Virus-Cop: Muerte en el Nidda - Robert Maier - E-Book

Virus-Cop: Muerte en el Nidda E-Book

Robert Maier

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Beschreibung

El hijo de Olaf trabaja en la Brigada de Homicidios de Frankfurt y sufre acoso laboral. Olaf decide apoyarle con una idea brillante. Como jubilado ínformático tiene tiempo y conocimientos para instalarle un virus en su móvil, que le facilitará la información que su hijo Tobías reciba de la Policía. Ha nacido Virus-Cop. Su primer caso se trata de un asesinato en el Nidda. Olaf ve la oportunidad, de poder ayudar a su hijo a encontrar al asesino. De esta manera comienza a investigar en el entorno de la Universidad de Frankfurt, junto a su viejo amigo Gottfried. Cuando Olaf consigue finalmente hackear el ordenador de la víctima, se desata el caos. Comienza a seguir las pistas del crimen, pero es entonces cuando el virus empezará a actuar fuera de control.

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Robert Maier

Virus-Cop

Muerte en el NIDDA

Traducido al español con sangre, sudor y lágrimas por María José Merino.

eISBN 978-3-947612-74-1

Copyright ©2020 Editorial mainbook

Reservados todos los derechos

Editor: Gerd Fischer

Diseño de cubierta: Lukas Hüttner

Puede encontrar más libros fascinantes en la página de la editorial:

www.mainbook.de

Contenido

Sobre el autor

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Agradecimientos

El Autor:

Robert Maier, nacido en 1961 en Frankfurt am Main, escribe desde el 2010 novelas de entretenimiento y relatos cortos. Igualmente se siente muy cómodo tanto con el género policíaco como con relatos de ciencia ficción o artículos de crítica social. Su titulación como Físico se nota en sus textos, así como su pasión por la novela policíaca, la astronomía y los viajes.

En el 2016 publicó su primera novela “Pankfurt”.

Robert Maier está casado y tiene dos hijos. Trabaja para una importante compañía aérea en el Departamento de Informática.

“Virus-Cop – Muerte en el Nidda” es su primera publicación con la editorial mainbook.

1

Definitivamente ha sido mucho trabajo. Pero ha sido divertido. Ahora se trataba de probar si funcionaba. La solución es la meta; el camino, muy a menudo, laborioso. En cualquier caso la cosa funcionaba.

Emocionado, Olaf hizo clic en la pantalla, eligió “opciones”, miró expectante el resultado. Casi era un milagro.

Se quitó las gafas y se frotó los ojos que le ardían. Se había hecho tarde. A través de la ventana del despacho de casa veía las casas del otro lado de la calle. Con algunas excepciones, todas las ventanas estaban a oscuras. La gente estaba durmiendo. Él también debería estar en la cama a esas horas. El desarrollo del programa se acabó. Como siempre en estos casos, disfrutó del placer de haber acabado un trabajo complicado con éxito.

La mayoría de las veces perdía el interés en los programas, tan pronto como los acababa de desarrollar. La app del Sudoku para IPhone, que creó hace unos meses, seguro que se habría vendido bien, pero eso no le interesaba. Como no le interesaba el juego del Sudoku. Se trataba de probar si él era capaz de hacer funcionar algo nuevo.

Dejó su móvil encima del escritorio y se sentó con el portátil en una butaca del salón. Estaba seguro de que funcionaría también a distancia. Pero él lo quería ver con sus propios ojos, quería convencerse de que los dos aparatos podían realmente comunicarse con paredes y puertas de por medio.

Escribió el número de teléfono del buzón y escuchó el último mensaje.

“Hola, Olaf” sonó la voz de su amigo Gottfried “ya he vuelto de Boston. ¿Quedamos mañana?”

Sonrió. Pues claro que quería quedar con él. Hacía semanas que no se veían. Hizo doble clic sobre el archivo de sonido, donde se supone que se debería haber copiado el mensaje del buzón.

“Hola, Olaf…”

De nuevo volvió a oír la voz de Gottfried. La copia salió bien. El muchacho parecía estar ronco. ¿Se habría echado un trago en la clase business?

