Vivir, pensar, soñar - Jaime Nubiola Aguilar - E-Book

Vivir, pensar, soñar E-Book

Jaime Nubiola Aguilar

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Beschreibung

"Vivir, pensar, soñar. Son los tres ejes de la existencia. Una vida sin pensamiento y sin sueños no es una vida realmente humana. Ponernos a pensar en nuestra propia vida nos hace auténticos dueños de ella. Ponernos a soñar nos permite organizar el futuro, lo que queremos hacer para llegar a ser los verdaderos protagonistas y que no sean otros quienes vivan nuestra vida". En este libro, Nubiola expone los temas que considera más vitales, al hilo de la actualidad y de su tarea como promotor de jóvenes pensadores.

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JAIME NUBIOLA

VIVIR, PENSAR, SOÑAR

EDICIONES RIALP, S. A.

MADRID

© 2017 by JAIME NUBIOLA

© 2017 by EDICIONES RIALP, S. A.

Colombia, 63. 28016 Madrid

(www.rialp.com)

Preimpresión: produccioneditorial.com

ISBN: 978-84-321-4745-6

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Al poeta Juan Ruiz de Torres

con admiración y gratitud inmensas

in memoriam

«Una cosa es pensar y otra es vivir lo que se piensa».

ROSA CHACEL, La sinrazón, cap. VI

«No se piensa en la muerte, desde luego. Pero sobre todo,

por extraño que parezca, no se piensa en la vida».

RAFAEL TOMÁS CALDERA, Misterio de lo real, 46

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

CITAS

PRESENTACIÓN

PARTE I. VIVIR

1. LOS JÓVENES DE HOY

“NECESITO FORMACIÓN”

EL REGALO DE LA ATENCIÓN

ATRÉVETE A SUFRIR

CARICIAS Y VIRILIDAD

TATUAJES DEL ALMA

BANALIDAD JUVENIL

SOLEDAD Y ABURRIMIENTO

LAS ATADURAS DEL AMOR

EL TIEMPO DE LA AMISTAD

TQM

LA REVOLUCIÓN DE LA TERNURA

2. VIDA COTIDIANA

EL TIEMPO MÁS LIBRE

TRABAJO Y JUEGO

LAS LEYES DE LA EFICACIA EN EL TRABAJO

LA MÁSCARA DE LA VIDA

EQUIVOCARSE ES DE SABIOS

EL PERDÓN Y EL OLVIDO

MUCHAS GRACIAS

EL VALOR DE LAS LÁGRIMAS

3. ESTILOS DE VIDA

POSTUREO VS. AUTENTICIDAD

SUPERAR LA MEDIOCRIDAD

SER AMABLES

LA SERENIDAD

TRADICIONES Y RAZONES

LAS SOMBRAS Y EL MIEDO

LA IMPORTANCIA ES IMPORTANTE

EL TESORO DEL SILENCIO

LA EDUCACIÓN DEL DISGUSTO

PARTE II. PENSAR

4. PENSAR LA VIDA

HAZ LO QUE AMAS O AMA LO QUE HACES

EL GOZO DE DISFRUTAR

EL LÍO DE LAS INTERRUPCIONES

¿AGRESIVIDAD? ¡NO, GRACIAS!

APRENDER DE ÁFRICA

LO QUE NO PUEDE COMPRARSE

LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS COMUNICATIVAS

5. VIDA FAMILIAR

LA FAMILIA: “AQUÍ SE ESCUCHA”

DONDE TE QUIEREN POR SER QUIEN ERES

EL TIEMPO EN NAVIDAD

¿AÑO NUEVO?

APRENDER A ENVEJECER

HABLAR NO ES UN LUJO, ES UNA NECESIDAD

6. VIDA POLÍTICA

CORAZÓN ANTISISTEMA

CERVEZA EN LA CASA BLANCA

LA IMPORTANCIA DE LOS PORQUÉS

LA ESCLAVITUD Y EL ABORTO

LOS PRINCIPIOS DE LA VIDA

ESTA DESIGUALDAD ES INJUSTA Y EVITABLE

VOCES DE MUJER

LA LUCIDEZ DEL LOCO

SI ESTO ES UN HOMBRE DE PRIMO LEVI

AEROPUERTOS PARA LA PAZ

7. EL PAPEL DE LA FILOSOFÍA

SER RAZONABLES

LA ‘RACIONALIDAD’ DE CEMENTO ARMADO

LA BELLEZA DE LA VERDAD

LA MINIFALDA DE LA FILOSOFÍA

DEFENSA DE LA FILOSOFÍA

MI MAESTRO AMERICANO

PARTE III. SOÑAR

8. CREATIVIDAD

LA IMAGINACIÓN HERIDA

CREAR BELLEZA

¿POR QUÉ BUSCAMOS LA BELLEZA?

