A favor del viento - Emociones turbulentas - La mejor venganza - Kimberly Lang - E-Book

A favor del viento - Emociones turbulentas - La mejor venganza E-Book

Kimberly Lang

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Beschreibung

A favor del viento Se había quedado embarazada de un salvaje y libertino millonario Ally Smith había roto con su novio por egoísta e infiel, pero no estaba dispuesta a desperdiciar la luna de miel en el Caribe que había pagado por adelantado. Mientras intentaba salvar sus vacaciones, conoció al apuesto y seductor Chris Wells y se arrojó de cabeza a una tórrida aventura veraniega sin sospechar que se trataba de un empresario multimillonario y una leyenda viva en el mundo de la navegación. Pero los recuerdos y consecuencias de su breve romance no se borraban tan fácilmente como un bronceado, y al volver a casa descubrió que aquel magnate de los barcos y amante de los retos en alta mar la había dejado embarazada. Emociones turbulentas ¿Problemas en el paraíso? Una reserva de fauna exótica era un sueño hecho realidad para la bióloga Daniela Flores, hasta que descubrió que su exmarido era el jefe del equipo de investigación. Sean Carmichael había ido a las remotas Islas Farallón a estudiar tiburones asesinos, pero un verdadero asesino andaba suelto amenazando a la mujer a la que nunca había dejado de querer. Y ahora sabía que debía protegerla. Abandonados a su suerte durante una letal tormenta, Sean juró ir al infierno y volver para salvar a Daniela… y para tener la oportunidad de comenzar de nuevo. La mejor venganza ¿Podrían juntos enterrar de una vez por todas sus demonios? Había algo en los intensos ojos azules de St. John que a Jessa Hill le recordaba a su amigo de la infancia. Pero Adam Alden había muerto veinte años atrás… El apuesto extraño había jurado ayudarla a derrotar al padre de Adam en las elecciones municipales de Cedar. Y, sin embargo, su deseo de venganza le parecía demasiado personal. ¿Podrían ser St. John y Adam la misma persona? ¿Y si lo eran, se marcharía, llevándose su corazón por segunda vez?

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Seitenzahl: 639

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 476 - enenro 2025

© 2009 Kimberly Kerr

A favor del viento

Título original: Magnate’s Mistress... Accidentally Pregnant!

© 2011 Jill Sorenson

Emociones turbulentas

Título original: Stranded with Her Ex

© 2010 Janice Davis Smith

La mejor venganza

Título original: The Best Revenge

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-1074-546-9

Índice

Créditos

A favor del viento

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Emociones turbulentas

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Epílogo

La mejor venganza

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Epílogo

Si te ha gustado este libro...

Capítulo 1

NOTA: nunca pagues por adelantado tu luna de miel.

Sentada bajo una sombrilla en la playa, con una piña colada bastante aguada en la mano, Ally Smith se preguntó por qué aquella advertencia no aparecía en los tratados prenupciales.

«Seguramente porque a nadie se le ocurre incluir una cláusula de huida cuando está planeando una boda».

Debería escribir su propio libro para futuras novias e incluir un capítulo sobre las cancelaciones, los pagos por adelantado y cómo mitigar las pérdidas económicas. Y de paso algún consejo para hacer una hoguera con trescientas servilletas de cóctel de diseño exclusivo.

Sin que faltara, naturalmente, el capítulo dedicado a comprobar si el novio era el adecuado.

Hundió los dedos de los pies en la cálida arena de la playa y observó los veleros que entraban y salían en el puerto. Si hubiera insistido en el viaje a Australia en esos momentos estaría esquiando en la nieve. Se suponía que el mes de junio en Oz era fabuloso. Pero en vez de eso se había dejado convencer por Gerry para irse de luna de miel al Caribe. Un viaje absurdo y del todo innecesario, pues vivían a veinte minutos de la costa de Georgia. No les hacía falta subirse a un avión para tomar el sol y hacer surf. ¿Cómo había sido tan tonta?

Porque no cabía en sí de felicidad por estar finalmente comprometida.

En los cuatro meses que habían pasado desde que llegó a casa a la hora de comer y se encontró a Gerry en la cama con su agente de viajes; lo que explicaba por qué había insistido en que hicieran los negocios con ella y también por qué Ally estaba alojada en el peor hotel de la isla, se había dado cuenta de algunas verdades muy duras: había elegido la belleza exterior sobre la interior, y debería haber abandonado al cerdo de Gerry cuatro años antes.

Solo llevaba dos días de «luna de miel» y ya estaba muerta de aburrimiento.

—¿Está ocupado este asiento, guapa?

La voz áspera y grave la sacó de sus divagaciones y la hizo girarse al tiempo que hacía visera con los ojos para protegerse del sol de la tarde.

Y a punto estuvo de escupir su bebida cuando a un palmo de sus ojos se encontró con el bañador más minúsculo posible sobre un cuerpo que tenía mucho que ocultar.

En cualquier película decente, la voz habría sido la de un atractivo profesor de tenis con unos músculos voluminosos y bronceados. Pero aquello no era ninguna película, y aunque su admirador lucía un buen bronceado, el volumen de sus carnes se concentraba en lugares no muy favorecedores, como la cintura del bañador Speedo. Ally se mordió el labio y levantó la mirada hasta la cadena de oro que pendía sobre un pecho peludo, la barba canosa de tres días, las ridículas gafas de sol aerodinámicas de color azul iridiscente y el sombrero panamá de ala ancha.

Lo único que le faltaba para que aquellas vacaciones fueran la peor pesadilla de su vida.

—Lo siento, ¿qué ha dicho?

—Pareces necesitar compañía… ¿Qué tal si nos tomamos algo y nos conocemos? —sin esperar respuesta, el hombre se sentó en la tumbona contigua, se quitó las gafas de sol y extendió la mano—. Fred Alexander.

Los rígidos principios éticos de su educación sureña la obligaron a estrechar la mano que se le ofrecía. La palma estaba mojada, y Ally tuvo que reprimir el impulso de secarse con la toalla cuando el hombre le soltó la mano, después de sostenérsela unos segundos más de lo necesario.

—Me llamo Ally. Encantada de conocerlo, pero…

—Una chica tan guapa como tú no debería estar aquí sola. Nunca se sabe quién podría molestarte —le hizo un guiño.

«Y que lo digas», pensó Ally. Había cientos de personas en la playa. ¿Por qué aquel Fred tenía que haberse fijado precisamente en ella?

Porque era como un imán para los fracasados… Primero Gerry y ahora aquel tipo. Gerry, al menos, era mucho más agraciado físicamente.

Tenía que escapar de allí. O haberse quedado en Savannah.

No, eso jamás. Bastante le dolía haber perdido tanto dinero como para encima perderse unas muy merecidas vacaciones. En su momento le pareció la solución más práctica. Pero ya empezaba a tener serias dudas al respecto.

—La verdad es que estaba a punto de irme. Creo que he tomado demasiado sol por hoy —agarró su bolsa y se dispuso a huir, pero Fred le puso la mano en la muñeca y le acarició la piel con el pulgar. Ally apartó la mano y se levantó rápidamente.

—Me encantaría ponerte un poco de crema —sugirió Fred, recorriéndola con una mirada tan lasciva que Ally sintió un escalofrío—. Es un crimen ocultar un cuerpo como el tuyo, Ally. Deberías usar bikini.

Ally nunca se alegró tanto por llevar un discreto bañador de una pieza.

—Gracias, pero no. Voy a…

—Te invito a cenar, entonces. Te vi llegar ayer al hotel, sola, y pensé que estarías buscando un poco de compañía.

