Vida de Jesucristo - Fray Luis de Granada - E-Book

Vida de Jesucristo E-Book

Fray Luis de Granada

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Beschreibung

Este libro se publicó por primera vez en Salamanca, en 1575, y es un clásico de la literatura espiritual, leído por muchas generaciones de cristianos. Recorre las etapas del andar terreno de Jesús, desde la embajada del Arcángel a la Santísima Virgen hasta la Ascensión de Jesús a los cielos. Su autor dedicó sus estudios y meditaciones al conocimiento y amor de Cristo crucificado, y reúne en este breve libro sus reflexiones más maduras en doctrina y en piedad.

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FRAY LUIS DE GRANADA

VIDA DE JESUCRISTO

Quinta edición

EDICIONES RIALP

MADRID

© 2021 byEdiciones Rialp, S. A.,

Manuel Uribe 13-15, 28033 MADRID

(www.rialp.com)

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN (versión impresa): 978-84-321-5980-0

ISBN (versión digital): 978-84-321-5981-7

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

PRESENTACIÓN

PRÓLOGO

I. DE LA ANUNCIACIÓN DEL ÁNGEL A NUESTRA SEÑORA

II. DE LA VISITACIÓN A SANTA ISABEL

III. DE LA REVELACIÓN DE LA VIRGINIDAD DE NUESTRASEÑORA AL SANTO JOSÉ

IV. DEL NACIMIENTO DEL SALVADOR

V. DE LA CIRCUNCISIÓN DEL SEÑOR

VI. DE LA ADORACIÓN DE LOS MAGOS

VII. DE LA PURIFICACIÓN DE NUESTRA SEÑORA

VIII. DE LA HUIDA A EGIPTO

IX. DE CÓMO SE PERDIÓ EL NIÑO JESÚS DE DOCE AÑOS

X. DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

XI. DEL AYUNO Y TENTACIÓN

XII. DE LA PREDICACIÓN, DOCTRINA Y OBRAS ADMIRABLES DE CRISTO

XIII. DE LA SAMARITANA, CANANEA, MAGDALENA Y MUJER ADÚLTERA

XIV. DE LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR

XV. PREÁMBULO DE LA SAGRADA PASIÓN, EN EL CUAL SE TRATA DE LA MANERA QUE DEBEMOS TENER EN CONSIDERARLA

XVI. DE LA GRANDEZA DE LOS DOLORES DE CRISTO

XVII. DE LA ENTRADA EN JERUSALÉN CON LOS RAMOS

XVIII. DEL LAVATORIO DE LOS PIES

XIX. DE LA INSTITUCIÓN DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO

XX. DE LA ORACIÓN DEL HUERTO

XXI. LA PRISIÓN DEL SALVADOR

XXII. DE LA PRESENTACIÓN DEL SALVADOR ANTE LOS PONTÍFICES ANNAS Y CAIFÁS, Y DE LOS TRABAJOS QUE PASÓ LA NOCHE DE SU PASIÓN

XXIII. LA PRESENTACIÓN ANTE PILATOS Y HERODES, Y LOS AZOTES A LA COLUMNA

XXIV. LA CORONACIÓN DE ESPINAS Y EL ECCE HOMO

XXV. DE LA COMPARACIÓN DE CRISTO CON BARRABÁS

XXVI. DE CÓMO EL SALVADOR LLEVÓ LA CRUZ A CUESTAS

XXVII. DE CÓMO FUE CRUCIFICADO EL SALVADOR

XXVIII. LA LANZADA DEL SEÑOR, Y LA SEPULTURA

XXIX. LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

XXX. LA SUBIDA A LOS CIELOS

XXXI. LA VENIDA A JUICIO

XXXII. DE LAS PENAS DEL INFIERNO

XXXIII. DE LA GLORIA DEL PARAÍSO

AUTOR

PRESENTACIÓN

ERA NATURAL QUE NUESTRO PUEBLO—cuyos sentimientos religiosos no habían sufrido la confusión ni la debilitación que las corrientes de la época (siglos XVIy XVII) produjeron en otros países de Europa— tuviera una valiosa representación literaria en la ascética y mística, que procedía del «fervor religioso que caldeaba los corazones».

