Volver a la piel - Gerardo Horacio Porcayo - E-Book

Volver a la piel E-Book

Gerardo Horacio Porcayo

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Beschreibung

Volver a la piel narra una historia ambientada en un universo paralelo al nuestro, donde los cuerpos robóticos y la inmortalidad parecen estar al alcance de aquellos que puedan pagarlas. Después de una operación de cambio de cuerpo, Alejo despierta sin poder moverse. Durante las primeras semanas de rehabilitación se enfrentará no sólo a su nuevo cuerpo, sino a las versiones de su pasado, a su memoria y las trampas que él mismo se puso antes de la operación. En esta novela de ciencia ficción, Porcayo nos presenta una trama donde el desarrollo tecnológico es el eje desde donde se entrelaza la historia a través de personajes misteriosos que cobran relevancia conforme avanza la narración.

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COLECCIÓN POPULAR

749

VOLVER A LA PIEL

GERARDO HORACIO PORCAYO

Volver a la piel

Primera edición, 2019 [Primera edición en libro electrónico, 2019]

Diseño de forro: Laura Esponda Aguilar Imagen de portada: Collage con imágenes de iStockphoto

D. R. © 2019, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios: [email protected] Tel. 55-5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-6474-7 (ePub)ISBN 978-607-16-6404-4 (rústico)

Hecho en México - Made in Mexico

ÍNDICE

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Capítulo VI

Capítulo VII

Capítulo VIII

Capítulo IX

Capítulo X

Capítulo XI

Capítulo XII

Capítulo XIII

Epílogo

Para Ana y Steffi, quienes han estado en, durante y tras las metamorfosis

CAPÍTULO I

ALEJO abrió los ojos y lo supo de inmediato: algo había salido mal, terriblemente mal en la operación.

Podía sentir todo, pero, como a través de un filtro, las cosas le llegaban atenuadas, disminuidas y hasta como impostadas.

Trató de incorporarse y la primera sensación genuina apareció en su horizonte de experiencias: dolor; un potente dolor subía desde el coxis y a lo largo de toda la columna vertebral hasta los hombros. Ese súbito efecto lo hizo girar hacia un costado. Justo hacia el botón que le permitía llamar a la enfermera. Sus manos se mostraron torpes al sostener el cilindro plástico y más aún al presionarlo.

La llamada de hecho no resultó silenciosa, sino lo contrario. En la cabecera se encendió una torreta con luces giratorias amarillas y en el sistema auricular del cuarto, una breve oración empezó a repetirse como disco rayado.

—Paciente 13, despierto. Esto no es un simulacro. Se requiere unidad de evaluación integral y la presencia de los médicos cirujanos en turno.

Algo había salido más que mal, en definitiva.

Alejo se giró para yacer sobre la espalda. Luego suspiró con algo que sonaba en exceso líquido, algo crepitante en su pecho.

*

Odiaba las esperas, aun más cuando se sucedían dentro de un escáner y todos los movimientos eran monitoreados y restringidos de acuerdo a las necesidades del aparato.

Era un tiempo muerto, en un momento en que él clamaba por vida. Algo seguía mal. No se trataba sólo del filtro mal calibrado que le entregaban los órganos de ese cuerpo. Había más. Una zona muerta, una especie de pausa abismal. Un precipicio entre dos instantes de vida. Uno que lucía insuperable.

Y el ambiente de aquel hospital no lo ayudaba en lo absoluto; todo el personal se había mantenido al margen, detrás de sus máquinas y aparatos. Ahora que lo pensaba, ni siquiera había intentado hablar. Todo su esfuerzo se había ido en apretar el botón de llamada… Y, tras ello, de seguro el desmayo lo alcanzó.

Y esa pausa, ese sector borrado, parecía repetirse… Era como una suerte de memoria flotante, como si enfrentara el día siguiente a una gran borrachera, con destellos que parecían recuerdos sucediéndose de forma desordenada.

Hasta ese instante había acatado todas las indicaciones que le llegaban por el sistema auricular, sin protestas ni confirmaciones.

