Recopilación breve del "Libro de la oración y meditación", y "Vita Christi" - Fray Luis de Granada - E-Book

Recopilación breve del "Libro de la oración y meditación", y "Vita Christi" E-Book

Fray Luis de Granada

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Beschreibung

Después de largos años de estudio, lectura y silencio contemplativo, Luis de Granada escribe este libro, que no tarda en convertirse en un bestseller y sumarse a la mejor mística del Siglo de Oro español: una mística de prosa impecable y que enlaza con la llamada universal a la santidad defnida siglos más tarde por el Concilio Vaticano II. Fray Luis de Granada trata aquí sobre los contenidos y los frutos de la oración y la meditación, e invita al lector a considerar la Pasión de Cristo con meditaciones para cada día de la semana. En Vita Christi ofrece un recorrido breve por los principales episodios de la vida de Jesucristo, desde la Anunciación a su Madre hasta la Ascensión a los cielos.

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Seitenzahl: 495

Veröffentlichungsjahr: 2024

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FRAY LUIS DE GRANADA

RECOPILACIÓN BREVE DELLIBRO DE LA ORACIÓN Y MEDITACIÓN Y VITA CHRISTI

Edición, introducción y notas deFidel Sebastián Mediavilla

EDICIONES RIALP

MADRID

© 2024 de la edición, introducción y notas de Fidel Sebastián Mediavilla

by EDICIONES RIALP, S. A.,

Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

Preimpresión: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-6859-8

ISBN (edición digital): 978-84-321-6860-4

ISBN (edición bajo demanda): 978-84-321-6861-1

ISNI: 0000 0001 0725 313X

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ÍNDICE

Presentación

Introducción

1. Vida y obra

2. Mensaje espiritual: santidad y contemplación para todos los cristianos

3. Estilo de fray Luis de Granada

4. Historia del texto de la

Recopilación breve del libro de la oración y meditación

5. La presente edición de la

recopilación breve del libro de la oración y meditación

6. El texto crítico de

Recopilación breve del libro de la oración y meditación

7. El texto crítico

8. Notas y aparato crítico

9. Historia del texto de

Vita

Christi

10. La presente edición de

Vita Christi

Recopilación breve del

libro de la oración y meditación

de f. luis de granada, hecha por el mismo autor

Al lector

A la muy excelente señora Duquesa de Alba

Síguese una breve introducción para las personas que se quieran dar a la oración y a todo ejercicio de virtud

De cinco cosas que debe hacer el que desea aprovechar mucho en poco tiempo

Oración para pedir al Señor perdón de los pecados

Oración a Dios y a todos los santos para pedir todo lo que es necesario así para nos como para nuestros prójimos

Síguese una devotísima oración para pedir a nuestro Señor su amor

Oración devotísima a nuestra Señora

Comienza la recopilación del

libro de la oración y meditación

Capítulo I. De los grandes frutos y provechos del ejercicio de la oración y meditación

Capítulo II. De la materia de la meditación

Síguense las primeras siete meditaciones para los días de la semana

El lunes

El martes

El miércoles

El jueves

El viernes

El sábado

El domingo

Capítulo III. Del tiempo y fruto destas meditaciones susodichas

Capítulo IV. De las otras siete meditaciones de la sagrada pasión, y de la manera que habemos de tener en meditarla

Síguense las otras siete meditaciones de la sagrada pasión

El lunes

De la institución del Santísimo Sacramento

El martes

El miércoles

El jueves

El viernes

El sábado

El domingo

Capítulo V. De seis cosas que pueden entrevenir en el ejercicio de la oración263

§. I. De la preparación para antes de la oración

§. II. De la lición268

§. III. De la meditación

§. IV. Del hacimiento de gracias

§. V. Del ofrecimiento

§. VI. De la petición

Petición especial del perdón de Dios

Capítulo VI. De algunos avisos que se deben tener en este santo ejercicio

§. I.

Primer aviso

§. II.

Segundo aviso

§. III.

Tercer aviso

§. IV.

Cuarto aviso

§. V.

Quinto aviso

§. VI.

Sexto aviso

§. VII.

Séptimo aviso

§. VIII.

Octavo aviso

SEGUNDA PARTE. DESTE TRATADO, QUE HABLA DE LA DEVOCIÓN

Capítulo I. Qué cosa sea la devoción

Capítulo II. De nueve cosas que ayudan a alcanzar la devoción

Capítulo III. De diez cosas que impiden la devoción

Capítulo IV. De las tentaciones más comunes que suelen fatigar a los que se dan a la oración, y de sus remedios

Capítulo V. De algunos avisos necesarios para los que se dan a la oración

Aparato crítico

Notas complementarias

VITA CHRISTI

Al cristiano lector

De la Anunciación de nuestra Señora

La Visitación a santa Isabel

La Revelación de la virginidad de nuestra Señora

El Nacimiento del Salvador

La Circuncisión del Señor

La Adoración de los Magos

La Purificación de nuestra Señora

La huida a Egipto

Cuando se perdió el niño Jesús

El Bautismo del Señor

El Ayuno y la Tentación

La Transfiguración

La predicación de Cristo y sus milagros

La entrada en Hierusalem con los ramos

Preámbulo de la Pasión del Señor

La Cena del Señor y el Lavatorio de los pies

La Oración del Huerto

La prisión del Salvador, y presentación ante los pontífices

La presentación ante Pilato y Herodes, y los azotes a la columna

La coronación de espinas y el Ecce Homo

Del llevar la Cruz a cuestas

De cómo fue crucificado el Salvador

La lanzada del Señor y la sepultura

La Resurrección del Señor

La subida a los cielos

De la manera que se ha de tener en la consideración de todas las cosas susodichas

Bibliografía

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Índice

Comenzar a leer

Bibliografía

Notas

PRESENTACIÓN

Fray Luis de Granada comenzó a publicar a los cincuenta años. Después de acumular durante todo este tiempo observaciones de la naturaleza de las cosas, de los hombres y de Dios; después de tres decenios de estudios humanísticos, filosóficos y de alta teología —había tomado el hábito de dominico a los veinte años de edad—; después de más de diez años de silencio contemplativo y lectura de los espirituales en el yermo cordobés de Escalaceli, daba salida ahora por escrito a todo ese saber de forma ordenada pero irrefrenable en un primer título, el Libro de la oración y la meditación, exhaustivo y de considerable extensión: un bestseller en el siglo xvi, al que siguieron otros dos libros grandes de no menor calidad y éxito, la Guía de pecadores y el Manual de diversas oraciones y espirituales ejercicios.

Hombre de honda formación y fina conciencia, no se atenía a cauces escolásticos, a posiciones tomistas por cuanto dominico; sino que combinaba las seguridades aristotélico-tomistas con la cercanía espiritual que habían cultivado los franciscanos. Más aún, daba un paso valiente y arriesgado para aquellos tiempos: defendía la llamada universal a la santidad: todos los cristianos «podían» optar a la santidad y todos ellos «podían» aspirar a las cumbres de la contemplación. No se atrevió a asegurar que «debían». Este sería el siguiente paso que, a través de san Francisco de Sales —que sentía como él— llegaría a darse en el siglo xx con las declaraciones conciliares del Vaticano II, a las que se había anticipado la obra escrita y la institución fundada por san Josemaría Escrivá de Balaguer, el Opus Dei, que proponía a los laicos, para su perfección espiritual, unos medios específicos: la santificación del trabajo profesional y de las demás realidades temporales (fray Luis había animado a los seglares a adoptar los medios de los religiosos en la medida en que sus ocupaciones no lo estorbasen).

Como santa Teresa, como san Josemaría, fray Luis hubo de sufrir la «persecución de los buenos». Sus tres libros grandes, publicados antes de 1559 fueron incluidos en el Índice de libros prohibidos que ese año puso en circulación el Inquisidor General de España, Fernando de Valdés.

