Vidas de Alejandro - Pseudo Calístenes - E-Book

Vidas de Alejandro E-Book

Pseudo Calístenes

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Beschreibung

Por primera vez en un solo volumen, dos de los grandes relatos inspirados en la extraordinaria empresa conquistadora de Alejandro Magno, prologadas y anotadas por el helenista Carlos García Gual. Las dos obras que integran este libro, Vida y hazañas de Alejandro Magno y Nacimiento, hazañas y muerte de Alejandro de Macedonia, se sitúan entre la biografía, la leyenda y la historia del gran conquistador del Oriente, pero son de estilos muy distintos. La primera, firmada por Pseudo Calístenes y construida con elementos heterogéneos —relato histórico, relaciones epistolares fingidas, cuentos fabulosos— es una obra miscelánea, a medio camino entre la biografía y el género novelesco, que gozó de gran éxito en la Antigüedad tardía y hasta bien entrada la Edad Media. En la segunda, de autor anónimo y basada en la primera, el relato transmitido oralmente durante siglos toma por primera vez forma impresa en la Venecia de mediados del siglo XVII, convirtiéndose en un gran éxito popular con más de cuarenta reimpresiones a lo largo de los dos siglos posteriores. García Gual subraya en este volumen fundamental y exento de pretensiones académicas, la excepcional e imperecedera difusión del texto de Pseudo Calístenes en diversas lenguas y culturas, desde la época antigua hasta el Medievo tardío.

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Edición en formato digital: enero de 2024

En cubierta: Alejandro Magno a lomos de Bucéfalo, grabado en madera alemán, s. XIX © The Granger Collection / Alamy Stock Photo; marco del título © Patrick Guenette / Alamy Stock Photo

© De la edición, prólogo, introducciones y notas, y traducción de Vida y hazañas de Alejandro Magno, Carlos García Gual, 2024

© De la traducción de Nacimiento, hazañas y muerte de Alejandro de Macedonia, Carlos R. Méndez

© Ediciones Siruela, S. A., 2024

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Ediciones Siruela, S. A.

c/ Almagro 25, ppal. dcha.

www.siruela.com

ISBN: 978-84-19942-59-3

Conversión a formato digital: María Belloso

Índice

Nota a esta edición

PSEUDO CALÍSTENES, VIDA Y HAZAÑAS DE ALEJANDRO MAGNO

Presentación

VIDA Y HAZAÑAS DE ALEJANDRO MAGNO

ANÓNIMO, NACIMIENTO, HAZAÑAS Y MUERTE DE ALEJANDRO DE MACEDONIA

Presentación

NACIMIENTO, HAZAÑAS Y MUERTE DE ALEJANDRO DE MACEDONIAConteniendo su vida, sus guerras, sus proezas, los lugares por los que anduvo e igualmente su muerte, con otros muchos hechos de gran curiosidad y hermosura

Epílogo

Nota bibliográfica

Nota a esta edición

Mi propósito al presentar la actual reedición de estos dos textos griegos ha sido la de rescatar las traducciones, editadas hace algunos años, de esas dos pintorescas biografías atribuidas a un escritor desconocido al que denominamos Pseudo Calístenes.

La primera de estas Vidas fue redactada probablemente hacia el siglo III, y es un ágil relato muy novelesco y en prosa que logró amplia repercusión posterior en numerosas versiones en varias lenguas a lo largo de siglos, hasta los finales de la Edad Media; y la otra, que bien podría llamarse el Folletín de Alejandro, está basada en la anterior, pero con una redacción más fantasiosa y popular, muy alejada de la trama histórica, ya en griego moderno, que fue editada en Venecia a mediados del siglo XVII.

La traducción del texto del Pseudo Calístenes, primera y única en castellano, se publicó en 1977 (como número uno de la Biblioteca Clásica Gredos) y recibió el Premio Nacional de Traducción de ese año. La otra, hecha no del griego clásico, sino del griego moderno, es de Carlos R. Méndez, y fue editada también en Gredos, pero como libro singular (y nada clásico, desde luego), en 1999. Ambos libros están agotados hace muchos años y por eso he pensado en proponer su reedición, manteniendo mis prólogos a uno y otro y añadiendo solo mínimas notas. Ahora se editan juntos, aunque es muy grande la distancia entre ambos, como los lectores advertirán enseguida. La Vida antigua es mucho más respetuosa con la historia y la geografía, mientras que el folletón mezcla tiempos y personajes con una total desfachatez, atento más al contraste de diálogos con curioso dramatismo, como en un teatro de títeres o de sombras chinescas, que al entramado histórico que ignora.

No he pretendido, en ningún momento, ofrecer aquí un análisis académico ni una glosa o presentación académica de los textos. Tan solo trato muy brevemente de la prodigiosa recepción e influencia del texto del Pseudo Calístenes en varias lenguas y culturas. Y me he limitado a subrayar esa perdurable y excepcional difusión de su texto desde la época helenística al Medievo tardío citando algunos estudios muy notables.

CARLOS GARCÍA GUAL

Pseudo CalístenesVIDA Y HAZAÑAS DE ALEJANDRO MAGNO

Presentación

El último héroe griego, conquistador del Oriente

Alejandro, según se cuenta, decía envidiar a su antepasado Aquiles por el hecho de haber tenido un formidable narrador de sus gestas en el poeta Homero, que en la Ilíada supo ensalzar sus hazañas con digno esplendor. Por un capricho del azar y la historia él acabó por encontrar también, unos cinco siglos después de su muerte, un asombroso narrador para las suyas. Paradójicamente, no lo halló en un gran poeta ni en un respetable y bien documentado historiador, sino en un desconocido prosista al que ahora llamamos Pseudo Calístenes, quien hizo de él una figura casi tan mítica como la del héroe iliádico. En esta biografía, tardía y fabulosa, el joven monarca macedonio adquirió una fulgurante aura mítica, que extendió sus largos reflejos en las múltiples versiones medievales que de ella derivan. Esa narración biográfica compuesta en tiempos del Bajo Imperio Romano refundió con singular acierto los ecos de la leyenda que había transformado ya al gran Alejandro en el prototipo del último héroe griego.

Recordemos que todos los textos de los primeros cronistas e historiadores contemporáneos del monarca macedonio (Calístenes de Olinto, Cares de Mitilene, Nearco, Onesícrito, Clitarco, Ptolomeo, Aristóbulo de Casandrea y Anaxímenes de Lámpsaco) se perdieron pronto y solo tenemos de ellos muy pocos y exiguos fragmentos. Luego surgieron otras biografías y relatos históricos que, fundados sobre esas primeras crónicas, reconstruyeron con mejor o peor retórica las andanzas y hechos del gran conquistador del Oriente. Son los textos de Diodoro de Sicilia (en su Universal historia, libro XVIII), del latino Quinto Curcio (Vida de Alejandro Magno), Plutarco (Vida de Alejandro) y Arriano (Anábasis deAlejandro), escritos entre el siglo I a. C. y el II d. C., que conservamos a nuestro alcance y son la base de nuestros conocimientos sobre la figura de Alejandro.

Frente a esos relatos de indudable valor histórico, la narración del Pseudo Calístenes guarda un aire fantasioso y novelesco (siendo el fundamento de la llamada «Novela de Alejandro»). No se funda en fuentes históricas serias, sino en algunos textos perdidos de dudosa veracidad, y ha coloreado los hechos históricos de la biografía alejandrina con noticias fantasiosas, configurándose como una narración de origen y destino popular. Es una biografía que magnifica y mitifica la figura de su protagonista, y lo transporta desde el terreno de la historia al de la novela de aventuras. Hay que recordar que la grandeza del personaje se prestaba a esa mitificación y que desde muy pronto debieron de surgir relatos populares en torno a las prodigiosas dotes y los magnánimos logros del joven Alejandro. Conviene, a este respecto, rememorar su singular apostura como rey magnánimo y como intrépido viajero, que pudo dar pie, tras su pronta muerte, a esa rápida mitificación, arropada en la distancia y conservada en diversos relatos hasta la época de nuestro autor, seguramente un escritor de la egipcia Alejandría a comienzos del siglo III d. C.

