Coqueteando con el peligro - Sueños e ilusiones - Kimberly Lang - E-Book

Coqueteando con el peligro - Sueños e ilusiones E-Book

Kimberly Lang

0,0
4,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Ómnibus Julia 461 Coqueteando con el peligro Kimberly Lang No coquetees nunca con tu ex y, sobre todo, no te acuestes con él. Megan Lowe, consejera matrimonial, llevaba una vida tranquila hasta que los medios de comunicación descubrieron que era la ex mujer de Devin Kenney, el abogado especializado en divorcios con más fama de Estados Unidos. Ahora, coincidiendo con la presentación del último libro de Devin, su impresionante sonrisa asaltaba a Megan desde las revistas y las vallas publicitarias, y lo hacía aún más difícil de olvidar. Por eso había llegado la hora de enfrentarse a su peligrosamente sexy ex marido. Sueños e ilusiones Christine Rimmer Ella le había devuelto la alegría de vivir. Tuvo dos caídas que estuvieron a punto de terminar con él. La primera vez, la vida de Donovan McRae corrió peligro al caerse por una montaña, y a pesar de haberlo tenido todo, en esos momentos sintió que ya no tenía nada que perder. Hasta que Abilene Bravo llegó a su vida, y Donovan descubrió que estaba equivocado. Porque a pesar de creer que había perdido el corazón varios años atrás, se dio cuenta de que lo estaba perdiendo otra vez… al enamorarse de aquella mujer que jamás aceptaba un no por respuesta.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 349

Veröffentlichungsjahr: 2023

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 461 - octubre 2023

© 2011 Kimberly Kerr

Coqueteando con el peligro

Título original: Girls’ Guide to Flirting with Danger

© 2011 Christine Rimmer

Sueños e ilusiones

Título original: Donovan’s Child

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-1180-508-7

Índice

Créditos

Coqueteando con el peligro

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epilogo

Sueños e ilusiones

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro...

Capítulo 1

TRAS cincuenta minutos de terapia con el señor y la señora Martin, la cabeza de Megan Lowe estaba a punto de estallar. Se dijo que debía hablar con la doctora Weiss para que les ajustara la medicación, porque estaban tan fuera de sí que corrían el peligro de que uno de ellos matara al otro.

Cuando se quedó a solas, tomó unas cuantas notas sobre la sesión y las guardó en el archivador correspondiente. Después, salió a buscar una aspirina.

Julie, otra de las tres internas que llevaban casi todos los casos de la clínica Weiss, blandió un botecito de analgésicos en cuanto Megan apareció por la puerta del vestíbulo.

—Ya he oído lo que ha pasado. Deberían aumentarte el sueldo por prestar servicio en zona de guerra.

Megan soltó una carcajada antes de aceptar el bote y tomarse dos pastillas con un poco de agua.

—El volumen de su voz es alarmante, pero en realidad no creo que supongan un peligro. Excepto para mis oídos, claro —bromeó.

Julie sacudió la cabeza.

—Mil años de estudios en la universidad y al final terminas de árbitro en peleas de lucha libre...

—Pero no nos pagan tanto como a los árbitros.

De repente, Julie alcanzó un periódico y le indicó un anuncio a toda página de un libro de Devin Kenney.

—Bueno, si no consigues que el señor y la señora Martin solucionen sus problemas, siempre podrás recomendarles un abogado especializado en divorcios.

Megan frunció el ceño.

—Eso no tiene gracia, Julie. Ni pizca de gracia.

Como en tantas otras ocasiones, Megan se preguntó por qué tenía tan mala suerte con su exmarido.

El año anterior, cuando su ex empezó a dirigir un programa de radio que se llamaba Proteje tu inversión, ella tuvo que sufrir las presiones de la prensa. Pero la situación empeoró notablemente cuando su libro, titulado igual que el programa de radio, llegó al primer puesto de las listas de ventas.

Ahora, Megan Lowe era la ex más famosa de los Estados Unidos. O por lo menos, de toda la zona de Chicago.

—Pues yo lo encuentro muy divertido —dijo Julie con una sonrisa carente de solidaridad—. Y la ironía me parece deliciosa.

—¿Es que quieres que te odie? Resulta molesto, no irónico —puntualizó—. Además, todo eso es agua pasada.

Megan pensó que su historia era tan vieja que Devin debería haberla olvidado como ella; pero en lugar de olvidarla, la había convertido en un pilar fundamental de su carrera.

—Oh, vamos... una psicóloga especializada en terapia matrimonial deja tan amargado a su ex que éste se dedica, a partir de ese momento, a convencer a la gente para que se divorcie. Lo siento, Megan, pero es una historia deliciosa. Y tan buena, que merece estar en todas las noticias.

Megan cerró el periódico para no ver la fotografía del libro y afirmó:

—Tienes un concepto algo extraño de la importancia de una noticia. Pero cambiando de tema, ¿has terminado con el papeleo?

Julie suspiró mientras ella abría el frigorífico para sacar su comida; sin embargo, aceptó el cambio de conversación y Megan se sintió aliviada. Últimamente dedicaba demasiado tiempo a pensar en Devin, y hablar sobre él no contribuía a mejorar su estado mental. De haber podido, habría estrangulado a su ex.

Al cabo de unos segundos apareció Alice, la recepcionista de la clínica, que llevaba un montón de mensajes para las dos psicólogas. Megan les echó un vistazo por encima hasta que llegó a uno que le llamó la atención.

—¿Los Smith han cancelado su cita? ¿Han dicho por qué?

