Prisionera del destino - Kimberly Lang - E-Book
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Prisionera del destino E-Book

Kimberly Lang

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Beschreibung

Él era la perdición de una buena chica... Vivienne LaBlanc no se podía creer que Connor Mansfield, chico malo y estrella del rock, hubiera vuelto a Nueva Orleans para el desfile de carnaval de Santos y Pecadores. Tenía una reputación tan infame como su diabólica sonrisa, pero Vivi no tenía intención alguna de convertirse en una de sus admiradoras. Él ya le había destrozado una vez el corazón, sin embargo, ¿cómo podría Vivi sacarse aquellos pensamientos tan poco castos de la cabeza, en especial cuando a Connor se le daba tan bien tentarla para que fuera una chica mala?

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Seitenzahl: 214

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Kimberly Kerr. Todos los derechos reservados.

PRISIONERA DEL DESTINO, Nº 1996 - septiembre 2013

Título original: The Downfall of a Good Girl

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3537-5

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

Vivienne LaBlanc esperaba con impaciencia, tratando de no golpearse las alas contra nada ni de moverse demasiado rápido para que no se le cayera el halo, mientras Max Hale daba su discurso de presentación al otro lado del telón.

—Hay muchas comparsas, pero ninguna como la de Bon Argent. Hace cinco años, decidimos realizar un evento para conseguir dinero para las víctimas del Katrina. Tuvimos más éxito del que habíamos soñado. A través del Festival de Santos y Pecadores, que se va haciendo más importante cada año, conseguimos reunir cientos de miles de dólares para una docena de organizaciones benéficas locales. Por lo tanto, os doy las gracias a todos por vuestro incansable apoyo.

Después de unos aplausos, Max siguió elogiando sus logros, pero Vivi escuchaba con desinterés. Conocía muy bien el estupendo trabajo de Bon Argent. Llevaba trabajando con la comparsa desde sus comienzos. Candy Hale era una de sus más antiguas amigas y Max era como un padre para ella. Su madre solía estar en la junta directiva, por lo que no era necesario que Max le vendiera los éxitos de la comparsa precisamente a ella. Lo que sí necesitaba era que le aplicaran un poco de adhesivo en las alas.

«¿Cómo se supone que me voy a sentar con estas cosas?».

Las alas, que estaban cubiertas de plumas y de joyas, eran muy hermosas. Le llegaban muy por encima de la cabeza y le bajaban hasta las pantorrillas. Vivi frunció el ceño y trató de ajustarse la hebilla de las sandalias doradas. Entonces, sintió cómo todo su atuendo se movía peligrosamente. Sinceramente, su aspecto tenía poco que ver con el de una santa. Se asemejaba más al de una bailarina de Las Vegas.

El baile de Santos y Pecadores rayaba en ocasiones en lo ridículo. Sin embargo, los disfraces y la parodia de la pompa y el boato eran lo que conseguían que el evento de Santos y Pecadores fuera tan divertido, tan popular y que tuviera tanto éxito en un espacio de tiempo tan breve.

Había allí unas trescientas personas esperando ansiosamente el anuncio del Santo y Pecador de aquel año. Siguiendo la tradición de las comparsas del Mardi Gras, esas identidades eran una información de alto secreto. Por lo que Vivi sabía, aquel año tan solo conocían aquel detalle tres personas. Max, el director de la organización benéfica Bon Argent, Paula, la encargada de relaciones públicas y mademoiselle Rene, la modista que se ocupaba de la confección de los disfraces. Ni siquiera Vivi sabía quién sería su acompañante entre aquel momento y el martes de carnaval.

Sin embargo, tenía algunos candidatos en mente.

