él ve en esto una forma de medrar y decide no sacarles del error. La plenitud artística con la que ya cuenta Gógol en ese momento convierte El inspector en una máquina de guerra que le sirve para arremeter contra los grandes vicios de la sociedad rusa, para enfrentarse cara a cara con una sociedad deforme, grotesca y permisiva incapaz de salir del atraso de siglos en el que se hallaba estancada. El estreno es todo un éxito y muy pronto numerosos teatros del país la ponen en escena. La comedia es acogida con gran entusiasmo por los estratos de la sociedad más conscientes de la necesidad de un cambio radical como el que propone la obra. Los intelectuales y librepensadores la consideran el manifiesto definitivo. Por el contrario, las clases más tradicionales y conservadoras se ven ridiculizadas y, por lo tanto, se escandalizan con la obra de moda. La censura no tarda tampoco en llegar y pone todos los obstáculos posibles para que los teatros la representen. Solo la actuación del zar Nicolás I, interesado en la obra, pone fin a las prohibiciones. El éxito de El inspector anima a Gógol a retomar su pasión por la escena y escribe otras obras de teatro como El casamiento o Los jugadores, ambas estrenadas en 1842. Si bien no contaron con el clamoroso triunfo de su antecesora, estas obras continúan con su crítica feroz a las injusticias y buscan igualmente el despertar moral de la sociedad rusa.
En junio de 1836 Gógol emprende un viaje al extranjero, donde permanece, de forma intermitente, durante casi diez años. La salud mental de Gógol, débil desde su infancia, empeora y el escritor ve en ese viaje una posible curación a sus males. Recorre varias capitales europeas, pero sus depresiones nerviosas no remiten. Tan solo encuentra un alivio cuando llega a Roma, en marzo de 1837. Se entusiasma con el arte de la ciudad y visita museos, frecuenta círculos artísticos y hace amistades entre los artistas. La inspiración le vuelve de nuevo y decide enfrentarse a su proyecto más ambicioso, la novela Almas muertas. A pesar de que el argumento se lo sugiere otra vez Pushkin, Almas muertas se convierte en la obra maestra de Gógol e influirá tanto en la sociedad y en los escritores del momento y futuros como en el propio autor, que verá cómo su obra interfiere y modifica su vida. Comienza la redacción del poema (así lo define el autor) en 1835 con la idea de retratar Rusia en toda su monumental grandeza, desde lo más sublime hasta lo más mezquino. Pável Ivánovich Chíchikov, un urbanita cuyo objetivo principal es ascender rápidamente de clase social, llega a una ciudad de provincias y consigue entrar en contacto con personalidades y funcionarios de importancia del lugar. Para lograr ese ascenso en las clases sociales que tanto ansía, utiliza un macabro método: comprar almas muertas. Como ya hemos señalado con anterioridad, en la Rusia de la época se denominaba almas a los siervos que poseía cada señor. Cada señor debía satisfacer un impuesto por cada siervo y, como los censos estaban totalmente desactualizados, muchas veces tenían que pagar por siervos que ya habían fallecido. Chíchikov compra a los señores los siervos fallecidos, las almas muertas, pues, aunque en un principio tendrá que abonar los impuestos correspondientes, cuando llegue a poseer una cantidad determinada de almas, el Estado le recompensará con tierras y haciendas. Entonces las alquilará y obtendrá las riquezas y la posición social que desea. Gógol describe a sus personajes de una forma aún más grotesca que en su comedia El inspector y la sátira se convierte en un instrumento feroz para la crítica social. Con el título Las aventuras de Chíchikov, o Almas muertas la obra se publica en 1843. Supone un éxito inmediato que estremece por igual a estudiosos y lectores, que ven en el poema la primera crítica directa y cruda a una sociedad que se descomponía.
Gógol tenía previsto escribir tres libros sobre las aventuras de Chíchikov y, como la Divina comedia de Dante, dedicar cada uno de esos tres libros al infierno, al purgatorio y al paraíso. El primer libro, Almas muertas, correspondería al infierno de la realidad rusa del momento. Esto refleja la visión colosal que el autor tenía de su obra como reto artístico, pero, sobre todo, como revulsivo social. Si en su producción anterior Gógol no tenía intenciones moralizadoras, considera los tres libros de Las aventuras de Chíchikov un instrumento para purificar Rusia. Comienza la escritura del segundo libro en 1840, aunque avanza con lentitud y con grandes dificultades. El autor destruye el material y lo reescribe una y otra vez. En 1845 un empeoramiento en la salud nerviosa de Gógol supone un escollo para el avance del trabajo.
