Yantares de cuando la electricidad acabó con las mulas - Miguel Ángel Almodóvar Martín - E-Book

Yantares de cuando la electricidad acabó con las mulas E-Book

Miguel Ángel Almodovar Martín

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Beschreibung

En los últimos años del S. XIX y en los primeros del S. XX se produjo una revolución en España en todos los órdenes sociales: la llegada de la electricidad y el cambio de costumbres gastronómicas son pruebas palpables de esa revolución sin precedentes. Enmarcada entre dos fechas claves, 1843 año en el que nace Isabel II y 1931 año en el que se instaura la Segunda república Española, la historia que nos trae Yantares de cuando la electricidad acabó con las mulas es la historia de dos fenómenos que corren paralelos en esta época y que modifican la realidad cotidiana de los españoles de la época: la electricidad y la gastronomía. Puede parecer que estos dos elementos no tienen nada en común pero esta obra nos demuestra que junto con la revolución política de la época, en la que se alternan una república, una dictadura, varios reyes y una regente, un sistema caciquil de turnos políticos", la revolución asociada a la llegada de la electricidad a los hogares, condicionará también su forma de alimentarse y sus relaciones personales. Aunando historia y gastronomía, dos de sus pasiones, Miguel Ángel Almodóvar nos trae esta obra en la que conoceremos la intrahistoria de España en el final del S. XIX y el principio del S. XX, es decir, la historia de los que no aparecen en los manuales, las historia de los españoles de a pie. Divide la obra en cuatro partes teniendo en cuenta los acontecimientos más relevantes del periodo que estudia, pero, dentro de estos periodos, nos descubrirá los usos y costumbres de los ciudadanos corrientes, las anécdotas más curiosas de los gobernantes, políticos y personalidades de la época y, sobre todo, la evolución progresiva de la electricidad y de la gastronomía, desde la llegada del tendido eléctrico y la red telegráfica hasta los primeros viajes del metro de Madrid y desde las botillerías y las ventas de mala nota hasta la inauguración del Palace y el Ritz en Madrid o la Maison Dorée y Can Martín en Barcelona.

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Colección: Historia Incógnita www.historiaincognita.com
Título: Yantares de cuando la electricidad acabó con las mulas Autor: © Miguel Ángel Almodóvar
© Red Eléctrica de España S.A.U.
Ediciones Nowtilus, S.L. Doña Juana I de Castilla 44, 3º C, 28027 Madrid www.nowtilus.com
Editor: Santos RodríguezCoordinador editorial: José Luis Torres Vitolas
Diseño y realización de cubiertas: Universo Cultura y Ocio Diseño interior de la Colección: JLTV Maquetación: Claudia R.Edición digital: Grammata.es
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece pena de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.
ISBN 13: 978-84-9763-841-8 Libro electrónico: primera ediciónFecha de edición: Noviembre 2009
Para Begoña Ceballos, que se inventó el germen de esta aventura, y para Toni Calvo, que la encauzó hacia felices y provechosos deambulatorios.
Para José Antonio Alcácer, quien, una vez más, me abrió ventanas a mundos histórico-literarios, para mí hasta entonces ignotos.
Para María Pérez y Ana Martín, que, paciente y amorosamente, pulieron, dieron brillo y esplendor al texto.
Para José María Estevan, barón de Belmont, insipiens quum tempus postulat aut res.
Para el bar/café/restaurante Amalfi, que fue amable testigo de mis finales cuitas de cierre.
Para Fran Almodóvar, pasión en reposo y ternura inmensa que me embriaga como un buen vino.

