A golpe de calcetín - Francisco Hinojosa - E-Book

A golpe de calcetín E-Book

Francisco Hinojosa

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Beschreibung

Paco Poyo se ganaba la vida vendiendo periódicos. A golpe de calcetín recorría las calles de la ciudad de México. Un día, un misterioso personaje le ofrece comprarle todos sus periódicos a cambio de una misión que parecía fácil y divertida, pero Paco nunca imaginó que ese trabajito lo conduciría a aparecer él mismo en los titulares de los diarios que vendía.

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A golpe de calcetín

Francisco Hinojosa

ilustrado por Rafael Barajas, El Fisgón

Primera edición (Editorial Novaro), 1982 Segunda edición (SEP/Libros del Rincón), 1986 Tercera edición (FCE), 2000       Octava reimpresión, 2012 Primera edición electrónica, 2013

© 2000, Francisco Hinojosa, texto © 2000, Rafael Barajas, El Fisgón, ilustraciones

D. R. © 2000, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho Ajusco 227, C. P. 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008

Comentarios: [email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-1342-4

Hecho en México - Made in Mexico

Índice

Entre periódicos y zapatos

Un favorcito

De señorito

Pobre inocente

Un lapicito escondido

La boina en préstamo

La noticia

¡Qué tacaño!

Ojos de toro bravo

A golpe de calcetín

A José Luis Rivas

Entre periódicos y zapatos

♦ YA HACE más de un año que ando metido en esto de vender periódicos en las calles. Apenas cumplí los diez años mis papás me dijeron “adiós a la escuela” y me llevaron derechito hasta una bodega muy grande, atestada de periódicos y revistas. Me pusieron entre las manos un montón de periódicos que apenas podía sostener, me enseñaron una tonadita y me dijeron:

—Ahora vas a leer lo que dicen las letras y lo vas a gritar, como te enseñamos, por las calles del Centro. La gente te los va a ir comprando: cada periódico cuesta cinco centavos. Sólo cuando hayas acabado de venderlos todos puedes volver a casa.

—En esta bolsa de tela —añadió mi mamá— mete las monedas. Ten mucho cuidado con ellas, no las vayas a perder ni dejes que te las roben.

Al principio me daba mucha vergüenza andar pegando de gritos por las banquetas. Sentía que todos se volvían a mirarme y decían: “Luego luego se nota que este niño es un principiante”. Pero en cuanto vendí mi primer periódico me dio tanto gusto que se me acabó la vergüenza. Poco a poco me fui acostumbrando a gritar las noticias y a ir cobrando de cinco en cinco centavos.

Aunque mis papás me dijeron que no me alejara mucho de la esquina de avenida Madero e Isabel la Católica, muy pronto me dio por callejear más allá. Al poco tiempo ya conocía todas las esquinas y callejones del rumbo. También empecé a tener amigos: Chucho, que iba y venía con su cajón para bolear zapatos; don Justo, que vendía cachitos de lotería; Samuel, que tenía un puesto de tacos y que a veces, cuando estaba de buen humor, me regalaba uno; Aniceto, el organillero, y muchos más, todos los mendigos de Catedral y todos los vendedores del Centro.

Según qué tal ande de suerte o qué tan buena sea la noticia, a veces vendo los periódicos muy pronto, como la semana antepasada, cuando fue la final de futbol, o como hace algunos meses, cuando le dieron un balazo a don Pascual justo el día en que empezaba a ser presidente de México. La gente, en vez de ir a la Cruz Roja a esperar noticias sobre su salud, compraba el periódico y así se enteraba de todo lo que pasaba.

El dinero que saco de las ventas se lo paso toditito a mi mamá, y de ese dinero ella me da quince centavos cada domingo. Antes me lo gastaba en paletas heladas de limón y en chicles de marqueta, pero desde hace un mes lo he estado ahorrando para poder ir alguna vez al cine.

Todas las tardes voy al pueblito de Tlalpan a ayudar a don Julián, un zapatero remendón, porque mis papás dicen que tengo que formarme un oficio para cuando sea grande y así no convertirme en una lata para los demás. La mera verdad es que no me ha enseñado más que a clavar suelas y tacones, poner bien las agujetas a los zapatos y bolearlos para regresarlos reparados y limpios a sus dueños. Don Julián sólo me da el dinero del tranvía pero, como a veces puedo burlar al cobrador, me quedo con él y lo meto en mi alcancía.