Allen y Mellisa Smith eran sus clientes más convencidos. La cancelación afectaba a la cita del lunes siguiente, a la una de la tarde, y resultaba especialmente extraña porque nunca habían faltado a ninguna.

—Sí, lo han dicho.

Megan metió su comida en el microondas y preguntó:

—¿Y?

—Se sienten incómodos porque en los últimos tiempos has alcanzado un grado de notoriedad pública bastante elevado. Sobre todo, después de que un tipo investigara por Internet y los llamara por teléfono para preguntar por ti.

—¿Cómo? ¿Me estás diciendo que alguien ha descubierto la identidad de dos clientes y los ha utilizado para llegar a mí? Dime que es una broma, por favor.

Julie sacudió la cabeza.

—Ojalá lo fuera.

—Oh, Dios mío. Eso es...

—Una invasión de la privacidad de los Smith y una mancha en la reputación de la clínica —intervino la doctora Weiss, que acababa de llegar.

Al oír su voz, Megan se sobresaltó.

—Ah, doctora Weiss... Lo siento mucho. Esto es una locura. —Estoy completamente de acuerdo. La doctora Weiss, cuyo apellido daba nombre a la clínica, habló con un tono perfectamente tranquilo. Pero Megan no se dejó engañar. Weiss había sido terapeuta durante treinta años y ni siquiera se habría inmutado si Megan se hubiera desnudado de repente y hubiera empezado a bailar encima de la mesa.

En ese momento, habría dado cualquier cosa para que Weiss no tuviera cara de póquer. Mirándola, no se podía saber si estaba enfadada con ella ni, por supuesto, hasta qué punto lo podía estar.

De nuevo, deseó estrangular a Devin.

—Estoy segura de que esto pasará pronto. Yo no soy tan interesante. Además, todas sabemos que la opinión pública es muy olvidadiza.

—Me alegra que seas tan positiva al respecto —dijo Weiss con una voz aparentemente cálida y amable—. No obstante, sería mejor que te tomaras unas vacaciones hasta que la gente se olvide.

Megan se quedó helada.

—¿Qué?

La doctora se sentó con ellas y echó un trago del café que llevaba en la mano.

—Has acumulado muchos días libres, Megan. Creo que es una ocasión perfecta para que los aproveches.

—Pero mis clientes...

—Podemos encargarnos de ellos durante un par de semanas.

—¿Un par de semanas? Sé que esta situación es problemática, pero...

—Megan, no voy a permitir que mi clínica se convierta en un circo. Y desde luego, no voy a permitir que la prensa moleste o avergüence a nuestros clientes.

Megan se sintió como una niña que acabara de recibir una reprimenda por parte de una persona mayor. Julie y Alice intentaban adoptar una actitud distante, pero era evidente que sentían lástima de ella, lo cual contribuyó a aumentar su enfado.

Sin embargo, alcanzó un lápiz y se puso a juguetear con él para contenerse.

—Lo comprendo. Esta tarde, cuando termine con el grupo de contención de ira, Alice y yo reorganizaremos mis citas y...

Weiss sacudió la cabeza.

—No, yo me encargaré de eso.

El lápiz se partió en dos.

—Quizás deberías asistir a la terapia de ese grupo. En calidad de paciente —puntualizó Weiss, que arqueó una ceja.

Megan intentó sonreír.

—No, no, estoy bien... es que todo esto es muy difícil para mí. Alice, ¿podrías comprobar mi agenda cuando termines de comer?

Alice asintió.

—Esto no es un castigo, Megan —dijo la doctora Weiss—. Como bien decías, es posible que la situación se calme pronto. Entre tanto, puedes dedicar el tiempo a adelantar tu papeleo atrasado.

—Una idea excelente.

Megan se marchó con toda la dignidad que pudo, aunque con los puños tan apretados que casi se había clavado las uñas en las palmas cuando entró en su oficina y cerró.

Odiaba a Devin con toda su alma.

Echó un vistazo al calendario y empezó a sacar archivos y a tomar notas para Julie y para Nate, la otra terapeuta, que en ese momento estaba con un paciente y se había perdido la diversión.

Una y otra vez, intentó convencerse de que no la habían despedido y de que no la habían castigado, pero no lo consiguió.

Minutos después, llamaron a la puerta. Eran Julie y Alice.

—Lo sentimos mucho —dijo Julie.

—No hay nada que sentir. Esto pasará, ya lo veréis.

Julie se sentó en una de las sillas y Alice alcanzó los archivos de Megan.

—Todas sabemos que el odio es una emoción muy negativa —continuó Julie—, pero creo que no estaría de más en esta situación.

Megan suspiró.

—Gracias por tu comprensión, Julie. ¿Sabes una cosa? Nunca había odiado a nadie; en toda mi vida.

—¿Ni siquiera a Devin?

—Curiosamente, no.

Como Julie no parecía convencida, añadió:

—No lo odiaba. Estaba muy enfadada y dolida con él, pero no lo odiaba. Me sentía decepcionada, desilusionada, desesperada... pero el odio jamás llegó a pasar por mi cabeza. Yo seguí adelante, con mi vida. Por desgracia, es evidente que Devin no lo superó tan bien como yo.

—Necesita un buen terapeuta —dijo Julie—. ¿Conoces alguno?