Índice

PrólogoPeriodo convulso, más y más iluminado y gastronómicamente relevanteI. De cuando la electricidad fue espectáculo y mágica iluminaciónLa fiesta del alumbradoIsabelona la golosonaEl primer restaurante al gusto francésUn marido singular, muchos amantes y una corte milagreraPepitoria de reina y clienta de LhardyMenú de a dos pesetas para el marqués de SalamancaBarcelona se pone a tonoEl reinado del telégrafo eléctricoEl jacarandoso exilio realLarra ya se rebela contra el afrancesamiento culinarioAmadeo de Saboya, entre la democracia y la chusmaMalvenido y efímeroEl adiós a un proyecto imposibleDiario gastronómico de un viaje amadeístaComienza la aventura de la Primera República EspañolaPero la electricidad sigue siendo una fiestaII. El espectáculo empieza a hacerse profesionalAplicaciones prácticas de la electricidad y competencia con el gasAlfonso XII, nacimiento en el escándalo y niñez de exilioEl afrancesamiento gastronómico impulsado por un inapetenteCambios en etiquetas y adiós a los ‘yantares y conduchos’Su gran amor y su grande amoríoEl teléfono empieza a sonarLa vela quemada por los dos extremosEn gran debate sobre el afrancesamiento gastronómicoUn perro gourmet en la corte del rey AlfonsoEl mítico café de Fornos¿Moscas o mariposas?La cocina al alcance de todos y el aprovechamiento de sobrasEl eléctrico y desafortunado submarino PeralLa poesía gastronómica y festiva del XIXIII. La nueva energía alcanza la mayoría de edadLa electricidad recibe el espaldarazo definitivoEmpieza la Regencia de María CristinaEl “turnismo” o el votar para comerTítulos nobiliarios a cambio de un ágapeEl fluido que cambió el paisaje y dijo adiós a las mulasLas nodrizas como instituciónThe Hearst War o más se perdió en CubaFilipinas, el otro desastreLos honrosos últimosEl sueño del adiós al imperio colonialMais… ¡voici le cinema!Y si no, al caféEl hostal de la bohemia y el modernismo barcelonésCoche eléctrico para la reina y primeros híbridos de la HistoriaIV. La electricidad se asienta definitivamenteDe continua a alterna y de térmica a hidráulicaLos hogares se alumbran con el sigloLas visiones contrapuestas de Baroja y GanivetOtra vez Baroja y con la burocracia hemos topadoAlfonso XIII, un rey formado para gourmetUn tiranito a la mesaComer, vivir y gozar por cinco durosEnlace electrizante o los gajes del oficioLa electricidad llega a la hosteleríaEl rey apuesta decidido por el MetroLa Ventas del muerto al hoyo y el vivo al bolloUn matrimonio asimétricoLa sabiduría coquinaria del hombre más gordo del mundoDesfiles y colas en el año de la gripe y el hambreLas cocinas de doña Emilia Pardo BazánLa cocina en la obra del amor de la doñaBardají, el precursor de la cocina española modernaComer de Hotel y otros hitos gastronómicosY más localesTres luminarias gastronómicas barcelonesasSalvat-Papasseit, el poeta eléctricoUn real e internacional cocidoOtra guerra cochambrosa y esta vez contra MarruecosLa época de la DictaduraNace la Compañía Telefónica Nacional de EspañaLos vascos llegan a MadridSe empieza a escuchar la radioCine, más cine, por favorLa casa común de Julio CambaLo regional sobre lo nacional en Post ThebussemExilio real a la bullabesaSeñoritismo y pornografíaY la eclosión del primer cocinero mediáticoBibliografía
Hace tiempo que sé, especialmente a través de sus libros y en alguna ocasión también a través de la charla personal, de la fascinación que sobre Miguel Ángel Almodóvar ejerce la intrahistoria, tanto en su concepción unamuniana de decorado de la historia más visible, como en su extensión conceptual a las gentes sin historia, a las historias de vida y al relato de lo cotidiano. Como explicaba metafóricamente el sociólogo norteamericano Michael Harrington, refiriéndose, en su caso, a la pobreza en Estados Unidos, en cualquier periodo y región siempre hay un sinfín de hechos y circunstancias que la historia oficial relega y aparta al otro lado del camino, por el que raramente se transita, con lo que finalmente consigue hacerlas invisibles. Pero, en última instancia y como nos enseñó Machado en sus Proverbios y Cantares, "el ojo que ves no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque te ve". Y de entre esa miríada de miradas que observan sin ser vistas por los recovecos y aledaños de la Historia, Miguel Ángel presta desde hace años especial y singular atención a la gastronomía.
Faustino Cordón nos descubrió que "cocinar hizo al hombre" porque le proporcionó las condiciones imprescindibles para condiciones de adquirir la capacidad de hablar; para devenir hombre. En las primeras y más decisivas fases de la hominización, la cocina consiguió transformar cualitativamente la actividad culinaria previa del homínido, dependiente del azar, del apremio y la angustia del hambre y de la inherente acción directa para conjugar ambas circunstancias, y le permitió pasar al proyecto previo para el que resultaba imprescindible la cooperación y cohesión del grupo, trascendiendo lo fortuito y la interferencia entre las especies, para concluir dando origen a la palabra y a la posibilidad de proyectar, hacia sí y hacia los otros miembros del grupo, todo un extenso repertorio de acciones infinitamente más complejas que las que podrían inferirse de los datos que afloran a través de los sentidos. La palabra, azuzada por el progreso y progresiva complejidad de la práctica culinaria, propiciará, de un lado, el primer acervo de conocimientos empíricos transmisibles de los pueblos primitivos, y, de otro, una evolución de las pautas cooperativas, que irán "complejizándose" más y más hasta transformar las hordas en sociedades humanas.
Siguiendo esta línea argumental, sostiene Almodóvar, en paráfrasis con el personaje central de la novela de Antonio Tabucchi, que es difícil entender la historia de un pueblo sin conocer su historia y devenir gastronómico, porque los modos y maneras de cocinar, junto a los usos y costumbres comensales, forman parte integral e intrínseca de la cultura de todo colectivo humano, y que si en un principio cocinar hizo al hombre, la evolución de esa práctica le fue conformando y dotándole de identidad diferenciada en unos y otros sentidos.
