Vigilia del verbo - Jaime García Terrés - E-Book

Vigilia del verbo E-Book

Jaime García Terrés

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Beschreibung

En el centenario de su nacimiento, por virtud de sus poemas, el muchacho que comenzó a escribir en secreto a los catorce o quince años de edad se mantiene vivo —Escribe Rafael Vargas—; en estas páginas asoma al lado del joven que a los 32 años publicó su primer libro y del maduro señor que a los 64 vio reunida por primera vez su poesía. Todos son uno y el mismo. Esta es una buena oportunidad para conversar con él.

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Seitenzahl: 140

Veröffentlichungsjahr: 2025

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 VIGILIA DEL VERBO

 Vigilia del verboObra poética, 1953-1996 Antología

JAIME GARCÍA TERRÉS

Selección y prólogo de RAFAEL VARGAS

POESÍA  FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición, 2024 [Primera edición en libro electrónico, 2025]

Distribución mundial

D. R. © 2024, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho Ajusco, 227; 14110 Ciudad de México

Comentarios: [email protected] Tel.: 55-5227-4672

Diseño de portada: Clarissa Rivero Treviño

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos.

ISBN 978-607-16-8508-7 (rústico)ISBN 978-607-16-8597-1 (electrónico-epub)ISBN 978-607-16-8615-2 (electrónico-mobi)

Hecho en México - Made in Mexico

SUMARIO

   

Prólogo 

De Las provincias del aire (1956)

De Los reinos combatientes (1961)

De Todo lo más por decir (1971)

De Corre la voz (1980)

De Parte de vida (1988)

De Baile de máscaras (1989) 

Índice

PRÓLOGO

  1

 Que tome la palabra, en primerísimo lugar, el autor de este libro:

 Me aficioné a escribir en el momento mismo en que pude dibujar mis primeras letras […] Descubrí temprano la poesía y comencé a practicarla casi a escondidas. Muchos, muchos años pasaron antes de que me decidiera a mostrar mis versos. Mis primeras tentativas solían acabar en el fuego (un destino, por lo demás, justificado). El hábito, sin embargo, sobrevivió a la quema. Me fascinaba hacer danzar las palabras; orillarlas a la música y a la furtiva descarga de raras emociones. Ni la educación primaria ni la secundaria lograron sacudirme la pereza selectiva del soñador. Pero durante los años del bachillerato la adolescencia se me volvió difícil y oscura. La lucha por la expresión cobró el aspecto de una lucha a muerte. Alfonso Reyes, a quien por entonces conocí, me convenció de que no debía renunciar a la carrera de abogado, y al dedicarme su Visión de Anáhuac, hizo votos por que “entre las Leyes y las Letras” nunca me sintiera yo defraudado. En 1941, a la sombra generosa del mismo Reyes, publiqué un pequeño folleto: Panorama de la crítica literaria en México. La poesía siguió en un terreno estrictamente con­fidencial.

  2

 El párrafo anterior, apretada recapitulación del primer tramo de su vida como escritor, fue redactado a mediados de 1984, poco después de que Jaime García Terrés cumpliera 60 años de edad, el 15 de mayo de aquel año. Pertenece a un breve ejercicio autobiográfico titulado “Introducción a mi curriculum vitæ”,1 que cumple exactamente esa función: revelar a la persona detrás de la detallada lista de publicaciones y actividades realizadas.

Y es revelador, no sólo respecto de su precoz vocación por la poesía, sino también —sobre todo— por lo mucho que dice sobre la humildad con que asumió esa vocación desde el principio: él mismo actuando como fiscal de sus tentativas, y el fuego como jurado, juez y ejecutor de la sentencia. Esa actitud, que se transformó en rigor, lo llevó a ser un poeta extremadamente exigente a la vez que excesivamente parco. Pero otras razones se suman asimismo para explicar tal parquedad.

El tiempo que dedicó a buscar el dominio de la forma —cuyo fruto visible son sus dos primeros libros: Las provincias del aire y Los reinos combatientes— lo convirtió en un escritor moroso. Le gustaba demorarse en la composición del poema, ensayar variaciones sintác­ticas e imaginar desarrollos alternativos. Lo atestigua su archivo, en el que conservó un buen número de esas distintas versiones, las cuales dejan ver dudas, enmiendas, borraduras y hallazgos. Las vicisitudes del proceso creativo. El oído atento a lo que el idioma susurra.