Para recordar la prestancia histórica de Alejandro basten unas líneas del filósofo G. W. F. Hegel en las que, en sus Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, destaca la impronta inolvidable que el joven monarca macedonio dejó en la marcha de la historia universal. Dicen así:

Educado por Aristóteles, Alejandro a los veinte años de edad se puso a la cabeza de los helenos para conducir Grecia a Asia. Este segundo Aquiles reúne de nuevo a la Hélade para una empresa común. Cierra la vida griega, como Aquiles la empezara. Concentrando en sí el poder de Grecia, se volvió hacia el exterior y difundió por Asia la cultura griega. Unió al país, maduro ya en todas las técnicas, pero ya sin realidad, bajo nuevas banderas, conteniendo en el interior la excitación aún existente, para orientarla enseguida hacia las comarcas madres del Oriente. Su fin era castigar las antiguas iniquidades, vengar a Grecia de cuanto Asia le había hecho durante largo tiempo y decidir la antigua discordia y lucha entre el Oriente y el Occidente. Por un lado, hizo pagar a Oriente el mal que Grecia había sufrido por su culpa, por otro, le devolvió mil veces el bien que representó para Grecia el recibir de Asia los orígenes de la cultura. Alejandro difundió la madurez y elevación de la cultura sobre el Oriente, imprimiendo en Asia, por él ocupada, el sello, digámoslo así, de un país helénico.

Esta fue su grande e inmortal hazaña, la obra de la más bella individualidad. Alejandro ha sido el más bello héroe individual.

Él fue la causa de que el mundo griego se difundiera por toda Asia. La expedición de Alejandro a Asia fue también un viaje de exploración. Alejandro fue el primero que abrió a los europeos el mundo oriental, llegando hasta países como la Bactriana, la Sogdiana y la India septentrional, apenas hollados desde entonces por plantas europeas. La manera de llevar a cabo la expedición, así como el genio militar en el orden de las batallas, en la táctica en general, quedarán para siempre como un objeto de la admiración universal. […]

Pudo dedicar diez años a su obra imperial. Su muerte, en Babilonia, a los treinta y tres años, sigue siendo un bello espectáculo de grandeza y la prueba de cuál era su verdadera relación con el ejército. Incorporado sobre su lecho de muerte, se despidió de sus soldados con plena conciencia de su dignidad.

Alejandro tuvo la dicha de morir a tiempo. Puede llamarse a esto una dicha; pero es más bien una necesidad. Una muerte prematura tenía que ser la suya, a fin de seguir siendo para la posteridad el joven glorioso. Así como Aquiles inicia el mundo griego, como ya hemos indicado, así Alejandro lo cierra; y ambos jóvenes no solo nos dan el más bello espectáculo por sí mismos, sino que nos proporcionan al mismo tiempo una cabal y perfecta imagen de la esencia griega. Alejandro no murió prematuramente, pues su obra había llegado a su plena perfección.

Los motivos de la admiración del Pseudo Calístenes hacia Alejandro, visto como el último gran héroe del helenismo, no diferían mucho, en el fondo, de los de Hegel. Pero es cierto que sí difiere en la manera de reflejar su imagen del monarca macedonio. El núcleo de su biografía sigue conservando una base histórica, pero la fantasía del biógrafo alejandrino reelabora una atmósfera fabulosa en torno al esqueleto de los datos históricos y se recrea en los episodios fabulosos para realzar la figura del gran héroe, conquistador del inmenso imperio persa y explorador audaz de un Oriente quimérico, como el héroe que hubiera querido ser un dios.

La formación del relato del Pseudo Calístenes

El Pseudo Calístenes compuso su relato a comienzos del siglo III d. C., con una clara intención de ofrecer una estampa magnífica del gran Alejandro, destinada a un vasto público ávido de relatos fabulosos. No era un escritor de notable cultura, pues no tenía, desde luego, grandes conocimientos de historia griega ni tampoco un estilo refinado. Su ignorancia de la geografía helénica es sorprendente (y podría explicarse porque, nacido en Alejandría, no viajara jamás a Grecia, un país que, en aquellos tiempos del Bajo Imperio, era sombra ya de lo que fue en la época clásica). Su prosa es bastante desmañada y sus expresiones poco elegantes. Pero se las arregló para escribir una narración de extraordinario éxito popular. Mezcló varios ingredientes, y acentuó, por encima de los datos históricos, la inolvidable prestancia heroica de su biografiado.

Entre las fuentes que combinó para confeccionar o para zurcir hábilmente su texto, podemos destacar, en primer lugar, 1) un relato biográfico helenístico y 2) una colección de cartas de aire retórico en forma de novela epistolar. Junto a estas dos fuentes básicas se añaden otros relatos independientes de menor extensión, como son 3) las cartas sobre las maravillas y monstruos de la India (dirigidas a Aristóteles y Olimpíade), 4) las leyendas sobre Nectanebo y Candace, «novelas cortas» de origen local, 5) el coloquio con los gimnosofistas hindúes y 6) un relato antiguo sobre los últimos momentos y la muerte de Alejandro, así como su testamento, bastante bien conservado. Como se ve, son textos menores que se han unido en esta narración biográfica un tanto abigarrada. Comentemos brevemente sus rasgos.

La narración biográfica ha provisto a nuestro autor de los datos principales en el esquema de su Vida y hazañas, como son los referidos a la juventud de Alejandro y su ascensión al trono de Macedonia, y luego sus conquistas y fundaciones, y su larga marcha victoriosa por el Imperio persa, hasta el regreso a Babilonia. Es muy probable que ya en esa biografía se marcara la tendencia retórica y dramatizante de la historiografía helenística, inclinada a subrayar el efectismo de ciertas escenas. Así, por ejemplo, la del asedio y destrucción de Tebas y la de la muerte de Darío en brazos del mismo Alejandro; y acaso estarían ya en ella estampas tan curiosas como la carrera de caballos de Olimpia en que triunfa Alejandro, la discusión de los oradores atenienses sobre la rendición de Atenas, y el festín de bodas de Filipo y Cleopatra. En todo caso, ahí estaba ya ese gusto por el efectismo, en episodios inventados o embellecidos para insistir en el tópico de la favorable Fortuna o Týche del joven príncipe. Quizás también estuviera en esa biografía una invención tan inverosímil como el viaje de Alejandro a Roma y Cartago, forjada para subrayar que no solo los monarcas de Oriente, sino también las grandes potencias de Occidente rindieron pleitesía al macedonio. Es muy difícil precisar la época de esta narración histórica perdida, pero algunos estudiosos piensan que debió de escribirse en el siglo I a. C.

Las cartas entre Alejandro y Darío (y las cruzadas luego entre Alejandro y Poro) formaban una colección epistolar seguramente de origen retórico escolar, que dibujaba, en el contraste de misivas, un retrato psicológico de los dos grandes reyes: de un lado el audaz joven aventurero, confiado en su buena estrella, y, del otro, el emperador persa, soberbio y pomposo al principio, pero luego cada vez más receloso ante las asombrosas victorias de su enemigo. La confección de este tipo de cartas era un ejercicio bien conocido de las escuelas de retórica durante un amplio período. Como ejemplos de esta literatura epistolar, que floreció en griego y en latín entre la época de Cicerón y la de Adriano, podemos recordar el par de «novelas epistolares» que conservamos sobre Temístocles y Quión, o los intercambios de cartas entre los Siete Sabios (recogidas luego por Diógenes Laercio), o las Cartas de heteras, en las que Alcifrón intenta reflejar la vida cotidiana en tiempos del comediógrafo Menandro. La antigüedad de esta ficción epistolar sobre Alejandro y Darío está confirmada por un par de papiros que contienen retazos de esa correspondencia fingida (son el Papiro de la Sociedad Italiana 1285, del siglo II d. C, y el Papiro de Hamburgo 129, del siglo I a. C.). En estos papiros hallamos ya seis de las cartas, aunque no en el mismo orden que en nuestra biografía.