Al contrario de las comparsas tradicionales, que coronaban a un rey y a una reina, la Bon Argent no tenía requerimientos de género. El Santo y el Pecador se elegían por su fama y su reputación y podían ser del mismo género. Vivi apostaba por Marianne Foster, dueña de un club nocturno. Había salido mucho en las noticias y le proporcionaría una excelente competencia antes de que Vivi la derrotara. Marianne sería popular en los votos y acarrearía mucho dinero, pero no se podía decir que Vivi fuera engreída al pensar que ella era más popular y que, en comparación, era capaz de conseguir mucho más dinero.

Apartó aquel pensamiento. Sabía que los pensamientos eran los precursores de las palabras y de los actos y había aprendido a mantener la cabeza sobre los hombros para evitar decir o hacer nada que pudiera lamentar más tarde. «Se trata del dinero que podamos recaudar, no de ganar».

No obstante, también se trataba de ganar.

El Pecador se había llevado la corona los últimos dos años, pero, en aquella ocasión, Vivi se negaba a perder. Tan solo había perdido una sola corona en toda su vida. Aún recordaba con amargura ver cómo Miss Indiana se la arrebataba. No importaba la simpatía que sintiera hacia Janelle o la estupenda Miss América que hubiera resultado ser. Le dolía perder.

Vivi era muy competitiva. A nadie le gustaba perder, pero, en su caso, su naturaleza competitiva resultaría beneficiosa porque, después de todo, aquello era por una buena causa.

En aquellos momentos, Max estaba presentando a su corte de querubines. Se trataba de diez alumnas del instituto a las que la junta directiva había elegido para que la acompañaran en la gala benéfica.

Por fin le tocaba a ella. Respiró profundamente, se colocó el vestido y esperó.

—... es un placer para mí presentarles a la Santa, ¡Vivienne LaBlanc!

El telón se abrió. Los fotógrafos comenzaron a disparar sus cámaras mientras se acercaban al borde del escenario. Todos los presentes lanzaron un rugido de aprobación y comenzaron a aplaudir. Vivi oyó el peculiar silbido de su hermana y miró hacia la mesa en la que estaba sentada su familia. Veinte minutos antes, cuando se excusó de la mesa diciendo que tenía una llamada telefónica importante de la galería, Lorelei le dedicó una mirada de complicidad. Los saludó mientras las personas que ocupaban las mesas cercanas felicitaban a sus padres.

Ser elegida Santa era un honor. Vivi se sentía orgullosa de que aquellos aplausos demostraran que había muchas personas que consideraban que lo merecía. Había ganado muchos concursos en su vida, pero aquello era diferente. No se trataba de ser bonita ni popular. Lo malo de su trayectoria en los concursos de belleza era que todos dieran por sentado que ella era tan solo un rostro hermoso y nada más. Se había pasado años luchando contra aquel estereotipo, tratando de demostrar que ella era mucho más. Hasta la fecha, aquel había sido el mayor desafío y el halo que llevaba sobre la cabeza demostraba que por fin había tenido éxito. Para Vivi significaba mucho más que ninguna otra corona que hubiera llevado puesta nunca.

Derrotar al Pecador sería la guinda del pastel. En aquellos momentos deseaba aquel trofeo más que nada en el mundo.

Se quitó el halo con la pompa adecuada y lo colocó sobre la almohada de raso que portaría el halo del Santo y los cuernos del Pecador hasta que terminara la competición y el ganador reclamara los dos trofeos. Entonces, tomó asiento con su corte y aplaudió educadamente mientras se presentaba a los Impíos, la corte del Pecador.

Max respiró profundamente. Estaba tan emocionado que parecía a punto de estallar.

—Este año, nuestro pecador es una elección evidente. Estamos encantados de que él haya sacado tiempo de su apretada agenda para reinar en este acontecimiento tan importante.

El uso del pronombre indicó a Vivi que se había equivocado. Había estado tan segura de que sería Marianne... Decidió que en realidad no importaba. Estaba dispuesta a enfrentarse a cualquiera.

—¡Connor Mansfield!

Vivi sintió que la sonrisa se le helaba en el rostro. Todos los presentes comenzaron a aplaudir con entusiasmo.