—Si estás pensando en mí, me temo que voy a estar de vacaciones durante una temporada —respondió, llevándose las manos a la cabeza—. Te prometo que, si alguna vez lo tengo a mi alcance, le voy a decir unas cuantas cosas... pero ¿qué estoy diciendo? Seguro que su nombre ya no está en la guía telefónica. Y si me presentara en su editorial o en la emisora de radio, me negarían la entrada.

—Puedes encontrarlo en una firma de libros —dijo Alice.

Los ojos de Megan se iluminaron.

—En una firma de libros...

Alice asintió.

—Por supuesto. De hecho, acabo de ver un anuncio en la prensa. Según parece, va a firmar libros entre las tres y las cinco de la tarde.

—¿En serio? Qué interesante...

—Megan, no sé qué estás pensando, pero te recomiendo que no empeores la situación —intervino Julie.

Megan no le hizo caso. Se giró hacia el ordenador y empezó a buscar la librería donde se presentaba el libro de Devin.

—¿Empeorar la situación? ¿Cómo podría? Ya ha destruido mi carrera, mi reputación y mi vida —alegó.

—No las ha destruido; sólo las ha dañado. No puedes apagar un fuego con gasolina.

—Olvidas que soy una profesional, Julie. Soy muy capaz de enfrentarme a mi ex por una actitud positiva y apropiada a las circunstancias.

Julie soltó una carcajada irónica.

—¿Estás segura de eso?

—Sí —sentenció.

—Y sabes que no lo puedes estrangular ni pegarle en público.

Megan se recostó en la silla y cerró los ojos.

—Desgraciadamente, sí, lo sé. Pero tengo que hacer algo. Debo intervenir antes de que sea demasiado tarde.

—Eres una fuerza de la naturaleza, amigo mío; un hombre increíble. ¿Necesitas algo? ¿Un refresco? ¿Un vaso de agua, quizás? Por cierto, me encanta la camisa que llevas. Te queda muy bien.

Devin Kenney no se sintió halagado por la exuberancia de Manny Field ni insultado cuando Manny se alejó de repente, demostrando la falta de sinceridad de sus palabras. Formaba parte de su trabajo. Manny lo veía todo en función de su quince por ciento; y en ese momento, Devin era el autor más lucrativo al que representaba. Además, Manny era su agente literario, no su amigo. Y también era un agente literario que le hacía ganar mucho dinero.

Su relación no podía ser más beneficiosa.

Cuando se acercó la última persona de la fila, Devin le firmó un ejemplar del libro y se lo dio, haciendo un esfuerzo por no prestar atención a su sonrisa seductora ni a su escote más que generoso. En cuanto la vio, supo que estaba buscando marido. Y sus palabras confirmaron la hipótesis.

—¿Puedo tutearlo, señor Devin?

—Cómo no.

—Tu libro me ayudó mucho cuando me divorcié, pero ¿sabes una cosa? Creo que en el fondo de mi corazón sigo siendo una romántica.

La mujer sonrió y se inclinó hacia delante, ofreciéndole una vista más cercana de sus pechos.

—¿Y tú? —continuó ella—. ¿Todavía estás buscando el amor verdadero?

Devin intentaba potenciar su aspecto de divorciado amargado, porque le evitaba situaciones como ésa. Pero el truco no servía con algunas mujeres. En lugar de entenderlo como una advertencia, se lo tomaban como un desafío.

—No creo que el amor verdadero exista — respondió. —Quizás, porque no has encontrado a la mujer correcta...

Devin maldijo a Manny para sus adentros por haberlo dejado solo ante el peligro. Justo entonces, oyó el clic de una cámara y supo que esa mujer y sus grandes pechos se iban a convertir en la portada de alguna publicación.

Desesperado, miró a su alrededor.

Su agente estaba hablando con una rubia, pero no le pudo ver la cara porque se encontraba de espaldas a él. La rubia se había recogido el pelo en una coleta que oscilaba entre sus hombros cuando hablaba. Llevaba una camiseta blanca que se ajustaba maravillosamente a una espalda deliciosa y a una cintura estrecha antes de desaparecer en el interior de unos vaqueros desgastados.

Cuando contempló el contenido de aquellos vaqueros, sintió un interés muy superior al que había sentido con el escote de su admiradora. Era un trasero precioso. Y extraordinariamente familiar.

Un segundo después, la rubia se dio la vuelta.

Megan.

Ella se cruzó de brazos y lo miró a los ojos.

Él llegó a dos conclusiones: la primera, que los años se habían portado bien con su ex; la segunda, que estaba enfadada.

Manny le dio un golpecito a Megan en el hombro y Devin se levantó de inmediato. Conocía a su agente; si se empeñaba, era perfectamente capaz de destrozar a alguien con su manejo del idioma y su mirada de tiburón. Y estaba a punto de dedicarle su tratamiento especial a Megan.

—Disfruta del libro. Espero que te ayude la próxima vez.

Dejó plantada a la mujer del escote y caminó hacia su ex. Megan entrecerró sus ojos azules, llenos de ira.

Durante unos instantes, consideró la posibilidad de dejarla en manos de Manny; pero su conciencia se lo impedía. Habría sido como dejar a un niño a expensas de un matón. Además, sentía curiosidad; quería saber por qué aparecía de repente, después de siete años.

Ya no tenía su antiguo aspecto juvenil, de universitaria, pero había ganado en atractivo y la delicadeza de sus rasgos se llevaba mal con su gesto de enojo. Devin bajó la mirada y contempló sus pechos bajo la camiseta; se erguían hacia arriba como si quisieran llamar su atención.