Pseudo Calístenes, que se muestra bastante descuidado en los detalles de los episodios históricos, parece tener gran respeto por las cartas, que a buen seguro consideraba documentos auténticos. Las ha ido integrando en su relato lo mejor que ha podido. Probablemente estaría de acuerdo, aun sin conocerlo, con Plutarco, que decía, precisamente al comienzo de su Vida de Alejandro, que el buen biógrafo no se interesa tanto por las batallas y las matanzas numerosas como por los gestos personales que reflejan el carácter del biografiado. También él se interesa, ante todo, como Plutarco, por los «signos del alma», esos sémata psychés, que sirven para dar un buen retrato del héroe. Las cartas son bastante variadas, y la de Alejandro «a los persas» (en II 21) es una especie de proclama regia, tal como las proclamas que daban a su pueblo los soberanos de Egipto.

De carácter distinto son las cartas sobre las maravillas y aventuras en la India. Probablemente, formaban un texto suelto que se agregó luego a la biografía. Los encuentros de Alejandro con los monstruos orientales, su expedición por las tierras de tinieblas, sus excursiones a los cielos y al fondo del océano, así como su encuentro con los árboles proféticos del Sol y de la Luna, y en versiones más tardías, su caminata hasta el bien amurallado paraíso (Iter ad Paradysum), pertenecen a otro tipo de literatura popular. El repertorio teratológico y fabuloso que ya asomaba en los viajes de Ctesias y de Heródoto, y más tarde en los viajes utópicos como el de Yambulo —ese mundo fantástico parodiado por Luciano de Samósata en sus Relatos verdaderos—, revive en ese viaje oriental de Alejandro, cuajado de prodigios. Sus ecos perdurarán en los viajes de Sindbad el Marino y en algunos cuentos de las Mil y una noches. Los humanoides más extraños, las fieras más exóticas, la Fuente de la Juventud, el País de la Sombra Eterna y los árboles parlantes son piezas de un folktale infrahistórico y de muy largas resonancias. La saga de Alejandro, magnificado como el viajero de los confines del mundo y el más audaz explorador del Oriente misterioso, ha servido de imán para todo este repertorio fabuloso.

Un eslabón intermedio entre estos episodios orientales y las cartas anteriores lo forman las misivas entre Alejandro y las amazonas (III 18), las de los gimnosofistas (III 25-26) y el episodio de Alejandro y la reina Candace (III 18). Todos estos relatos vienen a subrayar un rasgo característico de Alejandro: su curiosidad insaciable, su anhelo de avanzar hacia un más allá desconocido y arriesgarse hasta las fronteras de lo inhumano. Poco le importan los dislates geográficos al narrador, que, por dar un ejemplo, coloca su fabulosa Etiopía (donde está el reino de Candace) en el camino de la India. Lo que a él le importa es destacar la extraordinaria audacia de su héroe, vencedor de los monstruos y de todos los peligros.

La inclusión del episodio del faraón egipcio Nectanebo como progenitor de Alejandro constituye una de las sorprendentes novedades del texto. La leyenda, sin duda tomada del ambiente egipcio, cuenta cómo el faraón y mago exiliado alcanza la corte real de Macedonia y allí logra penetrar en el lecho de la reina Olimpíade, disfrazado de dios Amón, y así engendra al futuro conquistador de Egipto. El motivo pertenece a un folktale antiguo y tiene paralelos en otras literaturas (como ya estudió O. Weinreich en su libro Der Trug des Nectanebos, Leipzig, 1911), y es sumamente curioso. Seguramente, la popular leyenda egipcia fue traducida al griego en Alejandría y adoptada por el Pseudo Calístenes para dar mayor prestigio a Alejandro dentro de los ambientes populares de Egipto. Es muy curioso el personaje, a la vez faraón y mago (practicante de la «lecanomancia» o adivinación por las aguas de un barreño), y astrólogo (como se ve en la pintoresca escena del horóscopo de Alejandro y del momento favorable del parto). Es muy curiosa su muerte: se cayó en un pozo por ir mirando las estrellas. Algo parecido, el caerse en un pozo por mirar las estrellas, se contaba del sabio Tales de Mileto, en una anécdota tópica. (En alguna variante del episodio Nectanebo muere despeñado por el joven Alejandro, con un gesto un tanto edípico).

La leyenda debió de resultar agradable al público egipcio, pues justificaba el derecho de Alejandro al trono del país del Nilo, no ya como conquistador extranjero, sino como hijo del último faraón despojado por los persas. A su vez explicaba su relación con el dios Amón, que lo proclamó como hijo suyo cuando visitó su santuario en el oasis de Siwa, un tanto a la manera como Evémero explicaba las ficciones sobre los dioses. El origen bastardo de Alejandro no resultaba distinto del de otros héroes míticos: también para engendrar a Heracles el dios Zeus se acercó, disfrazado de Anfitrión, al lecho de la reina Alcmena en Tebas. Las malas relaciones de Alejandro con su supuesto padre, el rey Filipo, resultaban así más justificadas. La reina Olimpíade está vista en el relato con una luz más favorable que en los textos de los historiadores antiguos.

El episodio del diálogo de Alejandro con los gimnosofistas es un texto breve de resonancias cínicas. Está construido sobre el tópico del encuentro entre el rey y el sabio o los sabios, que menosprecian el poder y las riquezas (recuérdese la anécdota del encuentro entre Alejandro y Diógenes el cínico). En el coloquio se enfrentan el poder real y la ascética sabiduría. En la pintura de esos brahmanes naturistas hay una clara tonalidad oriental. Es probable que en su marcha hacia la India las tropas de Alejandro trabaran contacto con brahmanes, sabios desnudos o gimnosofistas, que llevaban una vida rudimentaria y austera y practicaban un tipo de ascética que maravillara a los griegos. En la expedición de Alejandro viajaba Onesícrito, un escritor cínico que seguramente se interesó por estos ascetas hindúes de aspecto sereno y feliz. (Seguramente él recogió muchos datos sobre estos ascetas orientales, en su texto pronto perdido). Las respuestas sagaces de los gimnosofistas a las preguntas de Alejandro difieren según los manuscritos, pero el rechazo de las ofertas del poderoso monarca queda claro. El gran rey no puede darles aquello que colmaría su felicidad, algo que tampoco puede darse a sí mismo: la inmortalidad. En el siglo III, por influencia de los cínicos y los neopitagóricos, esos santones serenos, a veces mendicantes, gozaron de cierta popularidad. (Recordemos, como ejemplo griego, el prestigio de la figura del peregrino Apolonio de Tiana, biografiado por Filóstrato).

Por último, Pseudo Calístenes aprovechó para el final de su biografía una narración sobre los últimos días y la muerte de Alejandro. Se trata de un escrito antiguo, que tal vez remonta a los decenios posteriores a su muerte, cuando se enfrentaron por la sucesión Antípatro y Perdicas, entre otros diádocos. Ofrece una interpretación de la muerte, pronosticada por varios augurios siniestros, como el resultado de la conjura dirigida por Antípatro para envenenar al gran conquistador. Alejandro muere víctima del complot y el veneno. Luego se cuenta brevemente que Ptolomeo logró apoderarse de su féretro y se lo llevó a Alejandría, donde construyó para él un gran templo. (En una versión, la A, del texto se nos da el testamento de Alejandro, recogiendo un documento seguramente antiguo).