Para entonces, fray Luis vivía ya en Portugal, donde había sido llamado por el cardenal-infante don Enrique para darle parte en la reforma de la Iglesia que pretendía llevar a cabo en toda aquella nación. Allí fray Luis podía publicar lo que quisiera porque don Enrique era el Inquisidor General de Portugal y tenía el mejor de los conceptos de fray Luis y de la ortodoxia de su doctrina.

Mientras, con humildad, corregía o, por mejor decir, rehacía los libros censurados, pensando en dar pasto espiritual a los fieles, comenzó a escribir opúsculos en formato pequeño, de tal manera que pudieran llevarse encima para uso devocional. Estos tuvieron gran éxito entre la gente sencilla que no se atrevía con los grandes tratados ni disponía de medios para comprarlos.

A la vista de la buena acogida de estos «libros de bolsillo», y con conciencia limpia, puesto que no existía ni se tenía en cuenta el concepto de propiedad intelectual, fueron muchos los editores que, con diversas intenciones fueron sacando sumas o resúmenes, también de los libros grandes de fray Luis. Así se entiende que alguien pudiera exclamar un siglo más tarde, que los ejemplares «corrían a banderas desplegadas … leían los manuales las niñas de cántaro debajo del brazo; las fruteras y verduleras los leían cuando vendían y pesaban la mercancía».

Como no siempre se hacían estos resúmenes con el respeto debido a la unidad y calidad de estilo —se mezclaban partes de fray Luis con interpolaciones de otros, incluso del propio editor—, decidió fray Luis hacer sus propias recopilaciones; entre otras, las que presentamos en este volumen, una del Libro de la oración y meditación, y otra de Vita Christi.

En ambos opúsculos podrá disfrutar el lector de la galanura de estilo de fray Luis, la prosa más gallarda del Siglo de Oro español. Escribiendo por los mismos años que la santa de Ávila, «ejemplo rarísimo … en la forma del decir y en la pureza y facilidad del estilo», la santa adolece de las consecuencias de no haber pasado por las aulas: en tiempos de evolución y consolidación del lenguaje, el de santa Teresa es un español in fieri, mientras que el de fray Luis es ya un español en flor y en fruto: el estudio y la disciplina le han proporcionado fluidez y claridad basados en unos criterios gramaticales y sintácticos acabados, definitivos. Los párrafos largos de fray Luis, aprendidos en la escuela de Cicerón, huyen, sin embargo, del hipérbaton y de cualquier otro artificio, y se presentan comprensibles para todos gracias al dominio de la puntuación que, salvadas unas pocas peculiaridades de época ya perfectamente estudiadas, podría conservarse en esta nueva edición.

Junto con la forma, el lector disfrutará —y se le harán cortos los opúsculos— saboreando la conjunción de una fe ilustrada a partir de la revelación y la razón, con la contemplación y posesión de Dios mediante la humanidad de Cristo, más específicamente en la Vita Christi. Al acabar de leer esta, después de la Recopilación del Libro de laoración y meditación, habrá degustado el lector algo de la mejor mística del Siglo de Oro español, una literatura espiritual que seguirán cultivando sucesivamente santa Teresa, fray Luis de León y san Juan de la Cruz. Una mística vestida de prosa impecable —la de fray Luis— que enlazará, a su debido tiempo, con la definición dogmática de la llamada universalidad a la santidad en la Constitución Apostólica Lumen gentium, de 21 de noviembre de 1964.

INTRODUCCIÓN

1. Vida y obra

Su padre, Francisco de Sarria, había emigrado a Granada desde la aldea gallega de ese nombre para repoblar la recién conquistada ciudad de Granada. Aquí nació en 1504 su hijo, que, con la misma lógica, cambiaría su nombre, y firmaría más adelante como Luis de Granada. De la madre solo sabemos, por él, que era pobre y piadosa. El pequeño Luis quedó huérfano de padre a los cinco años, hubo de pedir limosna. Debió de acudir a aprender a leer y escribir y la doctrina cristiana en la escuela que había fundado el arzobispo fray Hernando de Talavera.

Quiso la providencia que fijara sus ojos en el pequeño el conde de Tendilla, gobernador de la plaza, y le tomara como paje de sus hijos con la misión de acompañarlos en sus idas y venidas para tomar lección. Asistiendo con ellos a clase, el niño Luis recibió una formación humanística que marcaría su estilo de orador y escritor. En este tiempo, su vivienda era la del gobernador, que ocupaba el palacio de la Alhambra.

A los veinte años pidió el ingreso en el convento dominico de Santa Cruz la Real de Granada. Tomó el hábito el 15 de junio de 1524. Tras el preceptivo año de noviciado, pronunció sus votos el 15 de junio de 1525. En este convento recibiría la formación específica de un fraile de la Orden de Predicadores: oración, meditación, estudio. Tres años de Humanidades y Filosofía, y cuatro de Teología.

En 1529 fue enviado por sus superiores a estudiar en el Colegio de San Gregorio de Valladolid, a donde acudían los más aventajados alumnos y profesores de la Orden. A su ingreso cambió el nombre de Sarria por el de Granada, con el que pasaría a la historia. Allí permaneció por espacio de cinco años dedicado al estudio de la Teología. Entre sus maestros y compañeros, se contaban Diego de Astudillo, Bernardo Manrique, Bartolomé de Carranza, Melchor Cano, Francisco de la Cerda, Pedro de Sotomayor… Se supone que por este tiempo fue su ordenación sacerdotal hacia 1532.

Aunque contaba con todas las condiciones para optar a una cátedra, si interés lo centraba en formarse para la predicación. Con ocasión de una leva de misioneros para ir a Nueva España, se ofreció voluntario e hizo las gestiones necesarias, aunque al fin sus superiores dispusieron que no embarcara.

Su nuevo destino estaba en la serranía de Córdoba con la misión de restaurar el convento de Escalaceli, que había fundado san Álvaro en 1423, y que estaba abandonado desde 1530. Se trataba ahora de restaurar la vida de comunidad y, poco a poco, rehacer los muros y dotarlo de lo necesario para vivir en él y celebrar el culto divino. A ello se dedicó con empeño y con éxito fray Luis entre 1534 y 1545. En este tiempo, se dio a la contemplación de tal manera, que en él se fraguarían aquellos conceptos y afectos que más tarde plasmaría en una producción literaria monumental. Así como en San Gregorio había leído con avidez los clásicos de la filosofía, la teología y la retórica, en Escalaceli se dedicó a saborear los libros devotos.

Desde Escalaceli sale con frecuencia, y con mucho gusto, a predicar en Córdoba y en otras ciudades andaluzas, reclamado, muchas veces, por los poderosos a quienes los superiores quieren complacer. Algunos de estos señores serían, con el tiempo, grandes amigos y valedores de fray Luis. Entre ellos, los condes de Feria y los marqueses de Priego, miembros de la familia Fernández de Córdoba.

En este ambiente de Escalaceli se estaba gestando lo que alumbraría años después en el primer libro de fray Luis, y verdadero acontecimiento editorial, el Libro de la oración y meditación, que se publicó por primera vez en Salamanca, en 1554, cuando el autor contaba cincuenta años.

En 1546 los superiores designan a fray Luis prior del convento dominico de Palma del Río. En ese mismo, el 1 de septiembre recibe el sobresaliente nombramiento como Predicador general que incluye el privilegio de poder ir en compañía de un socio, libremente elegido, por los púlpitos de España sembrando la palabra de Dios. Y se prodiga por toda Andalucía y Extremadura (Palma del Río, Castro de Río, Guadalcázar, Montilla, Priego…) durante una entera década.