Ally dio otro paso atrás e intentó reprimir la mueca de asco.

—Bueno, yo…

—Yo también me alojo aquí. Habitación dieciséis. Debe de ser cosa del destino que ambos hayamos elegido este sitio para nuestras…

Estaba en la naturaleza de Ally hacer felices a las personas, pero aquello se pasaba de la raya. Una cosa era ser agradable, y otra ser estúpida.

—Disfruta de la playa —lo interrumpió, y se alejó apresuradamente mientras oía farfullar a Fred algo sobre su actitud. Que pensara de ella lo que quisiera. Ya había cometido bastantes equivocaciones en su vida y empezaba a hartarse.

Lo poco que había conseguido relajarse con el sonido de las olas se evaporó por culpa de aquel viejo verde que podría ser su padre.

Quizá tuviera un canal de cine en la habitación. Podía darse una ducha, pedir que le llevaran la cena… en caso de que aquel hotel contara con servicio de habitaciones, ya que no había visto ningún menú al llegar la noche anterior, y planear alguna visita turística por la isla para el día siguiente.

Eran las vacaciones más deprimentes de su vida. O tal vez fuese ella la deprimida.

La recepción estaba casi vacía. Había una pareja registrándose en el mostrador. Otros recién casados, sin duda. La joven llevaba un ramo de flores y el hombre, pelirrojo, lo estaba teniendo muy difícil para firmar en la hoja sin dejar de tocar a su novia. Parecían muy felices, y Ally les deseó en silencio todo lo mejor mientras se dirigirían hacia su suite nupcial.

—Quisiera encargar la cena al servicio de habitaciones para la veintiséis.

—Lo siento —se disculpó el recepcionista—. No tenemos servicio de habitaciones. Solo el restaurante.

Genial. El acoso de Fred le había parecido el colmo, pero los próximos días prometían ser mucho peores. Para empezar, tendría que hacer todas sus comidas sentada ella sola en un restaurante.

—Hay un mensaje para usted, señora Hogsten.

—Señorita Smith —corrigió ella al momento. Otra buena razón para no casarse con Gerry era no tener que llevar su horrible apellido.

El recepcionista puso una mueca de sorpresa y volvió a consultar el monitor.

—Ya, ya lo sé —dijo Ally con un suspiro—. Aparece una habitación doble para el señor y la señora Hogsten. Pero solo la ocupo yo. Señorita Smith.

Vio un destello de compasión en los ojos del recepcionista, pero no tenía sentido intentar explicarle que ella no lamentaba en absoluto estar soltera.

—¿Y el mensaje?

El hombre le entregó una hoja de papel doblada.

—Que pase buena noche.

—Gracias —desplegó la hoja para echarle un vistazo mientras se encaminaba a su habitación. Era el número de su madre.

Soltó otro profundo suspiro. ¿Qué sería lo siguiente? Se había asegurado de dejarlo todo en orden antes de marcharse, y apenas llevaba allí un día.

Cerró la puerta con el pie y sacó el móvil del bolso, pero enseguida recordó que allí no tenía cobertura.

El minibar estaba bien provisto, después de la visita a la tienda de licores la noche anterior, y la botella de Chardonnay parecía estar llamándola. Se sirvió un vaso y tomó un trago antes de marcar la larga serie de números para llamar a casa desde el teléfono de la habitación.

—¡Cariño! ¡Qué alegría escucharte! —la llamada parecía ser una grata sorpresa para su madre, lo que significaba que no había pasado nada grave.

Pero no significaba que fuera a librarse de Dios sabía qué. Apuró el vaso y, en vez de volver a llenarlo, se llevó la botella a la cama. Muy posiblemente iba a necesitar todo su contenido.

—He recibido un mensaje tuyo. ¿Va todo bien?

—Oh, sí, estamos bien… Supongo.

Ally esperó en silencio.

—Tu hermana me va a matar a disgustos.

Otra vez… Sonaba la campana para el asalto número 427 entre su madre y Erin.

«Respira hondo». Era lo mismo de siempre. Su familia no podía arreglárselas sin ella ni unos pocos días. Le gustaría creer que si realmente estuviera en su luna de miel, nadie la llamaría para que resolviera los problemas familiares. Pero sabía muy bien que tampoco sería el caso. Su familia era tan bruta que cualquier año servirían ardilla al horno para la cena de Acción de Gracias. Ally los quería mucho, pero su falta de sentido común la sacaba de quicio.

Tal vez era hija adoptiva. O quizá la habían cambiado al nacer. O a lo mejor la habían colocado a propósito en aquella familia para impedir que se mataran los unos a otros con sus patéticos dramas. Fuera como fuera, estaba harta de ser la única con dos dedos de frente.

Esperó a que su madre se callara para respirar y asumió su rol de pacificadora.

—Mamá. Se trata de su boda…

—Ya lo sé, pero ella no entiende lo importante que es.

Era una boda, no las pruebas de Hércules, por amor de Dios. A Ally le costó media hora convencer a su madre, aunque sabía que solo era un apaciguamiento temporal. Mientras la escuchaba se golpeó la cabeza contra el cabecero para descargar su impotencia y frustración.

—Otra cosa, cariño —le dijo su madre—. Han enviado un aviso sobre el impuesto de la propiedad.

—Eso ya lo dejé resuelto antes de irme.

—¿Entonces qué hago?

—Nada. Me ocuparé de ello cuando vuelva, pero lo dejé pagado junto a tus otras facturas.

—Ah, estupendo.

El dolor de cabeza que su madre siempre le provocaba empezaba a ser insoportable al cabo de veinte minutos.

—Voy a cenar algo, mamá. Te veré cuando vuelva y lo resolveremos todo.

—Claro, cariño. Que te diviertas. Hablaremos pronto.

Después de colgar, se apoyó en el cabecero de la cama de matrimonio y se apretó la botella de vino contra el pecho.

Afortunadamente no tenía cobertura, porque de lo contrario su móvil no pararía de sonar.

Por la ventana vio el sol ocultándose en el mar. Estaba de vacaciones, por todos los santos. Unas vacaciones realmente extrañas, de acuerdo, pero vacaciones al fin y al cabo. Estaba sola en una suite nupcial, en un lugar al que no había querido ir, en un hotel de mala muerte por culpa del rencor y la incompetencia de su agente de viajes. Y encima había pagado una fortuna por aquella estafa. No era justo, pero podría ser peor. Tenía que aprovechar lo que pudiera.

Y se había ganado con creces unas vacaciones. Había aguantado junto a Gerry tres años más de lo que debería, con la esperanza de que él cambiara y se hiciera merecedor del tiempo y el esfuerzo invertidos. Pero durante todo ese tiempo no había hecho otra cosa que mantenerlo, tanto económica como emocionalmente. Los preparativos de la boda y su posterior cancelación habían acabado por consumir sus escasas fuerzas, y si a todo ello había de añadir las continuas crisis de su familia no era extraño que estuviese al borde del colapso nervioso.

Necesitaba unas vacaciones. Se las merecía. E iba a aprovecharlas.

Tomó un último trago directamente de la botella y volvió a agarrar el teléfono para llamar a recepción.

—Soy Ally Smith, de la suite veintiséis. No, la señora Hogsten no. La señorita Smith. ¿Podría buscarme algún restaurante que hiciera repartos a domicilio y un masajista que viniera esta noche a darme un masaje de una hora? También me gustaría saber dónde se encuentra el spa más cercano. Para mañana querría una limpieza de cutis y la manicura. Ah, y que me traigan flores a la habitación.

—Es una belleza.

