99 nombres de Dios - David Steindl-Rast - E-Book

99 nombres de Dios E-Book

David Steindl-Rast

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Beschreibung

El encuentro con los nombres de Dios en el islam puede ser hoy de suma importancia. Ocuparse con estos nombres desde una actitud llena de veneración es expresión de una disposición al entendimiento. Y, ¿qué podría ser más necesario hoy que eso? Para el hermano David Steindl-Rast, la riqueza de la existencia comienza cuando descubrimos que, a cada momento, la vida nos es regalada de nuevo en toda su diversidad. En este libro, este místico mundialmente reconocido se aproxima a los «99 bellos nombres», Asma'ul Husna, con los que la tradición islámica circunscribe la esencia de Dios. Tanto los nombres más familiares como los menos conocidos nos invitan a un fascinante viaje de descubrimiento: el que Libera, el que Guarda, el que Abre, el Sutil… En este texto, el autor elucida la significación que adquieren estos atributos divinos en nuestra vida diaria. Los 99 nombres de Dios realiza una indagación poética única sobre un tema espiritual que hasta ahora apenas había recibido atención en el ámbito cristiano. El texto se presenta acompañado de una serie de caligrafías artísticas que han sido creadas expresamente para este libro.

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David Steindl-Rast

99 nombres de Dios

Meditaciones

Caligrafías de Shams Anwari-Alhosseyni

Traducción deAlejandro del Río Herrmann

Herder

Título original: 99 Namen Gottes

Traducción: Alejandro del Río Herrmann

Diseño de la cubierta: Ferran Fernández

Edición digital: José Toribio Barba

© 2019, Tyrolia-Verlag, Innsbruck-Viena

© 2021, Herder Editorial, S. L., Barcelona

ISBN ePub: 978-84-254-4506-4

1.ª edición digital, 2021

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com).

Herder

www.herdereditorial.com

La palabra Dios…

… proviene del descubrimiento más cargado de con­secuencias de la historia humana: es un artefacto prehistórico, aún hoy incandescente por el fuego en el que fue forjado en la fragua de la experiencia mística. Lo que ahí alumbró las mentes de nuestros antiquísimos antepasados, en el umbral de la humanización, fue la inteligencia de que estamos en una relación personal con el insondable misterio de la vida —del todo, de la realidad—, la evidencia de que podemos invocarlo porque él nos convoca. El significado del «vocar» caracteriza la raíz lingüística de la palabra Dios. No es un nombre, sino que señala nuestra relación con lo carente de nombre; no es la designación de un ser cualquiera, sino que señala el origen, el originario brotar de todos los entes del no-ser al ser. Es, así, una palabra cuya inmensa tarea estriba en señalar el misterio.

«Misterio», en este sentido absoluto, no es un concepto vago, sino que significa aquella realidad profundísima que jamás podremos captar pero sí com­prender si nos dejamos capturar y cautivar por ella. Todos sabemos la diferencia entre captar y comprender gracias a nuestra experien­cia de la música: no es posible captar conceptualmente su esen­cia, ni aprehenderla intelectualmente, pero, no obs­tante, podemos comprenderla en el instante mismo en el que la música nos cautiva. Ser cautivado permite una comprensión, una inmersión, que va mucho más allá de aquel captar que aborda las cosas desde fuera. La vivencia que así hacemos de la música es trasladable al misterio. Precisamente, cuando somos cautivados por la música, a menudo puede cautivarnos el Gran Misterio; pero también cuando tenemos cualquier otra experiencia cautivadora; pues el Gran Misterio es fondo y hondura primigenia de todo lo que experimentamos.

Cuando somos cautivados nos quedamos sin palabras. Bajo la alta bóveda del cielo estrellado, enmudecemos. La naturaleza libre, en toda su magnitud, se nos aparece como algo grandioso. Otra cosa es cuando la vemos a través de la ventana. Se nos aparece entonces familiar y abarcable. A través de los nombres de Dios contemplamos el misterio imponente como a través de ventanas; nos de­jaría sin pa­la­bras si no. La capacidad de concepción humana de­termina la forma de estas ventanas y limita su tamaño. Ninguna de ellas puede mostrarlo todo, ninguna muestra exactamente la misma imagen. Ya solo por eso es algo incitante conocer los nombres de Dios de otras tra­diciones religiosas. Hoy se añade aún otra razón de peso: con demasiada frecuencia se enfrenta una visión parcial a otra, un nombre al otro… hasta el mutuo derramamiento de sangre.