SI QUIERES SER MÁS FELIZ, HAZ LISTAS

ORACIÓN DEL SOÑADOR

9. PENSAR Y VIVIR LA RELIGIÓN

PRESENCIA DE DIOS

MONTAÑAS SAGRADAS

PENSAR LA MUERTE

DE DIOSES Y HOMBRES

MEMORIA DE ÁFRICA

DIOS EN LOS ALPES

TODO ESTÁ CONECTADO

10. LA VIDA UNIVERSITARIA

CRECER EN LIBERTAD

SINFONÍA EDUCATIVA

INVESTIGAR EN FILOSOFÍA

VERDAD Y LIBERTAD

EL CULTIVO DE LA MENTE

LA AMABILIDAD DEL PROFESOR

ORIGEN DE LOS TEXTOS

ÍNDICE DE NOMBRES

PRESENTACIÓN

Vivir, pensar, soñar. Son los tres ejes de la existencia. Una vida sin pensamiento y sin sueños no es una vida realmente humana. Ponernos a pensar en nuestra propia vida nos hace auténticos dueños de ella. Ponernos a soñar nos permite organizar el futuro, lo que queremos hacer para llegar a ser los verdaderos protagonistas y que no sean otros quienes vivan nuestra vida. Se trata de vivir de estreno. Durante años consideré peligrosas a las personas que se creían lo que se imaginaban. Hoy en día, cada vez me parece más necesario que las personas —sobre todo los jóvenes— crean en sus sueños, en sus ideales. Solo las personas con ideales son capaces de hacerlos realidad.

Hace seis años apareció mi librito Invitación a pensar. Con este nuevo volumen quiero reunir mis reflexiones de estos últimos años sobre los temas vitales que más me han interesado al hilo de la actualidad y de mi trato habitual con gente joven. Exponer con sencillez lo que pienso o transparentar lo que hago o me pasa puede dar una cierta impresión de narcisismo o quizás en algunas páginas de paternalismo. He dado muchas vueltas a este asunto del estilo, a la manera de expresar lo que quiero decir, pero no sé escribir de otra manera sobre estas cuestiones tan vitales más que narrando mi experiencia y transmitiendo mi reflexión sobre ella, esto es, hablando con mi propia voz en un tono bastante familiar con el lector. De hecho, aspiro a que quien lea este libro, conforme vaya adentrándose en sus páginas, piense en su propia vida y comience a pensar —a soñar quizás— en qué puede hacer para cambiarla. No es por tanto un libro para leer de un tirón, sino más bien “a poquitos”, como dicen en Latinoamérica.

Debo gratitud a muchas personas que leyeron los borradores iniciales y me hicieron llegar sus sugerencias y correcciones. De entre todos ellos quiero gustosamente destacar al poeta Juan Ruiz de Torres (1931-2014) que hasta pocas semanas antes de su muerte corrigió pacientemente todos mis textos y a quien dedico este volumen con admiración y gratitud enormes.

Quiero mencionar expresamente además a Gloria Balderas, Fernando Batista, Marinés Bayas, Sofía Brotóns, Rafael Tomás Caldera, Alejandra Carrasco, Hugo Carretero, Corina Dávalos, María Rosa Espot, Enrique García-Máiquez, Aránzazu Gutiérrez, Catalina Hynes, Graciela Jatib, Ricardo-María Jiménez, Ángel López-Amo, Jacin Luna, Izaskun Martínez, Julián Montaño, Marcia Moreno, mi padre Jaume Nubiola y mis hermanos Eulalia, Maite y Ramon Nubiola, José Miguel Odero, José Antonio Palacios, Marta Pereda, Julio Pérez-Tomé, Francisco Ponz, Mabel Prieto, Ana Mª Romero, Martha Estela Torres y muchos otros más. Agradezco el eficiente apoyo de Ediciones Rialp y la colaboración de Ainhoa Marin para la revisión final y la confección del índice de nombres.

PARTE I

VIVIR

1.