Miguel Ángel Almodóvar, formado académicamente en la sociología y en la historia del pensamiento, y extra académicamente en multitud de aventuras de divulgación y comunicación, apunta o expresa abiertamente en sus libros y escritos que, como Pereira fue intuyendo progresivamente la realidad profunda del régimen salazarista en el que vivía, por medio de experiencias, charlas y contactos, él terminó encontrándose con la gastronomía en unas similares circunstancias, que le llevaron a descubrir un intramundo, que, más allá de los matrimonios reales, las batallas y Yantares de cuando la electricidad acabó con las mulas conquistas, los acuerdos y paces concertadas, hablaba de unas experiencias de extraordinario interés a la hora de entender su propia historia. De cómo se puede recorrer la Historia transitando entre pucheros y vajillas, hartazgos y hambrunas, mesas palaciegas y arrimo de matahambres al rescoldo, es buena muestra su libro El hambre en España. Una historia de la alimentación. Allí, el autor guiaba a su lector por senderos que comenzaban en los remotos tiempos de los prehomínidos de Atapuerca (recordando que los restos encontrados corresponden a seis individuos que fueron comidos en el lugar y concluyendo por tanto y con un mucho de socarronería que, al menos en España, la historia del hambre es anterior a la historia del hombre), y concluían en los albores de la década de los sesenta del pasado siglo, mientras que en este nuevo ensayo que tienen en sus manos la mirada y el análisis se centran en un periodo mucho más corto, el que discurre entre el inicio de la segunda mitad del siglo XIX y el comienzo de la década de los años treinta del XX. Además, me dijo que, para la ocasión, la gastronomía iría de la mano de la electricidad.
Lógicamente, pensé que se trataba de especular sobre los cambios que la nueva energía había introducido en la practica culinaria, pero inmediatamente me aclaró que no iban por ahí los tiros, sino que lo que pretendía era iluminar el periodo con la luz de dos hechos o circunstancias: la emergencia e implantación de la energía eléctrica y la eclosión de una nueva forma de entender la gastronomía, que habrían de modificar el paisaje urbano, los hábitos ciudadanos, los usos y costumbres sociales, y la historia en general del país y de sus gentes.
Ya muy avanzado el proyecto me habló del pasmo de los madrileños ante la nueva luz con la que se celebró el nacimiento de la Infanta Isabel, La Chata; de la glotonería de Isabel II y de los fastos lumínicos con los que llegó a la capital el agua de Lozoya, que dio carta de naturaleza al coci o piri madrileño; de cómo se consolidó la red telegráfica eléctrica cuando aún no se había concluido la instalación de la red óptica; de los primeros reproches de Larra ante el progresivo afrancesamiento culinario de sus paisanos; del bocata de jamón con el que Amadeo de Saboya se despidió de España; de las flaquezas golosonas de Emilio Castelar y del rigor administrativo que Pi i Margall estableció en las comidas funcionariales; de la singular inapetencia de Alfonso XII y de su decisión de suprimir los yantares y conduchos reales establecidos hacía siglos; de la primera conferencia telefónica de larga distancia realizada en España, entre Barcelona y Gerona; del perro Paco y sus bistecs de Fornos; del uso de la propulsión eléctrica por Peral en su submarino; de la práctica, tan extendida durante el "turnismo" político entre Cánovas y Sagasta, de comprar votos a cambio de un guisote de bacalao con patatas; de cómo el fluido eléctrico acabó con las mulas del tranvía, modificando el paisaje de las grandes ciudades; de la penurias y sordideces alimenticia y culinaria de nuestras guerras coloniales; de las caras de incredulidad de los españoles ante el espectáculo del cinematógrafo, que, representando a los Lumière, trajo a nuestros pagos Alexandre Promio; de la forma tan diametralmente opuesta con la que Baroja y Ganivet acogieron el alumbrado eléctrico doméstico; de cómo Alfonso XIII compaginaba el gusto por la pitanza castiza con su afición al cine pornográfico o sicalíptico, que se decía entonces; de la irrupción del primer cocinero mediático, Antonio Feito, chef de Lhardy, siete décadas antes de que empezara a fulgir la estrella de Ferrán Adrià.
Consideré entonces que Red Eléctrica de España, la empresa que presido, debía de estar presente de alguna manera en tan atractivo proyecto editorial y en poco tiempo todo ello se ha convertido en el negro sobre blanco que ahora tienen en sus manos y cuya lectura estoy seguro que les descubrirá muchas cosas sorpren dentes y les hará pasar más de un buen rato.
Luis Atienza
Así como la introducción de la libertad ahuyentó a los frailes, y la llegada del agua de Lozoya dispersó a los aguadores, el fluido eléctrico acabó con las mulas del tranvía (...) La electricidad acabó con las mulas y con ese aire de poblachón manchego que impregnaba a una ciudad (Madrid) en la que, además de con mendigos, el paseante podía tropezar cada mañana con una variada mezcolanza del reino animal: burras, cabras, conejos, gallinas, pollinos.
Manuel Azaña
Este libro cuenta cosas, sobre todo, de electricidad y de gastronomía. Y cuenta cómo una, la energía, y otra, el conjunto de conocimientos, prácticas y actividades relacionadas con el yantar y el libar, se asentaron y desarrollaron en España casi en paralelo y durante un sugerente periodo histórico, que va desde la mitad del siglo XIX hasta el principio de la década de los treinta del siglo XX. Así pues, electricidad y gastronomía españolas emprenden aquí un viaje, que les hará coincidir en multitud de fielatos, estaciones y apeaderos, y en el que recorrerán juntas cuatro grandes tramos o etapas de un tiempo de cambios, crisis, derrumbes y apertura de nuevos horizontes en lo político, lo social, lo cultural, lo productivo o lo gastronómico.
La primera de esas cuatro grandes etapas parte de la llamada "era isabelina", con Isabel II en el poder, que se desarrolla entre 1843 y 1868, año en el que tiene lugar la revolución conocida como "La Gloriosa" y que apartará del trono a la reina para dar paso a una nueva Casa Real, la de los italianos Saboya, con Amadeo I en el trono. Rey mal recibido y efímero, quien harto y aburrido por la, a su juicio, ingobernabilidad de los españoles, dejó el poder a principios de 1873, para abrir el camino a la Primera República Española, que durará casi un instante histórico, que finaliza en el golpe de Estado del general Manuel Pavía, en enero de 1874.
En esta etapa, la electricidad empieza a hacer sus pinitos mediante iluminaciones espectaculares, que muestran fachadas de edificios, plazas o fuentes con una nueva y fascinante luz. Pero pronto deja de ser un mero espectáculo y encuentra una utilidad práctica en el telégrafo eléctrico, que se empieza a instalar durante el reinado de Isabel II, reina golosa y comilona donde las haya habido, cuando aún no se había terminado de instalar la red de telegrafía óptica. Entretanto, el espectáculo eléctrico, que lógicamente había empezado en Madrid y Barcelona, inicia una exitosa gira por provincias, llegando a la casi totalidad de las capitales españolas.
Respecto a la alimentación, la cocina y la gastronomía, el periodo de referencia se inicia con un progresivo afrancesamiento en los usos y costumbres, muy pronto contestado por figuras de la relevancia, por ejemplo, Mariano José de Larra, aunque durante el reinado de Isabel II (una reina en pepitoria o una pepitoria de reina, al decir de Ramón Gómez de la Serna), tanto en Palacio como en las casas nobles, burguesas y las del pueblo llano, se generaliza el cocido como comida diaria. Progresivamente, en los grandes núcleos urbanos, algunas fondas y botillerías van siendo sustituidas por elegantes cafés y por restaurantes de nuevo cuño, con carta, cubiertos y mantelerías decentes, mientras que en el medio rural siguen imponiendo su ley y su sempiterno maltrato, ventas y ventorros de mala nota. De los primeros, son ejemplos señeros La Fonda Española y Lhardy, en Madrid, junto al Grand Restaurant de France o Justin, El Suizo, y El Continental, en Barcelona.