Olaf probó otras funciones, abrió la agenda, accedió a los correos, abrió una app de noticias. Lo cual no resultaría sorprendente, si no fuera porque lo estaba haciendo desde su portátil. Mientras que el móvil donde estaba todo, se encontraba en otra habitación.

“Funciona.” Se fue a la cocina. Hacía poco había visto una botella de vino en el armario. Todavía seguía ahí. Un Merlot. Con ella daría por finalizado su nuevo proyecto. Y lo hizo, sentado en el sofá con una copa llena de vino en la mano. Tras el segundo trago sintió como el Merlot se extendía agradablemente por todo su cuerpo.

El programa era como un mando a distancia. Lo controlaba todo desde su ordenador. Podría hacerlo con cualquier móvil, sin que el dueño del teléfono ni remotamente se diera cuenta de algo. Una propuesta inquietante. ¿Cuántos criminales y espías querrían tener este virus con el fin de usarlo para sus objetivos? Jamás instalaría el programa en otro móvil que no fuera el suyo.

Olaf dio otro trago a su `vino fin de proyecto´. De repente se puso a sonreír maliciosamente. Le gustó la idea que se le había ocurrido de golpe. ¡Claro que usaría el virus!, pero no como lo utilizarían los criminales, sino para gastar una broma pesada.

Tobías dejaba casi siempre su móvil encima de la mesa de la cocina, cuando venía a casa. Antes de irse a dormir no lo apagó, como de costumbre, cosa que le parecía a Olaf un puro desperdicio de energía; pero esto le permitiría poner su plan en práctica y gastarle la broma en aquel momento. Solo tenía que hacer una pequeña manipulación de la agenda del móvil con el virus y cuando Tobías quisiera llamar a sus compañeros de trabajo, su teléfono marcaría un número diferente al esperado.

Olaf se frotó las manos entusiasmado. Por las mañanas llamaría al Sex-Shop, por las tardes al Eroscenter y por las noches al bar de striptease. Estaba deseando ver la cara de perplejidad de Tobías.

Se asustó imaginándose lo que podría hacer si quisiera. Podría ver la cara de Tobías, ya que el virus controlaba también la cámara del móvil y grabaría todo lo que le dijeran. Tenía un programa de vigilancia perfecto.

Olaf tomó otro trago de vino y se puso a observar pensativamente el móvil que estaba encima de la mesa de la cocina. No quería vigilar a nadie y tampoco quería espiar a Tobías. Solo le quería tomar un poco el pelo.

2

A Olaf le sorprendió no ver sentado en ninguna mesa del Krummer Hund1 a Gottfried. Normalmente el viejo siempre era el primero en llegar cuando se trataba de una cita culinaria.

“Un Sauergespritzter2, por favor.”

Casi sin dejarle acabar la frase, Karin ya había dejado el vaso con la bebida encima de la mesa. Karin conocía bien a la parroquia.

Olaf hizo un gesto saludando a Günther, que estaba sentado delante de su vaso en otra mesa. Günther siempre estaba allí. Era parte del decorado como la barra de madera, las jarras de sidra y la cornamenta de ciervo que estaba en el techo. Como siempre, llevaba una camisa planchada y tirante sobre una barriga que difícilmente podía pasar desapercibida. Olaf, en cambio, siempre llevaba polos o sudaderas desde que Carola, que es la que se encargaba de planchar, ya no estaba. Aunque metieran barriga, con 58 años ya no tenían edad para ser presumidos.

Un breve sonido le sacó de sus pensamientos. El móvil. ¿Y ese tono? Jamás lo había oído en su Smartphone. Sonaba algo cursi. Le recordaba a las campanillas del árbol de navidad. Tenía un aviso en la pantalla. Olaf se puso las gafas de leer. ¿Por qué le llegaba a él un mensaje del virus? Probablemente se había olvidado de cerrar alguna de las opciones. De repente se acordó de Tobías y si había suerte, de sus montones de llamadas al sex-shop. Abrió la configuración de la app, en la que podía controlar el virus y los ajustes más importantes. Lo que había pasado es que el virus había copiado en el servidor 4 mensajes del móvil de Tobías. Pero no debería. Con la app no podía quitar esa función, pero ya lo haría más tarde con el portátil cuando llegara a casa.