Megan pareció adivinar los pensamientos de Devin, porque puso los brazos en jarras y apretó los labios. Con su cabello rubio claro, sus ojos azules, su estatura pequeña y su mirada de irritación, parecía una Campanilla enfadada.

Manny seguía a su lado, hablando, pero Megan ya no le hacía caso.

Sólo tenía ojos para él.

—Lo siento, Devin, pero esta mujer...

Devin le hizo un gesto para que guardara silencio. Manny obedeció y Megan apretó los dientes.

—Qué sorpresa, Megan. Me siento halagado por tu visita.

Ella sacudió la cabeza.

—Pues no deberías. Eres hombre muerto, Dev.

Manny dio un paso atrás y dijo:

—Llamaré a los de seguridad.

—No es necesario. Te presento a Megan Lowe. Mi ex.

Manny frunció el ceño.

—¿Por qué no me lo habías dicho? —le preguntó el agente.

—¿Podrías dejarnos a solas un momento? — respondió Megan—. Necesito hablar con Devin. En privado.

Manny miró a Devin, que asintió.

—No te preocupes. Déjanos solos. Estoy seguro de que Megan no tiene intención de asesinarme.

—¿Quieres apostar? —dijo ella.

—Te recuerdo que estamos en una librería, delante de cincuenta personas. Dudo que quieras organizar una escena —le advirtió Manny.

Megan echó un vistazo al establecimiento, soltó un suspiro y le dedicó la más falsa de sus sonrisas.

—No, por supuesto que no. Sólo quiero charlar unos minutos con Devin.

Devin la tomó del brazo y la llevó al almacén donde él mismo había estado esperando antes de que empezara el acto.

—¿Te parece bien aquí?Mientras él cerraba la puerta, ella preguntó:—¿Cómo has podido, Dev?—¿A qué te refieres? Tendrás que ser más explícita. Megan abrió el bolso, sacó un ejemplar de su libro y se lo mostró. —A esto. Me refiero a esto. Devin lo miró, pero sin entender nada. —¿Quieres que te lo dedique? ¿O que se lo dedique a alguna amiga tuya? —Ni lo uno ni lo otro. Ya tengo tu firma. En los papeles del divorcio. —Entonces, ¿qué quieres? ¿Consejo legal? Ella ladeó la cabeza. La coleta se le quedó delante del cuerpo, con la punta sobre el cuello de la camiseta, a pocos centímetros de sus pechos.

—Ahora que lo pienso, lo del consejo legal estaría bien... dime, ¿qué diferencia hay entre la calumnia y la difamación?

—¿Cómo? ¿Qué has dicho?

—Lo que has oído. Quizás debería denunciarte.

Devin la conocía y sabía que no se sabía expresar cuando perdía los papeles. Pero aquello le pareció excesivo.

—Por qué no te tranquilizas un poco y me dices...

—No te atrevas a mostrarte condescendiente conmigo —lo interrumpió—. Tu programa de radio ya era bastante malo, pero este libro...

Él dudó. No sabía si aplacarla o contra atacar.

—Mira, no creo que...

—Y ahí está el problema —continuó Megan—. ¿No te has parado a pensar que la opinión pública puede estar interesada en la ex mujer del abogado especializado en divorcios más popular del país?

Devin intentó intervenir; pero Megan, que había empezado a caminar de un lado a otro, siguió hablando.

—¿No has pensado que la gente puede creer que algunas de las cosas que cuentas en la radio y en tu libro forman parte de tu experiencia personal? ¿No se te ha ocurrido que la prensa me buscaría a mí para obtener mi versión a alguna historia especialmente jugosa?

—¿Estás enfadada porque algunos medios de la prensa amarilla quieren sacarte información para utilizarla en mi contra? —preguntó, perplejo.

Ella se volvió a cruzar de brazos.

—¿Algunos medios? Son todos los medios, Dev. Toda la prensa, todos los canales de televisión por cable y todos los malditos blogueros del universo. ¿Es que no lees lo que se publica por ahí? ¿No has visto que, de un tiempo a esta parte, tu nombre aparece asociado al mío?

Devin no leía lo que publicaban; no tenía tiempo. Para eso estaba Manny, su agente literario. Y visto lo visto, tendría que hablar seriamente con él.

Ahora entendía el enfado de Megan. Su exmujer siempre había sido tímida, y la presión de los medios sería demasiado para ella.

Devin se sintió culpable y extendió una mano sin más intención que tocarle el brazo y tranquilizarla un poco; pero Megan dio un paso atrás y él recordó que ya no tenía derecho a tocarla.

—Me temo que no puedo hacer gran cosa por impedirlo, Megan. Estuvimos casados y la gente lo sabe.

Ella suspiró.

—Siento que te hayan molestado por mi culpa —continuó—. Espero que pase pronto, pero sobra decir que lo entenderé si decides aprovechar la situación para sacar dinero a los medios.

—No quiero sacarles nada. Sólo quiero que me dejen en paz —afirmó ella—. Ya han dañado mi carrera, y si insisten...

—¿Tu carrera?

—Bueno, sé que nunca me prestaste mucha atención, pero deberías recordar que yo también tengo un trabajo.

Devin lo recordaba demasiado bien. Megan se había mudado a Albany y le había pedido el divorcio porque su carrera era lo más importante para ella.

El recuerdo le resultaba tan amargo que habló con más frialdad de la que pretendía:

—No entiendo que un poco de fama pueda dañar tu carrera.

Megan apretó los dientes.

—Te recuerdo que soy psicóloga y que estoy especializada en terapia matrimonial.