Recogiendo y combinando todos estos variados materiales, el Pseudo Calístenes, probablemente en Alejandría y a comienzos del siglo III d. C., tejió su variopinto relato. Era un escritor poco docto, y escribía para un público poco refinado. Se embarulló un tanto con los datos históricos y los detalles geográficos, pero no debió de preocuparle mucho la exactitud al respecto. Ensambló la novela epistolar en el esquema biográfico, colocó al comienzo la narración, casi un cuento «milesio», sobre Nectanebo, y concluyó con el de la conjura mortífera y la descripción vivaz de los últimos momentos de Alejandro. Introdujo algunas muestras de su inventiva dramática en escenas como la de Alejandro yendo como mensajero a la corte de Darío y la del encuentro con la reina Candace (al parecer le gustaban los disfraces), y la de la lucha cuerpo a cuerpo entre el menudo Alejandro y el gigantesco Poro. En fin, siempre quiso destacar la audacia y astucia de su héroe, de estampa novelesca. Se empeñó en forjar y transmitir un retrato heroico de Alejandro que lo traslada de la historia a la mitología popular.

Lo destaca muy bien Helmut van Thiel, cuando escribe, en el prólogo a su versión y edición del texto (Darmstadt, 1974):

Varios rasgos elevan a Alejandro por encima de las medidas humanas. Ya su exterior revela un influjo demónico-mágico: su apariencia leonina, sus dientes aguzados y sus ojos de distinto color, y, por otra parte, el contraste entre su pequeña estatura y sus cualidades interiores (II 15; III 4). La magia opera en su concepción y su nacimiento; la magia y la astrología lo destinan a ser dueño del universo; su nacimiento y muerte conmueven, con acompañamiento de signos maravillosos, el orbe. Su vida entera está acompañada por oráculos y apariciones de dioses y héroes. Avanza por el Oriente más allá que los dioses Dioniso y Heracles; también él es hijo de un dios (I 30) y será inmortal como fundador y patronímico de la «muy amada» Alejandría (III 24; I 33).

Estructura y sentido de una biografía novelesca

La narración está dispuesta en tres libros. Comienza, como toda biografía, con el nacimiento y la juventud del protagonista y concluye con su muerte. El primer libro incluye las primeras victorias de Alejandro hasta la conquista de Egipto, la fundación de Alejandría —con una descripción bastante precisa de la misma— y la visita al oasis de Amón. Concluye con la destrucción de Tebas (un episodio colocado fuera de lugar y que en la versión A está en verso). El segundo, que comienza con el sometimiento de las ciudades griegas (Atenas y Esparta), abarca la conquista de todo el Imperio persa, contiene en su centro la muerte de Darío, con el llanto de Alejandro por él, y al final la carta de Alejandro a Olimpíade sobre las maravillas de la India. El tercero relata la guerra contra el rey indio Poro, los encuentros con los brahmanes, con Candace, con Sesoncosis, con las amazonas, y otras estampas fantásticas, con más monstruos y maravillas (en carta a Aristóteles), y, finalmente, concluye con el episodio de la agonía y muerte de Alejandro en Babilonia.

A medida que Alejandro avanza, desde Grecia a Asia y Egipto, y de Persia a la India, vemos que su figura trasciende el plano histórico para pasar a convertirse en la de un héroe mitológico, el último héroe mítico griego. Ya alguno de sus contemporáneos habló de su ansia por ir hacia lo desconocido, ese póthos o anhelo del más allá que el escultor Lisipo intentó reflejar en su famoso retrato. Pero ningún texto histórico extremó tanto como nuestro autor ese empuje aventurero del conquistador del Imperio persa. Cierto que Alejandro siempre ha conservado una cierta aura enigmática. ¿Por qué se empeñaba en proseguir su marcha hacia Oriente, más allá de lo razonable? ¿Buscaba acaso la última frontera de Asia? ¿Se sentía más un explorador que un guerrero? ¿Hasta qué punto se creyó un ser divino? Algo demónico había en su inquietud, en ese impulso que lo llevaba a desafiar todos los riesgos, más allá de cualquier ambición política. Y es ese empeño de aventuras sin límite lo que el Pseudo Calístenes supo recoger y recrear, envolviendo a su héroe en un halo mítico, enlazando con su fama popular, a cinco siglos de distancia. Como ha escrito R. Merkelbach, uno de los mayores estudiosos de su texto: «A la imagen auténtica del Alejandro histórico pertenece también este elemento mítico, y en este sentido las tradiciones fabulosas de la novela de Alejandro contienen, desde luego, una verdad más profunda que las representaciones pragmáticas de los historiadores».

Ese halo mítico y el encanto popular de Vida y hazañas del Pseudo Calístenes resultó luego fascinante para la posteridad.

Fama y difusión de la «Novela de Alejandro»

La obra del Pseudo Calístenes logró pronto una amplia difusión, como texto popular, en el mundo de habla griega. Al texto se le fueron agregando algunos episodios nuevos y su transmisión conoció diversas versiones (la más antigua es la llamada versión A, pero el texto que aquí se traduce procede de la versión B, más abundante en detalles novelescos, que tal vez se escribiera en Bizancio hacia el siglo V). Pronto se tradujo al latín, por un tal Julio Valerio, hacia el año 320, con el título de Res gestae Alexandri Magni. Luego al armenio (en el siglo V), y más tarde al persa, al sirio y al árabe. Una nueva traducción latina, ya a fines del siglo X, realizada por el arcipreste León de Nápoles, con el título de De proeliis, fue la base de las versiones en otras lenguas europeas, comenzando por el Roman d’Alexandre francés de Alberic de Besançon (compuesto hacia 1120, del que solo conservamos un fragmento de cien versos). A lo largo del siglo XII se redactaron otras versiones en francés, culminando en el extenso poema del Roman d’Alexandre de Alexandre de Bernai o de París, hacia 1175. De este gran texto derivan los que aparecen en diversas lenguas de la Europa medieval, como nuestro Libro de Alexandre, compuesto muy a principios del s. XIII, una obra maestra del mester de clerecía.

La difusión medieval de la Vida de Alejandro es sorprendente. Fue el texto traducido a más lenguas (unas treinta) después de la Biblia. Desde Noruega hasta Etiopía e Indonesia hay huellas de su difusión. (Véase, en conjunto, el documentado libro de G. Cary, The Medieval Alexander, Cambridge, 1956). Junto a la tradición occidental hay que destacar su influencia en la literatura clásica persa, en el Shahname o Libro de los reyes del gran poeta épico Firdusi (fines del siglo X) y, muy en especial, en el Iskandarname (Libro de Alejandro) de Nizami, de 1204, texto que es coetáneo estricto, por tanto, del castellano Libro de Alexandre. En esta magnífica recreación oriental Alejandro es idealizado como gran conquistador y magnífico pensador e incluso profeta (cf. la versión alemana de J. Christoph Bürgel, Das Alexanderbuch, Zúrich, 1991).

Las versiones medievales recolorean a su modo el texto, lo medievalizan, haciendo de Alejandro un caballero modelo de cortesía y refinada educación, e insistiendo en su papel de alumno del sabio Aristóteles, de enorme prestigio en la época, y, a la vez, exaltan su arrogancia y audacia como explorador del Oriente misterioso, luchador contra los monstruos y descubridor de maravillas. Es un príncipe soberbio, que fue solo vencido a traición por la muerte. Se suele designar como «Novela de Alejandro» a esta narración, con cierta razón, por su tono épico y novelesco. (Aunque está claro que el vocablo francés roman significaba en principio tan solo «relato en lengua romance»).