LOS JÓVENES DE HOY

“NECESITO FORMACIÓN”

Eso me decía una valiosa alumna de Derecho, llena de inquietudes, que vino a verme al despacho para plantearme varias preguntas acuciantes. Me decía con apremio que necesitaba formación como si eso fuera algo que pudiera yo darle en una entrevista. Me incorporé de la silla y busqué en la estantería una curiosa geoda que me trajeron del Sáhara hace algunos años: desde fuera parece una piedra vulgar, pero pueden separarse sus dos mitades y aparecen entonces a la vista los maravillosos cristales irisados que contiene en su interior. Le vine a decir que eso era la formación, que era un proceso que requería tiempo, paz interior y concentración en lo esencial.

De san Josemaría Escrivá aprendí hace muchos años el término formación: en su célebre libro Camino lo emplea en varios pasajes para referirse al proceso de maduración interior, de verdadera transformación del niño egocéntrico e inconstante en el adulto que desarrolla responsablemente su trabajo profesional y tiene su atención centrada en Dios y en los demás. Sin duda —añadía— , es cierto que la formación no termina nunca, pero es verdad también que la formación adquirida en los años juveniles —en la secundaria, en la Universidad— es decisiva para una vida lograda.

He utilizado muchas veces la metáfora de la formación de los cristales en un líquido madre a partir de una semilla para ilustrar ese proceso de maduración interior. Según tengo entendido, para que se forme un cristal se necesita una “semilla”, un elemento germinal —que en el caso de las personas es una relación de aprendizaje, sea con los padres, una maestra o un mentor— pero, sobre todo, lo que hace falta es serenidad y mucho tiempo para que el mineral disuelto vaya decantándose.

En este sentido, le decía a mi alumna que su “necesito formación” venía a equivaler a “necesito atención a mí misma, cultivo de mi vitalidad intelectual a través de la lectura y el estudio, empeño por reflexionar y poner por escrito lo pensado”, pero también “necesito orientación, apoyo y acompañamiento”. En puridad, nadie puede formarse a sí mismo: el autodidacta realmente no existe. “Cuando el alumno está preparado, aparece el maestro”, se repite con frecuencia. Pero los jóvenes constatan a diario que faltan verdaderos maestros dispuestos a dedicarles tiempo, a escucharles con afecto y a exigirles con tesón y amabilidad.

La inquietante dispersión de la atención, focalizada en el entretenimiento, es casi siempre fuente de esterilidad personal, porque roba la paz y la concentración. Sin serenidad, sin paz interior ni exterior, no puede desarrollarse ese proceso de decantación y los esfuerzos formativos resultan del todo baldíos. Tampoco puede lograrse una formación acelerada en unos pocos días. No es muy distinta la preparación que requiere un atleta de alta competición: no puede improvisarse un récord olímpico con una semana de entrenamiento intensivo.

El fruto más característico de una esmerada formación personal consiste en ser capaz de prestar toda nuestra atención a un solo objeto, sea una cosa, una persona, o una tarea concreta, durante las horas que sean precisas, hasta que logremos entender lo que la persona o la cosa nos quieren decir, o consigamos llevar a cabo esa tarea determinada. Solo quien es capaz de prestar por completo su atención logra aprender y además lo hace con gusto y prácticamente sin esfuerzo. «El arte del educador» —anotó Paul Valéry en su diario de 1919-1920— «consiste en crear la atención, convertirla en voluntaria, ayudarla a construirse; una vez conseguida, conservarla, supervisar su funcionamiento, limitar su aplicación. Es necesario procurarle un alimento relativo, nunca demasiado poco, fijarle el objetivo, asegurarse de que es perseguido».

El peor mal de nuestro tiempo es probablemente que no se sabe prestar atención a una sola cosa. Esa es para mí la tarea más importante que concierne al profesorado y a quienes cultivan las artes y las humanidades en general: esa es la formación más importante que podemos dar y la que nuestros jóvenes más necesitan. Leía a Gustave Thibon que en francés las palabras “atención” y “atento” tienen la misma etimología que atender (esperar). «La clarividencia del espíritu» —concluía el filósofo— «implica la apertura del corazón. Quien no espera nada es incapaz de prestar verdaderamente atención a cosa alguna».

“Necesito formación” significa “quiero ser mejor y espero su ayuda para lograrlo”. El futuro está en manos de esos jóvenes que se dan cuenta de que necesitan formación y encuentran maestros que les enseñan a concentrar su atención en lo esencial. Que encuentros así puedan ocurrir es lo que hace maravillosa la vida universitaria.