En 1848 realiza una peregrinación a Jerusalén, planeada desde hacía tiempo, lo que significa un corte abrupto en su biografía. El sentimiento religioso que Gógol siempre había tenido, inculcado durante su infancia por su madre, se agudiza. Todo se somete ahora a su concepción religiosa del mundo. Evita el contacto social, se somete a severos ayunos y desea convertir su existencia en la de un monje. Si desea purificar Rusia a través de sus escritos y mostrar a sus conciudadanos el camino, él debe ser el más puro, el ejemplo vivo de lo sublime. Se granjea, por lo tanto, la enemistad de la sociedad progresista rusa.
Tras la peregrinación a Tierra Santa regresa a Moscú. Solo en Rusia puede escribir su obra maestra. A comienzos de 1852 su salud mental se resiente. Apenas escribe.
La profunda depresión (si utilizamos la terminología moderna) que sufre le consume las pocas fuerzas de que dispone. Una depresión agravada, además, por el sentimiento de culpa que desde siempre ha sufrido por su homosexualidad y que ahora se ve reforzado por su fanatismo cristiano. Su extremismo religioso, sus castigos físicos y los crueles ayunos a los que se somete le conducen a una debilidad mental y física insoportable. En la noche del 11 al 12 de febrero, quema el manuscrito casi terminado del segundo libro de Las aventuras de Chíchikov. Pero no le da tiempo a reescribirlo ni a componer el tercer libro. Su salud empeora gravemente y se niega a comer y a recibir cuidados médicos. El escritor fallece en la mañana del 21 de febrero de 1852.
SU OBRA
La vida y la obra de Nikolái Gógol transcurren entre el reinado continuista del zar Alejandro I y el autocrático de Nicolás I. Vive la invasión napoleónica y el levantamiento decembrista. La aparición de las ideas socialistas en Europa y el comienzo de su entrada en Rusia. El choque cada vez más cruento entre el viejo y el nuevo mundo. La muerte de Pushkin, el final del Romanticismo y la tímida aparición del Realismo.
El Romanticismo llega a Rusia con los mismos propósitos con los que ha arrasado en el resto de Europa desde finales del siglo XVIII: oponerse a la Ilustración y al Neoclasicismo, conceder prioridad a los sentimientos ante la razón y exaltar el yo frente a la masa. Podemos ver el origen del Romanticismo tanto en la Primera Revolución Industrial como en la Revolución francesa de 1879, procesos que cambiaron las formas de vida y, por lo tanto, también las formas de pensar de la sociedad europea. La ruptura con la tradición clasicista y sus reglas estereotipadas supone una búsqueda constante y confiere al artista una libertad de la que antes carecía. Cada artista debe buscar su propio camino y no continuar ni perfeccionar el de los anteriores. El Romanticismo significa una manera diferente y propia de entender la naturaleza y el ser humano. Y por ello aparece en muy distintas formas en cada país donde se desarrolla.
El Romanticismo comienza su camino en Rusia ya en la última década del siglo XVIII con el sentimentalismo de Karamzín, Muraviov y Dmítriev. En ellos el héroe romántico debe trazar un puente entre el mundo desorganizado en el que vive y los deseos humanos. El Romanticismo ruso no tarda en polarizarse. Aparecen dos posiciones enfrentadas. Por un lado, encontramos a quienes rechazan toda injerencia exterior y apuestan por las antiguas tradiciones rusas y eslavas. Esta facción está capitaneada por Alexandr Shishkov y otros escritores, artistas e intelectuales reunidos alrededor del Círculo de Amantes de la Lengua Rusa. Por otro, los integrantes de la asociación Arzamás, con Nikolái Karamzín y Vasili Zhukovski a la cabeza, que, sin rechazar la tradición rusa, están abiertos a las influencias de Occidente. Frente a estos dos grupos irreconciliables aparece una tercera opción trazada por Alexandr Pushkin, que halla el modo de crear una literatura puramente rusa. Las dos corrientes anteriores se unen en una elegante y expresiva claridad que recoge lo mejor de la tradición rusa y de las novedades europeas. A partir de esta tercera vía se desarrolla el Siglo de Oro de la literatura rusa, enmarcado dentro del Romanticismo y fundido en la gigantesca figura de Pushkin, que influirá en los escritores posteriores hasta la actualidad.
Es en esta situación en la que se encuentra la literatura rusa a la llegada de Gógol. En un principio, Gógol se ve fuertemente influido artística e ideológicamente por la órbita de Pushkin y se muestra partidario de la Modernidad. Solo tras la muerte de Pushkin Gógol se acerca a la órbita eslavófila, donde encuentra una gran admiración por su obra, y, además, un motor para sus nuevas ideas religiosas y conservadoras. No duda, pues, en aferrarse a esos planteamientos puramente rusófilos. Poco a poco su obra abandona el carácter evidentemente social y se aproxima a unos planteamientos más espirituales. El escritor no renuncia a reformar la sociedad, pero si al principio aborda esta misión desde unos planteamientos cercanos al socialismo, después lo hace desde un pensamiento cristiano ortodoxo. No podemos olvidar que la obra de Gógol coincide con el surgimiento en Rusia de un interés por los cambios sociales, a los que sirvió en gran medida.