Acabado el priorato en Palma del Río, fue destinado al convento de Badajoz en calidad de predicador. En este tiempo ora, estudia, escribe y, sobre todo, predica; y se desplaza cuando hace falta a Priego, Zafra, Montilla.

Cuando contaba cuarenta y seis años, atendiendo a una demanda del Cardenal-Infante don Enrique de Portugal, los superiores de la Orden autorizan a fray Luis para que cruce la raya y se ponga a las órdenes del prelado. Era don Enrique (1512-1580) hijo del rey don Manuel I; hermano de la emperatriz Isabel, esposa de Carlos V; y hermano también del rey Juan II, casado con Catalina de Austria, hermana de Carlos V. Don Enrique había sido preconizado arzobispo de Braga en 1533; ahora lo era de Évora desde 1540, y cardenal de la Santa Iglesia Romana desde 1545. Contrariamente a lo que era más corriente en su época, el cardenal-arzobispo, príncipe de la sangre, etc., residía en su sede episcopal; y, además, se cuidaba personalmente de gobernarla y apacentar a su grey personalmente: era un obispo «reformado y reformador». Buscando colaboradores idóneos, la fama de fray Luis le hizo reparar en él y reclamarlo a sus superiores. La medida estaba en la línea emprendida por su hermano el rey don Manuel y su hermana la emperatriz Isabel: uno y otra habían inyectado savia nueva en la provincia dominicana de Portugal importando religiosos de Castilla y Andalucía. Entre el cardenal y fray Luis se trabaría pronto una profunda amistad que duraría toda la vida.

El trabajo de fray Luis en la diócesis de Évora, que era muy extensa, se centró en tres tareas. La primera, la predicación personal por pueblos y aldeas y la formación de un equipo de predicadores: a ello acudió con la experiencia que había adquirido por los pueblos de Andalucía y Extremadura, cumpliendo una misión que en la Iglesia de su tiempo no era atendida más que escasamente por falta de preparación del clero. De acuerdo con el arzobispo, formó, simultáneamente un equipo de trece o catorce sacerdotes que fueran a predicar adonde se les mandase por todo el arzobispado, corriendo el arzobispo con su sustento.

En segundo lugar, y siempre de acuerdo con el prelado, se puso en marcha un anticipo de los seminarios que establecería para toda la Iglesia el Concilio de Trento. Para ello se fundó un colegio, que el arzobispo encomendó a los jesuitas para que impartieran el programa de asignaturas. Vino a ser un trasunto, mejorado —porque contaba con más medios—, de los estudios universitarios para clérigos que había organizado el maestro Juan de Ávila en Baeza.

El tercer frente de fray Luis en este momento consistía en escribir. Para llegar a muchos más, para que la evangelización alcanzara más lejos, se serviría de los que él llamó sus «predicadores mudos». Había llegado el momento, y no cesaría de escribir —hasta que la muerte le llegara en el aún lejano 1588—, con una producción literaria gigantesca tanto por el número de títulos, como por la cantidad de ediciones y traducciones que llegaron estos a alcanzar, ya en vida del autor, y, ni que decir tiene, en lo posterior. Como primer fruto de esta tarea, en 1554 sale, en Salamanca, de los tórculos de Andrea de Portonaris, el Libro de la oración y meditación, un acontecimiento editorial, el mayor que se conoce en el siglo. Y lo fue «por dos razones: primera, por el hambre y la sed de Dios; segunda, porque el Libro saciaba» (Huerga 1988:110). Poco después, en 1556 publica la Guía de pecadores primitiva, y en 1557, la Segunda parte del libro llamado Guía de pedadores y, en el mismo volumen, una Vita Christi.

Mientras desarrolla esta actividad literaria y publicista, continúa predicando y cumpliendo una delicada misión como renovador de dominicos y consejero de los grandes. En 1556 se le elige provincial de la Provincia de Portugal. Para que su autoridad no sufriese ningún menoscabo, se le transfirió de inmediato a esta misma provincia. Como provincial, promovió el estudio, la vida fraterna, la pobreza, el espíritu de oración y la predicación, como elementos esenciales de la vida y espiritualidad dominicanas. Prestó especial atención a las nuevas vocaciones. Amplió la provincia con nuevas fundaciones y revitalizando otras. Y fomentó las vocaciones misioneras para el lejano oriente. Rechazó reiteradamente, en 1588, la mitra de Braga, que le ofreció la reina regente Catalina de Austria, y propuso a fray Bartolomé de los Mártires, que aceptó obligado por fray Luis en virtud de santa obediencia.

En el trienio 1557-1559 mantiene una desbordante actividad literaria, hasta la brusca interrupción que le supondría ver incluidas sus obras en el Índice de libros prohibidos del Inquisidor General Fernando de Valdés. Por entonces, en 1557 publica un Manual de diversas oraciones y espirituales ejercicios, que dos años después ampliaría abundantemente. En 1559 publica el Compendio de doctrina cristiana, recopilado de diversos autores, al que añade en el mismo volumen Trece sermones, en portugués, originales de fray Luis. Ese mismo año publica en Lisboa, sin fecha, el Tratado de la oración, atribuido a san Pedro de Alcántara, que hizo un resumen de esta obra. Fray Luis lo revisó y amplió, aunque se imprimió a nombre de fray Pedro. La paternidad granadina está hoy fuera de duda (véase Huerga 1988:134-137).

Precisamente en este año 1559 el Inquisidor General Fernando de Valdés hizo incluir las obras publicadas por fray Luis en el Índice de libros prohibidos que se confeccionó bajo su autoridad. En el mismo se incluían, igualmente, otros insignes autores espirituales como —por citar solo los canonizados— san Juan de Ávila, san Francisco de Borja… La persecución había comenzado un año antes, con el proceso contra el arzobispo de Toledo, fray Bartolomé de Carranza, viejo amigo de fray Luis, que había publicado en Amberes, en 1558, un Comentario sobre el Catecismo cristiano, donde el examinador designado por Valdés, el dominico Melchor Cano, quiso ver trazas de herejía; y Carranza hablaba en su Catecismo maravillas de los libros de fray Luis… En la censura que Cano hace del Catecismo de Carranza, incluye, de pasada a los libros de fray Luis, que hablan de perfección y contemplación para todos, lo que sonaba a «alumbradismo». Tras la condena, fray Luis se dedicará, humildemente, a reescribir, más que corregir, los libros censurados…, y seguirá escribiendo otros; y en estos y aquellos rebatirá paladinamente las acusaciones de Cano y Valdés, defendiendo la literatura de oración. La mayoría de los teólogos, y la gente de corte, y el pueblo llano no creía que tuvieran mala doctrina los libros de fray Luis, sino muy sana. La misma Inquisición lo reconocería pocos años después.1

En 1560, fray Luis termina su provincialato y ha de convocar Capítulo electivo del que saldrá un nuevo provincial. Descargado de ese oficio, va a dar comienzo a una década de trabajo sereno y fértil, de gran producción literaria. Su domicilio está ahora en el convento de Santo Domingo de Lisboa. Es, desde hace algún tiempo, confesor de la reina, además de consejero del cardenal-infante: no podía estar alejado de la corte.

Tras la prohibición de los libros que hablaban de oración mental, el pueblo cristiano estaba deseoso de ellos, y fray Luis no dejaría de escribir, proporcionándole ese alimento espiritual hasta el final de sus días. Antes de dos años, desde la inclusión de sus obras en el Índice de Valdés, publicó tres opúsculos en un solo volumen, cuyo éxito fue llamativo, de manera que la edición se agotó enseguida. Su título: Memorial de lo que debe hacer un cristiano, Tratado de algunas muy devotas oraciones para promover el amor de Dios, y Vita Christi, Lisboa, 1561. Al año siguiente, en 1562, traduce y edita la Escala espiritual de san Juan Clímaco, mejorando las traducciones anteriores de este clásico de la espiritualidad (a pesar de que todavía figuraban sus obras anteriores prohibidas por la Inquisición española, en Portugal no tenía ningún obstáculo para publicar, siendo, como era, Inquisidor General su buen amigo y confidente, el cardenal-infante don Enrique, ajeno a los prejuicios e intereses de Valdés).