Chris Wells asintió, aunque no estaba del todo de acuerdo. Aquella supuesta belleza necesitaba unos cuantos retoques, aunque se podía adivinar su potencial. Chris había querido echar un vistazo de cerca para saber si los defectos eran solo superficiales o si había algún problema más grave.

—Y muy rápida —continuó el hombre con un orgullo evidente en sus palabras—. Pero también sensible y fácil de manejar.

—Su reputación la precede —Chris avanzó por el deteriorado muelle de madera. A unos quince metros la embarcación ofrecía un aspecto sólido y de elegante diseño, pero los años de abandono habían hecho mella en su imagen. Las cornamusas estaban oxidadas y el cuero que recubría el timón, agrietado y agujereado. Veinticinco años atrás, Chris había presenciado la primera victoria del Circe capitaneado por su padre y había sabido que algún día él también participaría en una regata. Gran parte de su carrera se la debía a aquel yate que se mecía suavemente bajo sus pies.

El Circe llevaba en desuso mucho tiempo, y su pesado casco de madera no era rival para los nuevos veleros de aluminio o fibra de vidrio. Pero Chris no estaba allí para comprar un barco de carreras, sino un pedazo de historia con la intención de devolverle su antiguo esplendor. Su tripulación lo tomó por loco cuando les dijo que iba a tomarse un tiempo libre para ir a Tortola a ver al Circe, pero Jack y Derrick acabarían uniéndose a él. Chris no confiaba en nadie más que en ellos para poner a punto la nave.

—¿Está en condiciones de navegar?

Ricardo, el dueño del barco, sonrió con satisfacción ante el interés que mostraba Chris.

—Habría que mirar algunos detalles sin importancia, como…

Chris apenas le prestó atención mientras sacaba el móvil del bolsillo.

—Jack. Mándame a Victor y a Mickey en el próximo vuelo. El Circe necesita algunas reparaciones, pero lo tendré listo para volver a casa al final de la semana.

—¿Estás decidido a seguir adelante con tu plan?

—Desde luego que sí —respondió Chris mientras le entregaba el cheque a un sorprendido Ricardo.

—¿Por qué no te vienes para acá y dejas que los chicos lo traigan de vuelta?

Chris respiró profundamente mientras se dejaba invadir por una sensación de confianza y certeza. Su resolución era inquebrantable.

—Porque ahora es mío.

—Pero necesitamos que vengas cuanto antes. El papeleo se te acumula en la mesa. Y si de verdad piensas batir un récord en octubre, no es momento de dedicarte a holgazanear en el Caribe.

—Mi ayudante se ocupará del papeleo y me llamará si necesita algo. Aún queda mucho para octubre y el Dagny está listo antes de plazo. Lo único que me queda por hacer es admirar vuestro trabajo.

Jack suspiró y murmuró algo entre dientes que Chris ya había oído otras veces. Jack era el mejor cuando se trataba de organizar una vuelta al mundo o diseñar un barco nuevo, pero para todo lo demás era el peor de los incordios.

—Te veré dentro de unas semanas. Que el Dagny me esté esperando con las velas izadas.

—Esta vez no vayas a quedarte remoloneando en las Bahamas, ¿de acuerdo?

Chris se guardó el móvil y se volvió hacia Ricardo.

—Necesito que me facilite el acceso a las instalaciones de mantenimiento —ya estaba haciendo una lista mental de todo lo que necesitaría para el largo viaje de vuelta a Charleston. Lo primero sería encontrar un buen proveedor en la isla.

Hacía semanas, incluso meses, que no se sentía tan bien. Agarró la bolsa del suelo y la arrojó a cubierta mientras Ricardo se dirigía rápidamente a la oficina del puerto, sin duda a ingresar el jugoso cheque que llevaba en la mano antes de que Chris pudiera cambiar de opinión.

Pero Chris ya se estaba desabotonando la camisa para cambiarse de ropa. Estaba impaciente por conocer su nueva adquisición.

Silbando, se puso manos a la obra.

Un masaje, un baño de barro y una sesión de manicura y pedicura habían obrado maravillas no solo en el aspecto de Ally, sino también en su actitud. Tortola iba cobrando un atractivo cada vez mayor para ella.

Tras una mañana fabulosa de cuidados y atenciones, volvió a su habitación sintiéndose tan relajada que las piernas apenas podían sostenerla. Una breve siesta y una ducha completaron la mejora del ánimo. Solo le quedaba encontrar un sitio para comer. Dormir a la hora del almuerzo era fantástico para la psique, pero la dejaba con el estómago vacío.

La estilista del spa le había recomendado la pequeña cafetería junto al puerto deportivo para probar la cocina local. Estaba a corta distancia a pie, y el paseo le dio la oportunidad de apreciar el maravilloso paisaje de la isla y que por culpa de su malhumor había ignorado hasta ese momento.

Un joven y sonriente camarero la condujo a una pequeña mesa con vistas al puerto. La misma brisa que le sacudía la trenza llevaba a sus oídos el relajante sonido provocado por las jarcias y el velamen de las embarcaciones. El sol le calentaba los hombros y la sopa de pescado acalló los rugidos de su estómago. Al acabarse su segundo daiquiri de mango se convenció de que estaba realmente en el paraíso.

El ajetreo del puerto la fascinaba. Savannah estaba muy cerca de la costa, pero los barcos nunca le habían llamado la atención. Allí, en cambio, la navegación formaba parte de la vida cotidiana y así se apreciaba en la actividad del puerto. Acabada la comida, y sin otra cosa en su agenda, decidió dedicar la tarde a explorar.

No había ninguna verja bloqueando el acceso a los muelles, como era lo normal en los puertos de Georgia, de modo que pudo vagar tranquilamente y sin rumbo fijo, admirando las embarcaciones de todos los tamaños y formas que se balanceaban en el agua y devolviendo el saludo a todos los que le hacían un amable gesto con la mano.

Tranquilidad. Señorita Lizzie. Lagniappe… Los nombres escritos en la popa de los barcos la hicieron sonreír. Viento de cola. Alondra. El Chica-mara le provocó una carcajada. Alma de mar. Lorelei. Circe…

El Circe era más pequeño que el resto y parecía haber vivido tiempos mejores. En la cubierta faltaban varias tablas y la pintura estaba rayada. Al mirar de cerca, sin embargo, comprobó que las rayas eran uniformes y que había un montón de tablas nuevas en el muelle.

El Circe, al igual que ella, estaba recibiendo un lavado de cara.

—Le aseguro que es por su propio bien.

Ally dio un respingo al oír la voz, acompañada del ruido que hacía algo al aterrizar en el muelle, detrás de ella. Se dio la vuelta y constató, una vez más, que el paisaje de Tortola era realmente espectacular…

Pero aquel hombre no podía ser de carne y hueso. Ningún mortal tenía un pecho como el que llenaba su mirada. Parpadeó unas cuantas veces, pero la imagen no se desvaneció. En todo caso se hizo aún más nítida. Unos bíceps deliciosamente esculpidos y bronceados se abultaron al cargar las tablas en los brazos. Los poderosos pectorales se hincharon y Ally sintió que todo daba vueltas a su alrededor. Tuvo que hacer un gran esfuerzo por recuperar el equilibrio y un esfuerzo aún mayor por levantar la vista hacia el rostro del hombre.

Y tampoco así consiguió tranquilizarse. Unas gafas de sol ocultaban sus ojos, pero no las sensuales arrugas que se le formaban al sonreírle. El hombre se secó las manos en los pantalones cortos color caqui y se quitó las gafas. Unos ojos intensamente azules se clavaron en ella y le robaron el aire de sus pulmones.

