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Cuáles son los condimentos del fenómeno editorial que revolucionó las ventas y se convirtió en una de las sagas más exitosas de todos los tiempos. Descubra cómo se entreteje un relato que actualiza las historias de vampiros, logra que millones de jóvenes se apasionen por la lectura, se conviertan en fanáticos seguidores y luego colmen las salas para ver la adaptación cinematográfica.
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Seitenzahl: 43
Veröffentlichungsjahr: 2015
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Introducción
Uno de los fenómenos editoriales sobresalientes del siglo en ciernes ha sido la edición de los cuatro tomos de la saga Crepúsculo, de la novelista norteamericana Stephenie Meyer.
Las cuatro entregas describen en su título la probable trayectoria del sol desde su puesta hasta su salida, metaforizando lo que la tradición literaria y la leyenda indica como horario activo en el accionar de un vampiro. Sus partes y sus años de publicación son: Crepúsculo (2005), Luna Nueva (2006), Eclipse (2007) y Amanecer (2008).
La saga lleva vendidas más de 100 millones de copias en todo el mundo, fue traducida a 37 idiomas y ha sido récord de ventas en su país de origen en los años 2008 y 2009. Pero tratándose de una novela dirigida al público juvenil, muchos opinan que es apenas una operación comercial exitosa, cuyos tímidos valores literarios no se corresponden con el número de los ejemplares vendidos.
Para recorrer el análisis del fenómeno repasaremos algunos de los detalles que rodean a la creación de estos textos.
Litigio entre calidad y éxito
No es sencillo dirimir cuál es el límite que una obra debe superar para que sus cualidades literarias sean dignas de admiración. Existe en el juicio crítico un criterio prepotente, que a veces no suscribe los valores diversos de lo literario, y no tiene en cuenta que cada libro se basa en fuentes incomparables y en objetivos heterogéneos.
El valor de una obra se sopesa generalmente por sus atributos estéticos. Si es así, el caso de una novela necesitará de un autor que maneje un audaz equilibrio entre la tradición y la ruptura, que logre una síntesis cuyo objeto fundamental es dar la sensación de que estamos frente a algo nuevo. Los especialistas aseguran que la originalidad no consiste en descubrir una forma estilística completamente diferente, sino en hallar la fusión de elementos conocidos pero nunca antes asociados.
En una instancia primigenia, el escritor puede o no fijar una meta comercial para su obra. Finalmente, escribirá lo que puede, lo que sus tensiones internas le sugieren. Son pocos los que logran un buen caudal de ventas, ya que la subjetividad creadora no siempre está alineada con el consumo del lector, sometido a modas y a tendencias que no muchas veces lo guían en el sentido de la calidad literaria. Hay algo innegable: la mayor parte de los grandes fenómenos literarios fueron producto del azar.
Un segundo paso incluirá al editor, quien aportará su propia subjetividad a la tentativa, y buscará sumarse a las tendencias implementando estrategias de marketing según su propia lectura del mercado, es decir, de lo que supone la gente quiere leer.
Una instancia posterior inevitable es la participación de la crítica, en gran parte acostumbrada a la dádiva fácil, a lo establecido y a la desconfianza por lo nuevo. Pocos escritores sobreviven a las consideraciones de la lectura especializada.
Pero el éxito sólo será fijado por el último eslabón de la cadena: el juicio soberano del lector, que premiará sin considerar atributos estéticos preliminares, sino en función de su propia sensibilidad, compuesta de su experiencia literaria, su curiosidad morbosa, su deseo de visitar nuevos mundos, su voluntad de vuelo, y por supuesto, su dependencia y exposición a los medios, y finalmente, su propia rebelión o aceptación sobre los parámetros establecidos.
El mejor vendido
Este panorama hizo crecer durante el siglo XX un género literario mayormente aplicado a la novela, que no tiene que ver con la forma del relato ni con los atributos estéticos, sino con el número de ejemplares vendidos: el bestseller.
El negocio editorial no sólo transforma en millonarios a escritores –buenos o no tanto– sino que los impulsa a repetir sus estrategias y escribir más de lo mismo. Premia de algún modo al exitoso, proporcionándole tiempo y dinero para continuar escribiendo, sin que tenga ya importancia la calidad de lo que escribe, sino su potencial recompensa. Es este sistema el que ha encumbrado a novelistas como Irwing Wallace, Morris West, o Sidney Sheldon, cuya talla literaria es sobresaliente, pero no puede compararse con maestros del relato, como William Faulkner o Thomas Mann.
Es claro que a los amantes de la literatura siempre los ha consternado que algunos textos populares, de calidad muchas veces inferior, se vendieran mejor que las obras de autores de gran talento. Esto no significa que estos amantes de la literatura no hayan caído en la tentación de leer textos aparentemente menores, y hasta disfrutado de ellos.
Todo escritor prefiere ser recordado al menos por una gran obra, que de ser posible contenga todos los atributos de la excelencia: buenos personajes, una historia intensa y atrapante, un entramado complejo y llamativo, un lenguaje preciso, ni incomprensible, ni vulgar. Y, sobretodo, por debajo de las palabras, un gran mundo vivo que invite a muchas interpretaciones y proponga al lector una participación activa.
Sucede que las obras que tienen estos atributos no siempre se corresponden con la venta masiva. La llegada del éxito es algo realmente difícil de programar, los parámetros de consumo son inquietos en un medio que corre a una velocidad desmedida ya no solo en papel, sino también en bites.
La fórmula aprovechada
El nacimiento del nuevo siglo ha traído otro hábito derivado de la misma tendencia comercial: la llamada saga