Para los cristianos podría ser de gran importancia el encuentro lleno de veneración con los nombres de Dios en el islam. Ya el solo hecho de ocuparse de ellos puede significar una disposición al entendimiento. ¿Y qué podría ser hoy más necesario que la disposición al entendimiento? La supervivencia de todos nosotros podría depender de ello.

Siento un inmenso agradecimiento por este libro, ahora que lo tengo en mis manos. Mi amigo Shams Anwari-Alhosseyni, con sus magistrales caligrafías, ha hecho de él un libro más valioso de lo que yo podía imaginar. Quien siga mis meditaciones con el corazón y con el intelecto ahora puede también contemplar con sus ojos el mensaje callado de los signos gráficos. Este volumen ha devenido así, en un doble sentido, un libro de meditación. La alegría de la contemplación contribuye en no escasa medida al diseño atractivo de este libro. Doy por ello las gracias a todos los colaboradores de la editorial Tirolya, en especial al diseñador gráfico, Martin Caldonazzi, como también a mi editor y amigo, Klaus Gasperi, a quien, aparte de sus útiles consejos sobre el texto, debemos también el grafismo que ilustra cada una de las páginas. Agradezco asimismo sus valiosas indicaciones a Maria M. Jaoudi-Smith, Brigitte Kwizda-Gredler, Reinhard Nesper junto con Heidimaria Stauber, Hortense Reintjens-Anwari y Alberto Rizzo junto con Lizzie Testa. El consejo y el ánimo de estos fieles amigos me han servido de apoyo constante en mi trabajo a lo largo de una década.

Este libro de meditaciones está dedicado a aquellas personas, sean cuales fueren sus convicciones religiosas, que se atreven a penetrar, a través de las puertas de los distintos nombres de Dios, en el misterio único sin nombre que nos une.

Hermano David Steindl-Rast, OSBHacienda La Güelta de Areco, en Azcuénaga,La Pampa, Argentina

1

Ar-Raḥmān

El Compasivo

«Todo es gracia», dice Agustín: todo nos ha sido obsequiado. De esta comprensión brota una fuente de gozosa gra­titud y de agradecido gozo. Pero tener realmente la evi­dencia de que todo, de que verdaderamente todo lo que hay es obsequio, presupone que reconozcamos con gozo que por nuestras propias fuerzas no tenemos nada. Como la tierra en barbecho que ha de esperar a ser arada, rastrillada y sembrada, como un campo que está enteramente a expensas de la lluvia y de la luz del sol, así estoy yo, desde que nací, encomendado a otros y dependo de circunstancias de vida que no controlo en absoluto. Es más, el hecho mismo de que yo exista es un puro obsequio. Puede convertirse para mí en una fuente inagotable de alegrías siempre que, una y otra vez, haga por recordarlo. Por eso nos conmina Matthias Claudius a «cantar a diario»:

Doy gracias a Dios y me regocijo,como el niño con el presente navideño,de que ¡soy, soy! Y de que te tengoa ti, hermoso rostro humano.

De este acto de sopesar lo pobre que soy por mí mismo, crece entonces la alegría por el hecho de que el Compasivo colma la pobreza de quienes reconocen su pobreza con sobreabundante riqueza. Esta evidencia nos pone entonces en disposición, es más, nos hace ansiar obsequiar a otros tomando de la plenitud de lo que nos ha sido obsequiado. Tantas veces como llamamos a Dios el Compasivo y somos conscientes de que todo es gracia y compasión, crece en nosotros el deseo de compadecernos de otros y de obrar compasivamente con todos los que necesitan compasión.

¿Qué es para mí lo más valioso de todo lo que se me ha obsequiado? ¿Qué es lo que, de ello, puedo obsequiar a otros? ¿Acaso no es mi alegría de vivir el obsequio más grande que puedo hacer a todos aquellos con los que me encuentro?