  3

 Disfrutaba mucho el acto físico de escribir. Algo claramente visible en la simple cotidianeidad. En su escritorio en el Fondo de Cultura Económica tenía un pequeño bote con un ramillete de lápices siempre afilados del cual solía tomar alguno en cuanto alguien entraba a su oficina para hablar con él sobre un asunto de trabajo. Era frecuente que tomara notas de lo que se decía. Y en esos mismos papeles, que empleaba para apuntar comentarios sobre los numerosos libros, artículos, reseñas y catálogos que cotidianamente revisaba —su ojo de buen editor lo obligaba a escudriñar cuanto de posible interés para el FCE se publicara en México y en el resto del mundo—, de cuando en cuando se colaba la insinuación de un verso, el esbozo de una estrofa, algún furtivo epigrama —género que le gustaba mucho cultivar y de cuya cosecha aún se conoce muy poco—. Al tér­mino de la jornada sus lápices tenían la punta roma, a pesar de que la agenda no le dejaba margen para darle cita a la musa.

Es fácil imaginar que, anteriormente, sus días como subdirector general del Instituto Nacional de Bellas Artes, como director general de Difusión Cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), como embajador de México en Grecia o como director del Archivo de la Secretaría de Relaciones Exteriores habrán sido similares. Y es natural deducir que entre la vida familiar, el trabajo, las lecturas y los compromisos sociales a los que muchas veces obliga el hecho de ser funcionario, no debe haber sido fácil darse tiempo para escribir poemas.

  4

 El 25 de agosto de 1953, hace casi 71 años, se terminó de imprimir el primer título de poesía de Jaime García Terrés: El hermano menor. Once poemas agrupados en un cuadernillo cuya portada luce una viñeta de Ricardo Martínez ilustrativa del poema que da nombre al conjunto. Fue la séptima entrega de “Los Presentes”,2 serie iniciada en 1950 bajo la guía editorial de Juan José Arreola y Henrique González Casanova.

Con esa plaquette el poeta García Terrés hace su aparición pública de manera muy discreta (casi secreta, cabría decir), pues el tiraje, de apenas 125 ejemplares, supone un muy limitado número de lectores —acaso, el doble de esa cifra—. Salvo una breve nota anónima en el Boletín Bibliográfico Mexicano de marzo-abril de 1954, acompañada del poema que da título a la plaquette, ningún medio registra su aparición.

Es verdad que “Los Presentes” tenía un aura de prestigio gracias a sus editores y a los autores que la colección incorporó desde su comienzo (Carlos Pellicer y Rubén Bonifaz Nuño, entre ellos), pero con una circulación tan restringida apenas podía esperarse que sus ediciones tuvieran mucha resonancia.

Llamo la atención sobre este particular porque, si bien es cierto que los poetas jóvenes suelen darse a conocer con publicaciones más bien breves y de bajo tiro (en muchos casos pagadas por ellos mismos), García Terrés, a los 29 años, cuenta ya con un debido renombre en el medio cultural del país y no necesita procurarse reflectores. Ha publicado ya dos obras de ensayo —el mencionado Panorama de la crítica literaria en México (1941), a los 17 años de edad, y, a los 25, Sobre la responsabilidad del escritor (1949)—; ha sido subdirector general del Instituto Nacional de Bellas Artes y director de México en el Arte, la hermosa revista que publica ese instituto. Y se halla a pocos días de asumir la dirección general de Difusión Cultural de la UNAM.

Hay, más bien, un claro gesto de modestia en el hecho de pu­blicar ese puñado de poemas en una colección de circulación tan restringida. El poeta García Terrés no tiene urgencia de anun­ciar­se. La poesía sigue —casi— en un terreno estrictamente con­fidencial.

  5

 Desde el principio, aun en sus más sencillos poemas, García Terrés muestra una dicción y un vocabulario peculiares. No rehuye el lenguaje llano ni es rebuscado; tampoco hay en su uso del idioma asomo alguno de casticismo. Prefiere y le gusta, eso sí, usar todos los recursos que el español le brinda. Si el poema lo requiere —como cuando el hablante es un antiguo soldado español, en alguna página de Todo lo más por decir— incluirá, de vez en vez, algún arcaísmo, algo no muy usual. Esa voluntad de emplear el vocablo justo y ne­cesario, presente también en su prosa, en su poesía es mucho más notable.

Pero aunque no era un purista, y su admiración por una mul­titud de autores anglo y francoparlantes era muy grande, tendía a rechazar el uso de anglicismos y galicismos. Fue siempre estricto y cuidadoso en todo cuanto se refiriese al empleo del idioma.

Alguna vez le pregunté en una entrevista cómo había adquirido el lenguaje que latía en sus poemas. “No fue algo consciente”, me dijo. Y abundó enseguida:

 Primero escribí prosa, todo lo que hacía era en prosa, tenía hasta una novela, que comencé a escribir a los 11 años y ya no pude continuar, porque en el primer capítulo morían todos los protagonistas: el personaje principal salía a la calle y algo le pasaba; a su esposa la atropellaba un coche, y luego su hijo tenía una enfermedad mortal. Más adelante, a los 15 o 16 años, comencé a escribir poemas, pero no recuerdo haberme planteado entonces cuestiones de tipo estilístico. Yo creo que las peculiaridades de nuestra manera de hablar o de escribir son factores, por lo general, inconscientes, aunque, claro, las palabras se escogen, se privilegian unas sobre otras… Tal vez lo coloquial proviene de Vallejo y Parra, de la poesía inglesa, de poetas como Auden… Lo otro, eso que llamas “lo poético”, es un misterio; tal vez eso “poético” es el fruto depurado que produce la necesidad de expresión.3

 

Su admiración por la obra de César Vallejo era ilimitada.

  6

 Lejos estuvo García Terrés de ser un poeta incomprendido como lo fue Vallejo cuando publicó Trilce. No obstante, en México su poesía ha sido recibida —desde el comienzo hasta el día de hoy— con cierta reticencia. La manera en que construye el poema, su sobriedad y su contención no son aún suficientemente aquilatadas.

Quien muy pronto supo darse cuenta de ello fue, por supuesto, un excelente lector de poesía: Octavio Paz. Cuando García Terrés le envía Los reinos combatientes, su segundo libro, Paz, que ha vuelto a Europa con la intención de continuar en París su carrera como diplomático, le acusa recibo y le obsequia un comentario que continúa siendo esclarecedor:

 Querido Jaime:

 No te había escrito porque quería hacerlo con calma. No es posible, por lo visto. [M]enesteres burocráticos me han robado toda tranquilidad durante los últimos meses […]

Leí con simpatía (en el sentido original de la palabra) y atención tu libro de poemas. De prisa, no hay remedio, te daré mi opinión (mi impresión, más exactamente): unidad, austeridad, concentración. Unidad de tono y lenguaje (señal de que no se está ante ejercicios más o menos afortunados sino ante la expresión de algo propio); austeridad: nada de complacencias sentimentales o retóricas (lirismo falso) ni sociológicas (buenos sentimientos políticos) sino fidelidad a lo que el poeta (el individuo) debe decir; concentración: lo que más falta le hace a la poesía de lengua española y, especialmente, a la nuestra. Concentración es fidelidad y unidad. Tu libro es una continuación del anterior. Es un cambio (es menos subjetivo, aparecen los otros y el mundo social y hasta la naturaleza) pero no una ruptura. Es difícil que tu poesía pueda ser entendida y gustada entre nosotros: es demasiado severa y se rehúsa a la facilidad (retórica, sentimental o política). Contra tu voluntad quizá, poco a poco te darás cuenta de que perteneces —honor y riesgo— a la línea de los heterodoxos mexicanos. Una heterodoxia que es una estirpe de la sensibilidad más que de las ideas. Los hay de izquierda y derecha; ninguno se parece entre sí, excepto por el común repudio a los pseudo-mitos mexicanos. Con igual inquietud los ven los Torres Bodet y los Siqueiros; unos en el poder y otros en el “bote”; ambos tipos representan el triunfo del “gesto” frente a la expresión . Y tu libro, en los mejores momentos, no en todos, es expresión. Las traducciones (recreaciones): no sé si sean fieles. En todo caso, te iluminan, dan luz a tu poesía y, por ellos mismos, son poemas de lengua española. Y eso es mucho.4

 

Aunque la carta parece redactada a vuelapluma, es obvio que las ideas planteadas en ella se fundan en una lectura detenida y bien razonada, por lo cual su sola exposición es mucho más importante que un elogio (pero lo es, también). Paz no se equivoca al definir, así sea en líneas generales, la clase de aventura poética en que se ha embarcado su amigo y lo que significa en ella esta nueva etapa en la que, en efecto, hay continuidad, pero también mayor destreza formal y una percepción del mundo más honda que en Las provincias del aire. Paz lo dice con gran tino porque el libro lo muestra con gran claridad a quien sepa verlo: “aparecen los otros”. Salir de nuestro estrecho Yo y reconocer a quienes nos rodean, reconocernos en ellos, aprender a darles su lugar, es condición esencial para residir en el mundo. Son los otros quienes lo hacen más ancho y habitable. Y en Los reinos combatientes los otros ocupan un enorme primer plano: una boda es celebrada en sus páginas (el amor, con todas sus libertades y fronteras), así como el advenimiento de un hijo, promesa de futuro abierto. Y se traban lazos fraternales y de complicidad con muchos semejantes, en otros, con dos poetas a quienes el autor del libro mira y admira con tanta atención que los traduce: Andrew Marvell y Tristan Corbière, cuya inclusión al final del libro es una discreta manera de reconocer sus lecciones —lecciones visibles en el propio libro, pero muy bien asimiladas—.