Real o no, aquel hombre iba a protagonizar sus fantasías nocturnas en los años venideros.

—Sus anteriores dueños lo tenían abandonado, pero en cuanto acabe con él volverá a ser lo que era.

Sus palabras de orgullo y determinación la envolvieron con un suave tono sureño que le recordó a su tierra natal.

—Seguro que lo agradece.

—Eso espero —alargó el brazo a la derecha de Ally para agarrar la camiseta descolorida que colgaba del montón de tablas. El movimiento acercó tanto su pecho a Ally que la envolvió con su olor a mar y sudor. Embriagada, intentó ocultar su decepción cuando se puso la camiseta y la privó de aquellos fabulosos pectorales.

—Chris Wells.

—Ally —estrechó la mano que él le ofrecía. Era cálida, fuerte y callosa, propias de un hombre acostumbrado al trabajo manual. La imagen de aquellas manos recorriéndole la piel la hizo estremecerse—. Seguro que es un barco precioso.

Chris ladeó la cabeza y se apartó de la frente un mechón de sus rubios cabellos. Sus reflejos dorados también eran reales. Obviamente pasaba mucho tiempo al sol.

—Circe —pronunció Ally—. La diosa hechicera de la Odisea.

—Sí, la misma. Me sorprende que lo sepas. Casi nadie conoce el nombre —se cruzó de brazos y se apoyó contra el montón de madera.

—Supongo que soy una obsesa de la mitología griega…

Los ojos de Chris le recorrieron el cuerpo con un brillo de interés.

—No creo que seas una obsesa de nada.

El rubor barrió el hormigueo de su piel.

—Rara vez se la reconoce como merece.

—Convirtió a la tripulación de Ulises en cerdos.

¿Era aquello una especie de reto?

—Muchos de ellos ya eran unos cerdos.

—Vaya… —dijo Chris.

—Pero también le dio a Ulises la información que necesitaba para encontrar el camino a casa y evitar a las sirenas. Ulises le debe una a Circe.

«¿Por qué estoy hablando de esto?». Tenía que cambiar de tema antes de que él la tomara definitivamente por una obsesa.

Pero Chris le brindó otra de sus encantadoras sonrisas.

—Fueron amantes. Eso es lo que Circe quería de él.

Ally se echó a reír.

—Cierto, pero creo que Ulises sacó más provecho que ella.

—¿Cómo?

—Ulises y Circe tuvieron una aventura. Después, Circe le dio una información vital y él se fue tras dejarla embarazada de trillizos —sacudió tristemente la cabeza.

—¿No te suscita ninguna simpatía el ansia de Ulises por volver a casa con Penélope?

Ally se apoyó en el montón de enfrente e imitó la postura de Chris con los brazos cruzados.

—Es Penélope la única que me inspira simpatía. Ulises, el niño bonito, se va por ahí de aventuras mientras ella se queda en casa, tejiendo y cuidando de su hijo. Penélope le guarda fidelidad en todo momento, mientras él se dedica a dejar una amante en cada puerto. Ulises era un mujeriego y un vividor.

Fue el turno de Chris para reírse.

—No parece que te guste mucho Ulises.

—No niego que tenga algo de atractivo, pero las mujeres inteligentes no se enamoran de alguien así… al menos no más de una vez.

Él arqueó una de sus rubias cejas.

—Pareces resentida por algo.

Ally se encogió de hombros.

—Digamos que he aprendido una lección. Y si quieres saber mi opinión, te diré que Ulises tuvo mucho más de lo que se merecía.

—Es una visión muy particular de un clásico de la literatura.

—Homero era un hombre. No creo que una mujer hubiese escrito lo mismo.

—En eso tienes razón.

—Puede —dijo ella, y al no recibir más respuesta se quedó bastante decepcionada. ¿Ya habrían acabado de hablar? ¿Debería seguir su camino? No quería marcharse, pero Chris tenía mucho trabajo entre manos—. Sea como sea, está muy bien que le devuelvas a Circe su gloria de antaño. Estoy segura de que quedará preciosa.

—Así será. De momento no es más que una inagotable fuente de gastos. Entiendo por qué Ulises abandonó a Circe… Demasiado necesitada, me parece a mí —añadió con un guiño.

Ally dejó escapar una risita. Hacía mucho que no se sentía tan bien.

—Eres terrible.

—Has empezado tú —repuso él.

—Y me reafirmo en lo que digo. Tu Circe merece un buen lavado de cara. Seguro que será un buque estupendo cuando lo acabes.

—Barco.

—¿Cómo?

—Es un barco, no un buque.

—Ah, vaya. ¿Hay alguna diferencia?

—Y tanto que sí. Los buques son naves de gran tamaño destinados al transporte de pasajeros y mercancías.

Estos —señaló las embarcaciones que los rodeaban— solo son barcos.

Tal vez no hubieran acabado todavía. Chris no parecía tener ninguna prisa por volver al trabajo, y un pequeño arrebato de excitación recorrió las venas de Ally. Las vacaciones iban mejorando a cada minuto que…

—¡Ally! Sabía que eras tú.

La horrible voz la golpeó entre los hombros y se extendió por su espalda como una sustancia viscosa. Conocía bien aquella voz áspera y repulsiva. Se dio la vuelta y vio a Fred acercándose torpemente por el muelle como un pato persiguiendo a un escarabajo.

¿Por qué? ¿Por qué tenía que pasarle a ella? Conocía al hombre más guapo de la isla y tenía que llegar el más baboso y repugnante para echarlo todo a perder. No era justo.

Chris arqueó interrogativamente las cejas cuando Fred se detuvo junto a ella.

—Ally… —resopló—. Te vi viniendo hacia aquí. Si te gustan los barcos estaré encantado de complacerte, cariño.

Al menos iba más vestido que el día anterior. El polo y los pantalones cortos le daban un aspecto ligeramente más decente, pero eso no cambiaba el hecho de que otra vez le estaba chafando el día.

Fred miró a Chris de arriba abajo y le echó un vistazo despectivo al Circe.

—¿Qué tal si te invito a comer y dejamos que este grumete vuelva al trabajo?

Chris apretó la mandíbula, pero no respondió a la provocación.

¿Grumete? ¿Cómo se podía ser tan grosero? ¿Y cómo iba a librarse de él sin perder las formas? Su única escapatoria era saltando al agua y nadando hasta la orilla. De lo contrario, estaba atrapada.

Fred la agarró del codo para llevársela, y ella, desesperada, se giró hacia Chris y le pidió ayuda en silencio.

La boca de Chris se torció en una media sonrisa. Pero para Ally no tenía ninguna gracia. No quería ser grosera con Fred, pero no le estaba quedando más remedio. La insolencia llamaba a la insolencia, y no era ella quien había empezado. Su conciencia podría quedar a salvo.

Respiró hondo y abrió la boca con la intención de ser grosera por primera vez en su vida.

—Mira…

—Ally —la interrumpió Chris en tono amable y suave—. Ya sé que estás enfadada conmigo por haber pasado tanto tiempo en el barco, pero no tienes por qué ponerte a tontear con otro.

Ally dejó escapar el aire de golpe y se quedó boquiabierta mientras Chris miraba a Fred y se encogía de hombros.

—Ya sabes cómo son las mujeres con estas cosas. Se ponen muy celosas.

Ally se dispuso a protestar por aquel comentario tan machista cuando se dio cuenta de que Fred estaba asintiendo. Cerró la boca y aceptó la mano que Chris le ofrecía. De un rápido tirón la tuvo pegada a su pecho, rodeándola con los brazos.

Todo lo demás dejó de existir.