Gran satisfacción recibió cuando la ortodoxia de sus libros fue reconocida formalmente en el Concilio de Trento, con refrendo del papa Pío IV.2

En 1565 publica el Memorial de la vida cristiana, una especie de catecismo de perfección para todo cristiano. Dividido en dos volúmenes, está dirigido a clérigos y fieles corrientes; su tesis de la vocación a la santidad de todos los bautizados emerge en todas sus páginas. En la dedicatoria explica como este libro es el resultado de una amplia reelaboración y ampliación del primer Memorial, de 1561. En el segundo volumen trae una Vita Christi, reproducción de la de 1561, y precedente de la que publicará de nuevo en Salamanca en 1574.

A continuación, acometió la tarea de rehacer el Libro de la oración y meditación, que continuaba en el Índice, para reeditarlo. Revisado por los censores, recibió la licencia para su aprobación con palabras altamente elogiosas. El Libro salía ahora (1566) impreso en Salamanca, imprenta de Adrea de Portonaris, con este llamativo reclamo en su portada: «Este libro, cristiano lector, sale agora nuevamente añadido y emendado y cuasi hecho otro de nuevo por el mismo autor, con aprobación y licencia y privilegio real de Su Majestad … y así agora puede correr y ser leído de todos».3 Un año más tarde (1567) publicaba la definitiva Guía de pecadores, rehecha a partir de la primera versión, de 1556, incluida también en el Índice de Valdés.

Al acabar la Guía de pecadores, fray Luis se encontraba agotado. Tomó un tiempo de descanso, aquel año de 1568, en el convento dominico de Setúbal, donde tan solo tomó algunos apuntes de semblanzas de algunas personas piadosas, que no pensó en publicar, pero que tampoco rompió, y serían publicadas póstumamente.4

Si hasta entonces solo había publicado en romance, ahora va a comenzar una vastísima obra en latín, con el fin de llegar más lejos: el objetivo consistía en ayudar a los sacerdotes para que pudieran predicar dignamente. Esta tarea, la de publicar, le llevará de 1571 a 1576; la labor de recogida de datos e ideación data de mucho atrás. Por el contenido, libros latinos para la predicación, se puede dividir en tres grupos: 1. teoría de la predicación; 2. Fuentes; 3. sermonarios y modelos. Su aparición, cronológicamente, fue como sigue:

Collectanea moralis philosophiae, Lisboa, 1571. Se trata de un volumen de más de mil páginas, distribuidas en tres tomos, cada uno con su portada; un libro de un género inhabitual en fray Luis, en latín, y de cosas aparentemente profanas, de cosas de filosofía moral, o antropología ética, de sentencias de Plutarco y de otros escritores clásicos. En la introducción se justifica, aclarando al lector que ha decidido dedicar el tiempo que le quede de vida a ayudar a los predicadores a preparar sus sermones: les vendrá bien tener a mano un abundante surtido de pensamientos para cualquier necesidad, y para enriquecer y hermosear el sermón. El primer tomo trae pensamientos de Séneca; el segundo, de Plutarco; el tercero, más heterogéneo, de Aristóteles, Cicerón, Plinio, Suetonio… y Erasmo (este, de forma selectiva y críticamente).

A continuación, y después de haber ofrecido esta colección de lugares para escoger, ahora va a ofrecer a los predicadores sermones (Conciones) perfectamente desarrollados: un sermonario que abarcará los dos ciclos litúrgicos (del tiempo y de las fiestas). Una vez acabado, el proyecto se plasmó en cuatro volúmenes del ciclo temporal, y dos del festivo. Los volúmenes primero y segundo los imprimió en Lisboa Juan Barreiro, 1575; el tercero, en la misma ciudad, Antonio Ribeiro, 1576; los demás, en Salamanca, los Herederos de Matías Gast, 1578-1580. Los bibliógrafos se admiran de la enorme difusión que tuvo la obra; y los estudiosos, el beneficio que supuso para la renovación de la oratoria postridentina. San Carlos Borromeo seguía con impaciencia la edición, y estimulaba el trabajo de fray Luis.

Mientras se iba llevando a cabo la edición del sermonario, fray Luis atendió a otros compromisos: editó y prologó unas Meditaçoes e homilías del cardenal D. Enrique, Lisboa, 1574. El mismo año, Tratado de la oración, ahora a impreso a su nombre.5

También salieron a la luz en 1574, en Salamanca, imprenta de Matías Gast, las Adiciones al Memorial de la vida cristiana.

Si en la colectánea y en los sermonarios había surtido de peces a los predicadores, ahora les iba dar la caña y enseñar a pescar, con la publicación de su Retórica eclesiástica, proporcionándoles con ella los medios para llegar a ser no solo oradores, sino lo que es más, predicadores. Distribuida en seis libros, en lengua latina, para utilidad de toda la cristiandad, debió salir en la primavera de 1576. La Retórica eclesiástica es una obra didáctica, pensada como libro de texto: es la preceptiva literaria del buen predicador. Ha merecido los mejores elogios en su género, y fue adoptada como libro de texto en muchas universidades y colegios en el viejo y el nuevo mundo.

En 1577 moría la reina regente. Un año después muere el joven rey Sebastián en el desastre de Alcazalquivir. Como solución a un complejo conflicto sucesorio, hubo de acepar la corona el cardenal-infante. Ahora, don Enrique tenía que ocuparse de los asuntos del reino. Fray Luis se mantuvo a una respetuosa distancia: las visitas y los encuentros se espaciaron durante el año y medio que duraría el reinado de don Enrique, que tomó por confesor un padre jesuita. Fray Luis, disponía, de este modo, de más tiempo para escribir y predicar. Durante este tiempo preparó una edición más cuidada de sus mejores obras ya publicadas, que dedicaría a Felipe II: era el primer obsequio que hacía a su rey. En las advertencias «al cristiano lector», proporciona esta preciosa información:

En esta nueva impresión en marca mayor, están todos los libros que hasta ahora con el favor de Nuestro Señor tengo escritos en lengua vulgar, que son cuatro; a saber: Guía de pecadores, Libro de la oración y meditación, Memorial de la vida cristiana y Adiciones de este Memorial. Y puesto caso, que en tiempos pasados escribí otros tratados más pequeños, pues todo lo que en ellos había de provecho puse en estos. He dicho esto, parte porque se sepa que quien este libro tuviere, que en él tiene todo lo que tengo hasta esta era de 1579 escrito; y parte, porque no juzgue por mío todo lo que fuera de estos cuatro libros hallare, porque muchos toman algunos pedazos de ellos y júntanlos con otras escrituras, y publícanlo todo en los títulos del libro por cosa mía; y parte también porque los que quisieren trasladar estos libros en alguna otra lengua, entiendan que el original más fiel y correcto es este que agora sale a luz en esta impresión de Salamanca de 1579. Verdad es que pocos días ha recopilé en breve el Libro de la oración: el cual no va aquí, lo uno porque es parte de este libro, tomado palabra por palabra de él; y lo otro, por ser libro pequeño, que se puede traer en el seno, y es más propio para rezar o meditar por él, que para andar en esta forma grande. Más libros que estos no oso prometer para adelante, aunque no faltaba en qué poder servir a la piedad cristiana. Pero la edad, aunque no me quita este deseo, no parece que podrá dar espacio para otra cosa, si el común Señor (cuya gloria todos deseamos) no alargare los plazos de la vida y venciere el temor de nuestra natural desconfianza (Epistolario, p. 252).