Justo cuando estaba metiendo el móvil en el bolsillo de la chaqueta, volvieron a sonar las campanillas del árbol de navidad. Otro aviso. Esta vez Olaf abrió el mensaje. Al leerlo, se le pusieron los ojos como platos. La frente se le llenó de arrugas. Su boca se abrió de par en par. Leyó otro mensaje. ¡Todavía más detalles! Karin, que en esos momentos pasaba a su lado con la bandeja en la mano para servir a un cliente, viendo sus muecas, sacudió la cabeza con gesto de desaprobación. Olaf ni siquiera se dio cuenta. Estaba totalmente alucinado con la información que no debía leer pero que eran increíblemente interesante.

“¿Novedades?”

Casi no reconoció a ese hombre que estaba inclinado sobre la mesa con una sonrisa burlona como si quisiera registrar las entradas de la pantalla.

“¿Qué te ha pasado?” Olaf apagó la pantalla del móvil.

Gottfried movió la mano de forma indiferente y se sentó en la mesa frente a Olaf. Su mano era delgada y huesuda. La cara, por el contrario, era redonda con barba blanca recortada y parecía un globo que se había desinflado. Tenía los ojos tan hundidos en las cavidades oculares que apenas se podían ver.

“Mañana voy al médico.”

Olaf hizo desaparecer el móvil en el bolso de la chaqueta.

“¡Pareces tu abuelo!”

Gottfried esbozó una desagradable sonrisa cadavérica.

“Como sigas dando tantas vueltas al mundo, la próxima vez te van a recoger de la clase business con cucharilla”, le dijo Olaf, aunque sabía que Gottfried no le iba a hacer mucho caso.

“Me han prohibido fumar pero nunca voy a dejar de viajar.”

Olaf asintió con la cabeza. No podía imaginarse a Gottfried sin sus viajes de negocios. Estaba continuamente de viaje: reunión en Chicago, feria en Singapur, congreso en Roma. Y cuando estaba sentado en el Krummer Hund, en cualquier momento le podía sonar el teléfono y se ponía a hablar en inglés, español o francés dando órdenes de cualquier cosa mientras se tomaba su sidra.

Karin le puso un vaso de sidra con soda encima de la mesa. Irritada, le miró fijamente. Su saludo sonó dubitativo y desapareció rápidamente tras la barra.

La mano de Gottfried temblaba visiblemente cuando levantó su vaso para brindar con Olaf.

“Espero que el doctor te ayude a recuperarte. La verdad es que te necesito para un proyecto.”

“¿Un proyecto? Yo creía que tenías una vida acomodada con la indemnización.”

“Cómoda pero no aburrida.”

“¿No querrás volver a trabajar en informática?”

Hacía pocas semanas que Olaf había tirado a la basura todo lo que tenía en su mesa del despacho y se había llevado a casa cuatro cositas en una caja de cartón. El arreglo al que había llegado con la empresa le había facilitado una pensión generosa, que le permitía jubilarse con 58 años. A esto había que añadir una indemnización exorbitante. Eso era más que suficiente para no tener que volver a trabajar en la vida y Olaf tampoco tenía la intención de hacerlo.

“No se trata de ese tipo de proyectos. Ni clientes, ni negocios.”

“Ah! Una cuestión altruista.”

A Olaf le gustó que Gottfried estuviera tan equivocado.

“Si, eso es. Nuestro proyecto será útil para la sociedad.”

“Hace décadas que doy dinero para Amnistía Internacional. Mi cuota de obras sociales está completa.”

“Podrías colaborar con una buena causa, no con dinero, sino con tu compromiso personal.”

“No tengo tiempo para eso. Ya sabes que yo no estoy jubilado como tú” Gottfried, con una sonrisa burlona, brindó con Olaf y otra vez le volvió a temblar la mano.” Cuéntame lo de tu proyecto. Pero ya te digo que yo no voy a ayudar a ninguna ancianita a cruzar la calle.”