EL REGALO DE LA ATENCIÓN

Al menos en dos ocasiones escuché al rector de mi Universidad calificar a los profesores que aburren a sus alumnos como asesinos. Tomaba prestada esa expresión fuerte del crítico literario George Steiner, porque los profesores aburridos matan realmente las ganas de aprender de sus estudiantes.

No quiero merecer yo ese calificativo al escribir precisamente de la atención y el aburrimiento. Este es el primer asunto interesante. ¿Por qué tanta gente se aburre? A mí esto me impresiona mucho, quizá porque nunca he tenido tiempo de aburrirme. Ya en mi infancia mi madre decía de mí que “jugaba a destajo”, con prisa, sin parar nunca. Ahora que ya no soy un niño, sigue pasándome lo mismo, aunque no con el juego, sino con el trabajo: tengo siempre muchísimas cosas que hacer, disfruto con lo que hago y me falta tiempo para hacer todo lo que quiero. Los colaboradores de mi grupo de investigación dicen —en broma— que cuando me muera pondrán en la lápida sobre mi tumba: “¡Descansamos en paz!”.

Son muchos los que se han dado cuenta de que el aburrimiento es una de las lacras de la sociedad occidental. De hecho, hay un creciente imperio de industrias del entretenimiento destinadas a ahuyentar el aburrimiento de la vida de los consumidores. Impresiona la cantidad de personas que no solo se dedican a hacer pasatiempos, sudokus o solitarios de naipes en sus móviles o tabletas, sino que están dispuestas a pagar por ello. Se trata de matar el tiempo, esto es, de ocupar la atención con alguna actividad que distraiga y así lo haga más soportable. Uno de los grandes de la filosofía de la ciencia del siglo XX, Paul Feyer­abend, defensor del llamado “anarquismo epistemológico”, tituló su autobiografía Matando el tiempo (Zeitverschwendung, lit. derrochando el tiempo), haciendo un juego de palabras con su apellido, pues en alemán Feierabend significa “tiempo libre”, el tiempo que uno puede gastar a su antojo.

En todo caso, me parece trágico que la mayor parte de la gente joven tenga dificultades para ocupar su tiempo libre. Muchos se dedican efectivamente a matar su tiempo distrayéndose en tonterías, en actividades que, en última instancia, nos empobrecen. No me refiero solo a las borracheras, sino también a las horas invertidas en ver series de televisión tumbados en el sofá o en cotillear tontamente fotos en Facebook. Quienes son más conscientes de esa pobreza, del limitado horizonte de sus intereses, dicen que les “falta motivación” para hacer otras cosas que requieran más esfuerzo. Algunos reconocen llanamente su vagancia u holgazanería.

Está claro que nada de esto se refiere a los lectores de este libro. Pero precisamente por eso quiero contar uno de los grandes secretos para lograr una vida fecunda. Se trata del trabajo sobre uno mismo para llegar al señorío sobre nuestra atención y, por tanto, podamos llevar las riendas de nuestro crecimiento, de nuestra vitalidad interior.

Por una parte, cuántas personas viven con la memoria en el pasado o con la imaginación en el futuro..., y eso les impide disfrutar del ahora que es el único tiempo que realmente existe y el único que efectivamente podemos compartir con los demás. Por otra, cuántos que se relacionan por Facebook, Twitter o lo que sea con otros que viven a diez mil kilómetros de distancia... Pero que son incapaces de charlar amigablemente con el compañero de clase o con el vecino. Como me escribía una valiosa alumna refiriéndose a su iPhone: “Te acerca a los que están lejos; te aleja de los que están cerca”.

Se escucha con frecuencia la acusación de que las nuevas tecnologías favorecen la superficialidad. Sin embargo, lo que no llega a decirse es que el problema radica en particular en la utilización simultánea de tres o cuatro máquinas distintas: hay quienes mientras pretenden estudiar un libro, no solo escuchan música, sino que a la vez están chateando en Facebook, están atentos a la lucecita que les avisa de que ha llegado un whatsapp, y siguen además el marcador múltiple con los resultados de los partidos de fútbol que se están jugando en ese momento. ¿De verdad es posible estudiar así?