La segunda etapa se abre paso con la restauración borbónica y la consiguiente proclamación como rey de Alfonso XII, y termina con su muerte, en 1885.
Es etapa en la que se consuman las primeras aplicaciones prácticas de la electricidad en fábricas y otros centros productivos, se inicia la electrificación del alumbrado público, aun en competencia con el gas y el teléfono, aunque todavía débilmente, de cuando la electricidad acabó con las mulas empieza a sonar. Justo en el final de la etapa y a caballo con la posterior, Isaac Peral asombra al mundo con un sumergible movido, por primera vez en España, con energía eléctrica.
En manducaria y usos culinarios se impone un total afrancesamiento en los menús de pompa y circunstancia, en buena medida promovido por un rey que había vivido sus infancia y juventud en el exilio parisino, frente al que reaccionan personajes como Mariano Prado Figueroa, Doctor Thebussem y José Castro Serrano, un cocinero de su majestad. En paralelo, se publica una obra culinaria excepcional, El Practicón, de Ángel Muro, mientras que el monarca cambia etiquetas y protocolos, al tiempo que prohíbe los yantares y conduchos que, desde hacía siglos, pueblos y ciudades estaban obligadas a ofrecer a los séquitos reales. Entretanto el perro Paco se hace un sitio en la historia de la gastronomía como el primer can gourmet de la Historia, Peral, profeta e introductor de la electricidad en la propulsión submarina, vive la tan hispana experiencia de ser ignorado y vilipendiado en su tierra, y algunos poetas se entretienen y a la vez divierten al respetable poniendo en verso las peripecias de la cocina, la mesa y el mantel.
La siguiente tercera etapa cubre el tramo histórico de la regencia de la segunda esposa de Alfonso XII, la reina María Cristina, y nos llevará hasta la mayoría de edad de su heredero Alfonso XIII, en 1902. Durante este periodo, se consolida el sistema político conocido como "turnismo" (establecido ya en la época de Alfonso XII), se desarrolla la segunda y definitiva Guerra de la Independencia de Cuba, entre 1895 y 1898, que desembocará en la caída en cascada del imperio colonial español y la pérdida de sus últimos bastiones: Cuba, Filipinas, Isla de Guam y Puerto Rico, donde se arría la bandera, al decir de Ramos Carrión, "amarilla de rabia y roja de vergüenza".
La electricidad alcanza su mayoría de edad al constituirse empresas y sociedades de suministro de la energía emergente. El paisaje de las grandes ciudades se modifica sustancialmente al sustituir la electricidad a las reatas de mulas que tiraban hasta entonces de los tranvías y aparece uno de los inventos relacionados con la electricidad, el cinematógrafo.
En cuanto a lo culinario y gastronómico, un pequeño sector de la sociedad disfruta de los platos que van llegando de Europa, otro se instala en los cómodos cafés, para debatir, tertuliar o quitarse el frío, mientras que la inmensa mayoría pasa verdaderas penurias en el sustento, cuando no, y muy frecuentemente, hambre pura y dura. El "turnismo" político, basado en complejas redes de caciquismo local y comarcal, establece el hábito de comprar votos por un plato de comida caliente, mientras que concede y reparte a discreción títulos nobiliarios, como respuesta solícita a un buen ágape. La institución de la nodriza, fuente nutricia mercenaria, se generaliza hasta extremos insospechados, como consecuencia de la profundización de las diferencias de renta entre el campo y los núcleos urbanos.
La cuarta y última etapa, en lo político, se centra entre 1902 y 1931, cuando el rey es destronado y se proclama la Segunda República Española, no sin antes haber pasado por la experiencia de otra guerra cochambrosa, la de Marruecos, y la dictadura de Primo de Rivera.
La electricidad se asienta definitivamente sobre la base de redes y el paso de la corriente continua a corriente alterna y, en paralelo, de un origen térmico a un origen hidráulico. La luz eléctrica llega a los hogares y en general es recibida entre el alborozo, caso de Pío Baroja, pero también con escepticismo e, incluso, con abierta hostilidad, caso de Ángel Ganivet, y también llega a la hostelería, con la electrificación del restaurante madrileño Lhardy.
Y de la mano de la electricidad llega el Metro, novedoso transporte urbano; la generalización del teléfono, ya en plena dictadura de Primo, con la creación de la Compañía Telefónica Nacional de España; se empieza a escuchar la radio, y el cinema cambia a cine, con carta de plena naturaleza y consumo popular.
El nuevo rey, notable gourmet y cuya vida se salva gracias al tendido eléctrico del tranvía, apuesta decidido en sus gustos por la  de cuando la electricidad acabó con las mulas cocina castiza y escribe de su puño y letra la receta de cocido, para que el mundo sepa que este es el plato español por excelencia, pero en las calles el pueblo hambriento se manifiesta o hace cola en los centros de caridad, buscando un trozo de pan o un calentito aguachirle con el que poder engañar al estómago.
Manuel María Puga y Parga, con pseudónimo de Picadillo, publica otro trascendente tratado coquinario, La cocina práctica, y pocos años después continúa la labor doña Emilia Pardo Bazán, dando a la imprenta La cocina española antigua, con un recopilatorio que pone por primera vez negro sobre blanco la receta de la fabada asturiana. Casi al mismo tiempo, en la misma línea, pero con hondo y novedoso espíritu de renovación, sale a la luz el Índice culinario de Teodoro Bardají, y el poeta Joan SalvatPapasseit hace versos de materia y sustancia eléctrica.
En las postrimerías de la primera década del siglo, abren sus puertas en Madrid dos hoteles, Ritz y Palace, que inauguran el hábito de "comer de hotel", mientras que en Barcelona se imponen hitos de la categoría de la Maison Dorée, Can Pinsa y Martin o Can Marten. En esto, los vascos invaden gastronómicamente Madrid, mientras que muchos madrileños se arraciman en los merenderos próximos al cementerio, bajo la máxima de que "el muerto al hoyo y el vivo al bollo". Julio Camba publica su única e inclasificable obra, La casa de Lúculo o el arte de comer, Dioniso Pérez, alias Post Thebussen descubre las cocinas regionales en la Guía del buen comer español, situándolas por encima del concepto nacional, y emerge el primer chef mediático de nuestra historia, en la figura de Antonio Feito, jefe de cocina de Lhardy.
El rey, empujado por el relativo fracaso de unas elecciones municipales, se va al exilio y nada más poner el pie en el puerto de Marsella, sin amilanarse por la deshora del momento, se empecina en meterse entre pecho y espalda una bullabesa. Las penas con el plato que Escoffier bautizó como "caldo de sol", debieron ser menos.

