Vida y hazañas de Alejandro de Macedonia - Pseudo Calístenes - E-Book

Vida y hazañas de Alejandro de Macedonia E-Book

Pseudo Calístenes

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Beschreibung

Construida con elementos heterogéneos (relato histórico, relaciones epistolares fingidas, cuentos fabulosos, etc.), es una obra miscelánea, a medio camino entre la biografía y el género novelesco, que gozó de gran éxito en la Antigüedad tardía y hasta bien entrada la Edad Media. La extraordinaria empresa conquistadora de Alejandro Magno se convirtió pronto en fuente inagotable de todo tipo de narraciones. Fruto de esa rica tradición literaria surge esta Vida y hazañas de Alejandro de Macedonia, compuesta a comienzos del siglo III d.C., en la época del reinado de los últimos Ptolomeos por un autor desconocido, posiblemente de origen egipcio y al que ahora conocemos como Pseudo Calístenes. Construida a base de elementos heterogéneos (relato histórico, relaciones epistolares fingidas, cuentos fabulosos, etc.), es una obra miscelánea, a medio camino entre la biografía y el género novelesco, que gozó de gran éxito en la Antigüedad tardía y hasta bien entrada la Edad Media. Tal vez fuera ello debido a su espontánea combinación de elementos maravillosos y relato histórico, a través de la cual la base biográfica real adquiere tintes legendarios: Alejandro aparece como el último héroe griego, destinado a convertirse en monarca de un inmenso imperio, que asciende a los cielos en un carro tirado por grifos, se sumerge en el fondo del océano en una bola de cristal y perece envenenado en la misteriosa Babilonia, en plena gloria y juventud.

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BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 1

Asesor para la sección griega: CARLOS GACÍA GUAL

Según las normas de la B. C. G., la traducción de esta obra ha sido revisada por EDUARDO ACOSTA MÉNDEZ .

© EDITORIAL GREDOS, S. A. U., 2008

López de Hoyos, 141, 28002 Madrid.www.rbalibros.com

PRIMERA EDICIÓN , mayo de 1977.

ISBN 9788424930387

Sophocle eût-il conçu que Némésis attendait à Babylone le destructeur de Thèbes, ville d’Héraclès et d’Oedipe? La seule menace qu’Alexandre entend n’est pas celle des princes de l’Indus aux milliers d’éléphants, c’est celle de Callisthène et de la Grèce: «Tu n’es pas un dieu».

ANDRÉ MALRAUX

PRÓLOGO

«Vida de Alejandro»: historia, novela y epopeya

La Vida de Alejandro no es, en lo fundamental, un texto histórico. Se trata, más bien, de un relato de aventuras extraordinarias en torno a la figura heroica del gran conquistador macedonio, progresivamente mitificada por la fantasía popular a lo largo de varias centurias. Este texto, al que se suele denominar como la Novela de Alejandro, no es, desde el punto de vista formal, una novela; su esquema narrativo corresponde a las pautas de la biografía helenística. Pero sí que resulta un producto novelesco, en el sentido amplio de esta calificación, atendiendo a otras razones. En torno a un núcleo histórico originario se ha formado una biografía fabulosa, en la que las peripecias dramáticas y los escenarios admirables deben tanto, por lo menos, a la ficción como a la realidad. La victoriosa expedición de Alejandro a países lejanos, con toda su carga legendaria, viene a concluir aquí en una saga de aventuras y maravillas, con todos los prestigios de lo heroico y lo exótico que la literatura épica griega supo combinar tantas veces. En este sentido debe advertirse la intención poética de esta fabulación biográfica, en dependencia con una tradición historiográfica, pero en dependencia también con una tradición épica que se remonta, en cuanto a las motivaciones psicológicas de sus episodios, muy atrás, a un fondo mágico y mítico que aparece ya en la vieja Odisea.

Compuesta en el siglo III de nuestra era, a más de cinco siglos de distancia de la gesta que nos narra, la Vida de Alejandro incorpora materiales diversos y de autenticidad varia, y reelabora el conjunto de datos tradicionales con un significativo ímpetu novelesco. Su lejanía frente a la historiografía veraz y respetable no está motivada por esa distancia de más de quinientos años, sino por su carácter popular, por ese gusto por lo fabuloso y lo mítico, que la distingue, inequívocamente, de una biografía como la Vida de Alejandro, que compusiera Plutarco en el siglo anterior, utilizando algunas fuentes comunes, o de la latina de Quinto Curcio.

El asombroso éxito de esta Novela de Alejandro demuestra que su autor, a pesar de su escaso alcance intelectual, de su estilo mediocre y de sus numerosos errores históricos y geográficos —y en parte también gracias a esa vulgaridad e ignorancia—, supo acertar con los intereses de un amplio público de esta época final del mundo antiguo, y luego de la Edad Media, que prefirió su Alejandro fabuloso a la figura más histórica de otros autores. Los dos atractivos principales de esta narración fueron: la transfiguración de Alejandro en un personaje mítico, en un héroe casi mitológico (como el aventurero Ulises redivivo, sagaz y curioso; o como esos otros héroes a los que él invocaba, Heracles, viajero vencedor de monstruos, o Aquiles, de glorioso y trágico destino, su antepasado mítico), y la evocación de exóticos parajes, poblados por extrañas criaturas quiméricas. La ficción tenía más colorido que la realidad histórica. El rasgo más significativo de este Alejandro es su afán por transgredir los límites humanos: por llegar en sus exploraciones al confín del mundo, por ascender a los cielos, por sobrepasar las hazañas de los dioses, por alcanzar la inmortalidad. Es el rasgo típico del héroe griego, su desmesura magnífica y su trágico error. Una y otra vez un ángel o un demonio advertirá a Alejandro que no trate de franquear la barrera de lo humano. Como símbolo de ese anhelo por lo imposible, como prototipo heroico, la figura novelesca de Alejandro desborda sus propias hazañas históricas. Por eso, la inexactitud en los detalles históricos y geográficos se compensa con episodios fantasiosos en que el joven monarca actúa con la libertad temeraria de un protagonista novelesco. La novela era un género floreciente en la época en que se compuso este relato. Los siglos II y III d. C. marcan el momento de madurez de esta forma literaria, que fue, en la sucesión cronológica de géneros, la última inventada por la cultura griega. La Vida de Alejandro tiene en común con otras novelas griegas el afán por evocar escenarios lejanos y desmesurados. Contrasta con ellas por la estatura heroica de Alejandro frente a esos protagonistas bellos, pacientes y sentimentales de los fingidos relatos de amor y aventuras viajeras.