Con el paso de los años quien se dedica a cultivar una forma de vida intelectual descubre que la quintaesencia de la vida del espíritu es la atención, porque en ella es donde se articulan voluntad e inteligencia. Lo que los estudiantes llaman “problemas de concentración” no es otra cosa que su incapacidad de prestar atención continuada en el tiempo a una sola cosa. La “solución” no está en el mero esfuerzo, en apretar los puños, fruncir las cejas y contraer los músculos, tal como Simone Weil describe que hacen los niños cuando la profesora les pide concentración: «La atención» —escribe la filósofa— «es un esfuerzo negativo. La atención consiste en suspender el pensamiento, en dejarlo disponible, vacío y penetrable al objeto, manteniendo próximos al pensamiento, pero en un nivel inferior y sin contacto con él, los diversos conocimientos adquiridos que deban ser utilizados». Esto es estar atento, a la espera, a la expectativa; es también aprender a escuchar.

Como escribió Ralph Waldo Emerson y gusta repetir mi maestro Alejandro Llano, «la dispersión es el mal; la concentración el bien». Por eso, el secreto que quiero regalaros para entrenar vuestra atención consiste en luchar de manera inteligente contra la dispersión: solo quien es capaz de centrar por completo su atención en una sola cosa logra realmente aprender y además lo hace con gusto y casi sin esfuerzo.

La clave se encuentra en eliminar las distracciones, anotando en un papel las que vienen de dentro y eliminando con radicalidad —en la medida de lo posible— las interrupciones de fuera. Esto implica aprender a apagar los interruptores, aprender a aislarse por un tiempo determinado —para dedicar unas horas al estudio o a la escritura, para escuchar a una persona que lo necesita— como si en el mundo solo existiéramos nosotros y ese libro que tenemos que estudiar, ese texto que tenemos que escribir o esa persona que necesita ser escuchada. Se trata de hacer una cosa después de otra —no varias simultáneamente— y de llenarse con esa tarea al volcar en ella toda la atención. Si se logra esto, el trabajo se torna apasionante, se disfruta muchísimo más y, por supuesto, suele crecer su eficacia. Si nuestra atención está ocupada por completo en una tarea, al cabo de las horas aparecerá el cansancio, pero no el aburrimiento. Y después de un rato de merecido descanso, podremos retomar esa misma tarea quizá con ilusión renovada.

Es también la experiencia universal de quienes están enamorados. La atención es, en última instancia, una cuestión de amor, porque es siempre un regalo. Parafraseando a un autor espiritual, me gusta decir a veces que de nada se priva quien por amor se priva de todo lo que no es su amor. Parece un retruécano, pero lo que quiero decir con ello es que nada pierde quien no atiende a lo que no ama. Dicho afirmativamente, atender a multitud de cosas que no queremos puede ser al principio entretenimiento, pero más pronto que tarde se descubre que es un total aburrimiento.

“¡No hay tiempo que perder!”, se repite con acierto. Lo que quiero decir es que lo decisivo no es la puerta que se escoja, ni la prisa que uno se dé en emprender cada nueva etapa. Lo único importante es que se ponga toda la atención en la tarea elegida. Lo resumo en 140 caracteres: “Hacer una cosa después de otra —no varias simultáneamente— volcando toda nuestra atención y evitando las interrupciones de dentro y de fuera”.

ATRÉVETE A SUFRIR

Es muy impresionante la capacidad de sufrir —y de hacer sufrir a otros— que tenemos los seres humanos. Desde los padres que se separan llenando de angustioso dolor a sus hijos, hasta la tortura interior de tantas personas a las que les persigue la imaginación por lo que consideran faltas de reconocimiento, pasando por todas las penalidades de las enfermedades, los accidentes más terribles y la muerte propia y ajena.

¿Por qué tanto sufrir? Para los cristianos la respuesta última se encuentra en la cruz de Cristo. Pero ¿cómo soportarán tanto sufrimiento quienes ni siquiera creen en Dios y en otra vida mejor? La filósofa chilena María A. Carrasco ha captado con finura que el temor al dolor es uno de los elementos clave de la pérdida de sentido en nuestra cultura. Para recuperar ese sentido habría que repetir ahora parafraseando el “atrévete a saber” de Kant: “Atrévete a sufrir”.

Asistía hace poco a un debate sobre las drogas y su posible legalización. Me impresionó la tesis que un joven intelectual esgrimía, con convicción y experiencia, de que quienes consumen droga lo hacen para anestesiar su sufrimiento. Me pareció que su afirmación daba en el clavo y mostraba que la solución no está en modo alguno en su legalización.