En Grecia se mantuvo, en siglos posteriores y a partir de la transmisión bizantina, una versión popular que circuló en tradición oral durante la dominación turca. Esta versión popular resulta muy interesante porque, como había sucedido en el Medievo en otras literaturas, va decorando y amoldando a los gustos de su público la trama heroica. Ejemplo de un curioso añadido de colorido patético es que en ella la princesa Roxana se suicida por amor sobre el cadáver de su esposo Alejandro, como una heroína trágica. (Esta versión popular neogriega, editada en Venecia en 1699, es la que ha traducido al castellano C. R. Méndez, Madrid, Gredos, 1999).

Son muy numerosas las biografías escritas por historiadores modernos sobre Alejandro. La última traducida al castellano que conozco es la de Roger Caratini, Alejandro Magno (Barcelona, Plaza & Janés, 2000). Aún se reedita, y se lee con claro provecho, la clásica del gran historiador del helenismo J. G. Droysen, Alejandro Magno, escrita en 1833 (reed. en FCE, México, 2001). Son varios los estudios que tratan de su proyección histórica y sus ribetes míticos, como el excelente libro de A. Guzmán y F. J. Gómez Espelosín, Alejandro Magno. De la historia al mito (Madrid, Alianza, 1997). Y son muchos también los novelistas modernos que han escrito exitosas ficciones históricas sobre la vida de Alejandro Magno —Mary Renault, Gisbert Haefs o Valerio M. Manfredi, por ejemplo—. Estos best sellers novelescos prolongan, a su manera, el tipo de relato con destino popular que inició hace muchos siglos el alejandrino Pseudo Calístenes. Como pionero helénico de ese género literario mestizo, la novela histórica, podemos considerar su texto fantasioso e ingenuo.

La transmisión del texto

La transmisión del texto de la Vida de Alejandro presenta un carácter peculiar. La obra, entendida como literatura de diversión, de estilo poco elevado y autor anónimo, sufrió en su texto correcciones, interpolaciones y abreviaciones sin tasa. Es —junto a la Vita Aesopi estudiada por B. E. Perry— el mejor ejemplo de la transmisión de un texto considerado popular, cuyo destino era muy diferente al de los textos considerados clásicos. Aquí los copistas no sentían obligación ni veneración por la literalidad a un original canónico, sino que modificaban a su gusto el texto para mejorar su sentido o añadían glosas que acababan insertándose en él. Ya C. Müller lo anotaba en el prólogo a su edición: «Nihil impediebat, quominus nostrorum codices exratores coniungerent scribae munera et auctoris» (Historia Alexandri Magni, Berlín, 1926, praef., IX a). Y como dice R. Merkelbach (Die Quellen des griechischen Alexanderromans, Múnich, 1954, pág. 171): «Cada escriba acortaba u omitía lo que le parecía aburrido y añadía lo que le gustaba».

Los testimonios más próximos a él son los siguientes: la recensión griega A, la traducción armenia, las latinas de Valerio y Leo, y la siria.

El manuscrito fundamental de la versión A, utilizado por Müller y por Kroll para la base de sus ediciones, está escrito en el siglo XI, y está catalogado como el Parisinus graecus 1711. Presenta algunos pasajes corruptos, y en el libro III (7-16) se encuentra intercalado un opúsculo de Paladio sobre los brahmanes. Es interesante el hecho de que conserva algunos versos coliámbicos, sin duda procedentes del texto original. (Rasgo relevante para mostrar el carácter popular del original, ya que esa mezcla de verso y prosa, o prosimetrum, es típico de cierta literatura novelesca).

La traducción armenia se remonta al siglo V y está hecha sobre un excelente original griego, emparentado con A.

La versión latina de Julio Valerio Polemio, que fue cónsul en el 338, está hecha con un estilo retórico, a la manera arcaizante de Apuleyo, y es más interesante para averiguar el sentido, que no la letra, de su original. En la Edad Media se difundió más un epítome de la misma versión que el texto completo.

Por el contrario, la versión del arcipreste Leo de Nápoles, compuesta en el siglo X en latín medieval, es bastante literal, aunque su texto presenta numerosas lagunas y corrupciones. La Historia de proeliis, de la que parte la mayoría de las versiones medievales sobre la Novela de Alejandro, es una reelaboración de este texto.

El texto de la redacción siria está muy próximo al utilizado por Leo, aunque el autor sirio ha utilizado para su versión una previa traducción al persa.

La recensión B nos es conocida por manuscritos más recientes que los anteriores. Su redactor, que ha partido de un testimonio antiguo mejor que el de A, ha redactado su copia con notable libertad, y nos ha procurado un texto muy claro en general, prescindiendo de algunos pasajes de su original, bien porque estuvieran corruptos o porque no le interesaban. Así, por ejemplo, ha prosificado todos los versos coliambos del mismo (atestiguados, en parte, en A). Ha abreviado, evitando una larga serie de detalles concretos y nombres propios, el relato de la fundación de Alejandría y ha suprimido toda la campaña de Alejandro en Grecia (I 45-II 6). Además, ha deslavazado el colorido mitológico de algunas escenas (por ejemplo, en la curiosísima del parto de Alejandro, donde se acentúa el aspecto dramático). Probablemente fue redactada en Bizancio, en el siglo V, a lo más tardar, ya que la ha utilizado el traductor armenio.

A su vez, esta recensión B se nos presenta con breves añadidos o modificaciones en otras subrecensiones, como la designada como subrecensión E (que añade, en II 24, la visita de Alejandro a Jerusalén), la subrecensión λ (que presenta otros añadidos en el libro III) y la subrecensión γ, que combina el texto de B y E.

El manuscrito L (Leidensis Vulcanianus 93) procede del siglo XV. Entre sus añadidos al texto de B, los fundamentales son el final de la carta sobre las maravillosas aventuras (en II 38-41), la referencia (en I 46) a la conquista de Tebas y la carta de consolación a la Olimpíade. (Una descripción más detallada de las características de L y de las demás recensiones puede verse en el prólogo de H. van Thiel a su edición: Leben und Taten Alexanders von Makedonien, Darmstadt, 1974).

El texto en nuestra versión

Nuestra traducción está hecha sobre la versión del manuscrito L (es decir, la recensión B, con breves añadidos), editada por H. van Thiel. Al intentar presentar la Vida de Alejandro en un idioma moderno caben tres posibilidades: a) intentar reconstruir, a partir de los testimonios más antiguos (la recensión A, la traducción latina de Valerio y el texto de la versión armenia), un texto lo más próximo posible al original, como hizo Ausfeld (Der griechische Alexanderroman, Leipzig, págs. 29-122), en una paráfrasis un tanto arriesgada (la tentativa de reconstruir el texto griego total sería quimérica) b) optar por la recensión A, sin ninguna duda la más antigua, y partir del texto editado por W. Kroll, donde el editor ha procurado corregir y suplir muchas de las deficiencias del original con la ayuda de los otros manuscritos y versiones (como hizo E. H. Haight en su traducción inglesa: The Life of Alexander of Macedon by Pseudo-Callisthenes, Nueva York, 1955); o bien c) preferir la versión mejor conservada y más interesante, aunque no sea la más antigua; es decir, optar por la recensión B (de la que tenemos dos excelentes ediciones: la de L. Bergson, Der griechische Alexanderroman, Upsala, 1965; y la de H. van Thiel).

Me parecen muy convenientes las razones que da Van Thiel en favor de esta solución. En la tradición de un texto como el nuestro, difícilmente puede sostenerse que la antigüedad de una versión sea una garantía de su calidad, ya que cada escriba ha preferido una cierta interpretación del mismo. En la comparación de las varias recensiones, resulta a favor de este redactor de la recensión B la claridad de muchos pasajes y la mejor conservación de su texto. (Por otra parte, hay que advertir que algunas de sus correcciones pretenden «modernizar» el texto. Así, por ejemplo, ha disminuido las citas mitológicas del original, en parte como renuncia a una erudición algo superflua, y en parte para adaptarlo mejor a la concepción cristiana de su época, a la que podía convenir mejor el papel constante que desempeña «la providencia de lo alto», un tanto abstracta, que no la mención más concreta de algunos viejos dioses paganos). Hemos optado, pues, por esta solución.