«Debe de ser una broma...».

Connor vio fugazmente el rostro de Vivi al salir al escenario y estuvo a punto de echarse a reír al ver la mezcla de horror y furia que se reflejó en él. No podía culparla. Él mismo había reaccionado del mismo modo al escuchar cómo anunciaban el nombre de ella, pero, por suerte, había estado aún oculto por el telón.

Tenía que admitir la buena gestión de la junta directiva del Bon Argent. Ciertamente sabían cómo garantizar la máxima atención de la prensa local, una atención que podría ser difícil de mantener entre todos los demás eventos del Mardi Gras.

Vivi lo miraba como si se muriera de ganas por retorcerle el pescuezo, aunque en realidad siempre lo había mirado de aquel modo. Algunas cosas nunca cambiaban por mucho tiempo que un hombre pasara alejado de su ciudad natal.

Como el espectáculo debía continuar y todo el mundo estaba esperando que tomaran sus asientos para que la cena pudiera comenzar, Connor se quitó los cuernos y los colocó con mucha solemnidad junto al halo del Santo. Entonces, se acercó a Vivi, la saludó cortésmente con una inclinación de cabeza y esperó a que ella le devolviera el gesto. Después, muy lentamente, se dirigieron a la mesa principal. Cuando alcanzaron sus asientos, todos los asistentes los vitorearon y, en aquel momento, comenzó oficialmente el Festival de Santos y Pecadores. Inmediatamente, se empezó a servir la cena.

Connor se inclinó un poco hacia Vivi.

—Vas a estropear el trabajo de tres años de ortodoncias si no dejas de rechinar los dientes de ese modo, Vivi.

Ella entornó la mirada, pero aflojó un poco la mandíbula. Entonces, tomó la copa de vino y, al ver que estaba vacía, se sirvió un poco de agua. Connor observó cómo dudaba un instante antes de comenzar a beber y decidió que, conociendo a Vivi, ella había estado pensando si verterle el agua sobre el regazo.

—Te diría que bienvenido a casa, pero...

—Pero no lo dirías de corazón —replicó él con una sonrisa.

—Pero sería innecesario, dado el recibimiento que has tenido —le corrigió ella.

—¿Acaso estás celosa de que yo haya conseguido más aplausos?

—No. No necesito la atención de los demás.

—Viniendo de una reina de concursos de belleza, no me lo creo.

Vivi respiró profundamente y esbozó una tensa sonrisa.

—Algunos de nosotros hemos superado la adolescencia.

Él fingió pensar en eso unos segundos y luego sacudió tristemente la cabeza.

—No, sigues siendo una mojigata.

—Y tú sigues siendo un...

Vivi se interrumpió tan secamente que Connor se preguntó si se habría mordido la lengua. Ella respiró profundamente por la nariz y tragó saliva.

—Debes de estar muy contento de que por fin se te reconozca por tus logros.

—Odio romperte la burbuja, Santa Vivienne, pero estos títulos no son referencias de carácter.

—Ah, ¿de verdad? —preguntó ella, con una expresión de confundida inocencia en el rostro—. Pues parece que el título se te adecua perfectamente.

Primera pulla. Connor se lo tendría que haber imaginado. Vivi no podía dejarlo pasar. Aunque se había reivindicado, los rumores y los cotilleos le habían hecho daño. Todo el mundo creía que había algo de verdad en lo que se decía y ese algo era el motor que movía los rumores que no se apagarían nunca.

—Vaya, mojigata y criticona. Tienes que aumentar tu repertorio.

—Tal vez tú también deberías hacer lo mismo con el tuyo. Un poco de decoro te vendría bien, considerando el honor que se te ha concedido.

—Según tú, en realidad no es un honor, ¿verdad?

—Sin embargo, tú pareces estar muy contento contigo mismo —bufó ella—. Tienes un aspecto ridículo, ¿sabes? ¿Pantalones de cuero negro, Connor? ¡Venga ya! ¿Acaso estamos en 1988?