Con todo, desde sus inicios el autor establece unas líneas que van a apoyar el Romanticismo y otras que se salen de él y que predicen la llegada de otros movimientos. Su prosa es de una insuperable originalidad y, a través de ella, aúna lo moderno, lo tradicional y su visión personal. El Romanticismo de Gógol, preocupado por los problemas de la sociedad, anticipa también el Realismo. Al mismo tiempo, su opinión propia y peculiar de lo que sucede en el mundo le lleva a mostrar lo ridículo de la existencia humana, de sus costumbres absurdas, de sus comportamientos delirantes. Toda su producción está bañada de un humor inocente y a la vez incisivo que adelanta la aparición del absurdo.
La obra de Gógol puede dividirse, así pues, en dos periodos: uno laico y otro profundamente religioso. En el primero sus textos servirían a las aspiraciones progresistas de la sociedad del momento, mientras que en el segundo un conservador sentimiento religioso dominaría su producción. El periodo laico abarcaría, grosso modo, desde sus inicios hasta 1836, con el estreno de El inspector. El religioso, desde ese momento hasta su muerte. Almas muertas sería la obra más representativa de este segundo periodo. Tal vez Gógol nunca abandonó las ideas que presidieron su primer periodo ni creó de la nada el sentimiento religioso que se impuso en el segundo, sino que ambas concepciones habrían convivido siempre en él, aunque con distintas prevalencias. Su objetivo, en ambos casos, es el mismo: mostrar al lector el camino hacia la bondad, pero por dos caminos diferentes. Con su dualidad y sus contradicciones, Gógol se convierte en el estandarte de un nuevo movimiento social.
El estilo de Gógol es sencillo, coloquial y, al mismo tiempo, lírico. Puede ser trágico y cómico, poético y ordinario. Por separado o simultáneamente. Siembra sus obras de hallazgos fonéticos asombrosos y de ritmos musicales. Domina el lenguaje sonoro y lo dota de una expresividad nunca encontrada. Sus personajes, grotescos, recogen la esencia estereotipada de quienes existen y se arrastran por una vida aburrida y deformada por los vicios y las necesidades. La humanidad, la compasión del autor jamás juzga al pecador, sino al pecado. El ser humano es tratado con infinita piedad y, libre de su perversión y sus errores, resulta poco menos que una criatura desvalida que se mueve a ciegas por el mundo.
La materia de la que se nutren las obras de Gógol es ni más ni menos que la cruda realidad. Se alimenta de la cotidianidad que observa en las calles, en los centros de enseñanza, en los mercados, en los edificios gubernamentales. También de historias reales y leyendas populares. Introduce en sus textos situaciones y personajes corrientes, experimenta con ellos y alcanza conclusiones asombrosas. La verdad es esencial en su producción, pero no le basta. Debe apretar un poco más la tuerca para que los seres y escenarios que pueblan sus páginas se desnuden y muestren su yo más interior, su autenticidad más dolorosa. Y todo ello para mostrar un camino, un horizonte, un objetivo. Gógol, una de las piedras angulares de la literatura rusa, es el nexo entre el Romanticismo y muchos movimientos posteriores. El narrador de la realidad gris pintada con los colores más alegres y las formas más atrevidas. El escritor que más tiernamente dota de misticismo la existencia más mezquina.
La influencia de Gógol no se limita a los escritores del siglo XIX ni tampoco a los rusos. Tal vez es el primer escritor ruso que influye en autores extranjeros de todos los géneros. Los simbolistas, por ejemplo, encontraron en Gógol una fuente de la que extraer imágenes y sentidos escondidos en las palabras. No digamos nada de los absurdistas.
Una cuestión que siempre ha estado sometida a intenso debate y que ha provocado ríos de tinta es el sentimiento nacional de Gógol. Es decir, si el escritor es más ucraniano o si es más ruso. Parece que esto ha atraído a los estudiosos más que al propio Gógol, a quien no le interesaba la cuestión y solo se veía arrastrado a planteársela por culpa de sus compañeros artistas o por la crítica, y nunca dio una conclusión personal al asunto. Pero los expertos, tras duras y sangrientas batallas, han llegado a una satisfactoria (y más que lógica) solución: Gógol es un escritor localista ucraniano que se transformó en un poeta nacional ruso. Si su fondo, en algunas cuestiones, es ucraniano, su forma es la lengua rusa, a la que ayudó a conformarse literariamente. Gógol representa el encuentro de dos culturas, de dos naciones, en una sola persona, en una sola creación.