LA FIESTA DEL ALUMBRADO

Las exposiciones internacionales que se suceden a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX van a constituirse en los grandes escaparates de la electricidad: una novedosa energía que pronto se intuye como alternativa al gas y destinada a sustituirlo como fuente de alumbrado público.
El alumbrado eléctrico con arco voltaico, que es la fabulosa atracción de la Exposición Universal que en el año 1851 se celebra en Londres, y que encuentra un gran eco en las revistas ilustradas de entonces, anima a un sinfín de dignatarios y próceres de distintos países a llevar a sus circunscripciones aquella última maravilla del progreso.
Inicialmente, pocos perciben posibilidades de futuro de la ener gía eléctrica en sectores productivos, pero la mayoría de los que han tenido la oportunidad de conocer la novedosa fuente lumínica, se entusiasman de inmediato con su potencial espectacular. Así, los munícipes de medio mundo empiezan a usar la electricidad como elemento añadido al fasto de cualquier acontecimiento.
En Madrid, las primeras pruebas se llevaron a cabo en 1851, para celebrar el nacimiento de la Infanta Isabel, La Chata.
Mediante una pila galvánica, se iluminó la Plaza de la Armería y posteriormente el Congreso de los Diputados.
Más tarde, el 24 de junio de 1858, a las ocho y media de la tarde, y con motivo del gran acontecimiento que supone la llegada a la capital de agua del río Lozoya a través del Canal de Isabel II, que viene a sustituir a las islámicas y muy deterioradas galerías subterráneas por las que hasta entonces circulaba, se instala una fuente iluminada en los altos de la calle de San Bernardo. El surtidor, que según los cronistas de la época alcanzaba la altura de treinta y un metros, se iluminaba con fluido eléctrico, ante el pasmo de los madrileños que se acercaban a contemplar el insólito espectáculo. María Isabel Gea aporta estos datos sobre aquella entonces maravilla tecnológica:
En la construcción trabajaron 1500 presos que rebajaron así sus penas, 200 obreros libres, 400 animales de carga y 4 bombas de vapor. Se llamó Canal de Isabel II en honor de la reina, y traía el agua del río Lozoya hasta Madrid a lo largo de 77 kilómetros, siendo almacenada en un depósito subterráneo construido bajo el antiguo Campo de Guardias, en la calle de Bravo Murillo. Se cuenta que en el momento en el que el surtidor lanzó el agua por primera vez, el político José de Posada Herrera, que estaba junto a la reina en la tribuna observándolo, comento: "Señora, hemos tenido la suerte de ver un río poniéndose de pie".
Galdós, en un crónica publicada en el diario La Prensa de Buenos Aires, evoca el acontecimiento como la "redención del mundo"; como obra humanitaria debida a Bravo Murillo, que permite a los madrileños, tan aficionados al agua de calidad, paladearla a su gusto en casa, catarla a conciencia y hasta emborracharse con ella, aunque aún quedan nostálgicos del agua de las fuentes de Cibeles, Encarnación, Progreso y otras. En el artículo de referencia, don Benito es claro en sus gustos y preferencias:
Las primeras pruebas de iluminación eléctrica que se realizaron en España tuvieron lugar en 1851, con motivo del nacimiento de la Infanta Isabel, "La Chata". Mediante pila galvánica, se iluminaron la Plaza de la Armería y el Congreso de los Diputados.
 La traída de agua del río Lozoya a Madrid supuso una mejora sustancial de la calidad de vida para los madrileños. Además, estos se vieron maravillados por el espectáculo de un surtidor que alcanzaba una altura de más de treinta metros y que por la noche se iluminaba con luz eléctrica
La marca Lozoya, digan lo que quieran algunos bebedores muy inteligentes, pero harto apegados a lo antiguo, es la mejor de Madrid y, por consiguiente, del mundo.
El debate parece que sigue vivo bastantes años después, ya que en la novela Fortunata y Jacinta, cuya acción se sitúa ya en 1875, doña Casta le pregunta a las niñas que agua prefieren, la de Progreso o la de Lozoya, lo que equivale a decir la de la fuente de la plaza cercana o la que circula por las cañerías y sale por el grifo de la misma cocina. El debate estaba zanjado de antemano y aquella agua estaba destinada no solo a satisfacer la sed o a refrescar el gaznate, sino a otorgar un punto diferencial a la cocina madrileña, porque, como dice José Esteban: "...colaboró con el garbanzo zamorano para hacer del cocido madrileño el plato nacional".

ISABELONA LA GOLOSONA

Desde su más tierna infancia, Isabel II, a quien los madrileños bautizaron pronto como La Isabelona, por su regordeta y oronda figura, fue muy comilona y casi patológicamente golosa. Al poco, y como dicen Eslava Galán y Rojano Ortega:
...la reina niña había crecido más en arrobas que en inteligencia y era más inclinada al arroz con leche y a las braguetas de sus guardias que a la instrucción y al trabajo.
Apasionada del chocolate, del que tomaba tazas sin tino, se lo hacía servir con picatostes, mojicones, galletas, roscones (que eran su delirio), buñuelos y toda una nutrida gama de dulcería. Pero también fue adicta al pan y su afición hizo mella en sus súbditos, quienes, en su mayoría, no disponían de mucho más alimento. Por este motivo, en su reinado y según explica Eva Celada:
 ...se multiplicaron las especialidades de diferentes panes, hogazas, picado, libreta, panecillos largos o redondos, roscas, criadillas, bollos grandes y, como postres, galletitas de todo tipo.
Dedicada a engullir como una posesa, casi en la infancia estaba cuando fue declarada mayor de edad, para que prestase juramento como reina, en sesión parlamentaria de 8 de noviembre de 1843. Tenía trece años y un mes.