Connor había pensado algo muy parecido cuando se los enseñaron.

—En lo de los pantalones estoy de acuerdo. Son muy de los ochenta, pero supongo que van bien con el disfraz.

Vivi sonrió, aquella vez de verdad, al camarero que le llenó la copa de vino. Sin embargo, la sonrisa desapareció en cuanto el camarero dejó de servir.

—No sé en qué estaba pensando Max —gruñó ella mientras miraba la ensalada—. El Santo y el Pecador deben ser celebridades locales.

—Literalmente, soy el vecino de al lado, Vivi. Soy de esta ciudad tanto como tú.

—Lo eras —le corrigió ella—. Ahora, eres internacional. Te pasas más tiempo de gira por ahí que viviendo en esta ciudad.

Connor trató de acomodarse en su silla, pero las enormes alas negras que llevaba en la espalda se lo hacían prácticamente imposible. Rene había tratado de darle un aire diabólico a su disfraz, pero él se sentía más como un cuervo gigante.

—Entonces, ¿lo que te molesta es el hecho de que mi trabajo requiere que pase mucho tiempo fuera de la ciudad?

—Me opongo a que el terreno de juego no esté nivelado —comentó ella mientras se apartaba el cabello del rostro.

A excepción de su cabello negro, Vivi tenía el físico adecuado para parecerse a un ángel. Enormes ojos azules, piel blanca, rasgos elegantes... No obstante, el fuego que le ardía en los ojos distaba mucho de ser angelical. Además, tenía una hermosa boca, de turgentes y gruesos labios que resultaban casi pecaminosos...

—¿Por qué te parece que no está nivelado?

—Tus admiradoras, tu club de fans y tus famosos amigos se asegurarán de que ganes llenándote muy bien los cofres.

—Pero eso está bien, ¿no? Se trata de recaudar dinero.

—Por supuesto que eso es lo importante —admitió ella—, pero tienes una ventaja injusta en lo que se refiere al concurso en sí. Nadie podría competir contigo.

—Me alegro de que por fin lo admitas —replicó él con una sonrisa.

—Lo que quería decir es que yo soy una chica de esta ciudad y tú eres una maldita estrella de rock. De entrada, tienes un número de seguidores mayor y eso es una ventaja injusta.

—Creía que eras una Santa y no una mártir...

Vivi apretó los puños con fuerza, tanto que Connor pensó que iba a partir la copa en dos en cualquier momento.

—Limítate a cenar.

Sin embargo, él le dedicó una sonrisa.

—Podrías ceder un poco, ¿sabes?

—Aún no se han helado las llamas del infierno —replicó ella casi atragantándose con el vino.

—Entonces, ¿piensas enfrentarte a mí?

—Por supuesto que sí —contestó ella. Y a continuación tomó el tenedor y pinchó la lechuga con más fuerza de la necesaria.

Vivi jamás podía rechazar un desafío. Fuera lo que fuera, ella lo aceptaba en toda su extensión. Connor respetaba esa cualidad que ella tenía. De hecho, era una de las pocas cosas que tenían en común. El resto de las cualidades de Vivi lo volvían loco. Siempre había sido así.

En realidad, no debía permitir que Vivi le afectara en modo alguno. Era un hombre adulto. Tal vez a Vivi no le gustara, pero había muchas otras mujeres a las que sí, por lo que aquella actitud de superioridad no debía afectarlo. Sin embargo, había algo en ella que le provocaba un ligero hormigueo en la piel.

¿Habría accedido a participar si hubiera sabido que Vivi formaba parte de ello o se habría limitado a mandar un cheque y dejarlo pasar?

No. Llevaba un tiempo pensando en su ciudad. Aquello había sido simplemente el empujón que necesitaba para volver allí. Era la excusa para tomarse un respiro, crearse nuevos titulares que no implicaran demandas de paternidad o de actividad sexual. Así, podría dar un paso atrás y tal vez respirar profundamente por primera vez en años.