Así como la razón y la fe no son incompatibles dentro de la teología católica, pues, al contrario, se complementan, del mismo modo la mística, cuya fuente es la Gracia divina, no es incompatible con todos aquellos esfuerzos que, para aproximarse al estado de perfección, surjan de la propia naturaleza humana. Por esto podríamos decir que la lucha ascética es como la propedéutica o pedagogía humana, que colabora con la Gracia divina, para conducir al hombre a la unión con Dios y el ejercicio de las virtudes.

Si el P. Suárez dio una doctrina de la justificación, para oponerse al protestantismo, nuestros místicos del Siglo de Oro consiguieron exponer la doctrina más vigorosa y sistematizada contra el quietismo y jamás cayeron en una sola frase de sabor o doctrina panteísta. Todas estas cuestiones son, en cierto modo, el alma de la política, de la literatura y de la vida social española en los siglos XVIy XVII. De ahí su trascendencia histórica.

En este ambiente religioso-cultural aparece la figura de fray Luis de Granada, del cual será uno de los más egregios y fecundos representantes.

Fray Luis supo, en toda su producción literaria, unir la vida activa con la contemplativa, en consonancia con el carácter de la verdadera espiritualidad cristiana de todos los tiempos y con la reciedumbre del catolicismo del ambiente espiritual de nuestro Siglo de Oro. Escritor de primer orden, uno de nuestros primeros clásicos de espiritualidad de fama mundial, por la seguridad y profundidad de su doctrina, su personalidad fue tan marcada que el notable erudito Nicolás Antonio se atrevió a afirmar que fray Luis de Granada «fue el varón más grande y útil que nuestra nación ha tenido y tal vez tendrá». Evidentemente, tales palabras son exageradas.

El P. Granada fue uno de los fundadores de la culta prosa castellana. «Habló de las cosas celestiales con tanta lindeza, gravedad y fuerza en el decir que parece no quedó nada en esto para mayor acertamiento».

Fray Luis vio la luz en Granada hacia el año 1504, de padres pobres, oriundos de Galicia. En 1509 quedó huérfano de padre. Su familia quedó en la miseria. Gracias a los padres dominicos del Real Convento de Santa Cruz, fue admitido como paje de los hijos del conde de Tendilla, en cuya casa es muy probable fuese discípulo del célebre humanista Pedro Mártir de Anglería. A los diecinueve años entró en el mencionado convento, donde se distinguió por su ingenio singular, asiduidad en el estudio y sincera piedad. En 1529 fue elegido colegial del célebre San Gregorio de Valladolid. Permaneció en el colegio cinco años, durante los cuales fue discípulo de los grandes teólogos Melchor Cano, Bartolomé Carranza y Diego de Astudillo. Adquirió pronto tal prestigio que hubo de prologar en prosa y en verso la obra De generatione et corruptione, que aquel publicó.

Tomó parte principal en la restauración del convento de Scala Caeli, de Córdoba, donde conoció y admiró al maestro Juan de Ávila, que como orador sagrado influyó mucho en él. En dicho lugar, apartado de otras actividades, dio rienda suelta a su devoción y su amor por los estudios sagrados. Fue algún tiempo capellán del duque de Medina Sidonia. Pasó a Portugal; estuvo en Évora, y la reina doña Catalina, su penitente, quiso hacerle obispo de Viseo y arzobispo de Braga, prelacías que rehusó tenazmente. Solo después de muchos ruegos aceptó el cargo de provincial de su Orden en Portugal, sin que fuera obstáculo para ello su condición de castellano. Desempeñó este oficio desde 1557 a 1560.

Su fama de orador sagrado fue extraordinaria. Fray Luis de León, desde su cárcel, pedía para consolarse el Libro de la Oración, del P. Granada. Se le llamó el Cicerón español. Felipe II lo admiró como predicador, no obstante haberlo encontrado «algo viejo y sin dientes».