2

Ar-Raḥīm

El Misericordioso

Quien da a Dios este segundo nombre, en puridad no añade nada al primero, sino que solo lo aplica, con plena conciencia, a la propia relación con Dios: Dios el Compasivo es, por lo que a mí hace, el MISERICORDIOSO. Dios me mira como una madre mira a su hijo. La madre ve, junto a lo bueno, con toda claridad también lo que todavía no es bueno, y se compadece. Esto es, su corazón de madre siente el dolor que el niño se causa a sí mismo cuando le rehúsa algo a la vida. Pues «bueno» quiere decir «afirmador de vida», y solo lo que (todavía) se opone al despliegue armonioso de la vida ha de ser llamado «malo».

El corazón de la madre siente, por tanto, el dolor del que acaso el propio hijo apenas todavía es consciente… y sufre. Solo las madres conocen esta clase de compasión. Es como otra especie de dolores de parto. Igual que los primeros dolores una vez le obsequiaron al hijo la vida, así ahora esta compasión quiere obsequiarle al hombre la plenitud de vida. Los ojos de la madre lucen con luz alentadora, una luz que infunde más valor de lo que podrían hacerlo las meras palabras de ánimo.

Sucede lo mismo con la mirada maternal de Dios: no embellece nada, pero tampoco lo juzga. Me anima y crea un espacio para que yo pueda crecer en él: un espacio en el que todo lo que todavía no es bueno puede desenvolverse plenamente en lo bueno. Solo el Misericordioso consigue que mi corazón pueda florecer así.

¿No debería ser posible para mí mirar hoy, con mis propios ojos, todo lo que todavía no es bueno con ojos maternales? Cuando lo logro, vivo a menudo un sorprendente verdecer y florecer de todo en lo que mi mirada hace lucir la luz de la misericordia. Se muestran soluciones creadoras completamente nuevas. ¿No quieres tú también intentar ver en lo «malo» lo que todavía no es bueno?

3

Al-Malik

El Rey

Llamar REY a Dios es peligroso en un doble sentido. Por una parte, podría sugerir que se le prestan a Dios atributos que con frecuencia caracterizan a los reyes de este mundo. Esto sería un craso error. Los reyes se vanaglorian, pero Dios obra en lo oculto. Los reyes oprimen, Dios otorga autoridad. Los reyes fuerzan la obediencia, Dios obsequia la libertad.

El título de rey es símbolo de la autoridad suprema en el sistema de poder cuyos fundamentos amenazan con destruir nuestro mundo. Por este segundo motivo es aún más peligroso dar a Dios el nombre de REY. Si lo hacemos sin pensar, entonces con demasiada facilidad nos volvemos insensibles a la contradicción que existe entre dos sistemas de poder, el regio y el divino. Pero la contradicción entre ambos es absoluta.

El sistema de poder del que procede el nombre de Dios REY, hoy en día lo conocemos demasiado bien por la experiencia cotidiana dondequiera que vivamos en este mundo. Es la pirámide de poder de nuestra sociedad, consistente en innumerables pirámides de poder más pequeñas del mismo tipo. Todas ellas se caracterizan por la violencia, la rivalidad, la opresión y la explotación. Quienquiera que ocupe la cúspide, ese es rey.

Pero, a diferencia de esto, ¿de qué conocemos el ejercicio divino del poder? Lo adivinamos por el orden del universo y por la acción del Gran Misterio, al que en la naturaleza llamamos Dios. Ahí encontramos, en lugar de una pirámide de poder, una red de redes; en lugar de violencia, una conspiración en beneficio del conjunto. También aquello que, en un primer momento, nos puede parecer una competición brutal se integra con el todo y contribuye a un equilibrio armónico. En vez de rivalidad y opresión, encontramos un recíproco dar y tomar, y en lugar de explotación, compartición. En el universo, Dios es REY en el sentido de un poder ordenador que todo lo vivifica. Pero no podemos de ningún modo borrar la diferencia entre estas dos formas de poder.

O Dios es REY o lo son los poderosos de este mundo. Quien llama REY a Dios —y se conduce en consonancia—, ese desafía con toda radicalidad al sistema de poder existente y discute a los poderosos, en último término, su poder. Hay sitios donde esto puede costarle a uno la vida, pero casi en todas partes esta actitud amenaza el propio prestigio en la sociedad. Llamar REY a Dios exige valor: el coraje para establecer un orden del mundo completamente nuevo.

¿Es Dios mi REY o son para mí la máxima autoridad, a fin de cuentas, mi jefe y el sistema de poder imperante?