No se había dado cuenta de lo cansado que estaba. Conseguir todo lo que había querido en la vida era, en teoría, genial. Sin embargo, no había imaginado que se sentiría como un vagabundo bien vestido. Al principio lo había aceptado. No podría haber llegado tan lejos si hubiera estado atado a un lugar. La libertad era maravillosa, pero había que pagar un precio.

Estar en casa le hacía sentir que volvía a pisar terreno firme. Las ideas que había estado pensando parecían estar tomando forma allí. Nueva Orleans le beneficiaba mentalmente. Podría utilizar las semanas que iba a pasar allí para volver a recuperar el timón de su vida y decidir qué era lo que iba a hacer a continuación.

Oyó el profundo sonido de irritación de Vivi y eso le ayudó a regresar al presente. Tenía un concurso que ganar. Resultaba agradable regresar a casa, sobre todo con aquella cálida bienvenida y por tener la oportunidad de hacer algo bueno por la ciudad que lo vio nacer.

El hecho de fastidiar a Vivi era simplemente un incentivo.

Vivi masticaba cada bocado una docena de veces antes de volver a llenarse la boca. No podía controlar sus pensamientos, pero al menos así podría garantizarse que no mordería el anzuelo que Connor le ofrecía para terminar diciendo algo que más tarde lamentaría.

Aquella situación era un fastidio. Conocía demasiado bien el mundo de los eventos benéficos como para saber que Connor era una bendición de los dioses. El dinero llovería y la publicidad sería increíble. La parte más racional y razonable de su mente aplaudía la decisión de Max y envidiaba su habilidad para conseguir que Connor accediera a participar.

Sin embargo, ¿Connor Mansfield? Qué horror. Si tenía que verse emparejada con una superestrella de la música, ¿por qué no podían haber elegido a cualquier otra de las docenas de leyendas musicales de Nueva Orleans? No. Tenían que llevar a Connor, en especial porque él era uno de los mayores pecadores que había en la prensa en aquellos momentos.

Desde la mesa presidencial tenía una excelente vista de todo el salón de baile. La lista de invitados contaba con todos los ricos y poderosos de la ciudad. Ella conocía todos los rostros de aquella sala, igual que todos sabían muy bien por qué Connor y ella se odiaban tanto.

Odio no era la palabra adecuada. En realidad, ella no odiaba a Connor. Sentía una profunda antipatía hacia él. El odio implicaba más energía de la que estaba dispuesta a utilizar. Simplemente, Connor y ella no podían ocupar el mismo espacio al mismo tiempo. Connor era la única persona que podía hacer que la sangre le hirviera solo con respirar.

Sintió que empezaba a formársele un terrible dolor de cabeza detrás del ojo izquierdo.

Por el modo en el que la miraba todo el mundo, cada uno de los invitados sabía exactamente lo mucho que le disgustaba estar con Connor en la mesa presidencial, y ese hecho le resultaba muy divertido. Seguramente, en aquel mismo instante se estaban haciendo apuestas sobre el hecho de que serían testigos del baile que tuvo lugar hacía ya diez años, cuando la reina abofeteó al rey tan solo diez minutos después de su coronación.

Connor se lo había merecido, pero Vivi había tardado mucho tiempo en dejar atrás lo ocurrido. Incluso unos meses después, en su entrevista durante la elección de Miss Río Misisipi, había vuelto a salir el tema, con la conclusión de que ella tenía tendencia a provocar escenas que no eran propias de su título. Había aprendido a controlarse y a cuidar su imagen después de eso, por lo que suponía que, en cierto modo, Connor la había ayudado mucho en su éxito en los concursos de belleza. Sin embargo, aquella noche había sido la gota que había colmado el vaso y, desde entonces, Connor y ella habían mantenido una adecuada distancia a no ser que las circunstancias se lo impidieran.