Por otra parte, hemos querido en nuestra traducción suplir algunas de sus omisiones, recordando en las notas las discrepancias con A que nos han parecido más interesantes. De estas omisiones, la más notoria es la de toda la campaña griega de Alejandro (es decir, el salto de I 45 a II 6). Solo en este caso reintroducimos en nuestra traducción el texto de A. Esta larga omisión, a primera vista sorprendente, tiene tal vez su explicación en el poco interés que para el copista y su público tenía el destino de las antiguas ciudades de Grecia. (El redactor de B evitaba así unos párrafos que requerían cierta erudición arqueológica. Por otro lado, esa erudición se acompañaba de ciertos errores, como la anacrónica existencia de Platea, la discusión entre los oradores atenienses, con Demóstenes en el partido promacedonio, o la consideración de Esparta como un pueblo de marinos [!]).

Evidentemente, al redactor bizantino le interesaban más los capítulos novelescos de la trama que las referencias a la historia helénica. Pero estos capítulos, que él se ha saltado, resultan importantes, imprescindibles, para advertir la complejidad de la obra que presentamos y, por eso, los hemos reincorporado en nuestra traducción, aunque advirtiendo su procedencia de A. Pensamos, pues, que su ausencia en B no es involuntaria, sino significativa. (Algunos estudiosos han pensado, por el contrario, que estos capítulos podían ser un añadido ajeno al original. Para la discusión del tema remitimos al libro de Merkelbach).

Creemos que nuestra traducción al castellano de esta Vida de Alejandro es la primera que se hace en nuestra lengua directamente del original griego. (De las traducciones a otros idiomas tan solo hemos consultado la alemana de Van Thiel, que nos parece excelente). En general, se trata de un texto hoy poco conocido, y muy poco leído, en contraste con su divulgación en otras épocas y con su influencia histórica en tantas literaturas. Esperamos que esta versión directa contribuya a recordar los méritos de esta obra novelesca, como pionera de la literatura fantástica y como muestra de la literatura popular de finales del mundo antiguo.

VIDA Y HAZAÑAS DE ALEJANDRO DE MACEDONIA

LIBRO I

1. El más extraordinario y más valeroso de los hombres fue, al parecer, Alejandro, rey de los macedonios, que realizó todas sus obras de manera singular y halló siempre la colaboración de la providencia con sus virtudes. Pues en guerrear y batallar contra cada uno de los pueblos gastó menos tiempo del que necesitarían quienes quisieran describir con exactitud las ciudades de aquellos países. Las hazañas de Alejandro, sus excelencias de cuerpo y de alma, el éxito de sus empresas y su valor ahora contaremos, comenzando por su linaje y por decir quién fue su padre. Que se engañan los muchos que afirman que fue hijo del rey Filipo; pues eso no es verdad. No era hijo de aquel, sino de Nectanebo, como dicen los más sabios de los egipcios, quien lo engendró después de haber perdido su dignidad regia.1

Este Nectanebo era un experto en el arte mágica, y, valiéndose de ese poder para someter a todos los pueblos por la magia, vivía en paz. Ya que si en alguna ocasión se lanzaba contra él cualquier potencia en son de guerra, no se apresuraba a equipar sus ejércitos, ni a montar sus ingenios bélicos, ni a disponer el armamento, ni a ejercitar a sus oficiales contra las formaciones enemigas, sino que tomaba un lebrillo y practicaba la lecanomancia.2 Echaba en el lebrillo agua de una fuente y con sus propias manos modelaba con cera barquitos y figurillas humanas y los ponía en el barreño. Él se revestía con una túnica de profeta y conservaba en la mano su báculo de ébano. Y puesto de pie invocaba a los supuestos3 dioses de los encantamientos, a los espíritus del aire y a las divinidades subterráneas, y a efectos de su conjuro cobraban vida las estatuillas humanas. De modo que entonces sumergía los barquitos en el lebrillo y, al momento de sumergirse estos, los barcos de los enemigos que le atacaban por mar eran destruidos, gracias a lo muy hábil que era aquel hombre en los poderes mágicos. Así transcurría en paz su reinado.

2. Pero, al pasar cierto tiempo, algunos de los llamados «exploradores»4 en la denominación de los romanos, y «espías» según los griegos, acudieron a presencia de Nectanebo anunciándole que gran nube de enemigos, una hueste innumerable de guerreros, iba a atacar Egipto. Cuando se presentó ante Nectanebo el jefe de su ejército, le dijo:

—¡Salve, rey! ¡Deja ahora a un lado todos tus hábitos pacíficos y disponte a tomar los preparativos de guerra! Porque una gran nube de bárbaros cae sobre nosotros. Pues no nos ataca un único pueblo, sino millares de tropas; que los que nos atacan son los indios, nocimeos, oxidorces, iberos, caucones, lélapes, bósporos, bástranos, azanos, cálibes5 y todas las demás grandes tribus que se extienden al Oriente. ¡Huestes de guerreros incontables avanzan sobre Egipto! ¡Prescinde de lo demás y preocúpate solo de ti mismo!

Cuando el jefe del ejército le hubo dicho esto, el rey Nectanebo riose ampliamente y le contestó:

—Tú dices bien y atiendes de modo adecuado a esa vigilancia a la que fuiste destinado y desempeñas; pero has hablado cobardemente y de manera indigna de un soldado. Porque no depende el poder de la muchedumbre, sino que en la guerra decide el ánimo valeroso. Así un solo león destroza muchos ciervos y un solo lobo despelleja numerosos rebaños de corderos. De modo que tú ponte en camino con las tropas que están bajo tu mando y guarda la posición encomendada. Que con una sola palabra sepultaré en el mar la muchedumbre incontable de los bárbaros.

Y con estas órdenes despidió Nectanebo al general.

3. Levantose él, penetró en su palacio y, cuando estuvo solo, utilizando de nuevo la misma técnica, examinó la situación en el lebrillo. Allí ve que los dioses de Egipto dirigen el timón de los barcos de los hostiles bárbaros y que sus ejércitos marchan guiados por los mismos dioses. Nectanebo, que era hombre muy experto en la magia y acostumbrado a conversar con sus dioses, enterose por ellos de que se aproximaban los momentos últimos del reino de Egipto; y, embolsándose encima una gran cantidad de oro, afeitándose la cabeza y la barba y disfrazándose con otra vestimenta, huyó desde el puerto de Pelusio.6 Zarpó de allí para arribar a Pela de Macedonia. Allí se estableció, dedicándose en aquel lugar a la astrología como profeta egipcio.

Entretanto, los egipcios interrogaban a sus supuestos dioses qué le había sucedido al rey de Egipto. Andaba entonces todo Egipto devastado por los bárbaros.

El que llamaban su dios en el santuario del Serapeo les dio el oráculo con estas palabras:

—Ese rey que ha huido regresará de nuevo a Egipto no más viejo, sino rejuvenecido, y someterá a nuestros enemigos los persas.7

Entonces se preguntaban entre sí qué significado tenía la respuesta que les había dado, y, como no lo encontraran, escriben el oráculo emitido en la base de la estatua de Nectanebo.

4. Tras su llegada a Macedonia, Nectanebo se hizo famoso entre todos. Vaticinaba con tanta exactitud que incluso la reina Olimpíade, al oír de su fama, acudió una noche a consultarle, mientras Filipo, su esposo, se encontraba lejos de su país en una campaña guerrera. Y se enteró de lo que deseaba y se retiró. Después de unos pocos días lo envió a buscar con órdenes de presentarse ante ella. Cuando Nectanebo vio todo lo hermosa que era, se apasionó por su belleza y, extendiendo el brazo, la saludó:

—¡Salud, reina de los macedonios!