Se aclaró la garganta. O quiso hacerlo; tardó bastante en encontrar la manera adecuada y, al fin, un gemido surgió de entre sus labios resecos, partidos… Ahora podía identificar la quemadura de la entubación, no sólo en la comisura izquierda de sus labios, sino también en la garganta y más abajo.

—Ayuda —logró articular. Y hubo una pausa en las actividades. Una enfermera abrió la puerta de esa cámara de auscultación y se le acercó.

—¿Puede repetir eso?

—Ayuda… No entiendo… Algo va mal…

—Ahora todo va por buen camino. No se preocupe. Éste era el momento que más nos importaba… ¿Puede decirme su nombre?

—Soy Alejo Saer…

—¿La fecha de hoy?

—Ni idea… pero creo que es martes…

—¿El año?

—Ni idea… tengo todo revuelto… 2025 o 2052… No sé…

—¿Quién es el presidente de este país?

—Esto es una isla, sin presidente…

—Es una isla que pertenece a algún país. ¿Cuál es ese país y cuál su presidente?

—No lo sé…

—No se preocupe, don Alejo… Era de esperar algo como esto. No se angustie. Repose. Descanse mientras terminamos la evaluación…

—Necesito un espejo…

La enfermera giró la cabeza y buscó en un ángulo del cuarto. En el sistema de comunicación se escuchó la respuesta:

—Dale ese espejo, Florencia…

Más que entregárselo, lo colocó frente a él. Era del tamaño de una hoja carta.

Alejo se contempló. Gesticuló. Analizó sus arrugas.

—Por fin —dijo—. Por fin soy yo otra vez.

CAPÍTULO II

LA COSA pudiera quedar en el olvido, si no fuera parte de su vida, si no importara, de manera categórica, lo que ahí se desarrollaba.

Yacer en esa cama de hospital era lo de menos, enfrentado al caos de su memoria, al hecho de que, como se lo explicaran los doctores, sólo las remembranzas antiguas poseían la raigambre y la cronología suficientes para hacer de su memoria una cosa homogénea.

Nada estaba integrado. Todo lucía deshilvanado, desastrado… De pronto era como si muchas de sus historias de vida provinieran de los videojuegos, de películas favoritas, porque todo se disgregaba en cuanto los paralelismos se ponían de manifiesto.

Había periodos en que, según sus recuerdos, tres novias compartían su vida de manera paralela, inequívoca y casi total. Podía recordar cada rasgo, cada peculiaridad amatoria. Cada forma de besar, cada manía o tendencia.

Algo estaba mal. No paraba de decírselo a sí mismo y a cada uno de los miembros de ese hospital que se hubiera puesto a su alcance. Y nadie hacía nada para remediarlo.

El colmo ocurrió con la llegada del hombre de la habitación 14. Apareció ahí una mañana, con la bata mal puesta sobre su segunda piel de vendas que lo cubrían de pies a cabeza.

—Así que decidiste volver al mundo de los vivos. ¿Cómo se siente el rey sin corona? —le dijo, arrastrando con exasperante indolencia una silla de estructura metálica, más apropiada para una oficina que para aquel hospital del tercer mundo (ninguna evidencia parecía haber de otro tipo de calidad hospitalaria).

—Mil disculpas, pero creo que su familiaridad me resulta chocante, sobre todo porque no creo que nos hayamos conocido antes —le soltó Alejo, sin más reparos que un cateo visual a aquel hombre.

—Busca bien en esa cabecita tuya… Algo debes recordar. Tú eres el culpable de mi actual estado… Mínimo la culpa debe andar vagando por tu estúpida cabeza.

Alejo recorrió los dédalos de su memoria. Todo le sugería un accidente automovilístico. Se preguntó sobre su auto. ¿Acaso una camioneta Jeep, o una de esas tanquetas para civiles cuyo nombre se le escapaba? No sabía. Toda especulación lo remitía a una volcadura, a un accidente en carretera. A los momentos posteriores, con incendio, bomberos y ambulancia.