Él arqueó las cejas y rompió a reír.

Megan suspiró.

—Sí, sí, soy muy consciente de la ironía. Y también lo son todos los tipos que se ponen en contacto conmigo para que les hable de ti —insistió ella—. Pero soy una buena psicóloga y tenía una buena reputación... hasta ahora.

—Sigo sin entenderlo.

—Intentaré ser más clara. La prensa no me deja en paz. Llaman a mi despacho y a mi casa a todas horas; inundan mi correo electrónico e incluso se han hecho pasar por pacientes interesados en una terapia.

—Ya veo.

—Eso lo podía soportar, pero de repente, han empezado a presionar a los clientes de la clínica donde trabajo, con las consiguientes molestias para ellos y para nosotros. Además, las conjeturas de los medios sobre nuestro matrimonio han servido para que la gente me considere una especie de arpía psicótica. Ya no confían en mi capacidad como terapeuta matrimonial.

Megan respiró hondo y continuó:

—Ah, casi lo olvidaba. Mi jefa me ha ordenado que me tome unas vacaciones porque todo esto destroza la reputación de la clínica. Muchas gracias, Devin. Has destrozado mi vida. Por segunda vez.

Devin estuvo a punto de responder con dureza; desde su punto de vista, no era él quien había destrozado la vida de Megan la primera vez, sino ella quien había destrozado la suya. Pero era agua pasada y, por otra parte, Devin tenía corazón. Incluso con su exmujer.

—No lo sabía. Si quieres, intentaré solventar el problema... podría aclarar públicamente que tú y yo estuvimos casados hace mucho tiempo y que mi libro no tiene nada que ver con nuestra antigua relación.

Megan se relajó un poco.

—Es un principio, pero no creo que sirva de nada.

Él se sintió frustrado.

—Entonces, ¿qué diablos quieres que haga?

Megan no encontró una respuesta.

La rabia y la indignación la habían empujado a hablar con su exmarido, pero ahora, lamentaba haberse dejado dominar por sus emociones.

Además, su discurso sobre las actitudes positivas en los enfrentamientos no le había servido de nada. A la hora de la verdad, se había comportado de forma tan irracional como los pacientes de sus terapias.

Si la doctora Weiss la hubiera visto, la habría enviado de vuelta a la Facultad de Psicología, para que volviera a estudiar toda la carrera.

En ese momento, comprendió que no estaba preparada para enfrentarse a Devin; por lo menos, cara a cara. Años atrás, se había cambiado de ciudad para no encontrarse por la calle con su exmarido, pero se volvió tan famoso que no podía ir a ninguna parte sin verlo en las revistas, en los carteles y hasta en la publicidad de los autobuses.

Con el tiempo, aprendió a hacer caso omiso y a seguir adelante con su vida. Sin embargo, era evidente que no había aprendido a estar con él en la misma habitación.

El alto y delgado cuerpo de Devin daba la impresión de ocupar todo el espacio; sus pulmones parecían consumir todo el oxígeno; su energía era tan intensa que la sentía en la piel y su aroma la estaba volviendo loca.

Sabía lo que pasaba y no le gustó en absoluto.

Aquellos ojos marrones, aquel cabello negro y aquellas manos extrañamente elegantes para un hombre tan masculino, despertaban su apetito sexual.

Era un descubrimiento terriblemente injusto después de tantos años. Devin todavía tenía poder sobre ella. Y por lo visto, ella no tenía ninguno sobre él.

De haber podido, se habría escondido debajo de una piedra y no habría salido en cinco años. Se sentía muy avergonzada; por desear a Devin y por haberse comportado como una histérica cuando él sólo intentaba ser razonable.

—¿Qué quieres que haga?

La repetición de la pregunta le hizo sentirse más ridícula que antes. Había cometido un error al despreciar el consejo de Julie.

—¿Y bien, Meggie?

A Megan no le gustó que la llamara Meggie, como en los viejos tiempos; le recordaba cosas que prefería mantener en el olvido. Pero a pesar de ello, bajó los hombros y suspiró, derrotada.

—Lo siento, no debería haber venido. Será mejor que me vaya.

La situación le parecía tan absurda que soltó una carcajada y añadió:

—No puedo decir que me alegre de verte, pero tampoco quiero marcharme sin felicitarte por tu éxito.

Devin la miró con extrañeza y asintió.

—Adiós, Dev. Y buena suerte.

Megan le ofreció la mano y Devin se la estrechó. Sólo fue un momento, pero bastó para que ella sintiera una descarga de electricidad.

—Lo mismo digo, Meggie.

Ella se dio la vuelta. Al salir de la habitación, empujó la puerta con tanta fuerza que estuvo a punto de golpear a Manny, que estaba detrás.

—¿Qué? ¿Escuchando las conversaciones ajenas? —preguntó ella.

Manny se encogió de hombros y le dedicó una sonrisa que, obviamente, habría practicado muchas veces delante del espejo.

—No deberías tomártelo de forma personal, Megan —dijo el agente—. Esto sólo es un negocio. Sólo eso.

Megan fingió considerar sus palabras antes de hablar.

—Sólo eso —repitió ella—. Sí, tal vez tengas razón... pero cuando no formas parte de ese negocio, apesta.

Capítulo 2

TRAS pasar veinticuatro horas en la cama y tomar más chocolate de lo que le debería estar permitido a ninguna persona, Megan se encontraba tan mal como antes. Salvo por el hecho de que ahora le dolía la tripa.