Ella contestó:

—¡Salud tú también, excelentísimo profeta! Acércate y siéntate.

Y añadió:

—Tú eres el maestro egipcio en quien todos los consultantes han encontrado la verdad entera. También yo he depositado en ti mi confianza. ¿Qué clase de adivinación practicas para revelar la verdad?

Él contestó:

—La profesión del arte adivinatoria está dividida en muchas especialidades, soberana. Hay observadores de horóscopos, augures, intérpretes de sueños, ventrílocuos-adivinos, escrutadores de copos de lana, astrólogos y los llamados magos.8 A todos esos abarca el dominio de la magia.

Después de decir esto clavó su mirada fijamente en Olimpíade.

Preguntole la reina:

—¿Profeta, es que te has helado al verme?

Él le contestó:

—Sí, señora. Es que acabo de acordarme de un oráculo que me dieron mis propios dioses de que «¡Has de profetizar para una reina!» y, mira, resultó verdad. De modo que ahora dime lo que quieres.

Y metiéndose la mano en un pliegue de su ropaje sacó una tablilla, tal que no puede describir el lenguaje, hecha de oro y de marfil, en la que figuraban los siete astros y el horóscopo. El sol era de cristal, la luna de diamante, el llamado Zeus de pumita, Ares de hematites, Cronos de ofita, Afrodita de zafiro, Hermes de esmeralda y el horóscopo de mármol blanco.9

Admirada Olimpíade de la suntuosidad de la tablilla, se sienta junto a Nectanebo y, después de ordenar a los demás que se aparten, le dice:

—¡Profeta, revélame a mí y a Filipo nuestro sino!

Se había difundido entonces el rumor en torno a ella de que «si Filipo regresa de la guerra, despedirá a su mujer y desposará a otra».

Nectanebo le dijo:

—Indícame tu estrella e indícame también la de Filipo.

¿Y qué más hizo entonces Nectanebo? Sitúa también su propia estrella natal frente a la de Olimpíade, y haciendo su vaticinio, le dijo:

—No es falso el rumor que has oído acerca de ti. Pero puedo ayudarte en mi condición de profeta egipcio para que no seas rechazada por Filipo.

Dijo ella:

—¿Cómo puedes?

Él contestó:

—Es preciso que te unas a un dios morador de la tierra y que de este concibas y des a luz un hijo, y que lo críes, y tendrás en él un vengador de los ultrajes que te haga Filipo.

Entonces le dice Olimpíade:

—¿A qué dios?

Respondió Nectanebo:

—A Amón, de Libia.10

Y le preguntó Olimpíade:

—¿Y qué aspecto tiene el dios ese?

Contestó él:

—Es de mediana edad, con cabellera y barba doradas, con cuernos crecidos en la frente, y estos son semejantes al oro. Así que es preciso que te dispongas como una reina en su honor. Pero hoy en sueños verás al dios ese acudir a ti.

Le dice ella:

—Si veo tal sueño, me postraré ante ti, no como un mago, sino como ante un dios.

5. Luego se despide de la reina Nectanebo y recoge unas plantas de un lugar solitario, de las que conocía por su aplicación a la producción de sueños. Y después de exprimirles el jugo, modeló una figurilla femenina de cera y le inscribió encima el nombre de Olimpíade. Luego encendió unas lamparillas, y, mientras derramaba sobre ellas el jugo de las plantas, invocaba con conjuros a los dioses convenientes al caso, para que Olimpíade recibiera la aparición. Y en aquella noche ella contempla al dios Amón, que la tiene abrazada y que, al ponerse en pie para retirarse, le dice:

—Mujer, en tu vientre guardas un hijo varón que ha de ser tu vengador.

6. Al despertar Olimpíade quedose admirada de su sueño y, enviando en seguida por él, mandó venir a Nectanebo. Y le dice:

—Vi el sueño y al dios Amón que me predijiste. Ahora te ruego, profeta, que de nuevo venga a unirse conmigo; y cuídate tú de cuándo ha de acudir a mí para que yo me muestre mejor preparada a recibir a mi reciente esposo.

Contestó el adivino:

—Esta primera vez, señora, fue un sueño lo que viste. Cuando el dios en persona se te presente, tendrá trato real contigo. Pero si se digna vuestra alteza, dadme una cámara donde yo duerma cerca para que lo congracie en favor tuyo.

Ella dijo:

—De acuerdo; recibirás una cámara junto a mi dormitorio. Y si quedo embarazada de este dios, te honraré magníficamente, como reina, y te trataré como si fueras el padre de la criatura.

Le contesta Nectanebo:

—Para que tú lo sepas, señora, antes de presentarse el dios te dará el signo siguiente: cuando, sentada al anochecer en tu dormitorio, veas una serpiente deslizarse hacia ti, ordena a todos que salgan. Y no apagues las luces de las lamparillas que yo te doy ahora y que he preparado para arder en honor del dios según mi ciencia; sino échate sobre tu lecho regio dispuesta a recibir al dios. Cúbrete el rostro y observa solo a través del velo al dios que ya viste en sueños acudir a ti.

Después de decir esto, Nectanebo se retira. A la mañana siguiente, Olimpíade le da una cámara inmediata a su dormitorio.

7. Nectanebo se revistió un vellocino muy suave de carnero junto con los cuernos de este animal sobre las sienes, estos como si fueran de oro, y un cetro de ébano, una túnica blanca y un manto reluciente de color de serpiente.11 Y penetró así en el dormitorio, donde estaba echada sobre el lecho Olimpíade. Ella le miraba de reojo. Y le ve avanzar sin temor; pues le parecía haberlo visto ya en su sueño. Las lamparillas ardían y Olimpíade cubriose el rostro. Nectanebo deja a un lado el cetro y sube a la cama y se une a ella. Luego le dice:

—Queda segura, mujer. En tu vientre guardas un hijo varón que ha de ser tu vengador, y rey, emperador de todo el universo habitado.

Y salió Nectanebo del dormitorio recogiendo su cetro. Luego esconde todo lo que había utilizado para su treta.

A la mañana siguiente se despierta Olimpíade y se va a la cámara donde estaba Nectanebo y le saca del sueño. Levantose él y dijo:

—¡Salve, reina! ¿Qué me anuncias de nuevo?

Contesta ella:

—Me sorprende el que desconozcas, profeta, lo sucedido. ¿Es que de nuevo ese dios acudirá a mi lado? Porque lo tuve conmigo muy a gusto.

Respondiole Nectanebo:

—Escúchame, reina. Yo soy profeta de ese dios. Así que, cuando quieras, déjame disponer de este lugar para dormir en él sin ser molestado, para que concluya el encantamiento de rigor, y él acudirá a ti.

Contestó la reina:

—Conserva el lugar desde ahora.

Y ordenó que le entregaran la llave de la cámara. Nectanebo depositó en un escondrijo los trastos del disfraz, y se presentaba a la reina todas las veces que Olimpíade se lo pedía, fingiendo ante ella que era el dios Amón.

Día a día aumentaba la hinchazón del vientre de la reina, y le dice Olimpíade a Nectanebo:

—Cuando Filipo regrese y me encuentre preñada, ¿qué voy a decirle?

Nectanebo le contesta:

—No sientas temor, señora. Pues entonces ya te socorrerá el dios Amón, presentándose a Filipo en sueños y notificándole lo sucedido, de modo que tú quedes irreprochable ante Filipo.

Así engañaba a Olimpíade Nectanebo con ayuda de su arte mágica.

8. Luego atrapó Nectanebo un halcón marino y lo hechizó y le inculcó con sus artilugios de magia todo lo que quería que dijera en sueños a Filipo, adoctrinándolo para ello.