Veladas en un caserío de Dikanka
Tras el éxito relativo de sus poesías y sátiras, publicadas durante su periodo de estudiante y a su llegada a San Petersburgo, y tras el fracaso del poema romántico Hanz Küchelgarten, de 1829, Gógol necesita una obra con la que darse a conocer en el mundo literario. Decide aprovechar lo que conoce bien y comienza a recoger recuerdos, vivencias, relatos y leyendas de su Ucrania natal, en la que vivió hasta los 19 años. Se pone en contacto con su madre, que permanece en la casa familiar de Vasílievka, y le pide que, a través de cartas, le envíe todo lo que recuerde del campo ucraniano: cuentos, costumbres, indumentaria, supersticiones, chistes, personajes…
Con todo ello, Gógol compone una serie de relatos cuya base se encuentra en la tradición popular. Entremezcla anécdotas, situaciones e historias; refunde leyendas y cuentos, y obtiene así unos relatos de inspiración folclórica que contienen la esencia más auténtica de la Ucrania más profunda, la más verdadera y arcana, sin otra adulteración que el filtro de su pluma de escritor, que adapta las abruptas narraciones aldeanas a los códigos literarios.
Aprovecha también el interés que existía en Rusia por Ucrania, la Pequeña Rusia, considerada como el rincón agreste y misterioso del Imperio. El propio Alexandr Pushkin anima al joven Gógol a llevar al papel, como él mismo hace, los cuentos de su infancia. Y el joven Gógol elige los relatos de terror que tanto le fascinaban cuando era niño, los cuentos de miedo que su madre les contaba a él y a sus hermanos en las frías noches de invierno. El estilo del autor, con su humor e ironía inconfundibles y sus descripciones de la vida campesina, de un incalculable valor etnográfico, ya están presentes en esta su (casi) primera obra.
Titula la colección Veladas en un caserío de Dikanka y la articula en cuatro relatos. Cada uno corresponde a una de las veladas que transcurren en el caserío del título, en casa del apicultor (o colmenero) Pankó el Pelirrojo, donde gente del pueblo y forasteros se reúnen a diario para terminar el día entre cuentos, bromas, risas, buena comida y bebida. Los cuatro relatos son, por orden, La feria de Soróchintsy,La víspera de Iván Kupala,La noche de mayo (o «La ahogada») y La carta perdida. Escribe también un prólogo en el que el narrador de los relatos, el anteriormente citado Pankó el Pelirrojo, explica, con mil y una interesantísimas divagaciones, por qué ha decidido recoger estas historias y publicarlas. Por supuesto, Pankó el Pelirrojo es un divertido y acertado alter ego de Gógol. El autor, con su ironía y humor característicos, se permite de esta forma reírse tanto de sí mismo, que tiene la osadía de reunir unos relatos populares y que pretende ofrecérselos a un público ahíto de lecturas y al que poco pueden interesar, como de los intelectuales que desprecian la cultura popular y que desean ridículamente desvincular sus creaciones de las irremediables raíces de estas. Pankó el Pelirrojo invita al lector a su casa, le trata con toda su hospitalidad campesina, rayana con la humillación, y le informa de que le va a contar los relatos que ha oído de boca de los huéspedes que han pasado por su mesa. También este amable apicultor interviene antes de algunos de los relatos y lleva a cabo un breve preámbulo en el que presenta o aclara algunos conceptos necesarios para la comprensión perfecta del relato en cuestión. Por otra parte, el retrato que Gógol realiza de los personajes de los relatos es sangrante, extremo. El autor no tiene piedad con ellos, ni con los que pueden considerarse positivos ni con los negativos. Pero tampoco les condena ni les avergüenza públicamente, pues en todos deja relucir algo de su alma buena.
Veladas en un caserío de Dikanka se edita en 1831 y se convierte rápidamente en un éxito fulminante que concede al autor fama, reconocimiento y elogios, tanto de crítica como de público. La tirada se acaba en un santiamén y ese mismo año tiene lugar una segunda edición. Muchos escritores y artistas reconocidos alaban con fervor la obra de Gógol. Entre sus más fervientes defensores se encuentran Pushkin, Baratynski y Belinski.
Tras el éxito de estos cuatro relatos recogidos en Veladas en un caserío de Dikanka, Gógol y sus editores ven la oportunidad de publicar una segunda parte. Gógol revisa relatos que habían quedado excluidos en la primera parte y escribe otros nuevos. Las premisas son las mismas: utilizar leyendas y cuentos populares ucranianos para crear unas narraciones llenas de fantasía y, aun así, de autenticidad. La esperada segunda parte de Veladas en un caserío de Dikanka se publica al año siguiente, en 1832. El éxito es igualmente formidable. La nueva colección se encuentra también prologada por Pankó el Pelirrojo, que se lamenta y pide perdón al lector por esta segunda entrega y también presenta algunos de los relatos. La segunda parte de Veladas en un caserío de Dikanka está compuesta por los siguientes cuatro relatos: La noche de Navidad,Una terrible venganza,Iván Fiódorovich Shponka y su tía y Un lugar embrujado.