Se había encerrado en el piso porque el encuentro con Devin había despertado un montón de recuerdos de su relación con él. Pero ya empezaba a estar cansada del encierro cuando sonó el teléfono.

Apartó las sábanas y miró la pantalla del aparato. No salía ningún número, pero podía ser uno de sus pacientes y no tenía más remedio que contestar.

—¿Dígame?

—¿Doctora Lowe?

—Sí, soy yo.

—Me llamo Kate Wilson. Soy productora de...

Megan suspiró.

—No voy a hacer declaraciones. Adiós.

—¡Espere! ¡No cuelgue, por favor!

Megan no colgó. Había algo en su voz que la hizo dudar.

—Soy la productora del programa de radio de Devin Kenney —continuó.

—Me parece muy bien, pero no voy a hacer ninguna declaración —insistió Megan.

—Comprendo su renuencia, pero le ruego que me conceda un par de minutos. No estoy buscando información. Eso no forma parte de mi trabajo.

—Mire, hoy estoy muy ocupada y...

—Entonces, iré al grano. Tengo entendido que la prensa le está molestando por el trabajo de Devin.

—En efecto.

—Bueno, no sé si tenía experiencia previa con los periodistas, pero conozco una forma de mantenerlos a raya.

Kate Wilson se ganó la atención de Megan.

—¿Una forma? ¿Qué forma?

—Hay que poner las cosas de manera que ellos no controlen la situación.

—Mire, señorita Wilson...

—Kate, por favor. Y si no te importa, prefiero que nos tuteemos...

—Está bien, Kate. Pero te advierto que no tengo el menor interés por conceder entrevistas o ruedas de prensa.

—Ya me lo imaginaba. Y por eso se me ha ocurrido que deberías salir en el programa de Devin.

Megan se quedó atónita.

—¿Cómo?

—Piénsalo un momento. Podrías contar tu versión de los hechos y Devin corroboraría tu historia en público. Incluso podrías responder a las preguntas de los oyentes y poner punto y final a la especulación... Si Devin y tú os mostráis convincentes y demostráis que no sois polos opuestos, la gente dejará de interesarse por vuestra antigua relación.

A Megan le pareció una propuesta demasiado buena para ser cierta. Incluso demasiado fácil para que saliera bien.

—¿Por qué crees que la gente...?

Kate no la dejó terminar.

—Megan, debes entender que tu profesión y la de tu ex marido son tan irónicamente contrarias que despiertan el interés de la opinión pública aunque no hagáis nada por despertarlo. En otros casos, el silencio bastaría para que la gente dejara de prestaros atención; pero en el vuestro, sólo sirve para añadir morbo.

—No me digas —ironizó.

Kate no captó la ironía.

—Pues sí, es exactamente lo que sucede. Te propongo que participes en el programa de mañana por la noche. Devin y tú sacaríais el tema, contaríais la verdad y pondríais fin al problema.

—No sé qué decir. Nunca he estado en la radio...

Kate sonrió.

—No te preocupes por eso; tienes una voz preciosa. Además, Devin y yo nos encargaremos de los aspectos más técnicos.

Megan seguía sin estar convencida.

—Quizás debería hablarlo antes con Dev...

—Oh, también sería magnífico para los índices de audiencia de Devin. Además, piensa que te convertirías en la consejera matrimonial más popular de Chicago. Seguro que aumenta tu lista de clientes.

Megan tardó un par de segundos en hablar. Había algo que no cuadraba.

—¿Por qué me has llamado tú y no Devin?

—Porque está en Atlanta firmando libros y no volverá hasta mañana por la tarde —respondió la productora.

A Megan le parecía una propuesta muy tentadora. Pero le disgustaba la idea de aceptar sin hablar antes con Devin. Y después de lo sucedido en la librería, tampoco ardía en deseos de acercarse a él.

—No sé, Kate...

—Tienes que decidirte ahora. Si queremos que funcione, debemos hacerlo cuanto antes —la presionó.

Megan respiró hondo y dijo:

—Está bien, acepto.

—¡Excelente! Ven hacia las seis y te daré la información necesaria. ¿Quieres que te enviemos un coche?

Durante los minutos siguientes, Kate se dedicó a hacerle preguntas y darle instrucciones sobre el programa de radio, pero Megan ya estaba dudando de la decisión tomada y no le prestó atención.

Sólo oía el sonido de su cabeza al golpear suavemente, una y otra vez, contra el cabecero de la cama.

El avión ya había iniciado la maniobra de descenso para aterrizar en el aeropuerto O’Hare cuando Devin cometió el error de seguir el consejo de Megan y leer lo que los medios publicaban sobre él.

Apagó el ordenador portátil, se puso el cinturón y dedicó los últimos minutos del vuelo a leer la prensa.

Al llegar a la sección de espectáculos, se quedó helado.

Megan aparecía en ella.

Según la información que tenía ante sus ojos, la doctora Megan Lowe iba a ser la invitada especial de su programa de la noche. Su sorpresa ante el título de doctora que le dedicaban a su exmujer palideció ante el hecho de que iba a participar en su programa.

Se preguntó de quién habría sido la idea y echó mano al móvil con intención de llamar a la emisora y preguntar, pero justo entonces se acordó de que no podían llamar por teléfono en el avión.

—Disculpe, señorita... —dijo a una azafata.

—¿Sí?

—¿Tardaremos mucho en aterrizar?

—Es difícil de saber, señor Kenney. Hay otros vuelos por delante de nosotros y vamos a volar en círculos durante un rato —contestó—. Cuando tenga más información se la daré.