Los hombres seguían hablando, pero ella no podía oír sus palabras. El calor que emanaba del cuerpo de Chris y la sólida pared de músculo que la protegía hacían que la sangre le palpitara ensordecedoramente en los oídos. Cerró los ojos y aspiró profundamente, llenándose con su olor a virilidad. Sus sentidos se avivaron y experimentó un alocado impulso de restregarse contra él. Intentó sofocarlo, pero le resultó imposible.

Entonces Chris le dio un beso en el hombro, desnudo, y una descarga eléctrica le recorrió el cuerpo. Él la apretó en sus brazos y ella se derritió con la presión.

—¿Ally?

El susurro y el aliento de Chris le acariciaron la oreja y le provocaron un escalofrío. Intentó abrir los ojos, pero los párpados le pesaban demasiado.

—Se ha ido. Ya estás a salvo.

Las palabras la golpearon como un chorro de agua helada y la devolvieron a la realidad. Y una ola de rubor le cubrió el pecho y el cuello al darse cuenta de que había estado frotándose contra él como una stripper contra una barra.

Justo lo que le faltaba para que la humillación fuese total.

Capítulo 2

LA sensación de abrazar a Ally era realmente deliciosa, pero si no la soltaba enseguida iba a crearse una situación muy embarazosa para ambos. El vestido que llevaba ocultaba sus apetitosas curvas, pero teniéndola entre sus brazos podía sentir cómo encajaba a la perfección con él, como si fueran dos piezas de un puzzle. Su pelo, oscuro y rizado, olía a limón y le hizo cosquillas a Chris cuando fue agitado por la brisa.

Su petición de ayuda tal vez lo hubiera impulsado a abrazarla, pero en realidad solo le había proporcionado una excusa para tocarla, como llevaba queriendo hacer desde que Ally empezó a defender a Circe. Una necesidad que se había visto acuciada cuando esa basura con piernas había intentado acosarla.

Pero aquella bazofia ya se había marchado y Chris no tenía ningún motivo razonable para seguir abrazándola. Su cuerpo empezaba a reaccionar de una manera bastante incómoda y flagrante, y si no se separaba inmediatamente iba a aprovecharse de la situación.

De pronto sintió como ella se ponía rígida. Ally se apartó torpemente y carraspeó mientras su pecho y su cuello se cubrían de rubor.

«Tal vez no sea yo el único que ha sentido el contacto», pensó.

—Yo… bueno, em… —balbuceó ella. Cerró los ojos y respiró hondo—. Gracias por ayudarme. Fred no captó la indirecta de ayer, cuando intenté dejarle claro que no me interesaba. Puede que ahora se busque a otra víctima a la que acosar.

—Ha sido un placer —y tanto que lo había sido. Chris nunca se había dedicado a rescatar damiselas en apuros, pero empezaba a gustarle aquello de ser Lancelot.

Ally intentó apartarse y alisarse el pelo suelto que le caía sobre la cara y sonrió tímidamente. Pero al menos no había salido corriendo por el muelle, y eso le permitía albergar la esperanza de volver a tocarla.

—¿Te gustaría subir a bordo y ver el Circe por dentro?

Recibió una sonrisa radiante que iluminó sus bonitos ojos marrones.

—Me gustaría mucho. Nunca he estado en un barco o… yate.

—Puedes llamarlo barco, sin más.

—Bien, porque «yate» suena demasiado pretencioso —su sonrisa era tan contagiosa que Chris se puso a sonreír como un idiota mientras subía a bordo y le tendía una mano para ayudarla.

—Me cuesta creer que nunca hayas estado en un barco.

—Nunca. Bueno, una vez, en un campamento de verano, me monté en una canoa.

Chris se había pasado toda su vida a bordo o cerca de un barco. Veleros, lanchas motoras, botes de remos, remolcadores… Ya fuera construyéndolos, en regatas, como capitán o como simple tripulante. Nunca había conocido a nadie que no hubiera visto un barco de cerca.

Ally pareció tomarse la visita muy en serio, pues no dejó de hacerle preguntas sobre las velas, las cornamusas y cómo funcionaba todo. Pasó una mano por el timón y a Chris le hirvió la sangre en las venas al imaginarse esa mano acariciándolo a él.

—Este barco fue construido para participar en las regatas, por eso es de forma esbelta y depurada, sin adornos innecesarios que lo hicieran lento y pesado.

—¿Es eso lo que estás haciendo? ¿Ponerlo a punto para las regatas?

—No, su casco es demasiado pesado para competir con las embarcaciones modernas.

—Pero tú sí participas en regatas, ¿no? O es eso lo que quieres hacer…

Chris no salía de su asombro. ¿Sería posible que Ally no supiera con quién estaba hablando? Regatas Wells y Astilleros OWD habían consumido su vida hasta tal punto que hacia muchos años que no conocía a nadie que estuviera tan obsesionado como él. Y aunque una parte de él quería impresionar a Ally con sus credenciales, optó por mantenerlas en secreto. Era agradable pasar de incógnito para variar.

—Compito en las regatas… entre otras cosas —su abuelo iba cediéndole cada vez más poder y responsabilidades en Astilleros OWD, pero el principal interés de Chris seguían siendo las regatas.

Ally le sonrió.

—¿Y ganas alguna vez?

Chris no pudo evitar una carcajada.

—De vez en cuando.

—¿Es peligroso? —no lo miró a los ojos al preguntárselo, pero la forma excesivamente despreocupada con que tocó la línea de cubierta desmentía su interés.

—No mucho, la verdad. Puedes hacerte daño, pero es muy difícil que un accidente sea mortal.

Ally pareció relajarse.

—Menos mal… Mi hermano participa en carreras de motocross. Es muy fácil matarse haciendo esas cosas —asomó la cabeza por la escotilla—. No hay mucho ahí abajo.

—Como ya te he explicado, es una embarcación de carreras. Solo cuenta con lo indispensable.

Le gustaba verla explorar el Circe. O mejor dicho, le gustaba observarla a ella, sin más. La erección que acababa de reprimir volvía a darle problemas.

Ally se sentó en el borde del puente de mando y pasó las manos por la suave superficie de madera.

—Está muy bien. Gracias por habérmelo enseñado.

Incapaz de resistirse, Chris se sentó junto a ella. Lo hizo excesivamente cerca, pero Ally no se apartó.

—¿Te gusta?

—Sí, mucho. Me gusta aprender cosas nuevas —lo miró de reojo y se encogió de hombros—. He decidido que voy a dedicar las vacaciones a aprender muchas cosas. He venido sola y…

—¿Has venido de vacaciones al Caribe tú sola? — la interrumpió él.

—Es una larga historia, pero sí.

Chris se dispuso a hacerle otra pregunta, pero ella lo cortó.

—En serio, es una historia muy larga y aburrida. Pero ahora estoy aquí y quiero aprovechar el momento al máximo. He probado la comida exótica, he ido al spa a tomar baños de barro, y ahora estoy a bordo de un barco por primera vez. Yo diría que es un buen comienzo.

A Chris se le quedó grabada en la cabeza la imagen de Ally desnuda y cubierta de barro.

—Eres toda una aventurera…

Ella sonrió ampliamente.

—Yo no diría tanto. Pero, bueno, estoy dando los primeros pasos —cerró los ojos y se inclinó hacia atrás para disfrutar del sol. Era una postura inocente y natural, pero tremendamente erótica.

—Esto es maravilloso. La brisa y el agua son muy relajantes.

Chris estaba de todo menos relajado.

—¿Te gustaría salir? —le preguntó de sopetón.

Ally se incorporó y abrió los ojos, sobresaltada.