En 1588, el venerable fray Luis de Granada entregaba su alma a Dios. Sus restos mortales fueron depositados en la iglesia de Santo Domingo, de Lisboa, y allí descansan; pero su espíritu ha recorrido el mundo y el eco de su voz extinguida resuena en los corazones de muchos cristianos, que han alimentado y alimentan aún sus almas con la lectura de sus obras, verdaderamente inmortales.

Entre sus escritos, que son abundantísimos, los hay en castellano, en latín—algunas colecciones de sermones— y en portugués. Los libros escritos en castellano más importantes son:Libro de la oración y meditación, Guía de pecadores, Introducción al símbolo de la feyMemorial de la vida cristiana. De sus opúsculos merecen citarse:Meditaciones muy devotas, Compendio y explicación de la doctrina cristianayCompendio de la vida espiritual.

Escribió también algunas biografías, como:Vida del Maestro Juan de Ávila, Vida de Fray Bartolomé de los Mártiresy la Vida de Jesucristo. Finalmente, hizo varias traducciones.

De entre las muchas obras de fray Luis de Granada, la presente constituye un ejemplar de todo cristiano, «lo que todos deben estudiar y meditar con amor todos los días de su vida». La máxima preocupación de la existencia del P. Luis de Granada, y a la que dedicó preferentemente sus estudios y meditaciones, fue el conocimiento y amor de Cristo Crucificado. Por ello, esta obra, como todas las suyas, brotó tan llena de sabia doctrina, de piedad y de unción y es tan eficaz para infundir en las almas esas mismas virtudes.

Desde la embajada del Arcángel a la Santísima Virgen nuestra Señora, hasta la subida del Señor a los cielos, nos son relatados en este precioso libro todos los momentos de la vida de Jesucristo, con el encanto y maestría que son comunes en las producciones de fray Luis.

«¡Oh misterio de grande veneración! ¡Oh cosa no para decirse, sino para sentirse; no para explicarse con palabras, sino con silencio y admiración! ¿Qué cosa más admirable que ver aquel Señor a quien alaban las estrellas de la mañana; aquel que está sentado sobre los querubines, que vuela sobre las plumas de los vientos, que tiene colgada de tres dedos la redondez de la tierra; cuya silla es el cielo y cuyo estrado real es la tierra; que haya querido venir a tan grande extremo de pobreza, que cuando naciese (ya que quiso nacer en este mundo), le pusiese su Madre en un pesebre por no tener otro lugar en aquel establo?». Así nos describe el maestro Granada los grandes misterios de las obras de Dios y, singularmente, la más sorprendente: la Humanidad de Cristo nuestro Salvador, que es haberse Dios hecho hombre por amor de los hombres.

Aunque parezca extraño, la Vida de Jesucristo, de fray Luis de Granada, es muy poco conocida. Solo tenemos noticia de la edición de Salamanca de 1574, de la cual se conserva un único ejemplar —al menos que sepamos— en la Biblioteca Nacional de Madrid. Esta edición es la que hemos seguido aquí. Fue reimpresa también en Salamanca en 1928, como primer volumen de la «Biblioteca Parva Ascético-Mística Granadina», dirigida por el P. Llaneza, O. P.

En tus manos tienes, lector, una de las obras que con más cariño salieron de la pluma de fray Luis de Granada, que se cuenta entre los más egregios escritores españoles de espiritualidad de todos los tiempos, entre los más elocuentes predicadores de nuestra lengua y entre los grandes maestros del habla castellana. Su prosa es clara y sencilla, al mismo tiempo que escogida y sin concesiones a la vulgaridad.

PRÓLOGO

LA MATERIA REQUERÍA (antes que tratásemos de la consideración de la vida de nuestro Salvador) que declarásemos el fruto grande que de este santo ejercicio se suele seguir. Mas porque en esto hay mucho que decir, y la brevedad que en esta escritura seguimos, no nos da lugar a tanto, solamente diré al presente que ella es la que más alumbra y esclarece nuestro entendimiento y mayor conocimiento nos da de Dios: que es el principio de nuestra felicidad.