Devin se preguntó a quién debía llamar en primer lugar cuando llegara a Chicago. Suponía que la idea había sido de Manny, pero también podía ser de Kate; los dos eran capaces de cualquier cosa con tal de mejorar el índice de audiencia y aumentar sus ingresos. En cuanto a la propia Megan, no la podía llamar por la sencilla razón de que no tenía su número de teléfono.

Un momento después, el piloto anunció el retraso al pasaje.

Devin cambió de posición e intentó pensar.

No podía creer que su ex se hubiera prestado a participar en un programa. Le disgustaba ser el centro de atención. De hecho, se habían casado en una ceremonia pequeña, sólo para la familia y los amigos más cercanos, porque Megan no soportaba la idea de ser protagonista para una multitud. Siempre había sido introvertida.

Automáticamente, Devin volvió a sentir la necesidad de protegerla; pero se recordó que era una mujer adulta y que, además, había destrozado su matrimonio con su egoísmo y su falta de madurez.

Megan ya no formaba parte de su vida. Debía volver a su carrera o a lo que estuviera haciendo antes de que se presentara en la librería con intención de arruinar la presentación del libro.

Ya no era problema suyo. Y por supuesto, no la quería en su programa de radio.

Sacudió la cabeza y pensó que Manny y Kate debían de estar borrachos para ofrecerle que hablara para una emisora que llegaba a todo el país.

Estaba tan enfadado que los habría despedido de buena gana.

El rascacielos donde se encontraba la sede de Broad Horizons Broadcasting era como cualquier otro rascacielos de Chicago. Megan no estaba segura de lo que esperaba cuando el coche negro se presentó en su domicilio, pero no se sintió como si se dirigiera a una emisora de radio, sino más bien como si fuera a una compañía de seguros.

Cuando el vehículo llegó a su destino, le dio las gracias al conductor. Le había dedicado la misma cortesía que habría usado con una famosa.

Al entrar en el edificio, estuvo a punto de soltar una carcajada; curiosamente, el rascacielos también era sede de una compañía de seguros, además de una empresa de inversiones, un bufete de abogados y otros negocios parecidos.

Se acercó a recepción, dio su nombre y dijo adónde se dirigía. El guardia de seguridad arqueó una ceja.

—No es usted como imaginaba, doctora Lowe.

Megan no supo si tomárselo como un cumplido.

—¿Es que me esperaba?

—Por supuesto. La señorita Wilson me pidió que la enviara directamente al piso quince en cuanto llegara.

Megan se empezó a preocupar. Se lo había pedido Kate Wilson, no Devin. De hecho, su ex todavía no se había puesto en contacto con ella.

Sólo faltaba una hora para el programa. Necesitaba hablar con Dev para establecer unas normas generales y un plan de acción cuando estuvieran en directo, porque de lo contrario, corría el riesgo de hacer el ridículo.

El guardia se levantó y la acompañó al ascensor.

—Tengo que darle acceso —explicó el hombre—. Si no se lo diera, no podría llegar más allá del piso catorce... es una medida de seguridad para el equipo del programa y sus invitados.

El guardia introdujo una llave en el panel y añadió, con una sonrisa:

—Buena suerte.

—Gracias.

Las puertas se cerraron y el ascensor se puso en marcha. Megan se intentó convencer de que el vacío que sentía en el estómago se debía a la velocidad del ascensor, pero no era una buena mentirosa en lo tocante a ella misma.

Cuando llegó a su destino, salió al corredor. La sede de Broad Horizons era como la de cualquier empresa grande, con moqueta en el suelo, fluorescentes en los techos y cubículos independientes para los trabajadores.

—¡Megan!

Al oír la voz, Megan se giró.

Era Kate. Y a diferencia de la sede, su aspecto no podía ser más distinto al que había imaginado. Alta, esbelta y con una melena negra y rizada que le caía maravillosamente sobre los hombros. Parecía una supermodelo.

Megan se sintió muy poca cosa en comparación.

—Me alegra que hayas venido. El programa de hoy va a ser fantástico.

Kate le estrechó la mano y la llevó hacia el estudio.

—Debo admitir que no eres como te había imaginado —dijo Megan.

—¿Ah, no?

Megan comprendió que se estaba metiendo en un lío e intentó rectificar.

—Bueno, me refería a tu voz... Supuse que sería... es decir...

Kate rió.

—No te preocupes, eso es lógico. Nadie es como te lo imaginas cuando lo oyes en la radio. Excepto Devin, por supuesto... La gente espera un rasgabraguitas cuando oyen su voz y eso es exactamente lo que es.

—¿Un rasgaqué?

—Un rasgabraguitas —repitió Kate—. Ya sabes, el tipo de hombre por el que una mujer se arrancaría las bragas.

Megan estuvo a punto de trastabillar. Kate Wilson tenía razón, pero no estaba dispuesta a admitirlo en voz alta. Ella misma se habría arrancado las bragas por Devin en multitud de ocasiones.

—Pero eso es lo mejor de Devin. A los hombres les gusta lo que dice y a las mujeres les gusta su cuerpo... es perfecto para el programa. Ellos quieren ser como él y ellas, lo quieren a él — afirmó Kate.

—A todo esto, ¿dónde está?

—Su avión llegó con mucho retraso y ha estado muy ocupado esta tarde. Le dije que te llamara por teléfono, pero no habrá tenido ocasión.

Descuida, lo verás dentro de poco.