—¿Cómo dices?

—A navegar. ¿Te gustará salir a navegar mañana?

—Pues… no sé…

—Vamos. Será divertido.

—Nunca he…

—¿No habías dicho que ibas a dedicar tus vacaciones a la aventura?

Ally se removió incómodamente.

—Una cosa es ser aventurera y otra no saber nadar muy bien.

—Las probabilidades de que te caigas por la borda son insignificantes, a menos que saltes por ti misma.

Ally observó con desconfianza el estado del barco.

—Pero…

—No me refiero a salir en el Circe —dijo él, riendo—. Aún no está en condiciones de navegar. Pediré prestado un catamarán como aquellos de allí.

Ally miró hacia donde él le señalaba y asintió con la cabeza.

—¿No te parece algo demasiado grande para mi primera vez? ¿No podría ser algo más pequeño, como esos de allí? —señaló los botes amarrados al muelle.

—Ni hablar. Has de vivir una experiencia de verdad —bajó la voz en tono burlón—. Cuanto más grande, mejor…

Ella se mordió el labio, la viva imagen de la indecisión.

—Um…

—Iremos muy despacio para que te vayas acostumbrando. Será una experiencia muy agradable, ya lo verás —le acarició el brazo y notó como se le ponía la piel de gallina—. Te prometo que no iremos más rápido hasta que estés lista. Yo me ocuparé de todo mientras tú te dedicas a disfrutar.

Ally abrió los ojos como platos y soltó el aire suavemente.

—¿Aún estamos hablando de navegar?

Chris se mordió la lengua para no decirle lo que estaba pensando realmente.

—Pues claro. ¿Y bien? ¿Te animas? —Ally seguía dudando, como si algo la echara para atrás—. ¿Tienes miedo del agua, tal vez?

—No, no tengo miedo —apartó la mirada—. Es que… no sé nadar muy bien, ya te lo he dicho.

—¿Confías en mí?

Ella lo miró con una ceja arqueada.

—No hace ni una hora que te conozco. Claro que no confío en ti.

Tan sincera como un soplo de aire fresco.

—Eso duele —dijo él en tono jocoso.

—Pero tampoco desconfío de ti —corrigió ella con una sonrisa encantadora.

—Es un comienzo.

—Y además, me has salvado de Fred.

—Cierto. Creo que merezco algún premio.

—Si fueras un Boy Scout, te habrías ganado una insignia o algo así —volvió a morderse el labio—. Pero no creo que seas un Boy Scout.

—Sabes cómo herir a un hombre en su orgullo… Puede que no sea un Boy Scout, pero sí soy un buen marino. Conmigo no corres ningún peligro en el agua. Es más, te garantizo que disfrutarás de la experiencia.

—¿Y si empezamos mejor con un tamaño mediano? A partir de ahí ya me sería más fácil.

—¿Qué te parece si mejor te invito a cenar? Si después de eso te sigues decantando por el tamaño pequeño, saldremos en el bote. Pero estoy convencido de que acabarás apreciando la amplitud de miras.

Al ver como arrugaba la frente en una mueca de titubeo tuvo que contenerse para no agarrarla y llevarla abajo. Pero lo único que había eran dos estrechas literas, totalmente inadecuadas para lo que él tenía en mente.

—¿Una cena?

—Una cena, sí —corroboró él, fingiendo asombro—. No esperarás que salga a navegar con una mujer a la que apenas conozco, ¿verdad?

Ally se echó a reír y le dio un codazo.

—No sé qué esperar de ti, la verdad.

—Un buen rato, nada más —«para ambos».

—Vale —aceptó ella. Le tendió la mano y él se la apretó ligeramente en vez de estrechársela. Ella se levantó, visiblemente nerviosa, y se sacudió el vestido con su mano libre—. ¿Debo cambiarme de ropa?

—Estás muy bien así —el simple halago hizo que se pusiera colorada, y una extraña sensación le revolvió el estómago a Chris—. Yo, en cambio, tengo que ducharme. No puedes ir por ahí con un grumete sucio y maloliente.

Ally le apretó la mano en señal de disculpa.

—Fred es un idiota. Ese comentario estuvo fuera de lugar.

—Me han llamado cosas peores, te lo aseguro.

—Pero aun así…

Parecía tan angustiada que Chris se vio en la necesidad de consolarla.

—Olvídalo, Ally. Tú no eres responsable de lo que hagan los demás.

La única respuesta fue un simple encogimiento de hombros.

—¿Dónde te alojas? Te recogeré sobre las siete.

—En el Cordoba Inn. ¿Nos vemos en recepción?

Él asintió y la observó mientras ella subía al muelle. El Circe se balanceó cuando tomó impulso y su ausencia dejó un extraño vacío en la nave. Chris seguía admirando el contoneo de sus caderas cuando ella se dio la vuelta y se despidió con la mano. Un momento después ya se había perdido de vista.

Aquello sí que había sido un giro inesperado de los acontecimientos. Había ido a Tortola a hacerse con el Circe y se había encontrado a una mujer absolutamente deliciosa.

Su padre siempre decía que el Circe era una nave con suerte, y Chris acababa de constatarlo. Como buen marino, había aprendido a aprovechar los vientos favorables.

Bajó para buscar sus cosas de afeitado y lamentó que las reparaciones no estuvieran más avanzadas. Ni siquiera tenía instalada una cama en condiciones. No le importaba apretujarse en las literas, pero la cabina del Circe no era especialmente propicia para otras actividades aparte de las regatas. Algo que estaba dispuesto a solucionar, aunque no pudiera ser tan pronto como sería deseable. Llamaría a Grace para asegurarse de que no había ningún asunto urgente que atender y luego llamaría a su abuelo para tranquilizarlo por su prolongada ausencia.

Gracias al Circe podría permanecer lejos de la empresa, del Dagny y de su abuelo durante varias semanas. Estiró los brazos y tocó con los dedos la mampara del barco. Era un hombre libre.

Más o menos, se corrigió mentalmente cuando el teléfono lo avisó de un mensaje entrante.

Aquello podía esperar. Ally era mucho más interesante que una discusión sobre el velaje del Dagny o los negocios de OWD.

Agarró la bolsa de aseo y una camisa limpia y se dirigió al puerto para ducharse.

Ally consiguió mantener la compostura hasta estar segura de haber perdido de vista a Chris. Entonces se apoyó en una pared y soltó un largo suspiro, tan tembloroso como sus piernas.

¿Qué había pasado? ¿De verdad acababa de conocer a un Adonis de carne y hueso con el que había aceptado una invitación para… para…?

Técnicamente solo era una invitación para cenar y navegar, pero en el fondo sabía que había aceptado mucho más que eso. El interés de Chris iba más allá de llevarla a dar un paseo en barco. Hasta ella podía darse cuenta.

Pero seguía sin poder creerse que un hombre como Chris hubiera aparecido de repente en su vida. Los hombres como él solo aparecían en las fantasías eróticas o en las películas. No salían de la nada, como un sueño hecho realidad, ni se ponían a hablar con ella de mitología griega.

—Señor… adoro esta isla.

Se abrazó el estómago y se deleitó con la emoción. Sentía el impulso de buscar a aquella estúpida agente de viajes y darle un beso enorme. Miró el reloj y comprobó que solo quedaba una hora para la cita. Era poco tiempo, pero sin duda le parecería una eternidad. No era que tuviese prisa por comer, ni mucho menos. Las sensaciones que le abrasaban el estómago nada tenían que ver con el hambre.

Respiró hondo y se apartó de la pared, pero las piernas aún seguían temblándole. Era el estado físico más apropiado para reflejar su revuelo interior. Aquellas cosas no le pasaban a ella.