EL PRIMER RESTAURANTE AL GUSTO FRANCÉS

Tres años antes de la mayoría de edad de la reina, abría sus puertas la Fonda Española, en la madrileña calle de la Abada, que merece ser considerado como el primer establecimiento que responde al concepto de restaurante de gastronomía cuidada, impuesto y acreditado ya en la Francia vecina. Lo regentaban dos italianos, Prote y Lopresti, que introdujeron notables cambios en los hábitos y formas hasta entonces al uso.
De aquel acontecimiento es cronista nada menos que don Benito Pérez Galdós, quien, en su novela Montes de Oca, relata lo siguiente:
...si nuestros antiguos bodegones y hosterías conservaban la tradición del comer castizo, bien sazonado y substancioso, los italianos, maestros en esta como en otras artes, introdujeron las buenas formas de servicio y un poco de aseo, o sus apariencias hipócritas, que hasta cierto punto suplen el aseo mismo. No fue tampoco reforma baladí el sustituir la lista verbal, recitada por el mozo, con la lista escrita, que encabezaban los ordubres, estrambótica versión del término "hors d'oeuvre". Lo que principalmente constituye el mérito de los italianos es la introducción del precio fijo, la regla económica de servir buen número de platos por el módico estipendio de doce reales, pues con tal sistema adaptaban su industria a la pobreza nacional, y establecían relaciones seguras con un público casi totalmente compuesto de empleados y militares de mezquino sueldo, de calaveras sin peculio, o de familias que empezaban a gustar la vanidad de comer fuera de casa en días señalados o conmemorativos.
Para dar a cada uno lo que le corresponde con imparcial criterio histórico, conviene indicar que no fueron Prote y Lopresti verdaderos innovadores en materia y formas de comer, sino más bien los que divulgaron aquel arte precioso en la vida de los pueblos. Ya Genieys había dado a conocer las croquetas, los asados un poquito crudos, las chuletas a la papillote y otras cosillas; pero Lopresti popularizó estos manjares poniéndolos al alcance de los bolsillos flacos, acreditando su saber, así como la equidad paternal de sus precios. Al propio tiempo superaba a Genieys en los arroces a la valenciana y milanesa, así como en el bacalao en salsa roja; era maestro en el cordero con guisantes, en el besugo a la madrileña, en la pepitoria, en los macarrones a la italiana, y principalmente en los guisotes de pescado y mariscos a estilo provenzal o genovés. En el renglón de vinos, el poco pelo de la clientela limitaba el consumo a los tintos de Arganda o Valdepeñas para pasto, y un Jerez familiar y baratito para los libertinos domingueros, y para los que iban de jolgorio, con mujerío o sin él, a horas avanzadas de la noche. En estas francachelas de un carácter confianzudo y pobretón, no se conocía el champagne. El agua, de que algunos parroquianos hacían considerable gasto, se anunciaba como de la Fuente del Berro; mas era de la Academia o de la Escalinata. En el servicio de vinajeras introdujeron los italianos cristalería fina en armaduras elegantes, y presentaban los mondadientes en gallitos y monigotes de porcelana.
Inferior era el lujo en la mantelería y lienzos de mesa, de dudosa blancura los más días del año. Por todo ello tuvo la Fonda Española un éxito tan rápido como lisonjero, y el público invadió desde los primeros días el modesto y lóbrego local de la calle de la Abada, recinto que aún conservaba olor y trazas de logia masónica, piso bajo con dos rejas a la calle y entrada por el portal. Era este ancho, con zócalo de azulejos negros y blancos como tablero de ajedrez, bien alumbrado a prima noche por un farolón de dos mecheros, obscuro a última hora y expuesto a tropezones, que a veces eran graves, sin contar el desagradable quién vive de las humedades mingitorias.
 Adoptaron los dueños, porque no podía ser de otro modo si habían de tonificar el establecimiento, el horario francés, dando la comida fuerte por la noche, con supresión de cocido. Al mediodía, servían almuerzos de seis y ocho reales, con huevos fritos y uno o dos platos, y el invariable postre de pasas y almendras con añadidura de un bollito de tahona, régimen que las casas huéspedes han perpetuado como una institución hasta nuestros días, y será preciso un golpe de revolución para destruirlo.

UN MARIDO SINGULAR, MUCHOS AMANTES Y UNA CORTE MILAGRERA

A Isabel II la casaron tres años después de su mayoría de edad con don Francisco de Asís, a quien ella siempre había llamado "la prima Paquita". Ocho años mayor que ella, era un tipo blandengue, atiplado y de virilidad más que dudosa. Se especuló con su condición de homosexual o bisexual, aunque es punto no del todo aclarado. Lo que parece verosímil es que hubiera nacido con algún defecto congénito (es probable que se tratara de un problema hipogenital con hipospadias, que consiste en que la uretra se abre ya en la cara interior del pene, ya en el escroto) que le impedía orinar de pie, e incluso que padeciera alguna forma de impotencia.
A lo primero alude la coplilla popular:
Paco Natillas es de pasta flora y se mea en cuclillas como una señora.
De lo segundo se hace eco una sátira rimada de Valle Inclán, en la que aparece una monja de la que se hablará más adelante y una referencia sobre los gustos de su majestad:
Sor Patrocinio un alcalí sorbe. Por darse consuelo la reina zampa un buñuelo con una copa de anís y Don Francisco de Asís sacando la minga muerta, al amparo de una puerta lloriquea y hace pis.
De lo que no cabe la menor duda es de que fue un gran consentidor, que sacó extraordinario provecho de las muchas infidelidades de su regia esposa, quien, entre otros muchos, fue amante a voces del general Serrano, a quien llamaba en público "el general bonito", del compositor Emilio Arrieta, de Carlos Marfiori, de José María Ruiz de Arana y de Puig y Moltó, disputándose estos dos últimos la paternidad del rey Alfonso XII. Todo esto se desarrollaba en un escenario cortesano que solo cabría calificar de esperpéntico.
Fue Valle Inclán quien primero motejó como "corte de los milagros" a la barahúnda palaciega de la reina, con, en sus propias palabras: "... sus frailes, sus togados, su validos, sus héroes bufos y su payasos trágicos". Allí brillaban con luz propia el padre Claret, confesor real, y sor Patrocinio de las Llagas, asesora multidisciplinar de Isabel. Al reverendo, pequeño, enjuto y atormentado por la sexualidad sin freno que discurría a su alrededor, Valle, en Viva mi dueño, lo retrata inmisericorde:
...tenía la boca vasta y oscura, rasgada de pastosas vocales catalanas, partida por el chirlo que diseñaba acentos de clérigo trabucaire, en aquella jeta payesa y frailuna.
Lo de la monja surrealista, María de los Dolores Rafaela Patrocinio Quiroga y Capodardo, la monja de las llagas, merece capítulo aparte. A pesar de haber sido procesada por falsaria y fingidora de milagros, con pena de destierro en 1835, a Talavera de la Reina, regresó a Madrid pocos años después y logró introducirse en la corte, logrando tal influencia sobre la reina que incluso consiguió provocar la caída del Gobierno de Narváez durante un día.
Francisco de Asís, primo y marido de Isabel II fue popularmente tildado de homosexual y motejado de "Paco Natillas". Los hermanos Bécquer, Valeriano y Gustavo Adolfo, con el pseudónimo de SEM, lo dibujaron de esta guisa aludiendo a los múltiples amantes de su regia esposa.
El ambiente palaciego del reinado se refleja satíricamente en esta acuarela de SEM. En la escena y de izquierda a derecha, Carlos Marfiori, la reina en espera, Sor Patrocinio requerida por González Bravo, a quien a su vez reclama Francisco de Asís, y el padre Claret sodomizando a su majestad.
La monja, cuyos delirios milagreros fueron puestos en evidencia durante una sesión de anestesiología, practicada por el ilustre médico Argumosa Obregón (introductor en España de la anestesia por inhalación de éter sulfúrico y más tarde del cloroformo), insistía en poseer los estigmas de la Pasión de Cristo, y actuaba, en palabras de Eslava Galán, como:
...una pía agencia de empleo que colocaba a sus recomendados en los mejores puestos de la administración pública (haciendo con ello desleal competencia a la reina madre).
Los madrileños le dedicaron coplas como esta:
Tiene sobre Isabel mucho dominio la milagrosa monja Patrocinio. Quien el motivo averiguar anhele cambie la P de Patrocinio en L.
A todo esto, el pueblo llano cantaba cosas como:
La Isabelona tan frescachona y don Paquito tan mariquito.
Los intelectuales se embroncaban, y hacían crudo escarnio de su monarquía; los militares preparaban pronunciamientos y asonadas y los políticos tomaban conciencia de que era necesario dar un cambio de rumbo a un país que navegaba a la deriva. Los hermanos Bécquer, Gustavo Adolfo y Valeriano, bajo el pseudónimo Sem, elaboraron un conjunto de acuarelas casi pornográficas, cuyos protagonistas eran los personajes de esta tan peculiar "corte de los milagros". A título de mero ejemplo, en la que hace el número 71 del catálogo de la Biblioteca Nacional, aparece don Francisco con una tupida cornamenta y una leyenda que dice:
Vuestra noble faz empaña el ñublo del deshonor, Deshaced presto esta niebla, Cortaos los cuernos, Señor: Que el mundo entero os señala, La Europa os llama cabrón, Y “Cabrón” repite el eco en todo el pueblo español.
Consciente de las dificultades por las que atravesaba la monarquía española, Pío IX, quien en su momento había manifestado serias reticencias para apadrinar al futuro rey Alfonso XII, sabiendo como sabía que era hijo adulterino, decidió apoyar a la muy católica Casa Real hispana, concediendo a la reina, a principios de 1868, la Rosa de Oro, la más alta distinción vaticana.
Parece que un cardenal de la curia presentó sus objeciones al Papa argumentando que la galardonada era una puttana. El bueno de Pionono, tras meditar un instante, respondió al purpurado: "Puttana, ma pía".
Pero la suerte está echada y la reina debe abandonar España hacia el exilio. Toma la crucial decisión en Lequeitio, donde veraneaba, el 30 de septiembre de 1868, pero un cortesano intenta convencerla de que aún es tiempo de reconducir las cosas. Le pide que vuelva a Madrid, donde le esperan, a su parecer, el laurel y la gloria. La reina le mira conmiserativa y responde: "La gloria para los recién nacidos y el laurel para la pepitoria".
Papa Pío IX. Viendo las dificultades por las que atravesaba la monarquía española concedió a la reina la Rosa de Oro; la máxima distinción que la Santa Sede podía otorgar a una mujer. Ante un cardenal reticente, justificó su decisión definiendo a Isabel como "Puttana, ma pía"