Su esfuerzo fue recompensado. Recordó un Lamborghini Diablo, una noche de arrancones, una silueta a su costado… Y el choque, las volteretas, las llamas que acudían con presteza a su asiento…

—¿Estábamos en una noche de arrancones?

El hombre de las vendas rió con un sonido hueco, profundo, que reverberó contra las paredes.

—Si te sirve de consuelo… puedes creer eso. Quizá recuerdes mi apodo… Me dicen el Regio… Acabo de cambiarlo, legalmente a Mawr…

Pues yo entiendo pura fregada, pensó Alejo.

—Mi memoria parece un gran queso gruyere… Está llena de huecos.

—Eso me dijeron tus médicos. ¿Sabes?, para mí, como para los regímenes dictatoriales, la ignorancia no te exime de la culpa. Tú me hiciste esto… Y si no pagas con más sangre es porque espero que pagues en créditos…

—Es evidente que esto no es parte de mi terapia de restablecimiento. ¿Cree en verdad ganar algo con estos desplantes?

—Para mí todo debe ser ganancia. Y tú me enseñaste eso. Gano con sólo verte la maldita cara de miedo. Por cierto, soy tu vecino del 14… Hay hospitales que cuentan a los pacientes por camas… Aquí es por cuartos que más bien son cubículos; el tuyo es la suite. Y hasta por eso vas a pagar —y se acercó de manera extrema.

Alejo podía percibir su esencia infecciosa, el múltiple tufo de los medicamentos tópicos.

—¿El alumno superó al maestro? ¿O qué?

El hombre repitió la carcajada.

—Muy buena. Vine a verte antes de que todo cambie. No creas que vas a librarte de mí. En un par de horas entro a cirugía. En cuanto pueda levantarme vengo a verte…

—Tómate todo el tiempo del mundo —dijo Alejo, con el enojo, la rabia, pululándole cada una de sus venas; tomó el mando de llamado de urgencia y lo apretó, sin quitarle la vista a aquella momia recalcitrante—. No pienso moverme de aquí… Pero ya vienen a llevarte lejos.

—Es cierto que arribaste antes a este hospital… Pero ni idea tienes de tu capacidad de influencia.

—Con dinero baila el perro —escupió Alejo.

—El rey sin corona va recordando que no es un mendigo…

—Ni un príncipe.

La puerta se abrió de golpe; tras la enfermera, un par de guardias de seguridad avanzó con paso firme y los sprays de cayena apuntando a la cara del Regio.

—Míster Mawr, sabe que no tiene permitido amedrentar a sus compañeros de hospital. Si persiste, tendré que llamar a la policía.

—La frase es: si persisten las molestias, consulte a su médico, idiota —dijo el regio Mawr y, tras librarse de las garras de los de seguridad, caminó con aire de realeza hasta la puerta y se perdió, flanqueado por los guardias, en el pasillo de la izquierda.

—Yo esperaría una mejor atención de su parte. De usted y de todo el personal que labora aquí… Después de todo, estoy pagando por estos servicios.

—Mil disculpas, don Alejo. Relajamos la vigilancia en un intento por reavivar su memoria… Y no nos equivocamos… Al menos ahora está seguro de su fortuna.

—Oh, claro, de mi buena fortuna…

—Yo hablaba más bien de la monetaria… Al filo de las cuatro de la tarde tendrá usted esa junta crucial y multinacional. Me pidieron que se lo recordara.

—Por supuesto, gracias…

*

A veces es así: precisas de un estímulo externo para darte cuenta de ti mismo.

Repentinamente, Alejo percibió esa falta de motivación. Todo le era ajeno. Tal parecía que esa sensibilidad mediatizada se había extendido a todo su ser. Que así como la vista le resultaba deficiente tras la operación, la agudeza táctil, auditiva, y hasta del gusto, habían bajado sus niveles y lo habían arrojado a esa extrema pasividad.

Adormilado, indolente… Insensible… In… conclusivo. Inconcluyente.