La razón de esto es, porque a Dios en esta vida mortal no conocemos por sí mismo, sino por sus obras, y tanto más por ellas cuanto son más excelentes y mayores.

Pues como sea cierto que entre todas las obras de Dios la que sin alguna comparación es mayor sea la Humanidad de Cristo nuestro Salvador, que es haberse Dios hecho hombre por amor de los hombres, así ella es la que más nos descubre la grandeza de las perfecciones divinas, conviene saber: la sabiduría, la bondad, la caridad, la misericordia, la justicia, la providencia, la benignidad y las otras perfecciones suyas.

Y así ella es aquella escalera mística que vio el Patriarca Jacob, por la cual los ángeles subían y descendían; porque por aquí suben los varones espirituales al conocimiento de Dios, y por aquí también descienden al conocimiento de sí mismos.

Tiene también otra cosa esta consideración, que es universalmente provechosa para todo género de personas, así principiantes como perfectas.

Porque esta es el árbol de vida que está en medio del Paraíso de la Iglesia, donde hay ramas altas y bajas: las altas para los grandes, que por aquí suben a la contemplación de las perfecciones divinas, de que ya dijimos; y las bajas para los pequeños, que por aquí contemplan la grandeza de los dolores de Cristo, y la fealdad de sus pecados, para moverse a dolor y aborrecimiento de ellos.

Este es uno de los más propios ejercicios del verdadero cristiano, andar siempre en pos de Cristo, y seguir al Cordero por doquiera que va. Y esto es lo que Isaías nos enseñó cuando, según la traslación caldea, dijo que los justos y los fieles serían la cinta de las sienes de Cristo, y que andarían siempre al derredor de Él[1].

Lo cual espiritualmente se hace cuando el verdadero siervo de Cristo nunca se aparta de Él, ni le pierde de vista, acompañándole en todos sus caminos, y meditándole en todos los pasos y misterios de su vida santísima.

Porque verdaderamente no es otra cosa Cristo para quien tiene sentido espiritual, sino, como dice la Esposa, un suavísimo bálsamo derramado[2], el cual en cualquier paso que le miréis está siempre echando de sí olor de santidad, de humildad, de caridad, de devoción, de compasión, de mansedumbre y de todas las virtudes.

De donde nace que así como el que tiene por oficio tratar o traer siempre en las manos cosas olorosas, anda siempre oliendo a aquello que trata, así el cristiano que de esta manera trata con Cristo viene por tiempo a oler al mismo Cristo: que es parecerse con Cristo en la humildad, en la caridad, en la paciencia, en la obediencia y en las otras virtudes suyas.

Pues para este efecto se escribió este presente Tratado, que es de los principales pasos y misterios de la vida de Cristo, poniendo brevemente al principio de cada uno la historia de aquel paso, y después apuntando con la misma brevedad algunas piadosas consideraciones sobre él, para abrir el camino de la meditación al alma devota.

De las cuales unas sirven para despertar la devoción, otras para la compasión, otras para la imitación de Cristo, y otras para movemos a su amor y al agradecimiento de sus beneficios, y otras para otros propósitos semejantes.

Imité en este Tratado, entre otros que san Buenaventura hizo, uno llamado Meditaciones de la vida de Cristo, que él escribió a una hermana suya; y otro llamado Árbol de la vida del Crucificado, que para este mismo efecto por este santo Doctor fue compuesto, y póselo así en breve para que se pudiese traer en el seno lo que debe andar siempre en el corazón, y así pudiese decir el hombre con la Esposa de los Cantares: «Manojito de mirra es mi amado para mí: entre mis pechos morará».

[1] Isai. XI, 5.

[2] Cant. I, 2.