Pero conviene recordar la tesis —desarrollada con brillantez por Hegel y, luego, por Lukács— de que la novela es una épica decadente, un epígono degenerado y prosaico de la epopeya antigua. Como eslabón intermedio entre la épica y la novela (la novela de tema histórico), esta Vida de Alejandro es un ejemplo incomparable para advertir ese proceso histórico y social de los diversos géneros literarios. (Y lo es en dos ámbitos históricos: en la Antigüedad Tardía, en su creación, y de nuevo en la Alta Edad Media, en su traducción y readaptación cortés en lenguas romances.)

J. Ludvikovsky, en un libro ya añejo sobre las novelas griegas, calificó a la Novela de Alejandro como «la épica del último día», de modo certero y sugestivo. Esta narración, con su ingenuidad y su torpeza estilística, se caracteriza como una de las últimas creaciones literarias de la tradición griega, tal vez la última con una vitalidad propia, en un momento crepuscular. Quedará como una preciosa herencia cultural para siglos oscuros, sobreviviendo, merced a ese irónico destino de los libros, a muchos otros relatos históricos de Alejandro, más exactos, más eruditos, más profundos y mejor escritos, por el prestigio de su aureola historiográfica y el atractivo de su novelería.

Difusión y fama

La difusión de la Vida de Alejandro fue asombrosa. Se tradujo al armenio, al georgiano, al persa, al sirio, al árabe, al turco, al etíope, al copto y al hebreo. (Las versiones siria y armenia se han conservado bien en su conjunto, y han sido de nuevo traducidas modernamente al inglés, siendo de gran interés por su fidelidad al texto original. Asimismo, también se ha traducido, y es muy interesante por su mayor distanciamiento, la etíope.) En su extensión por Oriente llegó a la India, Java y las Célebes. La representación de Alejandro que se refleja en los poetas persas Firdusi y Nizami, así como la de la mayoría de los cronistas bizantinos, dependen, en lo fundamental, de nuestro texto. En Bizancio se recompuso en verso. Las versiones en griego medieval y en griego moderno se leyeron como libros populares hasta tiempos muy recientes. (Todavía en el siglo XIX se encuentran estas ediciones populares, impresas en Venecia.) En 1529 se publicó la versión también versificada de Demetrios Zenos en griego moderno. Aparecieron luego las traducciones al serbio, búlgaro, ruso y rumano.

En conjunto, se calcula que la influencia de esta Vida de Alejandro está reflejada en unos treinta idiomas, siendo así el texto más traducido, después de la Biblia, hasta los comienzos del Renacimiento.

Al latín se tradujo en dos ocasiones, con versiones notablemente distintas: la de Julio Valerio, muy próxima al original, en el siglo IV , y la del Arcipreste Leo, un clérigo napolitano del siglo X . Esta última versión, un tanto libre y acrecentada con algunos añadidos y digresiones, titulada Historia de Proeliis, fue reelaborada —a partir del siglo XII — en diversos idiomas europeos: francés, alemán, español, italiano, inglés, sueco, danés, checo, polaco y húngaro.

Las versiones medievales —versificadas y adaptadas a la moda del tiempo con una pátina cortés— en francés, alemán y castellano fueron de una enorme influencia literaria en el comienzo de sus respectivas literaturas en lengua vulgar. (Otra versión de la historia de Alejandro en hexámetros latinos y con un latín culto, la epopeya Alexandreis de Gautier de Chátillón (siglo XII ), una de las obras maestras del humanismo medieval, que se basa esencialmente en Quinto Curcio, mezcló su influencia con la más novelesca del Pseudo Calístenes.)

El texto romanceado y germanizado de las versiones medievales ofrece una versión libre de las latinas, con algunos agregados novelescos de corte fantástico. Entre éstos, el más significativo y sorprendente es el Viaje de Alejandro al Paraíso, que encontramos ya en las versiones al alemán medieval y que parece remontarse a un texto latino: Iter Alexandri Magni ad Paradisum, de comienzos del siglo XII , compuesto probablemente por un judío sobre fuentes orientales. (En él se describe cómo Alejandro llega a las puertas del Paraíso y las encuentra cerradas. A través de una ventana del portal, un anciano le ofrece una preciosa piedra, cuyo peso es maravilloso: todo el oro del mundo enfrentado a ella en el otro platillo de una balanza no logra elevarla, pero si uno le echa un poco de tierra encima basta una ligera pluma para hacerla remontarse. Esta maravillosa piedra del Paraíso, lapis ex coelis, influirá en la imagen del Grial, Wunsch von Paradies, en el famoso Parzival de Wolfram von Eschenbach, compuesto hacia 1210.) Como hemos dicho, este añadido resulta «significativo» en el sentido de que la tradición —con un decorado cristiano decidido— prolonga esa imagen heroica de Alejandro, como el audaz peregrino hacia lo imposible, en la búsqueda de algo más allá de lo humano.

La imagen que de Alejandro ofrece nuestra ingenua y exitosa biografía simplificaba, en su afán mitificador, la personalidad histórica de su modelo real, personalidad tan ambigua, que ni aun en los modernos historiadores, es fácil encontrar el consenso al tratar de explicárnosla. ¿Era un visionario intelectual, como sugieren Tarn, Kolbe y Robinson? ¿Un místico en busca de su apoteosis, como dice G. Radet? ¿Un hábil y decidido político, como quiere U. Wilcken? ¿Un genio militar afortunado y sin entendimiento real de su mundo, como opina A. R. Burn? ¿Un conquistador ególatra y sin escrúpulos, como cree F. Schachermeyr? ¿Un pragmático ambicioso que se transformó en un déspota oriental, como supone E. Badian? ¿Acaso lo era todo —y algo más— a la vez?