Fray Luis hubo de sufrir alguna incomprensión de Felipe II, que optaba al trono como depositario de los derechos dinásticos. Una vez que ocupó el trono, también la relación con fray Luis se aclaró y le manifestó su favor, como antes.

Los últimos años de fray Luis transcurrieron con mayor paz. Siempre en su celda, se dedica a rezar y a dictar. Dictar, ahora, por obligación, porque se resiente de la vista, progresivamente. Sin embargo, todavía tendría tiempo y bravura para producir algunas obras monumentales. En efecto, los años 1582-1588 fueron los más fructíferos del escritor, y el periodo más productivo en cuanto a publicaciones. Lejos de las intrigas palaciegas del convulso año 1581, que quedaban atrás; liberado de la preocupación por las acusaciones de heterodoxia; habiendo sido aprobados sus escritos por el Concilio de Trento; confundido en su humildad por los elogios públicos que le había dirigido el Sumo Pontífice, fray Luis vuelve a tomar impulso para seguir sirviendo a la Iglesia con su pluma.

En efecto, a petición del cardenal Carlos Borromeo, amigo y admirador de fray Luis, el papa Gregorio XIII había enviado a este un breve sumamente elogioso de su persona y sus escritos. Llevaba fecha de 21 de julio de 1582. El texto lo divulgó el impresor salmantino Cornelio Bonardo, heredero de Matías Gast, sorteando la autorización de fray Luis, al frente de la primera edición de la Introducción del símbolo de la fe.

El 9 de septiembre del mismo año, escribe al cardenal Carlos Borromeo diciéndole que tenía acabados «dos libros de mucha escritura. El primero es Silva locorum communium, que es de todas las materias predicables … El otro es la Introducción del símbolo de la fe, repartido en cuatro partes principales, en que se trata de los principales misterios de nuestra fe» (Epistolario, p. 89). La Silva se publicaría en 1585. Con anterioridad, en 1583, apareció la editio priceps de la Introducción del símbolo de la fe, inaugurando una inacabable serie de ediciones y traducciones de la más difundida de sus obras.Antes de terminar la redacción de esta última obra, al comprobar su gran volumen, pensó en hacer un sumario de sus cuatro partes «para que así se pudiese mejor retener en la memoria lo que allí difusamente se trata» («Al cristiano lector»). En realidad, y al final, resultó ser un libro también voluminoso, de hecho, un libro nuevo. Se publicó en 1588. Con el Sumario, al final de la cuarta parte, publicó el Modo de catequizar, una breve manera de exponer la doctrina cristiana a los fieles.

Todavía escribiría una Doctrina espiritual, que vio la luz en Lisboa en 1587, con cinco breves tratados: sobre la oración mental, la oración vocal, instrucción y regla del bien vivir para todos, para los que comienzan a servir a Dios, y un aparejo para la confesión y sagrada comunión. Es un resumen de lo más escogido de sus libros anteriores.

En la última etapa, gastó mucho tiempo en leer vidas de santos, y esbozó con su pluma algunas semblanzas de mujeres santas que había tratado, y que no llegó a publicar. En el conjunto de su producción literaria se cuentan, en total, siete biografías: las de san Juan de Ávila, el cardenal-rey don Enrique, fray Bartolomé de los Mártires (que no concluyó porque le sobrevivió), sor Ana de la Concepción, doña Elvira de Mendoza, Melicia Hernández, y sor María de la Visitación. Fray Luis no escribe vidas de santos canonizados, sino de cristianos que han vivido con coherencia la llamada universal a la santidad, dentro de la Iglesia, en cualquiera de los estados: un cardenal que fue rey sin él buscarlo, un arzobispo, un sacerdote, una señora casada, dos monjas y una criada. Fueron escritas todas ellas entre 1584 y 1588, aunque no fueron publicadas en vida del autor, a excepción de la vida de san Juan de Ávila, en 1588. Las obras seis se editaron entre 1588 y 1662.

Especial atención requiere La vida de sor María de la Visitación, conocida universalmente como «la monja de Lisboa» o «la prioresa de la Anunciada», religiosa dominica que alardeaba de revelaciones y estigmas y tuvo engañado a todo el mundo, desde el Papa al rey Felipe, desde la Inquisición al pobre de fray Luis, que difundía sus virtudes y milagros en su correspondencia epistolar con san Carlos Borromeo y con san Juan de Ribera; la cual vino finalmente a reconocer la superchería cuando las llagas no resistieron la prueba del agua y el jabón. El disgusto amargó los últimos días de fray Luis, que reaccionó como no se podía esperar menos de su estatura moral, retractándose por escrito al tiempo que salía en defensa de la fe de los inocentes, como adelanta el título de este su último sermón, que decía: Sermón en que se da aviso que en las caídas públicas de algunas personas ni se pierda el crédito de la virtud de los buenos ni cese ni se entibie el buen propósito de los flacos. Mientras la vida quedó inédita hasta el tardío año 1962, el Sermón se publicó en Lisboa, con licencia del Santo Oficio y del Ordinario, en casa de Antonio Ribeiro, en 1588. La licencia se había otorgado el 17 de diciembre. Fray Luis estaba en cama, desde el día 15, y no se levantaría ya de ella.

Se ha dicho que el mejor sermón de su vida fue su santa muerte. Esta le alcanzó en el convento de Santo Domingo de Lisboa a las nueve de la noche del día 31 de diciembre de 1588. Tenía ochenta y cuatro años. Se le hicieron solemnes honras fúnebres en Lisboa y en Valladolid (estas, organizadas por el Colegio de San Gregorio), y en el convento de Predicadores de Valencia, con sermón predicado por san Juan de Ribera. Este quiso traerse los restos del finado al Colegio de Corpus Christi. Permanecieron, con todo, en Lisboa, y en 1634 se trasladaron a un mausoleo alzado y adosado al muro de la iglesia de Santo Domingo de Lisboa. La lauda sepulcral reza, traducida del latín:

Fray Luis de Granada, de la Orden de Predicadores, por cuya doctrina se ven mayores milagros —según el oráculo de Gregorio XIII, Pontífice Máximo—, que si hubiera alcanzado de Dios vista a ciegos, vida a muertos; mucho más que por haber renunciado muchas veces obispados. Ilustre por su admirable piedad con Dios y misericordia con los pobres. Habiendo ilustrado todo el orbe con sus insignes libros y sermones, murió en Lisboa a los ochenta y cuatro años de su edad, con gran sentimiento de la república cristiana, el día antes del primero de enero de MCMLXXXIX

Tenido, ya en vida, por santo, su proceso de beatificación y canonización sufrió las consecuencias de los avatares de la provincia portuguesa de la Orden. Tocaba, porque así es la praxis de la Iglesia, incoar el proceso en el lugar donde había fallecido. Mucho después, y en vista al IV centenario del nacimiento de fray Luis que se avecinaba, en 1986 se inició, finalmente, el proceso en la diócesis de Lisboa, con la firma del documento pertinente por parte del Cardenal Patriarca D. Antonio Ribeiro. Pero el postulador y los vicepostuladores de la causa llegaron a la conclusión de que sería más eficiente que la sede se trasladase a Granada, puesto que la mayor parte de las pruebas documentales estaban escritas en español, y fray Luis era más sentido en España, concretamente en Granada, que en Lisboa, y que la provincia de Andalucía sería la que tendría más parte en los trabajos. De este modo, el 31 de diciembre de 1988, cuando se cumplían los 400 años de su tránsito, se convertía Granada en la sede de la causa, sin que Lisboa se desvinculase: desde ahora, seguiría su curso la denominada causa lisbonensis-granatensis. El año 1999 concluyó el Proceso Diocesano de Beatificación, y su documentación se depositó en Roma. En 2001 se entregó la positio sobre su vida y virtudes. La muerte del autor de la positio y de otros religiosos especialmente involucrados en la causa supuso un inconveniente para el desarrollo de la misma, que no ha obtenido todavía la primera de las sanciones que se esperan de ella, la declaración de las virtudes heroicas del siervo de Dios, camino previo a la declaración de beato, primero, y santo al fin.