Entonces, la música de Connor empezó a hacerse muy popular y había comenzado a pasar más tiempo lejos de la ciudad que dentro de ella. En pocos años, se había convertido en una superestrella y sus caminos habían dejado de cruzarse. Afortunadamente.

Vivi decidió que se consolaría sabiendo que solo faltaban cuatro semanas para el Miércoles de Ceniza. Entonces, Connor regresaría a Los Ángeles o a Nueva York o donde viviera y la vida de ella volvería a la normalidad. Aunque pequeño, era un consuelo para ella.

¿Podría soportarlo durante tanto tiempo? Ya eran adultos. De edad, con mayor sensatez y madurez. Tal vez las cosas podrían ser diferentes. Se arriesgó a mirarlo de reojo.

Probablemente no.

Todo lo referente a Connor proyectaba altivez y arrogancia. Estaba muy seguro de sí mismo. Siempre parecía tener una sonrisa burlona en el rostro, como si se estuviera riendo de ella. Sentado allí, vestido de Lucifer de camino a un desfile del Orgullo Gay, seguía irradiando seguridad en sí mismo.

Mademoiselle Rene lo había vestido de cuero negro, no solo los pantalones, sino también el chaleco negro y las botas. Pulseras del mismo material con tachuelas le rodeaban los bíceps y atraían la atención a los poderosos músculos que nadie esperaría de un cantante que toca el piano.

El contraste con su propio disfraz, blanco y con plumas, resultaba muy bonito. Sin embargo, mientras que su disfraz tendía hacia el recato y la castidad, el de Connor llamaba a gritos al sexo. El cuero se le ceñía como un guante y dejaba poco a la imaginación. Mientras que mademoiselle Rene había cubierto cada centímetro de su delicada piel con purpurina, la de él había sido untada con aceite para darle un brillo irresistible.

Connor era alto y moreno, la viva personificación del peligro. El cabello oscuro le llegaba hasta los hombros y una perilla le enmarcaba los labios. Vivi tragó saliva. El amor que sentía por el arte le hacía apreciar la belleza, pero no era solo belleza lo que tenía ante sus ojos. Había virilidad, fuerza, pasión. Resultaba difícil no apreciar a Connor en ese nivel.

Justo en aquel instante, él levantó la mirada y la sorprendió observándolo. Entonces, esbozó una devastadora sonrisa que frunció de un modo muy atractivo los hermosos ojos de color chocolate.

Su imagen resultaba suficiente para deshacer a cualquier mujer, al menos hasta que abriera la boca.

—¿Algún problema, Vivi?

—Me ha sorprendido la perilla. ¿Acaso perdiste la cuchilla de afeitar mientras estabas de gira?

—Me pareció que iba bien con el disfraz —replicó él mientras se la acariciaba suavemente—. Pensé que me daba un aspecto algo demoníaco, ¿sabes?

—Resulta tan ridícula como los pantalones —mintió ella mientras se centraba de nuevo en su cena.

Connor tenía un aspecto demoníaco, peligroso y sensual, como si estuviera dispuesto a robar una docena de almas femeninas. Seguramente ninguna mujer presentaría mucha batalla. Las mujeres adoraban a Connor.

¿A quién estaba tratando de engañar? Todo el mundo adoraba a Connor, alababa su talento y celebraba su éxito. Aquella era una de las razones por la que todo el mundo se sorprendía tanto de que a ella no le ocurriera lo mismo.

No estaba segura al cien por cien de por qué o cómo había empezado todo, pero en los veinticinco años que hacía que conocía a Connor, no podía recordar ni una sola ocasión en la que él no la hubiera irritado hasta el punto de justificar el homicidio.