De cualquier forma, es indudable que la personalidad histórica de Alejandro es insondablemente más compleja que la de su imagen novelesca. Ésta transmitió a la posteridad un prototipo mítico del gran conquistador, del que diferentes épocas supieron destacar y extraer las valencias simbólicas que les interesaban más directamente. Era el joven e invencible Conquistador del Mundo, el fundador de ciudades y reinos, el aventurero que se lanzaba al misterio, ascendía a los cielos y exploraba el fondo del mar, por un mundo exótico, maravilloso y juliovernesco; el espejo ideal de monarcas justos y caballerescos, el inquieto y sagaz discípulo del sabio Aristóteles, el rechazador de los bárbaros apocalípticos, la personificación de la gloria terrestre, de la soberbia y de la vanidad, etc.

Composición y fuentes de la obra

Desde la primera edición de la obra por Karl Müller en 1846, los filólogos clásicos se plantearon la cuestión del origen, composición y cronología del texto atribuido al Pseudo Calístenes. Recordaremos muy sumariamente los nombres, todos ellos alemanes, de los principales estudiosos del tema. Julius Zacher, en su libro Pseudo-Kallisthenes (Halle, 1867), consideraba que la obra dependía de una saga popular sobre Alejandro y fechaba la redacción escrita de esa legendaria y secular composición hacia el 200 d. C. Erwin Rohde, al tratar de ella en su voluminoso estudio sobre las novelas griegas (Der griechische Roman und sein Vorläufer, 1876, 4.a reed., Darmstadt, 1960), consideraba que el núcleo más antiguo de la misma eran las cartas largas de Alejandro a Aristóteles y a Olimpíade, cuya composición fechaba en época de los últimos Tolomeos, es decir, en el siglo II o I a. C. Th. Nöldeke, en sus Beiträge zur Geschichte des Alexanderromans (Viena, 1890), insistía en que el texto no era de elaboración popular, sino que, en lo esencial, dependía de fuentes literarias. A. Ausfeld, ya en su disertación crítica de 1894 y en otros estudios posteriores recogidos en su libro Der griechische Alexanderroman (Leipzig, 1907, edición póstuma a cargo de W. Kroll), pretendía demostrar que el núcleo original de la obra era una breve narración de corte biográfico que —sin los añadidos posteriores, como las varias cartas— habría de fecharse en la época de los últimos Tolomeos. Contra esta teoría de un texto originario, engrosado con adiciones marginales, emitió sus críticas W. Kroll desde 1901. Kroll asignaba la auténtica paternidad de la obra a un escritor del siglo III d. C., autor del conjunto en el que había utilizado materiales antiguos. Ésta es la tesis que mantiene en su artículo, en Pauly-Wissowa, Realencyclopädie (RE, 10, 2, 1707-1726), en 1919. Por entonces, uno de sus discípulos, W. Deimann, había rebatido los argumentos de Ausfeld en un libro publicado en 1914: Abfassungszeit und Verfasser des griechischen Alexanderromans, en el que además se subrayan las concomitancias de la obra con la literatura novelesca de los ss. II y III d. C. La edición crítica del texto, publicada por W. Kroll en Berlín, 1926 (reimpresa en Berlín, 1958), va precedida de un excelente y breve prólogo, donde se resumen claramente las principales noticias acerca de la historia del texto y su composición, según su teoría. De aquí podemos pasar al libro de R. Merkelbach, Die Quellen des griechischen Alexanderromans, Munich, 1954. (Está anunciada una segunda edición como ya en prensa.) Este estudio de Merkelbach, admirable por su rigor filológico y por el estilo claro de su exposición, conserva hoy plena vigencia, por lo que de modo muy general vamos a resumir lo esencial de sus conclusiones. (De modo parecido a como lo hace Van Thiel en el prólogo de su reciente edición, 1974.)

El autor de nuestra Historia o Novela de Alejandro, al que Merkelbach califica como «un hombre indudablemente muy indocto e ignorante» (o. c., pág. 56), compuso su obra en el siglo III d. C. Su época puede delimitarse por la citación de Favorino en I 13 (cita que se encuentra en la versión latina de Valerio y en la traducción armenia) y, por otro lado, por la traducción de Julio Valerio (entre 270 y 330; y más probablemente, entre 310 y 330). Es muy verosímil que, como ya señalaba Deimann (o. c., pág. 48), el autor de la novela se sintiese incitado por el renacimiento del culto, un tanto romántico, a la figura de Alejandro en tiempos de los Severos. Reintroducido por Septimio Severo (193-211), este culto fue fervorosamente fomentado por Caracalla (211-217), que intentó sentirse un segundo Alejandro, imitándole en varios gestos, como el de acudir a Troya a rendir culto a Aquiles, etc. (cf. Herodiano, IV 8, 1-2; 9, 3-4), y alcanzó su auge en tiempos de Alejandro Severo (222-235), según refiere Elio Lampridio (Alex. Severus, caps. 5, 30, 31, 35).

La obra debió de circular desde un principio anónima o, en todo caso, su autor era tan desconocido que su nombre se olvidó pronto. La denominación de Pseudo Calístenes se debe a que algunos manuscritos (de la familia B ) y algún erudito bizantino (Tzetzes) atribuyeron la obra al joven sobrino de Aristóteles que acompañó a Alejandro como historiador de sus campañas. (Otros manuscritos asignan tal paternidad al propio Aristóteles o a Onesícrito.) Nuestro escritor logró componer su texto a base de reunir sobre el esquema de la biografía, aderezada con varios episodios nuevos y numerosos disparates históricos de su propia cosecha, algunos textos literarios previos. Entre éstos conviene distinguir las dos fuentes capitales de su obra, que son: 1) un relato histórico helenístico, probablemente una biografía de Alejandro, y 2) una colección de cartas en forma de novela epistolar. Además ha utilizado, insertándolos como episodios dentro del esquema general, otros relatos independientes de menor extensión, como eran, verosímilmente: 3) las cartas (a Aristóteles y a Olimpíade) sobre las maravillas y aventuras del viaje a la India (en II, 23 y sigs., III, 17, 27, 28); 4) las leyendas sobre Nectanebo y Candace; 5) el coloquio con los gimnosofistas, y 6) un escrito histórico sobre los últimos días de Alejandro, su testamento y muerte.