2. Mensaje espiritual: santidad y contemplación para todos los cristianos

Todo el quehacer de fray Luis de Granada, y su persona, tienen un valor relevante, no solo para la literatura, sino para la historia del cristianismo y de la espiritualidad. Su vida, sus escritos, pero sobre todo su espiritualidad ha de explicarse desde el marco de la espiritualidad propia de la Orden de Predicadores que abrazó en su juventud, así como desde las peculiaridades de la espiritualidad del Siglo de Oro, en el que confluyeron distintas corrientes e influencias en el campo de la ascética y la mística.

Los primeros pasos de la mística española los encontramos en la espiritualidad de las reformas franciscanas, benedictinas y agustinianas desde principios del siglo xv y en la fundación de los jerónimos en el siglo xiv. Esta nueva espiritualidad se caracteriza, en general, por el intento de imitar a Jesucristo y vivir el Evangelio volviendo a la práctica de la regla primitiva de cada orden. Se desconfía de la teología especulativa en orden a alcanzar la santidad, y se prefiere la lectura de teólogos afectivos: san Agustín, san Gregorio Magno, san Bernardo…, y los autores franciscanos primitivos. Junto con la práctica de las virtudes, se propone el cultivo de la oración personal. La oración mental metódica y de recogimiento determinó la aparición de la nueva espiritualidad, que reclamaba la universalización de la llamada a la santidad.

Dentro de este clima de interiorización de la fe, el erasmismo tuvo mucha influencia en la España de la primera mitad del siglo xvi. Mucho se ha escrito sobre si estuvo influido fray Luis, y en qué medida, por los escritos de Erasmo. Aunque no faltan las citas del roterodamo en sus escritos, en opinión de alguno de sus estudiosos, este «no determinó ni la espiritualidad del granadino (que en fray Luis fue vivencial, práctica y teológica, y en Erasmo fue más de gabinete y sin garra), ni en su obra literaria» (Martín Ramos 2005:67).

La Orden de Predicadores vivió en el siglo xvi un periodo de gran vitalidad. Su reforma, iniciada en el siglo anterior, había dado frutos abundantes. Un personaje que influyó poderosamente en la reforma de la Orden fue el dominico italiano Savonarola y el español, también dominico, Juan Hurtado de Mendoza. Este llevó su ímpetu renovador al Colegio de San Gregorio, de Valladolid, y allí encontraría eco en fray Bartolomé de Carranza y fray Luis de Granada.

En la España de estos años se respiraban aires de reforma religiosa, cuyas referencias más señaladas se hallan en Erasmo, Savonarola, Crema, los místicos alemanes y la Devotio moderna. En este contexto variopinto, los dominicos españoles mostraron muchísimo interés por la fe del pueblo. El estudio, como medio de santificación personal, como cauce por el que se avanza en el conocimiento de la verdad que se ha de anunciar, tuvo una importancia capital en el contexto en que se forma el espíritu del dominico fray Luis de Granada. Pero él supo aunar, de manera admirable, el uso de la razón con la vía del afecto. Se podría afirmar que la espiritualidad de fray Luis es la propia del predicador, la dominicana, es decir, la espiritualidad cristiana vivida al estilo de santo Domingo.

Así, fray Luis tiene un único tema en su predicación y en sus escritos, la persona y el mensaje de Jesucristo, y lo desarrolla con distintos acentos con tal de facilitar que todos los hombres lleguen al conocimiento y trato personal con Cristo, y a la perfección de su vida espiritual. Este único tema lo desarrollaría con diversos acentos y argumentos, pero, en su intento, está el afán por llevar a todos los cristianos a la santidad (véase, en particular, Polvorosa 1993).

La referencia es siempre Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Su teología es cristocéntrica. Fray Luis aúna en su personalidad el ser uno de los grandes de la literatura y un auténtico maestro de espiritualidad. Concibe la santidad como tarea universal de todos los cristianos de todos los tiempos y lugares, sea cual sea su profesión y condición. Su convencimiento de que todos los cristianos están llamados a la santidad más eximia lo fundamenta en que Cristo murió por todos para redimirlos a todos:

Este es el principio y el medio y el fin del Evangelio, conviene saber: que, así como un hombre terrenal y pecador —que fue Adán— nos hizo pecadores y terrenos, así otro hombre celestial y justo —que fue Cristo— nos hiciese celestiales y justos … Esta es la suma de toda la teología cristiana (Guía de pecadores, 27, 1).

Y, más tarde, al comienzo del Memorial de la vida cristiana, afirmará:

Esto es, cristiano lector, lo que muchos años ha tengo deseado: ver algún particular libro que tratase de formar un perfecto cristiano, y fuese una suma de todo lo que pertenece a la profesión desta vida celestial …. en el cual pretendo formar un perfecto cristiano, llevándolo por todos los pasos y ejercicios desta vida, desde el principio de su conversión hasta el fin de la perfección (Prólogo «Al cristiano lector»).

Muy al principio de su gran producción literaria, en 1565, dedica dos voluminosos tomos para enseñar a los cristianos el modo de llegar a la perfección. La meta era alta y la tarea ambiciosa.

El otro eje doctrinal de la teología que subyace en la obra de fray Luis es su concepción de la Iglesia, a la vez jerárquica y carismática. Fiel sumiso a la Iglesia-institución, no se queda aferrado a las estructuras; tiene siempre presente que es Cuerpo místico de Jesucristo, de quien dimana la vida y la fuerza a todos los cristianos. Los libros de fray Luis de Granada aportan a la Iglesia sana doctrina, unidad de vida y adaptabilidad a todos los sectores del pueblo de Dios.

El mensaje doctrinal de fray Luis, hondamente arraigado en la Palabra de Dios, recoge lo mejor de la patrística griega y latina, y de los doctores medievales, con predominio de san Buenaventura y san Bernardo; pero se abre con amplitud a las nuevas culturas y lenguajes, en armoniosa síntesis, desde los místicos alemanes deudores de san Alberto Magno (Eckart, Taulero, Suso) a los italianos, como santa Catalina de Siena o Venturini; de Savonarola y Erasmo hasta Serafín de Fermo y Francisco de Osuna, ya en la reforma tridentina.

Anclado en la más depurada tradición de la Iglesia, y muy sensible a las diferentes corrientes de espiritualidad y al influjo del humanismo, integra lo recibido en una irrefragable originalidad. En vano se le intentaría encuadrar en una escuela. «Lo propio de fray Luis es de Granada es la apertura, la sencillez y la simplificación, nunca empobrecedora, de cuanto llega al infatigable lector que fue y pasa por su honda reflexión y por su pluma de oro» (Velado 1993:381).

En fray Luis prima el conocimiento, lo objetivo, la teología, Cristo; pero incorpora (influido por los místicos alemanes) la introversión, el análisis subjetivo, añadiendo a la visión realista recibida en su formación dominicana aristotélico-tomista, nuevos elementos neoplatónicos. Visión objetiva y subjetiva se complementan y enriquecen mutuamente: catecismo y suma de vida.