I. DE LA ANUNCIACIÓN DEL ÁNGEL A NUESTRA SEÑORA

PUES COMENZANDO A DISCURRIR por los principales pasos y misterios de la vida del Salvador, la primera cosa que se ofrece es la embajada del ángel a la Santísima Virgen nuestra Señora. Donde ante todas cosas es razón poner los ojos en la pureza y santidad de esta Señora que Dios ab aeterno escogió para tomar carne de ella.

Porque así como cuando determinó criar el primer hombre, le aparejó primero la casa en que le había de aposentar, que fue el Paraíso terrenal, así cuando quiso enviar al mundo el segundo, que fue Cristo, primero le aparejó lugar para lo hospedar: que fue el cuerpo y alma de la Sacratísima Virgen. Y así como para aquel Adán terreno convenía casa terrenal, así para este que venía del Cielo era menester casa celestial: esto es, adornada con virtudes y dones celestiales.

Y porque la condición de Dios es hacer las cosas tales, cual es el fin para que las hace, así como la Virgen fue escogida para la mayor dignidad que hay después de la Humanidad del Hijo de Dios, que es ser Madre suya, así le fue concedida la mayor santidad y perfección que hay después de Él.

Y porque ella era Madre del Santo de los Santos, a ella fueron concedidas por muy alta manera todas las gracias y privilegios que se otorgaron a todas las santas y santos.

Y sobre esto le fueron concedidos otros siete privilegios de grandísima dignidad y admiración. Entre los cuales el primero y el mayor fue ser Madre de Dios. El segundo, no sentir en sí ningún género de mala inclinación ni apetito desordenado. El tercero, nunca jamás en sesenta y tantos años de vida haber cometido un solo pecado, no solo mortal, pero ni venial: que es cosa que sobrepuja toda admiración. El cuarto, haber concebido por virtud del Espíritu Santo. El quinto, haber parido sin dolor, y sin detrimento de su pureza virginal. El sexto, haber sido llevada en cuerpo y alma al Cielo, sin que su cuerpo supiese qué cosa era corrupción. El séptimo estar asentada al lado del Hijo en los más altos bienes de gloria que a otra pura criatura fueron comunicados.

Pues siendo esta Virgen tan privilegiada y aventajada sobre todos los santos, y tan llena de gracia, ¿qué cosa fuera ver la vida que en este mundo viviría? ¿Qué fuera ver su pureza, su humildad, su caridad, su benignidad, su honestidad, su mesura, su misericordia y todas las otras virtudes que en ella más que rubíes y esmeraldas resplandecían?

¿Qué fuera verla en este mundo conversar con los hombres y vivir entre ellos, la que, por otra parte, conversaba con los ángeles y trataba con ellos? ¿Qué fuera ver sus ejercicios, sus lágrimas, sus vigilias, sus abstinencias, sus oraciones, en que gastaría los días y las noches con Dios? ¿Qué cosa más admirable que en sesenta y tantos años de vida, conversando con los hombres y viviendo en cuerpo sujeto a la hambre y necesidades de los otros cuerpos, nunca jamás descompasarse solo un punto, ni en comer, ni en beber, ni en dormir, ni en hablar, ni en otra cosa alguna, trayendo siempre todas las potencias de su alma, su memoria, su entendimiento, su voluntad y su intención puestas con Dios? ¡Cuán llena de luz, de amor y deleites celestiales estaba la que de esta manera perseveraba unida con eterno vínculo de amor y suavidad con Dios!

Finalmente, tal era su vida, su pureza y la hermosura de su alma, que quien tuviera ojos para mirarla mucho más conociera por aquí la sabiduría, omnipotencia y bondad de Dios, que tal alma había formado y perfeccionado, que por la fábrica y hermosura de todo este mundo.

Aparejada, pues, esta casa que es este Paraíso de deleites para este segundo Adán, después que se cumplió el tiempo que la divina sabiduría tenía determinado para dar remedio al mundo, envió al ángel san Gabriel a esta Virgen llena de gracia, la más bella y la más pura y escogida de todas las criaturas del mundo, porque tal convenía que fuese la que había de ser Madre del Salvador del mundo.

