Enemigos... y amantes - Laura Wright - E-Book
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Enemigos... y amantes E-Book

Laura Wright

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Beschreibung

El lema de Mac Valentine era "ojo por ojo"; por eso, cuando un rival se atrevió a manchar su reputación, Mac decidió vengarse utilizando a la hija de su enemigo, Olivia Winston. Su plan era contratarla, seducirla y abandonarla. Pero Olivia no era tan fácil de manipular. Mac no tardó en descubrir que su nueva empleada no se parecía en nada a ninguna otra mujer que él hubiera conocido y tuvo miedo de que la venganza no sólo destruyera a su enemigo… sino también a sí mismo.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2007 Laura Wright. Todos los derechos reservados.

ENEMIGOS... Y AMANTES, N.º 1597 - agosto 2011

Título original: Playboy’s Ruthless Payback

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicada en español en 2008

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-719-8

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Inhalt

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Promoción

Capítulo Uno

–El senador Fisher está en la línea dos, Derek Mead sigue esperando en la línea tres y Owen Winston en la cuatro.

Mac Valentine se echó hacia atrás en el sillón. Su ayudante ejecutiva, Claire, estaba en la puerta del moderno despacho con un gesto impaciente en su rostro de abuelita. Llevaba ocho años con él y era algo así como una voyeur en lo que se refería a su trabajo. Especialmente disfrutaba de momentos como aquél, cuando estaba a punto de cargarse a alguien. Lo creía un hombre despiadado y en más de una ocasión se había referido a él como «un demonio de pelo y ojos negros» que exigía lo mejor de sí mismos a cada uno de sus treinta y cinco empleados.

Mac sonrió. Claire tenía razón.

Lo único que olvidaba mencionar era que si alguno de esos empleados no cumplía las expectativas, si no daba el cien por cien para conseguir que MCV Corp. se convirtiera en la firma de inversiones más importante no sólo de Minneapolis sino de todo el medio Oeste, era despedido de inmediato.

Tras los cristales de sus gafas, los ojos de Claire brillaban como los de una niña esperando el postre.

–El señor Winston dice que lo ha llamado usted.

Mac miró su agenda electrónica.

–Dile al congresista y a Mead que los llamaré más tarde.

–Muy bien.

–Y cierra la puerta antes de irte. Hoy no es día de colegio.

–Por supuesto, señor Valentine –Claire salió del despacho sin disimular su disgusto.

Mac levantó el auricular y pulsó el botón del altavoz.

–Dime, Owen.

–Llevo una hora esperando. ¿Se puede saber qué querías?

Mac, satisfecho al notar cierto temblor en la voz de su rival, giró el sillón hacia la ventana para admirar el paisaje de Minneapolis.

–No voy a perder mi tiempo preguntando por qué has hecho lo que has hecho.

–¿Perdona?

–Ni voy a obligarte a admitirlo –siguió Mac–. Que alguien intente arruinar la reputación de una empresa de la competencia es algo habitual. Es habitual… en los viejos. Os cansáis, dejáis de progresar y el cliente se aburre.

Mac casi podía ver el rostro de Owen rojo de rabia.

–No sabes lo que estás diciendo, Valentine.

–No lo podéis evitar. Veis a los jóvenes con la cabeza más fría, con más conocimientos y empezáis a preocuparos de que no os tomen en serio. Cuando os dais cuenta de que es sólo una cuestión de tiempo tener que cerrar el negocio, os morís de miedo –Mac se inclinó hacia delante–. Te has asustado, Owen.

–Eso es absurdo. Estás diciendo tonterías.

Mac Valentine continuó como si no lo hubiera oído:

–Un hombre de negocios respetable reconocería sus limitaciones y se retiraría… para jugar al golf por las mañanas y echarse la siesta por las tardes.

–¿Un hombre de negocios respetable, Valentine? –Owen rió amargamente–. Un hombre de negocios respetable no le daría trato preferente ni información confidencial a ciertos clientes privilegiados. Un hombre de negocios respetable no daría esa información basándose en las piernas o los pechos de un cliente.

Era la acusación de un hombre desesperado, basura, pero los rumores se extendían como la peste.

–Estoy a punto de demandarte, Winston.

–Esa mente tuya tan rápida no permitirá que mis comentarios salgan a la luz en un tribunal. Sería un proceso largo, agotador. Y tu reputación se resentiría aún más.

Mac tardó unos segundos en responder. Lo había invadido una extraña calma, como el cielo ennegreciéndose antes de una tormenta.

–Eso es verdad. Quizá los recursos legales no serían lo mejor para lidiar contigo.

–Eres un hombre listo. Pero es tarde y tengo…

–No, supongo que lo mejor será buscar otra manera de hacerte pagar por lo que has hecho –Mac se levantó de su sillón.

–Son más de las ocho, Valentine –dijo Owen–. Tengo planes para cenar.

–Sí, claro, ve a casa a cenar con tu familia –Mac abrió la puerta del despacho y le hizo un gesto a Claire que ella conocía bien–. Con esa hija tuya… ¿cómo se llama? ¿Allison? ¿Olive?

Owen no contestó.

–Ah, no, espera –Mac levantó una ceja mientras Claire giraba la pantalla del ordenador hacia él–. Olivia. Precioso nombre. Precioso nombre para una chica preciosa, me han dicho. Tu hija tiene fama de ser una buena chica. Encantadora, educada, dulce, quiere a su papá y nunca ha provocado un escándalo. Sería interesante averiguar lo fácil o lo difícil que sería cambiar eso.

Claire levantó la mirada, su expresión una mezcla de respeto, curiosidad y horror.

–No te acerques a mi hija, Valentine –el una vez orgulloso Owen Winston sonaba como un cachorrillo asustado.

–Yo no soy un hombre religioso, Owen, pero creo que la frase «ojo por ojo, diente por diente» es la más apropiada en este momento. Puede que yo sea un tipo arrogante y egoísta, pero no soy un estafador. Me entrego a mis clientes al cine por cien, sean hombres o mujeres. Y tú has ido demasiado lejos.

Después de eso, Mac cortó la comunicación y se acercó a la ventana. El cielo gris cubierto de nubarrones hacía juego con su humor.

–Es la propietaria de Sin Alianza –lo informó Claire. Él no se volvió.

–¿De qué me suena ese nombre?

–Minneapolis Magazine publicó un artículo sobre la empresa el mes pasado. Tres mujeres, una chef, una decoradora y una organizadora de eventos, las tres con una cabeza estupenda, se han unido para levantar…

–Una empresa para hombres que necesitan la ayuda y la experiencia de una esposa –terminó Mac la frase por ella–. Pero no la tienen.

–Eso es.

Mac Valentine se volvió, sonriendo a su ayudante.

–Perfecto. Pide una cita con Olivia Winston para esta semana. Tengo la impresión de que voy a necesitar sus servicios.

–¿Ha leído el artículo, señor Valentine?

–No me acuerdo bien… pero probablemente le eché un vistazo.

–Son tres profesionales respetadas en la comunidad. Y no quieren saber nada de confraternizar con los clientes.

Mac sonrió para sí mismo.

–Consígueme esa cita para mañana por la mañana. A primera hora.

Apretando los labios, su ayudante asintió con la cabeza.

Mac volvió a su escritorio y revisó la carpeta de clientes que habían roto relaciones con su empresa desde que aparecieron las mentiras de Owen Winston dos días antes. A saber si volverían a requerir sus ser vicios o si sus relaciones estaban muertas para siempre…

Habría querido estrangular a aquel canalla, pero la violencia no era lo suyo. No, tendría que ser ojo por ojo y diente por diente. Owen le había robado clientes y él le robaría a su hija.

Respetada o no, la niña de Owen Winston iba a pagar por las pérdidas económicas de MCV y por la estupidez de su padre.

Capítulo Dos

Olivia cerró los ojos, inhalando profundamente.

–Soy un genio…

–¿Cuánto tiempo nos vas a hacer esperar, Liv? –le preguntó Tess, llevándose una mano al estómago–. Esta mañana me he saltado el desayuno.

Sentada a la mesa, Mary Kelley miró el estómago plano de la pelirroja con el ceño fruncido.

–Suena como si un tren estuviera descarrilando ahí dentro. Muy femenino.

–Por favor, que estoy muerta de hambre –rió Tess, señalando el enorme diamante amarillo que su rubia socia llevaba en el dedo–. No todas tenemos un hombre que nos traiga huevos revueltos con beicon a la oficina.

Sonriendo, Mary se tocó el abultado abdomen, sus ojos azules brillando de felicidad.

–Ethan está muy preocupado por dar de comer a su hijo. Si no como algo cada dos horas se pone de los nervios.

–Por favor… qué pegajoso.

–Venga ya. Algún día cambiarás de opinión. Te lo garantizo.

–Lo dudo. A mí me gusta estar sola.

–Pues entonces habrá que obligarte a salir más –los ojos de Mary se iluminaron–. A lo mejor conoces a alguien durante mi fiesta de compromiso. Ethan tiene algunos amigos muy guapos.

–No, gracias.

–A lo mejor conoces al hombre de tu vida.

Tess sacudió la cabeza.

–No creo que exista el hombre de mi vida. Pero un camión lleno de tipos que no son para nada los hombres de mi vida… eso no estaría mal.

Mary se sirvió un vaso de leche.

–Con veinticinco años no deberías ser tan cínica. ¿Con cuántos has salido ya?

–Con los suficientes como para saber que no existe el hombre de mi vida –contestó Tess, antes de volverse hacia Olivia–. Tú y yo tenemos suerte de haber escapado por el momento, ¿verdad, Liv?

–Sí, mucha suerte –asintió ella, mientras tomaba una galleta de chocolate recién sacada del horno. Olivia no quería pensar en la envidia que había sentido aquella mañana al ver la ternura en los ojos de Ethan cuando se despidió de su mujer. Parecía tan feliz, tan enamorado, tan contento porque iba a tener un hijo…

Estaba encantada por su amiga, pero se preguntaba si algún día podría ella encontrar esa clase de felicidad. En el fondo de su corazón quería un hombre… alguien a quien amar, con quien formar una familia. Pero tenía la impresión de que ella no iba a ser tan afortunada.

Aunque ya era una mujer adulta, en muchos sentidos seguía siendo la depresiva adolescente de dieciséis años que, tras perder a su madre debido a un cáncer, no podía hacer que su padre le prestase atención y escapaba del dolor de la forma más absurda posible: fiestas, chicos y sexo.

La vergüenza de lo que había hecho, y con cuántos chicos lo había hecho, no había dejado de perseguirla en los últimos diez años, pero en ese tiempo se había hecho extraordinariamente dura. Y también juiciosa. En aquel momento su reputación era pura como la nieve. Era una mujer de negocios que mantenía bien escondidos los secretos del pasado.

–Muy bien –dijo por fin, tomando dos galletas de chocolate–. Así tendréis la boca ocupada.

–Creo que acaba de decir que nos callemos –sonrió Tess.

Mary tomó su galleta, suspirando.

–Pero nos lo ha dicho de una forma muy agradable.

–Cierto –asintió la pelirroja–. Y por otra de éstas no sólo dejaré de hablar de hablar. Si me lo pide, hasta hago el pino.

–Antes de hacerlo –oyeron entonces una voz masculina– debe saber que hay público.

Mary y Tess se volvieron y Olivia levantó la cabeza. En el quicio de la puerta, con una expresión entre cínica y divertida, había un hombre con los ojos de color café. Era alto, de hombros anchos e iba impecablemente vestido con un traje gris y un abrigo negro de lana. Olivia se encontró apretando los puños porque, de repente, había sentido el irresistible deseo de agarrarlo por la solapa del abrigo y besarlo hasta que se quedase sin aliento.

Esa sensación era tan rara en ella que le asustó. En los últimos diez años, desde su auto impuesto exilio sexual, su cuerpo raramente la había traicionado. Sí, había habido alguna que otra noche con una novela romántica en la cama, pero además de eso, rien de rien.

Pero, mirando a aquel hombre, su cerebro le gritaba: «¡Cuidado!».

–¿Mac Valentine?

Él asintió con la cabeza.

–Creo que llego temprano.

–Sólo unos minutos –le aseguró ella–. Entre, por favor.

Mac Valentine entró en la cocina–despacho, caminando como un modelo en una pasarela de Milán.

–Encantada de conocerlo, señor Valentine –sonrió Mary, estrechando su mano–. Estábamos tomando el aperitivo de media mañana.

–Ya veo.

–El chocolate es fundamental en esta empresa.

–Me preguntaba qué era eso que olía tan bien mientras subía en el ascensor.

Tess puso una mano sobre el hombro de Olivia.

–Es nuestra chef. Olivia hace magia y nosotras la disfrutamos tanto como los clientes.

–¿Es así? –sonrió Mac Valentine.

Ella se encogió de hombros.

–No soy partidaria de la falsa modestia, de modo que sí, yo diría que soy una cocinera estupenda.

Olivia sintió un escalofrío por la espalda al ver un brillo burlón en los ojos de Valentine.

–Bueno, Tess y yo lo dejamos en sus más que capaces manos –sonrió Mary, levantándose–. Bienvenido a Sin Alianza, señor Valentine.

–Gracias.

Mientras Tess le robaba otra galleta antes de salir, Mac se quitó el abrigo y lo dejó sobre el respaldo de la silla.

–Por favor, siéntese. ¿Quiere una? Las he hecho yo.

–¿Tengo que hacer el pino?

–Sólo si toma más de una –contestó ella.

–Muy bien, ya veremos.

Olivia cruzó primorosamente las piernas. No sabía exactamente qué hacía aquel hombre allí, pero tenía la intuición de que iba a causar problemas, todo tipo de problemas.

–Su ayudante no me contó lo que quería cuando pidió la cita. Así que dígame.

–Necesito que convierta mi casa en un sitio acogedor, hogareño.

–¿Ahora no lo es?

–No, es… mucho espacio vacío.

–Muy bien.

–Unos clientes van a alojarse en mi casa durante un par de días y quiero que me vean como un hombre familiar en lugar de…

–¿Sí?

–Alguien que no tiene ni idea de lo que significa ser un hombre familiar.

–Entiendo –murmuró Olivia. Y lo entendía. No era la primera vez que trabajaba para un playboy millonario.

–Creo que lo mejor sería que viera usted mi casa.

Ella asintió con la cabeza, mirando la galleta que no había tocado.

–De acuerdo. Pero debe saber que lo mío es la cocina.

–Me habían dicho que llevaban la empresa entre las tres.

–Y así es, pero si lo que está buscando es un cambio de decoración, lo mejor sería que lo atendiera Tess. Ella es nuestra decoradora y…

–No –la interrumpió Mac.

–¿No?

–Quiero que lo haga usted.

–Ya veo –murmuró Olivia–. Pero verá… hay un problema.

–¿Y cuál es?

–Su relación con mi padre.

Mac apretó los labios. No había esperado eso.

–No tengo relación con su padre.

–¿Ah, no? Pues me ha llamado esta mañana para decirme que podría usted pasar por aquí.

–¿No me diga?

–Sí, le digo.

Mac la estudió un momento.

–Tiene usted fama de ser una chica encantadora, ¿lo sabía?

–¿Está intentando decir que no lo soy?

Él sonrió.

–Creo que voy a comerme esta galleta.

«Pues ya era hora», pensó ella. Tenía unas manos grandes, fuertes, masculinas… y sintió un cosquilleo en el estómago al preguntarse qué haría con esas manos para haberse ganado tal reputación de mujeriego.

Su padre le había advertido que tuviese cuidado con Mac Valentine. Pero en lugar de tener cuidado se sentía tan curiosa como una niña de dos años con un enchufe.

–¿Le gusta?

–Mucho.

–Me alegro –dijo Olivia–. Y ahora, señor Valentine, ¿por qué no me dice para qué ha venido aquí?

Capítulo Tres

Si había algo que Mac Valentine pudiera detectar a un kilómetro era un adversario que merecía la pena. Aquella chica podía medir un metro sesenta y tener los ojos de un cervatillo, pero Olivia Winston iba a ser una buena oponente.

No había imaginado que pudiera ser así.

Pero nada le gustaba más que un reto.

Al ver cómo esos ojos castaños se oscurecían, supo que esperaría todo el día su respuesta si hacía falta.

–Debido a circunstancias que no he podido controlar –empezó a decir– mi empresa ha perdido a tres de sus mejores clientes. Espero que esto cambie en un par de meses, cuando se den cuenta de que nadie en esta ciudad puede ayudarlos a ganar dinero como yo. Pero, mientras tanto, necesito su ayuda para conseguir un par de clientes nuevos.

–¿Necesita mi ayuda para reorganizar su negocio… o para limpiar su reputación?

–Veo que su padre ha hecho algo más que advertirle sobre mí –sonrió Mac. Ella ni lo confirmó ni lo negó, de modo que decidió seguir–. Mi negocio no está en peligro, pero sí, se ha cuestionado mi reputación y tengo que hacer algo para solucionarlo.

–Ya veo. Y por eso quiere que esos clientes potenciales se alojen en su casa y no en un hotel.

–Estas personas aprecian un hogar, una familia… todo eso.

–Pero usted no.

–No.

Olivia se levantó y tomó el plato que Mac Valentine tenía delante. El plato con media galleta.

–Quiero hacerle una pregunta –le dijo, acercándose al cubo de la basura.

Era pequeña, pero con cur vas. Y cuando caminaba era la seducción en persona. Olivia Winston se volvió para mirarlo, con los brazos cruzados, y Mac tuvo que tragar saliva.

–Dígame.