El halcón marino, enviado por Nectanebo, llegó por la noche adonde se encontraba Filipo, y le habló en medio de su sueño. Filipo, que vio que el halcón le hablaba, al despertar del sueño quedose sumido en la mayor agitación. De modo que al punto envió a buscar y traer a un intérprete de sueños babilonio, que era muy famoso. Luego le cuenta el presagio con estas palabras:

—Vi en un sueño que un dios muy hermoso, de cabellera y barba canosa, que tenía cuernos en las sienes, que parecían de oro ambos, y en la mano sostenía un cetro, se deslizaba por la noche hasta mi esposa. Se echaba a su lado y se unía con ella. Y al levantarse le dijo: «Mujer, has concebido un hijo varón, que te liberará y vengará la muerte de su padre». Pareciome que yo le envolvía el vientre con una hoja de papiro, la cosía y que la sellaba con mi sello. El anillo era de oro, con una piedra, y en la piedra había grabado un emblema, con el sol y una cabeza de león y una pequeña lanza. Mientras tenía esta visión me pareció que un halcón planeaba sobre mí, el cual con sus alas me hizo despertar del sueño. ¿Qué significa esto para mí?12

Le dice entonces el intérprete de sueños:

—¡Salve, rey Filipo! Verdad es lo que viste en tu sueño. El sellar el vientre de tu mujer es una garantía de su fidelidad hacia ti, y de que tu esposa ha concebido. Nadie sella un recipiente vacío, sino lleno. Acerca de por qué tú la envolviste en una hoja de papiro, verás. En ningún lugar se produce el papiro a no ser en Egipto. Por tanto, la simiente es egipcia, y no vulgar, sino ilustre y famosa, por el anillo de oro. ¿Qué hay, pues, más famoso que el oro, al que incluso los mismos dioses rinden adoración? En cuanto al sello que tenía el sol y bajo él una cabeza de león y una pequeña lanza, significa que el niño que va a nacer alcanzará pronto hasta la salida del sol, guerreando como un león, y dejará sometidas a su lanza a las ciudades, por la lanza allí dibujada. En cuanto a que tú has visto a un dios con cuernos de carnero y con cabellera canosa, ese es el dios de Libia, Amón.

Cuando el intérprete de sueños se lo hubo descifrado así, no le agradó a Filipo lo que había escuchado.

9. Se angustiaba por entonces Olimpíade, que no tenía confianza en lo que, según Nectanebo, habría experimentado Filipo. Pero cuando regresó Filipo de la guerra vio que su mujer se hallaba confusa, y le dice:

—Mujer, ¿por qué estás tan azorada por lo pasado? Ajena fue la falta, según se me ha mostrado claramente en sueños, para que tú quedes sin reproche. Pues contra todos tenemos poder los reyes, pero no podemos nada contra los dioses. Que no has amado a uno cualquiera de la plebe, sino a uno de los seres más divinos.

Al decir tales palabras Filipo devolvió el buen humor a Olimpíade. La reina estaba llena de agradecimiento hacia el profeta que le había anunciado de antemano lo sucedido a Filipo.

10. Pero, algunos días después, en un encuentro con Olimpíade, le dice Filipo:

—¡Me engañaste, mujer, y no has concebido por obra de un dios, sino de algún otro! ¡Ya caerá en mis manos!

Y esto lo oyó Nectanebo.

Se celebraba un gran banquete en el palacio; todos se regocijaban en el festín en honor del rey Filipo y su victoriosa expedición, mientras que el rey Filipo era el único allí apesadumbrado por lo del embarazo de su esposa Olimpíade. Ante toda la concurrencia, Nectanebo, que se había transformado en una serpiente mucho mayor que la anterior, penetró en medio de la sala del triclinio y dio un tremendo silbido, que estremeció hasta los cimientos del palacio. Los demás comensales, al ver la serpiente, dieron un brinco dominados por el terror, pero Olimpíade reconoció a su nuevo esposo y le tendió su mano derecha. Y la serpiente se irguió y depositó en ella su cabeza, se enroscó y se puso sobre las rodillas de la reina, al tiempo que sacaba su bífida lengua y le daba un beso, ofreciendo ante todos los espectadores un testimonio de su amor. Mientras Filipo, que se debatía entre los escrúpulos y el asombro, le prestaba una insaciable atención, la serpiente se transformó en un águila, y sería imposible decir hacia dónde desapareció.

Cuando Filipo se repuso del susto, dijo:

—Mujer, he visto una prueba de que, en la disputa de tu caso, el dios acude a prestarte socorro en el peligro. Qué dios, no lo sé. Porque su figura me pareció propia de Amón, o de Apolo o Asclepio.

Olimpíade le replicó:

—Según me reveló él mismo cuando se me presentó, es el dios de toda Libia, Amón.

A la vista de esto, Filipo se felicitaba de que el nacido de su mujer sería llamado hijo de un dios.

11. Algunos días más tarde, estando Filipo en uno de los jardines reales, donde bandadas de aves diferentes venían a alimentarse, de pronto revoloteó un pájaro hasta su regazo y puso en él un huevo. Este se deslizó rodando y al caer en tierra desde sus ropas se quebró. De él surgió una pequeña serpiente, que dio la vuelta alrededor de la cáscara del huevo y luego intentaba volver a entrar por donde había salido. Y al meter dentro la cabeza murió.

El rey Filipo, lleno de confusión, mandó buscar a un intérprete, y le relató lo sucedido. Y este, inspirado por un dios, le explicó:

—Rey, tendrás un hijo que ha de dar la vuelta al universo entero sometiendo a todos a su propio poder, pero al regresar a su reino, al cabo de pocos años, perecerá. El ofidio es un animal regio, y es una imagen del universo el huevo, de donde había surgido la serpiente. Ya ves que, después de dar la vuelta al universo y queriendo regresar allí de donde había salido, murió antes de lograrlo.13

De tal modo el adivino aclaró el presagio y se retiró bien pagado por el rey Filipo.

12. Y al cumplirse el tiempo del embarazo de Olimpíade, la reina se colocó sobre la silla de partos con sus dolores.

Pero Nectanebo, que se hallaba a su lado, después de medir los cursos de los astros celestes, la mentalizaba para que no apresurara el momento del parto, y mientras barajaba los elementos cósmicos con ayuda de sus poderes mágicos, la instruía sobre las contingencias con estas palabras:

—¡Mujer, contente y domina las contingencias de la naturaleza! ¡Si ahora das a luz, producirás un esclavo, cautivo de guerra, o un tremendo monstruo!

De nuevo la mujer era asaltada por los dolores y ya no podía contenerse a causa de los muchísimos sufrimientos, pero Nectanebo le dijo:

—¡Domínate un poco más, mujer! Porque si das a luz ahora, el que nazca será un eunuco infeliz.

A la vez que le daba sus exhortaciones y consejos al caso, le enseñaba Nectanebo a Olimpíade a contener con las manos encima las puertas naturales de la vida. Y él, con la ayuda de su propia magia, detuvo el parto de la mujer.

Cuando de nuevo escrutó los cursos celestes de los elementos cósmicos, advirtió que el cosmos entero alcanzaba su plenitud y observó un resplandor en el cielo, como si el sol cruzara el cenit. Entonces dijo a Olimpíade:

—¡Da ahora el chillido de parto!

Le dio un signo de asentimiento y le confirmó:

—¡En seguida darás a luz un rey que será emperador del universo!

Olimpíade, con un grito más fuerte que el mugido de una vaca, dio a luz un hijo varón, con feliz fortuna.

Al caer el niño al suelo hubo un acordado retumbar de truenos y relampaguear de rayos capaces de agitar el universo entero.14

13. A la mañana siguiente, cuando Filipo vio al niño nacido de Olimpíade, dijo: