Lecho de arena - Laura Wright - E-Book
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Lecho de arena E-Book

Laura Wright

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Beschreibung

Hay ciertas promesas que un hombre no puede cumplir... Rita Thompson estaba a punto de casarse, pero no se había molestado en invitar al novio, su jefe el jeque Sakir Al-Nayhal. Rita había ideado aquel plan para tratar de reunir a su distanciada familia. Todo estaba saliendo de acuerdo a lo previsto... hasta que se encontró a Sakir esperándola ante el altar. Sakir tenía una propuesta que hacerle a la avergonzada novia: quería que fuese su esposa durante las tres semanas que pasarían en su casa de campo de Emand, y después disolverían su unión para siempre. Se suponía que en esas tres semanas no habría el menor acercamiento; ni la besaría, ni acariciaría aquel maravilloso cuerpo...

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Laura Wright. Todos los derechos reservados.

LECHO DE ARENA, Nº 1359 - marzo 2012

Título original: A Bed of Sand

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-585-6

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Prólogo

Existe un lugar en el desierto de Joona donde un hombre puede galopar en su caballo directamente hacia el ocaso. Un lugar donde ríos de ámbar se abren camino entre la arena como serpientes y blancas rocas se erigen majestuosas contra el cielo azul. Un lugar donde el aire huele a calor y a especias, y los dioses, protectores de esa tierra, moran en sus estanques sagrados y dan la bienvenida a aquéllos que, arriesgando su vida, logran llegar hasta allí.

Ese lugar es Emand.

Una tierra con historia, rica en petróleo, preciosos valles y culturas de siglos. Pero también, una tierra llena de dolor y amargura en los corazones.

Esa tierra dio a luz tres hijos y luego reclamó a su padre. Con el corazón roto, el hermano mayor comprendió su posición y permaneció en su patria para regentarla. El hermano menor, destinado a seguir los pasos de su padre, se fue con los dioses con tan sólo quince años. Y el hermano de en medio, el jeque Sakir Ibn Yousef Al-Nayhal, partió de su hogar en busca de su alma. Pero lo que encontró fueron los desiertos de Texas y el vacío de un hombre que no pertenecía a ningún lugar ni a ninguna persona.

Capítulo Uno

–Qué desperdicio –murmuró Rita Thompson, mirándose por última vez en el espejo de cuerpo entero.

Todo lo que se podía admirar en una novia de finales de verano estaba ahí: un impresionante vestido blanco sin tirantes, zapatos abiertos de satén blanco, un velo de tul para cubrir su ansioso rostro y manicura francesa tanto en las manos como en los pies.

Fabulosa.

Ni siquiera había olvidado las tradiciones de toda novia. Había decidido que sus ojos serían el «algo azul» y los pendientes de perlas que le había dejado su hermana, «algo prestado». Pero cuando llegó a «algo nuevo», decidió no continuar.

Ella había pagado toda aquella ceremonia y la recepción posterior para el «siento mucho haberos decepcionado.» No iba a pagar por nada más. Y menos por algo para sí misma.

Sonrió ante el reflejo del espejo:

–Puede que sea algún día, mi niña. Si tienes suerte.

–¿Si tiene suerte quién?

Rita se giró y vio a su padre, Ben Thompson, en la entrada del Hotel Lago Paraíso, guapísimo con su traje gris perla y sus botas a juego.

–Yo. Soy afortunada. Tengo una familia estupenda y me atrevo a reconocerlo.

–Rita, cariño –comenzó él, acercándose a ella–, tú siempre has sido valiente.

Una profunda culpa invadió el corazón de Rita al contemplar a su padre frente a ella, mirándola con tanto amor y ternura. Nunca antes le había mentido. Puede que no le hubiera contado algunas cosas, como cualquier adolescente, pero ahora era completamente diferente.

Le estaba engañando conscientemente.

Se le formó un nudo en el estómago. Esperaba que comprendiera por qué se había metido en todo aquel lío de fingir su compromiso y su boda, y que la perdonara.

–Estás muy guapo, papá.

–Gracias –respondió él, y sonrió y le ofreció el brazo–. ¿Está lista para que la conduzca al altar, bella dama?

Aunque le salió un poco forzada, Rita le devolvió la sonrisa y se agarró de su brazo.

–Tanto como puedo.

–Estás segura de esto, ¿verdad? –preguntó él, con una repentina seriedad.

Ella tragó saliva con dificultad.

–Por supuesto.

Él se encogió de hombros.

–Muy bien –respondió.

Y la condujo hacia el brillante sol y la fresca brisa del lago.

–¿Sabes? –continuó él, sin dejarse impresionar por la supuesta felicidad pre-boda de ella–, he intentado tener una pequeña conversación con tu futuro marido, pero aún no ha aparecido. Está apurando su llegada, ¿no crees?

–Es un hombre muy ocupado.

–Puede que sí, pero no me gusta esto. No es la mejor manera de empezar una familia.

Se acercaban a la orilla del lago, donde unos cincuenta invitados esperaban sentados en sillas blancas frente al altar adornado con encajes.

–No te preocupes, papá, es un hombre maravilloso. Y vendrá –aseguró ella.

Se sorprendió a sí misma porque sonaba completamente convincente. Justo como una mujer a punto de comprometerse con el hombre de sus sueños.

Bueno, la parte de «hombre de sus sueños» era bastante cierta. Llevaba enamorada de su jefe, el jeque Sakir Al-Nayhal, cerca de tres años. Era un hombre inteligente, apasionado y absolutamente sexy. En pocas palabras, justamente su tipo. Pero, ¡ay!, él ni siquiera reparaba en ella más allá de su cerebro.

Rita era la mejor en su trabajo, una secretaria que no tenía precio, y Sakir la trataba como tal, con el mayor de los respetos. Pero nunca la consideraba más allá de una compañera de trabajo altamente competente. O al menos nunca había dado ninguna muestra de interés. Nunca le había pedido que se quedara a trabajar hasta tarde, salvo que, realmente, fuera para trabajar. No le había lanzado ni una mirada a las piernas ni una ligera sonrisa cuando se ponía algo un poco escotado, con la esperanza de que él lo percibiera.

Esa falta total de interés, aunque le resultaba deprimente como mujer, era lo que la había hecho escogerlo a él como su novio ficticio. Eso, y que él acudía muy poco a Paraíso; y además, justo en aquel momento tenía un almuerzo de negocios con Harvey Arnold en Boston, un almuerzo que ella misma había organizado dos meses antes.

–Aún no puedo creer que no lo conozcamos –añadió su padre con un suspiro–. No está bien.

–Será mejor que ahorres aliento, papá. Rita sabe lo que está haciendo.

Ava, la hermana mayor de Rita, se colocó junto a ellos.

–Escucha a mi dama de honor, papá. Dentro de poco la estarás conduciendo a ella al altar.

–Aún faltan tres semanas –dijo Ava, sonrojándose.

Rita observó a su hermana y después al impresionante hombre cheyenne sentado cerca del altar. Su abuela, Muna, estaba a su derecha y su recién reencontrada hija se sentaba feliz sobre su regazo. Rita sonrió y sintió una profunda paz. Lo había logrado. Aquel pequeño engaño había valido la pena. Ava había vuelto con el hombre al que amaba, su hija tenía por fin un padre y una familia que se quería, y la boda que debería haberse producido, y que nunca llegó a realizarse hacía cuatro años, sucedería en unas pocas semanas.

Rita apretó el brazo de su padre.

–Que comience la fiesta.

–Primero tiene que llegar el novio, hija.

–Vendrá con el pastor –dijo ella, restándole importancia.

«O más bien no.»

Se detuvieron a pocos pasos de la alfombra blanca que cubría el césped y llevaba directamente hasta el altar. Algunos invitados se volvieron para mirarla, y se hizo el silencio. Junto a ella, el cuarteto de cuerda esperaba atento, preparado para empezar a tocar.

Rita tomó aire profundamente, lo soltó despacio y sintió sus manos sudorosas. Lo único que deseaba era terminar con todo aquello, aunque fuera a quedar como la novia plantada.

–Ahí está el Reverendo Chapman –susurró Ava.

–Por todos los demonios –exclamó Ben, entornando los ojos–. Está solo ¿Qué diablos está pasando…?

Rita sentía su corazón desbocado por los nervios.

–Papá, por favor –le cortó Ava, mientras rodeaba a su hermana con el brazo.

Rita levantó la barbilla. Estaba preparada para oír los murmullos de sus amigos y familia al darse cuenta de que el novio no aparecía. Estaba lista para enrojecer y forzar sus lágrimas.

Estaba lista para salir corriendo avergonzada.

Justo en ese instante, apareció a lo lejos una figura masculina caminando decididamente, con el orgullo de un príncipe, y vestido con un caftán blanco, atravesando el césped para unirse al Reverendo Chapman.

Rita sintió que el corazón le daba un vuelco. Aquello no podía estar sucediendo. Era imposible.

Pero ahí estaba él. Su jefe, su novio ficticio y el hombre que la hacía derretirse por dentro. Sakir Al-Nayhal había llegado. Sin estar invitado y sin inmutarse.

Con el corazón en algún sitio entre su pecho y sus zapatos de satén blanco, Rita lo observó encaminarse hacia el altar. Le pareció más alto, más grande y desesperadamente guapo, con su piel oscura resaltando sobre la palidez de su caftán.

Entonces él se giró, contempló la alfombra y luego clavó sus ojos verdes en ella.

Ella tragó saliva con dificultad mientras la cabeza le daba vueltas y sentía que todo se iba abajo.

Sakir enarcó una ceja y le tendió una mano, como pidiéndole que se acercara a él.

–Vaya –susurró Ava–. No lo esperaba tan…

Con el pánico atenazándole la garganta, Rita maldijo para sí y murmuró:

–Y yo no lo esperaba, ni así ni de ninguna forma.

Capítulo Dos

Sakir la estudió atentamente, preguntándose si se daría la vuelta y saldría huyendo. Pero sabía que escapar no era propio de ella. Rita Thompson era la única mujer que él conocía que veía acercarse un conflicto y lo afrontaba. Disfrutaba luchando por lo que quería conseguir, buscaba desafíos continuamente. Por esas razones la había solicitado la primera vez para trabajar con él, y luego había insistido en que continuara a su lado en los proyectos posteriores.

Pero ese día no estaba buscando tener un conflicto con la hermosa mujer que tenía delante. Estaba allí por cuestión de negocios.

Necesitaba que Rita Thompson se casara con él y, aunque aquel día nupcial había comenzado como una farsa, él iba a hacer todo lo posible para asegurarse de que terminaba en una unión legal.

El cuarteto de cuerda comenzó a tocar suavemente la Marcha Nupcial. La música fue inundando el ambiente y se fue haciendo el silencio entre los asistentes, que fueron poniéndose en pie.

Rita continuaba mirando a Sakir con una mezcla de confusión y pánico. Y justo cuando él se preguntaba si tal vez ella lo sorprendiera y saliera huyendo, la vio tomar aire, agarrarse la falda y caminar hacia él.

Observó el vaivén de sus caderas y el movimiento de sus senos, generosos y pálidos bajo la luz del sol, mientras subían y bajaban al caminar.

¿Por qué aquella mujer tenía que estar tan bella?

A lo largo de los últimos años, raramente se había permitido el placer de contemplar a Rita Thompson. Ella era su empleada, y muy valiosa, además. Él no haría nada que supusiera el riesgo de perderla.

Pero a veces, por la noche, antes de dormir, no podía evitar imaginar a qué sabrían sus labios, cómo sería sentir sus curvas bajo él, cómo se volvería loca mientras él recorría la espalda con sus manos, subía hasta su cuello, y enredaba sus dedos entre aquel largo pelo caoba.

Sakir sintió la urgencia en su ingle y le invadió el deseo de poseerla, pero lo apartó de su mente. Así se sentía siempre que ella estaba cerca, y siempre se obligaba a sí mismo a responder con una fría indiferencia.

Rita era su secretaria, la mujer en la que confiaba por encima del resto de las personas. No importaba cuánto la deseara, sabía que tenía que reprimir su deseo si quería mantenerla a su lado.

Sakir esperó erguido mientras ella se le acercaba mirándolo molesta. La música terminó delicadamente y él le tendió la mano. Pero, tal y como esperaba, Rita no iba a ser fácil de apaciguar. La vio enarcar una ceja con expresión severa mientras mantenía los brazos pegados al cuerpo. Con la barbilla alta, se volvió al reverendo Chapman:

–Necesito hablar con mi… prometido un segundo.

–¿Ahora? –preguntó el religioso, frunciendo los labios.

–Ahora –respondió ella con firmeza.

Miró fijamente a Sakir y le susurró entre dientes:

–¿Podemos hablar, por favor?

Aquélla sí era la mujer que él conocía, pensó Sakir mientras reprimía una sonrisa. Rita no se metería en ningún asunto sin discutirlo, y se sentía complacido al comprobar que incluso en un momento como aquél, ella mantenía la cabeza fría.

–Por supuesto –respondió él, y le tendió la mano de nuevo.

Ella la miró como si fuera una serpiente venenosa y no la tocó. Se volvió hacia su padre, su hermana y los invitados y dijo tranquilamente:

–Perdonadnos unos instantes.

Los invitados se quedaron atónitos y sin duda intrigados por aquel extraño giro en los acontecimientos, pero Sakir percibió que Rita estaba demasiado preocupada para darse cuenta. Se había apartado de él rápidamente, y lo esperaba impaciente en la orilla del lago.

Cuando llegó a su lado, ella se giró y clavó su mirada en él, apartándose el velo de la cara.

–¿Qué demonios crees que estás haciendo? –le preguntó ella, casi fuera de sí.

–¿No debería preguntarte yo lo mismo? –inquirió él, manteniendo la calma.

–Deberías estar en Boston –afirmó ella, eludiendo la cuestión.

–Cuando me enteré de que iba a casarme, volví a casa rápidamente.

Ella bajó la vista y se mordió el labio inferior.

–Me pareció apropiado acudir a mi propia boda –explicó él, encogiéndose de hombros.

De nuevo, ella se desvió del tema principal.

–¿Quién me ha traicionado? ¿Sasha? No, seguro que ha sido Greg. Siempre ha sido un lameculos.

–Eso no importa, Rita.

–A mí sí me importa.

–Tengo la política de saber qué hacen mis empleados. En todo momento. Sobre todo si yo estoy involucrado en lo que están haciendo.

Ella entornó los ojos y se acercó un poco más a él.

–¿Has estado espiándome, Sakir?

Su dulce fragancia lo envolvió y sintió la urgencia de tomarla en sus brazos y besarla apasionadamente, pero se contuvo.

–No, no he estado espiándote. Pero parece que tendría buenas razones para hacerlo. ¿De qué va todo esto, Rita?

Ella desvió la mirada. Se sentía horriblemente mal y sólo quería tumbarse en la hierba y llorar. Su plan perfecto acababa de explotarle en las narices. Y el hombre que tenía delante, aquel increíble hombre vestido con ropas tradicionales de su país, era quien había prendido la mecha. Y no parecía dispuesto a retirarse. Sakir era un hombre que no bromeaba con los asuntos serios. Seguramente, le había dejado un margen a ella hasta aquel momento, pero empezaba a cansarse, podía verlo en aquellos labios perfectos apretados por la irritación.

Sintió que no tenía más opción que confesar.

–Necesitaba lograr que mi hermana, Ava, y mi sobrina volvieran a Paraíso.

–¿Por qué motivo? –preguntó él, cruzando los brazos por delante de su ancho pecho.

–Bueno… por motivos románticos.

–¿Por romanticismo?

La palabra salió de su boca con una delicada sensualidad, y Rita sintió que su cuerpo respondía.

–Quería reavivar la llama de su primer y único amor. Esta boda era la única forma de hacerla volver a casa y lograr que su hija conociera por fin a su padre –confesó, y se encogió de hombros–. Bueno, no se me ocurrió otra manera de conseguirlo.

–Ya veo –respondió él.

–Pero entonces tuviste que aparecer tú… –continuó ella, haciendo un gesto displicente.

«… tan alto, tan guapo, tan impresionante y tan impasible.»

Él soltó una carcajada.

–Tu prometido debería acudir a su boda, ¿no crees?

–No te comportes con tanta suficiencia, Sakir, ¿quieres? Se suponía que no iba a haber boda ni prometido. Era todo imaginario. Tuve que escoger a un hombre, a cualquiera.

–Pero no fue cualquiera a quien escogiste, ¿no, Rita? –preguntó él, acercándose lo suficiente como para que ella percibiera el calor que desprendía su cuerpo.

–No.

–¿En algún momento te paraste a considerar qué pensaría de mí la gente de esta ciudad cuando yo no acudiera a mi propia boda? ¿Cuando dejara plantada a una mujer frente al altar?

Rita se quedó inmóvil, con la pregunta resonando en su cabeza. La vergüenza la envolvió. No, no había caído en eso. No había pensado en nada ni nadie más que en su hermana y su sobrina.

Levantó la vista y miró hacia los invitados, que se habían juntado en grupos y hablaban entre ellos sin disimular su perplejidad.

–No, no pensé en la reacción de la ciudad. No pensé en ellos y no pensé en ti –reconoció ella con sinceridad, mirándolo a los ojos–. Lo siento.

–Acepto tus disculpas.

–¿Las aceptas? –preguntó ella, atónita.

–Sí.

Eso era muy generoso por su parte, pero, después de todo lo que había hecho ella, la actitud de Sakir le resultaba algo sospechosa.

–¿Entonces no vas a despedirme?

–No.

Rita se vio invadida por la inquietud.

–Pero no has venido sólo para eso, no has aparecido ante toda esa gente sólo para lograr una disculpa por mi parte.

–No, lo confieso. Tengo algo que pedirte, Rita –comenzó él, cautelosamente.

La inquietud se transformó en recelo.

–Quiero proponerte un negocio.

–¿Un negocio?

Ella volvió a mirar hacia la multitud expectante. Aquello era una locura, estar ahí con su novio fingido, hablando de negocios. ¿Cómo había permitido que las cosas se le fueran tanto de las manos? ¿Cómo se lo explicaría a sus amigos y familia?

–¿Y ese negocio tuyo no puede esperar? Debo volver y explicar todo este lío a mis invitados.

–No, no puede esperar –respondió Sakir tensamente.

–Muy bien, ¿de qué se trata?

Él tomó aire profundamente y elevó la barbilla.

–Primero, debo preguntarte si estás interesada en asociarte conmigo. Te ofrezco ser socia de AlNayhal Corporation por mantenerte casada conmigo durante tres semanas.

Rita enmudeció de la sorpresa.

–Estás chiflado –dijo, y se le escapó una risita de emoción–. Tienes que estar bromeando.

–No bromeo. Debo volver a mi país durante tres semanas, y te necesito a mi lado como mi esposa. Este pequeño plan tuyo me dio la idea. Estar casado es símbolo de estabilidad e invita a la confianza, y eso, aunque para mí no sea importante, sí lo es para los hombres de negocios de mi país.

Rita sólo lo miraba y lo escuchaba, esperando que en cualquier momento confesara que todo era una broma, pero no lo hizo. Continuó explicándole su idea.

–Me han pedido que acuda para asesorarlos sobre los pozos de petróleo de Emand. Quiero que todo sea perfecto y llegaré hasta donde sea para asegurarme de que así sucede.

Ella contempló su hermoso rostro y sus ojos brillando de determinación.

–No lo termino de entender. ¿Por qué es tan importante para ti?

La pasión de su mirada se transformó en hermetismo.

–Eso es asunto mío.

–Pero lo estás haciendo mío también, Sakir.

–Una vez volvamos de Emand, podemos disolver el matrimonio; nadie saldrá dañado, y tú te convertirás en mi socia.

Rita no entendía nada.

–Esto es una locura. Mira, si fingir que estamos casados es tan importante para ti, puedo ir contigo como tu esposa. Es lo menos que puedo hacer después de este montaje. Pero no tenemos por qué estar casados legalmente.

–Para la gente de mi país sí es necesario –contestó él, absolutamente serio.

–¿Y cómo lo sabrían?

Él cerró los ojos.

–Mi hermano se enteraría.

–¿Tienes un hermano?

Él no respondió.

–Entonces, ¿aceptas mi oferta?

¿Que si aceptaba su oferta? Tendría que estar loca para aceptar algo así. Estar casada durante tres semanas con un hombre al que no amaba por convertirse en socia de su empresa…

Por otro lado, una parte de ella tenía tantas ganas de viajar, de experimentar un tipo de vida distinto… y tal vez poder tumbarse en la cama de Sakir y lograr que la viera como mujer por primera vez. Esa parte de ella gritaba la palabra «sí» dentro de su confuso cerebro.

–No tenemos licencia de matrimonio –comenzó ella.

–He conseguido una.

–¿Qué? ¿Cómo…? –se detuvo y sacudió la cabeza–. Déjalo, ya sé cómo.

El dinero y el poder podían lograr cualquier cosa.

–No te confundas en cuanto a mis intenciones, Rita –dijo él, mirándola fijamente–. Esto es una cuestión estrictamente de negocios. Lo juro. No habrá contacto –afirmó, apretando la mandíbula–, ni intimidades.

Rita dejó escapar aire como si se quitara un peso de encima: él proponía un asunto estrictamente de negocios; quería sacar un trabajo adelante y, como era habitual, le había pedido a su fiel secretaria que lo ayudara. Así de simple.

–Entonces, ¿aceptas?

«Y por qué no», pensó ella. Quería convertirse en socia. Quería viajar. Quería salir de Paraíso, y sólo iban a ser tres semanas de trabajo.

–Acepto.

–Bien –respondió él.

Rita no esperó a cerrar el trato con un apretón de manos. Se giró y comenzó a caminar hacia los invitados y el reverendo. Pero de repente, se paró y volvió la vista atrás.

–Debo advertirte, ya que vas a ser mi marido, de que fuera de la oficina no soy tu secretaria y puedo ser un poco difícil de manejar.

Un destello de diversión brilló en los ojos verdes de Sakir.

–Ya lo sé. Pero al igual que tú, yo nunca he salido huyendo de un desafío.

Capítulo Tres

Él no era ningún defensor del matrimonio.

A Sakir, la idea de estar atado, capturado o de pertenecer a alguien, lo enfurecía. Pero el pensamiento de perder el mayor contrato de su carrera, un contrato que además provenía de su país, le impedía ver otra cosa que no fuera la victoria y la compensación que llevaba buscando tantos años.

Asintió a la pregunta del reverendo y dijo:

–Lo prometo.

Y, sin que nadie se lo dijera, se inclinó hacia delante y le dio un rápido beso a su hermosa secretaria. Tenía que ser rápido: aquella mujer lo tentaba demasiado para rendirse ante un beso lento, cálido y profundo. Y, después de todo, le había prometido que se mantendría impasible.

Con una sonrisa tranquila, tomó la mano de Rita, la puso sobre su brazo y la condujo por la alfombra blanca, mientras los invitados gritaban felicitaciones y les lanzaban pétalos de rosa. Sakir rió. Diez minutos antes, esa gente estaba inquieta, puede que incluso apenada, porque creían que la novia iba a cancelar la boda.

Pero no lo había hecho. Se había casado con él.

Mientras caminaban hacia el hotel, la agarró de la mano. Estaba fría y temblorosa. Empezaba a darse cuenta del alcance de lo que acababa de hacer. Ahora tendría que mantenerlo frente a sus amigos y su familia, mentir sobre por qué se había llevado a su prometido aparte y fingir que estaba profundamente enamorada. No era un papel sencillo.

A los pocos segundos de entrar en el edificio profusamente decorado, Rita fue requerida por un grupo de mujeres. Desde la parte posterior del edificio, Sakir vio cómo la urgían a lanzar su ramo de novia, sonrió al verla bromear con ellas y reír abiertamente, y la contempló darse la vuelta por fin y lanzar el ramo por encima de su hombro.

–Es un buen día, ¿no, hijo?

Hijo