“No va para nada de ancianitas. Tú ya sabes que mi trabajo estaba relacionado con la seguridad en tecnologías de la información.”

Gottfried movió la cabeza afirmativamente. Olaf estaba considerado un experto en el sector, incluso un líder.

“He hecho un programa.”

“¡Pues entonces debe ser un proyecto de tecnologías de la información!”

“La cuestión no es el programa, sino lo que nosotros podemos hacer con él.”

“Un banco de datos de ancianitas a las que se tiene que ayudar a cruzar la calle” bromeó Gottfried.

“He creado un virus.”

En la cara demacrada de Gottfried se alzó una ceja. “Un virus, eso no suena nada a acto caritativo.”

Olaf bajó la voz: “he creado un virus y lo he metido en el Smartphone de Tobías.” Gottfried parecía estar perplejo, como Olaf pocas veces le había visto.

“¿Y ahora qué piensas hacer?” preguntó finalmente

“Ya sabes quién es el jefe de Tobías, ¿no?

“Trabaja en la policía, ¿no?”

“Exacto. En el departamento de investigación de la policía.”

“¿De verdad que le has puesto un virus en el teléfono del trabajo?”

Olaf asintió. Se inclinó hacia él y en voz baja le dijo: “tengo acceso al móvil de trabajo de Tobías y puedo ver en qué trabaja.”

De nuevo volvió a alzarse una ceja en la cara de Gottfried. “Esto te puede meter en un gran lío.”

1 Nombre que hacer referencia a hombre deshonesto, estafador.

2 Sidra con agua mineral.

3

Olaf sacó la yema del huevo con la cuchara. Después dejó la cáscara del huevo que se acababa de comer en la huevera con la apertura hacia adelante. Tras un par de toques consiguió que pareciera un apetecible huevo para el desayuno y lo puso al lado del plato de Tobías.

Había pasado mucho tiempo, desde la época en la que sus hijos caían con este truco. Durante unos cuantos años era el deporte del fin de semana: colocar la cáscara del huevo vacía al lado del plato del otro. Hasta Olaf había tenido entre sus manos, en varias ocasiones y para disfrute de sus hijos, una cáscara vacía de huevo. En algún momento dejaron de hacer esa travesura o simplemente los hijos se hicieron demasiado mayores para ese tipo de broma.

Ya va siendo hora de volver a probarlo con Tobías. Después del bachillerato, la interrupción de sus estudios universitarios y la formación para ser policía, no contaría con que su padre le pusiera una cáscara de huevo vacía.

“Buenos días papá”

Tobías se sentó cómodamente en la mesa de la cocina y se sirvió café. Empezó a abrir un panecillo. ¿Cogería ahora el “presunto” huevo?

“Voy a empezar con la mermelada.”

Olaf le pasó el tarro. El huevo tendría que esperar.

“¿Qué tal te va en el trabajo?” Olaf le hacía la misma pregunta todos los sábados, el día en que tenían por costumbre desayunar juntos. Por cierto, nunca le daba una respuesta clara.

“Tenemos un caso nuevo.”

Eso ya lo sabía Olaf. “¿Me imagino que será un caso de asesinato?” “Claro que es un caso de asesinato” Tobías parecía molesto “En la brigada de homicidios es lo que se investiga la mayoría de las veces.”

“¿Y a quién han asesinado?”

“Papá, sabes de sobra que no puedo revelar detalles de los casos.”

Siempre con secretitos. “Por lo menos me podrás decir lo que de todas maneras va a parecer en el periódico.”

“Por ejemplo” Tobías pegó un bocado a su panecillo “que se ha encontrado a un estudiante universitario muerto en el Nidda” dijo con la boca llena.

Que el asesinato había sido en el Nidda no lo sabía Olaf. “¿Asesinado?”

“Seguro que le han asesinado; si no, no habría caído este caso sobre mi mesa “

También ha caído en tu Smartphone. “Y ahora buscáis al autor.”

Tobías le miró flipado, parecía como si su padre hubiera envejecido de golpe y se le hubiera ido la cabeza.

“Sí” – se apresuró a decir Olaf “ya sé que sois el departamento de homicidios y ésa es la función del departamento, buscar asesinos.”

Se puso un café “¿y qué tienes que hacer tú en la investigación?”

“Lo usual en estos casos.” Típica frase hecha. “En cualquier caso, hoy tengo que trabajar en ello.”

Como si fueran las palabras mágicas, el teléfono de Tobías empezó a sonar con la melodía que tenía para las llamadas del trabajo.

“Sí”

Olaf oía la mayoría de las veces únicamente “sí” cada vez que su hijo hablaba con el jefe.

“De acuerdo. Eso haré”

Eso decía siempre que su jefe le permitía colgar el teléfono.

Acto seguido se puso a marcar un número. Olaf aparentemente estaba untando queso en el pan tan tranquilo, aunque en el fondo estaba escuchando expectante.

“Hola ¿Thorsten?” Silencio “¿Cómo? Quiero hablar con Thorsten.” Miró rebotado el Smartphone, pero parecía estar seguro, después de echarlo un vistazo, de que no se había confundido. “¿Naomi? ¿Chantal?” De nuevo separó el móvil de la oreja y miró fijamente a la pantalla “¿Qué significa eso de que ahí solo hay señoritas?”

Ajá, el Eros-Center. Olaf se sonrió por dentro.

“Lo mismo me pasó ayer” dijo Tobías contrariado, mientras dejaba su móvil encima de la mesa “¡Y en medio de un caso! Tengo que llamar a un compañero de huellas y siempre me sale este negocio tan raro.”

No dio detalles de a qué tipo de negocio se refería y miró de reojo al supuesto huevo del desayuno

“Holger va a pensar ahora que incluso para hacer esto soy demasiado tonto.”

Cogió la cucharita. Ahora se le rompería la cáscara del huevo.

“Esta inutilidad de móvil.”

Se levantó de la mesa

“He perdido el apetito.”

Olaf estuvo esperando hasta que Tobías se fue de casa. Para desactivar la función con la que había manipulado la agenda solo necesitaba un par de clics del ratón. Tobías ya tenía suficientes problemas con sus compañeros de trabajo como para añadirle un teléfono escacharrado. De todas formas, de lo que se trata es de escuchar lo que cuenta de su trabajo – y lo que no cuenta.

¡Qué tenía que ir sin falta a la Policía! Olaf sabía que esa profesión no era para su hijo y lo había intentado desanimar. ¿Quizás fue por eso por lo que Tobías hizo todo lo posible para ser policía? Las pruebas psicológicas las pasó impecablemente. ¡Qué lástima!

Olaf se puso a revisar lo que el virus había descargado en el servidor. Borró las grabaciones telefónicas, sin oírlas antes. Demasiado íntimo. Abrió el programa de configuración del virus e hizo los ajustes. El virus estaba configurado de tal manera que todo lo que pasaba por el móvil de Tobías, se enviaba íntegramente al servidor. Desde luego esa no había sido la intención de Olaf. Solo quería gastarle una broma a su hijo. Pero después de la sorprendente información sobre el asesinato, se le despertaron las ganas de investigar con Gottfried sobre el tema, aunque no tenía ninguna intención de vigilar a su hijo. Desactivó la opción de copia de llamadas, la de transferir fotos y videos tomados con el móvil y algunas otras funciones sensibles.

Después volvió a leer los documentos que había enviado el virus. Los datos sobre el asesinato de Benjamin Hoffmann, el estudiante muerto, estaban incompletos. Ya se estaba arrepintiendo de haber desactivado las grabaciones telefónicas. Podrían haber añadido más información.

Finalmente marcó el número de teléfono de Gottfried.

“Tengo noticias frescas. ¿Quedamos en el Krummer Hund a las siete?”

Olaf oyó al otro lado del teléfono un suspiro.

“Vale, Miss Marple.”

“¿Miss Marple?”

Pero Gottfried ya había colgado

4

Gottfried tenía el mismo aspecto enfermizo que la última vez que se vieron. Cuando entró en el restaurante algunas personas le miraron fijamente como si fuera el diablo en persona. Pidió a Karin costillas con col.

“¿Qué tal en el médico?” Olaf estaba realmente preocupado

“Tuve que anular la cita.” La voz de Gottfried sonaba extrañamente aguda. Tosió varias veces como si tuviera flemas en la garganta.

“Tienes que ir de todas todas al médico. A lo mejor tienes algo serio.”

“Inesperadamente tuvimos que hacer una videoconferencia y con las nueve horas de diferencia horaria con la Costa Oeste, no podíamos hacerla en otro momento.”

“Nadie adelgaza de esa manera sin ninguna razón. Por favor, vete al médico.”

“Ya estoy en tratamiento.”

Olaf se quedó mirando sorprendido a su amigo de toda la vida

“¿Me vas a decir de una vez por todas qué te pasa?”

Justo donde estaba la cara demacrada de Gottfried, apareció un plato. Karin puso el plato de costillas con col encima de la mesa. Gottfried cogió una cucharadita de mostaza del tarrito azul de loza, lo puso a un lado del plato y tomó un trago de su sidra. Entonces se quedó mirando a Olaf, como si acabara de darse cuenta que estaba en la mesa.

“Tengo cáncer.”

Sonó como un tiro en la cabeza. Así que ésa era la razón por la que había perdido tanto peso. Si las consecuencias de la enfermedad eran tan visibles, eso quería decir que no estaba en una fase inicial.

“Lo siento mucho Gottfried.”

Aparte del hecho de que parecía un cadáver andante, Gottfried hacía todo lo contrario que dar pena. Respiraba ruidosamente después de pegar un trago de sidra y dejar el vaso al lado del plato. Después luchaba con el cuchillo para cortar las costillas.

“Me tenías muy preocupado, pero que sea cáncer…” A Olaf se le habían quitado las ganas de tomar su sidra con soda. Tenía un nudo en el estómago.

“Hubiera preferido que fuera la solitaria” dijo tras un rato e inmediatamente se sintió imbécil.

“Pues no hubieras andado muy alejado. Tengo cáncer de colon.” Gottfried separó la parte de grasa de las costillas y lo puso a un lado en el plato “me ha dicho mi médico que no es sano.”

Olaf miró fijamente durante un momento la corteza rosada del plato de Gottfried

“¿Y ahora qué?

“Los médicos han preparado un plan y lo seguiremos.”

“¿Tienes que ponerte quimio?”

“El próximo viernes empiezo con eso.”

“¿Qué posibilidades tienes?”

“Los médicos opinan que estoy en un fifty-fifty” dijo Gottfried con la boca llena.

Así que sobrevivían uno de cada dos. Mirando a Gottfried, su cara pálida y sus manos temblorosas, asaltaba la duda de si él sería ese uno. Viendo su alegría ante un trozo de cerdo salado y las ganas con las que comía la col agria, cabía un margen para la esperanza de que Gottfried volviera a ser el viejo de siempre.

Siguieron hablando un rato sobre el cáncer y sobre cómo se había tomado su familia la noticia. Cuando Gottfried terminó de comerse sus costillas, se pidió otra sidra “Ahora vamos con tu investigación sobre el asesinato Miss Marple.” La sonrisa cadavérica tenía restos de carne entre los dientes.

“Si me vas a llamar Miss Marple, tú vas a ser Mister Stringer.”

Olaf echó un vistazo a su smartphone, en el que había guardado las notas sobre el caso. “Se trata de un estudiante universitario, Benjamin Hoffmann. Ha aparecido muerto en el Nidda, en Praunheim. Causa de la muerte: golpe en la cabeza, presumiblemente causado con un objeto romo.”

“¿Le robaron algo?”

“Parece que no.”

“¡¿Cómo que parece?! Eso se tiene que saber.”

“Sobre ese tema no me ha mandado el virus ninguna información.”

Cuando Gottfried oyó la palabra “virus” puso una cara de pocos amigos

“¿Qué carrera hacía?”

“Estaba haciendo el doctorado en Física.” Olaf se preguntaba si ese dato era importante para el caso. “Benjamin Hoffmann tenía una deuda de 20.000 euros.”

Gottfried silbó entre dientes.

“La policía supone que el asesinato está relacionado con esa deuda.”

“No es una cantidad nimia para un universitario. ¿Cómo la consiguió?”

“Jugando al póker en internet.”

“¿Con juegos de póker? ¿Se sabe en qué web jugaba?”

El virus también se mantiene silencioso con ese tema

“¿Tienes más datos?”

Olaf empezó a escribir en su Smartphone.

“Te voy a enseñar una foto del fallecido” dijo con una expresión cómplice. Le pasó el móvil a Gottfried. “Es una foto del lugar del crimen que ha sacado la policía.”

“¡¿Estas cosas puedes conseguir con tu virus?!”

Olaf no fue capaz de distinguir si el tono de Gottfried era de indignación o de asombro.

Olaf echó un vistazo rápido al bar, se dio cuenta que Günther le buscaba con la mirada y brindó con él en la distancia. Por favor, que no venga a sentarse en nuestra mesa.

“Tengo tres fotos del lugar del crimen” dijo en voz baja. “No es cuestión de verlas en el Krummer Hund. Te las envío por Messenger.”

Se reclinaron e hicieron como si estuvieran viendo fotos de vacaciones.

“Tu virus es una auténtica herramienta de espionaje.”

Esta vez sí que creyó percibir en el tono de Gottfried un pequeño reconocimiento.

“¿Tienes algo más?”

“La policía ha hablado con la novia de la víctima, también universitaria. Ha declarado que Benjamin Hoffmann se habría sentido amenazado por un hombre.”

“El cobrador de la deuda”, le interrumpió Gottfried

“Exacto. Según la descripción debe de ser un tipo para temer: enorme, musculoso, con la cabeza rapada.”

“Suena a empresa de cobros ilegal.”

“La policía está centrando sus investigaciones en el entorno del cobrador de deudas.

“¿Pero los cobradores de deudas tienen un entorno especial?” preguntó Gottfried socarronamente “Entonces la policía cree que un cobrador le habría asesinado porque no había pagado su deuda.” Hizo una pausa poética “pues entonces no debe ser un cobrador muy inteligente porque los muertos no pueden devolver deudas.”

Ciertamente Gottfried tenía toda la razón del mundo.

“A lo mejor ha sido un crimen pasional.”

“¿Cómo pudo ser? El estudiante y el homicida quedaron en el Nidda, el universitario no tenía dinero, así que el otro se cabreó y le dio con un palo.”

“Suena a todo menos a creíble” secundó Olaf “Un cobrador de deudas trataría de meterle el miedo en el cuerpo al moroso: pincharle las ruedas, romperle los brazos, pegarle un tiro en las rodillas…”

Gottfried hizo una mueca. “Pero en ningún caso lo mataría.”

“La policía está completamente perdida” resumió Olaf. “Este caso no lo van a resolver.” Elevó su vaso de sidra con una alegría rara de ver en el Krummer Hund. “Tenemos que resolver este caso.”

“Aunque no sé cómo lo vamos a hacer, estoy de acuerdo contigo.” Brindaron con sus vasos.

5

Cuando Olaf llegó a casa se encontró una caja de pizza vacía en la cocina. Seguramente su hijo ya estaba en la cama después de un duro día de trabajo y dormía.

Olaf se sentía cansado pero no tenía sueño. Encendió el portátil. Hasta ahora solo había visto las fotos de la escena del crimen en su Smartphone. A pesar de toda la información que le había enviado el virus, no tenía ningún detalle del lugar donde se había encontrado el cadáver, ni de las huellas encontradas, nada sobre las conclusiones a las que iban llegando. Quizás podría descubrir algo en las fotos, que le hiciera avanzar en el tema.

Otra vez se puso a mirar los tres archivos de las fotos, donde se podía ver a la víctima fotografiada desde diferentes perspectivas. El muerto estaba boca abajo, extendido en un camino asfaltado, el carril de peatones y bicis del Nidda, como bien sabía Olaf. Debajo de la cabeza se podía apreciar un charco rojo. Si se trataba de un charco normal de agua que se había llenado de sangre o si todo el charco era de sangre, era algo que Olaf no era capaz de discernir.