Las dos partes de Veladas en un caserío de Dikanka no se publican juntas hasta 1842. El propio Gógol escribe entonces un prólogo en el que afirma que la primera parte es totalmente prescindible, que solo está algo satisfecho de la segunda parte y que la obra en su conjunto no es más que un experimento fruto de su inexperiencia en el que recoge los relatos que se le grabaron en el alma cuando era niño. La colección es, según sus palabras, «indigna de la preciada atención del lector».
La crítica no opina lo mismo. De nuevo el gran Alexandr Pushkin sale en defensa de la obra:
Acabo de terminar de leer Veladas en un caserío de Dikanka. Me ha sorprendido muchísimo. La obra es una verdadera alegría, sincera, relajada, sin afectación, sin rigidez. Y en algunos lugares, ¡cuánta poesía! Todo esto es tan poco frecuente en nuestra literatura actual que todavía no he salido de mi asombro.
El severo Visarión Belinski anota:
El señor Gógol […] posee un talento extraordinario. ¿Quién no conoce ya sus Veladas en un caserío de Dikanka? ¡Cuánto ingenio, alegría, poesía y patria contiene!
Yevgueni Baratynski, a quien Gógol le ha regalado una copia autografiada de la obra, escribe:
Le estoy muy agradecido a Yanovski [sic] por el regalo. Nunca hemos tenido un autor que desprenda tanta alegría, es una rareza en nuestro norte. Yanovski posee un talento decisivo. Su estilo es vivaz, original, lleno de colores y muchas veces de muy buen gusto. Ha llegado nuestro relevo. Esta afirmación peca de inmodesta, pero expresa bien mis sentimientos hacia Yanovski.
Llama la atención que todos los críticos coincidan en una palabra: «alegría».
LOS RELATOS DE LAS VELADAS
Veladas en un caserío de Dikanka reúne ocho relatos relacionados en mayor o menor medida con el terror, lo misterioso, lo diabólico, lo mágico o lo oculto o la fantasía. Son una extensión del relato gótico que ya había arraigado en Rusia con Nikolái Karamzín y La isla de Bornholm (1793), considerado el primer relato ruso de terror; Alexandr Bestúzhev y Sangre por sangre (1825); Alexandr Pushkin y La casita solitaria de la isla Vasílievski (1828) y El fabricante de ataúdes (1830); Orest Sómov y El hombre lobo (1829); y Yevgueni Baratynski y El anillo (1831). Veamos un pequeño resumen y las resonancias de cada uno de ellos.
La feria de Soróchintsy. Gógol presenta la acción del relato, que tiene lugar en el siglo XIX, en la feria que se celebraba anualmente en su pueblo natal, Soróchintsy, e introduce numerosos motivos del folclore ucraniano y eslavo. El diablo, figura que va a aparecer a lo largo de la colección, toma parte en la lucha de dos enamorados a los que familia y sociedad les niega la posibilidad de estar juntos. El compositor Modest Músorgski compuso una ópera homónima a partir de este relato entre 1874 y 1880, aunque la dejó inacabada. Otros compositores la terminaron a principios del siglo XX y se estrenó el 26 de octubre de 1917.
La víspera de Iván Kupala. Apareció en primer lugar en los números de febrero y marzo de 1830 de la revista Otéchestvennye Zapiski, sin firma y con el título de Basavriuk, oLa noche de Iván Kupala. El relato está precedido de una introducción en la que Gógol ridiculiza las numerosas y arbitrarias sugerencias que el editor propuso llevar a cabo en la pieza. Su acción se desarrolla en el siglo XVII y narra, una vez más, el amor imposible entre dos enamorados, él pobre y ella rica. Gracias al diablo, el protagonista masculino emprende un viaje iniciático, con resultados insospechados, con el único objetivo de conseguir a su amada.
La noche de mayo (o «La ahogada»). Escrita entre 1829 y 1830, está ambientada en el siglo XVIII. Cuenta la leyenda de una mansión encantada que posee una historia maldita y un habitante fantasmal. Introduce el mítico personaje eslavo de la rusalca, que aparece en multitud de cuentos populares y que muchos escritores utilizan en sus obras. La rusalca es el alma en pena de una joven que se ha ahogado en las aguas de un río o un lago y que se ve condenada a llevar a la perdición a los hombres que se cruzan en su camino. Gógol se vale en este relato de innumerables motivos de la mitología eslava que le confieren una autenticidad y una poesía sin igual.
Rimski-Kórsakov compuso una ópera a partir de este relato, La noche de mayo, con un libreto que él mismo escribió. Se estrenó en el Teatro Mariínski de San Petersburgo el 21 de enero de 1880 con notable éxito.