1) El relato histórico que utiliza el Pseudo Calístenes le provee de los datos principales de la historia de Alejandro: de sus marchas, de sus victorias y de sus fundaciones, datos que la versión final del Pseudo Calístenes a menudo confunde y cita erróneamente, con su crasa ignorancia de la geografía real.

Por otra parte, es evidente que el historiador utilizado, de época helenística, era un buen ejemplo de las tendencias retóricas de la historiografía de la época, más atenta a los efectismos dramáticos y al patetismo que a la austera narración de hechos. Más que la verdad les interesaba a tales historiadores emocionar a su público con la descripción teatral de ciertos momentos, como si pretendiera la historiografía novelesca suplantar a la tragedia. Así, p. ej., en escenas patéticas como la destrucción de Tebas y el encuentro con Darío moribundo; o en pasajes como la carrera en Olimpia, la discusión de los oradores atenienses en II 2-5, y el festín para celebrar el matrimonio de Filipo y Cleopatra, pueden verse las huellas de ese gusto por el efectismo, con episodios inventados o embellecidos para insistir en tópicos como el poder de la Tyche y la fortuna del héroe. Incluso es probable que se remonte a él una invención como el viaje de Alejandro a Roma y Cartago, con el fin de subrayar la grandeza de su héroe, al que se someten los futuros conquistadores del Oriente. Es muy difícil precisar la época de este historiador alejandrino. Merkelbach sigue a Tarn al inclinarse por el siglo I a. C.

2) La colección de cartas que hallamos insertadas en el relato, en ocasiones de modo superfluo, pertenecía a una colección previa, una especie de novela epistolar sobre Alejandro, en la que la historia de sus campañas venía referida por medio de cartas de los principales personajes de la misma. Este género de la novela epistolar tuvo su origen en las escuelas de retórica, donde la confección de tales cartas, atribuidas a famosos personajes históricos, constituía un ejercicio predilecto. En ellas se intentaba reflejar la prosopopeya de los supuestos autores en una determinada circunstancia vital. Como ejemplos de este tipo de literatura, que floreció especialmente entre la época de Cicerón y la de Adriano, conservamos novelas epistolares sobre Temístocles y sobre Quión, los intercambios de cartas entre los Siete Sabios y las Cartas de heteras, en las que el retórico Alcifrón intenta pintar la vida ateniense de tiempos de Menandro. La antigüedad de la novela epistolar sobre Alejandro está confirmada por el descubrimiento de dos papiros que contienen varias de estas fingidas muestras de la correspondencia entre Alejandro y Darío. Son el Papiro de la Sociedad Italiana 1285, conservado en Florencia, y el Papiro de Hamburgo 129. El Pap. Soc. It. 1285 (ed. por Dino Pieraccioni en 1951) es del siglo II d. C.; el Pap. Hamburgo 129 es del siglo I a. C. Las seis cartas que figuran en él no presentan la secuencia normal del relato; son más bien, como indica Merkelbach, una antología de la colección novelada, que le era por tanto anterior, aunque quizás no mucho.

Pseudo Calístenes, tan despreocupado respecto al texto del relato histórico, demuestra un gran respeto por las cartas, que probablemente consideraba como documentos auténticos. Esa es la razón para que las integre en su texto, a veces con notable desacierto, y a veces con torpe desorden. R. Merkelbach ha reconstruido la secuencia lógica de la colección (o. c., páginas 193 y sigs.)

La colección de cartas es una muestra del gusto por la ficción declamatoria de las escuelas de retórica. Pero este género era a la vez lectura de diversión, en que se reflejaban cierto interés por la caracterización psicológica y un cierto sentido del humor. En nuestro caso, contrasta la pompa y altanería con que se expresa el rey persa, con todas sus fórmulas y títulos, y la sencillez y naturalidad de Alejandro. El carácter de Darío se esboza progresivamente a través de diversos momentos, mientras su fortuna declina ante el acoso de Alejandro (a quien primero trata de bandido y de niño alocado, enviándole dados para jugar y un látigo para su educación, y más tarde como a su igual). Un estilo peculiar presenta la carta de Alejandro a los persas (II, 21), que es una especie de proclama real, con notables semejanzas con las proclamas de los soberanos egipcios.

3) Es dudoso si las cartas sobre las maravillas y aventuras en la India se agregaron a la colección ya antes de la novela del Pseudo Calístenes. El encuentro de Alejandro con el mundo de los monstruos, su viaje al fin del mundo, al País de los Bienaventurados, sus excursiones a los cielos y al fondo del mar, pertenecen a otro tipo de literatura. Ese fondo teratológico y fabuloso que aparece ya en las antiguas historias jónicas y en las descripciones de países lejanos, como las atribuidas a Ctesias, o más tarde en el utópico Yambulo, revive en estas cartas. Es un tipo de relatos como el parodiado por Luciano en su Verdadera Historia , y cuyos ecos encontramos muy lejos, p. ej. en episodios de los viajes de Sindbad el Marino de Las mil y una noches. Las fieras exóticas, y los árboles parlantes del Sol y la Luna, la Fuente de la Vida, y la isla sumergible, y el País de la Noche Eterna, pertenecen a un folktale muy infrahistórico; pero sobre él se ha reflejado la saga viviente de Alejandro, una saga que suscitó su audaz expedición (por ejemplo, la realización de hazañas tan tremendas como atravesar el desierto de Gedrosia) y su arrolladora personalidad.

