Léperas contra mocosos - Francisco Hinojosa - E-Book

Léperas contra mocosos E-Book

Francisco Hinojosa

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Beschreibung

Las distinguidas damas Torres son respetadas y admiradas por todos los adultos de la ciudad Torrealta. Sin embargo, los niños las odian porque son un manantial de leperadas contra ellos. Tres mocosos hábiles e inteligentes deciden darles una sopa de su propio chocolate y comienzan así una guerra feroz.

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Léperas contra Mocosos

Francisco Hinojosa

ilustrado por Rafael Barajas, El Fisgón

Primera edición, 2007       Primera reimpresión, 2012 Primera edición electrónica, 2013

© 2007, Francisco Hinojosa, texto © 2007, Rafael Barajas, El Fisgón, ilustraciones

D. R. © 2007, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008

Esta obra fue escrita con el apoyo del Sistema Nacional de Creadores de Arte del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-1381-3

Hecho en México - Made in Mexico

Índice

Las Léperas Damas

Los Príncipes Mocosos

Una súper lección

Un regalo en casa

La sabrosa venganza

Competencias anuales de deportes sobre ruedas

Vencer o perder

Planes, ocurrencias e ideas

Perfumes, cremas y lápices labiales

Tres patas de pollo

Los preparativos

El primer duelo

El segundo duelo

El tercer duelo

De tripas corazón

Para Luisa Segovia

Las Léperas Damas

En la calle de La Soledad, de la colonia Maravilla, de Ciudad Torrealta, había una vez tres mujeres que no eran muy queridas por los niños, aunque sí apreciadas por los papás de esos niños. Se llamaban Dulcilanda Colorada, Reina Cristina de los Cielos y la señorita Chucha Torres.

Dulcilanda Colorada era flaca y larga como un bambú. Lo que más le gustaba en la vida era el color rojo. Disfrutaba —hasta chuparse los dedos— de la sandía, el jitomate, las fresas, el betabel y la mermelada de cereza. De beber: agua de jamaica revuelta con vino tinto y, según cuentan algunos niños que la vieron, con tres gotas de sangre fresca de gallina. Su coche era rojo, al igual que todos sus vestidos, sombreros, zapatos, pulseras y moños, además del lápiz labial con el que se pintaba la boca y el barniz de sus largas uñas. Sabía tirar con el arco y las flechas y cantaba con una voz tan chillona que los niños, al oírla, se llevaban de inmediato las manos a las orejas y huían de ella. En cambio, los señores y las señoras de la colonia, al escucharla, le aplaudían hasta el cansancio.

—Pero qué hermosa voz tiene —le decían—. Parece cantante de ópera.

Como Reina Cristina de los Cielos no tenía más que unos cuantos pelos en la cabeza, para cubrirla usaba siempre unos horribles, viejos y sucios gorritos de todos los colores. También le faltaban algunos dientes y le sobraba un poco de nariz. Le gustaba mucho comer hígado de vaca con ajo y queso añejo, riñones de cochino y cabezas de pollo crudas. Por eso, cada que abría la boca salía de ella un tufo apestoso, entre carne podrida y llanta quemada de coche. Al menos eso es lo que olían los niños, porque los adultos creían que tenía un aliento estupendo.

—Huele como a mentol y eucalipto.

La señorita Chucha tenía el tamaño de un pingüino y la piel de color verde, como si nunca hubiera recibido en la cara un rayo de sol. Su profesión era ser inventora. Cuando hablaba, chispas de saliva salían al por mayor de su boca, chispas pegajosas de color tamarindo que había que limpiar muy bien de la ropa y de la piel para quitárselas de encima. Y si uno no lo hacía rápido, las manchas de su saliva se quedaban allí para siempre. La señorita Chucha, valga decirlo, nunca soltaba su lluvia de chispas de saliva cuando platicaba con las personas mayores.

—Pero qué educada es —comentaban todos de ella.

Las tres vivían en la misma casa porque eran parientes: Reina Cristina de los Cielos era tía del primo segundo de la media hermana menor de Dulcilanda Colorada. A su vez, ella era prima del suegro de la hijastra del tío de la señorita Chucha, que era también ahijada de una amiga íntima del sobrino adoptivo del padrastro de Reina Cristina de los Cielos. Algún tatarabuelo tuvieron en común, ya que las tres se apellidaban Torres.

Eran muy distintas entre sí, salvo en dos cosas: a las tres les en­cantaba, les fascinaba y las hacía dichosas ser elegantes, distinguidas y perfumadas ante la sociedad de Torrealta. Al mismo tiempo les encantaba, les fascinaba y las hacía dichosas hacer maldades y decir malas palabras y leperadas a los niños.

—Eres un ínclito láudano tétrico —le decía Dulcilanda Colorada al joven vendedor de periódicos de la esquina—. No sé cómo se te ocurre salir a la calle en esas fachas. Eres un verdadero tácito esdrújulo séptimo.

—Quítate de aquí, papera linfática, pólipo carnoso de ectoplasma —tronaba Reina Cristina de los Cielos cuando su sobrino jugaba a las canicas en el jardín—. Les voy a decir a tus papás que te encierren y castiguen. ¿Cómo se te ocurre jugar en frente de mí, verruga de tiroides purulenta?

—Tienes cara de romeritos con camarón, de semillas de papaya en mole —se enojaba así la señorita Chucha con el hijo de su dentista—. Tu papá te debería quitar todos los dientes, sancocho salado de hígado de ternera.

Eran tan groseras e iracundas que los niños de la colonia las conocían como las Léperas. Y al mismo tiempo eran tan propias y tan amables en sociedad, que todas las personas mayores siempre se referían a ellas como las Distinguidas Damas Torres.

Los Príncipes Mocosos

En esa misma calle de La Soledad, en la colonia Maravilla, de Ciudad Torrealta, vivían también tres niños singulares: Dadito Procuna, la Chica Reygadas y Pacorro el Guapo.