Pero le había pasado. Y estaba más que dispuesta a aprovechar la oportunidad.

Recorrió en un tiempo récord la corta distancia entre el puerto y el hotel y subió corriendo a su habitación. La luz del teléfono parpadeaba, indicando que tenía un mensaje en recepción, pero no le hizo caso. No le interesaban lo más mínimo las crisis de su familia.

Su vestuario era bastante limitado, ya que no había tenido en cuenta aquella eventualidad cuando hacía el equipaje. Toda su ropa era excesivamente discreta, insulsa y anodina… igual que ella. No tenía tiempo para ir a comprar nada más apropiado, por lo que tuvo que conformarse con uno de sus vestidos de playa, un poco más elegante y que no recordaba a un saco de patatas.

Volvió a ducharse y se esmeró en ofrecer el mejor aspecto posible, pero su pelo se negaba a ponérselo fácil. Finalmente se resignó a hacerse otra trenza y sujetar los mechones rebeldes lo mejor que pudo. A las siete y un minuto, respiró profundamente y bajó a recepción casi esperando que Chris no apareciera.

Pero allí estaba. Vestido con unos pantalones de lino holgados y una camisa, y con su pelo rubio peinado hacia atrás. Volvió a sentir mariposas en el estómago y el alocado impulso de sugerir una cena en su habitación.

Chris se inclinó para besarla en la mejilla. En cualquier otra circunstancia habría sido un saludo de lo más inocente, pero en aquel momento hizo que Ally se derritiera por dentro y que le temblaran peligrosamente las rodillas.

—Estás muy guapa.

—Gracias. Tú también —aquellos ojos azules iban a acabar con ella. Podría pasarse horas mirándolos, pero cuando se iluminaban con una sonrisa era…

—¡Señora Hogsten! —la voz del recepcionista fue como un jarro de agua fría en sus acalorados pensamientos. Suspiró con gran disgusto y echó de menos esos hoteles impersonales en los que nadie se preocupaba por recordar los nombres de los huéspedes.

—Smith, no Hogsten —lo corrigió—. O Ally, mejor.

—Por supuesto. Le pido disculpas —al menos ya no parecía compadecerse de ella, y miraba a Chris con una expresión divertida—. Hay un mensaje para usted.

—Gracias —aceptó el pedazo de papel y le echó un rápido vistazo. Era una nota para que llamara a casa inmediatamente. Pero no iba a hacerlo aquella noche, pensó mientras se guardaba el papel en el bolso y le dedicaba una sonrisa al hombre tan interesante que esperaba a su lado—. Vámonos.

—¿Va todo bien? —le preguntó él. La preocupación que reflejaban sus ojos parecía sincera, pero Ally no quería ver aquella expresión. Quería ver el brillo de interés que le suscitaba ella, no el papel que se había guardado en el bolso. El brillo que le provocaba un hormigueo por toda la piel y le aceleraba el corazón.

—Sí, mi familia intentando controlarme, ya sabes.

Los ojos azules de Chris volvieron a brillar y las mariposas volvieron a despertar en el estómago de Ally.

—Bien —dijo él. La tomó de la mano y la condujo hacia la puerta—. Hace una noche muy agradable y el restaurante no está lejos. ¿Te apetece que vayamos andando?

En aquel momento iría caminando con mucho gusto hasta el mismísimo infierno si él seguía mirándola de aquella manera. Una vez más tuvo que refrenar el impulso de arrojarse sobre él. Tenía que mantener la actitud más natural y despreocupada posible.

La noche era cálida y Ally aspiró profundamente la deliciosa fragancia de los hibiscos que impregnaba el aire. Era como estar viviendo una novela romántica, caminando por la noche en una isla tropical, de la mano de un hombre arrebatadoramente atractivo que…

—Parece que hay una confusión con tu nombre en el hotel…

No, no iba a permitir que la realidad estropeara aquel momento mágico.

—Sí. Bueno, es una…

—¿Larga historia? —concluyó Chris por ella, dedicándole otra de sus letales sonrisas.

—Exacto. Una historia muy larga y muy aburrida. ¿Por qué no me dices adónde vamos?

—¿Has probado alguna vez la sopa de pimientos?

—No, pero suena bien. Recuerda que esta semana estoy dispuesta a probar lo que sea y abierta a todo tipo de experiencias…

Chris se detuvo, tiró de ella bajo un enorme mango y le puso las manos en los hombros.

Ally se quedó sin respiración.

—Me alegro de oír eso, porque…

No hubo más advertencia. La boca de Chris descendió sobre la suya y Ally sintió el calor, la suavidad y la delicadeza de sus labios. Pero también sintió la tensión y contención de sus manos al subir hasta la cara y acariciarle las mejillas con los pulgares. Se puso de puntillas y lo rodeó con los brazos al tiempo que sus lenguas entraban en contacto.

Y en ese momento todo cambió.

Fue la clase de beso que daba origen a los mitos y leyendas pasionales. El calor que irradiaba el cuerpo de Chris hizo que la sangre le hirviera en las venas y que un incontenible deseo la acuciara a satisfacer sus necesidades primarias.

Nunca la habían besado de aquella manera. El mundo exterior se encogió en torno a ella hasta que lo único que existió fue Chris, la sensación de su tacto y el sabor de sus labios.

Recordó brevemente todos los besos que había desperdiciado con Gerry. Besos desganados, insípidos, y superficiales que jamás la habían hecho estremecerse como el beso de Chris.

Se sacó a Gerry de la cabeza y temió que le fallaran las piernas cuando Chris empezó a masajearle el cuero cabelludo, pero él la sujetó firmemente contra su cuerpo y Ally acabó por perder la poca cordura que le quedaba. Los labios de Chris le abrasaban la piel del cuello y la corteza del tronco del mango le arañaba la espalda, pero no le importaba.

—Ally… —le susurró, y ella se estremeció al oír el sonido de su nombre entre la bruma que la envolvía.

Abrió los ojos y lo encontró mirándola fijamente, con los dedos aún enredados en su pelo y los pulgares acariciándole las sienes. Sus caricias eran suaves y delicadas, pero sus ojos azules ardían de salvaje deseo.

Los dos respiraban en rápidos jadeos, y Ally se alegró de no ser la única afectada por la abrumadora fuerza del beso. No tenía mucha experiencia en esas cosas, pero podía ver que las sensaciones eran mutuas.

Le agarró con fuerza la camisa y tiró de él para exigirle más.

—Este no es el mejor lugar —dijo él.

Ally se dio cuenta, tardíamente, de que tenía razón. No había mucha gente en la calle, pero sí varias personas que los miraban con interés. Sorprendentemente, a Ally no le importó ni avergonzó lo más mínimo ser el centro de sus miradas.

—Creo que deberíamos parar… si es que aún pensamos ir a cenar —le soltó el pelo y ella sintió la trenza colgando a un lado de la cabeza mientras él jugueteaba con los mechones sueltos. Una triste sonrisa asomó a los labios de Chris.

¿A cenar? A ella le importaba un bledo la maldita cena. Lo único que quería era seguir probando al hombre que se apretaba contra ella como una especie de fantasía hecha carne.

Chris suspiró y se dispuso a apartarse, pero ella lo agarró rápidamente para impedírselo. Se vio invadida por la indecisión. Debería soltarlo. Debería ir a cenar. Debería comportarse como si nada hubiera pasado… La experiencia de toda una vida de responsabilidades y sentido común la instaba a refrenarse y dar marcha atrás.

Pero no quería hacerlo.