Un eco de narraciones orales, progresivamente fabulosas, se ha incorporado en estos relatos fantásticos. La forma tradicional del relato fantástico es la narración en primera persona. El protagonista narra sus propias increíbles aventuras y suscita en su público esa asombrosa vacilación característica, según Todorov, de la literatura fantástica. Por eso —como Sinuhé, Ulises, Luciano, Sindbad, Cyrano o el barón de Münchhausen—, el protagonista, Alejandro, es quien nos cuenta, en carta, sus experiencias en los límites de lo increíble. Estas cartas fabulosas —a Olimpíade y a Aristóteles (II 23-24, y III 17, con su mejor versión conservada en la traducción latina Epistola ad Aristotelem) — tuvieron un gran éxito y son uno de los mayores atractivos de nuestro texto.

Un eslabón intermedio entre ambos tipos de cartas lo forman las cartas entre Alejandro y los gimnosofistas (III 5), entre Alejandro y Candace (III 18), y las intercambiadas con las amazonas (III 25-26), que probablemente pertenecían a la colección escolar.

En todas ellas se refleja, sin embargo, esa misma curiosidad insaciable de Alejandro, su ansia de recorrer lo desconocido y de arriesgarse a explorar lo insólito. Pseudo Calístenes incurre en pintorescos errores histórico-geográficos al ubicar a la fabulosa reina Candace en una prestigiosa y extraña Etiopía y al suscitar la presencia de las amazonas de mitológico abolengo; pero lo hace con su desenvoltura y rapidez habitual, en gracia a la mayor gloria de nuestro héroe.

4) No podemos precisar si nuestro novelista contaba con un previo relato del episodio entre Candace y Alejandro y hasta qué punto es una invención suya. Pero la historia de Nectanebo procede claramente de una vieja leyenda popular egipcia, convertida en una breve novela de tipo milesio. El motivo central de la leyenda: el rey exiliado que se disfraza de dios para acceder al lecho de la princesa amada y engendrar en ella al futuro héroe, se encuentra muy extendido en la literatura universal (lo estudió O. Weinreich en su libro Der Trug des Nektanebos, Leipzig, 1911). El curioso personaje de Nectanebo era el protagonista de una popular leyenda egipcia, que los griegos tradujeron como una breve novela ya en el siglo II a. C. Todo el colorido pintoresco del episodio: el aspecto de mago y astrólogo, etc., está bien conseguido en conjunto. Algún rasgo, como p. ej. el de su muerte al caer en un pozo por mirar al cielo, procede de una conocida anécdota griega aderezada con una pincelada fatalista menos corriente. La leyenda del origen egipcio de Alejandro debió de ser, sin duda, bien acogida por el público alejandrino al que, en primer lugar, se dirigía la historia. El origen bastardo de Alejandro, como el de tantos héroes míticos, podía servir a varias explicaciones. Así se fundamentaba el derecho de Alejandro al trono egipcio, no como un conquistador extranjero, sino como pretendiente legítimo al ser hijo del último faraón. A la vez su relación con el dios Amón quedaba explicada, a la manera evemerística. Las difíciles relaciones con su padre «adoptivo» Filipo se hacían más verosímiles, sin desprestigiar a Olimpíade, que —en contra de los testimonios de varios historiadores— está vista con luz favorable en nuestra novela. (Es curioso que, como en las novelas griegas, las reinas y princesas estén tratadas con halagadora cortesía; aunque haya poco lugar en nuestra historia para el amor.)

5) El coloquio de Alejandro con los gimnosofistas es un texto breve de un tipo de literatura sapiencial. Sobre un conocido tópico, el del enfrentamiento entre el poder del rey y la agudeza y la ascética del sabio (recordemos el encuentro de Alejandro con Diógenes el Cínico), se añade una tonalidad oriental en la pintura de estos brahmanes naturistas. Las respuestas de los gimnosofistas difieren algo según los diferentes manuscritos y traducciones, pero el corte general de la escena es el mismo. En el siglo III , en parte debido a influencias cínicas y neopitagóricas, ese tipo de santones gozaba de gran popularidad, y el Pseudo Calístenes ha recogido la escena de alguna obra literaria popular. (Véase nuestra nota ad. loc. )

6) Por último, en contraste con las otras inserciones, la narración sobre los últimos días de Alejandro ofrece datos históricos concretos como un documento antiguo, próximo a la época inmediata a la muerte de Alejandro. Según Merkelbach, que ha hecho un excelente análisis de este texto (o. c., páginas 54 y sigs., y 121-151), procede de un panfleto partidista de la época del enfrentamiento por la sucesión de Alejandro entre Antípatro y Perdicas, es decir, de los años 322-21 a. C. (Para su consideración detallada remitimos al libro de Merkelbach.) Un breve fragmento de este escrito independiente ha aparecido en un papiro del siglo I a. C. (Pap. Vindob. 31954, identificado por M. Segre en 1933). La redacción más completa del mismo está en traducción latina en el llamado Epitome Metzer (Códice del siglo X ).

El autor de la Novela de Alejandro, un anónimo escritor alejandrino (a juzgar por su conocimiento de la topografía y las tradiciones de esa zona de Egipto), a quien apodamos Pseudo Calístenes, elaboró en el siglo III , con todos esos materiales literarios, algunas narraciones populares y cierta fantasía, su pintoresco y variopinto relato. Era un escritor un tanto ignorante y se embarulló con el itinerario geográfico y los datos históricos. Seguramente no le preocupaba demasiado la exactitud respecto a los datos concretos, y se agenció lo mejor que supo para ensamblar el relato histórico con la novela epistolar, con los episodios fabulosos, y para colocar al comienzo la leyenda popular egipcia del nacimiento de Alejandro (que ningún historiador citaba) y concluir con el relato dramático del envenenamiento y el testamento de Alejandro. Nos ha dejado una muestra de su inventiva un tanto ingenua en escenas como la visita de Alejandro, disfrazado de mensajero, a la corte de Darío, con novelesca fuga (II 15-20), en el duelo cuerpo a cuerpo entre Alejandro y Poro (III 4) y el encuentro con Candace en la corte etíope (III 19-24). Intentó subrayar la audacia y la astucia de Alejandro en estos episodios tan personales e inverosímiles. Pero más que en eso, creemos que se esforzó en transmitir esa imagen de Alejandro que se desliza de la historia a la mitología.