PEPITORIA DE REINA Y CLIENTA DE LHARDY

La metáfora gastronómica no fue del todo casual, porque una de las preparaciones culinarias que chiflaban a la reina era la gallina en pepitoria. El plato, que constituye santo y seña de la gastronomía madrileña, es de origen antiguo y sus referencias, en recetarios hispanoárabes y con el nombre de ibráhimiya, se remontan al siglo XIII. En los Siglos de Oro, XVI y XVII, aparecen distintas fórmulas en textos de Cervantes, en los libros de cocina de Martínez Montiño y Altamiras, y en alguna comedia, como La dama boba, de Lope, donde se compara el plato con el amor, por lo variado de sus ingredientes, entre los que se incluye el corazón. Así, cuando Finea dice: "¿Has visto, Clara lo que es el amor? ¡Quien pensara tal cosa!", esta responde: "No hay pepitoria que tenga más menudencias de manos, tripas y pies". Pero sería Isabel II quien dotaría al plato de categoría y casticismo, casi a partes iguales. Ramón Gómez de la Serna, con su particular y greguerista gracejo, llegó a afirmar que no se sabía muy bien si la egregia dama era: "... una reina en pepitoria o una pepitoria de reina".
El culmen de sus aficiones gastronómicas fue el arroz azafranado, del que en ocasiones presumió de haber llegado a comer cinco platos de una sentada. Pero también le chiflaban la paella, el cocido bien guarnecido de carne y tocino, el bacalao con tomate, las albóndigas, las croquetas, los embutidos, la mojama, las gachas saladas y las dulces puches, el jamón de Trevélez, y el arroz con leche.
Extendiendo sus apetencias más allá de lo nacional, Carlos Marfiori, hijo de un cocinero italiano y uno de sus amantes más duraderos, la introdujo en los goces de la pasta y de los embutidos transalpinos.
Cuando comía fuera de Palacio, lo hacía en Lhardy, el mejor, quizá el único restaurante que de tal podría calificarse en Madrid.
Inaugurado en 1839, treinta y tres años de que la peseta fuera moneda oficial, introdujo en la corte refinamientos coquinarios hasta entonces desconocidos, como los souffles, el vol-au-vent, los brioches, la salsa bechamel o los croissants.
Dice José Altabella que:
...el nombre del establecimiento vendría sugerido por el famoso Café Ardí, del Boulevard des Italiens, de París, que más tarde se convertiría en la Maison Dorèe. El propietario, Emilio Huguerin, toma el nombre de su negocio y se transforma en Emilio Lhardy.
Parece que fue Prosper Merimée, el de Carmen, quien aconsejó a don Emilio establecerse en la capital de España, ante su constatada ausencia total de competencia para un negocio como en el que tenía en mente, y lo cierto es que lo hizo a lo grande y en sintonía con el gusto del Segundo Imperio.
La fachada se construyó, y así sigue, con madera de caoba traída expresamente de Cuba, y el interior fue decorado por Rafael Guerrero, el padre de la mítica actriz María Guerrero, sobre la base de dos mostradores enfrentados, con espejo al fondo y opulenta consola, en el entresuelo, y tres elegantísimos comedores en la planta superior: el Salón Isabelino, el Salón Blanco y el Salón Japonés, revestidos con lujoso papel pintado de la época.
Benito Pérez Galdós, es, con mucho, el escritor que más pasea su pluma por Lhardy. Cita por primera vez el establecimiento en Los Ayacuchos, de sus Episodios Nacionales. En una carta, el personaje central, Fernando Calpena, tras visitar al banquero José de Salamanca para retirar algún dinero, dice:
Después de abastecerme del precioso metal, me llevó Salamanca en su coche a la carrera de San Jerónimo, donde se ha establecido un suizo llamado Lhardy, que es hoy aquí el primero en las artes de comer fino.
 Inaugurado en 1839, Lhardy fue el primer restaurante madrileño que en rigor podía ser calificado como tal, e introdujo en la Corte preparaciones culinarias y refinamientos gastronómicos desconocidos hasta entonces. Lo fundó el suizo Emilio Huguerin, quien cambió su apellido evocando el famoso café parisino Ardí.
El propio Salamanca extendió la popularidad de Lhardy al contratar los servicios del local para el convite del bautizo de su primogénito, Fernando Salamanca Livermore, celebrado en la iglesia de San José en noviembre de 1841, dos años después de su inauguración, y para inaugurar su fastuoso palacio en el paseo de Recoletos, el 16 de diciembre de 1858, con el siguiente menú:
POTAGES Le potage a la Reine Le printaniere aux querelles de volaille
HORS D'OEUVRES Les bouchés aux huietres
RÉLEVÉS Les turbots sauce hollandeiseLes filets de boeuf a la jardinero
ENTRÉES Les sautées de becasses aux champignons Les escalopes de foiegras aux truffes Les filets de chevreuil sauce poivrade Punch glacé au Madere
ROTIS Les coqs de bruyere truffes La galantine de dindes sur socles
LEGUMES Les truffes au vin de Champagne a la serviette Les fonds d'artichaute á la Linnoaise
ENTREMETS DE DOUCER La mecedoine de fruits Les peches à la Condè
VINSMadere Sauterne Gran vin Chateau Latour    Chateau Lafitte Chambertin Champagne frappé Consance du Cap JokaiXeres Chateau d’Iquerne Pichon langueville Lacombes Margaux Clos Vougeot Champagne rouge Vin du Rhin Málaga blanc
Galdós vuelve sobre Lhardy en su novela Lo prohibido (1884-1885):
Comí, nos dice, en casa del buen amigo Lhardy buen pavo trufado, buenas salchichas y unos bisteques como ruedas de carro.
Las anécdotas empezaron a sucederse. Un día, la reina engullía un plato de callos en el Salón Japonés, acompañada de Josefa de Borbón, hermana de su marido, y del marqués de Bedmar, cuando en el comedor contiguo se inició una violenta discusión entre dos caballeros, que al poco se estaban retando a duelo. La situación se hizo peligrosa y la policía que vigilaba en la calle la real manduca, decidió sacar a toda prisa a la comitiva. Isabel salió de mala gana, pero al día siguiente volvió sobre sus pasos y nada más entrar al local le dijo al maître: "¿Por dónde iba con los callos de ayer?".
En las habituales meriendas de los días de caza en los montes de El Pardo, se preparaba un "sencillo" refrigerio consistente en galantina de pavo trufado (hoy un fiambre común, pero que entonces resultaba algo verdaderamente exótico, ya que había que prepararlo a mano), jamón cocido, lengua escarlata, riñonada de ternera, pollas asadas, queso Gruyère, frutas, dulces, pan y seis botellas de vino de Burdeos. Pero cuando la reina salía de Madrid, la intendencia alimenticia se convertía en problema crucial. No pocas veces, el séquito se veía obligado a comer en medio del campo y de una de estas circunstancias sacó partido para su personal lucimiento el gobernador de Jaén, el sábado 13 de septiembre de 1863. En el paso de Despeñaperros, por donde debía pasar el séquito real en coches de caballos, preparó un campamento medieval y cuando la comitiva entró en el desfiladero, la banda de música de Martos arremetió con un pasodoble arropado por el eco de la garganta natural. Como dice y resume Germán Rueda:
En el paraje se encontraron treinta tiendas para los "Reyes, Altezas y Corte". Todos los que custodiaban las tiendas iban disfrazados de soldados o pajes del siglo XV. Además, había un comedor para más de cien personas en una gran tienda. Todos los carros y caballerías, junto con el campamento, formaban un cuadro difícil de olvidar.
Aspecto actual de Lhardy que conserva intacta la fachada exterior, de madera de caoba traída expresamente de Cuba, y el interior decorado por Rafael Guerrero, el padre de la mítica actriz María Guerrero, con dos mostradores enfrentados, espejo al fondo y opulenta consola, en el entresuelo, y tres elegantísimos comedores en la planta superior.

MENÚ DE A DOS PESETAS PARA EL MARQUÉS DE SALAMANCA

El malagueño José María de Salamanca y Mayol, abogado, estadista, conspirador, alcalde, juez, hombre de negocios, banquero, contratista de obras, empresario de teatros, director de empresas, ingeniero, agricultor, ganadero, ministro, senador, diputado, marqués de Salamanca y conde de Los Llanos, fue uno de los hombres más influyentes del reinado de Isabel II de España. Hizo fabulosos negocios en el sector ferroviario, en la banca y en la inversión bursátil, a base de corruptelas y contando casi siempre como socios a los más poderosos o influyentes personajes de la sociedad española en cada momento, incluyendo a María Cristina de Borbón, madre de Isabel II y regente durante la minoría de edad de esta.
En 1839 consiguió conquistar el monopolio de la sal y comenzó a invertir en la Bolsa de Madrid. En 1847, el entonces presidente del Gobierno Joaquín Pacheco le nombró ministro de Hacienda y tras la dimisión de aquel en octubre del mismo año, pasaría a ejercer la Presidencia del Gobierno en la práctica, hasta que el nuevo presidente, Florencio García Goyena, le destituyó a raíz de la apertura de una investigación parlamentaria sobre supuestas actividades irregulares en su ministerio. Posteriormente, la llegada al poder de Narváez le obligó a exiliarse en Francia, donde permaneció hasta 1849. A su regreso, consiguió agenciárselas para arrendar al Estado su monopolio de la sal por un periodo de cinco años y la fabulosa cantidad de 300 millones de reales.
Por aquellos días de gloria y esplendor, un grupo de bohemios que habitualmente se reunían en el café Suizo, y, cuando los posibles daban para ello, comían en la recién estrenada fonda París