Merece la pena escuchar la charla de la profesora del MIT Sherry Turkle en TED en la que argumenta convincentemente que la adicción al iphone, blackberry y demás artilugios semejantes es el recurso más en boga para evitar el sufrimiento que supone la soledad. Se trata realmente de máquinas de compañía: “La sensación de que ‘nadie nos escucha’ hace invertir tiempo con máquinas que parecen preocuparse de nosotros”. Por otra parte, el trato con los demás mediante esas máquinas —sugiere Turkle— no solo permite dar una mejor imagen de nosotros mismos (redacción más pensada, photoshop, etc.), sino que sobre todo evita los conflictos que frecuentemente surgen en las conversaciones cara a cara. En este sentido, puede decirse que nos ahorran muchos de los sufrimientos que la convivencia y el trato personal llevan tantas veces consigo.

Es fácil aceptar que tanto las drogas como esas máquinas son dos anestésicos eficaces del sufrimiento y a ello deben su enorme difusión. Suele decirse que “es malo sufrir, pero es bueno haber sufrido”, pero nuestra cultura no acepta ya esa sabia máxima atribuida a san Agustín. «Ha sido nuestra obsesiva huida del dolor» —escribe María A. Carrasco— «la que nos ha hecho perder el sentido, la que nos alienó y acható vitalmente. Nuestra re-humanización, nuestro volver a darnos cuenta del valor y la dignidad que tenemos, que todo ser humano tiene por el mero hecho de serlo, tal vez pase ahora por atrevernos a enfrentar y traspasar el dolor, y no seguir escapando de él a través de las múltiples puertas falsas que con gran publicidad se nos ofrecen, pero que terminan siempre en la nada. Si no temiéramos tanto al dolor nos arriesgaríamos a metas altas, a esfuerzos, a posibles frustraciones, sabiendo sin embargo que ese es el único camino para la felicidad verdadera».

A muchos lo que más les hace sufrir es precisamente el miedo al sufrimiento; a otros las viejas heridas que almacenan dolorosamente en su memoria. En la vida de todos inevitablemente siempre está presente el dolor, de una u otra forma. ¿Qué podemos hacer? Llevo en la cabeza y en el corazón todo un programa de vida articulado en tres principios: 1.º) No hacer daño nunca a nadie: no herir a nadie innecesariamente; 2.º) Intentar siempre aliviar el sufrimiento de quienes están cerca; y 3.º) Acoger el sufrimiento propio y el de quienes queremos con paz, con paciencia y —si es posible— con una sonrisa.

En cierto modo estas tres claves son las diversas caras de una misma realidad. Por supuesto, si el dolor puede quitarse, hay que quitarlo, pero ni todos los sufrimientos son eliminables, ni lo son siempre. Por eso, ahora que se quitan las cruces de los espacios públicos (y aún más de los espacios privados), es urgente intentar explicar la misteriosa presencia del sufrimiento en la vida humana, que ni las drogas ni las máquinas pueden eliminar. Solo entendiendo su sentido, podremos decir con sencillez tanto a jóvenes como a mayores: “Atrévete a sufrir”. Quizás a algunos podremos añadirles como explicación: “El dolor es el password del amor”.

CARICIAS Y VIRILIDAD

De mi buen amigo Juan Ruiz de Torres he aprendido el adjetivo “hipocorístico”. En gramática se llama de esa manera a los nombres —diminutivos, abreviaciones o formas infantiles— que se usan como designación familiar y con los que se expresa comúnmente el afecto. El diccionario de la Real Academia proporciona como ejemplos los tradicionales “Pepe” y “Charo”. Seguro que a cada uno se le ocurren muchísimos más ejemplos de su entorno familiar o de sus amigos más próximos, pues nuestro mundo está lleno de chelos, juanitos, lalis, pacos y vanes. Lo que más ha atraído mi atención ha sido la fuente etimológica que proporciona la Academia: hipocorístico en griego significa “acariciador”. Esto me hacía pensar que, en cierto modo, quien emplea un hipocorístico acaricia a la persona así designada.