¿Qué habrá pensado García Terrés al leer esa breve pero sustanciosa carta? Ojalá en algún momento nos sea dado conocer su respuesta.

En México, la obra poética de García Terrés ha sido objeto de constante interés por parte de Ramón Xirau y de José Emilio Pa­checo, concienzudos lectores. Ellos son quienes más notas y artículos han escrito sobre esa obra a lo largo de los años y quienes más elementos de análisis brindan al lector para mejor adentrarse en ella. Pero Carlos Monsiváis, Rubén Bonifaz Nuño, Álvaro Mutis y Gabriel Zaid han hecho asimismo descripciones y observaciones penetrantes que son igualmente valiosas y disfrutables.5

Ese aprecio, sin embargo, no parece ir más allá de un especializado círculo de lectores —se suele decir que García Terrés es un poeta para poetas—. Lo deseable, desde luego, sería alcanzar al público aficionado a la poesía en general. Pero tal vez el propio García Terrés sea, en parte, responsable de ello.

Casi paradójicamente, así como fue desde muy joven un destacado funcionario cultural, como poeta nunca movió un dedo para buscar reconocimiento. Un rasgo admirable de su persona. Llámesele modestia, pudor, o incluso estoicismo. Mejor aún: confianza en la poesía. El poema llegará —o no— a quien deba llegar. Y es posible que en general ocurra así: los poemas encuentran a sus lectores. Todo lo que vale pervive. Pero también es cierto que, como decía José Carlos Becerra (según contaba Guillermo Fernández), “uno tiene el deber de regar y cuidar la planta que sembró”.

Jaime García Terrés fue parco en cuanto a la redacción de poemas y ascético en el empleo de medios de difusión que estaban a su disposición. En su papel de director de la Revista de la Universidad publicaba una columna mensual, como se acostumbra en muchas publicaciones periódicas, pero poquísimas veces usó el espacio de la revista para dar a conocer su trabajo literario. Era renuente a la autopromoción (valga el terminajo). Cualquiera puede constatarlo en el archivo electrónico de la Revista de la Universidad, de muy fácil consulta a través de la red electrónica. Un simple examen del periodo en el que dirigió esa revista —de septiembre de 1953 a julio de 1965— permite ver que en el curso de 12 años publicó poemas suyos sólo en ocho oportunidades (ocho, en 143 ediciones). Pare­cida conducta siguió en las demás revistas que dirigió. Y nunca publicó un libro suyo en el Fondo de Cultura Económica mientras laboró en esa institución. Antes sí: sus dos primeros libros forman parte de la colección Letras Mexicanas. Y después: sus Obras fue­ron coeditadas por el Fondo con El Colegio Nacional entre 1995 y el año 2000, porque el FCE quiso sumarse a El Colegio Nacio­nal. Se imprimieron en tres tomos. García Terrés sólo llegó a ver im­preso el primero de ellos: el correspondiente a su poesía. Feliz­mente, hacía ya tiempo que había tenido la satisfacción de ver impresa su poesía reunida. Las manchas del sol apareció por vez primera en España, en 1988, bajo el sello de Alianza Editorial, en las pos­trimerías del largo y brillante periodo en que esa casa fue dirigida por Javier Pradera.

Me parece pertinente mencionar esto aquí, precisamente porque no faltó el reseñista insidioso que dijera que García Terrés usaba su influencia en el medio cultural para hacer carrera literaria. Gabriel Zaid me contó que, en la época en que compilaba su Ómnibus de poesía mexicana (alrededor de 1969), alguien le preguntó por qué incluía a García Terrés, si ya no tenía una posición importante en el medio cultural.

Jaime García Terrés nunca necesitó mayor influencia que la calidad de su poesía cuando llegaba el momento de publicarla. Es de celebrarse que la primera reunión de su obra poética haya aparecido primero en España, donde era bien apreciada por sus pares y donde —en parte por eso mismo— tuvo siempre buenos amigos, de Rafael Alberti a Andrés Sánchez Robayna, incluyendo, entre otros, a José Miguel Ullán, César Antonio Molina y Jaime Siles.

En 1996 Gerardo Ochoa Sandy entrevistó a García Terrés y éste le contó que la publicación de Las manchas del sol