Y después que este celestial Embajador la saludó con toda reverencia, y le propuso la embajada que de parte de Dios le traía, y le declaró de la manera que se había de obrar aquel misterio, que no había de ser por obra de varón, sino por Espíritu Santo; luego la Virgen con humildes palabras y devota obediencia consintió a la embajada celestial, y en ese punto el verdadero Dios Omnipotente descendió en sus entrañas virginales y fue hecho hombre, para que de esta manera, haciéndose Dios-hombre, viniese el hombre a hacerse Dios.

Aquí puedes primeramente considerar la conveniencia de este medio que la sabiduría divina escogió para nuestra salud, porque esta es una de las consideraciones que más poderosamente arrebata y suspende el corazón del hombre en admiración de esta inefable sabiduría de Dios, que por tan conveniente medio encaminó el negocio de nuestra salud, dándole juntamente con esto gracias, así por el beneficio que nos hizo como por el medio porque lo hizo, y mucho más por el amor con que lo hizo, que sin comparación fue mayor.

Considera también aquí la inefable caridad de Dios, que al tiempo que nosotros dormíamos y menos cuidado teníamos de nuestra salud y ni con oraciones ni sacrificios procurábamos nuestro remedio, se acordó Él de remediarnos, y pudiendo hacer esto por otras muchas maneras, lo quiso hacer por esta, que a Él era tan costosa, por ser la más conveniente que había para nuestra salud. De la cual caridad dijo el mismo Señor en el Evangelio: «De tal manera amó Dios al mundo, que le dio su Unigénito Hijo, para que, mediante la fe y amor que tuviésemos con Él, alcanzásemos la vida eterna».

Considera también la maravillosa vergüenza y silencio de esta Virgen, que apenas habló una palabra necesaria después de muchas que el ángel le habló.

Y considera también su grande humildad, pues teniendo tanta razón para temer, teniendo delante de sí un ángel en tan resplandeciente figura, no se hace mención de este temor, sino del que recibió en oírse alabar y llamarse llena de gracia y bendita entre las mujeres, porque para el verdadero humilde ninguna cosa hay más nueva ni más temerosa que oír sus alabanzas, porque estas son los ladrones y robadores del tesoro de la humildad.

Considera también el amor inestimable que esta Virgen tenía a la castidad, pues ella fue la primera que en el mundo hizo este nuevo voto, sin tener ejemplo que imitar. Y que tan grande haya sido el amor que tuvo a esta virtud parece claro; pues ofreciéndole tan grande gloria como el ser Madre de Dios, todavía trató de volver por la gloria de esta virtud; y todavía, como san Bernardo dice, sintió pensar si por ventura para esto se había de dispensar el voto de su pureza virginal.

Piensa también en la fe de esta Señora, de la cual con mucha razón fue alabada de santa Isabel, pues creyó tantas maravillas juntas y tan increíbles a todo humano entendimiento. Pues si tanto alaba el apóstol la fe de Abraham porque creyó que una mujer estéril pariría, cuánto fue mayor la fe de esta doncella que creyó que una virgen pariría, y que Dios encarnaría, y que todo esto sería por Espíritu Santo sin obra de varón. De donde aprenderás, hombre flaco, a creer y fiarte siempre de todas las palabras y promesas de Dios, aunque al seso humano parezcan increíbles.

Considera después de todo este tan dulce diálogo, con cuánta humildad y obediencia se resignó esta Señora en las manos de Dios, diciendo: «He aquí la sierva del Señor, etc.».

Mas sobre todo esto es mucho más para considerar los movimientos, los júbilos y los regalos que en aquel purísimo corazón entonces habría con la supervención del Espíritu Santo, y con la Encarnación del Verbo Divino, y con el remedio del mundo, y con la nueva dignidad y gloria que allí se le ofrecía, y con tan grandes obras y maravillas como allí le fueron reveladas y obradas en su persona. Mas ¿qué entendimiento podrá llegar a entender lo que en esto pasó?

II.DE LA VISITACIÓN A SANTA ISABEL

COMO EL ÁNGEL DENUNCIÓ a la Sacratísima Virgen que su parienta Isabel en su vejez había concebido un hijo, dice el evangelista[1] que se partió con gran prisa a visitarla. Y entrando en su casa, y saludándola con humildad; como oyó Isabel la salutación de María, saltó de placer el niño en su vientre, y en ese punto fue llena del Espíritu Santo Isabel su madre y exclamó con una grande voz diciendo: «Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre. Y ¿de dónde a mí tan grande bien, que la Madre de mi Señor venga a mí?, etc.».

Tres personas tienes aquí en que poner los ojos después del Hijo de Dios, que estas maravillas obró; conviene a saber: el niño san Juan, su madre y la Virgen. En el niño considera una tan extraña manera de sentimiento y alegría como esta que aquí refiere el evangelista.

Porque en aquel punto le fue acelerado el uso de la razón, y le fue dado conocimiento de quién era el Señor que allí venía, y del misterio inefable de su Encarnación. De lo cual fue tan grande la alegría que su alma recibió, que vino a hacer aquella manera de salto y movimiento con el cuerpo, por la grande alegría que recibiera de su espíritu.

Por donde podrás conjeturar qué tan grande sería esta luz y alegría, pues no se pudo contener que no redundase en el cuerpo y se declarase con aquel salto y movimiento tan desacostumbrado.

También podrás por aquí entender qué tan grande sea el misterio y beneficio de la Encarnación del Hijo de Dios, pues con tal manera de sentimiento y reverencia quiso el Espíritu Santo que fuese por este niño celebrado y, por consiguiente, qué es lo que debe hacer el que es ya hombre perfecto, pues este niño encerrado en las entrañas de su madre tal sentimiento mostró.

Mas en la madre considera qué tan grande sería la admiración y alegría de esta santa mujer con el súbito resplandor de tan grande luz, que es con el conocimiento de tan grandes maravillas como allí le fueron reveladas, pues en aquel instante por una manera inefable le fue hecha relación casi de todo el misterio del Evangelio y de la Redención del género humano.

Porque allí conoció que aquella doncella que tenía delante era Madre de Dios y que había concebido del Espíritu Santo; y que el Hijo de Dios estaba encerrado en sus entrañas; y que el Mesías era ya venido al mundo, y que el género humano había de ser con su venida redimido. Allí supo que era cumplido el deseo universal de todos los Patriarcas, la predicación de los profetas, la esperanza de todos los siglos presentes, pasados y venideros. Allí conoció el misterio inefable de la Santísima Trinidad, porque, entendido que el Hijo de Dios era concebido, y concebido por Espíritu Santo, también había de entender la distinción de las Personas divinas; conviene saber: el Padre, cuyo Hijo había encarnado, y el Hijo, que había encarnado, y el Espíritu Santo, por cuya virtud se había obrado este tan grande misterio.

Pues, según esto, ¿qué podía sentir aquel piadoso corazón con el resplandor de tan altos y tan incomprensibles misterios? Especialmente si consideras la diferencia que hay entre la enseñanza de Dios y la de los hombres, porque esta comúnmente no hace más que alumbrar el entendimiento, sin mover la voluntad; mas la de Dios es de tanta virtud y eficacia, que cuanto alumbra el entendimiento tanto mueve la voluntad a sentir la grandeza de las cosas que el entendimiento concibe.

Pues si tantos y tan grandes eran los resplandores de su entendimiento, ¿cuáles serían los ardores y afectos de su voluntad? Esto es, la alegría, la suavidad y la admiración de tan grandes sacramentos. No hay palabras que basten para explicar esto como es. Porque por aquí veas cuán grandes sean las consolidaciones y dones de Dios aun en esta vida mortal para con los suyos, pues así los visita y recrea con sentimientos de cosas tan admirables. Todo esto nos descubre en una palabra el evangelista, cuando dice que la santa Mujer exclamó con una grande voz. Porque la grandeza de esta voz claramente nos enseña la grandeza del afecto y sentimiento de donde ella procedía.