Eminente maestro de oración, admirado y rendidamente recomendado por santa Teresa de Jesús, fray Luis aprendió del cristocentrismo orante de san Juan de Ávila, y plasmó en el Libro de la oración y meditación los más valiosos elementos de diversas procedencias, propias y ajenas; y diseñó un método que se difundió rápidamente dentro y fuera de su orden religiosa. Obra maestra desde el punto de vista literario y espiritual, el Libro se vende solo, entre los sedientos de oración, porque ofrece un método sencillo y atractivo: 1. En qué consiste la oración y cómo se ha de orar. 2. Hay varias clases de oración: la mental se ha de preferir. 3. La oración es necesaria y dulce como la miel para el espíritu: En este ejercicio pueden intervenir cinco partes, «conviene saber, preparación, lición, meditación, hacimiento de gracias y petición».6

Aunque fray Luis se dirige a principiantes, su espiritualidad es de altos vuelos: el esfuerzo ascético continuado acaba en experiencia mística por acción del Espíritu Santo. Santa Teresa lo aconsejaba a sus monjas y les dejó esta manda para cuando ella faltase: «Tenga en cuenta la priora con que haya buenos libros, en especial … los de fray Luis de Granada …, porque es en parte tan necesario este mantenimiento para el alma como el comer para el cuerpo» (Constituciones, 1, 13).

En el Memorial de la vida cristiana enseña, como indica su título, «todo lo que un cristiano debe hacer desde el principio de su conversión hasta el fin de la perfección». En realidad, aunque propone la perfección para todos, todavía la ve como opcional:

En este mismo libro también se trata de la perfección de la vida cristiana, a la cual, aunque no todos sean obligados, todos se deben esforzar a caminar para ella, porque con este intento y presupuesto aprovecharán mucho más en la virtud que los que, contentos con una mediana vida, no quieren pasar adelante (Adiciones al Memorial de la vida cristiana).7

Se percibe, como era frecuente en su época y mucho después, una identificación (indebida) entre santidad y «estado de perfección» (que incluía el seguimiento de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia; es decir, el abandono del mundo para abrazar la vida religiosa). De hecho, los medios que ofrece a los seglares son los mismos de que disponen los religiosos: «que, donde hay amor de Dios, no son impedimento los estados y honras y vida de casadas para imitar la vida de las religiosas que más apretada y rigurosamente viven» (Vida de doña Elvira de Mendoza).8

Y es que, aunque algunos le llegan a calificar de «pionero y defensor de la espiritualidad seglar» (Alonso 2005:246)9, no llega a tanto: invita a todos, también a los seglares a la santidad, pero no ha entrevisto, todavía, lo que más tarde enseñará el Concilio Vaticano II: los medios específicos y el campo propio de santificación de los laicos en la vivificación de las estructuras temporales, mediante su trabajo y su presencia en el mundo.10 Para fray Luis, las ocupaciones temporales todavía son estorbo para el recogimiento. Él da un paso decisivo proponiendo que la santidad es alcanzable en todos los estados, y que todos pueden progresar en la vida mística. En esta misma línea siguió san Francisco de Sales, lector asiduo de fray Luis.11 Efectivamente, el camino de perfección para todos, censurado por Melchor Cano, y defendido siempre por fray Luis, influyó en el obispo de Ginebra y su Introducción a la vida devota (1608), escrita para laicos. Pero será otro santo, del siglo xx, Josemaría Escrivá de Balaguer, quien aportará la novedad desde su primera publicación, Consideraciones espirituales (1934), germen de su más conocido Camino (1939). Lo explicaba poco antes de ser elegido papa, el cardenal Albino Luciani, después Juan Pablo I:

Escrivá de Balaguer supera en muchos aspectos a Francisco de Sales. Este, también propugna la santidad para todos, pero parece enseñar solamente una «espiritualidad de los laicos» mientras Escrivá quiere una «espiritualidad laical». Es decir, Francisco sugiere casi siempre a los laicos los mismos medios practicados por los religiosos con las adaptaciones oportunas. Escrivá es más radical: habla directamente de «materializar» —en buen sentido— la santificación. Para él, es el mismo trabajo material, lo que debe transformarse en oración y santidad.12

Y de fray Luis de Granada habría que predicar lo mismo que el cardenal Luciani observaba en san Francisco de Sales.13

Siendo nuestro autor como era, ante todo, un predicador, no falta, en su vasta producción, la apologética. Esta es una de las lecturas posibles y legítimas que cabe hacer de su Introducción del símbolo de la fe: razones para creer, ideas para misionar.14 Pero ¡de qué modo! En particular, en la Primera parte, fray Luis enseña a leer con ojos cristianos la Creación: ver al Creador detrás de las maravillas de las cosas creadas, tanto más de las minúsculas que de las imponentes. Y todo ello ungido de un tono de alabanza de raíces franciscanas; pero, más aún, profundamente bíblicas, con citación y paráfrasis de los salmos hímnicos de alabanza y acción de gracias, con apoyo en los padres griegos y latinos, y con toda la ciencia y belleza de lo mejor de la literatura clásica y medieval. El mensaje espiritual es claro, y no lo oculta: «Hice esto por cebar a los hombres del mundo con el gusto de esta filosofía natural, para levantarlos después a la sobrenatural, que se trata en las otras tres partes que se siguen».15 Demuestra que la obra de la creación lleva a la religión única verdadera, la cristiana, porque solo en ella y para ella se lleva a cabo la Redención revelada en las Sagradas Escrituras y en y por Cristo crucificado por la salvación de todos los hombres.

Católico, en tiempos en que los luteranos prescindían de la mediación de los bienaventurados, fray Luis venera y admira a los santos, y los pone de ejemplo y estímulo para la vida cristiana. Descubrió la santidad entre sus contemporáneos y se apresuró a plasmarla por escrito. Vidas de personas que trató y dejaron huella en su propia vida: un cardenal que llegó a ser rey sin quererlo, un fraile que fue arzobispo contra su propia voluntad, y por espíritu de obediencia; un sacerdote modelo de predicador; una aristócrata de la sangre, viuda muy joven, que se metió a monja; una criada de casa grande; y, finalmente, las presuntas virtudes, visiones y estigmas de la monja de Lisboa.

3. Estilo de fray Luis de Granada

Al abordar la obra de fray Luis de Granada en su Historia de las ideas estéticas en España, don Marcelino Menéndez Pelayo da por inaugurada la etapa de mayor esplendor de nuestras letras:

A partir de aquí comienza aquella generosa escuela que llevó la elocuencia castellana al grado más alto al que puede llegar lengua humana, convirtiendo la nuestra en la lengua más propia para hablar de los insondables arcanos de la eternidad y de las efusiones del alma, hecha viva brasa por el amor (Menéndez Pelayo 1886-1912:1, 1261).

Agustín Turrado, que dedicó una sesión del Congreso Internacional del IV Centenario a tratar de «El estilo literario de fray Luis de Granada», reduce a cuatro las características que hacen de fray Luis un gran maestro, un «clásico» de primera categoría. Estas cualidades serían: naturalidad, realismo, emoción y movilidad (Turrado 1993:162-165). Para glosar la naturalidad en el padre Granada, Turrado [1993:162] acude a una conocida cita de Azorín: «El estilo no es nada. El estilo es escribir de tal modo que quien lee piense: Esto no es nada. Que piense: Esto lo hago yo. Y que sin embargo no pueda hacer eso tan sencillo —quien así lo crea—; y que eso que no es nada, sea lo más difícil, lo más trabajado, lo más complicado» (Azorín 1916:48). El señorío de fray Luis sobre el lenguaje había producido verdadera admiración en Azorín, que exclama en otro lugar:

He sentido el sortilegio del hombre que tiene un prodigioso dominio sobre algo en el mundo … Aquí se trata del idioma castellano. Entre las manos de este hombre, el castellano adquiere las más diversas formas: enérgico, suave, amplio, conciso. Y él, fray Luis, parece que sonriendo nos da a entender que su maravillosa maestría no tiene importancia ninguna. Tan sencillo es lo que él hace —todo claro, todo limpio, todo fácil—, que cualquiera puede hacer los mismo (Azorín 1944:9).