No era que Vivi fuera malvada. Le gustaba la gente. Connor era la única persona del planeta que producía aquel efecto en ella. Connor había dicho que era, literalmente, el vecino de al lado. Las madres de ambos estaban juntas en doce organizaciones benéficas y almorzaban juntas dos veces por semana. Sus padres jugaban al golf y tenían negocios juntos. Vivi se había pasado toda la vida escuchando lo maravilloso que era Connor. A veces, parecía que todo su círculo social existiera meramente a la sombra de su grandeza. Tenían la misma edad, fueron al mismo colegio privado y habían compartido muchos amigos. Sus padres habían estado tratando de emparejarlos desde la pubertad.

A nadie parecía importarle que no se cayeran bien y que Connor hiciera todo lo posible por fastidiarla. La gente era muy superficial. Dejaban que el físico y el talento tuvieran más peso que los defectos en la personalidad. Parecía que ella recibía de él todo lo opuesto al encanto que dedicaba a los demás. A Connor no le importaba nada más allá de su propio universo, del que, por supuesto, era el centro. Por eso, a Vivi le molestaba que él hubiera sido elegido aquel año para liderar la recaudación de fondos. Se suponía que aquel acto tenía que ver con otras personas, pero desgraciadamente todo iba a girar en torno a él.

Perder el concurso de Santos y Pecadores le habría molestado mucho de todos modos, pero hacerlo con Connor era mucho más de lo que su orgullo podía soportar. Y era precisamente su orgullo a lo que tenía que echarle mano en aquellos momentos para permanecer sentada. Necesitaba aferrarse a aquel orgullo para lograr sobrevivir las semanas que le esperaban.

Como estaba comiendo, no tenía que mantener ningún tipo de conversación. Decidió utilizar aquel tiempo para planear nuevas estrategias. Necesitaba pensar bien, más allá de Nueva Orleans. Desgraciadamente, la mayor parte del mundo se había olvidado de la ciudad cuando las noticias sobre el Katrina dejaron de ocupar la primera página. Debía pedir todos los favores que se le debieran. Tenía que ser creativa, dado que lo único que tenía que hacer Connor era sonreír para que se le acumulara el dinero y los votos.

¡Qué pena! Vivi llevaba semanas esperando aquel evento con ilusión. Desgraciadamente, toda la alegría y la excitación habían desaparecido. El alma se le cayó a los pies al aceptar la realidad de que, a pesar de sus esfuerzos, iba a perder sin poder hacer nada al respecto. Se sintió ridícula por haber estado tan segura de ganar. Seguramente, solo la habían escogido para proporcionar contraste e interés por la selección de Connor. Este pensamiento la hizo odiar a Connor un poco más.

Decidió que no se iba a dejar derrotar tan fácilmente. No iba a permitir que Connor le arrebatara aquel título. Se lo había ganado.

Aunque lo más seguro era que perdiera, iba a luchar hasta el final. Al menos, así mantendría su dignidad y ganaría la satisfacción de un trabajo bien hecho por una buena causa.

Dignidad... ¿Cómo iba a mantener la dignidad en medio de todo aquello?

Se le ocurrió una idea que, cuanto más la pensaba, mejor le sonaba.

No podía controlar a Connor ni al concurso, pero podía controlarse a sí misma. Había sido elegida para ser el Santo. Solo necesitaba comportarse como tal. Por el contrario, Connor parecería un idiota arrogante, lo que le volvería loco lentamente. Sería una pequeña victoria, pero ella la aceptaría de todos modos.

Dejó el tenedor cuidadosamente y tomó la copa de vino.

—Connor...

—¿Sí, Vivi?

Ella levantó la copa a modo de brindis, lo que provocó una mirada de cautela por parte de Connor.

—Por un buen competidor y una buena causa. Estoy ansiosa por empezar esta aventura porque los verdaderos ganadores son las personas y las comunidades a las que vamos a ayudar. Me alegra que hayas regresado a casa para formar parte de esta causa.

Connor la miró estupefacto, pero se recuperó rápidamente y tomó la copa. Mientras la golpeaba suavemente contra la de ella, Vivi escuchó un murmullo entre los invitados. Todos comenzaron a brindar con ellos. Ella los observó con una radiante sonrisa.