«Otros rasgos elevan a Alejandro por encima de las medidas humanas. Ya su exterior revela un influjo demónico-mágico: su apariencia leonina, sus dientes aguzados y los ojos de distinto color, y por otra parte el desacuerdo entre su pequeña estatura y sus cualidades interiores (II 15; III 4). La magia opera en su concepción y su nacimiento; la magia y la astrología lo destinan a ser dueño del universo; su nacimiento y muerte conmueven, con acompañamiento de signos maravillosos, el orbe. Su vida entera está acompañada por oráculos y apariciones de dioses y héroes. Avanza por el Oriente más allá que los dioses Dioniso y Heracles; él es también hijo de un dios (I 30) y será inmortal como fundador y patronímico de la “muy amada” Alejandría (III 24; I 33)» (H. van Thiel, páginas XXXI-XXXII).

Una antigua y conocida anécdota refiere cómo Alejandro deseaba encontrar a un literato que magnificara el recuerdo de sus hazañas, tal como hizo Homero con las de Aquiles. Al cabo de seis siglos vino a encontrar su más exitoso biógrafo en este mediocre autor alejandrino, que compuso, con escasa exactitud histórica y desmañado estilo, la Vida y Hazañas de Alejandro. ¡Qué espléndida ironía!

Y sin embargo, tal vez este tardío prosista acertó al descubrir en Alejandro el paradigma de un héroe mítico, como ya lo había sido en vida para sus propios soldados. Como señala Merkelbach (o. c., página 60): «A la imagen auténtica del Alejandro histórico pertenece también este elemento mítico, y en este sentido las tradicioneş fabulosas de la novela de Alejandro contienen, desde luego, una verdad más profunda que las representaciones pragmáticas de los historiadores.»

Junto a los numerosos estudios modernos sobre la biografía y la proyección histórica de Alejandro, existen algunas novelas históricas, como p. ej., la de M. Druon Alexandre le Grand, o la de M. Renault Fire from Heaven (cuya segunda parte, El muchacho persa, se tradujo y publicó, como un best-seller, en Barcelona, 1976), que tratan de evocar la figura del gran conquistador. El prestigio fascinante de ésta reside en el constante halo mítico, en ese aura misteriosa que el Pseudo Calístenes quiso recoger, a pesar de sus escasas luces. En esta línea merece un primer lugar entre los escritores novelescos. El prestigio mítico de Alejandro subsiste en la reciente evocación fantasmagórica que traza Malraux en el capítulo 2 de La corde et la souris (1976), en unas magníficas líneas en las que se interpreta a Alejandro como el héroe cuyo único antagonista digno fue la Muerte, cuyo único fracaso fue el de no llegar a ser un dios.

La transmisión del texto

La transmisión del texto de la Vida de Alejandro presenta un carácter peculiar. La obra, entendida como literatura de diversión, de estilo poco elevado y autor anónimo, sufrió en su texto correcciones, interpolaciones y abreviaciones sin tasa. Es —junto a la Vita Aesopi estudiada por B. E. Perry— el mejor ejemplo de la transmisión de un texto considerado popular, cuyo destino era muy diferente al de los textos considerados clásicos. Aquí los copistas no sentían obligación ni veneración por la literalidad a un original canónico, sino que modificaban a su gusto el texto para mejorar su sentido o añadían glosas que acababan insertándose en él. Ya C. Müller lo anotaba en el prólogo a su edición: «Nihil impediebat, quominus nostrorum codices exaratores coniungerent scribae munera et auctoris» (o. c., praef, IX a). Y como dice Merkelbach (o. c., pág. 171): «Cada escriba acortaba u omitía lo que le parecía aburrido y añadía lo que le gustaba.»

A esa libertad de los copistas hay que añadir la de los traductores, en una época en que la fidelidad no era el mérito más buscado en una versión, para captar la imposibilidad de reconstruir el texto original.

Los testimonios más próximos a él son los siguientes:

La recensión griega A, la traducción armenia, las latinas de Valerio y Leo, y la siria.

El manuscrito fundamental de la versión A, utilizado por Müller y por Kroll para la base de sus ediciones, está escrito en el siglo XI , y está catalogado como el Parisinus graecus 1711. Presenta algunos pasajes corruptos, y en el libro III (7-16) se encuentra intercalado un opúsculo de Paladio sobre los brahmanes. Es interesante el hecho de que conserva algunos versos coliámbicos, sin duda procedentes del texto original. (Rasgo interesante para mostrar el carácter popular del original, ya que esa mezcla de verso y prosa, o prosimetrum, es típico de cierta literatura novelesca.)

La traducción armenia se remonta al siglo V y está hecha sobre un excelente original griego, emparentado con A.

La versión latina de Julio Valerio Polemio, que fue cónsul en el 338, está hecha con un estilo retórico, a la manera arcaizante de Apuleyo, y es más interesante para averiguar el sentido, que no la letra, de su original. En la Edad Media se difundió más un epítome de la misma versión que el texto completo.

Por el contrario, la versión del arcipreste Leo de Nápoles, compuesta en el siglo X en latín medieval, es bastante literal, aunque su texto presenta numerosas lagunas y corrupciones. La Historia de proeliis, de la que parten la mayoría de las versiones medievales sobre la Novela de Alejandro, es una reelaboración de este texto.

El texto de la redacción siria está muy próximo al utilizado por Leo, aunque el autor sirio ha utilizado para su versión una previa traducción al persa.

La recensión B nos es conocida por manuscritos más recientes que los anteriores. Su redactor, que ha partido de un testimonio antiguo mejor que el de A, ha redactado su copia con notable libertad, y nos ha procurado un texto muy claro en general, prescindiendo de algunos pasajes de su original, bien porque estuvieran corruptos o porque no le interesaban. Así, p. ej., ha prosificado todos los versos coliambos del mismo (atestiguados, en parte, en A). Ha abreviado, evitando una larga serie de detalles concretos y nombres propios, el relato de la fundación de Alejandría y ha suprimido toda la campaña de Alejandro en Grecia (I 45-II 6). Además ha deslavazado el colorido mitológico de algunas escenas (p. ej., en la curiosísima del parto de Alejandro, donde acentúa el aspecto dramático). Probablemente fue redactada en Bizancio, en el siglo V , a lo más tardar, ya que la ha utilizado el traductor armenio.