No quería, y aquella certeza la hizo estremecerse hasta las suelas de sus sencillas sandalias marrones. Aquel calzado práctico y discreto simbolizaba toda su existencia. Nunca había tenido zapatos sexys y bonitos, y mucho menos había tenido hombres como Chris.

Chris…

Él no se había movido desde que ella lo agarró con fuerza, y cuando Ally levantó finalmente la mirada y vio el brillo de interrogación en sus ojos, la decisión fue clara y rotunda.

—No tengo hambre, pero si quieres… conozco un sitio que lleva los pedidos a mi hotel.

Capítulo 3

ALLY debería llevar una etiqueta de advertencia pegada a la ropa. Sus palabras salieron inesperadamente de sus labios e impactaron en Chris con tanta fuerza que lo dejaron momentáneamente aturdido. Bajo aquella sensualidad y aparente inocencia se escondía una mujer extremadamente peligrosa para su salud mental.

Chris no había pretendido que el beso se le fuera de las manos. Simplemente había sido incapaz de pasar un segundo más sin probar sus labios. Sabía que ella no iba a rechazarlo, pero su reacción visceral y apasionada le había hecho perder el control de la situación.

No solo el control, sino el poco sentido común que le quedaba. Ally se merecía algo mejor que le comieran la boca bajo un mango y a la vista de una docena de curiosos.

Sintió como ella se ponía tensa y bajó la mirada a su rostro… Y enseguida deseó no haberlo hecho. Los ojos de Ally lo miraban con un apetito voraz y los labios, hinchados y humedecidos, lo llamaban en un silencioso grito de deseo. Y a Chris dejó de importarle si estaban en un lugar público, bajo un mango a la vista de los curiosos.

Lo único que quería era sentir sus manos de nuevo.

—La comida puede esperar.

Ally ahogó un gemido y le agarró la mano mientras se daba la vuelta para regresar al hotel. Gracias a Dios no se habían alejado mucho y solo los llevó un minuto volver sobre sus pasos, si bien aquel minuto se les hizo eterno. A Ally le temblaban tanto las manos que no podía meter la llave en la cerradura. Chris tomó aire para calmarse y se ocupó de hacerlo él.

Había una lámpara encendida junto a la cama, que ofrecía un aspecto muy tentador con las sábanas dobladas por el personal del hotel. La ventana estaba abierta y la brisa nocturna hacía entrar los sonidos apagados de la isla.

Ally parecía incómoda al estar los dos solos en la habitación. Sus movimientos eran excesivamente rígidos cuando dejó el bolso en una silla e intentó sujetarse los mechones sueltos en la trenza torcida. No lo consiguió y dejó caer las manos a los costados. Y entonces Chris le quitó la cinta y liberó los rizos alrededor de sus tensos hombros.

—Deberías llevar el pelo suelto más a menudo, Ally —introdujo las manos entre sus cabellos y sintió como ella relajaba un poco los hombros.

Ally cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás para ofrecerle el cuello. Chris aceptó con gusto la ofrenda y le provocó un murmullo de placer al besarle la piel. El sonido vibró por todo su cuerpo al estrecharla de nuevo contra él.

El contacto la hizo despertar de nuevo y la tensión abandonó su cuerpo de inmediato. Chris se permitió unos momentos para disfrutar de la sensación. En esa ocasión podía hacerlo pacientemente, pues sabía que en muy pocos minutos tendría todo cuanto deseaba.

Pero Ally tenía otras intenciones. Lo agarró por los hombros y le apretó los labios con tanta insistencia que Chris renunció al propósito de ir despacio.

Ally se sentía como si estuviera ardiendo. Necesitaba desesperadamente tocar a Chris y demostrarse a sí misma que era real. Tenía que sentirlo pegado a ella y dentro de ella. Y lo necesitaba cuanto antes.

Los botones de la camisa de Chris cedieron fácilmente, y el pecho que había admirado horas antes se ofreció a sus ojos y sus manos para explorarlo a su antojo. Primero le trazó con los dedos los contornos de sus músculos, y cuando siguió el rastro con la lengua Chris ahogó un gemido de placer y le agarró con fuerza el pelo.

Impulsada por una osadía desconocida hasta entonces, se dispuso a desabrocharle los pantalones. Chris contrajo el vientre para facilitarle la tarea. La cremallera se deslizó sobre el bulto de la entrepierna y Ally apretó inconscientemente los muslos.

—Me toca —dijo él. Le sujetó las manos por encima de la cabeza y le quitó el vestido de algodón con un simple movimiento.

Ally se sintió extremadamente vulnerable por unos breves segundos, pero la sensación desapareció cuando Chris la tumbó en la cama. Una amplia extensión de piel bronceada se cernió sobre ella antes de que el peso de Chris barriera todo pensamiento de su mente.

Los besos se sucedieron acaloradamente en un frenético baile de lenguas, y cuando la boca de Chris se desplazó hacia sus pechos Ally casi saltó instintivamente de la cama. Apenas se percató de la pérdida del sujetador y del susurro de las bragas al deslizarse por sus muslos.

El reguero de besos sobre el estómago y el vientre la volvió loca. Intentó tocarlo, pero él la agarró de las muñecas y la hizo aferrarse al cabecero de hierro. El vello del torso le hacía cosquillas en la sensible piel de sus pechos.

—Te dije que yo me ocuparía de todo —le recordó él, mirándola intensamente con sus ojos azules—. Tú solo tienes que quedarte quieta y disfrutar…

—Creía que te referías al paseo en barco —susurró ella en una voz que le resultó irreconocible.

—No, no era eso lo que creías —replicó él con una pícara sonrisa, y agachó la cabeza para capturarle un pezón con los labios.

Ally fue incapaz de pensar en nada más.

—Esto es increíble —al cabo de una hora temiendo caerse del barco, del yate o del catamarán, comoquiera que se llamara, Ally empezaba a acostumbrarse y entender los atractivos de la navegación—. Me encanta.

—En ese caso, ¿podrías dejar de agarrarte al marco como si fuera un salvavidas? Le estás haciendo un daño irreparable a mi ego.

—Tu ego no corre ningún peligro —le aseguró ella, aunque realmente se estaba aferrando al borde del marco suspendido entre los dos cascos como si la vida le fuera en ello. Se obligó a soltarse y extendió los brazos para recibir el viento.

—Eso está mejor —dijo él, y se inclinó hacia ella para darle un beso.

Sí, definitivamente cada vez le gustaba más navegar.

O al menos navegar con Chris, quien parecía sentirse como pez en el agua manejando la embarcación con una destreza admirable y con el viento sacudiéndole el pelo. Ally recordaba vagamente su beso de despedida por la mañana, cuando le dijo que tenía cosas que hacer antes de que salieran a navegar. Una vez más temió no volver a verlo y no tuvo valor para pedirle que se quedara.

Por eso, cuando Chris se presentó a las diez de la mañana, con una sonrisa arrebatadora y una cesta de picnic, Ally tuvo que contenerse para no llevárselo otra vez a la cama y pasarse allí el resto del día.

Pero no se arrepentía de haber salido a navegar. Al menos podía seguir admirando su espectacular anatomía mientras él tensaba los cabos y ajustaba las velas. Llevaba unos shorts azules con la cintura tan tentadoramente baja que, habiéndose soltado del marco, Ally sentía la incontenible necesidad de volver a tocarlo.

Aún no podía creerse lo que le había pasado. Chris era demasiado perfecto para ser real. Y las cosas que le había hecho… Bueno, eran cosas con las que ella ni siquiera se había atrevido a fantasear. Solo con recordarlo se le endurecían los pezones y le ardía el vientre.