La carta perdida. Fue escrito probablemente entre 1828 y 1831. Es el relato que más cambios sufrió durante su redacción y para su segunda edición, lo que da una idea de lo laboriosa que resultó para Gógol su escritura, llena de diversas tramas. La narración va precedida de un divertido e irónico prólogo de Pankó el Pelirrojo en el que se queja de que al público le gustan los relatos de terror, pero que luego este no puede dormir. Para satisfacerle, cuenta una historia que le ocurrió a su abuelo (por lo tanto, situada en el siglo XVIII), a quien el atamán de los cosacos le ordena que lleve una carta a la zarina Catalina II. Por el camino, el abuelo pierde, por supuesto, la carta y para intentar encontrarla debe vérselas con toda una horda de brujas, demonios y seres mágicos.
La noche de Navidad. Este relato, tal vez el más conocido de Veladas en un caserío de Dikanka, fue escrito entre 1830 y principios de 1832. Es precisamente en el pueblo de Dikanka, en el siglo XVIII, donde se desarrolla la acción, que mezcla amores imposibles y la lucha contra el diablo. El héroe protagonista, el herrero Vakula, ha ofendido al diablo con unas pinturas que ha realizado en la iglesia local. Por otra parte, Vakula, enamorado de la rica heredera Oxana, debe cumplir un capricho de la joven si quiere que ella le entregue su mano: que le regale los botines de la zarina. El diablo hará lo imposible para que Vakula no lo consiga. Con esta premisa, Gógol obtiene un relato lleno de magia, fantasía y, al mismo tiempo, de admirable autenticidad. El autor describe con maestría la vida en el pueblo, sus costumbres, usos y celebraciones (no debemos olvidar que la acción tiene lugar en Navidad), e incluso se permite insertar algunos villancicos populares o de inspiración popular. Con igual genialidad narra los sucesos fantásticos, los encuentros con el diablo, los vuelos nocturnos, la magia del invierno ruso, de los objetos y de los lugares. Y, por supuesto, lo baña todo con su reconocible humor e ironía y su infalible comprensión del alma humana.
Para ofrecer mayor verosimilitud, Gógol introduce en la narración un hecho histórico, el último despacho de una delegación cosaca con la emperatriz Catalina II, que tuvo lugar en 1775. En él se trató la abolición de la sech[1] de Zaporozhie como organización administrativa y militar independiente. Los cosacos se negaron a desaparecer y ese mismo año las tropas imperiales les sometieron y pusieron fin a la autonomía zapóroga. El pueblo cosaco fue incorporado definitivamente al Imperio ruso y sus soldados integrados en el ejército imperial. La misma emperatriz Catalina II aparece como personaje en el relato, junto con su valido (y amante) el conde Grigori Potiomkin y el escritor Denís Fonvizin.
Existen dos magníficas óperas inspiradas en este relato. La primera es Vakula el herrero, de Piotr Chaikovski, estrenada el 6 de diciembre de 1876 en el Teatro Mariínski de San Petersburgo. El compositor revisó la obra posteriormente y, con el título de Los botines, se estrenó el 19 de enero de 1887 en el Teatro Bolshói de Moscú. También La noche de Navidad, de Nikolái Rimski-Kórsakov, estrenada el 28 de noviembre de 1895 en Teatro Mariínski de San Petersburgo.
Una terrible venganza. Gógol escribió este relato, ambientado en el siglo XVII, durante el verano e inicios del otoño de 1831. Influido enormemente por el folclore eslavo oriental, el autor inserta tanto canciones en las que imita los cantos tradicionales ucranianos como referencias populares. El relato es un auténtico cuento gótico, el más terrorífico de la colección, pues en él Gógol prescinde de toda distancia e ironía y compone una verdadera gesta en la que el protagonista se enfrenta a las fuerzas demoniacas y a maldiciones que pasan de generación en generación.
Gógol también se ayuda aquí de personajes reales para dar verosimilitud al relato. En un cuento incrustado dentro de la narración se habla del rey Stepán, figura inspirada en Esteban I Báthory (1533-1586), príncipe de Transilvania y rey de Polonia. Puede considerarse tal vez un homenaje del autor al soberano que dotó a los cosacos de Zaporozhie de una organización y una autonomía que supieron defender durante siglos. Esteban I Báthory, tal como se cuenta además en el relato, se enfrentó a Turquía y asignó tierras a los cosacos por sus servicios.
Iván Fiódorovich Shponka y su tía. Gógol terminó de escribir este relato a finales de 1831. Se trata de una obra inacabada, lo cual es, por supuesto, un recurso del autor. Iván Fiódorovich Shponka y su tía es un relato realista, que se desarrolla en el siglo XIX, cercano en muchos aspectos a las obras del Gógol maduro, por lo que destaca entre los demás relatos de Veladas en un caserío de Dikanka. Precedida de un prólogo en el que Pankó el Pelirrojo nos revela la cómica razón de por qué el relato se encuentra inacabado, la historia gira en torno a un joven cuya tía tiene unos planes muy claros para él: casarle con una rica heredera. El matrimonio no entra en los planes del joven y los malentendidos y los enredos no tardan en aparecer. Tal vez, Gógol realiza aquí una velada mención a su propia homosexualidad, además de un retrato perfecto de la sociedad de provincias y sus terratenientes. La pesadilla que una noche tiene Shponka, agobiado por su futuro compromiso, es el único pasaje fantástico del relato y supone un anticipo del absurdo del que el autor hará gala posteriormente en obras como, por ejemplo, La nariz.