A su vez esta recensión B se nos presenta con breves añadidos o modificaciones en otras subrecensiones, como la designada como subrecensión E (que añade, en II 24, la visita de Alejandro a Jerusalén), la subrecensión λ (que presenta otros añadidos en el libro III ) y la subrecensión γ , que combina el texto de B y E.

El manuscrito L (Leidensis Vulcanianus 93) procede del siglo XV . Entre sus añadidos al texto de B, el fundamental es el final de la carta sobre las maravillosas aventuras (en II 38-41), la referencia (en I 46) a la conquista de Tebas, y la carta de consolación a Olimpíade. (Una descripción más detallada de las cacaracterísticas de L y de las demás recensiones puede verse en el prólogo de H. van Thiel a su edición.)

El texto de nuestra versión

Nuestra traducción está hecha sobre la versión del manuscrito L (es decir, la recensión B, con breves añadidos), editada por H. van Thiel. Al intentar presentar la Vida de Alejandro en un idioma moderno caben tres posibilidades: A) Intentar reconstruir, a base de los testimonios más antiguos (la recensión A, la traducción latina de Valerio y el texto de la versión armenia), un texto lo más próximo posible al original, como hizo Ausfeld (o. c., págs. 29-122), en una paráfrasis un tanto arriesgada. (La tentativa de reconstruir el texto griego total sería quimérica.) B) Optar por la recensión A, sin ninguna duda la más antigua, y partir del texto editado por W. Kroll, donde el editor ha procurado corregir y suplir muchas de las deficiencias del original con la ayuda de los otros manuscritos y versiones (como hizo E. H. Haight en su trad. inglesa, Nueva York, 1955), o bien C ) preferir la versión mejor conservada y más interesante, aunque no sea la más antigua. Es decir, optar por la recensión B (de la que tenemos dos excelentes ediciones: la de L. Bergson, Upsala, 1965, y la de H. van Thiel, Darmstadt, 1974).

Me parecen muy convenientes las razones que da Van Thiel en favor de esta solución. En la tradición de un texto como el nuestro, difícilmente puede sostenerse que la antigüedad de una versión sea una garantía de su calidad, ya que cada escriba ha preferido una cierta interpretación del mismo. En la comparación de las varias recensiones, resulta a favor de este redactor de la recensión B la claridad de muchos pasajes y la mejor conservación de su texto. (Por otra parte, hay que advertir que algunas de sus correcciones pretenden «modernizar» el texto. Así, p. ej., ha disminuido las citas mitológicas del original, en parte como renuncia a una erudición algo superflua, y en parte para adaptarlo mejor a la concepción cristiana de su época, a la que podía convenir mejor el papel constante que desempeña «la Providencia de lo Alto», un tanto abstracta, que no la mención más concreta de algunos viejos dioses paganos.) Hemos optado, pues, por esta solución.

Por otra parte, hemos querido en nuestra traducción suplir algunas de sus omisiones, recordando en las notas las discrepancias con A que nos han parecido más interesantes. De estas omisiones, la más notoria es la de toda la campaña griega de Alejandro (es decir, el salto desde I 45 a II 6). Sólo en este caso reintroducimos en nuestra traducción el texto de A. Esta larga omisión, a primera vista sorprendente, tiene tal vez su explicación en el poco interés que para el copista y su público tenía el destino de las antiguas ciudades de Grecia. (El redactor de B evitaba así unos párrafos que requerían cierta erudición arqueológica. Por otro lado, esa erudición se acompañaba de ciertos errores, como la anacrónica existencia de Platea, la discusión entre los oradores atenienses, con Demóstenes en el partido promacedonio, o la consideración de Esparta como un pueblo de marinos (!).)

Evidentemente, al redactor bizantino le interesaban más los capítulos novelescos de la trama que las referencias a la historia helénica. Pero estos capítulos, que él se ha saltado, resultan importantes, imprescindibles, para advertir la complejidad de la obra que presentamos y, por eso, los hemos reincorporado en nuestra traducción, aunque advirtiendo su procedencia de A. Pensamos, pues, que su ausencia en B no es involuntaria, sino significativa. (Algunos estudiosos han pensado, por el contrario, que estos capítulos podían ser un añadido ajeno al original. Para la discusión del tema remitimos al libro de Merkelbach.)

Hemos añadido, finalmente, como apéndice, la traducción de la Epistola Alexandri Macedonis ad Aristotelem magistrum suum de itinere suo et situ Indiae, cuyo texto es el editado por Van Thiel en su Appendix I (o. c., págs. 198-232, con algunas notas del comentario en págs. 233-240). Esta epístola latina es la versión más completa de ciertos episodios que la novela griega conserva en forma más abreviada (en III 17). En nuestra recensión B el relato no se presenta en forma de carta; sin embargo, ésta es su forma más antigua, y el paso de la narración en primera persona a la narración impersonal supone una desviación de la forma canónica de esos relatos fantásticos. La epístola latina se conserva en numerosos manuscritos (113, según la lista más reciente, de D. J. A. Ross, Scriptorium 10 [1956], 127 y sigs.), de los cuales los más antiguos son del siglo IX . A riesgo de aburrir al lector con ciertas repeticiones, hemos pensado que valía la pena presentar aquí esta redacción más completa, retóricamente más elaborada, de la archiconocida carta sobre las maravillas de la India, texto que, si bien tuvo una existencia independiente, aporta y recibe del conjunto de la novela un sentido más claro.

Creemos que nuestra traducción al castellano de esta Vida de Alejandro es la primera que se hace en nuestra lengua directamente del original griego. (De las traducciones a otros idiomas tan sólo hemos consultado la alemana de Van Thiel, que nos parece excelente.) En general se trata de un texto hoy poco conocido, y muy poco leído, en contraste con su divulgación en otras épocas y con su influencia histórica en tantas literaturas. Esperamos que esta versión directa contribuya a recordar los méritos de esta obra novelesca, como pionera en la literatura fantástica y como muestra de la literatura popular de finales del mundo antiguo.