4

Al-Quddūs

El Santo, el Perfecto, el Puro

En vivencias cumbre de la vida, como cuando se participa en la experiencia del nacimiento de un niño, se asiste a un concierto excepcional, se disfruta de un día magnífico en la alta montaña o se contempla la clara noche estrellada bajo la bóveda del cielo, los seres humanos podemos sentir la fascinación y el estremecimiento producidos por una presencia que nos impone respeto. Podemos entonces llamar a ese Tú misterioso, que en estas ocasiones nos sale al encuentro, el SANTO.

Cuando algo produce en nosotros a un tiempo fascinación y estremecimiento, decimos que es santo. Al pequeño que juega en la playa, se le debe aparecer así el mar cuando corre hacia el agua, dando chillidos de alegría, pero luego huye enseguida en cuanto se le acerca una ola espumeante. De adultos podemos experimentar cosas parecidas cuando una visión santa, como, por ejemplo, la silueta de la pirámide de Keops dibujada en el cielo nocturno, nos arrebata, pero al mismo tiempo nos infunde, a causa de su sublimidad, una especie de angustia.

La nobleza interior de un ser humano puede medirse exactamente por lo perdurable de la impresión con que la santidad toca su alma. El entusiasmo del encuentro con lo sublime puede provocar en nosotros una especie de nostalgia: quisiéramos nosotros alcanzar esa misma nobleza y vivir con la misma autenticidad. Esta aspiración a una pura autenticidad puede ser el comienzo de una vida santa, esto es, salva. Lo que une lo salvo y lo santo es el concepto de una integridad auténtica, sin quebranto.

El SANTO es a un tiempo el Sanador, el Misericordioso del anterior nombre de Dios. Santidad y misericordia van juntas. Esto no debemos olvidarlo nunca. En el encuentro con el SANTO no solo tomo conciencia de mi propia imperfección, sino, sobre todo, de la gracia de que el Perfecto, el Puro, se vuelva hacia mí —sí, hacia mí, tal como soy— y me santifique. Obsequiar a mi vez esta misericordia a todos los que encuentro, tal es la verdadera pureza, la verdadera santidad, la verdadera veneración del SANTO. Del mismo modo que el cristal puro de una ventana deja penetrar a raudales la límpida luz del sol, puedo yo dejar que la misericordia del SANTO se derrame a través de mí.

¿Qué ocasión se me brinda hoy de honrar al SANTO dejando que la misericordia luzca con toda su pureza a través de mí? Sí, se me ha asignado a mí esta tarea de veneración. Así pues, ¿hacia qué o hacia quién podría yo hoy derramar, a través de mi conducta misericordiosa, los rayos sanadores del SANTO?

5

As-Salām

La Paz, la Fuente de la paz

¿Qué es «paz», en realidad? ¿Acaso no es lo que la filosofía occidental de la Edad Media entendía por este concepto, tranquillitas ordinis, la quietud que brota del orden? Naturalmente, no debemos pensar aquí en la paz de los cementerios, como tampoco en un doctrinario «¡Que haya orden!». La PAZ se parece más a la quietud dinámica de la llama de una vela que arde apaciblemente y está enraizada en ese orden omnicomprensivo cuyo principio ordenador es el amor; el amor como el sí vivido a la pertenencia recíproca de todos con todos.

La paz así entendida designa mucho más que un periodo histórico sin guerra. La verdadera PAZ significa el armonioso despliegue de toda la plenitud de la existencia. Del mismo modo que en la música el talento de un compositor es capaz de unir en una armonía superior los acordes disonantes con los consonantes, así también la PAZ divina salva y reconcilia todas las contradicciones. Incluso la discordia y la concordia están de consuno al servicio de un todo más alto. Desde esta perspectiva, podemos llamar a Dios la PAZ.

Y esta paz podemos experimentarla no solo en épocas de calma, sino precisamente también cuando en la vida personal y en la vida pública «de un rayo otro rayo se desgarra», como canta Joseph von Eichendorff:

¡Agita las flamígeras alas!

Cuando de un rayo otro rayo se desgarra:

como en los estribos del corcel

se afianza, caballeresco, mi espíritu.

Murmullos de bosque, centellas de tormenta,

ellos liberan el alma:

arrobada saluda entonces

lo verdadero, serio y grande.