Un lugar embrujado. Se supone que el relato, ambientado en el siglo XVIII, fue escrito entre 1829 y 1830, pero la ausencia del manuscrito original y de otros documentos imposibilitan una fecha precisa. Es el relato más breve de la colección. Pankó el Pelirrojo explica en un pequeño prólogo lo que le ha costado reunir y escribir todos estos relatos y asegura que este será el último (tristemente cierto, por otra parte). A pesar de que el autor no olvida su premisa general e introduce elementos fantásticos, como la búsqueda de tesoros, y terroríficos, como la acción del diablo, es un relato puramente cómico, de tono más ligero, relajado y humorístico que los anteriores. De igual modo, Gógol no pierde la oportunidad de realizar un vivo fresco de gran valor etnográfico de la vida en las aldeas ucranianas, con toda su verdad, pureza e inocencia, con el que dar fin a esta obra.
El terror, la crueldad, la sangre y el satanismo que contienen los relatos de Veladas en un caserío de Dikanka nacen de los relatos folclóricos de la Ucrania más profunda. De hecho, la tradición oral e incluso los populares teatros de marionetas que recorrían los pueblos y las aldeas y que tan extendidos y apreciados estaban en la época tienen una influencia notable. Antes de que su temática evolucionara hacia un mayor realismo, al menos hacia un realismo fantástico, aquí encontramos toda la pureza de unos cuentos populares que no rehúyen tampoco asuntos espinosos como los amores románticos truncados por intereses familiares, la descripción exhaustiva de la sociedad rural, el racismo, el fanatismo religioso, los vicios, la escatología, la homosexualidad y una crítica social a la altura de un intelectual sensible a este tipo de problemática como era Gógol. Por supuesto, el humor y la ironía del autor dominan estos relatos del primero al último y los bañan de un distanciamiento casi brechtiano.
Gógol consideraba Ucrania una nación unida por una cultura, una historia y una lengua propias. Para ofrecer un mayor efecto de autenticidad, el autor introduce en el texto ruso palabras y expresiones de la lengua ucraniana. Para aclarar las dudas que el lector pudiera tener con respecto a dichos términos y modismos, introduce tras el prólogo de Pankó el Rojo en las dos partes de la colección sendos glosarios que los recogen y ofrecen una traducción o explicación, muchas veces muy curiosa y humorística. De igual forma, mezcla la lengua llana con la culta de modo magistral, y crea así un resultado absolutamente poético, casi un símbolo de la lengua rusa en su totalidad.
Con todo ello, Gógol compone una perfecta carta de presentación tanto de lo que será su obra como de las culturas rusa y ucraniana, siempre tan ligadas y estrechamente unidas a pesar de lo que las altas esferas decidan en cada momento. Veladas en un caserío de Dikanka supone, pues, la puesta de largo de un autor que cambió el rumbo de la literatura rusa, le dio forma y que no solo influyó en sus contemporáneos, descendientes literarios y compatriotas, sino también en artistas de las más diversas ramas (músicos, pintores, escultores, dramaturgos, cineastas…) y nacionalidades. De un autor del que, tal vez sin saberlo, seguimos siendo deudores.
Manuel Ángel Chica Benayas
[1] Cada una de las administraciones políticas y militares en las que se organizaban los diferentes grupos cosacos.
CRONOLOGÍA
1809
El 1 de abril nace Nikolái Vasílievich Gógol-Yanovski en Soróchintsy, en la provincia ucraniana de Poltava.
1818
Empieza sus estudios oficiales en la escuela primaria de Poltava.
1821-1828
Estudia en el Instituto de Enseñanza Superior de Nezhin. Escribe poemas, tragedias y novelas históricas.
1825
Fallece Vasili Gógol-Yanovski, padre del escritor. Esto representa un duro golpe para la familia y un afianzamiento de la relación entre Gógol y su madre.
1828
Se traslada a San Petersburgo. Intenta trabajar como actor, pero no lo consigue. Trabaja en el Ministerio de Hacienda. Se introduce en círculos artísticos y literarios.
1829
Publica el poema romántico Hanz Küchelgarten, que no obtiene el éxito deseado.
1831
Publica su primer gran éxito, la primera parte de Veladas en un caserío de Dikanka, colección de relatos populares ucranianos.