Madrid, octubre de 1975.

NOTA BIBLIOGRÁFICA

I. Ediciones y traducciones:

TEXTO GRIEGO : Recensión A: Historia Alexandri Magni, ed. W. KROLL, Berlín, 1926. (Reed. 1958.) Traducción inglesa de E. H. HAIGHT, en The Life of Alexander of Macedon by Pseudo-Callisthenes, Nueva York, 1955.

Recensión B: Der griechische Alexanderroman. Rezension β, ed. L. BERGSON , Upsala, 1965.

Recensión B, Manuscrito L: Edición con traducción alemana, introducción y notas de H. VAN THIEL , Leben und Taten Alexanders von Makedonien, Darmstadt, 1974.

Recensión γ : Edición por separado de los libros I, II y III, por U. VON LAUENSTEIN , H. ENGELMAN y F. PARTHE , en Der griechische Alexanderroman. Rezension γ , Meisenheim, 1962, 1963, 1969.

TEXTO ARMENIO: Traducido de nuevo al griego por R. RAABE , Historía Alexandrou, Leipzig, 1894.

Traducido al inglés por A. M. WOLOHOJIAN , The Romance of Alexander the Great by Pseudo Callisthenes, Nueva York-Londres, 1969.

TEXTO LATINO DE VALERIO, en Iulius Valerius Polemius, ed. por B. KÜBLER, Leipzig, 1888. En su versión abreviada, editado por J. ZACHER , Iulii Valerii Epitome, Halle, 1867.

TEXTO LATINO DE LEO : Der Alexanderroman des Archipresbyters Leo, Heidelberg, 1913, editado por F. PFISTER. Con variantes por D. J . A. ROSS , en «A New Manuscript of Archiprest Leo of Naples», en Classica et Medievalia 20 (1959), 98-158.

La Historia de Proeliis está editada por H.-J. BERGMEISTER , Meisenheim, 1975, y por K. STEFFENS (Rec. J), id., 1975.

TEXTO SIRIO : Traducción inglesa de W. BUDGE , The History of Alexander the Great, Cambridge, 1889.

Traducción alemana de V. RYSSEL , en Archiv f. d. Studium der neueren Sprachen 90 (1893), 83 y sigs.

TEXTO ÁRABE: Edición con traducción castellana e interesante introducción de E. GARCÍA GÓMEZ , Un texto árabe occidental de la leyenda de Alejandro, Madrid, 1929. (Versión de un texto indirecto y muy fragmentario, reelaborado al uso islámico.)

Para la versión etíope, cf. A. WALLIS BUDGE , The Alexander Book in Ethiopia, Oxford, 1933.

TEXTO BIZANTINOversificado: Das byzantinische Alexandergedicht, ed. S. REICHMANN, Meisenheim, 1963.

(Para otros textos, cf. la bibliografía de H. VAN THIEL , en su obra ya citada. El de la Carta a Aristóteles puede verse ahora en M. FELDBUSCH , Der Brief Alexanders an Aristoteles über die Wunder Indiens, Meisenheim, 1976.)

II. Estudios sobre Alejandro en la historia y la leyenda:

A. AUSFELD , Der griechische Alexanderroman, Leipzig, 1907.

M. BRÖCKER , Aristoteles als Alexanders Lehrer in der Legende, Bonn, 1966. (Disertación académica.)

W. DEIMANN , Abfassungszeit und Verfasser des griech. Alexanderromans, Münster, 1914.

P. M. FRASER , Ptolemaic Alexandria, Oxford, 1972 (3 vols.).

G. T. GRIFFITH(ed.), Alexander the Great. The main Problems, Cambridge, 1966.

J. R. HAMILTON , Alexander the Great, Londres, 1973.

W. KROLL, «Kallisthenes», PAULY -WISSOWA , RE, 10, 2, 1919, cols. 1707-1726.

R. MERKELBACH , Die Quellen des griechischen Alexanderromans, Munich, 1954. (Contiene una edición reordenada de las cartas de la novela en págs. 195-219.)

L. PEARSON , The Lost Histories of Alexander the Great, Nueva York-Londres, 1960.

F. PFISTER , Kleine Schriften zum Alexanderroman. (Recopilación de artículos, ed. por R. MERKEIBACH, en prensa.)

D. J. A. ROSS , Alexander Historiatus, Warburg Inst. Surveys 1, 1963.

J. SEIBERT , Alexander der Grosse, Darmstadt, 1972. (Crítica de la bibliografía sobre el Alejandro histórico.)

O. WEINREICH , Der Trug des Nektanebos, Leipzig, 1911.

K. WYSS , Untersuchungen zur Sprache des Alexanderromans von Pseudo-Kallisthenes, Berna, 1942. (Tesis doctoral.)

El vol. colectivo de la Fond. Hardt, Alexandre le Grand. Image et realité (Entretiens sur l’Ant. Class. XXII), Vandoeuvre-Ginebra, 1976, ofrece la más reciente perspectiva crítica sobre el Alejandro histórico.

III. Sobre la influencia del texto en la literatura medieval:

G. CARY , The Medieval Alexander, Cambridge, 1956.

C. GARCÍA GUAL , Primeras novelas europeas, Madrid, 1974, páginas 108 y sigs.

M. R. LIDA , «La leyenda de Alejandro en la literatura medieval» (1962), recogido en su libro La tradición clásica en España, Barcelona, 1975, págs. 165-197.

D. J. A. ROSS , Illustrated Medieval Alexanders-Books in Germany and Netherlands, Cambridge, 1971.

G. VELOUDIS , Der neugriechische Alexander, Munich, 1968.

IV. Sobre su influencia en la literatura castellana puede verse el libro de J. MICHAEL , The Treatment of Classical Material in the Libro de Alexandre, Manchester, 1970. (Con la bibliografía allí citada, especialmente los trabajos de E. ALARCOS LLORACH y R. S. WILLIS , el editor del texto castellano.)

V. Para la relación de la Vida de Alejandro