Desde mi primera adolescencia fui educado bajo el principio de que acariciar era “cosa de niñas”. Recuerdo bien a Alejandro Menéndez-Pidal, mi exigente preceptor en el colegio —a quien tenía gran afecto y al que tanto debo— que solía decirnos: «Los hombres solo se tocan para pegarse o para darse la mano». Fiel a esa máxima jamás se me ocurrió besar ni acariciar de ningún modo ni a mi hermano, ni a mis primos o amigos: hubiera sido considerado una forma de afeminamiento del todo inaceptable entre chicos de 12 o 14 años. Con las contadas excepciones de mi padre, mi abuelo y unos pocos tíos, solo besaba a mujeres, fueran niñas o señoras mayores.

En contraste con este modo de proceder, no dejaba de sorprenderme en aquellos años que los mandatarios rusos se saludaran con tres ruidosos besos en las mejillas sin que nadie pusiera en cuestión su virilidad. Después llegaron los futbolistas italianos y argentinos que revolucionaron las expresiones de afecto y entusiasmo y han llenado las canchas de fútbol y nuestros televisores de besos, abrazos y otras muestras nunca vistas aquí entre hombres.

Está claro que hay mucho de convencionalismo y de evolución histórica, tanto en las normas de cortesía como en los modos de vivir la familiaridad. En cierto sentido, cada generación acuña su propio estilo para expresar el compañerismo y la amistad. Sin embargo, yo no me he acostumbrado todavía a que algunos de mis colegas y amigos, profesores de universidad en Italia o en Argentina, me besen efusivamente en ambas mejillas al saludarme. En cambio, con el paso de los años he aprendido a ser generoso en los abrazos a los amigos, sobre todo cuando hace algún tiempo que no les veo. La vida me ha enseñado también a tomar del brazo al amigo enfermo cuando voy a visitarlo al hospital y quizá las palabras sirven ya de poco consuelo, o a dar —si me dejan— un beso en la frente al amigo muerto, ya que no se lo he dado cuando estaba vivo.

En la sociedad donde vivo no hay caricias ni besos entre hombres. En su caso —al menos hoy por hoy—, tendrían una inevitable connotación sexual. Esto puede parecer indeseable, pero mientras no cambie es preciso emplear otros medios para expresarse el afecto entre varones: la fuerza en el apretón de manos, el abrazo, la palmada en la espalda, etc. Como me decía mi buen amigo Philip Muller, “hay cosas que solo se pueden decir con el cuerpo”. Y me parece que tiene toda la razón del mundo.

En esta misma dirección, vale la pena aprender a sonreír con cordialidad a todos para hacer más amable el trato. Además muchas veces será posible —y adecuado— emplear en el trato el hipocorístico, esto es, el apelativo familiar, que viene a ser siempre como una caricia en el alma.

TATUAJES DEL ALMA

En estos tiempos de crisis económica hay artistas en nuestro país que para ganarse la vida han tenido que aprender el arte del tatuaje. Me traía esto a la cabeza que en estos tiempos de tanto materialismo quizá deberíamos aprender los filósofos a hacer tatuajes en el alma.

En mi juventud llevar tatuajes era cosa de marinos, presos y legionarios, personas aburridas por la perspectiva de estar encerrados mucho tiempo. Ahora es de futbolistas, cantantes y demás famosos: los tatuajes tienen ahora glamour y se considera también que son señal de personalidad y de independencia. Por ejemplo, Lady Gaga lleva en su brazo izquierdo un amplio tatuaje en alemán antiguo con una frase de Rainer Maria Rilke, poeta al que califica como su filósofo favorito. Traducido al español viene a decir algo así como: «En la hora más profunda de la noche, confiésate a ti mismo que morirías si se te prohibiera escribir. Busca profundamente en tu corazón donde la respuesta extiende sus raíces, y pregúntate a ti mismo solemnemente, ¿debo escribir?».

Hoy en día para muchos hacerse un tatuaje resulta casi como un rito de maduración personal, de afirmación de la propia identidad. No se trata solo de adolescentes enfrentados con sus padres que les prohíben tatuarse hasta que lleguen a la mayoría de edad. Son muchos también los adultos —en particular mujeres— quienes después de meditarlo durante mucho tiempo —años quizás— y de considerar con enorme atención sus posibles diseños, se deciden a dar el paso. “El tatuarse —me escribía un antiguo alumno— es una práctica ancestral proveniente de los pueblos isleños del Pacífico, un ritual con toda una carga simbólica. Un amigo —que tenía tatuajes— cuando le expresé mi deseo de hacerme uno y le dije que lo tenía pensado desde hacía mucho tiempo me respondió: ‘El tatuaje es una herida que te haces en el cuerpo y como tal debes curarla’”.