1832
Publica la segunda parte de Veladas en un caserío de Dikanka. Aparecen los primeros síntomas graves de depresión.
1834
La Universidad de San Petersburgo le contrata para enseñar Historia Universal. Al poco deja las clases por falta de vocación. Publica Arabescos, colección de conferencias y artículos sobre arte. Publica Diario de un loco.
1835
Publica Mírgorod, colección de cuatro novelas: Terratenientes de antaño,Tarás Bulba,El vii y Por qué discutieron Iván Ivánovich e Iván Nikíforovich. Publica La avenida Nevski y El retrato. Comienza la redacción del primer libro de Almas muertas. Gógol alcanza el reconocimiento general y ya se le considera un autor consagrado.
1836
Publica La nariz. Estrena con enorme éxito la comedia El inspector. Nuevos síntomas de depresión. Emprende un viaje al extranjero, donde, salvo cortas visitas a Rusia, permanece durante diez años.
1837
Se instala una temporada en Roma y queda entusiasmado por su arte. Se relaciona con círculos de artistas.
1840
Comienza la redacción del segundo libro de Almas muertas.
1842
Publica El capote.
1843
Publica el primer libro de Almas muertas, con un éxito fulminante. Publica reunidos los relatos Diario de un loco,La avenida Nevski,El retrato,La nariz y El capote bajo el título de Novelas de Petersburgo.
1845
La salud de Gógol sufre un grave retroceso. Apenas escribe.
1848
Lleva a cabo una peregrinación a Tierra Santa. Se agudiza su sentimiento religioso, que llega hasta el fanatismo: ayuna, rechaza los cuidados médicos y evita el contacto con la gente. Su objetivo es purificarse para purificar así a Rusia.
1852
Débil y enfermo, quema el manuscrito del segundo libro de Almas muertas. Nikolái Gógol fallece el 21 de febrero.
VELADAS EN UN CASERÍO DE DIKANKA
Relatos recogidos por el colmenero Pankó el Pelirrojo
PRIMERA PARTE
PRÓLOGO
«¿Qué es eso de Veladas en un caserío de Dikanka? ¿Qué son esas veladas? ¡Y las muestra al mundo nada menos que un colmenero! ¡Que Dios nos proteja! ¿Acaso no se han pelado ya bastantes gansos para hacer plumas de escribir, ni se han convertido bastantes trapos en papel? ¡Y también ha habido ya muchos de todo grado y condición que se han manchado los dedos con tinta! ¡Y ahora es un colmenero el que quiere ir por ese camino! ¡Hay ya tanto papel impreso que no sabe uno qué envolver con él!».
¡Un servidor conoce muy bien y desde hace mucho todos esos comentarios! Es decir, amigos míos, que ojalá que no se atreva un hermano nuestro, un campesino, a asomar la nariz en el gran mundo. Sería como cuando alguien va a la casa de un gran señor, que todos le rodean y se ríen de él. Sería comprensible que lo hiciera uno de los criados de mayor rango. Pero no. El chiquillo más harapiento, el más sinvergüenza, el que hurga en el patio de atrás, ese será el que vaya y el que grite más fuerte: «¿Adónde vas tú? Y ¿para qué has venido? ¡Anda, paleto! ¡Lárgate!». Yo qué puedo decirles… Prefiero ir dos veces al año a Mírgorod, donde hace ya cinco años que no me han visto la jeta ni el subsecretario del juzgado ni el venerable sacerdote, antes que meter las narices en ese maldito gran mundo. Y quien lo haga, que luego no me venga llorando.
Nosotros, queridos lectores, y no se enfaden conmigo (tal vez les moleste que un colmenero les hable con tanta confianza como lo haría con un casamentero o con un compadre); nosotros, en nuestros pueblos, tenemos una tradición muy arraigada: en cuanto termina el trabajo en el campo, el campesino se mete todo el invierno a descansar junto a la estufa, y nuestro hermano el colmenero, cuando ya no se ven ni grullas en el cielo ni peras en el árbol, encierra sus abejas en un sótano oscuro. Entonces, en cuanto anochece, es muy posible que se encienda una luz al final de la calle y que se oigan risas y canciones a lo lejos, una balalaika y, a veces, hasta un violín, y conversaciones y ruido… ¡Son nuestras veladas! Si me permiten que les explique, les diré que son igual que sus bailes, pero no del todo. Si van al baile tienen que mover las piernas y taparse la boca con la mano al bostezar. Pero aquí tenemos a un montón de muchachas metidas en una isba, no listas para el baile, en absoluto, sino armadas con husos y cardas. Al principio parece que van a ponerse a trabajar. Zumban los husos, fluyen las canciones y ninguna muchacha levanta la vista. Pero en cuanto los muchachos entran en la isba con el violinista, resuenan los gritos, ondean los chales, empieza la danza y ocurren unas cosas que no puedo contar.