Apoyándose de nuevo en Azorín, Turrado [1993:163] pondera el realismo de fray Luis, tan distinto del exagerado de las novelas picarescas, porque «no es realista quien deforma —agrandándola— la realidad» (Azorín 1944:51). En cambio, en fray Luis, todo es delicado. Su realismo tiene «un tino discreto, un tacto, un buen gusto que le preservan de visiones repulsivas» (ibidem). Su realismo es un realismo español, «noble y digno, que rechaza lo prosaico y cotidiano» (Azorín 1924:46). Un «realismo mágico», dirá Salinas [1988:30] en frase feliz.

Emoción. De nuevo Azorín, que estudió con tanta devoción (de converso) la obra de fray Luis, destaca en él ese etilo directo, insinuante, emotivo: «¡Divina emoción! Acaso estos son los dos grandes escritores —el viejecito y Cervantes— que han puesto más emoción en sus obras» (Azorín 1924:29). Refiriéndose al Libro de la oración y meditación, llega a decir el crítico: «¿Habrá en otra lengua (en España, no) tal cantidad de emoción en tan pocas páginas?» (Azorín 1944:54).

Para ser natural y realista, es preciso que el estilo sea ágil, flexible; para provocar emoción, deber ser vivaz. Todo esto, que Turrado [1993:164] resume en la característica de movilidad. «El idioma para él es oro maleable» había dicho Azorín [1944:53]. Y había observado:

Cuando abrimos sus libros y recorremos las páginas, tenemos la impresión de hallarnos en un taller de uno de aquellos forjadores antiguos, castellanos, del hierro. Bajo las manos de aquellos hombres el hierro flexible, maleable, tomaba dulcemente, como por encanto, todas las formas. Las formas primorosas —flores, arabescos, coronas, figuras humanas— que hoy admiramos en nuestras catedrales. Si en fray Luis de León parece que se nota el esfuerzo (su prosa es recia, resaltante, un poco violenta), en Granada todo es fácil, espontáneo, gracioso y elegante. No penséis en la negligencia ni el desmayo; bajo estas apariencias de facilidad se oculta un artista siempre atento, vigilante de los detalles, férvidamente amoroso de su arte. Y no penséis tampoco en el escritor de gabinete, en el hombre encerrado entre sus libros, que escribe y escribe aína y sin cesar. Fray Luis de Granada es acaso, de nuestros escritores antiguos, el más íntima y profundamente empapado de Naturaleza (Azorín 1944:40-41).

En el Congreso de 1988 —un hito para los estudios sobre fray Luis—, se presentaron trabajos atentos a los aspectos estilísticos de su obra. Destaquemos, entre ellos el que María Teresa Barbadillo dedicó a «Las comparaciones en la Primera parte de la Introducción del símbolo de la fe»;16 el de Antonio Gallego sobre «Fray Luis y el diminutivo»;17 y el de Inmaculada Calderón sobre «Influencias de la sintaxis y las cláusulas ciceronianas en los escritos de fray Luis de Granada».18

Álvaro Huerga ha fijado su atención en el modo que tiene fray Luis de asumir los abundantes materiales que acarrea para apoyar sus razones o autorizar un argumento, Y hace ver como, de ordinario, el lector se encuentra sorprendido cuando, al final de un largo pasaje, lee: «hasta aquí son palabras de…» fulano de tal. La cita, la traducción la ha hecho tan suya el autor, que no hay diferencia de estilo entre lo propio y el material de acarreo:

Al fin y al cabo, fray Luis no pretende ser original, sino pedagogo, maestro, guía del lector. Y nadie va a poner en duda la paternidad, y hasta la originalidad, de sus libros por esta circunstancia. Si se me permite el símil, yo diría que sus libros son linda taracea granadina: solidez doctrinal, primor literario (Huerga 1993:31).

El vocabulario de fray Luis es sobrio y exacto:

El autor del Libro de la oración, con sobriedad de vocabulario, con vocabulario corriente, ha llegado a dar a la sintaxis una sensibilidad exquisita … El autor del Libro de la oración ha dejado consignada en su Retórica su estética del estilo. Su fórmula es la naturalidad. «Así amonesto —dice entre otras cosas— que se eviten, al modo que los navegantes los escollos, todos los vocablos inusitados y que muestran alguna sospecha de artificio». En el siglo xvi, la gran fórmula del estilo ha sido dada —práctica y teóricamente— por el autor del Libro de la oración (Azorín 1924:31).

En la prosa de fray Luis hay un influjo notable de Cicerón, pero su sintaxis no es latinizante. Él realiza una adaptación que autores anteriores no habían conseguido. Frecuentemente, se nota en fray Luis una cadencia musical al final de la frase, especialmente al final de periodo, como queriendo poner el broche de oro. Combina los acentos o distribuye las palabras o lo sintagmas de manera que consiguen una musicalidad pretendida. Es su manera personal de dotar a la escritura del numerus ciceroniano (véase, al respecto, García 2013).

Fray Luis, predicador en todo momento, también por medio de los que él llamaba «predicadores mudos»,19 sus libros, es un maestro en el arte de aplicar la amplifcatio, como medio para excitar —movere— los corazones de los oyentes o lectores.

Y todo con una sencillez que llamó la atención de aquellos dos hombres, uno de la generación del 98, Azorín, y otro de la del 27, Salinas, precisamente porque habían comprendido la importancia de dedicar sus esfuerzos, uno en la prosa, y otro en el verso,

a limpiar nuestra lengua de innecesarios tornillos, puentes, soldaduras, para aligerar el estilo y culminar, con Salinas, lo que fue la más decisiva aportación a la lengua poética de los jóvenes escritores del 27: la palabra en libertad. Cabalmente lo mismo que había encarnado el padre Granada desde el púlpito de sus libros y desde la clara tipografía de sus sermones (Gallego Morell 1988:12).

4. Historia del texto de la Recopilación breve del libro de la oración y meditación

Contaba fray Luis con 50 años, 30 de vida religiosa, amplias lecturas y formación humanística, filosófica y teológica cultivadas en Valladolid, Colegio de San Gregorio y en el silencio de Escalaceli. Fruto de cuanto había cultivado en su interior, dio a luz su primer libro, primero de una serie interminable de éxitos editoriales que llenaron por siglos los estantes de universidades, monasterios, conventos y casas particulares. Lo buscaban y compraban los amantes de la lectura, especialmente, de oración, que en aquellos años estaba de moda: había en España hambre de oración, y fray Luis venía a satisfacerla, desde el primer momento, con un libro que enseñaba los encantos que atesora la contemplación, y los caminos que llevan a alcanzarla. El Libro de la oración y meditación (Andrea Portonariis, Salamanca, 1554) venía a satisfacer el hambre de los espirituales. No se trataba solo de un canto a la oración, sino de un manual, «el más importante manual de oración que produjo España en esta época» (Bataillon 1950, 1:169).

El éxito del Libro, su atractivo y utilidad, hizo que pronto surgieran resúmenes zurciendo partes de la obra de fray Luis, y añadiendo a menudo aportaciones ajenas con la consiguiente discontinuidad y disparidad de estilos. Uno de los que se propuso llevar a cabo esta tarea de resumir y hacer más asequible el texto al público más sencillo fue el franciscano Pedro de Alcántara.

En 1556 o 1557, fray Pedro publica un resumen del Libro de la oración y meditación de fray Luis de Granada, compuesto a base de pasajes originales de fray Luis. Conocemos el hecho, pero poco más. De aquella suma no se ha encontrado ningún ejemplar hasta el momento.