Lejos se embarcan los pensamientos

como en el anchuroso mar,

igual que las olas se agitan:

más se hinchan las velas.

Señor Dios, tu voluntad vigila,

ya pasen día y goce,

mi corazón así se aquieta

y no sucumbirá.

Cuando siento que «mi corazón así se aquieta» es que he encontrado mi embarcadero personal para alzar velas adentro de la PAZ de Dios. Aunque se agiten entonces las olas y las velas se hinchen, ¿dónde, en el día a día, puedo encontrar tales embarcaderos? Es fácil pasarlos por alto y, sin embargo, qué valioso es descubrirlos.

6

Al-Mu’min

El Fiable, el Dispensador de seguridad

Creer, en el sentido más profundo, no significa tener algo por verdadero; creer significa fiar en Dios como el FIABLE. En el hebreo bíblico, una misma palabra designa el carácter fiable de Dios, firme como la roca, y nuestra confianza creyente en Él. Esta palabra, emuná (), proviene, al igual que la palabra Al-Mu’min, el FIABLE, de una raíz cuyo significado fundamental es «firme, estable, fiable». La palabra amén procede también de esa misma raíz y es, en cierto modo, el sello que nuestra fe imprime a esta reciprocidad de fiabilidad divina y humano fiarse.

Así pues, no es tampoco ninguna casualidad que para las tres tradiciones que se remiten a Abraham como padre de la fe, amén se convirtiera en una palabra completamente central. Cuando las tres tradiciones del amén —la judía, la cristiana y la islámica— dicen «amén», confiesan su fe en Dios el FIABLE, su fe común. Así, el salmo 41 termina con un enfático «amén»:

¡Alabado sea el Señor, Dios de Israel,por los siglos de los siglos! ¡Amén! ¡Sí, amén!

Hay un cántico cristiano que une con toda justicia el «amén» con la fidelidad de Dios. Empieza así:

Amén, amén, solo aménsale de la boca del fiel Dios.Por toda la eternidad tiene el nombrede fundamento de toda verdad.

Y en Muhamad al-Bujari, un comentarista del Corán del siglo IX, leemos: «Cuando el imán diga amin, decid amin, porque cuando su amin coincide con el amin de los ángeles, le son perdonados los pecados pasados».

¿Tengo conocidos de alguna de las otras tradiciones del amén? ¿Podría quizá encontrar hoy ocasión para hablar con uno de ellos de lo íntimamente que la palabra amén nos une en nuestra fe? Si solo conozco a personas de mi propia tradición, ¿cómo puedo conocer a alguien de otra tradición? Pues es esto lo que la presente situación del mundo exige.

7

Al-Muḥaymin

El Custodio y Guardián

¿De qué me custodia en realidad Dios, el CUSTODIO? No, desde luego, de los golpes del destino. Esos a todos nos alcanzan, tanto si nos encomendamos a la protección divina, como si ni siquiera se nos pasa por la cabeza la idea de un Dios protector. Y, sin embargo, todos aquellos que en el calor de las situaciones más dificultosas de la vida se cobijan a la sombra de Dios dan testimonio de que esto despeja la cabeza y alivia el ánimo. Pero ¿en qué consiste la diferencia?

Nos sepamos o no protegidos por Dios, las circunstancias externas no cambian; lo que se afianza es la actitud interna de confianza. Y no porque acaso nos engañemos a nosotros mismos o nos metamos algo en la cabeza. No. La confianza en la custodia de Dios se afianza porque nos preserva de la desesperación.

La desesperación nos vuelve ciegos a las posibilidades que, pese a todo, aún permanecen abiertas ante nosotros, mientras que la confianza nos abre los ojos y nos permite descubrir salidas insospechadas. De este modo, Dios de­muestra ser, con toda virtud, el CUSTODIO. Dios no obra en nosotros desde fuera, sino desde la más íntima profundidad del misterio, en el cual nuestra vida se enraíza.

¿Qué persona de mi entorno lo está pasando ahora especialmente mal y necesita protección? No se trata de hablarle del CUSTODIO, sino de penetrar juntos y en silencio en la sombra protectora del misterio divino.

8

Al-‘Azīz

El Todopoderoso,el Venerable

De nuevo es este un nombre de Dios que fácilmente podría llevarnos a confusión. Ya solo con la palabra poder,