Kate abrió una puerta y añadió:

—Me temo que no tenemos sala de espera; esta habitación es lo mejor que te podemos ofrecer. Ponte cómoda e intenta relajarte un poco. Te empezaremos a preparar dentro de un par de minutos.

Kate salió y cerró la puerta.

En cuanto se quedó a solas, Megan se dio cuenta de que la había llevado a la sala de descanso de los trabajadores de la emisora. Tenía una mesa, un sofá, un frigorífico y una cafetera. Las paredes estaban llenas de fotografías de políticos, deportistas de élite y famosos en general que posaban en compañía de periodistas de la emisora. Al ver la de Devin y el vicepresidente del gobierno, se quedó helada.

No se le había ocurrido que aquel programa de radio fuera tan importante. Estaba a punto de sentarse en la misma silla y probablemente de usar el mismo micrófono que el vicepresidente del gobierno.

Se sentó en el sofá y se pasó una mano por el pelo, intimidada.

Iba a hablar por la radio a miles o quizás decenas de miles de personas. Y por si fuera poco, estaría al lado de Devin.

Sacó el carmín y se lo llevó a los labios. Se dijo que no lo hacía por Dev, sino por sentirse más segura. Pero no se pudo engañar.

Un momento después, la puerta se abrió.

Y no era Kate.

—¿Por qué te pintas los labios? —preguntó Dev con sarcasmo—. Esto es la radio. No te va a ver nadie.

Megan se sintió tan avergonzada que guardó el pintalabios a toda prisa y contra atacó con lo primero que se le ocurrió, para desviar la atención de Devin:

—Yo también estoy encantada de verte otra vez.

Devin asintió con expresión seria. No parecía muy feliz de tenerla en la radio.

Se acercó al frigorífico y sacó dos botellas de agua; después, le dio una a Megan, se quedó la otra y dijo:

—No puedo creer que Kate te convenciera para participar en el programa.

—¿Por qué no? Me hizo ver que serviría para poner punto y final a las especulaciones sobre nuestro matrimonio.

—¿En serio? —ironizó—. Kate sería capaz de sacrificar perritos en vivo y en directo con tal de aumentar el índice de audiencia.

Megan se estremeció.

—Entonces... ¿me vas a sacrificar?

Dev sacudió la cabeza.

—Esto no ha sido idea mía, Meggie. Yo no sabía nada hasta que lo leí en un periódico del avión. De hecho, he tenido que cambiar mis planes para concederte un espacio en el programa de esta noche.

—Pero yo pensaba que tú lo sabías...

—Pues pensaste mal.

—¿Y por qué no me has llamado? Podríamos habernos ahorrado el problema... Dev se encogió de hombros. —Porque el mal ya estaba hecho. Yo no podía hacer nada. Tu aparición se ha anunciado en los medios de comunicación y no podemos dar marcha atrás —contestó—. Además, he estado muy ocupado.

—Sí, ya me lo imagino —dijo ella, nerviosa—. Un programa de radio, las presentaciones del libro... debe de ser agotador. ¿Cómo te las arreglas para practicar la abogacía al mismo tiempo?

—No me las arreglo.

—No te entiendo...

—Ya casi no ejerzo como abogado.

Megan se llevó una buena sorpresa. Sabía que Dev adoraba el Derecho. Siempre había sentido pasión por la ley y la justicia.

—Mi nombre sigue en la puerta del bufete — explicó Devin—, pero eso no significa que lleve todos sus casos. Para eso están mis compañeros y mis ayudantes.

—¿Y no lo echas de menos?

—No tengo tiempo para echarlo de menos.

Megan se mantuvo en silencio.

—Pero dejemos de hablar de mí —dijo él—.

Parece que la vida te ha tratado bien... al final conseguiste lo que querías. Ya eres psicóloga.

—En efecto.

—¿Y es tan bueno como esperabas?

Megan notó un fondo de acritud en su pregunta, como si quisiera provocarla. Fue tan leve que nadie más lo habría notado; pero ella conocía muy bien a su ex.

—Tan bueno y más —respondió, desafiante.

—Me alegro por ti.

Devin se llevó la botella de agua a los labios y se la bebió entera, de un trago. Después, tiró el recipiente vacío.

—¿Qué se siente al ser el gurú nacional de los divorcios? —atacó ella—. ¿Es lo que esperabas cuando empezaste a estudiar Derecho? Pero no, claro que no... estudiaste Derecho antes de convertirte en gurú. ¿Por qué, Devin? ¿Porque la radio y los libros dan más dinero que defender la constitución?

Devin sonrió.

—Sí, dan mucho más dinero; pero sobre todo, son más emocionantes.

—Y pensar que te tomé por un idealista...

—El idealismo ciego es peligroso.

—Así que te pasaste a la radio.

Él asintió.

—Exacto.

—¿Y no te molesta?

—¿Por qué me va a molestar?

—Porque tu trabajo es esencialmente pesimista. Cualquiera que te oiga, pensará que todos los matrimonios terminan en divorcio.

Él arqueó una ceja y declaró, con ironía:

—Oh, vaya, ¿de dónde habré sacado esa idea?

Megan lamentó haber sacado el tema de conversación. Dev tenía razón; se había divorciado de él. Y si seguían por ese camino, se estarían peleando mucho antes de entrar en el estudio y comenzar el programa.

—Bueno, evitemos las cuestiones personales. O al menos, limitémoslas hasta donde sea posible —dijo ella.

Él asintió.

—Ése era mi plan.

—Me alegra que tengas un plan. ¿Por qué no me das más información al respecto?